Pedro. cristina, amparo, ana rosa, teresa ...

Cuarta parte de la historia que escribí hace algún tiempo dedicada a Pedro.

El verano siguiente su madre, la amiga de esta, Casilda y Pedro habían decidido disfrutar de su periodo vacacional en el mismo lugar que el año anterior sobre todo porque el chico, a pesar de saber que era casi imposible lograr dar con ellos, quería intentar localizar a Günter y Valerie pero, a pesar de la infinidad de gestiones que hicieron en la agencia de viajes en la que Pedro era considerado como un familiar, no pudieron dar con ninguna disponibilidad en los hoteles que él quería por lo que le hablaron de alojarse a pocos kilómetros, en la misma costa mediterránea, en una localidad muy tranquila y provista de una playa excelente. Un poco contrariado y después de consultarlo con su madre y con Casilda, aceptó. El viaje fue largo y pesado. Habían salido a las siete de la mañana y aparte de las paradas técnicas, sólo habían estado detenidos durante una hora para comer y eran más de las seis y medía de la tarde cuándo llegaban a su destino viendo que la incomodidad de un viaje tan penoso había valido la pena ya que, efectivamente, se trataba de un lugar pequeño, muy tranquilo, en el que como no tardarían en comprobar apenas se contaba con alicientes turísticos pero que disponía de una playa, ancha y larga, muy bien cuidada. A la madre de Pedro y a su amiga Casilda las dieron en el hotel una gran habitación de dos camas con un amplio ventanal con vistas al mar mientras que a Pedro se alojó en el lado contrario en una habitación de dimensiones normales, con cama de matrimonio y con terraza desde la que se divisaba buena parte de la localidad.

Después de acomodarse en sus habitaciones dieron un breve paseo por los alrededores del hotel hasta la hora de cenar. Al acabar salieron al exterior ya que la temperatura, con la brisa del mar, era mucho más agradable. A escasos metros de la puerta de acceso al hotel vieron que un grupo bastante nutrido de mujeres estaban hablando sentadas en dos bancos y en el muro que separaba el Paseo Marítimo de la playa. La madre de Pedro y Casilda no se lo pensaron y se unieron a ellas. Pedro las acompañó y enseguida comprobó que la mayoría de las féminas procedían de la comunidad aragonesa y que, por desgracia, ninguna de ellas andaba por debajo de los cuarenta años. Aunque la conversación era amena, el hecho de que fuera el único hombre entre tanta mujer hizo que empezara a aburrirse. Además estaban debajo de unas farolas en torno a las cuales observó un gran número de mosquitos y sabiendo que, en otros lugares, le habían acribillado brazos y piernas haciéndoselo pasar muy mal sobre todo por la noche, decidió darse un paseo y fumarse unos cigarros mientras las mujeres seguían con su animada conversación. Se recorrió lentamente todo el Paseo Marítimo y cuándo regresó, aún estaban inmersas en su charla. No tardó en unirse al grupo el marido de una de ellas, un señor mayor que se llamaba Serafín y decidieron entrar en el hotel para terminar la velada jugando a las cartas. Pedro optó por dejarlas con su afición y se fue a su habitación para, tras pasar unos minutos sentado en la terraza, acostarse.

Al día siguiente se levantó temprano con la intención de, tras vestirse, darse un buen paseo por la playa cosa que era bastante habitual en él durante sus vacaciones. Cuándo regresaba al hotel se duchaba, se afeitaba y se dirigía a la habitación que ocupaban Casilda y su madre para bajar juntos a desayunar. Después de dar un corto paseo, un poco antes de las once, se dirigieron a la playa. Allí estaba todo el grupo de mujeres de la noche anterior y lógicamente, Casilda y la madre de Pedro no dudaron un instante en unirse a ellas mientras el chico, al que no le gustaba pasarse horas y horas tumbado al sol, decidió formar parte de uno de los equipos que integrado por hombres de todas las edades jugaban diariamente un partido de fútbol playa de cinco contra cinco. Acabaron a las doce y medía y tras darse un baño en el mar, se tumbó un rato al sol y finalmente, dio un paseo por la orilla de la playa. A las dos menos cuarto subieron al hotel. Pedro se duchó y se cambió de ropa en su habitación antes de, a las dos y medía, bajar a comer. Después estuvo jugando un rato a las cartas con Casilda y su madre en la habitación de estas últimas hasta que, a las cuatro, decidió irse a la suya para echarse la siesta. A las seis y medía, Pedro regresó a la habitación de Casilda y su madre para, medía hora más tarde, salir a recorrer la localidad, que no se tardaba en conocer, para terminar la tarde sentados en la terraza de una cafetería en compañía de Serafín y su mujer con los que pocos minutos antes se habían encontrado. Después de cenar, se repitió lo del día anterior por lo que, en cuanto Casilda y su madre se unieron al grupo de mujeres en los bancos situados a la salida del hotel y se enfrascaron en su conversación, Pedro hizo intención de irse a dar su paseo nocturno. Estaba a punto de comenzar a andar por el Paseo Marítimo cuándo una de las mujeres, la más joven, le dijo: “espera, que voy contigo” . Pedro, a través de lo que hablaron durante la caminata, supo que la mujer se llamaba Cristina, tenía cuarenta y dos años y que era asidua a veranear en aquella localidad que reconoció que no disponía de otro aliciente que no fuera su cuidada y excepcional playa pero que era el cúmulo de la tranquilidad, a la que acudía acompañada por una vecina, que a pesar de tener cerca de setenta años, era su mejor amiga y desde que había fallecido su cuñado, de su hermana que, al igual que la madre de Pedro, era una mujer muy obesa. Su conversación se centró en temas intrascendentes pero el paseo fue de mayor duración que el del día anterior por lo que, al regresar, encontraron a las demás mujeres jugando a las cartas en uno de los salones del hotel. Pedro, que ya tenía bastante con jugar después de comer con Casilda y su madre, se despidió enseguida de ellas y se encaminó hacía su habitación. Cristina lo acompañó hasta el ascensor y tras desearle que descansara y durmiera bien, se despidió de él dándole dos besos en las mejillas.

