PEDRO. AMAYA, su gran amor.

Segunda parte de la historia que dediqué a Pedro, que como mis lectores irán comprobando resultó ser un semental excepcional.

PEDRO . Capitulo II. AMAYA , SU GRAN AMOR .

Cuándo esto ocurrió hacía varios años que Pedro había puesto un anuncio con fotografía en una publicación infantil/juvenil solicitando mantener correspondencia con chicas de, poco más ó menos, su edad. Recibió un montón de cartas de crías residentes en Asturias, Cantabria, Cataluña, Madrid y País Vasco pero el escribirse con regularidad sólo se consolidó con dos: una residente en la provincia de Cantabria, llamada Margarita ( Marga ), que era año y medio menor que él y otra de la provincia de Guipúzcoa, llamada Amaya, siete meses mayor.

Aprovechando que aquellos años solía pasar parte de sus periodos vacacionales con sus padres en Laredo, tras escribirse durante casi dos años con Marga decidieron que durante el verano tenían que conocerse personalmente. Planearon con mucho tiempo su encuentro pero, un inoportuno y molesto proceso gastrointestinal que empezó a afectar a la chica pocas horas antes de su encuentro imposibilitándola el salir de casa, les obligó a aplazar una semana más su cita. Cuándo, finalmente, se conocieron Pedro andaba con otra chica, llamada Esperanza ( Espe ) que residía en la misma ciudad que él y de la que se había encaprichado. A pesar de que Marga era agradable y guapa y su primer contacto fue todo un éxito, Pedro decidió centrarse en Espe y no acudió a la cita que habían apalabrado para dos días más tarde. Aquello rompió su relación con Marga, que no tardó en enterarse y a través del propio chico de los verdaderos motivos por los que Pedro no había acudido, mientras que Espe, además de un par de pajas lentas al día, le hizo las primeras mamadas de su vida en el local que utilizaban como trastero y garaje antes de que le dejara masturbarla e incluso, se la “cepilló” vaginalmente en tres ocasiones. Esta chica se convirtió en una más entre sus múltiples relaciones sexuales esporádicas ya que, aunque se vieron varias veces tras las vacaciones y mantuvieron algunos contactos sexuales a la orilla del río, la madre de Espe se opuso a que su relación continuara en cuanto empezó el curso escolar encargándose de que, poco a poco, fueran perdiendo el contacto.

Con Amaya fue completamente distinto. Después de varios años escribiéndose con frecuencia largas cartas; de mantener algunas breves conversaciones telefónicas que, al no disponer de teléfono en su casa, tenían que mantener por la mañana mientras se encontraba en su trabajo y de intercambiarse fotografías y regalos se conocían mucho mejor que la mayoría de las parejas que conviven diariamente. La chica era la que más deseaba conocerlo personalmente pero el padre de Pedro falleció repentinamente año y medio después de iniciar su relación epistolar y el chico, además de ser lo suficientemente astuto y listo como para hacerse con el puesto de trabajo de su progenitor aunque en unas condiciones económicas bastante malas que, poco a poco, mejoraron, se encontraba demasiado atado a su madre por lo que fue Amaya quien decidió desplazarse aprovechando que la festividad de Todos los Santos creaba un puente festivo. Su primer encuentro fue sumamente satisfactorio. No hicieron nada especial pero durante esos días visitaron parte de la ciudad en la que vivía Pedro y las tumbas del padre y de los abuelos del chico; comieron y pasearon juntos; fueron al cine; se sacaron sus primeras fotografías; se empezaron a agarrar de la mano y de los hombros y lo más importante, Amaya, sin pensárselo, aceptó la propuesta de Pedro de hacerse novios lo que hizo que resultara bastante emotiva su despedida en la estación del ferrocarril donde, por primera vez, se abrazaron con fuerza y a iniciativa de la chica, se besaron en la boca.

Después de formalizar su noviazgo era Pedro el que debía desplazarse hasta la localidad en la que residía Amaya ya que, mientras él había decidido mantener su noviazgo en secreto y no decir nada a su familia, la chica hizo todo lo contrario y se apresuró a ponerlo en conocimiento de sus padres y familiares más allegados al mismo tiempo que comenzó a ahorrar, con vistas al día de mañana, del salario que percibía en su trabajo como funcionaria de la, entonces, A.I.S.S. Pero mientras los padres de Amaya deseaban conocer al chico fue la chica la que volvió a desplazarse aprovechando que, con motivo de las fiestas de Navidad, tenía unos días de vacaciones. Vino el día 2 de Enero con intención de pasar con Pedro cuarenta y ocho horas pero, al final, se estancia se alargó hasta la mañana del día 7. El día que llegó celebraban con una cena el reciente cumpleaños de uno de los amigos de Pedro y tras encontrar alojamiento para Amaya, la pareja se encaminó al lugar de la celebración. La cena, en un ambiente alegre y festivo, se desarrolló en un bar al que Pedro y sus amigos solían ir con frecuencia. Al acabar alguien hizo determinado comentario sobre la locura y Pedro, mirando fijamente a Amaya, dijo: “la locura existe ya que estoy loco por ti” . Ninguno de los dos sabía quien había tomado la iniciativa pero lo cierto es que, una y otra vez, se besaron en la boca apasionadamente. Los amigos de Pedro, para darles mayor intimidad, decidieron irse a la barra mientras la pareja se prodigaba en un amplio surtido de abrazos y besos que duró muchos minutos. Cuándo lo acabaron ambos estaban pletóricos pero reconocieron que demostrarse su cariño de una manera tan apasionada en público no era lo más correcto. Al día siguiente aprovecharon para pasear cogidos de la mano, visitar monumentos, ir al cine y sacarse un buen número de fotografías. Pedro la dijo que disponía de las llaves de un piso desamueblado que unos familiares suyos, que vivían en Bilbao, tenían intención de vender. Amaya le indicó que, como hacía frío, podían pasar allí esa tarde y las siguientes escuchando música, hablando y besándose sin que nadie los viera y así lo hicieron. Pedro, en cuanto tuvo ocasión, intentó llegar a más pero Amaya le dijo que estaba acabando con su regla y que, en pleno ciclo menstrual, no le iba a gustar demasiado penetrarla por lo que le pidió que tuviera un poco de paciencia. La chica, al alargar más tiempo del previsto su estancia, se encontró que con el dinero que había traído sólo la iba a llegar para pagar su alojamiento. No quiso que Pedro la diera ó al menos la adelantara, ninguna cantidad y había pensado en volver a su casa la tarde del día 5 cuándo, al comprobar la lista del sorteo del Niño, vieron que uno de los dos décimos de Lotería Nacional que le había traído a Pedro había obtenido un pequeño premio que sirvió para que, tras repartírselo, Amaya pudiera continuar y sin agobios su estancia. El día de Reyes se intercambiaron unos pequeños obsequios y la chica, con su menstruación recién finalizada, decidió que el mejor regalo que podía hacerle a Pedro era dejar que se la “cepillara” por primera vez por lo que, al acabar de comer, se dirigieron a la vivienda de la que Pedro tenía las llaves en la que pasaron un buen rato besándose antes de que Amaya le dijera que la gustaría que se la follara. Lógicamente, Pedro se mostró en la mejor disposición a pesar de que reconoció que iban a pasar frío ya que en el exterior la temperatura era baja y aunque disponían de calefacción central, se notaba que la casa estaba desocupada. Amaya se desnudó de cintura para arriba permitiendo que Pedro, tras vérselas y al mismo tiempo que la besaba con pasión, la apretara las tetas y se ocupara de ponerla completamente erectos los pezones. Pero a la chica, aunque quería que Pedro se la follara, la costaba perder su virginidad y se lo pensó mucho antes de acordar con él que se desnudaría por completo con la condición de que Pedro se lo hiciera sin quitarse el pantalón y el calzoncillo. El chico la abrazó con fuerza diciéndola que comprendía que era su primera vez y que se lo haría como ella quisiera. Amaya se quitó toda la ropa y dio la braga a Pedro para que la guardara como recuerdo. Acostándose en el suelo y abriendo bien sus piernas, empezó a temblar mientras esperaba a que el chico acabara de desnudarse de cintura para arriba y se echara sobre ella. En cuanto notó su descomunal rabo bien apretado contra su órgano genital, Amaya empezó a sentir unas sensaciones muy placenteras y enseguida alcanzó su primer orgasmo. Pedro tampoco se hizo esperar y se corrió con rapidez, sintiendo un gusto excepcional y echando una gran cantidad de leche. Aunque el chico no la dijo nada, Amaya notó perfectamente la salida de su líquido y llegó por segunda vez al clímax. Pedro continuó moviéndose encima de ella y Amaya estaba cada vez más salida. Al alcanzar un nuevo orgasmo le dijo: “méteme tu polla ahora, métemela” . Pedro procedió a complacerla quitándose con suma rapidez el pantalón y el calzoncillo. Amaya, tras ver que estaba dotado de un rabo descomunal, le volvió a animar diciéndole: “métemela, quiero sentirla hasta tus huevos dentro de mí” . En cuanto Pedro volvió a moverse echado sobre ella, Amaya le agarró con fuerza de la masa glútea y le apretó contra ella. Enseguida llegó, de nuevo, al clímax y un poco después, alcanzó dos orgasmos casi seguidos. De repente dijo: “Dios mío me estoy meando de gusto” y el chico notó perfectamente como su pis salía a chorros mojándole los huevos cuándo lo permitían sus movimientos de mete y saca. Estaba muy excitado y cuándo estuvo a punto de correrse, la sacó el rabo y dejó que Amaya se lo moviera con su mano, echándola en la cara y en las tetas un montón de leche. Amaya quedó impresionada por la gran cantidad que la había echado. Pedro, sin decirla nada, se colocó de rodillas entre sus aún abiertas piernas y cogiéndose el rabo con la mano procedió a mear echándola el pis en los pelos púbicos y en la raja vaginal mientras Amaya le decía: “me gusta, échame más, mucho más” . En cuanto acabó procedió a extenderla la leche por la cara y las tetas y después se colocó boca abajo entre las piernas de Amaya y tras introducirla un dedo en el culo, la comió el coño hasta que la chica le dijo que hacía bastante tiempo que había perdido la cuenta de sus orgasmos y que, además de satisfecha, estaba agotada. Pedro se acostó a su lado para dedicarse a tocarla y apretarla las tetas mientras Amaya, fumándose un cigarro, descansaba, completamente abierta de piernas y con la almeja sumamente empapada. Después de dejar que Pedro la acariciara el chocho con su mano extendida y la pasara varias veces dos dedos por la raja vaginal haciendo que llegara al clímax en otras dos ocasiones, se vistieron y salieron de la vivienda para irse a cenar y acostarse temprano puesto que era bastante evidente que Amaya, que iba tan húmeda que la parecía que se acababa de mear vestida, estaba muy cansada.

