Paula María (Parte número 4).

Cuarta parte de esta nueva historia que publico para que mis lectores puedan juzgarla y enviarme sus comentarios.

Ese verano falleció mi padre y después de ofrecerme a sus superiores, tuve la suerte de que me eligieran para ocupar su puesto lo que me obligó a no cursar los estudios universitarios que había previsto iniciar semanas más tarde para ponerme a trabajar rodeado de un buen número de varones y la mayoría de ellos entrados en años y de dos hembras maduritas que compartían un despacho, próximo a los que ocupaban los jefes, en el piso superior. Durante bastante tiempo pasé por un nuevo periodo de penuria sexual sin más consuelo que el pajearme en solitario mientras iba haciendo amistad con Dionisio ( Dioni ), uno de mis compañeros, que durante un tiempo no dejó de animarme a irnos juntos de putas para que pudiera obtener satisfacción sexual lo que no llegué a hacer al pensar que me iba a enviciar y mi aún maltrecha economía no me iba a permitir desahogarme con ellas con la frecuencia que deseara y/o necesitara. Nuestra amistad no perduró mucho puesto que Dioni no disfrutara de buena salud, al estar soltero no se cuidaba y se había habituado a llevar una vida muy intensa. Una mañana unos vecinos lo encontraron tumbado boca abajo y semidesnudo en las escaleras de su domicilio y con la puerta de su vivienda abierta. Pensaron que había sido objeto de alguna agresión y/o de un robo y al tratar de auxiliarle se dieron cuenta de que estaba muerto. Las extrañas circunstancias que, al principio, rodearon su defunción quedaron esclarecidas al realizarle la autopsia que determinó que había fallecido de muerte natural y que, seguramente, se había producido cuándo, al encontrarse mal, abandonó su domicilio dejando la puerta abierta en busca de la ayuda de sus vecinos.

Pocos días después de producirse la defunción de Dioni tuve una tarde bastante nefasta en la que el trabajo se me complicó y de mala manera, más de lo debido por lo que terminé mi jornada laboral a una hora bastante intempestiva. Pero, al menos, me sentía satisfecho por haber sido capaz de superar las adversidades para poder cumplir con mi deber y con intención de celebrarlo, me levanté de mi asiento y me encaminé hacia el cuarto de baño dispuesto a, una vez más, “sacar brillo a mi lámpara mágica”. Como pensaba que estaba solo no me molesté en echar el cerrojo a la puerta y tras bajarme el pantalón y el calzoncillo, comencé a menearme la “herramienta”, como otras veces, delante del espejo y del lavabo. Me encontraba de lo más entusiasmado cuándo se abrió la puerta y Cristina, una limpiadora madurita y menuda de cabello moreno que estaba dando los últimos retoques reponiendo rollos de papel higiénico en los cuartos de baño, me sorprendió con “las manos en la masa” pero su presencia no “me cortó el rollo” y me la seguí meneando mientras ella, tras cerrar la puerta con el cerrojo, me observaba con interés. Lo que vio no la debió de disgustar puesto que, acercándose a mí, decidió ayudarme a culminar y de una forma más que satisfactoria, la paja que me estaba haciendo. La limpiadora permaneció callada hasta que me vio eyacular y al observar como la leche me salía a borbotones y se iba depositando en el lavabo, en los azulejos y en el suelo, me comentó que nunca había visto un “plátano” tan grueso y largo ni echar tanta cantidad de “salsa”.

Aquel día y después de producirse mi explosión, me la meneó un poco más antes de permitir que me volviera a poner bien la ropa para salir juntos del cuarto de baño pero la tarde siguiente, en cuanto entró en mi despacho, se envalentonó y sin ningún disimulo, me tocó repetidamente la polla por encima del pantalón al mismo tiempo que me indicaba que a una “lámpara mágica” de las dimensiones de la mía había que darla satisfacción todos los días y que ella estaba dispuesta a proporcionármela. No esperó mi respuesta, que hubiera sido afirmativa, ya que, al notar que se me había levantado hasta ponerse inmensa con sus tocamientos, procedió a abrirme el pantalón y colocándome el calzoncillo detrás de los huevos, me volvió a pajear para lograr y de nuevo con bastante celeridad, sacarme una ingente cantidad de chorros de concentrada y espesa leche que se encargó de que, sin mancharme la ropa, se depositaran en el suelo. De esta manera me fui acostumbrando a lucir mis atributos sexuales ante ella y a que me los sobara a su antojo para unos días culminar meneándomela con su mano y otros “bajándose al pilón” para chupármela mientras se iba habituando a hurgarme con sus dedos analmente e intentaba impedir que descargara en su boca lo que, con el intenso gusto que sentía con sus felaciones, me resultaba casi imposible de evitar por lo que, aunque al principio sentía algunas arcadas y náuseas al recibir mi leche y me decía que echaba tanta que no la daba tiempo a tragársela, acabó habituándose a ingerir y con los ojos abiertos, el copioso “biberón” que la suministraba los días laborables y como me sucedía con Jimena, eyaculando siempre con rapidez y disfrutando de un intensísimo gusto.

