Pedro y ella
Dos esposos que no se aman realmente y no tienen sexo desde hace mucho, deciden tener sexo salvaje una madrugada...
Pedro y ella
Después de dejar de mirar el blanco reflejo de la luna en las aguas aletargadas, Pedro, que se encontraba completamente desnudo, se volvió hacia lo que quedaba de su esposa, a quien no amaba, pero a quien sentía en lo más profundo de sus entrañas, Pedro sabía que no podía vivir sin ella, que en ese momento sólo se adivinaba por el bulto de cobijas sobre la cama.
En el horizonte se veían algunas luces juguetonas, que parecían como de feria. Pedro, aunque algo sudoroso, estaba tranquilo; por lo menos, ya no tenía pesadillas en las que rodaba por escaleras que le parecían interminables, y a su vez, desembocaban en escaleras unos palmos más estrechas.
-¿Qué haces?-, preguntó una voz que supuso la de su esposa.
-Nada- respondió él saliendo del ensimismamiento, pero dándole aún la espalda, cerrando la ventana.
-¿Me amas?
Él no quería herirla, ahora sabía que ella no había dormido pensando en si él le amaba; pero esta vez deseaba ser sincero, así que mientras se daba tiempo para pensar, se acostó a su lado.
-A veces.
¿Por qué no respondía, lloraba?
-No, tú no me amas.
Pedro supo por el tono de su voz que ella había llegado a esta conclusión mucho antes de que él le respondiera
-Bueno, no te amo- le dijo irónicamente.
Ella, cansada de la conversación, se levantó. Pedro, sorprendido y excitado, descubrió que ella estaba del todo desnuda, como su esposa era agradable a la vista, aunque nada prodigioso, él nunca había soñado con que su esposa fuese así; pero como mujer, más allá de ser su esposa, era particularmente atractiva. Él siguió mirándola, firme, excitado, y agradeció que por la ventana entrara aquella luz que en ocasiones se volvía enceguecedora. Ella continuó lentamente su camino hacia ese sitio desde el cual no se veía nada interesante, haciendo que se viera magnífica. Cuando abrió la ventana, la habitación se llenó de un perfecto aire frío. Pedro vio cómo la mujer miraba primero el cielo, exangüe, luego, salió un poco y miró hacia arriba, hacia la luna; después, contempló en el agua muerta el reflejo blanquecino que mas allá se confundía con uno amarillento.
-Sí, te amo, no tanto como antes, pero te amo- le dijo ella pensando en reconciliarse, dándole la espalda a las afueras, con los brazos cruzados bajo los senos, mirándolo fijamente, esperando una respuesta sincera.
Él miró por un pedacito de ventana inicialmente, por el que no se veía más que el negro cielo de la madrugada, luego, la miró a ella, a la mujer de la que se enamoró, a la mujer que representaba la tentación, a la mujer que lo miraba mordiéndose el labio inferior, a la mujer atractiva que era su esposa.
-Yo te amo...- dijo intentando reconciliarse-, mucho-, agregó pensando en sexo.
Complacida, volvió a asomarse por la ventana, con medio cuerpo por fuera, los senos colgando, apoyada en sus antebrazos, las rodillas un poco dobladas y con las nalgas, muy bien delineadas, mirándolo fijamente. Él comenzó a crear saliva
-Pues hoy quiero en las sábanas- dijo él, inquieto, juguetón, mientras se levantaba con su miembro palpitante de emoción.
-Entonces arrúgalas tú sólo.