La mañana siguiente se desarrolló prácticamente como el día anterior con la única salvedad de que el partido de fútbol playa terminó un poco antes al lesionarse uno de los jugadores y que Cristina acompañó a Pedro en su paseo por la orilla de la playa. Por la tarde, tras dormir la siesta, Pedro, su madre, Casilda, Cristina y la mayoría de las mujeres del grupo se trasladaron en un tren turístico hasta una localidad próxima y regresaron con el tiempo justo para llegar a cenar antes de que se cerraran las puertas del restaurante del hotel. Al terminar las mujeres se dirigieron a los bancos a orillas del mar que las servían de acomodo para sus charlas nocturnas. Pedro y Cristina, a los que durante unos minutos acompañó Serafín, no tardaron en dejarlas hacer su habitual recorrido por el Paseo Marítimo. Pero esta vez decidieron regresar por la playa donde solían pasar la velada muchos grupos de jóvenes. Llevaban una buena parte de su camino de regreso andado cuándo Cristina se paró y agarrando a Pedro por el brazo le dijo: “mira, le está chupando la polla” . Pedro, que no se había percatado de ello, vio que, efectivamente, una chica joven con una larga melena negra vestida únicamente con la braga del bikini estaba en cuclillas delante de un chico, completamente desnudo, que permanecía de pie y con las piernas muy abiertas, al que le estaba realizando una mamada. Pedro tiró de Cristina diciéndola que siguieran su camino puesto que no le parecía apropiado quedarse allí parados hasta que se percataran de su presencia viendo que les estaban mirando como unos bobos. Un poco más adelante vieron a dos parejas follando. Los dos hombres se encontraban echados encima de las féminas, acostadas sobre unas toallas de playa y se las estaban “tirando” con movimientos rápidos. Cristina, al verlo, dijo: “que gusto tienen que estar recibiendo las tías y que polvazos las van a echar ellos” . Una vez más, Pedro se vio obligado a tirar de Cristina que permanecía completamente quieta, muy próxima a las dos parejas y mirándoles fijamente. Cuándo llegaron al hotel era tarde y las demás mujeres se habían retirado a descansar. Subieron juntos en el ascensor y al separarse Cristina volvió a darle las buenas noches a Pedro en la forma acostumbrada, es decir con dos besos en la mejilla, mientras que el chico la correspondió dándola unas palmaditas en el culo.

La mañana de su tercer día de estancia se desarrolló como las anteriores incluyendo su paseo matinal por la orilla de la playa antes del desayuno. Cristina estuvo pendiente e incluso participó durante los últimos minutos, aunque pareció que aquel era su primer contacto con un balón, en el partido de fútbol playa en el que tomó parte Pedro. En cuanto acabaron, le propuso alquilar una barca a pedales y a Pedro le agradó la idea. A pesar de que ninguno de los dos sabía nadar se encaminaron, en principio, mar adentro hasta aproximarse a la boya de seguridad y más tarde se desviaron hacía la derecha hasta quedar muy separados del lugar en el que el resto del grupo de mujeres estaba reunido. Cristina le preguntó que si la noche anterior se había hecho una paja y Pedro le contestó que no. La mujer le explicó que ella no podía dormir a cuenta de lo salida que se había puesto después de presenciar a aquellas parejas en la playa y que, al final, se había tenido que “hacer unos dedos” para poder quedarse tranquila y conciliar el sueño. Se miraron, se sonrieron y Cristina fue acercando su boca a la de Pedro hasta que logró que este la abrazara y la besara con pasión. La mujer no dudó un instante en aprovechar para acariciarle el rabo y los huevos por encima del pantalón de baño. Separando sus labios de los de Pedro le dijo: “Dios mío, que pedazo de polla tienes y que huevazos más gordos que seguro que están llenos de leche” . Después de dejar que Pedro la bajara los tirantes de su bañador para dejar al descubierto sus tetas y que se las mirara y tocara repetidamente, se volvieron a besar. Cristina, metiendo su mano derecha en el pantalón de baño de Pedro le tocó el rabo y los huevos para no tardar en empezar a movérsela muy lentamente. El chico, sin dejar de besarla, se bajó ligeramente el pantalón para que su rabo y sus huevos quedaran al aire y Cristina pudiera contemplarlos entusiasmada. En cuanto la mujer aceleró un poco más el ritmo de sus movimientos, Pedro se corrió y a largos chorros, echó una gran cantidad de leche. Cristina, sumamente complacida, dijo: “que rápido te has corrido y que gran cantidad de leche estás echando” y en cuanto el líquido acabó de salir y sin dejar de movérsela, le pasó la lengua por la abertura del rabo y por las zonas del cuerpo en las que habían caído el semen puesto que, según le dijo, quería conocer su sabor. En cuanto terminó, dejó de moverle la verga, permitió que volviera a ponerse el pantalón de baño y que la mamara las tetas mientras Cristina se interesaba por conocer si alguna vez había podido hacer lo propio con las de Casilda, la amiga de su madre, que las tenía grandes y voluminosas. Pedro la explicó que se las había visto varias veces pero que nunca se las había tocado ni se las había mamado. Cuándo Cristina se encontró más que satisfecha y Pedro dejó de ocuparse de ellas, la mujer se apresuró a taparse las tetas poniéndose bien el traje del baño y tras darse un breve pero apasionado beso en la boca volvieron a dar pedales para regresar a su punto de origen. Después de comer Pedro jugó con Casilda y su madre a las cartas antes de echarse una buena siesta y salir a dar un breve paseo por la localidad para, un día más, acabar sentándose en la terraza de una cafetería. Al terminar de cenar Cristina y Pedro dieron su habitual paseo nocturno. Cristina se interesó por conocer si le había gustado la paja que le había hecho por la mañana y Pedro, tras contestarla afirmativamente, quiso saber si a ella la había agradado que la mamara las tetas. Cristina la contestó: “me ha gustado tanto que has logrado que lo de abajo se me pusiera bien húmeda” . La mujer continuó queriendo saber si siempre se corría con tanta rapidez; si era normal que echara grandes cantidades de leche y si su potencia sexual le permitía correrse más de una vez. Pedro la explicó que en cada sesión, generalmente, se corría en dos ocasiones y que cuándo lo hacía por segunda vez solía sentir más gusto y echar una mayor cantidad de leche; que mientras su primera corrida siempre solía ser rápida, la segunda le costaba algo más y que siempre solía echar una buena cantidad de semen. Le pareció que Cristina se “ponía” de lo más salida con sus explicaciones pero la mujer no dijo nada hasta que cuándo volvieron al hotel y se despidieron como la noche anterior, permitiendo que la diera unas palmaditas en el culo, le preguntó por el número de su habitación y tras decírselo, le pidió que la esperara despierto ya que, cuándo su hermana y su amiga se durmieran, iba a bajar para pasar la noche con él y dejar que la “jodiera”.

