Paula

Como Paula da muestra de que sabe amar cuando la situación se presenta.

Paula entró en aquel pub exactamente a las diez y un minuto. Saludó con una amplia sonrisa a la gente del pub. Camareros y algunos de los clientes la conocían, ya que era una clienta habitual desde hacía años. Pidió una copa. Mientras le servían su whisky con hielo recordó por qué estaba allí y no en otro lado. La verdad es que necesitaba romper con la inercia de las últimas semanas, ya que a sus 20 años estaba algo desconcertada por el derrotero que habían tomado los acontecimientos.

Parecía que había sido ayer, pero en realidad hacía cuatro meses que se había convertido en la amante de su primer (y tal vez único) novio serio. El tipo en cuestión se llamaba Javi, tenía 32 años y llevaba tres casado.

Paula aún no sabía que era lo que había hecho que ese fin de semana decidiese no quedar con su amante. Tomó un largo sorbo de su copa y llegó a la conclusión de que le apetecía variar un poco el ritmo de su vida. A fin de cuentas ella era demasiado joven para estar permanentemente atada a un tipo que, por maravilloso que fuese (de eso ella no tenía la menor duda), estaba casado y lo más probable era que nunca llegase a ser suyo por completo. Además no quería que él tuviese la sensación de que ella estaba totalmente a su disposición, ya que la única vez que ella se lo demostró, él se lo agradeció casándose con otra.

Entre pensamiento y pensamiento, se dio cuenta de que había acabado su copa, así que pidió otra y, sin más dilaciones, se abrió paso hacia el centro del pub, donde había reconocido a un grupo de viejos amigos. Se trataba de tres chicos y tres chicas, que bailaban al lado de una de las columnas que tenía aquel pub.

Aquella noche Paula se había vestido de un modo nada recatado: minifalda de vuelo, por encima de la rodilla, top ajustado con tirantes y chaqueta tres cuartos de cuero. Ya que hacía semanas que no se permitía el lujo de salir sin pareja, la ocasión lo merecía. Se puso a bailar, notando como los ojos de sus tres amigos, y de unos cuantos tipos más que había en aquel pub, se clavaban sin disimulo sobre sus insinuantes curvas. A ella siempre le encantó sentir esa sensación, ser el centro de los deseos de un puñado de chicos. Pero esta agradable sensación se rompió bruscamente cuando ella giró su cuello a la izquierda. Al fondo, en una de las escasas mesas que había en aquel pub, se sentaban dos parejas. Paula, camuflada tras la columna, no reconoció a una de las parejas, pero sí a la otra. Era Javi, tan elegante y guapo como de costumbre, acompañado por su mujer. Parecían contentos, ya que se les podía ver reír, brindar y tocarse. Paula sintió una sensación de quemazón en el cuerpo al ver aquello. Parecía de locos, pero tuvo la impresión de que él le era infiel ¡con su propia esposa! Ella no recordaba la última vez que había sentido celos, pero en aquel momento su orgullo se vio seriamente tocado. Siguió mirando furtivamente hacia ellos, convenciéndose de que no daban la típica imagen de pareja a punto de separarse. El caso es que se dejó llevar por el irrefrenable deseo de acercarse a ellos Con disimulo, dejándose llevar por la música, fue reduciendo la distancia que la separaba de ellos, hasta quedar a un metro escaso.

Carmen, la mujer de Javi, fue la primera que reparó en la presencia de aquella peligrosa rival. Sus ojos claros la miraron con una marcada expresión de desconfianza, dejando claro que ella intuía (o sabía) el peligro que aquella chica morena significaba para su matrimonio. Paula, con sus ojos oscuros, le devolvió una mirada desafiante, acompañada de una sonrisa en los labios. La rivalidad entre ellas dos nunca había desaparecido. En los últimos años había estado latente, soterrada, pero seguía allí, por la sencilla razón de que las dos deseaban la misma cosa. Segundos más tarde fue la mirada de él la que chocó contra los ojos de Paula. Aquellos ojos marrones, bonitos y profundos la hicieron estremecer, como de costumbre, pero no perdió la compostura.

