Paula en la ducha

Aparición imaginativa de una musa existente en un mundo irreal

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PAULA EN LA DUCHA

Me he jugado el orgullo, siguiendo el rastro de la mujer. De incógnito y calladito, por la ventana, me cuelo y me meto en un rincón donde no se me puede ver.

Paula llega; abre la puerta con el tintín de las llaves y se encierra en la morada. Vestida con la chaquetilla negra de pseudocuero, que no le llega a la cintura; y con los pantalones grises rotos, que dejan entrever su rodilla, por debajo de los hilillos débiles en su prenda.

Se agacha. Saluda al perro con felicidad y cariño, con sus dos manitas pequeñas, de uñas coloridas. Y deja las llaves en la mesa del recibidor. Está sola. Se quita la chaqueta y se dirige hacia el armario del vestidor, justo donde estoy yo; pero no me puede ver. El aura está presente y pasea por cada rincón (pero no puede verme).

Se mira en el espejo, con su jerseicito color blanco de rayas azules... con los pómulos definidos y los ojos grandes, que la hacen tan guapa. Muestra pereza, resoplando y haciendo mueca con los labios, finos pero carnosos, pintados de rojo. Se echa afuera el jersei, quedándose con la camiseta interior, estrecha, que no le llega a la cintura del pantalón.

Se dirige al baño ágil y presta, porque tiene el tiempo justo. Orina y se lava, con rutina y con ganas de juventud y actividad. Arroja el papel y tira de la cadena. Maneja el pelo, soltándolo un poco. Termina de secarse los dedos pasando por la cintura, acariciando la tela vaquera, y haciendo ese sonido sutil y cómodo.

Está pensando en sus cosas, sus novios, sus amigas... los viajes. Consulta el teléfono, ojea fotos y da al botón de corazón con importante despreocupación. Los pasares de la vida, el ciclo de la madurez y el viaje del ser adulto.

Casi tira el móvil sobre la mesa, recordando sus deberes. Se ajusta el flequillo, mirando a sí misma y besándose, con el ojo guiñado, como dándose ánimos. Se echa el pelo hacia atrás y se quita la camiseta, que deja del revés. Está en lencería. Muestra orgullo por su figura, con un tren delantero dominante, en contraste con su planta delgada y pequeña. Danza las caderas y se da la vuelta, coqueta, admirándose.

Se acerca, con la boquita abierta y los labios enrojecidos, al espejito de cristal, que enmarca con su rostro y empaña con su aliento. Las uñas pintadas le pasan por los dientes, y coge el aire de la habitación. La vulva impulsa y el clítoris se levanta. Quiere fotografiar la escena, surreal, en la que ella a ella misma se pone cachonda.

Recoge el iPhone de manzana mordida, cuyo objetivo mira ahora al cristal que refleja a mi paulita. También a mi rastro que es solo visible por el aire, pues ando detrás de la nena, nublado por sus carnes blancas, de fémina ibérica. Me arrimo a ella, sabiéndome fantasmagórico y sin ser tangible sobre su piel; se pasa la mano izquierda por la espalda, y con leve torpeza deshace el broche de tela, que descomprime el eje del sostén, el cual le cuelga sobre los pezones y sujeta con esa misma mano.

Pone morritos y desliza el corpiño, que le cae hacia los pies. Ella no lo sabe pero yo me restriego, me froto todito el palo por entre su cintura, con caricias a los hombros y besitos líquidos en la tez de gitana; y me quedo inmerso en el perfume de su calzón, gastado por el ritmo de su ajuste y el calor de su interior.

Tira ya las fotos con el chas y el destello del flash. Con retrato y curva praxiteliana, mira a la pantalla. El antebrazo "sinestro" abraza los pechos, que tanto abarcan y tan difícil son de tapar. Sus teticas. Globitos lechosos, circulares, con carne blandita, piel sedosa... y los pezones negros, de aceituna jienense, que se hacen punta cuando les roza la muñeca de la mujer, ávida, viva y fogosa; como buena hembrota española que busca el penetrar.

