PEDRO. CARMELA, CARMEN, COVADONGA y DIANA.

Sexta parte de la historia que escribí hace algún tiempo dedicada a Pedro.

Después de finalizar su relación con Lidia, Pedro intentó satisfacerse a través de las llamadas “líneas telefónicas calientes”, que consideraba un engaño y que no tardaron en cansarle, para terminar decidiéndose a poner unos anuncios en algunas publicaciones de carácter semanal buscando una relación estable con mujeres de entre treinta y cincuenta años. A cuenta de tales anuncios se entrevistó con un montón de féminas y durante una buena temporada se relacionó con varias hembras a la vez. Se llamaban Carmela, Covadonga, Diana, Jennifer, María ( Mari ) y María del Carmen ( Carmen ).

Carmela fue la primera en ponerse en contacto con Pedro. Se trataba de una chica joven, con muy buen cuerpo pero no demasiado agraciada de cara que era madre soltera y tenía una hija de tres años fruto de una relación sexual mantenida durante las fiestas de su localidad de origen sin conocer la identidad de quien la dejó preñada. Aunque sus hermanos que, seguían viviendo en el pueblo, la ayudaban, Carmela tuvo que ponerse a trabajar para poder subsistir junto a su hija. En la capital se encontró con el problema de que su hija era un obstáculo casi insalvable para encontrar una ocupación laboral aunque, finalmente, consiguió colocarse en una casa para ocuparse de la vivienda y del señor mayor que residía en ella. La chica, desde que tuvo la niña, sufría con frecuencia dolores de cabeza, tipo migrañas, lo que hacía que muchas veces no pudiera acudir a sus citas con Pedro con el que, eso sí, hablaba con mucha frecuencia a través del teléfono. Un día decidió irse con un chico a la playa y mientras la niña jugaba con la arena, la pareja decidió irse a follar entre unos árboles. Mientras se “daban el lote” les abrieron el coche y se llevaron todo el dinero que encontraron, los móviles y casi toda su ropa lo que les obligó a regresar casi desnudos. La chica estaba bastante preocupada ya que había usado demasiado el teléfono y el hombre para el que trabajaba, la había dado un plazo de diez días para que le abonara el importe de la factura. Carmela, sin un Euro en su poder, decidió recurrir a Pedro para pedirle que la adelantara la cantidad que necesitaba. Le llamó por teléfono y quedaron en verse aquella misma mañana. Pedro la dijo que, ya que la habían robado mientras follaba, era normal que lo recuperara de la misma forma y que la prestaba el dinero con la condición de que durante un par de meses se la pudiera follar dos veces a la semana en su despacho. Carmela, a la que Pedro la gustaba, no dudó en aceptar y cumplió perfectamente su promesa a pesar de que muchos días y al no tener donde dejarla, acudía a su cita en compañía de su hija. La chica le dijo que podían hacerlo delante de ella puesto que, aparte de que se entretenía si se la facilitaba un papel y un lápiz para escribir, estaba acostumbrada. Carmela estaba cautivada con el descomunal rabo de Pedro, la cantidad de leche que la echaba y su potencia sexual. El chico la penetraba tanto anal como vaginalmente y ella le efectuaba unas lentas mamadas que a Pedro le encantaban. Su relación duró bastante más de los dos meses apalabrados ya que a final de mes, en cuanto cobraba, le devolvía el dinero que le debía pero un par de semanas después se lo volvía a pedir puesto que se había gastado todo su disponible y había ocasiones en que no tenía ni para comprarse anticonceptivos. Un día, después de que Pedro se corriera y se meara dentro de su culo tras haberle realizado una sensacional cabalgada anal, le dijo que los hijos del hombre para el que trabajaba habían decidido ingresarlo en una residencia de ancianos y prescindir de sus servicios por lo que, al día siguiente, se iba a su población de origen para permanecer allí hasta que encontrara un nuevo trabajo. Desde aquel día Pedro, al que dejó a deber dinero, no ha vuelto a saber más de la chica.

Carmen era una mujer soltera de más edad que Pedro, que en aquel entonces andaba en torno a los cincuenta años. Se trataba de una mujer sumamente fea que, para completar su desagradable físico, era gorda y tenía un estómago muy abultado. La gustaba vestir de forma elegante y usaba bastante maquillaje pero casi nunca acertaba a pintarse bien y solía aparecer con el carmín de los labios corrido. A Pedro, cuándo la conoció, la pareció más un gigantón de fiestas que una mujer pero pensó que a una hembra así le iba a ser bastante fácil dominarla y someterla pensando en que, más que satisfacerle a él, podía humillarla dejando que sus amigos se la follaran cuándo no dispusieran de otra mujer más apetecible a la que hacérselo. Además, al tener un culo muy voluminoso, pensó que sería sumamente fácil el penetrarla analmente, cosa que creía no iba a tardar en comprobar. Carmen, por su parte, en lo único en lo que pensaba era en casarse cuanto antes y en salir los sábados por la noche a cenar fuera de casa e ir a bailar y repetir lo del bailoteo los domingos por la tarde. Pedro solía quedar con ella sólo los fines de semana y no todos puesto que prefería estar con cualquiera de las otras féminas con las que se relacionaba antes que con ella por lo que muchos días la ponía disculpas, algunas realmente inverosímiles, para no acudir a la cita y desde su primer encuentro la dejó claro que podían quedar un rato el sábado por la tarde pero que por la noche no podía salir ya que tenía que estar pendiente de su madre, de avanzada edad. Pedro, a lo largo de la semana, se proponía intentar el acercamiento sexual con Carmen con idea de empezar a someterla pero, cuándo llegaba el momento de su cita y la veía, se le quitaban las ganas a pesar de que Carmen, aunque temía acostarse con un hombre por temor a que a su edad la dejara preñada, parecía estar en buena disposición para todo lo que la pidiera. Pedro la hizo cada vez menos caso y Mari, en cuanto se hicieron novios, se ocupó de que aquello acabara cuándo, telefónicamente, la comunicó las verdaderas intenciones del chico del que Carmen reconoció que estaba muy enamorada hasta el punto de que hubiera estado dispuesta a permitir que se la follara todo lo que quisiera pero que la parecía indecente que lo que pretendiera fuera humillarla con sus amigos. Carmen logró, unos años más tarde, su propósito y se casó con un hombre mayor que ella. La gustaba pasear muy seria cogida de su brazo. Pero no duró mucho ya que, al padecer diabetes, tenía que ponerse insulina y una noche, dudando si se había inyectado la correspondiente a ese día ó no, se puso una ración doble y falleció mientras dormía.