Estaba decidida a no dar la típica escenita de amante celosa, por lo que simuló un gesto de sorpresa, se acercó a donde él estaba sentado, dobló ligeramente sus rodillas y le dio un par de sonoros besos en las mejillas, limitándose a saludar al resto con un gesto de cabeza. Al instante volvió a bailar, notando como la mirada de "la otra" la seguía. "La otra", como la denominaba Paula, agarró a su marido, que tenía en el rostro una expresión algo descolocada, como quien se agarra su más preciada posesión al presentir un peligro grave, inminente. Él pasó la mano por el hombro de ella, haciendo que los celos de Paula aumentasen de intensidad. "Por lo visto", pensó, "mi amigo quiere jugar. Está bien, jugaremos". Si él estaba tratando de darle celos, ella no tendría ningún problema en pagarle con su propia moneda.

Aunque hacía meses que no ligaba con un desconocido, eso no se olvidaba. Además ella tenía los recursos suficientes para conseguirlo y no era justo que aquel tipo casado, que ocupaba su mente, su corazón y su cabeza, fuese el único que pudiera ser infiel. Ella nunca rehusaba el juego duro y si se la buscaba, se la encontraba.

Una rápida mirada circular le permitió apreciar la figura de dos chicos, negligentemente apoyados en la pared, que la miraban. Cuando ella les devolvió la mirada, dos sonrisas se dibujaron en sus labios. En cuestión de segundos ella evaluó la situación. Uno de ellos parecía joven, unos 21 o 22 años. Era alto, moreno y su rostro tenía una expresión entre pícara y provocativa. El otro era más bajo, parecía algo mayor (alrededor de los 25) y se notaba a la legua que era tímido. Se acercó a ellos tranquilamente, sin dejar de bailar ni de sonreír, notando como aquellos dos pares de ojos no perdían detalle de su cuerpo. Sin decir ni una palabra se puso a bailar con ellos, al tiempo que les atraía con habilidad junto a la mesa donde se sentaba aquel que parecía dispuesto a ponerla celosa aquella noche.

Bailando en medio de sus dos nuevos "amigos", Paula podía sentir como la mirada de Javi no se apartaba de ella, pese a los intentos que hacía su mujer por captar su atención. Aquello la ponía a mil por hora y decidió mostrar a su amante todo lo puta que podía llegar a ser si se lo proponía. Bailando sensualmente empezó a rozar ligeramente su estupendo culo contra los paquetes de aquellos dos, notando una dureza de lo más excitante. Realmente era una situación morbosa, más aún cuando los dos tipos comenzaron a magrear su cuerpo, con una habilidad fuera de toda duda. Eran las once y cinco, y aún había poca clientela en aquel sitio. Los amigos de Paula ya se habían ido de aquel sitio, aunque ella, concentrada en sus asuntos, no se había dado cuenta de ese detalle. Los roces y toqueteos sobre su cuerpo provocaron que ella tuviese, a estas alturas, el sexo húmedo y los pezones duros, tanto que se marcaban insinuantes bajo su ajustado top. En un acto reflejo, echó sus manos atrás, hasta que llegaron a palpar los endurecidos paquetes de sus acompañantes.

A Paula se le antojaron apetitosos, máxime cuando Javi no dejaba de mirarla, con una expresión entre la sorpresa y la indignación. Estaba ella mirando por el rabillo del ojo la cara que se estaba poniendo a su amante, cuando notó la mano de uno de sus amigos apretar con suavidad su antebrazo. Seguidamente, una boca se acercó a su oreja. Paula tuvo que reprimir un gemido cuando sintió como una lengua húmeda y cálida se deslizaba lentamente. Giró el cuello, con intención de pedir explicaciones, pero en ese momento otra mano se cerró sobre el antebrazo que le quedaba libre, al tiempo que una voz le susurró al oído:

Veo que esta noche te apetecen emociones fuertes, preciosa. No te preocupes, que nosotros te las vamos a dar.