Pedro esperó ansioso pues, a pesar de que Cristina era quince años mayor que él, todavía estaba muy potable y era evidente que era sumamente viciosa y tenía muchas ganas de sexo por lo que podía convertirse en una buena “yegua”. La espera se prolongó mucho más de lo debido y eran casi las dos y medía de la madrugada cuándo, tras escuchar sus pasos por el pasillo, la mujer llamó sigilosamente a la puerta de su habitación. Pedro abrió con rapidez y Cristina, en camisón, se apresuró a entrar diciéndole que basta que deseara que se durmieran pronto para que las hubiera costado conciliar el sueño a su hermana y a su amiga. Cristina se despojó del camisón y sentada en la cama, esperó a que Pedro se quitara el calzoncillo para poder verle y tocarle una vez más el rabo y los huevos. “Es impresionante y por lo visto, siempre tienes la polla bien preparada ” le dijo y empezó a movérsela con su mano al mismo tiempo que le acariciaba los huevos. Al ver que el miembro adquiría un gran tamaño y grosor, decidió dejar aquel cometido para tumbarse en la cama boca arriba y abriendo bien las piernas le dijo: “métemela y jódeme” . Pedro se echo sobre ella, la introdujo por completo el rabo y se la “cepilló” lentamente. Cristina sentía muchísimo gusto pero como estaba desentrenada, aunque notaba que la venía, no “llegaba a romper”. “Que gusto, que gusto, no dejes de joderme” le decía. Pedro, a pesar de que intentó aguantar lo más posible, no tardó en echarla la primera ración de leche y Cristina, al notarla caer en el interior de su chocho, exclamó: “que rica, que caliente, que buena, como me gusta ” y acto seguido gritó: “ahora sí, ahora sí que me viene” y unos segundos más tarde, llegó al clímax. El chico hizo intención de sacarla el rabo pero Cristina, apretándole con fuerza contra ella a través de su masa glútea donde tenía colocadas las dos manos, le dijo que siguiera echándola leche hasta que vaciara sus huevos. La mujer le comentó que no tuviera el menor temor a dejarla preñada puesto que padecía una dolencia vaginal que hacía que su ovulación fuera mínima y que, por ello, la posibilidad de quedar en estado fuera prácticamente imposible. Al cabo de varios minutos, en los que Cristina alcanzó un orgasmo tras otro, Pedro la indicó que le introdujera un dedo bien profundo en el culo para que su corrida fuera aún más intensa y rápida. Cristina lo hizo y le hurgó con muchas ganas en todas las direcciones. Un par de minutos después y con la mujer muy próxima al clímax, Pedro, sintiendo un gusto excepcional, la soltó otra gran cantidad de leche y acto seguido, se meó abundantemente. El recibir la leche y el pis casi al mismo tiempo en su interior hizo que Cristina se retorciera de placer y que, sin ser capaz de decir nada pero gimiendo con fuerza, alcanzara otros dos orgasmos casi consecutivos y con tan intensos que acabó exhausta. Como ambos estaban pletóricos y muy satisfechos, Pedro la extrajo el rabo y después de echarse a su lado, boca abajo, la preguntó que si la había gustado. Cristina le contestó: “¿qué si me ha gustado?, estoy encantada, esto ha sido apoteósico, que polla, que cantidades de leche, que meada” . Pedro no se planteaba el volver a penetrarla pero por si Cristina tenía más deseos sexuales la empezó a pasar dos dedos, desde el clítoris al ano y viceversa, por su abierta raja vaginal y al cabo de un rato, se los metió dentro de la seta para masturbarla frenéticamente haciendo que, en poco más de cinco minutos, alcanzara y con ganas, tres orgasmos. Cristina estaba satisfecha pero muy cansada y tras lograr que la sacara los dedos del coño, le pidió a Pedro que pusiera la alarma de su reloj de pulsera para que les despertara un par de horas más tarde proponiéndole que aprovecharan ese tiempo para poder dormir juntos. Pedro hizo que Cristina se colocara dándole la espalda y apretándose a ella, la puso el rabo en la raja del culo y la acarició con su mano extendida la almeja. Estaban cansados y mientras el chico la decía que no tardaría en meterla el rabo por el culo, se durmieron. Al sonar el despertador, Pedro notó que Cristina, sintiendo el calor de su mano en el chocho, se había meado y que en sueños había llegado alguna vez más al clímax puesto que su mano, además de dormida, estaba empapada en flujo y pis. Cristina, al despertarse, se sorprendió mucho al ver que se había meado y reconoció haber alcanzado el orgasmo en sueños pero como no tenía tiempo que perder, tras hacer que Pedro la restregara un poco más la mano por la seta y el rabo por la raja del culo, se levantó, se puso el camisón y tras darle un beso en la boca, salió rápidamente de la habitación para regresar a la suya antes de que su hermana y su amiga se despertaran.