Covadonga era una profesora universitaria, con cincuenta años recién cumplidos, de pelo rubio, complexión y estatura normal, aire desenfadado y juvenil y muy buen cuerpo, que había logrado pocos meses antes y al parecer, tras “ponerse a plena disposición” de algunos de sus superiores, un puesto fijo en la ciudad en la que vivía Pedro a donde se trasladó dejando el que ocupaba de manera eventual. Alquiló una vivienda en una zona cara y privilegiada pero que era la que más la agradaba y la amuebló a su gusto. Al leer el anuncio de Pedro pensó en que hacer amistad con él y llegar a tener sexo la vendría bien por lo que se decidió a llamarle quedando en conocerse en una cafetería el domingo siguiente por la tarde. Después dieron un paseo que sirvió para que Covadonga, que aún no estaba muy familiarizada con la ciudad, tomara contacto con una zona que no conocía y al anochecer se sentaron en la terraza de una cafetería. Pedro, desde aquel día, fue con frecuencia a buscarla a la universidad y en la cafetería oyó algunos comentarios sobre ella llamándola, incluso, “mala pécora” y “putón verbenero”. Fueron juntos al teatro un par de veces y la segunda ocasión fue Covadonga la que se encargó de sacar las entradas cogiendo una platea en la que, según le dijo a Pedro, iban a estar muy cómodos y nadie les iba a molestar. En el intermedio la chica no quiso moverse de allí y acercándose a Pedro le besó en la boca mientras le acariciaba el rabo por encima del pantalón notando como se le ponía totalmente tieso. “Bájate el pantalón y el calzoncillo y déjame que te mire la polla” le dijo. Pedro la contestó que no era el lugar ni el momento adecuado para ello puesto que podían verles y ella le respondió: “¿quién?, mira a tu alrededor y comprobarás que estamos colocados de forma estratégica para impedirlo” . Pedro hizo lo que Covadonga le había dicho y esta al verle el rabo dijo: “madre mía, vaya pedazo de polla, nunca había visto una tan grande ” y haciendo que Pedro abriera sus piernas empezó a movérsela lentamente con su mano al mismo tiempo que le acariciaba los huevos. Le bajó varias veces toda la piel para vérselo en todo su esplendor y en cuanto impuso unos movimientos más rápidos vio que Pedro no iba a aguantar demasiado por lo que procedió a metérsela en la boca y se la chupó con ganas haciendo que, en poco más de un minuto, la echara una gran ración de leche en la garganta que Covadonga se tragó complacida. En cuanto se sacó el rabo de la boca y volvió a movérselo despacio con su mano sin dejar de pasarle el dedo gordo por la abertura le preguntó: “¿siempre echas tanta leche?” y Pedro la contestó afirmativamente. No dio tiempo a más pues la obra siguió y al apagarse las luces, el chico volvió a ponerse la ropa y se sentó convenientemente. Covadonga esperó unos minutos para, aprovechando la oscuridad, subirse la parte posterior de su falda y sentarse encima de Pedro de manera que su culo, a través de la braga, entrara en contacto con el rabo del chico, a través de su pantalón y calzoncillo. Se movió lentamente y enseguida, al notar las excepcionales dimensiones del miembro, exclamó: “Dios mío, como se te ha puesto otra vez” . La mujer no abandonó su acomodo hasta que acabó la obra y al salir del teatro fueron a tomar una copa. Covadonga accedió a hacerle una paja lenta en el ascensor de su domicilio con la intención de que echara otra buena cantidad de leche y se meara delante de ella. Al terminar le dijo que estaba dispuesta a “aliviarle” siempre que quisiera pero que, de momento, no quería llegar a más.

Pero Covadonga cambió de opinión cuándo otra tarde quedaron en encontrarse en una discoteca para bailar y cuándo llegó se encontró a Pedro acompañado de dos de sus amigos y de Carmen, a la que Covadonga llamaba “Miss Universo”. Aquello no la gustó y además de pasarse la mayor parte de la tarde pegada a la barra, cuándo Pedro fue a buscarla al día siguiente a la universidad le propuso, que además de chuparle el rabo y hacerle pajas cuándo quisiera, la gustaría que la “jodiera” al menos una vez a la semana y quedaron de acuerdo en hacerlo en casa de Covadonga los martes después de la comida en una sesión que no podía sobrepasar la hora de duración y los viernes por la noche, tras cenar juntos en el domicilio de la chica, sin límite de tiempo.

Covadonga decidió tomar la iniciativa en la sesión de los martes demostrando que la gustaba la variedad aunque, una vez al mes, se dedicaba a hacerle una paja lenta y después de disfrutar viendo como echaba a chorros su leche, chupársela para que volviera a repetir pero en esta ocasión en su boca y meándose tras la corrida. La agradaba que, después de correrse, la echara su pis por todo el cuerpo desde la cara a los pies pasando por sus tetas, el estómago, el exterior de su coño y las piernas. Otra cosa que solía llevar a cabo con frecuencia era hacer que Pedro se acostara boca abajo con las piernas muy abiertas para acariciarle la masa glútea y la raja del culo, antes de penetrarle varias veces tanto con sus dedos como con un vibrador y darle por el culo con la ayuda de una braga-pene que disponía de un conducto que conectado a su vejiga urinaria hacía que, al mearse, el pis llegara a la punta del pene y cayera dentro del culo del chico con lo que se le reblandecía la mierda. La gustaba encularle hasta que Pedro se cagaba y que, tras hurgarle con sus dedos mientras el chico hacía grandes esfuerzos por retener la salida de su mierda, echara una buena cantidad de caca. Como casi siempre era sólida la recogía y la empaquetaba con intención de restregarse con ella cuándo por las noches, estaba muy salida y debía “hacerse unos dedos”. Hubo ocasiones en que congeló algún “chorizo” gordo y largo diciendo que aquello, además de estar muy apetitoso, una vez congelado la permitía usarlo como un “juguete” más para introducírselo por delante y por detrás ó podía comérselo cuándo la apeteciera.