La voz que venía del lado izquierdo era la del chico con aspecto tímido. Al final no lo iba a ser tanto, pensó Paula. Cogiéndola uno por cada brazo, la condujeron hasta la puerta de los servicios del pub Ella podía haberse negado, haberse resistido o haber protestado, pero no hizo nada de eso.

La verdad es que sintió un cosquilleo de lo más rico en la planta de los pies mientras franqueaba con ellos la puerta de acceso. Tenía ganas de hacer alguna locura y aquella era la ocasión perfecta para ello.

Una última mirada de reojo le permitió ver como su querido Javi no se había perdido detalle de lo sucedido. Mejor, que lo viese todo y, de paso, que supiese lo que se siente viendo a su chica desaparecer acompañada de dos desconocidos.

El servicio de chicas en el que entraron era grande y estaba muy limpio, seguramente por lo temprano de la hora. En el ambiente flotaba un ligero perfume a ambientador de pino. A la derecha de la puerta se alineaban cuatro lavabos, con sus respectivos espejos. Frente a estos, en la pared opuesta, había seis puertas, que se extendían de pared a pared Los chicos la llevaron hasta la puerta de la derecha, la más alejada de la entrada, después de cerciorarse de que allí no había nadie. Se introdujeron los tres en aquel estrecho habitáculo y a Paula no le pasó desapercibido el hecho de que el más alto de los chicos, después de cerrar la puerta, corriese con disimulo el pequeño cerrojo.

"En fin, si quieren follar, follaremos, que demonios, a mí también me apetece", pensó Paula, instantes antes de que sus dos acompañantes empezasen a sobar sus tetas y su culo. Aquel sobe a cuatro manos y a dos lenguas provocó que ella empezase a gemir. Pero no perdió el tiempo. Se sentó sobre la taza y desabrochó, con una habilidad que había adquirido desde la más tierna adolescencia, los botones de los vaqueros de los dos chicos. Cuando quiso darse cuenta, aquellos dos ya tenían los vaqueros y los slips por las rodillas. Entonces pudo hacer lo que deseaba desde hacía un buen puñado de minutos: agarrar dos pollas para ella solita.

Mmmmmmm, vaya lo que tenemos aquí.... -dijo con voz sugerente, como alguien que se recrea viendo un plato de suculentos manjares antes de hincarles el diente.

Las dos para ti - respondió el chico tímido, el más bajito de los dos.

Paula juntó las dos puntitas y empezó a lamerlas con lujuria, pajeando cada polla con una mano. Los dos capullos estaban duritos, suaves y calientes. Después decidió ocupase de ellas de forma individual. Se metió en la boca la polla del chico alto, que era pequeñita, pero estaba dura como el hierro. La introdujo entera en su boca, sin ninguna dificultad, mientras con una mano acariciaba sus testículos. Con la mano libre se dedicó a pajear el miembro del otro chico. Aquello era un órgano de dimensiones más que respetables, casi el doble de grande que la que tenía en la boca, calculó Paula.

Al poco rato cambió, dedicándose a chupar la polla grande y a menear la pequeña. Ella estaba como loca, chupando, pajeando, acariciando, aquellos atributos masculinos. Pero sus amigos no se olvidaron de ella La pusieron de pie y decidieron despojarla de sus prendas íntimas. Mientras uno de ellos se agachaba y metía sus manos hasta llegar a la braguita, el otro bajaba delicadamente los tirantes de su top y lo deslizaba por su cuerpo. En cuestión de segundos Paula notó como la desprendían del sujetador, dejando al aire sus tetas firmes y redondas, y como su tanguita a juego se deslizaba en una deliciosa caricia por sus piernas, hasta ser sacado por sus pies.

