Paula y Alfredo (3)
Comienza la verdadera doma.
Cuando Alfredo colgó el teléfono, sonreía, estaba acompañado de sus cuatro socios, con los que iba a acudir a la cena. Alfredo era el dueño de cuatro locales de alterne, y cada uno de sus socios se encargaba de uno de ellos. En cada local tenía trabajando a unas quince chicas, la mayoría de las cuales habían empezado como Paula, trabajando de asistentas en su casa. Él había sido y de hecho seguía siendo, por el respeto que le tenían, el amo de casi todas. Todavía podía hacer uso de cualquiera de ellas siempre que le apeteciera. Sus socios sabían que Alfredo tenía preferencia siempre en cada una de esas chicas y con Paula no era diferente. Eran conscientes que mientras Alfredo no "desvirgara" a Paula por todos sus agujeros ellos serían meros espectadores, es decir, participarían en el juego pero sin penetración. Aquel privilegio le estaba reservado a Alfredo. Pero no por ello el juego les resultaba menos excitante. Así que los cuatro esperaban con apremio que llegara la noche.
Paula acababa de colgar el teléfono después de la conversación con su amo, sintió deseos de salir corriendo y dejar la casa de Alfredo. No quería pasar por la humillación a la que seguramente sería sometida aquella noche. Estaba pálida, lloraba, se miró en el espejo y no se reconoció. Ella era una mujer joven, guapa y atractiva, ¿qué hacía metida en esa situación? Quería escapar de allí, huir, pero se sorprendió secándose las lágrimas, poniéndose el delantal y preparando la cena para cinco. Desconocía si en esos cinco estaba incluida ella.
Paula, estaba muy nerviosa, tenía ya la cena preparada y la mesa puesta, sólo faltaban los invitados. En eso, oyó el ruido de la puerta que se abría, no sabía que tenía que hacer, oía voces de hombres entre ellos la de su amo y oyó como éste la llamaba:
-Ven aquí, perra, preséntate ante los invitados
Ella acudió dócilmente
-Quítate el delantal, separa las piernas y pon las manos detrás de la nuca- ordenó Alfredo- mis amigos van a comprobar la mercancía, y ¡mira al suelo zorra!
Aunque Paula hubiera querido mirarles no hubiera podido, su vergüenza le impedía mirarles a la cara. Se quitó el delantal, separó sus piernas y colocó las manos en la nuca.
Los cuatro comenzaron dando vueltas alrededor de ella mientras hacían comentarios sobre sus tetas, culo y coño. Paula comentó, muy bajito, que la cena se iba a enfriar. Quería terminar cuanto antes con aquella humillación, pero Alfredo respondió dándole una fuerte bofetada en el culo dejándole los dedos marcados y diciendo:
-Calla zorra, no te he dado permiso para que hables
Paula gimió de dolor y un par de lágrimas asomaron por su rostro.
Los cuatro hombres empezaron a sobarla, magreando sus tetas y coño y dádole pellizcos en sus nalgas. Paula instintivamente bajó los brazos intentando taparse, lo que provocó que Alfredo le diera otra bofetada, más fuerte si cabe, en la cara. Lo que hizo que volviera a subir los brazos.
Paula lloraba pero, a pesar de todo, notaba su coño húmedo. Los cuatro hombres también lo notaron, lo que hizo que se animaran más todavía y sus toqueteos fueran más lejos, introduciéndole varios dedos en su vagina y riéndose de ella, llamándola perra viciosa y cosas semejantes.
Cuando los hombres acabaron de revisar la mercancía se sentaron a la mesa, Alfredo le dio el delantal a Paula y le acarició el cabello, mientras le daba un beso en los labios que Paula agradeció.
Ella comenzó a servir la cena, se colocaba entre los hombres mientras servía la comida, en cada plato, ellos aprovechaban la circunstancia para seguir tocándola. La pellizcaban el culo, las tetas por encima del delantal, e incluso alguno de ellos metió el mango de un tenedor en su vagina mientras le estaba sirviendo el segundo plato. Paula aguantaba todo estoicamente, aunque en ocasiones no podía reprimir alguna lagrimilla. De vez en cuando su amo la alentaba, diciéndola:
-Eres una buena esclava, lo estás haciendo muy bien, llegarás a ser la mejor, mi preferida
Esto animaba a Paula, que la llenaba de dicha y cada vez con más convencimiento pensaba que todo valía la pena por ser para Alfredo la perra que él deseaba.