Amaya volvió a estar junto a Pedro unas semanas después para desplazarse a Palencia y pasar allí el domingo junto a un buen amigo del chico que esa semana había cumplido años. Aprovechó el viaje para que Pedro, que no encontraba el momento idóneo para ir a conocer a sus padres, fijara una fecha, a finales del mes de Febrero siguiente, para poder llevar a cabo esta especie de compromiso pero al llegar el día se encontró con una monumental nevada que imposibilitó el viaje que, finalmente, realizó en el mes de Mayo pero de una manera tan rápida que llegó a la una del mediodía con intención de regresar después de comer. La madre de Amaya estaba más que sorprendida por un viaje tan sumamente breve y cuándo, al acabar de comer, Amaya la dijo que quería venirse con él para poder pasar el resto del fin de semana juntos, su madre se negó. La chica lloró, pataleó y se llevó un buen disgusto hasta que su madre accedió. Pero la chica acabó tan revuelta que sufrió un corte de digestión en el autobús en el que, en principio, sólo iba a regresar Pedro. Amaya no dejaba de devolver y finalmente, perdió el conocimiento. Mientras el conductor del autobús hacía toda clase de maravillas al volante para seguir a un coche policial que lo escoltaba camino del hospital más cercano entre una intensa lluvia, unas mujeres lograron acostar a Amaya en los asientos traseros del vehículo y la liberaron del sujetador y demás prendas que la oprimían. Al llegar al hospital la lluvia caía torrencialmente y no se veía nada. El conductor chocó lateralmente contra un pretil y abolló parte de la carrocería antes de que el personal sanitario se ocupara de Amaya ayudándola a descender del autobús para acomodarla en una silla de ruedas en la que la llevaron a urgencias donde no dejaron entrar a Pedro. Lo primero que hicieron fue bajarla la braga y provocarla la meada para realizarla la prueba del embarazo. Al ver que daba negativa, la examinaron para no tardar en establecer que había sufrido un corte de digestión. Amaya pudo vestirse adecuadamente antes de reunirse con Pedro y dirigirse a la estación de autobuses donde el conductor del autobús estaba haciendo tiempo a la espera de noticias sobre ellos antes de proseguir el viaje. Amaya efectuó el resto del desplazamiento perfectamente y una vez en Burgos decidieron que esa noche y el domingo, hasta la hora en que tenía que coger el tren para regresar a su domicilio, los iban a dedicar al sexo. Como lo que más la gustaba era que Pedro la penetrara vaginalmente y la comiera la seta, volvió bien satisfecha a su domicilio con la seta bien mojada tras recibir en su interior varias veces la leche del chico y en su exterior las meadas.

Un Domingo de Resurrección y aprovechando que habían puesto un viaje especial, Pedro decidió irse por la tarde a visitar a Amaya sabiendo que no iba a poder estar junto a ella más de hora ú hora y medía. Salió a las cinco de la tarde y llegó a su destino a las once de las noche, en un viaje largo y penoso con unas caravanas de coches impresionantes e incluso, con la avería del otro autobús que cubría el trayecto. Cuándo llegó al domicilio de Amaya había una especie de reunión familiar pero la chica se había ido unos minutos antes a la cama por lo que, al oír a Pedro, se levantó y se fue a abrazarlo vestida con un camisón corto. La sorpresa que recibió fue mayúscula pero, una vez más, el chico se presentaba con prisas y Amaya, sin pensárselo, decidió vestirse rápidamente para, con lo puesto, venirse con él aprovechando que al día siguiente no tenía que trabajar puesto que era fiesta. Cuándo llegaron era muy tarde por lo que se limitaron a encontrarla alojamiento. Al día siguiente, por la mañana, estuvieron recorriendo la ciudad y al acabar de comer, se fueron a follar a la vivienda deshabitada de la que Pedro tenía las llaves. La primera vez la echó la leche dentro del coño pero la segunda, tras echarla los primeros chorros en su interior, la extrajo el rabo y la mojó, tanto con su semen como con su posterior meada, el exterior de la almeja, los pelos púbicos y la parte superior de sus piernas. Amaya, el resto de la tarde, no dejó de decirle que, una vez más, se sentía tan mojada que la parecía que se había meado con la ropa puesta. Como al día siguiente tenía que trabajar y después de perder el tren en el que Amaya había regresado en otras ocasiones, hubo que mirar la forma de que volviera aquella noche. Pedro pensó en contratar un autobús para la llevara pero no tardó en darse cuenta de que era una idea descabellada. Después pensó en un taxi y finalmente, Amaya regresó en otro tren que la obligaba a realizar un trasbordo y que salió a las diez y cuarto de la noche.