Las sesiones nocturnas de los viernes eran de mucha duración por lo que, al terminar, dormían juntos hasta el mediodía del sábado. En ellas Covadonga ponía a prueba la gran potencia sexual de Pedro y aunque decía que era excitante que, cada noche, la mojara con su leche cuatro ó cinco veces y la echara dos ó tres meadas y que nunca lo había hecho con ningún hombre dotado de un rabo tan grande y con tan elevado número de corridas, intentaba y algunas veces lo lograba que se superara. Covadonga le decía que la leche existente en los huevos de los hombres se repone con facilidad y que si no se echaba se renovaba cada tres días por lo que en el caso de Pedro había que evitar a toda costa la renovación para que sólo existiera la reposición mediante esperma bien fresco. Lo cierto es que Covadonga permitió que, poco a poco, Pedro se convirtiera en el dueño y señor de la sesión sexual de los viernes por la noche pudiendo hacer con Covadonga lo que quisiera, incluso atarla, azotarla ó lo más habitual, ponerla el culo como un tomate con sus cachetes; utilizar con ella buena parte de los “juguetes” de que disponía la mujer y especialmente las bolas chinas, los vaciadores urinarios, unos vibradores muy potentes y unos consoladores de rosca que la provocaban unas corridas impresionantes tanto cuándo la atravesaban por completo el útero como cuándo entraban hasta el fondo de su intestino provocándola unos completos vaciados intestinales. Pedro consiguió hacerse con unos fórceps y a Covadonga le gustaba que se los pusiera para que la pudiera realizar unas exhaustivas y largas exploraciones tanto visuales como táctiles del interior de su almeja mientras que ella la que le pedía es que cuándo la penetraba, tanto anal como vaginalmente, se la follara con movimientos muy rápidos y la echara la leche con su rabo completamente introducido en su interior de manera que la cayera en el fondo de su intestino ó cerca de los ovarios ya que, a su edad y con la menopausia superada, no podía quedar preñada. Pedro se la “tiraba” en cualquier posición aunque, como a la mayoría, la gustaba que la “jodiera” a cuatro patas; echada sobre él con las piernas cerradas; cruzados ó cabalgándole para poder sentir como la golpeaban sus huevos que Covadonga deseaba que la metiera dentro.

Cuándo la relación entre Covadonga y Pedro estaba consolidada y habían decidido llevar a cabo sus sesiones sexuales cuatro días a la semana, los martes y jueves después de comer y los viernes y domingos por la noche, los padres de la chica decidieron ir a pasar una temporada con su hija. Covadonga pensaba que sólo estarían unos días ó como mucho, un par de semanas y por ello, acordaron no mantener ningún contacto sexual durante su estancia que se fue prolongando y Covadonga empezó a sentir una imperiosa necesidad de que Pedro se la follara. El chico la propuso llevarlo a cabo en su oficina pero sus horarios de trabajo eran similares y a Covadonga no la apetecía hacerlo siempre en el despacho de Pedro donde quedaban después de comer ó alrededor de las nueve y medía de la noche en que la oficina del chico estaba cerrada. Como, al hacerlo fuera de su casa, la agradaba variar decidieron llevarlo a cabo en las instalaciones universitarias unos días tras la comida y otros por la tarde cuándo Pedro salía de trabajar. Pero allí no lograron dar con el lugar adecuado. Empezaron llevándolo a cabo en el despacho de Covadonga pero un día estuvo a punto de pillarles en “plena faena” uno de los vigilantes de seguridad al realizar su habitual ronda para comprobar quien quedaba en el edificio. Después lo hicieron en el water de profesoras pero más de un día, sobre todo cuándo lo hacían después de comer, tenían que detener su actividad para que los gemidos de Covadonga no la delataran ante sus compañeras. Finalmente, se encerraron en un archivo que se usaba muy pocas veces donde pudieron disfrutar de intimidad y sosiego hasta que, un día y cuándo Covadonga le estaba realizando una cabalgada vaginal a Pedro, otra profesora entró en el archivo usando la llave maestra. La cosa no trascendió pues la profesora les dijo que no había visto nada pero a Covadonga la molestó que junto a ella hubieran entrado dos de las alumnas con las que mantenía relaciones sexuales lesbicas. Después de aquel incidente lo volvieron a hacer, aunque de forma más esporádica, en el despacho de Pedro mientras esperaban que los padres de la chica se decidieran a irse para reanudar sus sesiones sexuales en su domicilio. Aunque mantuvieron un contacto bastante regular, el que los progenitores tardaran más de seis meses en decidir volver a su localidad de origen hizo que su relación se enfriara y Pedro decidiera dejar de mantener encuentros sexuales con ella. Covadonga le llamó muchas veces con intención de volver a relacionarse pero Pedro tenía sexo como “para dar y tomar” por lo que la fue dando largas hasta que la chica se cansó de llamarle y su relación se rompió por completo. Covadonga, tras ello, decidió pedir una plaza en propiedad en la universidad de su Asturias natal, que ocupó el curso siguiente.