A estas alturas del juego ella estaba mojadísima, tanto que pudo sentir como algunas gotas empezaban a resbalar por sus muslos. La cara del chico que le quitó el tanga desapareció bajo su faldita vaporosa. Al segundo Paula sintió un lenguetazo en su coño, lo cual la hizo abrir las piernas. Una lengua juguetona empezó a ensañarse con su clítoris y dos dedos hábiles se abrieron paso por su coño. El otro tío no perdía tampoco el tiempo, ocupándose de sus oscuros pezones, comiéndose uno al tiempo que pellizcaba el otro.

Aquello era delicioso y Paula, fuese por estar con dos tíos para ella sola, fuese por lo original del lugar o fuese por saber que él estaba a pocos metros de ella (seguramente imaginándose lo que estaba pasando), sintió que se iba a correr en breve. Se agarró a la cintura del que estaba de pie, apretó la cabeza del otro contra su palpitante coño y se dejó llevar por el placer. La fuerza de aquel orgasmo dejó a la chica con las piernas temblando, mientras se esforzaba porque sus gemidos no fuesen demasiado audibles.

Apenas se hubo recuperado de aquella explosión de placer, Paula se encontró morreando al chico que tan bien acababa de comerle el coño En la boca de él se notaban bien a las claras sus abundantes juguitos, ácidos y un poco salados. No pudo saborearlos demasiado, porque aquellos dos machos parecían tener prisa por seguir utilizando su cuerpo, pero ella no puso ninguna objeción a sus pretensiones. Ellos se colocaron uno a cada lado de la taza, mientras la chica, con las tetas al aire, hincó sus rodillas en ella, quedando a la altura perfecta para lo que se avecinaba. El que estaba detrás de ella (el chico alto con picha corta) levantó su falda y colocó su herramienta en la entrada, al tiempo que el otro acercaba a su boca aquel gran pedazo de carne dura. Paula no supo decir cual de las dos pollas fue la primera en entrar, pero el caso es que sintió que su boca y su coño se llenaron casi al mismo tiempo.

Dado que estaba empapada, huelga decir que aquel órgano pequeñito pero eficaz entró fácilmente en sus profundidades húmedas, proporcionándole una placentera sensación. Entre tanto, la otra polla entraba con facilidad hasta su garganta. Para mantener mejor el equilibrio y acompasarse a los movimientos de ellos, Paula apoyó su mano izquierda en la pared, al lado de la cadera de aquel tipo que llenaba su boca, usando la derecha para pajearle con habilidad. El calor trepaba por su cuerpo de forma lenta pero implacable. Notaba aquellas dos vergas cada vez más duras y, al cabo de unos minutos, ellos decidieron cambiarse los papeles. Pudo meterse en la boca entera la polla del chico más alto, que tenía el delicioso sabor de sus abundantes flujos. La otra polla se metió por su sexo, de un solo golpe, haciendo que ella se sintiera llena. Gimió cuando aquella herramienta entró del todo, pero no dejó de chupar el manjar que tenía en la boca. El tío que estaba detrás masajeaba sus nalgas, abriéndolas y cerrándolas, mientras la follaba sin parar. El otro la cogía suavemente del pelo, marcando un ritmo de mamada cada vez más rápido, al tiempo que decía:

¡Jodeeeeer! ¡Qué bien me la estás chupando!

Paula estaba cada vez más caliente, disfrutando del placer que aquellas dos pollas le brindaban. Sentía que se iba a correr, cuando notó que la polla que tenía en la boca dejaba de moverse, se endurecía un poco más y empezaba a soltar leche contra su paladar. Ella empezó a tragar, intentando no ahogarse, cuando sintió un tremendo orgasmo explotar en su cuerpo y extenderse por él. Soltó un débil gemido, ya que tenía la boca llena de semen. Parte resbaló por su barbilla y cuello, mientras que el resto se fue por su garganta. Todo su cuerpo temblaba, al tiempo que su humedad se deslizaba por sus muslos.