Pedro, un par de meses más tarde, volvió a visitar a Amaya y esta vez, con más calma. Cuándo llegó comieron juntos en un restaurante y tras encontrarle alojamiento, recorrieron una parte de la localidad antes de unirse al nutrido grupo de amigos y amigas de Amaya con los que estuvieron, de bar en bar, hasta que se hizo la hora de cenar con los padres de Amaya. Pero, una vez más, la madre de la chica se quedó con las ganas de hablar con Pedro ya que, en cuanto acabaron, se fueron al cine y al salir, Amaya le llevó a un pub en el que, según la habían dicho, existía un reservado con muy poca luz al que solían ir las parejas que querían “meterse mano” con comodidad. Efectivamente, era como la habían dicho a Amaya que, en cuanto les sirvieron la consumición que pidieron, procedió a besar a Pedro al mismo tiempo que la acariciaba el rabo y los huevos por encima de su ropa mientras él hacía lo propio con sus tetas. Pedro no tardó en estar con el pantalón y el calzoncillo en los tobillos para permitir que Amaya le realizara una paja que, aunque fue muy lenta puesto que la chica deseaba disfrutar moviéndole el rabo, hizo que Pedro se corriera con rapidez echando, como siempre, una gran cantidad de leche. Amaya, sin dejar de mostrarse impresionada por tan abundantes corridas, procedió a desnudarse de cintura para arriba y tras ponerse a cuatro patas encima del asiento, procedió a chuparle el rabo al mismo tiempo que le acariciaba los huevos. Era la primera vez que le mamaba el “instrumento” y se lo hizo de maravilla. En las pocas ocasiones en que se sacó el rabo de la boca, aparte de alabar el miembro viril del que estaba dotado Pedro y sus huevos, le comentó que, tras su primera corrida, estaba exquisito y que no dudara en echarla la leche en la boca y en la garganta ya que quería conocer como sabía y tragársela. Pedro la complació unos minutos más tarde, Amaya se tragó la mayor parte de su semen y cuándo dejó de chuparle el rabo, continuó moviéndoselo con la mano derecha hasta que el chico empezó a mearse. Amaya al ver que salía el primer chorro hizo que la mojara las tetas con su pis. Después y sin limpiarse se vistieron, acabaron sus consumiciones y se fueron a bailar con el propósito de que Pedro dispusiera de un par de horas para poder recuperar su potencia sexual antes de que se la follara vaginalmente en la habitación del hotel en el que se alojaba. Eran más de las cinco de la mañana cuándo, después de que Pedro la hubiera echado dentro del chocho dos de sus espléndidas raciones de leche y la mojara abundantemente con su pis los pelos púbicos, la parte superior de las piernas y la raja vaginal, comenzó a vestirse, intercambiando su ropa interior, para regresar a su domicilio. A la mañana siguiente Amaya apareció poco después de las diez en la habitación y le despertó. La agradó poder tocarle el rabo mientras se duchaba y chupárselo al acabar antes de que, tras ayudarle a secarse, se colocara detrás de él y mientras Pedro se afeitaba, se apretara a él y se lo moviera con su mano mientras le acariciaba los huevos hasta lograr que volviera a echar otra gran cantidad de leche que, mayormente, se depositó en los azulejos. Después dejó que se vistiera para desayunar juntos y llevar la bolsa de viaje de Pedro a la vivienda de Amaya antes de ir a misa de doce. Al acabar del acto religioso hicieron otro breve recorrido por la localidad en el que la chica, que estaba más dormida que despierta, le llevó al mercado de abastos para enseñarle el puesto de pescadería que regentaban su hermano y su cuñada antes de tomar unos aperitivos y dirigirse a comer a la vivienda de Amaya, una vez más, con sus padres. La chica se quedó dormida en cuanto, al terminar, se sentó en el sofá lo que posibilitó que su madre y Pedro tuvieran la que sería su primera conversación larga y sería. Durante ella, Pedro que pensaba que conocía muy bien a Amaya descubrió muchas cosas que desconocía de la chica e incluso, pudo ver que, en una enciclopedia que estaba pensada para las futuras esposas y madres, su novia había efectuado un buen número de señalizaciones para aprender a controlar sus reglas y conocer sus periodos de mayor fertilidad lo que hizo suponer a Julia, su madre, que se estaban acostando. A cuenta de ello, la mujer le puso en serios aprietos y Pedro se alegró de que Amaya se despertara y se arreglara con rapidez para, despedirse de su madre y aprovechar la hora y medía que les quedaba antes de emprender el viaje de regreso para, mientras paseaban, comentar con Amaya lo que había hablado con su madre. Amaya, por su parte, le indicó que con el propósito de poder excitarle aún más había decidido adquirir ropa interior de lo más sexy y sugerente y que, a través de unas amigas, conocía a una mujer que vendía aquel tipo de lencería. A Pedro le gustó la idea y la dio su aprobación lo que hizo que, en aquel entonces, en que aún no era normal el usarlos, Amaya luciera sujetadores con mucho encaje y poca tela y diminutos tangas.

Pedro realizó, asimismo, el siguiente viaje puesto que Julia le invitó a celebrar con el resto de la familia su cumpleaños. Aunque la celebración iba a ser en la cena, Pedro comió en casa de Amaya. Después de una breve sobremesa, cogió su bolsa de viaje y dando unas palmaditas en el culo a la chica sin importarle que Julia estuviera delante, la dijo: “vamonos que tengo que alojarme en algún lado” . Amaya la pidió a su madre que le dejara dormir en su casa e incluso, la habló de que ocupara su habitación y durmiera en su cama mientras ella pasaba la noche en el sofá. La madre se lo pensó y la comentó que la parecía que era un poco pronto para permitirlo. Pedro, pensando que si se quedaba a dormir allí iba a ser muy complicado mantener la menor actividad sexual con Amaya, la hizo ver que su madre tenía razón. Ambos salieron y se hicieron rápidamente con una habitación en un hotel en la que pasaron prácticamente toda la tarde. Como ya era habitual, Pedro se “cepilló” vaginalmente a Amaya todo lo que quiso, la echó dos veces la leche dentro de la seta donde, en esta ocasión, acabó, asimismo, su meada y tras ello, la comió el coño hasta que la chica, después de correrse un montón de veces, soltó una copiosa y larga meada que acabó casi integra en la boca de Pedro. Amaya acabó agotada y aparte de descansar durante medía hora acostada de lado en la cama mientras el chico la mantenía el rabo colocado en la raja del culo, en cuanto salieron del hotel se tomó dos cafés solos que hicieron que de cara a la cena se mostrara recuperada y de lo más animada y juerguista. Antes de la cena Pedro conoció, entre otros, al hermano de Amaya, a su cuñada que lucía un buen “bombo”, a los padres de esta y a un tío, hermano de Julia, que vivía con ellos a temporadas. El menú fue más propio de una boda y ante la gran cantidad de platos que la madre de Amaya había preparado sin que faltaran unas buenas raciones de angulas, lo más entretenido fue el marisco, servido abundantemente en grandes bandejas. La cena y la posterior sobremesa con los familiares de Amaya dieron origen a que aquello se alargara demasiado. La chica que, junto a su cuñada y su madre, se ocupó de fregar y de recoger la cocina, comenzó a dar muestras de cansancio en cuanto terminó y como no paraba de abrírsela la boca, a las tres de la mañana se dio por terminada la reunión y tras enfadarse con Amaya para que se acostara y dejara de ponerse pesada en acompañarle hasta el hotel, la chica se dirigió a su habitación. Pedro estaba a punto de irse cuándo apareció en camisón por el pasillo y delante de su familia, le abrazó y le besó en la boca apasionadamente mientras la madre la decía: “hija, acuéstate de una vez que hoy no estás en condiciones de que te la meta” . Eran las tres y medía de la mañana cuándo llegó al hotel. Entró en la habitación, se desnudó y se metió en la cama que estaba completamente desarmada tras la sesión sexual que habían llevado a cabo por la tarde. Encontraba el agradable olor del cuerpo de Amaya en las sabanas y en la almohada y le costó conciliar el sueño.