Se los apresa y los estira, porque son flexibles y tienden a salirse; y se pasa la mano por el chocho, ya con derrape, porque la llama derrite la continencia. Suspiros y soplos, semblante serio, caliente, deseoso de meterse los deditos ahí en el hoyo, y darse así el placer jadeante que ella se merece.

Se palpa y se desviste, y con las bragas en el suelo, retira el tampón y se mete en la cabina. Pisa la baldosa y le vibran los muslos. Abre el grifo del agua, con decisión; y suspira y brinca un poquito, cuando la nota helada y chispeante sobre su pie izquierdo. Está en remojo; la manguera le sobrepasa el rostro y el pelo mechado, que ahora torna más oscuro por estar mojadito.

El agua no hace gotas; se pasea por su cuerpo; la recorre y la acaricia, con parsimonia e intención, aclimatando la piel; y se aprovecha de su comodidad y se refugia entre nalga y nalga. Por todos los poros dorados, la luz brilla en el líquido y la esculpe a la cera perdida.

Yo que soy un cerdo la miro y me toco, aparto la cortina y le echo el aliento mientras me agito. Pero no puede notarme porque no estamos en el mismo plano. Se me queda mirando al suelo, boba, anonadada por la mente, y yo le remuevo esos labios suyos tan carnosillos, y deslizo con gusto mi falange sobre el lunar de su mentón.

El jabón lava, purificando el tono de la buena mujer de Madrid, gata parda, de piel morena y lisa; sofisticada y en perfecto trazado de sfumato. "Gherardini" se nos agacha y me abre el culete, juguetón y sugerente; y coge la esponja espumosa, que aprieta y estruja ahí sobre el pubis.

¿Cómo tienes la pompa tan chica y los balones tan gordos? No creas que no muchos se lo preguntan. Tu cuerpo es curvado e irregular, no tiene sentido de la proporción. Eres una fachada barroca, adornada y bien dotadita para el placer.

Salomónica, orden divino, nacimiento y Renacimiento. Viniste al mundo para disfrutar, y los hombres que te probaron saben sobrados que su flujo no les da, para contentarte. No hay algo más machista que endiosar a las damas y reducirlas a la belleza; pero hoy estoy borracho de amor e inflado de impulsos, no se me tenga en cuenta.

El porífero desliza y resbala por el cielo de tu corazón. Ahí donde el pechito, condescendiente y amoroso, esponjoso y chapoteante porque su talla no da para menos; se toma un descanso y equilibra los latidos, y el pulso, para lo que queda de día. Y las puntitas, marrones casi negras, flexibles aún sin mamar.

Me estoy batiendo como todo un campeón, con tu cuerpo trazado en el lienzo y mis pinceles redondos sacándote color. Te sales de la cabina; posas la planta sobre la alfombra y coges la toalla, ahí toda mojada y temblorosa, en carnes, desnuda y con la piel de gallina. Te cubres con el paño y te haces lazo, ajustadito por donde el tetar, haciendo las veces de corpiño. Ese trapo que te moldea la figura, que te tapa los senos desde el lunar profundo que tienes en la teta diestra.

Tú te secas pero yo me mojo como un perro en la lluvia, con el clímax llamando y el pitorro ardiendo. A ni un metro de mi paula, detrás de la moza graciosilla, lozana, serrana. Tocándose por debajo de la toalla, depilando la vulva, se deja el culito desnudo, a la vista del autor. Me viene de perlas para el pajeo, y ya suspiro con su reacción sorpresiva.

Ahí ya sin pelo y con la piel suave e hidratada, se da la vuelta enfrente mía; tira la toalla al suelo y se me presenta como su madre la hizo en el vientre. Cuando la veo a un paso, menudita, con las patas cortas y las caderas anchas, salientes, propias de la Mujer, noto que todo fluye en mi interior; que mi amor pasional está a punto de escaparse para fuera. Cuando disparo, grito y me curo de tu virus, mientras tú abres los ojos y te miras ahí abajo, examinando con extrañeza la cremita que te llega hasta el ombligo.

Acabado el placer, apago tu luz del baño y te guardo en mi maleta, esperando al siguiente insomnio que refugiar en tu paraíso.

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