Él, ajeno ahora a las pesadillas, se incorporó, se dirigió hacia ella, se arrodilló de tal manera que su ano quedara justo enfrente de sus ojos, Pedro se escupió en la mano derecha, y estregó esta con la izquierda, esparciendo la saliva por cada pedazo de piel en sus dedos, mientras hacía esto, sacaba su propia lengua hacia el ano de ella, y comenzó a lamer, ella apretó las nalgas, gimió y se enderezó un poco, pero luego volvió a su posición original, era su forma de decir que siguiera. Al principio de su relación, a Pedro no le gustaba la idea de lamerle el trasero, pero ella decía que su verga, gruesa, no cabía por ahí, así que el sexo anal era un placer que Pedro solo obtenía cada año el día de su cumpleaños, pero luego, en su afán de poseer ese delicado agujero, comenzó a "mamarle el culo", como él le llamaba, mucho más a menudo. Ella envió hacia atrás una de sus manos y empezó a acariciar el cabello negro ensortijado de él. En respuesta, él envió una de sus manos humedecidas con saliva, hacia la vulva de ella, que estaba aún más húmeda que su propia mano, y comenzaba a acariciarle. Así pues, él tenía ventaja, porque ella en sí no hacía nada que a él le excitara, aunque su pene seguía igual de erecto. Pedro sabía que él mismo no podía esperar más, así que envió su otra mano hacia el ano de ella y comenzó a meter uno por uno sus dedos en el orificio que él más deseaba una sonrisa se dibujó en el rostro de Pedro, tres dedos cabían espaciosamente, sinónimo de que su gorda verga cabría un poco estrecha, así que se paró sin dejar de acariciar la vagina de ella, y comenzó a restregar su pene en la raya que separaba los glúteos de ella, así que la enderezó bruscamente, cogió sus tiernas manos, una que hasta hace poco acariciaba su melena y otra que había servido de apoyo en la ventana y las colocó en los glúteos de él, él, después, colocó una de las suyas en sus pechos y la otra se mantuvo en su pubis; así que fue el momento de penetrarla, al principio su verga sólo entró hasta la mitad, pero después de los primeros mete y saca, entró por completo; ella seguía retorciéndose mientras el ruido seco de sus testículos chocando repetidamente con sus nalgas llenaba el silencio, consiguió que las piernas de ella estuviesen del todo cerradas; veinte semanas de matrimonio y otras doscientas de sexo le habían enseñado que a ella le gustaba más si tenía las piernas juntas, y a él... también le gustaba más así; ella estaba a punto de enloquecer, pero quería que ese momento perdurara, así que hizo uso de uno de sus viejos trucos para tardar la eyaculación: envió una de las manos que acariciaban los glúteos de él hacia la base de su pene, y le apretó con fuerza, así que él continuó incansablemente durante otros diez minutos, siempre manteniendo el ritmo, aunque cada vez era más difícil que él continuara con la misma velocidad, de hecho, por donde se le mirase, sudaba, y su sudor resbalaba, tanto así que llegó hasta su pene y lo lubricó todo, haciendo que los dedos de ella, que se cerraban en forma de anillo, resbalaran. Ella no intentó volver a cerrar sus dedos sobre su pene, sino que envió esa mano hacia su propia vagina, donde Pedro que antes le acariciaba tiernamente, metía sus dedos con brusquedad, y mantuvo ahí su mano y envió también la otra, manteniendo con fuerza la mano de Pedro ahí, enviándola hacia adentro, donde él movía los dedos como un huracán, y ella seguía gimiendo como loca, mientras dejaba que los movimientos de Pedro hicieran todo el trabajo.
-Me voy a botar- gritó él, acelerando el paso.
Ella no dijo ni hizo nada; dejó que todo siguiera así. Miró al reloj de Pedro, en la muñeca que acariciaba desesperadamente sus senos, y comprobó que ella llevaba veinte minutos de pie, mientras sentía que el semen de Pedro entraba a sus entrañas, fue ahí cuando Pedro se detuvo y ella comprobó que no había hecho nada, estaba inundada de placer, pero no estaba cansada pese a haber sudado un poco, quería más. Pedro sacó su pene, grueso, del ano de ella y fue a sentarse con las piernas abiertas y las manos atrás en la cama, exhausto. Ella le vio y comprobó que estaba empapado, así que fue hacia él, era el momento de contribuir.
Introdujo su dedo medio hasta el fondo de su ano, limpió las paredes de su recto y sacó su dedo empapado en una mezcla que era principalmente semen pero también tenía sudor, antes de chupar su envoltura, besó a su esposo; era ahora o nunca, pues después había sido imposible besar a Pedro si su boca sabía a semen, así que mientras su dedo chorreaba semen sobre una sábana desteñida muy arrugada, ella lo besaba, él no hacía nada, simplemente se dejaba besar hasta que ella paró e introdujo su dedo en su boca. Después de extraer su dedo chorreante y saborear lo que lo envolvía varias veces, se arrodilló a sus pies y se dignó a limpiar el pene de su esposo, que comenzaba a ponerse flácido, vio primero que estaba totalmente blanco, envuelto en su propia leche, que chorreaba gotas constantemente sobre la sábana esas sábanas, que hacía unas horas había colocado allí, ya eran para lavar-, y comenzó a lamer delicadamente el pene de su esposo, que volvía a colocarse duro; ella no quería mamar, sólo limpiarlo, pero una mano que ya no estaba tan sudorosa llegaba con su compañera y enredaba el cabello de ella, que seguía limpiándole el semen que ya no tenía ahí.
-Sé que sabes que me gusta más cuando te haces la difícil.
Ella se detuvo, y le miró, había un poco de semen en su mentón.
-¿Me amas?
El sonrió, miró su pene, que estaba completamente enrojecido y se veía como un volcán erguido sobre una selva de pelo, y luego le miró a ella, que miraba con deseo el escroto de su marido.