No había dormido mucho cuándo oyó que llamaban a la puerta e instintivamente miro el reloj. Eran las once menos cuarto de la mañana. Pedro se levantó y al estar completamente desnudo y con el rabo tieso, se puso el calzoncillo. Volvieron a llamar y el chico preguntó quien era pero nadie contestó. Después de ponerse con suma rapidez el pantalón, abrió la puerta y se encontró con Amaya que, muy sonriente, entró en la habitación, cerró la puerta con llave y le dijo que se quitara el pantalón y el calzoncillo puesto que se acababa de tomar un café solo y venía en busca de la leche para acompañarlo. En cuanto Pedro lo hizo, ella se quitó la braga y se abalanzó sobre el chico haciendo que cayera boca arriba en la cama. Colocándose de rodillas encima de él se introdujo el rabo dentro de la almeja y comenzó a cabalgarle frenéticamente mientras se quitaba el vestido minifaldero que llevaba puesto y el sujetador. Mientras Pedro la apretaba las tetas, tiraba de ellas como si la estuviera ordeñando y la ponía los pezones bien erectos con el roce de sus dedos, Amaya le dijo: “dame tu leche, la quiero toda para mi” . Pedro no tardó en complacerla por primera vez al mismo tiempo que la chica alcanzó su segundo orgasmo mientras la notaba caer, muy caliente, en su interior. Siguió cabalgándole pero, viendo que sus fuerzas disminuían muy deprisa, decidió echarse encima del chico e instintivamente cerró sus piernas. De esta forma comprobó que, aparte de correrse con mucha más rapidez, sentía una sensación realmente placentera que la hizo exclamar: “estoy en la gloría” . Cuándo Pedro la echó, por segunda vez, la leche se la convulsionó todo el cuerpo, los pezones parecía que la iban a explotar de gusto y disfrutó de dos orgasmos casi consecutivos tan intensos que no pudo hacer nada por evitar mearse mientras Pedro, que seguía con el rabo dentro de su chocho, procedía a meterla un dedo bien profundo en el culo. Amaya, viendo próxima su siguiente corrida, le dijo: “por favor, meáte ahora dentro de mi” . Pedro la complació al mismo tiempo que la chica llegaba, una vez más, al clímax echando una excepcional cantidad de flujo y entre gemidos, su cuerpo volvió a convulsionarse. Un poco más tarde el dedo de Pedro se impregnó en su caca. Amaya, al ver que se cagaba, le hizo sacarla el dedo para irse corriendo al water donde expulsó su caca, en forma de bolas, mientras le chupaba el rabo a Pedro. No tuvieron tiempo para más puesto que Pedro, que aún tenía que ducharse, afeitarse, vestirse y recoger todas sus cosas, debía de abandonar la habitación antes de las doce del mediodía. Amaya se ocupó de meter sus objetos personales y su ropa en la bolsa de viaje y en cuanto Pedro se vistió, dejaron el hotel, llevaron la bolsa a su casa y salieron para tomar unos aperitivos. Después de comer y de que entre Amaya y su madre fregaran y recogieran la cocina, Julia le pidió que se sentara pues tenía que hablarle de algo importante. Comenzó diciéndole que llevaba algo más de un año padeciendo dolores vaginales y pequeñas hemorragias y que, tras acudir a su médico de cabecera, había pasado por distintos especialistas que, tras efectuarla una buena diversidad de pruebas, la habían detectado un tumor, de un tamaño bastante considerable, en el ovario izquierdo. En principio, pensaron en operarla para quitárselo pero, a través de una biopsia, descubrieron que el otro ovario también estaba afectado y por ello, habían decidido darla unas cuantas sesiones de quimioterapia que, entre otros inconvenientes, iban a hacer que perdiera parte de su pelo y la obligarían a pasar algunas temporadas internada antes de proceder a vaciarla vaginalmente. Julia reconoció que lo había pasado muy mal pero, después de desahogarse contándoselo a sus hijos, en aquellos momentos lo tenía bastante asumido y sólo le pedía a Dios que, si tenía que morir, fuera sin que la torturaran demasiado y sin muchos dolores. Prosiguió diciéndole que su hijo estaba casado con una buena chica guapa y sencilla, esperando con ansiedad el nacimiento de su primer hijo y con un negocio en marcha, como era la pescadería, que le daba para vivir desahogadamente mientras que Amaya con su porvenir, asimismo, asegurado, parecía completamente dispuesta a pasar a mi lado el resto de su vida hasta el punto de que la había dicho que si no se llegaba a casar con Pedro se metía monja. Aquella relación contaba con el total beneplácito de Julia a la que Pedro, según dijo, la parecía que era buena persona aunque, indicó, que no podía aprobar que, durante el noviazgo, estuvieran llevando a cabo una vida sexual tan activa ya que podía afectar en un futuro a su relación. Lo que la que preocupaba era su marido puesto que con sus problemas de falta de riego cerebral cada vez se hacía más evidente que no iba a poder valerse por sí solo el tiempo que le quedara de vida, que según Julia no podía ser mucho y lo que le pedía, era que, además de hacer muy feliz y dichosa a Amaya, no abandonara a su marido hasta que este muriera. Pedro, al que aquella conversación afectó bastante más de lo que pensó Julia, la prometió cumplir con ambas cosas. Amaya y él salieron a dar un paseo, antes de que Pedro emprendiera el viaje de regreso, hablando muy poco. Pedro, eso sí, se interesó por conocer cuánto tiempo hacía que Amaya sabía lo de su madre y esta le contestó que desde hacía medio año pero que la había prometido no decirle nada al respecto hasta que Julia pudiera hablar con él.