Mi relación con Cristina, como la que había mantenido años antes con Jimena o con Montse, fue duradera pero, al igual que me había sucedido con ellas, no conseguí convencerla para que nuestra actividad sexual fuera a más por lo que me tuve que conformar con sus miradas lascivas, sus sobamientos, sus pajas, sus felaciones y sus hurgamientos anales hasta que, por propia iniciativa, decidió desnudarse dos días a la semana ante mí para quedarse en braga y enseñarme sus voluminosas tetas con intención de que, además de tocárselas, se las mamara, la pusiera los pezones aún más erectos de lo que los tenía y manteniéndola las “peras” bien apretadas con mis manos, tirara de ellas como si pretendiera que, como las de las vacas, dieran leche.

Cuándo mejor iban las cosas entre nosotros la empresa para la que trabajaba decidió que, por antigüedad, debía de ocuparse de limpiar colegios en vez de oficinas. Cristina se disgustó bastante a cuenta de ello pero no me dijo nada hasta una semana antes de producirse el cambio. Durante los tres primeros días de aquella semana me realizó y con éxito, una felación a media tarde, cuándo ella llegaba y otra unos minutos antes de salir de mi centro de trabajo. El cuarto día, después de entrar en mi despacho, se despojó de la blusa y del pantalón de su uniforme, se separó la braga de la raja vaginal, se acostó abierta de piernas boca arriba en la mesa y me pidió que la “clavara mi herramienta” con intención de joderla y de mojarla con mi abundante leche.

Me excité tanto con su propuesta que me apresuré a bajarme el pantalón y el calzoncillo y me dispuse a complacerla. Cristina me dijo que me aprovechara y se la “clavara a pelo” y la echara con total libertad mi lefa dentro de la cueva vaginal puesto que a su edad era imposible que pudiera fecundarla. Mientras la propinaba unas buenas embestidas con mis movimientos de “mete y saca” y Cristina mantenía sus piernas cruzadas sobre mi culo para que tuviera que permanecer con mi “rabo” totalmente introducido en su coño, intenté dejarla las tetas al descubierto pero el sujetador se me resistió y al ser mi primera experiencia sexual con penetración y resultarme sumamente deliciosa y excitante, exploté con una rapidez impresionante dentro de su cada vez más estimulante potorro antes de conseguir mi propósito. Al notar que la estaba dando mi leche, Cristina llegó al clímax y se meó de auténtico gusto lo que me excitó de tal manera que, aprovechando que mi miembro viril no perdía la erección hasta varios minutos después de acabar de eyacular, la seguí propinando más envites mientras lograba dejarla las “peras” al descubierto y su “cerveza” iba saliendo lentamente al exterior y me mojaba los pelos púbicos cuándo lo permitían mis enérgicos movimientos de “mete y saca” y la presión que mi “salchicha” estaba ejerciendo en su vejiga urinaria. La experiencia acabó siendo la más agradable y placentera de mi vida por lo que al día siguiente, de acuerdo con Cristina y tras haberme efectuado una felación a media tarde, se la volví a enjeretar vaginalmente a última hora y me la cepillé mostrándose bien ofrecida colocada a cuatro patas en el suelo mientras me animaba a insultarla y a darla “mandanga” en plan salvaje. Era mi segundo día consecutivo practicando el sexo con penetración y acabé muy complacido y pletórico pero, por desgracia, el lunes siguiente Cristina comenzó a limpiar colegios por lo que, aunque lamentando no haberme puesto de acuerdo con ella para poder continuar manteniendo relaciones sexuales, dejé de verla y no se la pude meter más veces.

C o n t i n u a r á