Patrón y grumete (3ª parte)

Nuestros protagonistas continúan poniéndose al día y recuperando el tiempo perdido

(Se recomienda leer antes las dos primeras entregas)

Don Andrés echó su cuerpo exhausto a un lado y se tumbó boca arriba junto a Aitor, con una mano sujetando aún su propio miembro embadurnado con su propio esperma y las babas del chico. Mientras apuraba maquinalmente los últimos estertores de placer, su cabeza no atinaba a encajar las piezas de la sorprendente revelación que le acababa de hacer Aitor.

La jornada había comenzado con el simple plan de salir a dar una vuelta él solo con el barco. Ahora, no sólo se había terminado follando al hijo de unos amigos, él que siempre procuraba buscar sus compañeros sexuales fuera de su ámbito de familiares o conocidos; ahora resulta que Aitor, el pequeño Aitor, aquel chaval que conocía desde niño y que se había convertido en todo un hombre..., ¡Aitor era su propio hijo, y don Andrés se había corrido en su boca ya dos veces!

Padre e hijo permanecieron en silencio un largo tiempo, mirando al techo, sin saber qué decir. En otras condiciones, don Andrés ya se habría levantado y estaría en la ducha, no solía perder mucho tiempo en conversaciones post-orgasmo, pero esta vez se encontraba en estado de shock. Todo aquello parecía un sueño absurdo y tuvo la sensación de que en el momento en que se levantara de la cama todo aquello se convertiría en realidad, una realidad que no lograba asimilar.

Con un hilo de voz habló Aitor:

-¿No vas a decir nada?

-Joder, chaval- replicó Andrés- me lo podías haber dicho antes de que nos pusiéramos a follar. – y tras otro largo silencio, prosiguió: -Es muy fuerte esto.

-Me parece que he metido la pata, yo no quería que esto saliera así…

Don Andrés no contestó. Al rato, escuchó que Aitor respiraba profundamente y pensó que se estaba durmiendo, pero no era eso.

-Joder, Aitor, ¿no estarás llorando?- Se volvió hacia él y lo encontró con los ojos llenos de lágrimas, intentando contener el ruido del llanto. Le cogió la mano. –Vamos, vamos, que tampoco es para ponerse así.

-Es que lo he estropeado todo, soy un gilipollas. – Y comenzó a llorar cada vez con más fuerza, tanta que don Andrés se asustó.

-Además, si alguien tiene la culpa soy yo, que soy el más mayor y tendría que haber aprendido ya a mantener mi bragueta cerrada.

Estas palabras no consolaron al joven, que no solo no dejaba de llorar, sino que comenzó a temblar.

–Te estás quedando frío y por eso tiemblas, ven.- Don Andrés, lo acurrucó entre sus brazos y lo consoló, recogiendo la cabeza del chaval en su poblado pecho y estrechándolo con fuerza. Los dos estaban desnudos sobre la cama revuelta, tumbados y abrazados.

El calor del abrazo de don Andrés templó a Aitor, que se serenó y paró por fin de llorar.

Don Andrés continuó hablando:

-Tampoco hemos hecho nada terrible. Mira, a mí toda la vida me habían hecho pensar que la homosexualidad era algo antinatural y que estaba mal, pero con los años he ido aprendiendo que no se puede luchar contra la naturaleza y si esto nos da placer, será para que aprovechemos y lo disfrutemos, que no hacemos daño a nadie. ¿No te parece?

-Ya pero, sabiendo que eres mi padre…

-También somos dos hombres que se gustan y que han querido disfrutar el uno del cuerpo del otro, no tenemos de qué avergonzarnos. ¿Es que no te ha gustado, no has disfrutado?

A Aitor se le abrió una sonrisa de complicidad: -Puf,… a lo bestia…

-Así me gusta, estás mucho más guapo cuando sonríes.

-Tengo a quién salir.

Don Andrés fingió ruborizarse. -¿Ah, sí? ¿Te parezco guapo a pesar de mis canas? Eres un mentiroso…- y descargó el peso de su cuerpo sobre el del joven, simulando que iniciaba un combate y que inmovilizaba a su adversario. Aitor hizo como que se resistía, pero estaba encantado de sentir el cuerpo de don Andrés sobre él dominando la situación.

Luego, por un momento quedaron inmóviles, con las miradas clavadas el uno en el otro. Don Andrés dijo: -Tú sí que eres guapo.- y le apartó un mechón de cabello de la frente. En ese momento, sintió el apetito de besarlo en la boca, pero la noción recién adquirida de su paternidad lo detuvo.

-¿Qué pasa?- inquirió Aitor. Pero, adivinando lo que pasaba por la cabeza de don Andrés, decidió tomar la iniciativa y le pegó un buen morreo en la boca a su progenitor.

A Don Andrés se le había cambiado la cara y ahora estaba muy serio:

-Ay, Aitor, cuánto tiempo tenemos que recuperar.- y esta vez fue él quien comenzó a comerle la boca al chaval y lo abrazaba con fuerza y le acariciaba todo el cuerpo.