Pedro había cogido mucho cariño a la madre de Amaya por lo que, en cuanto comenzó con los periodos de internamiento clínico y podía, iba a pasar los fines de semana con la chica y aprovechaba para pasar parte de la mañana del sábado y de la tarde del domingo en el hospital acompañando a Julia junto a su hija que, ante la ausencia de su madre de casa y el cada día peor estado de su padre que dócilmente hacía todo aquello que Amaya le decía, aprovechó para que el chico se alojara en su casa ya que al estar desocupada la habitación de su tío, Pedro podía dormir en ella. La primera noche Amaya se acostó en su cama y Pedro en la de la habitación que ocupaba su tío cuándo residía con ellos. La chica, que estaba muy caliente, esperaba que, de un momento a otro, Pedro entrara por la puerta de su habitación para acostarse con ella pero no fue así y al cabo de un rato, se levantó y como las habitaciones eran contiguas comenzó a dar unos ligeros golpes en la pared para llamar su atención pero, aunque Pedro escuchó los golpes, no supo interpretarlos y siguió acostado en aquella cama. Amaya no durmió aquella noche y hasta tuvo que “hacerse unos dedos” para aliviarse el “calentón”. Al día siguiente se levantó temprano pues esa semana les correspondía la limpieza de la escalera comunitaria del edificio en el que vivían y ante la ausencia de su madre, tenía que ocuparse de ello. Acabó antes de las ocho y después de cambiarse de ropa para volverse a poner un camisón muy corto sin nada debajo se dirigió a la habitación de Pedro al que despertó desde la puerta para, acto seguido, dirigirse a la cama y acostarse con él. Después de abrazarse y darse unos besos, Amaya le dijo: “¿a que esperas para joderme?” y quitándose el camisón, le instó a que se la “cepillara”, como siempre, vaginalmente. En esa ocasión, Amaya se mostró bastante pródiga en tirarse pedos durante el acto sexual diciéndole que, aquello, era debido a lo salida que estaba y a las ganas que tenía de que se la follara, la echara un par de sus excepcionales raciones de leche y una buena meada vaciando dentro de ella sus gordos huevos y la comiera la seta. A las nueve y medía tuvieron que acabar su sesión sexual con el fin de disponer de tiempo para ducharse, vestirse, desayunar y tras dejar a su padre en una residencia en la que solía pasar las mañanas jugando a las cartas, estar a las once en el hospital acompañando a su madre hasta que, alrededor de la una, la llevaban la comida y les obligaban a irse para que pudiera comer tranquilamente y echarse una siesta hasta que a las cuatro comenzaba, por la tarde, el periodo de visitas. Al salir del hospital Amaya y Pedro recogieron al padre de la chica y tomaron con él un aperitivo antes de dirigirse a su domicilio donde la fémina se ocupó de preparar la comida mientras Pedro entretenía a su padre con lo que más le gustaba, jugando al chinchorro. Después de comer los amigos de su padre fueron a buscarle para dar su habitual paseo y Amaya tras fregar y recoger la cocina, se acomodó junto a Pedro en el sofá del salón de su casa para ver la película que echaban en la televisión que era entretenida pero, en un intermedio, Amaya decidió tumbarse en el sofá para descansar y para ello, colocó su cabeza en las piernas de Pedro. Mirándole muy sonriente, le incitó a que la besara y Pedro lo hizo de una manera apasionada. De repente y puesto que estaban besándose y la chica se había quitado el sujetador para estar más cómoda, Pedro decidió introducir una de sus manos por el escote del top que Amaya llevaba puesto y tocarla y apretarla las tetas viendo que las tenía muy duras y tersas como si estuviera deseando que Pedro se las tocara. Los pezones se la pusieron totalmente erectos y se la marcaron a la perfección en la ropa. Pedro decidió subirla el top y seguir tocándoselas al descubierto. A Amaya la agradaba pero el chico pensó: “¿por qué contentarme con sus tetas si, seguramente, su coño estará abierto y húmedo?” . La chica, al ver que dejaba de apretarla las tetas, iba a decirle que siguiera cuándo notó que la subía la falda y la introducía la mano por la braga para acariciarla con la mano extendida la raja vaginal. Amaya abrió bien sus piernas y Pedro comprobó que la chica estaba empapada por lo que, bajándola un poco la prenda íntima, la introdujo dos dedos en la almeja y comenzó a masturbarla con ganas pero despacio. A Amaya, aparte de gemir, sólo la escuchaba decir: “que gustazo, sigue así, sigue” y Pedro, encantando, continúo pero ya sin preocuparse de besarla y con la vista fija en las abiertas piernas de la chica. Amaya llegó nueve ó diez veces al clímax, cada vez con más intensidad y rapidez, en poco más de medía hora. La energía con la que se lo hacía Pedro, metiéndola tan pronto dos como tres dedos en el chocho, hizo que no pudiera retener por más tiempo la salida masiva de su pis y que, casi gritando, dijera: “me meo, me meo” y obligándole a Pedro a continuar con su cometido soltó una impresionante meada con tal fuerza que los chorros de pis llegaron hasta los cristales de la ventana. “Lo he puesto todo perdido pero ha merecido la pena” dijo Amaya mientras Pedro, después de extraerla los dedos, procedía a acariciarla la raja vaginal desde el clítoris al ano y viceversa con los mismos dedos con los que la había masturbado. Amaya, que observaba como caía desde los cristales al suelo el pis que había echado, se dio cuenta de que en la terraza de una vivienda próxima un hombre, provisto de unos prismáticos, les estaba mirando. No sabía el tiempo que llevaba allí pero, a pesar de que estaba agotada, se levantó y bajó por completo la persiana antes de pedirle a Pedro que fuera a la cocina y la trajera agua. Casi se bebió toda la botella. Después hizo que Pedro fuera al water para coger una toalla y a su habitación para llevarla una braga seca. Mientras se limpiaba y se secaba con la toalla la agradó ver que el chico había elegido una de color negro. Se quitó el vestido, que llevó a la lavadora y la braga mojada, con la que se quedó Pedro y se puso la seca para volver a acostarse y poner su cabeza sobre las piernas del chico para que este la volviera a besar y a tocar las tetas pues, según le dijo, se había corrido tanto y en tan poco tiempo que sentía algún escozor vaginal y no deseaba que Pedro la tocara la seta hasta que se la pasara. Cuándo se encontró un poco más recuperada, se levantó y se dedicó a limpiar todo lo que había manchado sobre todo al mearse de una forma tan abundante incluyendo los cristales viendo que, como el espectáculo había terminado cuándo bajó la persiana, el hombre que les miraba con los prismáticos había desaparecido de la terraza. Amaya terminó unos minutos antes de que su padre entrara por la puerta y les encontrara en la cocina. La chica estaba fregando al mismo tiempo que preparaba la cena mientras Pedro, sentado en la mesa, abría unas latas de conservas. Después de cenar y de dejar al padre de Amaya acostado salieron para ir a tomar una consumición al pub con el reservado dotado de escasa luz, donde la chica se ocupó de calentar a Pedro, dejándole que la volviera a masturbar, con la intención de que, cuándo regresaron a su casa y se acostaron en la cama de la habitación de su tío, estuviera de lo más salido, rindiera debidamente y la echara en dos ocasiones y a espesos y largos chorros, su leche y una larga meada. Después de ello, Amaya acordó con Pedro que, además de bragas, calzoncillos, sujetadores y tangas, se intercambiaran parte de la ropa usada que hubiera estado en contacto directo con su cuerpo y así las camisas, calcetines y pantalones de Pedro eran reemplazados por las blusas, minifaldas, pantalones, pantys, tops y vestidos, especialmente los más ceñidos, de Amaya que el chico aún conserva como si de joyas se tratara.