Diana era una mujer separada con poco más de treinta años con dos hijos, niño y niña, de corta edad. Después de haber trabajado durante su juventud como azafata de congresos y recepcionista en un hotel en aquel momento desarrollaba su actividad laboral en la cocina de un hospital lo que, según ella y a base de sudar la gota gorda todos los días por el calor que pasaba, la daba para comer y la mantenía delgada y esbelta. Su marido había sido un hombre dominante, vicioso y fetichista al que, aparte de conservar las prendas íntimas de las féminas a las que se “tiraba”, le gustaba coleccionar los pelos pubicos y a ser posible bien impregnados en flujo y pis, de las hembras. Lo único que le importaba era tener a Diana debajo de él y follársela varias veces al día. La chica se casó muy joven y preñada lo que lo obligó a abandonar sus estudios universitarios. No tardó en observar que su marido, además de beber más de la cuenta, era un autentico mujeriego. Durante el embarazo, a Diana la disminuyó de forma considerable su deseo sexual y su marido empezó a pegarla ya que le excitaba hacérselo con el “bombo” y esa era la única manera de conseguir que la chica se dejara “cepillar”. Después de nacer el niño se hizo habitual el mostrarse muy violento con ella llegando, incluso, a darla verdaderas palizas por cualquier cosa sin importancia. Una noche la chica acabó en urgencias y aunque no le denunció, decidió separarse de él. Pero meses más tarde, el hombre la pidió perdón por su comportamiento y Diana, que le quería, le perdonó. Volvieron a vivir juntos y no tardó en engendrarla a la hija y la historia se repitió pero, esta vez, con el agravante de que casi todos los días llegaba a casa borracho y tras obligarla a exhibirse, completamente desnuda y luciendo el “bombo”, en las escaleras y la terraza de su casa donde la hacía tumbarse sobre sus piernas y tras ponerla el culo como un tomate pellizcándola y dándola cachetes, la metía dos y tres dedos en el ano y la forzaba con ganas hasta que la provocaba la cagada que la hacía retener hasta que, cuándo lo consideraba oportuno, la sacaba los dedos e insultándola y la gritaba: “ya está cagándose otra vez la muy cerda” para que se enteraran los vecinos mientras muy complacido y excitado no apartaba la vista de su culo y contemplaba la salida masiva de la mierda. Sin dejarla que vaciara por completo su intestino la obligaba a colocarse boca abajo y poniéndola la punta del rabo en el ano, se echaba sobre ella y se lo metía hasta el intestino con lo que la caca que todavía la quedaba en su interior no encontraba por donde salir y Diana, además de aguantar los dolores propios de la penetración anal, tenía que soportar las molestias que la originaba el retener su mierda. Después, su actividad sexual continuaba en su habitación donde la penetraba vaginalmente. Pero no contento con ello decidió que, un día si y otro también, luciera su “bombo” completamente desnuda delante de sus amigos antes de que pudieran presenciar como se la “tiraba”. Un día, en avanzado estado de gestación, Diana se opuso a que la penetrara vaginalmente echado sobre ella y su marido la dio una paliza descomunal. Finalmente, se la “cepilló” con un deleite muy especial sin percatarse de que la chica “rompió aguas” mientras se la follaba. Diana, en cuanto su marido la sacó el rabo, le dijo que estaba a punto de dar a luz. “Cállate, puta, que aún te tengo que follar muchas veces en el mes y medio que te queda” y vistiéndose, la dejó con los dolores propios del parto. Una vecina que la oyó gritar acudió en su ayuda y aunque se apresuró a llamar a una ambulancia, Diana parió prematuramente en el portal de su casa y estuvo a punto de perder a la niña. Cuándo salió del hospital decidió abandonar a su marido, que no la había ido a visitar ni un solo día ni tan siquiera por conocer a su hija e irse a vivir con sus dos hijos a un piso amueblado que sus padres tenían deshabitado en aquel momento y del que su marido no sabía nada. Había pasado muchos años centrada en sus hijos y sin relacionarse con ningún hombre hasta que, tras leer el anuncio de Pedro y sin saber muy bien porqué, decidió llamarle. Se citaron la tarde de un domingo y estuvieron hablando casi dos horas sentados en la terraza de una cafetería. Unos días después fueron juntos al cine y empezaron a quedar los días en que Diana se ocupaba de realizar las compras para su casa ó decidía salir de tiendas a comprarse ropa puesto que la gustaba que Pedro la diera su opinión sobre todo porque lo que quería era complacerle y gustarle con su manera de vestir mostrándose ante él mucho más atractiva y sugerente. De esta forma y sintiéndose muy atraída por el chico, empezó a ponerse vestidos con faldas muy cortas que, además de permitirla lucir sus bonitas piernas, la daban un aspecto mucho más juvenil.