Estaba acabando de limpiar aquel miembro, con la lengua, cuando la otra polla salió de su coño. Paula sintió como sus nalgas se fueron empapando de una cremita caliente y viscosa. Cuando tuvo la polla de su boca bien limpita, notó como unos dedos ágiles recorrían su culo. Tras abrir bien sus nalgas, empezaron a acariciarle el ano. La sensación mojada y pringosa que ella sintió allí se debía, sin duda, a que aquel tipo estaba usando el semen que resbalaba para lubricar su prieto agujerito. Aunque ella no estaba aún totalmente recuperada del orgasmo que acababa de sufrir, aquello hizo que se le pusieran los vellos de punta y que un escalofrío ascendiese por su médula espinal hasta su boca, de la que salió un profundo gemido. Entonces pudo escuchar:

  • Veo que a nuestra amiga le apetece que nos ocupemos de su culito.

  • Síiiiiiiiiiiii, me apetece muchísimo - contestó ella, al tiempo que empezó a sentir como un dedo empapado empezaba a penetrar por su retaguardia.

A ese dedo pronto le siguió otro. Paula se sorprendió de la facilidad con que se abrían paso por su culo. Los dos dedos salieron, pero solo para volver a entrar de nuevo unos segundos después, mojados de nuevo. En pocos minutos su ojete ya estaba dilatado y lubricado.

  • Creo que ya está a punto – dijo la voz del tío que tan solícitos cuidados estaba dedicando a su agujerito.

  • Pues vamos a ello - respondió su amigo.

Paula quitó sus rodillas de la taza, notándolas algo doloridas. Alargó sus manos hacia las pollas de los chicos, notando que ya estaban de nuevo duras como piedras. Desde luego aquellos tíos eran incansables, pensó ella. El más bajito de los dos se sentó sobre la taza, con la polla apuntando al techo, en una clara invitación de lo que ella tenía que hacer. Paula, siempre tan intuitiva para cuestiones sexuales, se colocó frente a él, separó las piernas, cogió aquel miembro con la mano, lo colocó en su entrada y se fue dejando caer. De un golpe tuvo aquella polla clavada hasta los huevos y empezó a cabalgar sobre ella, con un ritmo lento y pausado, mientras sus manos se agarraban al cuello del tío.

Entonces notó una mano que empujaba su espalda. Ella se dejaba hacer, por lo que pegó su cara a la cara del tipo que se la estaba metiendo por el coño. Sus nalgas fueron separadas y algo duro se apoyó en su ano, bien mojadito a causa del tratamiento anterior. Paula se mordió el labio inferior cuando sintió el empujón. Poco a poco su culito cedió a aquella deliciosa presión y ella sintió deslizarse aquella cosita dura por sus entrañas. En unos pocos segundos tuvo tapados sus dos agujeritos y fue entonces cuando ellos empezaron a moverse. La postura era complicada y los movimientos, forzosamente, tenían que ser lentos.

El que estaba detrás la follaba lentamente por el culo, al tiempo que el otro hacía que ella se moviese sobre su polla. Aquel delicioso bocadillo se redondeó cuando unos dedos malvados se cerraron sobre sus duros pezones, haciendo que los ojos de ella se pusieran en blanco. La respiración de Paula se iba acelerando, acompasada con unos gemidos de lo más sugerente. Ellos seguían dando duro a sus abiertos agujeritos, dispuestos a no dar tregua al cuerpo insaciable de aquella chica. Ella estaba como loca, gimiendo, jadeando y chillando por los efectos de aquella doble penetración tan deliciosa. Al final, como era de prever, acabó estallando de gusto. Las dos pollas que casi se juntaban en su interior era más de lo que nadie podía soportar, así que relajó su cuerpo y se entregó al placer, corriéndose en medio de un ruidoso orgasmo.

Quedó agotada, casi sin sentido y sus caballerosos acompañantes la invitaron a sentarse sobre la taza, mientras ellos meneaban sus pollas que apuntaban, ardientes, hacia la cara de la chica. No tardaron en correrse, llenando de semen su boca, su cara y sus estupendas tetas.