Pedro dejó de dar su habitual paseo matinal por la playa y la mayoría de los días se despertaba con el tiempo justo para ducharse, afeitarse, vestirse e ir a buscar a su madre y a Casilda para desayunar juntos y en cuanto las dejaba en la playa en su animada charla con el cada día más numeroso grupo de mujeres, se olvidaba del partido de fútbol playa para volver a la habitación y dormir un poco más. Alrededor de las doce, Cristina lo iba a despertar aprovechando para hacerle una paja lenta ya que, además de estar impresionada por el grosor y tamaño del rabo de Pedro, la gustaba ver como salía, en espesos y largos chorros, su leche. Dejando que Cristina fuera por delante, el chico se unía al grupo casi a la misma hora que si hubiera estado jugando al fútbol playa y su madre no llegó a sospechar nada a pesar de que Pedro se tumbaba en la toalla siempre cerca de Cristina y de allí no se movía hasta la hora en que regresaban al hotel. Después de comer y mientras su madre se quedó en un salón hablando con algunas de las integrantes del grupo de mujeres con las que mantenía sus animadas conversaciones, Pedro decidió subir a su habitación para dormir una buena siesta. Al acceder al ascensor Casilda entró precipitadamente tras él y le pidió que la acompañara a su habitación. En cuanto llegaron y mientras Pedro se fumaba un cigarro en la ventana, la mujer se apresuró a quedarse en braga y como si comprendiera que aquello era una asignatura pendiente para el chico, lo llamó, se colocó delante de él con intención de lucir en todo su esplendor sus gordas y voluminosas tetas y le dijo: “¿te gustan?, son muy grandes ¿verdad?” . Pedro la contestó afirmativamente y tras dejar que se las tocara un poco, le hizo acompañarla al water para que se las apretara mientras meaba y cagaba. Al acabar y sin limpiarse, hizo descender el pantalón corto y el calzoncillo de Pedro y tocándole el rabo con ganas le dijo: “estoy muy caliente, necesito una polla y la tuya es la más adecuada” y como si en ello la fuera la vida, se metió el miembro en la boca y se lo chupó. Viendo que las dimensiones del rabo eran cada vez mayores, se dirigió a la cama, se quitó la braga y acostándose boca arriba con las piernas muy abiertas, le dijo: “venga, fóllame, antes de que llegue tu madre” . Pedro se echó sobre Casilda, la penetró vaginalmente y empezó a moverse lentamente pero la mujer, a pesar de su edad, colaboraba intensamente y le obligó a que sus movimientos de penetración fueran muy rápidos. “Lo estoy deseando, échame tu leche, échamela” le dijo un poco antes de la mojara abundantemente el interior del coño mientras, al sentirla caer, Casilda decía: “que gusto, que polvazo, que pedazo de polla” . La mujer pretendía que Pedro continuara echado encima de ella para que la echara más líquido pero al oír a la madre de Pedro hablando por el pasillo les hizo abandonar precipitadamente su actividad sexual y vestirse mientras Casilda le decía que “aquello” había sido algo puntual que debía de quedar en secreto entre ellos. La madre de Pedro, al llegar, no vio nada anormal en que Casilda estuviera en ropa interior delante de su hijo que, a su vez, permanecía desnudo de cintura para arriba y después de una breve partida de cartas, Pedro se dirigió a su habitación para, como pretendía, dormir la siesta que cada día era de más duración. Casilda y su madre, en vista de que no iba a buscarlas, decidieron no esperarle y junto con algunas componentes del grupo de mujeres, salían a dar un paseo mientras Cristina, a la que contó lo sucedido con Casilda y la mujer le animó a seguir “tirándosela” con regularidad, estaba pendiente de Pedro para ir con él a todos los lados e incluso, al haberse desplazado con la ropa justa, le hizo acompañarla a comprarse un nuevo vestido, un bikini de lo más sugerente de color amarillo y ropa interior que siempre se probaba haciendo que Pedro entrara con ella en el probador. Después de cenar, siguieron con sus habituales paseos nocturnos aunque la noche de los viernes y los sábados, que eran las únicas en las se podía disfrutar de música en aquella localidad, solían ir todos juntos a una terraza donde Cristina y Pedro bailaban tanto sueltos como, aunque el chico no sabía y tampoco colaboraba dejándose llevar, agarrados intentando regresar tarde al hotel con la intención de que la hermana y la amiga de Cristina estuvieran en su habitación y a ser posible, dormidas de manera que pudiera bajar lo antes posible y casi siempre en camisón, a la habitación de Pedro para mantener la correspondiente sesión sexual. Aunque Cristina no tenía mucha experiencia sexual, se convirtió en una magnifica alumna y además de perfeccionarse haciendo pajas, aprendió con rapidez a colaborar mientras Pedro la penetraba y se prodigó en chuparle el rabo, aunque reconocía que era tan largo que no la entraba entero en la boca, dejando que la echara su leche en la garganta, en cabalgarle vaginalmente y en que la metiera el “instrumento” colocada a cuatro patas. A base de forzar a Pedro consiguió que aumentara su potencia sexual haciendo que la echara por la noche cuatro buenas raciones de leche e incluso, los días en que estaba especialmente motivado y ella solía ocuparse de que no dejara de mirar a más de una chica joven con muy poca tela en su bikini, llegó a cinco. A ella la gustaba ser muy guarra y sentirse como una autentica golfa con él por lo que no la importó complacerle cuándo la pidió que evitara mear en las horas previas a sus encuentros sexuales para que echara dos ó tres veces su pis mientras se la follaba ya que le encantaba que se meara mientras la masturbaba ó que le mojara los huevos cuándo se la estaba “tirando”. A punto de finalizar su estancia vacacional, un día decidieron mantener por la tarde una sesión sexual en el cine de la localidad. Había muy poca gente y ello facilitó su propósito. Pedro la tocó y la masturbó todo lo que quiso mientras Cristina la realizó una paja y una mamada muy lenta antes de efectuarle una larga cabalgada vaginal. Por la noche Pedro decidió estrenar el culo de Cristina. Esta no se opuso y aunque la resultó doloroso y penoso el proceso de penetración, una vez que su gran rabo se acomodó dentro de su ano y la punta se introdujo en su intestino, la mujer comenzó a sentir bastante gusto. Se hizo habitual el que colaborara y se meara mientras la enculaba y la gustaba que la diera por el culo con continuos cambios en sus movimientos mientras que Pedro se mostraba satisfecho al poder llevar a cabo esta actividad sexual con ella. Cristina aguantaba perfectamente pero en cuanto Pedro la echaba una de sus espléndidas raciones de leche dentro del culo, el chico tenía que apresurarse a sacársela para permitir que fuera y con mucha prisa al water para que cagara echando una gran cantidad de mierda en la que siempre había restos de la leche de Pedro mientras la mujer reconocía que nunca había defecado sintiendo tantísimo gusto.