Aunque se abrazaban, se besaban en la boca y solían restregar sus cuerpos lo que la permitió percatarse de que Pedro estaba dotado de un rabo aún más gordo y largo que el de su ex marido, tardaron bastante tiempo en acostarse juntos. Ambos tenían muchas ganas de hacerlo pero no disponían de un lugar donde mantener sus encuentros sexuales ya que Diana no quería visitar a Pedro en su oficina y menos para eso y se negaba a que lo llevaran a cabo en la habitación de un hotel ó en los lugares, al aire libre, en que por la noche lo hacían muchas parejas. Un día dieron un largo paseo y Pedro, sin que ella lo supiera, la llevó a una zona de pinares donde solían ir a follar los jóvenes. Según se fueron adentrando entre los pinos empezaron a ver a parejas que lo estaban haciendo en múltiples posiciones. La respiración de Diana era cada vez más agitada pero la chica miraba sin hacer el menor comentario. De repente dieron con una furgoneta en la que, por los movimientos, resultaba más que evidente que estaban follando. Aunque Diana no quería Pedro la obligó a acercarse. Las puertas traseras estaban completamente abiertas y en su interior tres hombres se estaban follando a dos chicas muy jóvenes. Pero la mirada de ambos no tardó en centrarse en el exterior donde, a pocos metros de la furgoneta y sobre una toalla de baño, otro hombre estaba haciendo lo propio con una cría de pelo rubio y largo. Cuándo este último, después de correrse dentro del chocho de la chica, la extrajo el rabo lleno de flujo y de leche, Diana explotó y le dijo a Pedro: “por favor, tócame, mastúrbame y hazme tuya” . Pedro se apresuró a colocarse detrás de ella y tras subirla la corta falda y bajarla ligeramente su braga de color rosa, procedió a apretarse contra ella de manera que su rabo, a través del pantalón y el calzoncillo, quedara en contacto con la raja del bonito y redondo culo de la chica mientras la acariciaba la seta con su mano extendida. Diana estaba tan caliente que sólo con aquello y sin apartar su vista de la actividad sexual que se estaba llevando a cabo en el interior y exterior de la furgoneta llegó al clímax y a continuación, le incitó a que la masturbara. Pedro la introdujo dos dedos en el coño y empezó a moverlos con energía y rapidez mientras, metiendo la mano izquierda por los tirantes del vestido, procedía a apretarla una de sus tetas. Pedro había tenido ocasión de ver a muchas mujeres correrse con intensidad y rapidez pero nunca con tanta celeridad como Diana. En diez minutos había alcanzado medía docena de orgasmos y totalmente salida, hizo que Pedro la sacara los dedos para arrodillarse delante de él y bajarle el pantalón y el calzoncillo dejando su polla al descubierto. En cuanto la vio exclamó: “que pedazo de polla, vaya maravilla y que huevazos” y tras moverle el rabo unos segundos con sus manos sin apartar su vista de él, se lo metió en la boca. Pedro también estaba caliente y aunque la avisó de que estaba a punto de correrse, Diana se ocupó de que la echara la leche en la boca. La chica, tras tragarse todo su líquido, dejó de chuparle el miembro y le dijo que nunca había sentido una corrida tan abundante como que acababa de echarla. Mientras se dedicaba a moverle el rabo con su rabo y a acariciarle los huevos volvió a mirar la actividad sexual que se desarrollaba cerca de la furgoneta viendo que a la cría rubia, colocada a cuatro patas sobre la toalla de baño, se la estaba “cepillando” uno de los hombres a los que, antes, había visto dentro del vehículo. De repente y entre los gemidos de la joven, oyó que la decía: “toma, puta, toda mi leche para ti” . Diana debió de pensar que, mientras a aquella cría se la estaban follando los cuatro hombres y uno tras otro la echaban su leche, ella estaba sumamente necesitada de sexo. Incorporándose, se desnudó por completo y echándose boca arriba sobre la hierba, le dijo a Pedro: “jódeme, méteme bien dentro esa gran polla”. Pedro despojándose del pantalón y del calzoncillo, que seguían en sus tobillos, se echó sobre ella, la penetró vaginalmente y comenzó a “cepillársela” muy lentamente. Pero Diana era una autentica maquina corriéndose y además de llegar al clímax un montón de veces en poco tiempo y muchas veces juntándose dos orgasmos, no tardó en mearse de gusto mojando los huevos a Pedro lo que acabó de excitarle haciendo que la echara una soberbia cantidad de leche que Diana recibió, entre algunas convulsiones de su cuerpo y gemidos, muy complacida. Unos segundos más tarde, Pedro remató la sesión meándose en el interior de su almeja y con su pis la provocó otra excepcional corrida. Sin permitir que la extrajera el rabo, Diana se abrazó a Pedro con fuerza y le besó apasionadamente. Al cabo de unos minutos le preguntó: “¿puedes echarme más leche? ” y el chico la contestó afirmativamente. Diana le animó a seguir follándosela y cuándo la chica estaba totalmente entregada y Pedro se encontraba a punto de echarla una nueva ración de leche dentro del chocho se percataron de que, cerca de ellos y sin quitarles la vista de encima, estaba en cuclillas meando y cagando la cría rubia que, al darse cuenta de que se habían percatado de su presencia, les preguntó: “¿habéis jodido mucho?” . Pedro, que se encontraba más que a punto, no pudo hacer nada por contener la salida de su leche y a Diana, además de gemir y llegar al clímax, se la volvió a contorsionar todo el cuerpo. La cría la dijo: “que gustazo ¿eh?, ¿te ha echado mucho? ”. Sin recibir ninguna contestación permaneció muy atenta y en cuanto Pedro la extrajo el rabo y se incorporó, se abalanzó sobre Diana y poniéndose a cuatro patas entre las abiertas piernas de la chica la dijo a Pedro que la diera por el culo mientras ella se ocupaba de comerla la seta a Diana. Pedro, hizo lo que la había dicho y tras abrirla el ano con su mano viendo que lo tenía impregnado en su caca, la colocó la punta del rabo y se lo introdujo hasta los huevos. Diana se encontraba tensa y violenta viendo como la cría se deleitaba con su almeja pero, poco a poco, empezó a gustarla y aparte de que se corrió con intensidad otras dos veces, se meó en la boca de la cría a la que, un poco después, Pedro la echó una buena cantidad de leche dentro del culo. La chica le pidió que la siguiera enculando pero Diana, después de vaciarse por completo, volvió a sentirse incomoda, sobre todo cuándo, aparte de la lengua, la joven rubia la metió dos dedos y la forzó mientras comentaba que tenía un chocho muy bonito y jugoso con un flujo sabroso. Pedro, finalmente, la sacó el rabo del culo y la cría se apresuró a darse la vuelta, echándose casi encima de Diana y abriéndose con sus manos los labios vaginales, le incitó a que la metiera el rabo si era capaz de echarla más leche. Diana la empujó para quitársela de encima mientras Pedro se echaba sobre ella y procedía a “tirársela” vaginalmente. A Diana no la gustó aquello y menos cuándo, después de ponerse de pie, uno de los hombres de la furgoneta se acercó a ella y a pesar de la oposición de Diana, la obligó a separarse del lugar donde Pedro se estaba “cepillando” a la cría rubia y empezó a tocarla hasta que se decidió a introducirla dos dedos vaginalmente y la masturbó. Pedro, ajeno a todo, seguía sobre la chica que, cogiéndole con fuerza de la masa glútea, le apretaba contra él y no dejaba de decirle: “házmelo más rápido para que pueda correrme más veces” . Diana comenzó a llorar de impotencia y estuvo a punto de gritar cuándo el hombre, después de masturbarla, la ató de cara a un árbol y tras hacer que abriera bien las piernas, empezó a hurgarla con sus dedos en el culo al mismo tiempo que la acariciaba la raja vaginal con su mano extendida. Pedro acababa de correrse dentro de la seta de la cría que, retorciéndose de placer, no decía: “eres un semental, que gusto, que gusto” y al ver lo que ocurría, reaccionó y sacando su rabo del interior del coño de la joven, separó a al hombre, que estaba a punto de penetrarla analmente, de Diana diciéndole que aquella mujer era sólo para él y que la dejara en paz. Señalando a la joven de pelo rubio le indicó que se lo hiciera a aquella puta. El hombre le contestó: “amigo, no te enfades, yo estoy aquí para vaciar mis huevos no para pelearme ” y tras pasarla la mano extendida por la almeja a la cría, que se había colocado a su lado y decirla: “pero que golfa eres” , la cogió de su pelo rubio y se separó unos metros de Diana y Pedro para obligarla a arrodillarse y a chuparle el rabo. Diana se enfadó con Pedro por no haber evitado que aquel hombre la tocara, la masturbara, la hurgara reiteradamente en el culo e intentara penetrarla analmente pero el chico se disculpó diciéndola que no se había percatado de nada. Ella le contestó: “claro, estabas muy ocupado jodiendo a la putita rubia” . Aquel incidente hizo que, después de vestirse, decidieran separarse y que durante varias semanas no hubiera la menor comunicación entre ellos.

