Paula

Someter cada una de mis palabras, de mis acciones, al ritmo que impone su corazón: ése es mi amor.

A muchos pareceré un sentimental que se ha equivocado de web. Por eso quiero declararlo desde el principio, para que los que buscan otro tipo de historias dejen ésta sin perder mucho tiempo:

La amo.

Interpretar cada gesto de Paula y someter cada una de mis palabras, de mis acciones, al ritmo que impone su corazón: ése es mi amor. Tan ejercitado estoy que algunas veces pienso que ni siquiera necesitaría saber por su boca, como sé, sus deseos, porque me basta con su mirada para poder advertir, aún mejor que recibiendo órdenes a gritos, si le agrada mi conducta.

Su placer es mi única recompensa.

¿Acaso creéis que es ridículo que actúe así y que más me valdría dejarme guiar, como hacen tantos, por el egoísmo? Me río: quien puede pensar eso no la ha visto como yo (y quiera ella que jamás la vea) derramarse de puro gozo. De modo que si encontráis motivo para burlaros me da igual. Soy feliz.

Me está esperando. Quiere ya verme y yo no deseo impacientarla.

Abro la puerta de la sala de castigos. Está desnuda, de hinojos sobre la banqueta, en el centro de la estancia. Tiene las manos enlazadas, juntas en la nuca. Así la abandoné hace casi un cuarto de hora y sé que no ha movido un músculo. Elijo la fusta entre las disciplinas alineadas en el asiento, junto a su rodilla, y noto que se estremece. La miro a la cara y ella se muerde el labio inferior, nerviosa.

-¿Y bien…?

-No uses la fusta, amo, por favor: duele demasiado. Te ruego que me azotes con la pala o el cinturón.

-¿Cuál ha sido tu falta, Paula?

La chica hace un mohín, avergonzada.

-Te he pedido sexo -reconoce con un hilo de voz.

-¿Te parece una falta leve o grave?

-Grave.

-¿Con qué disciplina debo azotarte?

-Con la fusta, amo...

-Muy bien.

Me sitúo detrás de ella. Su precioso culo, como es normal después de varias semanas de buen comportamiento, está suavemente sonrosado, casi blanco, dulce como una fruta. No puedo resistirme al deseo de acariciarlo con las yemas de los dedos antes de comenzar.

-¿Estás preparada? No te oigo.

Paula respira hondo.

-Merezco tu castigo -consigue decir al fin-. Azótame.

Me separo un poco y levanto el brazo. La fusta silba en el aire. A su estallido sigue, sin cesura, el grito agudo de dolor y espanto.

-Uno… -dice poco después mi amada, entrecortadamente.