Pedro se desplazó un día a Bilbao para efectuar unas gestiones laborales que resolvió a plena satisfacción y mucho antes de lo que esperaba por lo que, tras comer solo, decidió llamar a Amaya, con la que había pasado el fin de semana precedente, para decirla que iba a coger el primer autobús para pasar las últimas horas de la tarde y la noche con ella. La chica, al no saber con exactitud a la hora que iba a llegar, le dijo que hasta las siete y medía estaría en el hospital con su madre y que, a partir de esa hora, le esperaba en casa. Pedro salió de Bilbao a las cinco y medía de la tarde pero tuvo que esperar en Vergara durante más de una hora la llegada del autobús que le llevó a su destino por lo que llegaba a casa de Amaya un poco antes de las ocho y medía. La chica se mostró muy complacida y contenta por tenerle allí y como su padre estaba en Elorrio pasando un par de días con un hermano, la chica lo tenía todo preparado para cenar y poder acostarse pronto. Pero antes, fueron a dos cafeterías próximas con el propósito de tomarse un par de cafés bien cargados y prepararse para, lo que Amaya llamó, una “noche de fiesta total”. Cuándo regresaron a casa cenaron una ensalada y unos filetes con patatas fritas y a las diez y medía, la chica, ayudada un poco por Pedro, terminaba de fregar y de recoger la cocina. Se sentaron en el salón para ver un poco la televisión. Amaya se tumbó en el sofá poniendo su cabeza sobre las piernas de Pedro que, esta vez, la subió directamente la falda, la bajó un poco la braga y después de acariciarla la raja vaginal con su mano extendida y pasarla varias veces dos dedos, se los introdujo de golpe en el coño y la masturbó enérgicamente haciendo que Amaya llegara rápidamente al clímax y que repitiera con mucha frecuencia e intensidad. La chica había empapado la braga con su flujo cuándo le dijo que llevaba muchas corridas y que necesitaba su rabo dentro de ella pero que esta vez la iba a joder en su habitación y en su cama. Apagaron el televisor y después de pasar por el water para mear, se encaminaron hacía allí, desnudándose con mucha rapidez para que Pedro, acostándose encima de ella, la metiera el rabo para follársela con movimientos muy rápidos que posibilitaron que la echara la leche en cuanto ella volvió a alcanzar el orgasmo. Amaya agarrándose con fuerza a Pedro y llegando a arañarle la espalda hizo que este se diera la vuelta de forma que ella quedara encima de él. Cerró sus piernas y le dijo: “jódeme así todo lo que quieras” . Amaya era una autentica maquina corriéndose y por dos veces se meó encima de Pedro mientras este se la follaba al mismo tiempo que la hurgaba con dos dedos en el culo. Amaya la dijo: “estoy a punto de volverme a correr y creo que hasta me voy a cagar” cuándo sintió caer, en espesos y largos chorros, otra descomunal cantidad de leche en su interior. “Dios mío, Dios mío, cuánta leche” , “cuanto te quiero”, “soy una golfa” y “por favor, meáte ahora que me está viniendo otro orgasmo” fue lo que, entre gemidos, la escuchó decir Pedro antes de que la soltara su pis dentro de la almeja. Pero como Amaya se cagaba y aunque estaba haciendo esfuerzos por retener la salida de su mierda para que Pedro acabara de mearse en el interior de su chocho, la sacó los dedos del culo y la chica se levantó como una exhalación y diciendo: “se me sale, se me sale” se dirigió apresuradamente al water para cagar. Cuándo volvió le comentó a Pedro que había echado, inmersa en una sensación muy placentera, un montón de caca. El chico la tocó el ano y comprobó que, a cuenta de la cagada que Amaya le dijo que había sido sólida, lo tenía muy dilatado por lo que, haciendo que la chica se pusiera a cuatro patas, se lo lamió y más tarde la metió dos dedos hurgándola con ganas logrando que se la dilatara aún más. Amaya no sabía lo que se proponía pero la gustaba lo que la estaba haciendo. De repente, Pedro la sacó los dedos y la colocó la punta del rabo en el ano. Cogiéndola de la cintura la dijo: “aprieta con todas tus ganas” y Amaya, muy obediente, lo hizo notando como el enorme rabo de Pedro se introducía dentro de su culo causándola un dolor tremendo. El chico la decía que respirara armónicamente y que aguantara pero no era fácil con aquel pedazo “instrumento” atravesándola todo el trasero hasta que la punta se acopló en el intestino. Pedro la gritó varias veces que apretara con fuerza sus paredes anales para incrementar su mutuo placer y la chica lo hizo a pesar de que, con ello, aumentaba el dolor. Pedro se encontraba muy a gusto dándola por el culo y con intención de poder disfrutar durante más tiempo, redujo considerablemente sus movimientos para hacérselo muy, muy despacio diciéndola que no la iba a sacar el rabo hasta que se corriera en el interior de su trasero. Amaya le recordó que tenía el rabo muy gordo y largo, que era la primera vez en su vida que la daban por el culo y que sentía que el ano la iba a reventar de un momento a otro. Pedro, echándose sobre su espalda, empezó a apretarla las tetas y más tarde tiró de ellas enérgicamente como si la ordeñara. Cuándo empezó a notar que la corrida se acercaba la introdujo dos dedos en la seta y la buscó la vejiga urinaria para, poco a poco, apretársela. Amaya notaba que, con aquello, se iba a volver a correr y además, sentía unas ganas enormes de mear. Pedro la dijo: “vacíate, echa todo el pis que tienes guardado” y apretándola con más fuerza la vejiga logró que echara una impresionante cantidad de pis en chorros al más puro estilo fuente. Pedro siguió apretándola la vejiga pero, al habérsela vaciado, no pudo sacarla nada más que algunas gotas por lo que extrayéndola los dedos procedió a mantenerla abiertos los labios vaginales haciendo que, a pesar del dolor, Amaya sintiera una sensación bastante grata. Pedro, aumentando el ritmo de la penetración anal, la dijo: “te voy a llenar el culo de leche” y como si fuera la primera en su vida que se corría, la echó chorros y más chorros de una calentísima leche que, según la caían en el intestino, la daba mucho placer a Amaya que, al ver que Pedro seguía enculándola y además con movimientos rápidos, le dijo: “sácamela que me vuelvo a cagar y esta vez no voy a poder retener la salida de la mierda” . Pedro se la extrajo y la introdujo dos dedos en el culo. Hizo que Amaya se levantara y acompañándola, se dirigieron rápidamente al water donde la mandó colocarse en cuclillas encima del inodoro. Extrayéndola de golpe los dedos, la chica expulsó una gran cantidad de caca, totalmente líquida y llena de leche. Cuándo acabó, Pedro se empeñó en limpiarla el ano con su lengua lo que hizo que la chica no pudiera evitarse tirarse unos cuantos pedos en su cara. Al volver a la cama, Amaya le dijo que, aparte de que la dolía mucho el culo, era muy tarde, estaba agotada tras el envite que la había dado por su parte trasera y que tenían que descansar un poco ya que, al día siguiente, tenían que madrugar para que Pedro reprendiera su viaje de regreso y ella fuera a trabajar. Haciendo que Amaya se colocara de lado en la cama, Pedro la puso su aún erecto rabo en la raja del culo y apretándose a ella la acarició el coño con su mano extendida. Amaya se quedó dormida, tras llegar una vez más al clímax mientras que Pedro concilió el sueño con su mano apretada a la almeja de la chica. Cuándo Pedro se despertó, Amaya tenía empapado el chocho y su mano que, además se le había dormido, continuaba en su seta. Al tardar unos minutos en poder quitarla de su acomodo la chica le echó en ella unos buenos chorros de pis antes de levantarse muy deprisa para ir al water a cagar. Cuándo volvió se quejó de que, aparte de una diarrea muy persistente, sentía muchas molestias e incluso dolores en el culo y tras ducharse, Pedro se ocupó de aliviárselos dándola en el orificio anal una buena cantidad de crema. La diarrea se fue incrementando por momentos y Amaya, además de no poder ir a despedir a Pedro ni a trabajar, se vio obligada a permanecer la mayor parte del día sentada en el “trono”.

El pasar los fines de semana juntos se hizo cada vez más frecuente y habitual ya que Pedro encontró la disculpa ideal al decirla a su madre que los pasaba al volante de un autobús realizando excursiones. Durante ellos nunca faltaban y generalmente en más de una ocasión, sus relaciones sexuales puesto que al chico no le importaba “tirársela” incluso cuándo Amaya estaba con la regla. La chica, poco a poco, se fue haciendo a la penetración anal y a superar los “efectos secundarios” de este tipo de actividad sexual. Pedro la solía dar crema para aliviarla las molestias anales mientras sus diarreas y bastante persistentes se producían en cuánto la echaba la leche y en muchos casos, su pis en el interior de su culo pero cada vez eran de menor duración. Aunque Pedro la penetraba constantemente por delante y por detrás a Amaya la gustaba que, durante sus ciclos menstruales, se prodigara en darla por el culo y la dejara mamarle el rabo y realizarle un buen número de pajas.