Pero se reconciliaron después de mantener una nueva y larga conversación en la terraza de una cafetería. Diana le dijo que, aunque hasta entonces no los había tomado nunca, había conseguido en el hospital en el que trabajaba un buen surtido de anticonceptivos que pensaba empezar a tomar de inmediato puesto que, aunque la gustaría que Pedro la hiciera uno ó dos hijos más, de momento quería disfrutar y sin límites del sexo. Se pusieron de acuerdo en hacerlo en casa de Diana la noche de los miércoles, en una sesión de una hora de duración y no más de dos polvos y de los sábados, en que su contacto podía ser y lo fue, mucho más prolongado. Como las semanas que a Diana la tocara trabajar en horario de tarde salía a las diez y tenía que recoger a sus hijos, bañarles, darles de cenar y acostarles, Pedro solía llegar a su domicilio de once y medía a doce menos cuarto. Diana, además, le pidió que no la penetrara analmente más de una vez a la semana ya que, tras darla por el culo, la solía escocer mucho el ano y padecía durante varias horas un molesto proceso diarreico. Asimismo, le advirtió que tuviera mucho cuidado con los mensajes que la dejaba en el contestador telefónico puesto que sus hijos sabían como utilizarlo y podían escucharlos. Su relación se ajustó a lo acordado y se desarrolló de manera muy satisfactoria para ambos. A Diana la gustaba que, tras chuparle a Pedro el rabo hasta dejarle muy próxima a la corrida, este se ocupara de apretarla y de mamarla las tetas, masturbarla y comerla el chocho de manera que estuviera de lo más salida y entregada cuándo la penetrara. La encantaba que Pedro la introdujera el rabo vaginalmente colocada a cuatro patas ó con sus piernas apoyadas en los hombros del chico lo que la permitía incorporarse ligeramente y excitarse aún más al ver como el miembro de su amigo entraba y salía de su cuerpo. Pero, a pesar de que intentaban no hacer ruido y hablar bajo, Diana gemía y jadeaba mucho con sus orgasmos y estos, además, eran muy frecuentes lo que provocaba que sus hijos se despertaran. Más de un día tuvieron que interrumpir su sesión sexual para que Diana se pusiera una bata y acudiera a su habitación pero, al cabo de varios meses, los críos decidieron levantarse e ir a la habitación de su madre. La primera vez Diana se percató de que se dirigían hacía allí y Pedro supo reaccionar sacándola el rabo y escondiéndose debajo de la cama mientras ella se levantaba y se ponía una bata pero la segunda no se dieron cuenta de su presencia hasta que la niña pequeña preguntó: “mamá, ¿Por qué le dices jódeme más? ¿Qué es jódeme?” . La pareja no sabía que hacer ni decir. Pedro se separó de Diana quedando a la vista de los críos su enorme rabo y el niño dijo: “hala que gorda tiene la colita” . Diana, levantándose totalmente desnuda, les preguntó que cuanto tiempo llevaban allí y ellos la contestaron que desde que ella había dicho: “métemela ya y jódeme” y Pedro había procedido a colocarla las piernas en sus hombros. Diana se dio cuenta de que, desde aquello, había pasado bastante tiempo y que sus hijos habían estado presentes en las dos últimas corridas de Pedro. Aquello hizo que Diana decidiera, de manera unilateral, suspender sus sesiones sexuales hasta que encontraran otro lugar en donde llevarlas a cabo sin que sus hijos pudieran verles. Como la chica se negó a hacerlo en público ó en la oficina de Pedro, su relación se fue enfriando hasta que Mari se ocupó de que acabara cuándo, llamándola por teléfono, la dijo que se había convertido en la novia de Pedro.