Con su relación consolidada y después de casi tres semanas de intensa actividad sexual, llegó el momento de despedirse. Cristina y Pedro estaban muy satisfechos pero cansados puesto que llevaban muchos días durmiendo poco y sabían que el final de sus vacaciones era lo mejor para ellos. La última tarde la pasaron sacándose mutuamente fotografías tanto vestidos como en ropa interior y completamente desnudos sin que faltaran imágenes de las tetas, la raja vaginal bien abierta y húmeda y el culo de Cristina y del miembro de Pedro, completamente empalmado y en plena corrida echando un buen chorro de leche. Además se sacaron varias fotografías meando e incluso, tras hurgarla con sus dedos en el culo, Pedro pudo obtener algunas imágenes de Cristina cagando.

Después de pasar su última noche juntos desarrollando una actividad sexual frenética y de intercambiarse buena parte de su ropa interior usada para que el otro la tuviera de recuerdo ó la pudiera utilizar al masturbarse, su relación continuó. Además de enviarse con frecuencia, a través del correo, fotografías y prendas íntimas, generalmente usadas e impregnadas en pis y caca, solían pasar juntos un fin de semana al mes. Cuando era Pedro el que se desplazaba, buscaban las fechas en las que la amiga de Cristina se iba a pasar unos días con sus hermanos para disponer libremente de su vivienda de manera que el chico se alojara en ella para mantener allí sus sesiones sexuales mientras las comidas solía efectuarlas en el domicilio de Cristina y su hermana. Si era Cristina la que viajaba y aunque casi siempre se alojaba en un hotel para que su actividad sexual pudiera ser todo lo fluida e intensa que ambos deseaban, algunas veces se quedó en la vivienda que Pedro compartía con su madre, que ajena a su actividad sexual, siempre la recibía con los brazos abiertos y más cuándo veía acompañada por su hermana. Las facturas telefónicas aumentaron considerablemente para ambos ya que muchas noches hablaban durante horas. Les gustaba ponerse muy calientes con sus conversaciones y que Pedro se hiciera unas pajas mientras Cristina se “hacía unos dedos” de forma que el chico echara su leche, al menos, en dos ocasiones y la mujer, tras llegar varias veces al clímax, no podía evitar mearse de gusto. Cristina estaba satisfecha y no necesitaba más sexo mientras que Pedro, además de continuar relacionándose con Amparo, a la que volvió a dejar preñada aunque, esta vez, una hemorragia vaginal solucionó el problema sin necesidad de practicarla el aborto, Ana Rosa y Teresa, mantenía contactos más ó menos esporádicos con otras mujeres. Las más asiduas fueron Casilda, la amiga de su madre y su hija, Milagros. Mientras con la madre solía hacerlo cada quince días con Milagros no tenía una periodicidad determinada y había semanas en que lo hacían dos ó tres veces como en otras sólo lo llevaban a cabo una vez al mes pero a ambas las gustaba que Pedro las echara dos ó tres raciones de leche y una buena meada dentro de la almeja. Milagros se había casado con más de cuarenta años y su marido la había hecho rápidamente dos hijos pero ella deseaba tener un tercero antes de comenzar con la menopausia y ante la falta de colaboración por parte de su marido, que no la prestaba demasiada atención en la cama, pensó que Pedro era la persona más idónea para preñarla. La cosa funcionó perfectamente durante meses y mientras a Casilda, al vivir sola, se la follaba en su domicilio, con la hija lo hacia tanto en su despacho de la oficina como en la vivienda en la que residía cuándo su marido y sus hijos no estaban. Pero su relación acabó cuándo Milagros, a pesar de que sabía de que a su madre la metía con frecuencia el rabo por el culo, se opuso rotundamente a que la penetrara analmente diciéndole, entre otras muchas cosas, que si quería dar a alguien por el culo se buscara un maricón que le pondría gustosamente el culo a su disposición; que el orificio anal estaba pensado exclusivamente para expulsar las defecaciones y que si no había permitido que su marido la enculara no iba a dejar que él lo hiciera. Con Casilda la relación sexual se mantuvo prácticamente hasta el verano pero Milagros, que se mostró bastante rencorosa tras romper su relación con Pedro al negarse a que la penetrara por detrás, se ocupó de convencer a su madre de que ya no tenía edad para aquello y aunque a Casilda la gustaba, no la quedó más remedio que hacer lo que tan imperiosamente la pedía su hija y dejarlo.