-Sabes que sí - le respondió mientras acercaba su falo hacia sí incitándole a ella a chuparle los también enrojecidos testículos.
Él dedujo que le gustó la respuesta, pues se lanzó hacia ellos, meciéndolos en su boca por separado y moviendo su lengua, ella sabía muy bien el porqué de la potencia de su esposo, eran esas bolas que ella siempre pedía estuvieran sin un solo pelo; los pelos son arriba, no en las bolas. Lanzó una mano a acariciarle la espalda, que seguía bañada por el sudor, y lanzó otra a acariciarle los muslos. Él siguió despeinándola con una mano, y, con la otra, tomó el control remoto, encendió el televisor buscando algo interesante a las tres de la mañana; lo único que encontró fue pornografía, así que lo dejó en ese canal, dejando el control remoto a un lado; extendió su mano, con la que abrió un cajón, sacó de allí una caja de condones y miró dentro, habían seis, como vio que en había otra caja, dedujo que no tendría problemas. Cogió un condón, se lo puso, tomó a su esposa de las axilas y la levantó hacia sí; ya no estaba cansado, introdujo su pene en la vagina de ella, ella envió sus piernas adelante, colocándose como una rana, él comenzó a mover un poco hacia arriba y abajo su cadera, pero ella, decidida a que esta vez sería ella quien haría todo el trabajo, comenzó a moverse, le gustaba más esa posición cuando el afectado era su ano, pero conocía lo suficiente a su esposo para saber el ciclo; después de culo, no sería culo otra vez, ahora le tocaba a su vagina, ella tomó con cada mano las manos de su esposo y las incitaba a acariciar sus pechos, ella, introdujo una vez más su dedo en su ano, todavía tenía leche, y lo chupó, y gimió, y lo introdujo, y gimió y lo chupó, ella, con una mano comenzó a acariciar los testículos sin pelo de su esposo, y con otra acariciaba su pecho. Luego, notó celosa, que él miraba hacia la pareja de lesbianas en el televisor, a veces pensaba que le era infiel con ellas, tomó el control del televisor y lo apagó, en la penumbra, él la miró mientras ella arrojaba el control a una esquina de la alcoba, y con las dos manos se acariciaban el pecho el uno al otro. Ella siguió haciendo todo el trabajo, mientras notaba que él estaba a punto de botarse, y ella seguía gimiendo mientras subía y bajaba, entonces calculó, por la mirada de perversión de su esposo, el grado de excitación y la cantidad de leche botada en el primer encuentro, que tendrían sexo cuatro veces más hasta que amaneciera y una vez más en la ducha, eso serían siete veces, hace dos meses no lo hacían y él se había contentado insatisfactoriamente con masturbarse viendo porno, mientras ella pensaba que él no lo amaba, o fregar su pene contra la sábana, sin condón, como si tuviera sexo con alguien invisible para dejar manchas en la sábana mientras ella lloraba y pensaba que él la odiaba. Así pues, ella tendría que disfrutar el momento, Pedro deseaba tener sexo salvaje, pues desde hace mucho tiempo no tenía sexo realmente; ella quería tener sexo con él, sin importar si fuera salvaje.
-El próximo lo hacemos en el suelo, en cuatro.
-No, primero me lo mamas.
Ella sonrió, dispuesta a negociar.
-Te lo mamo si me lo haces en cuatro- dijo, interrumpida entre gemidos.
Se detuvo, tomó el condón rojo que empezaba a chorrearse y vertió su contenido en su boca, acto seguido, apretó con fuerza cada uno de los testículos de él, como diciéndoles que esta madrugada iban a tener mucho trabajo, y se puso en cuatro en el suelo, con las nalgas, que ya no estaban tan enrojecidas, muy bien levantadas, no hacia él, sino hacia una pared, y él se levantaba.
-Entonces después de esto va un 69, en la cocina.
Y la penetró hasta el fondo con furia, haciendo que ella gritara de dolor y placer, él quería sexo animal mientras la tomaba de las nalgas, esta vez no le había dilatado el ano, su pene se encontró con los restos de semen dejados hace poco, y comenzó con mucha fuerza un mete saca que hacía que su esposa gimiera y gimiera. Ella no aguantaba tanto dolor, pero quería satisfacer a su esposo aunque viera una gota de sangre suya caer sobre la baldosa, de ser así, serían sólo seis, pero, deseando un poco ver esa gota, gritó:
-Más duro, más duro
Él no estaba seguro, era suficientemente bestial, pero con sus manos cerró los glúteos de ella y aumentó la potencia, mientras ella gemía nuevamente.
Y, mientras tanto, en el horizonte que se divisaba por la ventana, las luces juguetonas de siempre seguían danzando.
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