En aquellos años empezó a proliferar la llegada de cubanas y dominicanas con la intención de casarse y quedarse a vivir aquí. Jennifer era una chica de nacionalidad cubana que Pedro nunca supo si estaba en el país en situación legal ó ilegal. Lo cierto es que la chica, tras leer su anuncio, lo llamó y le indicó que tenía interés en intentar formalizar una relación estable con él. Quedaron en conocerse al día siguiente en su oficina. Jennifer fue acompañada de otra mujer que, según le dijo, era su mejor amiga. La mujer le explicó que la chica se alojaba en su casa hasta ver que sucedía pues su intención era encontrar trabajo para poder quedarse a vivir. Por lo que explicó, ella ya había dado el “braguetazo” y tras quedar preñada y tener un hijo, se había casado con un español del que se acababa de separar. La mujer le invitó a visitarlas en su casa siempre que quisiera y el hacerlo de una manera tan abierta no le gustó demasiado ya que pensó que, si lo hacía, la mujer dominicana se iba a convertir en una puta que iba a intentar que se la “cepillara” a cambio de dinero. Pero como con quien iba a salir era con Jennifer y no con ella, decidió que sin ir a su domicilio se evitaría la encerrona sexual que se imaginaba por lo que cuándo iba a buscar a la chica, por más que la mujer dominicana se empeñara en que subiera ó la esperara en el portal, siempre permanecía alejado varios metros de la vivienda. Jennifer, que tenía treinta y un años, era mestiza, de estatura normal tirando a baja y de complexión normal, al no tener nada mejor que hacer empezó a visitarle en su oficina presentándose siempre lo más elegante, limpia y sugerente que podía. A los pocos días comenzaron a encerrarse en el despacho para que Jennifer se prodigara en hacerle pajas. Siempre se las hacía a su ritmo, que no era ni demasiado lento ni demasiado rápido y sin dejar de tocarle con su mano libre el culo. Al notar que le quedaba muy poco para correrse, le metía un dedo en el ano y le hurgaba enérgicamente mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos con lo que lograba que Pedro sintiera un gusto muy intenso y echara a grandes chorros una de sus excepcionales raciones de leche que, a pesar de estar bastante alejados de ella, varios días llegaron hasta la pared. Después de que echara su líquido la gustaba que el chico, apoyado en la mesa y con las piernas muy abiertas, la dejara acariciarle los huevos al mismo tiempo que le lamía el ano y le hurgaba en su interior con sus dedos provocándole más de un día la cagada. Pero al ver que aquel rabo daba mucho más de si la chica, sin dejar de hurgarle en el culo, seguía moviéndoselo cada vez más deprisa. Había momentos en que le bajaba toda la piel, se lo miraba en todo su esplendor con los ojos bien abiertos, le echaba saliva en la punta y continuaba con su cometido hasta que el hombre se volvía a correr y un poco después se meaba. Jennifer con su mirada fija en el rabo, solía decirle: “cuanta leche calentita y que rica meadota has echado” . A lo que la chica no se mostró dispuesta fue a chuparle el ”instrumento” ya que su amiga dominicana la había dicho, equivocadamente, que con el sexo oral los “españolitos” la podía trasmitir varias enfermedades. Pedro empezó a ocuparse de buscarla un empleo y la iba dando pequeñas cantidades de dinero para que, poco a poco, fuera renovando su vestuario pero Jennifer de lo que más se preocupaba era de comprarse ropa interior. Con la disculpa de enseñársela, logró que el hombre la apretara y mamara las tetas, que era una cosa que la ponía muy caliente; la masturbara; la comiera la seta; la lamiera el ano y la hurgara con sus dedos en el culo con regularidad. La chica, por cierto, tenía un culo voluminoso pero muy apetitoso y a pesar de que la hurgaba con ganas aguantaba perfectamente la salida de la mierda ya que, según le dijo, estaba acostumbrada puesto que en su país era normal que las mujeres se hicieran “aquello” mutuamente desde muy jóvenes. Un día, cuándo Pedro se estaba ocupando de su culo con ella colocada a cuatro patas, la chica le dijo: “papito, por favor, méteme tu gran rabo por detrás” . Pedro, lógicamente, no se lo pensó y tras desnudarse por completo, la colocó la punta de su rabo en el orificio anal, bastante dilatado. Cogiéndola con fuerza de la cintura, ambos apretaron al mismo tiempo. Pedro se quedó sorprendido de la facilidad con la que su “instrumento” entró por completo en el interior del culo de la chica y le pareció como si se hubiera preparado para aquel momento. La enculó con ganas mientras Jennifer, haciendo que la apretara con fuerza las tetas, le decía: “así, así, dame con fuerza” . Pedro no tardó en correrse y la echó una espléndida cantidad de leche mientras la chica, en pleno orgasmo, se meaba. Fue entonces cuándo notó que Jennifer había liberado su esfínter y que se estaba cagando. Aunque la chica se opuso, la sacó el rabo con la misma facilidad con la que se lo había metido y cogiendo la papelera se la colocó debajo. Jennifer le indicó que la mantuviera bien abiertos los labios vaginales mientras cagaba y en cuanto Pedro lo hizo, salió en tromba una gran cantidad de mierda líquida. La cagada, aunque fue disminuyendo en cantidad e intensidad, duró un par de minutos y Jennifer le dijo: “que gusto me has dado y que placer estoy sintiendo cagándome delante de ti después de que me hayas dado por el culo” . A partir de aquel día se hizo habitual que Pedro la diera casi diariamente por el culo, incluso cuándo estaba con la regla, aunque Jennifer, se cagara ó no, le obligaba a sacarla el rabo un poco después de que se corriera y ella llegara al clímax para que se meara en su boca y en sus tetas. Aquello hizo que en los armarios del despacho de Pedro siempre haya varios rollos de papel higiénico, determinados “juguetes”, toallas húmedas desechables, bayetas para limpiar el suelo y bolsas de gran resistencia en las que poder depositar grandes cantidades de excrementos. Más difícil le resultó lograr que Jennifer se dejara penetrar vaginalmente ya que quería que la metiera el rabo con condón y Pedro nunca los había usado puesto que siempre se había corrido a pelo. Jennifer, finalmente, los compró con parte del dinero que la daba Pedro y se los ponía antes de que, tumbándose en la mesa con las piernas muy abiertas, permitiera que se la follara vaginalmente haciendo que Pedro la