Cristina, eso sí, deseaba que llegara, de nuevo, el verano para poder pasar otras tres semanas junto a Pedro al que llegó a comentar que, para satisfacerle, iba a convertirse en la mujer más golfa, guarra, puta y sumisa que jamás hubiera conocido. Al aproximarse su periodo vacacional se pusieron de acuerdo para repetir en el mismo lugar de veraneo e incluso, llegar el mismo día. Cristina, su hermana y su amiga viajaron en autobús y llegaron pocas horas antes que Pedro, su madre y Casilda, que viajaron en tren. Como el año anterior, Casilda y la madre de Pedro compartieron una habitación de dos camas, de nuevo, con vistas al mar y esta vez con terraza mientras que con el chico se dio la casualidad de que ocupó la misma habitación que el año anterior. Esa noche, tras la cena, hubo la habitual reunión femenina en los dos bancos con vistas al mar existentes en el Paseo Marítimo a pocos metros del acceso al hotel en el que se alojaban. Aunque faltaban algunas féminas había otras nuevas como era el caso de dos hermanas, asimismo aragonesas, que habían viajado en el mismo autobús que Cristina, su hermana y su amiga y que se alojaban en la habitación contigua a la de Pedro. Aquella noche Cristina y Pedro mantuvieron una nueva sesión sexual que, a cuenta de los deseos y las ganas que ambos tenían, resultó sumamente intensa. Pedro llegó a correrse cinco veces echándola a Cristina tres veces la leche dentro del chocho, una en la boca y otra en el interior del culo y se meó en dos ocasiones, una según se la follaba vaginalmente y la otra en la boca de Cristina mientras esta le chupaba el rabo al mismo tiempo que, tras haberla dado por el culo, expulsaba una gran cantidad de mierda sentada en el “trono”. Durante los primeros días su actividad sexual fue frecuente y elevada y aparte de dormir muy poco, aprovechaban la menor ocasión para meterse en un water y masturbarse mutuamente puesto que si algo la gustaba a Cristina era poder hacerle un par de pajas antes de permitir que la masturbara hasta que, tras alcanzar tres ó cuatro orgasmos intensos y rápidos, acababa por mearse de gusto. Pero Encarnación ( Encarna ), una de las hermanas que ocupaba la habitación contigua a la de Pedro, dormía mal y aprovechaba su insomnio para escucharles mientras desarrollaban su actividad sexual nocturna poniéndose de lo más caliente. Estuvo muy pendiente de ellos hasta que, un día, se la presentó la ocasión propicia. Vio que Pedro entraba en el water de caballeros situado en la planta baja del hotel y suponiendo que iba a mear, le esperó. En cuanto el chico apareció por la puerta, le obligó a entrar en el de señoras donde besándole en la boca procedió a tocarle por encima de la ropa el rabo y los huevos. Pedro intentó separarse de ella pero Encarna le tenía perfectamente agarrado y tuvo que esperar a que la mujer, que rondaba los cincuenta años, tenía el pelo claro y era de altura y complexión normal, se lo permitiera. Muy sonriente Encarna le dijo que estaba al tanto de su relación sexual con Cristina y sabía lo que hacían todas las noches en su habitación y que pensaba promulgarlo por el hotel a menos que accediera a “cepillársela”. Pedro, ante semejante chantaje, no supo que hacer y la mujer, bajándole el pantalón de baño que llevaba puesto, procedió a mirarle y tocarle los huevos antes de que, volviéndole a sonreír, procediera a hacerle una paja rápida diciéndole que a un rabo tan excepcional había que darle mucha tralla y que aquello iba a ser una especie de anticipo de la sesión sexual que, desde aquella misma tarde, iban a mantener diariamente durante el periodo de la siesta. Pedro se corrió con rapidez y Encarna, entusiasmada por la gran cantidad de leche que expulsó y que cayó en el suelo, en los azulejos y en un lavabo, la dijo que el siguiente polvazo se lo echaría dentro de su seta. Después de movérsela un poco más, la mujer le bajó toda la piel del miembro y manteniéndoselo así, lo contempló durante unos segundos en todo su esplendor antes de pasarle su dedo gordo por la abertura, lavarse las manos y dejar que Pedro se volviera a poner el traje de baño para que abandonara el water antes que ella. Como Encarna le había dicho, en cuanto Pedro entró en su habitación con la intención de dormir la siesta, ella llamó a su puerta. La mujer se presentó en ropa interior y se abalanzó sobre el chico haciendo que cayera sobre la cama. Bajándole el traje de baño, se acomodó sobre él y empezó a moverse al mismo tiempo que se despojaba del sujetador y permitía que Pedro la tocara las tetas sin dejar de animarle para que se las apretara y tirara de ellas como si la ordeñara, tal y como sabía que hacia con Cristina. En cuanto el rabo del chico se puso completamente tieso, se quitó su braga de color blanco e introduciéndose el miembro en el coño, le cabalgó con todas sus ganas logrando que en poco más de dos minutos la echara su primera ración de leche que Encarna, en pleno orgasmo, recibió entusiasmada. La mujer continuó su cabalgada diciéndole que sabía que aún le quedaba mucho líquido en los huevos y que estaba tan a gusto que se iba a mear con su rabo totalmente introducido dentro de su almeja. Lo hizo poco después y su abundantísimo pis consiguió que Pedro se pusiera aún más cachondo y a punto de correrse