Paula, satisfecha de aquella sesión, pero aún caliente, se dio un buen banquete de leche calentita, al tiempo que intentaba que su pelo no fuese pringado por aquel torrente de esperma. Cuando acabaron de soltar leche, la lengua de Paula limpió solícita aquellas dos pollas. Acto seguido se subieron los pantalones y se dispusieron a irse.

  • Te dejamos que te limpies un poco, te hace falta -comentó el bajito, el supuesto tímido.

  • Sí, no me vendrá mal -respondió ella, mientras trataba de quitarse algunas incómodas gotas que habían caído cerca de sus ojos-.

  • Mi ropa interior, por favor.

  • Te la daremos fuera, si no te importa -terció el otro tío.

Paula, con las tetas al aire, la boca aún con restos de semen y la cara y las tetas pringadas, no estaba en condiciones de discutir. Así que no dijo nada cuando ellos se fueron y se dirigió a uno de los lavabos. El servicio de chicas seguía desierto, tal vez lo había estado durante todo el tiempo que duró aquel improvisado e intenso polvo a tres bandas. Se lavó con tranquilidad, ayudándose de las toallitas de papel, que aquel servicio, a diferencia de los servicios de la mayoría de los bares, tenía en abundancia.

Se esmeró en colocarse bien la ropa: la faldita no tenía arrugas y el top era lo suficientemente ajustado como para que no se notase que iba sin sujetador. Con los dedos se retocó el pelo. El espejo reflejaba su imagen, más que aceptable, casi la misma imagen que tenía cuando entraron en aquel servicio. La única variación eran los dos coloretes que había en sus mejillas, fruto indudable de la intensa sesión física que se acababa de desarrollar allí dentro.

Volvió al pub con ademanes decididos y con la clara intención de reclamar sus prendas íntimas a aquellos dos que tan bien se la acababan de follar. Pero ya no estaban allí. Habían desaparecido y, evidentemente, iba a ser imposible encontrarlos. Paula dio por perdidos su suje y su tanguita, ante el hecho consumado de que aquellos dos pájaros habían decidido quedárselos como trofeo de aquel encuentro.

Aunque había pocas cosas que pudiesen sorprender a aquella chica, en realidad lo que acababa de ocurrir era increíble: se la habían follado dos tíos, a los que no conocía de nada y que ni siquiera le habían dicho como se llamaban.

El que si seguía en el pub era su amigo Javi. Clavó los ojos sobre ella nada más que la vio salir del servicio y la siguió con una mirada penetrante. Ella recogió su chaqueta de cuero de la silla en la que la había dejado, se sentó en la barra, en uno de los taburetes altos que allí había, pidió otro whisky y, entre trago y trago, se dedicó a mirar hacia el cuarteto que se sentaba en aquella mesa. Lo cierto es que había poca gente en aquel sitio, incluso menos de la que había media hora antes. Carmen la miró durante un segundo, pero pronto apartó su mirada, con una evidente expresión de incomodidad. Javi, en cambio, no apartó la mirada de su cuerpo.

No cabía duda que un tipo inteligente y perspicaz como él, buen conocedor de la fogosidad de ella, sabía de sobra lo que había pasado dentro de aquel servicio.

En un momento dado los ojos de él adoptaron una expresión de disculpa, como reconociendo su derrota en aquel juego peligroso en el que ambos habían entrado. Paula se lo agradeció con una amplia sonrisa, al tiempo que cruzaba sus piernas y alzaba ligeramente su faldita. La expresión de sorpresa que se dibujó en la cara de él dio a entender, bien a las claras, que se dio cuenta que ella iba sin bragas. Paula, sin dejar de sonreír a su amante, subió dos centímetros más su falda. En realidad había hecho un buen negocio aquella noche. A cambio de su conjunto de ropa interior (evidentemente iba a ser su amante quien le comprase otro) había obtenido tres orgasmos intensos y había conseguido dar una buena dosis de su propia medicina a aquel hombre maravilloso.

A partir de ese día, él supo que con aquella chica morena y atractiva no se jugaba. Salvo que se quisiera perder, claro está.

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