apretara con fuerza las tetas mientras se la “tiraba” con movimientos rápidos para hacer que sus orgasmos fueran frecuentes y muy intensos. La chica cada vez que llegaba al clímax gemía y levantaba su culo lo que permitía que Pedro la pudiera introducir más profundo el rabo. Jennifer le decía: “tienes la polla tan larga que noto que me ha atravesado por completo el útero” . El hombre, finalmente, se corría y aunque la echaba mucha leche no le agradaba que, además de que tardaba más en correrse, en lugar de salir con fuerza para caer en los rincones más incógnitos del interior del coño femenino, quedaran depositados en el condón. La chica, además, le hacía sacarla el rabo enseguida para proceder a cambiarle la goma por otra provista de estrías, con la que se incrementaba el gusto de la fémina, antes de que, generalmente colocada a cuatro patas ó cabalgándole, la penetrara de nuevo vaginalmente hasta que Pedro volvía a correrse. Como el chico tenía una excepcional potencia sexual Jennifer decidió sacar buen provecho de ello y sus sesiones sexuales, que de lunes a viernes eran diarias e incluso, lo hacían algunos sábados por la mañana, comenzaba siempre haciéndole una paja. Una vez que la leche salía a borbotones, Pedro la masturbaba y la comía la almeja hasta que, cuándo Jennifer estaba totalmente salida, la penetraba analmente recibiendo la chica en el interior de su culo otra ración de su líquido y una buena meada. Como la chica solía cagarse en cuanto la sacaba el rabo la dejaba vaciar su intestino puesta en cuclillas encima de la papelera antes de continuar, provisto de condón, con una buena cabalgada ó penetrando por vía vaginal a Jennifer, colocada a cuatro patas, hasta correrse dentro de su chocho para finalizar volviendo a meterla el rabo en la seta, en esta ocasión tumbada boca arriba en la mesa, tras el oportuno cambio de preservativo y permaneciendo Pedro de pie. Muchos días, cuándo el chico se meaba por segunda vez, Jennifer se apresuraba a quitarle el condón para que la echara el pis en las tetas y en el exterior del coño y del culo. Pero este considerable aumento de su actividad sexual coincidió con la pretensión de Jennifer, seguramente influenciada por su amiga dominicana, de que Pedro la diera regularmente más dinero para poder cubrir otras necesidades que no fueran las de su ropa. El chico se negó rotundamente. Jennifer le explicó entonces que era madre soltera y que había dejado a su hijo de siete años en Cuba al cuidado de su abuela que era muy mayor y apenas tenían para alimentarse. Pedro no se dejó convencer y realizó múltiples gestiones para que el dinero que le pedía lo ganara trabajando. La encontró varias ocupaciones pero en ninguna duraba nada pues no tenía experiencia y no era una persona demasiado deseosa de aprender. Ella pretendía trabajar como manicura en una peluquería de señoras pero su pretensión resultaba complicada y difícil. Al estar trabajando, un día en una cosa y otro en otra, impedía que pudiera visitar a Pedro y si este la echaba en falta, Jennifer cada vez sentía más deseos sexuales. Un domingo que libró en una ocupación laboral en la que duró dos semanas lo pasaron encerrados en la habitación de un hotel de manera que tanto Jennifer como Pedro quedaron más que satisfechos y pocas semanas más tarde repitieron la experiencia al irse juntos a pasar el fin de semana a Avila. Una vez más, no salieron de la habitación del hotel nada más que para las comidas y Jennifer accedió, por fin, a que Pedro la penetrara vaginalmente sin condón y la echara libremente su leche seguramente pensando en que la dejara preñada para poder atarle a ella. Pero el chico, a través de unas cartas que le dio para que las hiciera llegar a su destino, se enteró de que Jennifer se había dedicado desde su niñez al sexo, tanto ocasional como turístico y que, además de que en Cuba mantenía relaciones sexuales lesbicas con varias mujeres, tenía muy bien programada su agenda sexual para que unos determinados jóvenes la dieran unos días por el culo y otros la penetraran y sin condón, vaginalmente. Aquello hizo que, después de conseguirla un trabajo en una casa para cuidar a unas personas mayores en el que tampoco duró mucho tiempo, su relación sexual se enfriara y su contacto pasara a ser mínimo. La chica quiso arreglarlo y accedió gustosa a ir con él a Madrid cuándo le habló de pasar allí el fin de semana siguiente. Lo que no se esperaba es que les iban a acompañar un amigo y Carmen, “Miss Universo”, con la que, en principio, debía de compartir la habitación del hotel. Se sintió aliviada cuándo consiguió localizar a otra mujer dominicana a la que conocía y esta, tras ir a buscarla, se la llevó como huésped a su domicilio. Sólo apareció el sábado por la tarde para ir con ellos al Parque de Atracciones. Intentó infructuosamente hablar con Pedro que no la hizo el menor caso ya que el chico estaba dolido puesto que su idea era la de haberse hecho con otra habitación para pasar las noches junto a Jennifer pero su “espantada” lo impidió. El domingo acababan de empezar a comer cuándo le llamó para decirle, tres horas antes de la hora prevista para su viaje de regreso, que le estaba esperando en el salón del hotel en que se había alojado. Después de aquello volvió varias veces a la oficina de Pedro con la intención de solucionar su situación. Pero el primer día uno de los compañeros del chico que estaba en trámites para traerse a vivir con él a otra chica cubana se metió en el despacho y ambos se pusieron a hablar del tema mientras Pedro, tras recibir una llamada telefónica, abandonaba el despacho para no volver a él en mucho tiempo. En las dos ocasiones siguientes la puerta estaba cerrada con llave lo que la hizo suponer que estaba follándose a otra mujer por lo que no la quedó más remedio que irse y la última vez, la puerta del despacho estaba abierta pero, al entrar, se encontró con una chica, desnuda de cintura para arriba, sentada encima de las piernas de Pedro dejando que la mamara las tetas. Pedro, con cara de pocos amigos, la dijo: “¿no sabes que hay que llamar antes de entrar?” y Jennifer, llorando, abandonó el lugar para no volver. Pedro no supo más de ella. Algunos de sus amigos la vieron en los meses siguientes deambulando por las calles pero, seguramente, acabaría volviendo a su país de origen.

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