por segunda vez, tomó las riendas de la sesión obligándola a incorporarse para que se pusiera a cuatro patas de manera que, tras colocarse entre sus abiertas piernas, la pudiera volver a penetrar vaginalmente y correrse rápidamente en el interior de su chocho casi al mismo tiempo en que Encarna llegaba al clímax por tercera ó cuarta vez. La mujer le dijo que siguiera y Pedro no tardó en mearse dentro de su seta y Encarna, según sentía caer a chorros su pis, se retorcía de gusto y le dijo: “más, más, échame más” . Aunque la mujer se oponía a que dejara de “joderla” y se enfadó cuándo la sacó el rabo, Pedro procedió a masturbarla al mismo tiempo que la lamía el ano. A Encarna la gustó, alcanzó los orgasmos con rapidez e intensidad y terminó completamente salida. Sin dejar de masturbarla, procedió a introducirla dos dedos en el ano y a hurgarla con ganas en todas las direcciones. Encarna empezó por tirarse una buena colección de pedos y acabó por cagarse con los dedos de Pedro aún en plena acción. Su caca, líquida, fue saliendo al exterior y cayendo en la sabana, por el poco espacio que dejaban los dedos del chico. Pedro, al ver que se cagaba, la hurgó con más energía y ganas y Encarna, fuera de si, le dijo: “métemela hasta los huevos por el culo, métemela ya” y Pedro, obediente, se apresuró a complacerla. Encarna, a pesar de que sentía dolor y la hacía mucha presión la caca que mantenía retenida en su interior, notó como el rabo la atravesaba las paredes anales y como la punta se introducía en su intestino. “Dame por el culo todo lo que quieras ” le dijo y Pedro, echándose sobre su espalda, la tocó las tetas y la obligó a apretar sus paredes anales contra su rabo para incrementar el placer mutuo. Encarna no dejaba de tirarse pedos ni de cagarse de una manera totalmente líquida sin dejar de decirle: “rómpeme el culo y llénamelo de leche” . La mujer se meó abundantemente y cuándo Pedro se corrió le dijo: “así, así, échamelo todo, que me gusta” . Pedro, al igual que cuándo enculaba a Cristina, se encontraba muy a gusto con su rabo dentro del culo de Encarna y como esta, con sus movimientos, no dejaba de echar mierda líquida no tuvo que preocuparse de sacársela para que fuera al water a cagar por lo que siguió enculándola con movimientos rápidos haciendo que sus tetas se movieran con sus envites y que sus pezones, al roce con sus manos, se la pusieran en órbita. Encarna, aunque tenía más experiencia sexual que Cristina, estaba extenuada cuándo, tras decirle a Pedro: “méteme tus huevazos” , el chico la oprimió con mucha fuerza la vejiga urinaria y la obligó a vaciarla de pis mientras la mujer llegaba, una vez más, el orgasmo. Un poco después, la sacó lentamente el rabo y en cuanto lo tuvo fuera, Encarna se tumbó boca abajo en la cama sin importarla que la sabana estuviera empapada de caca y de pis. Pedro la obligó a darse la vuelta y la dijo: “¿no eras una gran puta?, pues ocúpate de chuparme la polla y limpiármela que está llena de tu mierda” . Encarna hizo lo que Pedro la demandaba mientras este la acariciaba con su mano extendida la raja vaginal y la apretaba con la otra mano la teta derecha. Encarna puso tanto énfasis en su mamada que Pedro la obligó a metérsela entera en la boca con lo que tuvo varias arcadas y finalmente, devolvió. Después de recoger su vómito y limpiar lo mejor que pudo la cama, Encarna le dijo que no podía más pero Pedro la hizo acostarse en la cama boca arriba y abriéndola las piernas la introdujo sin el menor miramiento el puño dentro del coño y la realizó un fisting. Encarna le dijo una y otra vez que estaba exhausta pero él, diciéndola que quería una golfa y no una quejita, seguía forzándola haciéndola echar unas cantidades masivas de flujo. Pedro deseaba que se meara pero Encarna, con la vejiga completamente vacía, no podía. De repente a la mujer se la convulsionó todo el cuerpo; las tetas se la movieron en todas las direcciones; expulsó más caca líquida entre una sonora colección de pedos y sus jugos salieron en una cantidad más propia de una corrida masculina mientras Encarna gemía. Disfrutó de varios orgasmos, algunos consecutivos y los dos últimos fueron completamente secos. Pedro continuó y al final, Encarna se cagó en toda regla, por la raja vaginal apareció un pequeño hilo de sangre y perdió el conocimiento. Cuándo lo recuperó la costó centrarse en lo que había ocurrido. Pedro la había sacado el puño y tenía un gran boquete, por el que aún salía flujo, como almeja. Pedro la dijo: “¿esta bien así, so golfa? y Encarna, sudando una gota por cada pelo, le agarró la cabeza y haciendo que acercara su boca a la suya le besó con toda su pasión en la boca y le dijo: “eres un cabronazo pero yo quiero ser tu puta” . El tiempo no daba para más puesto que Cristina le estaba esperando y si tardaba acudiría a buscarle a la habitación encontrándose con todo el pastel. Como Encarna era incapaz de moverse, mientras Pedro se vestía con suma rapidez y se quedaba con la ropa interior de la mujer obligándola a regresar a su habitación completamente desnuda, le dijo que iba a descansar un rato acostada en la cama y que, cuándo se recuperara un poco, llamaría a recepción para que cuándo volviera a ocupar la habitación por la noche la encontrara aseada y limpia.