Al nacer la hija de su hermano y su cuñada le invitaron al bautizo. Estaba previsto que Amaya fuera la madrina pero, el deficiente estado de salud de Julia que cada día estaba más decaída, hizo que, a última hora, se cambiaran los planes y que los padrinos fueran la madre de Amaya y el padre de su cuñada. Durante la comida Amaya le dijo que deseaba que el próximo acontecimiento de ese tipo fuera el bautizo de su primer hijo. Más tarde le comentó que había pedido el traslado a la ciudad en la que residía Pedro argumentando que tenían intención de casarse aunque, según le explicó, no tenía ninguna prisa en contraer matrimonio y que lo que quería era comenzar a vivir juntos y tener hijos. Pedro, en cuanto regresó, decidió apoyarla en su petición y mandó por correo certificado otro escrito, en el que incluso reconoció su firma a través de un Banco, en términos muy similares a los de Amaya.

Pero Pedro seguía guardando en secreto su noviazgo y Amaya deseaba legalizar su relación con la familia del chico cuanto antes con la intención de poder vivir con él en cuanto, al producirse una vacante, la autorizaran el traslado por lo que decidió presionarlo para ello. Mientras Amaya pensaba que lo mejor era que él se lo dijera a su madre, a su hermana y a su cuñado, que eran su familia más cercana, Pedro empezó a pensar en hacerlo a través de un encuentro casual, por ejemplo, un domingo cuándo su familia saliera de misa. Pero no pudo llevar a cabo su idea ya que Amaya, dispuesta a todo por solucionar el tema, decidió desplazarse el fin de semana siguiente. Ante ello, Pedro pensó que lo más apropiado era llevar a Amaya a su casa y presentársela de sopetón a su madre. Y así lo hizo. Amaya, vestida en plan discreto y elegante con un vestido largo que se había comprado para la ocasión, temblaba de miedo cuándo la hizo pasar al cuarto de estar y dijo: “mamá, te presento a Amaya, mi novia” y “Amaya, te presento a mi madre ”. La madre de Pedro se levantó como un resorte de la silla y poco más ó menos, les obligó a salir de la vivienda diciéndola a Amaya: “usted quédese en su casa que mi hijo y yo seguiremos en esta” . Ambos se quedaron completamente cortados, como fulminados, por la reacción de la madre de Pedro y Amaya, al bajar en el ascensor, empezó a llorar lo que, al menos, la sirvió para desahogarse y sacar fuera el nerviosismo y la sensación de impotencia que sentía. Dieron un paseo y la chica, dándose cuenta de que Pedro estaba materialmente roto, intentó animarle y aunque no la apetecía demasiado le propuso ir al hotel en el que se hospedaba para que la “jodiera”. Una vez en él, Amaya se percató de que hacía cinco días que había acabado con su última regla y que se encontraba en uno de sus periodos de mayor fertilidad pero, pensando que ya lo habían hecho en otras ocasiones en tales circunstancias y no había ocurrido nada, se relajó y colaboró, si ello era posible, más intensamente que otras veces en el desarrollo de la sesión sexual ya que a Pedro, bastante nervioso, le costaba mucho más de lo habitual echarla la leche. Después de que el chico hubo vaciado sus huevos gracias a la inestimable ayuda de Amaya salieron a cenar y a tomar una copa en un pub para darle tiempo a recuperarse antes de regresar al hotel donde volvieron a mantener un contacto sexual en el que, con Pedro más entonado, Amaya se entregó sin límites dejando que, a pesar de que terminó con una diarrea impresionante, el chico la diera, una y otra vez, por el culo y se la follara en todas las posiciones que quiso echándola la leche y las meadas con el rabo completamente introducido en su cuerpo. Había amanecido cuándo, completamente exhaustos y tras superar Amaya el periodo más crítico de su proceso diarreico, se durmieron para despertarse a las dos y medía del mediodía. Se levantaron, se ducharon, se vistieron y salieron del hotel para ir a comer a un restaurante próximo. Al acabar dieron un paseo y tras permanecer unos minutos sentados en un banco, a las cinco y medía de la tarde se encontraban, de nuevo, en el hotel. Pedro estaba de lo más motivado y Amaya, tras pedirle que no la diera por el culo, se entregó a él completamente relajada. Durante más de hora y media, Pedro se ocupó de que Amaya no dejara de sentir placer masturbándola y comiéndola el coño hasta que, al verla fuera de si, la metió el puño vaginalmente y la realizó un largo fisting en el que la chica no dejó de echar flujo a borbotones que llegaron a caer hasta en el pecho del chico y vació su vejiga urinaria con frecuentes meadas sin dejar un momento quieto su cuerpo, especialmente su culo que no dejaba de levantar lo que facilitó que Pedro la metiera primero un dedo y más tarde dos para hurgarla en su interior haciendo que, asimismo, vaciara por completo su intestino. Amaya no podía más cuándo Pedro la sacó el puño y echándose sobre ella procedió a meterla el rabo en el gran boquete en que se había convertido su almeja. La chica, agotada y sin fuerzas, era incapaz de colaborar y se dejó hacer. Sentía mucho gusto pero era no lograba llegar al clímax. Cuándo Pedro la echó la leche “rompió” con un orgasmo bastante seco que la convulsionó todo el cuerpo. Las tetas se la pusieron gordas y tersas y parecía que iban a explotar. Amaya le indicó que no podía más y Pedro, en vez de hacerla caso, la hizo colocar las piernas en sus hombros y se la continuó “cepillando” vaginalmente con movimientos rápidos. La posición permitió a la chica incorporarse varias veces para poder ver como se la follaba notando que, después de atravesarla el útero por completo, la punta del rabo de Pedro presionaba sus ovarios y parecía que estos la iban a explotar de gusto. Sintió un placer indescriptible cuándo el chico, con su miembro totalmente introducido dentro de su chocho, se corrió por segunda vez y unos segundos más tarde, la soltó una impresionante meada. Mientras Amaya pensaba que, después de aquella monumental corrida, su meada la había librado de que la dejara preñara, Pedro continuó pero la chica no tardó en empezar a sentir primero molestias, después escozor y más tarde, un intenso dolor dentro de su seta. Se sintió aliviada cuándo Pedro, a punto de correrse por tercera vez, decidió extraerla el rabo para echarla la leche en las tetas aunque los chorros llegaron hasta la cara y el pelo de Amaya. Después el chico se acostó a su lado y tras extenderla su líquido por las tetas decidió apretárselas, tirar de ellas como si la ordeñara y mamárselas. Amaya pensó en el excepcional aguante sexual de Pedro puesto que, a pesar del gran desgaste que habían supuesto sus dos últimas relaciones sexuales, no parecía notar los efectos del cansancio. Pero, de repente, la chica comenzó a sentir molestias anales y escozores vaginales sobre todo cuándo Pedro la acariciaba el coño ó la mamaba las tetas, lo que la obligó a acariciarse su órgano genital varias veces hasta que, finalmente, comenzó a sufrir los efectos de una incontinencia urinaria con la que no dejaban de salirla chorros y gotas de pis. Cuándo la situación se normalizó se quedaron dormidos. Se despertaron a las doce y medía y mientras la chica, bastante recuperada, pensaba en que Pedro se la volviera a “tirar”, este estaba con su pensamiento centrado en la monumental bronca que le esperaba cuándo llegara a casa después de no haber aparecido por allí desde que fue acompañado por Amaya. El chico, con su mejor voluntad, la dijo que descansara mientras que él se encargaba de pagar el hotel y de hacer que la llamaran a las cinco de la mañana para que tuviera tiempo de ducharse, vestirse, recoger sus cosas y desplazarse en un taxi hasta la estación de ferrocarril donde, un poco después de las seis, debía de coger el tren que la llevara de regreso a su domicilio con el tiempo justo de llegar a su trabajo. Amaya, al ver que Pedro empezaba a vestirse con el rabo aún empapado y tieso dejándola con ganas de más sexo, le dijo: “¿se puede saber que estás haciendo?” y Pedro, con la mayor normalidad, la contestó que se iba a dormir a su casa. Amaya, muy enfadada, se levantó y le dijo: “si tu te vas yo también” y sin tan siquiera limpiarse empezó a buscar su ropa interior por la cama y se vistió. Amaya recogió todas sus cosas sin decirle una sola palabra y salieron de la habitación. En recepción Pedro abonó el importe de la habitación y al salir del hotel la preguntó: “¿y ahora donde vas a ir?” a lo que la chica le contestó: “a la estación de ferrocarril para pasar allí la noche mientras llega mi tren ” y sin esperarlo se dirigió hasta una cercana parada de taxis. Pedro no sabía que hacer y su corazón se debatía entre Amaya y su madre. Esta al llegar a la parada se paró delante del taxi que iba a coger y esperó a que Pedro se acercara. Le miró y con lágrimas en los ojos, le abrazó, le dio un breve beso en la boca y le dijo: “gracias por hacerme tan feliz estos últimos años y adiós” . Pedro, sin saber que hacer ni que decir, se quedó parado viendo alejarse al taxi en cuyo interior iba Amaya y con el corazón roto se dirigió a su casa donde, como se esperaba, se encontró con una descomunal bronca de su madre lo que no le importó pues, aparte de que no la prestó atención, su mente estaba centrada en Amaya y esa noche no pudo dormir.

