Paula María (Parte número 2).

Segunda parte de esta nueva historia que publico para que mis lectores puedan juzgarla y enviarme sus comentarios.

Al irnos haciendo mayores dejamos de jugar en la calle lo que originó que, al no vernos, fueran quedando en el olvido los agradables e intensos momentos de los que habíamos disfrutado durante años. En mi caso, sólo subsistió y durante un tiempo, mi relación con Montse lo que permitió que, además de seguir prodigándonos en darnos mutua satisfacción anal, la chica me pajeara con frecuencia al mismo tiempo que me estimulaba a través del denominado “punto g” y me efectuara, muy de vez en cuando y sacándose la minga de la boca cuándo consideraba que tenía que estar a punto de explotar para que culminara mientras me la “cascaba” con su mano, una felación a cambio de masturbarla o realizarla una exhaustiva comida de chumino al mismo tiempo que me deleitaba haciéndola todo tipo de hurgamientos anales. La joven me propuso y acepté, desarrollar nuestra actividad sexual de una forma mucho más sádica y sucia para fomentar que en nuestros contactos, además de las meadas, estuvieran presentes su “baba” vaginal y mi leche y nos forzáramos analmente con insistencia usando los dedos hasta que nos jiñábamos y podíamos ver al otro expulsar sus gordos y largos “chorizos” de mierda que a Montse, a la que la iba el sexo guarro, la gustaba chupar y “degustar”, como si se tratara de un helado, a medida que iban apareciendo por mi orificio anal. El que, con el tiempo, nos habituáramos a aquellos enérgicos hurgamientos ocasionó que dejaran de ser efectivos y que tuviéramos que recurrir a las lavativas para provocarnos la evacuación que, en estos casos, se producía de una forma mucho más líquida, masiva y rápida.

Cuándo más a gusto e integrado estaba en mi relación con Montse me vi obligado a cambiar de domicilio con lo que, muy a mi pesar, dejé de disfrutar de los favores sexuales de mi vecina. Al separarnos pensé en solventar mi cada vez mayor desasosiego sexual con alguna de mis compañeras de estudios pero, como el tiempo iba pasando y no conseguía “comerme una rosca” con ninguna de ellas al ser sumamente estrechas y recatadas, intenté en múltiples ocasiones volver a relacionarme con Montse pero siempre me encontraba con su negativa ya que, según me explicaba, desde que no manteníamos contactos regulares había dejado de ser la chica cerda y salida con la que había compartido intimidades y marranadas en épocas anteriores.

Desesperado puesto que Montse me gustaba mucho y pretendía llegar a más con ese “bombón”, un día la propuse mantener relaciones que, además de sádicas y sucias, pudieran llegar a ser completas con ella y con sus amigas, en grupo o por separado. La joven, esta vez, me dejó terminar de hacerla mi deshonesta proposición y no se negó en rotundo pero, antes de darme su contestación, me pidió que la realizara tal propuesta por escrito para que sus amigas la creyeran. Como su petición me pareció razonable me dispuse a complacerla sin darme cuenta de que lo escrito se lee y me podía meter en un buen lío. Al día siguiente por la tarde la entregué mi carta y unos minutos después la vi, en compañía de sus amigas, leyéndola en un portal. Me dio la impresión de que se estaban meando de risa a cuenta mía y al verme, se acercaron a mí en bloque y mientras varias de ellas mantenían su mirada fija en el “paquete” que se me marcaba en el pantalón, Montse me indicó que tenían planes hechos para aquella tarde y que, en unos días y para bien o para mal, me darían su respuesta.

No volví a mantener más escarceos sexuales con Montse que, en contra de lo que me había dicho delante de sus amigas, no se dignó contestarme y a base de insistir para intentar conseguir mi propósito, logré que tanto ella como sus amigas, a las que tenía que agradecer que no hubieran usado la carta con mi propuesta sexual en mi contra, la tomaran conmigo mofándose de mí al cruzarnos por la calle e intentando dejarme en ridículo ante mis amigos y compañeros dedicándome epítetos tan “cariñosos” como cabrón o putero mientras me defendía respondiéndolas con otros similares, como brujas, golfas o zorras.

Me vi obligado a aguantar aquella tensa situación durante varios meses antes de que María Isabel ( Mabel ) y Paloma, dos de las amigas de Montse, se decidieron a sacar provecho de mis atributos sexuales y a convertirse en mis amas y señoras a cambio de su silencio por lo que, después de mostrarme que la carta que en su día había escrito a Montse se encontraba en su poder, no me quedó más remedio que aceptar sus condiciones sin la menor oposición y comprometerme a acompañarlas todos los días a orillas del río en donde me bajaban el pantalón y el calzoncillo y me magreaban a conciencia antes de que una de ellas me pajeara hasta sacarme la leche mientras la otra me sobaba los huevos y me hurgaba con sus dedos en el ojete con intención de estimularme analmente y lograr que echara una gran cantidad de “salsa”.

Como la exuberante Paloma era mi anhelo sexual me encantaba que fuera ella la que se ocupara de “sacarme brillo a la lámpara mágica” para verme brotar y echar la lefa aunque, en contraprestación, lo único que me llegó a permitir y en contadas ocasiones, fue que la tocara el culo a través de su ropa lo que, a pesar de que me complacía, no era suficiente como para mantenerme encandilado por lo que mi desasosiego sexual al estar con ellas comenzó a decaer. Pero aquellas dos jóvenes no estaban dispuestas a prescindir de mi soberbia “herramienta” y de mis esplendidas lechadas por lo que decidieron mostrarse más sádicas obligándome a permanecer con el “nabo” y los huevos al descubierto para, después de mis portentosas eyaculaciones, ir observando cómo, poco a poco, se me iba bajando y cómo, al quedarse a “media asta”, no podía evitar mearme delante de ellas. Aquellas dos chicas, además de dedicarme todo tipo de improperios y de insultos, me llegaron a propinar golpes secos en los huevos al terminar de orinar lo que me obligaba a doblar las rodillas y a retorcerme de dolor ante ellas mientras el pene me colgaba y a ponerme lavativas anales caseras para humillarme con intención de que me meara y me jiñara delante de ellas y en algunas ocasiones, de sus amigas entre las cuales no se encontraba Montse, con lo que hubieran conseguido que me sintiera todavía más humillado y vejado. Mabel y Paloma, sabiendo que me tenían bien cogido por los huevos y que podían hacer conmigo lo que las diera la gana, me obligaron a aguantar sus continuas degradaciones hasta que, unos meses más tarde, sintieron renacer en su interior una clara tendencia lésbica y aunque se consideraban bisexuales, los hombres dejaron de ser de su agrado y decidieron prescindir de mí. Años más tarde me enteré de que Mabel y Paloma regentaban una galería de arte y que vivían juntas inmersas en una intensa relación lésbica y que Montse, además de cambiar de “look” y de montar una academia de informática, había contraído matrimonio resultando ser más fértil que las gallinas.

C o n t i n u a r á