Pero la intensa actividad sexual que desarrollaba Pedro con Encarna después de comer y con Cristina por las noches hizo que el chico, además de acumular cansancio y sueño, perdiera cinco kilos de peso en diez días a pesar de que se alimentaba muy bien. El grupo de féminas, con su madre y Casilda a la cabeza, decidió proponer a Pedro que, algunas tardes, se desplazaran en tren a conocer localidades próximas contando con él como guía. Al chico, para no descubrir sus relaciones sexuales, no le quedó más remedio que acceder lo que afectó a sus encuentros con Encarna que seguían siendo tan intensos como el primer día ya que la mujer, a pesar de que no se recuperaba convenientemente de un día para otro, sabía como mantenerle bien excitado. Encarna, al enterarse, no se mostró en disposición de que, los días en que llevaban a cabo aquellos viajes, tuviera que privarse de sus sesiones sexuales así que lo planeó todo para pillar a Cristina, bien abierta de piernas, con la braga en las rodillas y la mano de Pedro acariciándola la raja vaginal, haciéndole una paja al chico en el water de señoras de una cafetería para, de esta forma, asegurarse, que los días en que pasaran la tarde de viaje, podría compartir con Cristina sus relaciones sexuales nocturnas.

Aquello no la gustó a Cristina que consideró que Pedro se había dejado chantajear por Encarna sin que, tan siquiera, hubiera intentado evitarlo ó devolverla el chantaje por lo que le dijo: “sigo en la más completa disposición a ser la mujer más cerda, golfa, puta y sumisa que hayas encontrado en tu vida pero a lo que no estoy dispuesta es a compartirte con otra que, para lograr sus propósitos, además te hace chantaje” . Pero, a pesar de su oposición, a Cristina no la quedó más remedio que compartir a Pedro la mayoría de las noches. Al chico le gustaba que las dos mujeres se turnaran chupándole el rabo hasta que, cuándo estaba a punto de correrse, penetraba a una de ellas y la echaba su leche dentro del chocho. Cuándo su corrida era par, esperaba a mearse en el interior de la seta de la fémina y acto seguido, volvía a obligarlas a realizarle otra mamada. Aunque Pedro estaba encantado y ellas se acostumbraron a follar con él la una delante de la otra, Cristina evitaba tener el menor roce con Encarna y un día que esta la tocó el coño mientras meaba se puso como una autentica fiera. Pedro intentó hacer comprender a Cristina que su relación con Encarna iba a acabar y para siempre en pocos días mientras que la que mantenía con ella perduraría. Cristina le contestó que aquel trío no podía continuar durante más tiempo y que había que solucionarlo como fuera y para ello, empezó por hablarle de venirse a vivir de continuo con él y su madre proponiéndole, incluso, trabajar como criada en su vivienda para ganarse el alojamiento, la comida y el sexo. Al ver que su propuesta podía tener éxito, decidió ir más lejos y le dijo que, tras pensarlo mucho, lo mejor era que se casaran. Aquello le pareció una barbaridad a Pedro por la diferencia de edad que existía entre Cristina y él y porque no había llegado a pensar ni remotamente en pasar el resto de su vida con una hembra con más años que él.

Aquella propuesta, un tanto descabellada, de Cristina hizo que Pedro perdiera gran parte de su interés por ella mientras Cristina, que no le perdonaba que se hubiera dejado chantajear por Encarna a pesar de que les había pillado en situación comprometida, tampoco asumió debidamente su negativa a legalizar su situación contrayendo matrimonio a pesar de asegurarle que continuaría siendo una mujer cerda, golfa y obediente y aunque continuaron en contacto ya no fue como antes puesto que dejaron de ir a pasar algunos fines de semana juntos y sus conversaciones telefónicas cada vez fueron más breves y espaciadas en el tiempo.

Pedro volvió, de nuevo, a centrarse en su relación sexual con Amparo, Ana Rosa y Teresa que se había afianzado tanto que, como a Ana Rosa la gustaba verles en “plena acción”, se hizo normal que Pedro se follara tanto a Amparo como a su madre delante de ella de la misma forma que las dos mujeres solían estar presentes cada vez que Pedro se “tiraba” a Ana Rosa sobre todo con intención de chuparle el rabo tras sus corridas ó poner su culo a su disposición para que las penetrara analmente. Pero la fatalidad se cebó medio año más tarde con Ana Rosa que, tras haber pasado un control médico rutinario por la mañana, sufrió una trombosis a media tarde y murió. Aunque Teresa lo llevó bastante bien los primeros días y hasta le confesó a Pedro que, gracias a él, su hija había ido al cielo muy complacida y satisfecha sexualmente, no tardó en derrumbarse. Pedro lamentó mucho que, aunque se la había echado infinidad de veces dentro de su almeja, su leche no hubiera servido para dejarla preñada que era lo que ella quería. El chico observó enseguida que Teresa perdía sus ganas de vivir y aunque la mujer se empeñó en mantener su relación sexual con Pedro llegándole a pedir que la “jodiera” con toda su saña y que la tratara como si fuera una escoria, el vivir sola hizo que nadie se percatara de que su estado mental empeoraba día a día hasta que un día Pedro, que disponía de llaves para poder acceder libremente a su domicilio, la encontró completamente desnuda y despatarrada en la cama. Al acercarse a ella vio que se había tomado un gran número de somníferos y que llevaba varias horas muerta. Las pérdidas de Ana Rosa y poco después y de forma más trágica, de Teresa afectó mucho a la relación que mantenían Amparo y Pedro justo cuándo empezaban a pensar en hacerla aún más estable intentando vivir juntos contando con la gran cantidad de inconvenientes que iba a suponer la ceguera de la chica y la oposición de la madre de Pedro. Amparo, a pesar de que siguió entregándose como el primer día, perdió buena parte de su deseo sexual a cuenta de lo sucedido hasta el punto de encontrarse plenamente satisfecha después de que el chico, tras masturbarla, se la follara y la echara su primer “polvazo” lo que les obligó a reducir la frecuencia que tenían establecidas en sus relaciones hasta que, a pesar de que siguen siendo buenos amigos, acabó por convertirse en una relación esporádica más de Pedro.

En cuanto llegó el verano y a pesar de que Cristina intentó por todos los medios a su alcance que volvieran a pasar sus vacaciones en el mismo lugar, Pedro logró convencer a su madre para ir a pasar su periodo vacacional a Mallorca y como la madre tenía muchas ganas de ir en avión, no dudó en aceptar. Ese año no pudo ir con ellos Casilda ya que su hija acababa de dar a luz a su tercer hijo y tenía que ayudarla ocupándose de la mayor parte de las labores domésticas. Cuándo Cristina se enteró, a través de la madre de Pedro, se enfadó mucho. Pedro, que acababa de comenzar a mantener relaciones con una chica mucho más joven que ella, decidió acabar su relación con Cristina y tras discutir varios días por teléfono llegando incluso a colgarla, logró que no le volviera a llamar más.

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