Pero Alfredo también le recordaba que, muy a su pesar, iba a tener que ser castigada por protestar cuando le dijo que debía servir la cena con el "uniforme", que no era otra cosa que sólo el delantal que llevaba.
Cuando acabaron de cenar, Paula se dispuso a recoger la mesa y Alfredo le ordenó que se quitara el delantal, con lo que ella quedó, otra vez, totalmente desnuda. Así estuvo también mientras fregaba, el movimiento de sus brazos al fregar hacía que sus tetas se movieran acompasadamente, uno de los hombres no pudo resistir la tentación y se colocó detrás de ella, sujetándola por las tetas con una mano mientras con la otra le acariciaba el sexo, ella debía seguir fregando y oyó como su amo le decía:
-Ni se te ocurra correrte, zorra
A Paula la situación le desagradaba, sin embargo su coño no opinaba lo mismo pues se iba mojando cada vez más. Intentaba reprimir los gemidos que ya empezaban a asomar por su garganta, pensó que menos mal que ya le quedaba poco y aguantaría sin correrse.
Así fue, Paula acabó de fregar y obedeció a su amo logrando no correrse.
Entonces Alfredo colocó cinco sillas en círculo y los hombres se sentaron, ordenó a Paula que se pusiera en el centro de rodillas, las manos a la espalda y las piernas un poco separadas. Estando así, Alfredo dijo:
-Paula, mi esclava, vas a chuparnos las pollas y hacer que nos corramos, comenzarás por el que tengo a mi derecha, todos ellos podrán correrse en tu cara o en tus tetas, donde ellos prefieran, pero yo, mi perrita, me correré en tu boca y guardarás todo mi semen en esa boquita, no debes derramar nada ni debes tampoco tragarlo, así que comienza.
El que estaba a la derecha de Alfredo se desabrochó la cremallera y sacó su pene, se notaba que estaba un poco excitado aunque todavía no la tenía dura del todo. Paula se acercó de rodillas con las manos en la espalda y metió ese pene en su boca, todavía le cabía entero, comenzó a lamerlo, a jugar con él en su boca, lo sacaba y lo volvía a meter, notaba como tenía que ir abriendo la boca cada vez más pues el pene de aquel hombre iba creciendo por momentos, pensó que era muy grande aunque no demasiado grueso, en lo único que pensaba Paula era en llegar a su amo, saber que dentro de poco iba a tener su pene en la boca eso la excitaba muchísimo y deseaba tocarse, pero sabía que no podía y que ya llegaría el turno de su ansiado manjar.
Seguía chupando, el hombre le agarró de la cabeza tirando del pelo y la empujó haciendo que Paula se la tragara entera, la mantuvo así un rato que a ella le pareció interminable pues apenas podía respirar, le estaban dando arcadas, el hombre por fin la soltó y ella babeó como la perra que era. El hombre no tardó mucho en correrse y separándola un poco apuntó hacia sus tetas dejándolas bien embadurnadas del líquido blanco y espeso. Así fue pasando por los cuatro, el segundo se corrió en su cara, el tercero también y el cuarto lo hizo de nuevo en las tetas.
Llegó el momento que tanto había estado deseando, Alfredo le limpió el semen de la cara con un pañuelo, no así el de sus tetas que chorreaban. Éste se bajó la cremallera y sacó su verga, estaba muy empalmado habiendo presenciado el espectáculo dado por Paula y sus cuatro socios. Paula observó su pene, le parecía algo hermoso y con deleite lo empezó a lamer, se entretenía más que con los otros, lo hacía despacio, lamiendo cada pliegue de su sexo, notando las venas, se acercaba a los huevos y los pellizcaba suavemente con sus labios El amo le dijo que no se detuviera que siguiera así que lo hacía muy bien, y que cuando llegara el momento la avisaría. Paula se relamía con aquella verga en su boca, por fin estaba probando la polla de su amo Estaba excitadísima y daba igual que hubiera tenido que mamarles la polla y ser magreada por desconocidos, aquello estaba mereciendo la pena. Alfredo, le metió el capullo en la boca y advirtió que se corría, Paula se preparó para recibir el semen de su amo, no quería que se derramara nada y tampoco debía tragárselo. Por fin, Alfredo, se corrió en toda su boca. Paula, recibió el semen de su amo como si fuera un gran manjar, se relamía no dejando escapar ni una gota. Tenía la boca llena y no podía hablar pero estaba tremendamente excitada, su coño ardía de deseo pero sabía que no tenía el permiso de su amo para correrse.
