Paula María (Parte número 3).

Tercera parte de esta nueva historia que publico para que mis lectores puedan juzgarla y enviarme sus comentarios.

Después de haberme visto sometido por aquellas dos golfas cogí tanto miedo que permanecí en el “dique seco”, sin más estímulos que el “cascarme” la picha una y otra vez a la salud de los “monumentos” de carne y hueso con los que me cruzaba a diario en la calle, hasta que conocí en el instituto en el que cursé mis estudios superiores a Jimena, una esbelta compañera liberal y moderna, que con su largo cabello rubio ligeramente rizado, su agraciado rostro, su físico y su sugerente forma de vestir nos mantenía encandilados a todos los varones. Aunque era una pésima estudiante y había repetido varios cursos, sabía incitarnos a que nos prodigáramos en pajearnos a su salud para que la dedicáramos las lechadas que nos sacábamos y en cuanto algún chico la gustaba, le acosaba y casi le invitaba a que la “metiera mano” a cambio de lo cual el privilegiado debía de mear delante de ella y al acabar, permitir que le sacara la lefa “dándole a la zambomba” o si tenía suerte, efectuándole una felación.

Aunque tardó en fijarse en mí, conseguí no ser la excepción y una mañana Jimena comenzó a darme “piquitos” y a frotarse conmigo con lo que pudo sentir como se me levantaba la pilila y lo dura, gorda y larga que se me ponía. Después de comprobar que me encontraba bien “armado” me invitó a introducir mis manos por su pronunciado escote para que pudiera sobarla las tetas. Más adelante, me permitió meterlas por debajo de sus casi siempre minúsculas faldas y por su braga para que entrara en contacto con su jugosa raja vaginal y con su culo. La encantaba que la “hiciera unos dedos” con lo que aprendí a verla disfrutar con sus orgasmos y que, después de magrearla los glúteos, la introdujera bien profundos un par de dedos por el ojete y los moviera hacía dentro y hacía afuera de manera enérgica con intención de poder sentirse penetrada analmente hasta que me decía que la estaba dejando de lo más predispuesta para la defecación.

Pero aquello requería una compensación y pocos días más tarde, al terminar de efectuarla mis hurgamientos anales en un rincón lo suficientemente íntimo del instituto, me hizo acompañarla a un cuarto de baño en donde se bajó la braga hasta las rodillas y se subió la falda antes de acomodarse en el “trono” en donde procedió a mear y a jiñar delante de mí aunque poco pude disfrutar de tan excepcional espectáculo puesto que, aunque podía escuchar el sonido tan similar al de un sifón que producen las féminas al expulsar su micción y como su evacuación se iba depositando en el agua del inodoro, se apresuró a bajarme el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos y me miró y sobó los atributos sexuales, sin dejar de alabar las excepcionales dimensiones de mi pirula, antes de que le “diera a la zambomba” con lo que, enseguida, me consiguió sacar la leche que se fue depositando, a borbotones, en los azulejos y en el suelo.

Cuándo terminó de salirme la lefa me propuso ocuparse, a partir de ese día, de pajearme si me comprometía a retener mi orina para echarla cuándo estuviera con ella. Acepté y en cuanto sentía la necesidad de mear la tenía a mí lado. Muchas veces me sostuvo con su mano el miembro viril mientras su respiración se agitaba al verme expulsar la lluvia dorada para, en cuanto acababa, proceder a meneármelo vigorosamente con su mano hasta que, siempre con bastante celeridad, lograba “descargarme la pistola”. Con Jimena me acostumbré a echar la orina a chorros pero reteniendo la parte final para darla tiempo a que se “bajara al pilón” y a introducirse mi “pito” en la boca con intención de depositar en ella los últimos chorros de mi líquido amarillo que la encantaba saborear antes de efectuarme una esmerada felación, deleitándose con cada una de sus chupadas, hasta que conseguía que la diera “biberón”. Me agradaba verla ingerir con los ojos cerrados mi leche y me llenaba de orgullo que me indicara que era la más concentrada y exquisita que había tomado en su vida.

A pesar de saber que no era el único en disfrutar de sus favores, me llegué a considerar un privilegiado al poder “meter mano” y sobar casi a mi antojo a una cerda tan salida como ella. Logré convencerla para que me ofreciera la posibilidad de separarla la braga de la raja vaginal con el propósito de ingerir su lluvia dorada mientras la mantenía bien abiertos los labios vaginales con mis manos cada vez que tenía ganas de orinar lo que me animó a proponerla el llegar a mantener relaciones con penetración a lo que siempre se opuso y como se solía poner de muy mal humor cada vez que la hablaba de ello, preferí aclimatarme a sus deseos y continuar dándola mi orina y disfrutando de sus pajas y sus felaciones a cambio de mamarla las tetas, lamerla la raja vaginal y el ojete e ingerir su abundante, apetitoso y estimulante líquido amarillo hasta que finalizó nuestra etapa escolar y nuestras vidas se separaron.

C o n t i n u a r á