El chico sabía que había tomado la decisión equivocada en el momento más inapropiado y que su error lo iba a pagar caro. Y así fue. Amaya dejó de escribirle y cuándo hablaban por teléfono sus conversaciones cada vez resultaban más breves ya que la chica era parca en sus palabras hasta que, al final, optó por no ponerse al teléfono obligando a sus compañeros de trabajo a ponerle las disculpas más absurdas. Pedro decidió desplazarse para pedirla perdón e intentar solucionar su situación. Pero al llegar a su domicilio se encontró que sólo estaba el padre que no supo explicarse y lo único que pudo sacar en claro fue que Amaya y Julia habían ido a hacerse unas pruebas médicas, que Pedro pensó que afectarían a la madre, sin saber si se encontraban en aquella localidad ó se habían desplazado a otra. Aunque el hombre le dijo que le habían dejado la comida preparada, Pedro se empeñó en que fuera a comer con él y como le gustaba mucho comer pollo asado, le dio aquel pequeño capricho dejándole que comiera todo lo que quisiera. Pasaron la tarde juntos en muy buena armonía y el padre le dijo: “mi hija es buena y te quiere” . Cuándo regresaron al domicilio de Amaya eran casi las siete y medía y aún no habían vuelto. Esperó hasta las ocho y cuarto en que, dejándola una nota, inició el viaje de regreso. Su situación se complicó aún más cuándo dos días más tarde recibió una carta contestando a la que había enviado en su día pidiendo el traslado de Amaya en la que le comunicaban que la chica no tendría que esperar a que se produjera ninguna vacante y que el traslado sería inmediato si aportaban algún documento civil ó eclesiástico que justificara su propósito de contraer matrimonio. Como tal envío llegó por correo certificado y urgente su madre abrió la carta con la intención de, si realmente era urgente, poder informar a su hijo y se encontró con lo que ni remotamente se esperaba lo que hizo que aquel día, en que Pedro celebraba su cumpleaños y los siguientes, se convirtieran en un autentico infierno para él.

Volvió a desplazarse una semana más tarde y en esta ocasión, encontró a la madre y a la hija sentadas en el sofá del salón que tan gratos recuerdos le traía. La madre, que tenía puesta una sonda, permanecía casi acostada leyendo una revista y le llamó poderosamente la atención lo mucho que había perdido en muy pocas semanas. Le recibió con gran alegría y después de dejar que pidiera perdón a Amaya por su comportamiento le dijo: “parece ser que lo único que falta para uniros es que tu madre acepte a mi hija” . Pedro contestó afirmativamente con la cabeza y la mujer le indicó que, si Dios la permitía vivir hasta entonces, el mes próximo la gustaría pasar dos ó tres semanas en la ciudad en la que vivía Pedro y residiendo lo más próxima posible a él para poder entrevistarse con su madre con la intención de que viera que eran buena gente y que lo único que querían era la felicidad en la relación de su hija con Pedro. El chico la dio las gracias y la prometió ocuparse personalmente de encontrarles un alojamiento adecuado para su estancia que, aunque la madre declinó el ofrecimiento, quiso pagar. Después la dijo a Amaya: “iros a dar un paseo, daros unos besos para reconciliaros y no te olvides de comunicarle la grata sorpresa” . Pedro no supo a que se refería con sus últimas palabras mientras Amaya permaneció toda la tarde bastante callada y pensativa. Estuvo a punto de hablar un poco antes de que Pedro iniciara su viaje de regreso pero, tras darle un beso en la boca sin tan siquiera abrazarle, se dirigió hacía su casa sin esperar, como otras veces, a que el chico se pusiera en camino.

A pesar de los buenos augurios de aquel encuentro los meses pasaron y Pedro se desesperaba al no tener la menor noticia de Amaya ni de su madre. Se desplazó varias veces a visitarlas y aunque le pareció que miraban por la mirilla nadie abrió la puerta del domicilio de la chica. Acudió al hospital donde había permanecido Julia pero tampoco pudo obtener ninguna información. No le quedó más remedio que dejar pasar algunos meses pensando que el tiempo se encargaría de normalizar su situación pero, finalmente, volvió una vez más y como nadie la abrió la puerta del domicilio de la chica, decidió pasar la noche allí y al día siguiente, a primera hora de la mañana, acudió a la pescadería del hermano de Amaya al que encontró muy abatido. En pocos minutos le puso al corriente de todo. Diez días después de su última entrevista con ella, la madre de Amaya había fallecido ya que el cáncer vaginal la había corroído entera. El marido murió mes y medio más tarde a cuenta de un derrame cerebral. Amaya y aquella era la “sorpresa” que mencionó su madre, después de un embarazo bastante complicado, había dado a luz a una niña preciosa pero como estaba destrozada a cuenta de lo que la había pasado y había jurado no ser nunca de otro hombre, decidió irse, prácticamente con lo puesto y con su hija en brazos, a vivir a otro lugar que desconocía y pocos días después, su cuñada había hecho lo propio con su hermano lo que le hacía pensar que lo tenían muy bien pensado y que, seguramente, vivían juntas. Pedro comprendió, entonces, que lo que Amaya le quiso decir y no pudo era que estaba esperando a aquella niña. Desesperado y poniéndose de acuerdo con el hermano de Amaya recurrió a una agencia de detectives privados, que les salió sumamente cara, para localizarlas incluso en los conventos pero en la mayoría de ellos los detectives no pudieron acceder a los registros para conocer los nombres de las novicias que habían ingresado en los últimos meses por lo que todo fue infructuoso y Pedro, completamente deshecho, tuvo que reconocer que la había perdido para siempre.

. . . S i g u e . . .