Cuando Alfredo se recuperó, dirigió a todos los presentes hacia la habitación de invitados, incluida Paula que debía de ir de rodillas siguiéndoles. Cuando llegaron allí ordenó a Paula que se pusiera en pie.
En aquella habitación había un madero, a una altura considerable, con dos palos de unos diez centímetros de largo y otro semejante a unos diez centímetros del suelo. Ordenó a Paula que pusiera las manos en los palos del madero de arriba y allí la ató, lo mismo hizo con el madero que estaba abajo amarrando sus pies. Paula quedó cara a la pared y con los brazos y piernas bien abiertos. Todavía llevaba el semen de su amo en la boca y el resto del semen de los otros en sus tetas que iba escurriendo hacia su vientre.
Alfredo le dijo que iba a comenzar el castigo por haber replicado cuando hablaban por teléfono, pero añadió que no sería muy duro pues había sido una buena perra durante toda la cena, eso sí, Paula no debía tragarse el semen ni escupirlo. Paula sentía miedo, pero no podía contener la excitación de su sexo, no sabía que iban a hacerle.
Alfredo sacó del armario dos látigos que repartió entre dos de sus socios y ordenó que cada uno de ellos le diera cinco latigazos. Los hombres cogieron el látigo encantados, esa parte del castigo les ponía a cien.
Los dos primeros latigazos le llegaron a Paula casi a la vez, se le saltaron las lágrimas, el dolor era intenso, como fuego, hubiera gritado, chillado pero no podía. Los siguientes latigazos de aquellos hombres fueron en aumento, tenía la espalda y el culo casi en carne viva, el dolor era terrible, y ni siquiera podía suplicar o gritar. Deseaba que aquello acabara cuanto antes, no iba a resistir mucho.
Una vez aquellos hombres dieron, cada uno, sus cinco latigazos correspondientes los látigos pasaron a manos de los otros dos hombres, esta vez Alfredo, les dijo que dieran solo tres cada uno. Estos se iban turnando, primero uno y luego otro, pero sin dar un respiro a Paula, uno de ellos lanzó el látigo contra ella con una fuerza brutal y Paula ya no aguantó más y gritó, llorando y suplicando, lo que hizo que el semen que tenía en su boca, parte saliera despedido y parte acabara tragándoselo. Cuando, los hombres acabaron de darle sus tres latigazos correspondientes, Alfredo se dirigió a Paula diciéndole:
-Zorra, te dije que no debías tragarte mi semen, pero por lo visto eres una perra viciosa y no has podido aguantar. Ahora recibirás un nuevo castigo por incumplir esa orden.
-Por favor, amo, por favor .que no me azoten más- dijo Paula llorando desconsolada
Alfredo volvió al armario y de allí sacó un plung, lo acercó al sexo de Paula que estaba muy húmedo y le dijo:
-No zorra, no creas, esto no es para ese agujerito, solo lo estoy mojando con tus jugos para que entre mejor en tu trasero
Acto seguido, se dirigió al ano de Paula lo separó un poco con sus dedos y empujó el plung hasta que quedó colocado dentro. Paula lloraba, el dolor del ano era insoportable. El amo añadió:
-Bien, éste será tu castigo, ahora mis socios se van a ir a su casa y yo estoy algo cansado y me iré a dormir y tú quedarás ahí amarrada con el plung dentro de tu culito y tus tetas chorreando el semen hasta que yo descanse lo suficiente. Es necesario ir dilatando ese culito para que puedas probarlo con mi polla.
Paula contestó:
-Si, mi amo, lo que usted desee
¿continuará?... sólo si a vosotros os apetece