Aitor ya tenía de nuevo una buena erección. Don Andrés le dijo: -Te voy a hacer disfrutar más que en toda tu vida, vas a ver.- Y de la boca pasó al cuello y así fue besando y dejando un reguero de saliva hasta el pecho de Aitor. La experimentada lengua encontró pronto el pezón derecho y comenzó a lamerlo con energía mientras el joven descansaba boca arriba gimiendo de gusto.

Cuando acabó con el pezón derecho pasó al izquierdo, el cual fue lamido, chupado, succionado, mordisqueado y pellizcado con mayor pasión todavía. Aitor solo podía alcanzar a acariciar la cabeza y la espalda de don Andrés mientras este comenzaba a deslizar sus labios por el abdomen del chaval, siguiendo el fino rastro de vello que lo condujo hasta el ombligo. Allí se recreó también un buen rato, causando el delirio de Aitor, quien ya desesperaba por que aquellos labios llegaran a su polla erecta

Pero la polla tendría que esperar su turno, los labios de don Andrés decidieron rodearla y posarse sobre sus pelotas. El gemido de Aitor sonó alto y fuerte. Don Andrés acogió ambas pelotas en sus fauces y las bañó generosamente con su saliva. Aitor abrió aún más sus piernas para que su recién estrenado padre tuviera espacio para maniobrar a sus anchas y este aprovechó para echar un vistazo al oscuro rincón que se encontraba más abajo.

Allí vio el orificio sonrosado y cubierto de vello, un tanto dilatado por la profanación poco cuidadosa que le había propinado hacía un rato. Decidió enmendar el daño causado extendiendo con la lengua una abundante capa de saliva en todo el perímetro externo. Los gemidos de Aitor le animaban a continuar con la exploración. Los círculos que describía la punta de su lengua iban haciéndose más y más cerrados, al mismo tiempo que aumentaba la presión que realizaba hacia el interior del ojete.

Tras su paciente tarea, la lengua habitaba ya medio dentro medio fuera y no paraba de moverse. Como Aitor empezó a suspirar con más fuerza, don Andrés, que no quería que se corriera antes de tiempo, paró un momento; estaba decidido a prolongar el placer del chaval hasta llevarlo al delirio.

Cuando notó que el joven volvía a relajarse, la lengua atacó de nuevo y así hasta cinco veces, lamiendo y parando cuando parecía que se iba a correr, pero los tiempos eran cada vez más cortos, así que abandonó un momento el ojete del chaval y buscó un nuevo objetivo.

La polla de Aitor estaba dura como nunca y don Andrés se deleitó un momento contemplando cómo palpitaba sin tocarla. Acercó la punta de la lengua a la base del glande y empezó a lamer ahí, primero con lengüetazos rápidos que iban dejando una marca brillante de saliva en la superficie de la polla. Más tarde, engullendo con glotonería el miembro entero.

Los gemidos de Aitor le indicaron que estaba ya cercano al orgasmo y prefirió parar un momento. “Este niño va a aprender lo que es que le vacíen las pelotas”- pensó para sus adentros. Se levantó de la cama dejando al chaval tumbado desnudo y boca arriba, con la polla tiesa como un obelisco en mitad de la plaza. Don Andrés recogió una de las zapatillas deportivas del chaval del suelo y tiró de uno de los cordones hasta sacarlo por completo.

-Esto seguro de que esto no te lo han hecho nunca- le dijo con tono convincente. Le empujó para que abriera un poco más las piernas y pasando una mano entre el escroto y los muslos de Aitor, con la otra mano fue tensando el cordón atando juntos huevos y polla del chico. Luego de dar cinco vueltas bien prietas, añadió tres más alrededor de la base de la polla y terminó la atadura con tres vueltas exclusivamente alrededor de los huevos.

Luego ató los extremos del cordel con una lazada y admiró su obra. Ahí estaba Aitor, hermoso ejemplar, algo incómodo con la sensación de la cuerda hundiéndose en la piel de sus genitales, pero con la polla más tiesa que en toda su vida y sus huevos expuestos como un regalo de Navidad para don Andrés, quien comenzó a acariciarlos con toda su manaza.

Aitor no podía creer que se pudiera gozar de aquella manera. Hasta cuatro veces alargó la mano derecha a su verga para sacudírsela y poner fin a aquella excitación que era casi dolorosa, pero don Andrés se lo impedía una y otra vez:

-“Paciencia, chaval, que podemos estar horas así gozando”- y daba pequeños tirones del cordel, consiguiendo que la polla de Aitor se pusiera aún más dura y apuntara aún más al techo. Le cogía la mano y se la sujetaba a los lados del cuerpo, pero el chico no dejaba de intentar pajearse.

Don Andrés fue al armario del dormitorio y encontró allí más cuerda. Con ella ató las manos de Aitor a la espalda y volvió a poner al joven tumbado boca arriba, ahora ya totalmente indefenso. –Déjame hacer a mí- Del cajón de la mesilla sacó un bote de lubricante y bañó con él huevos, polla  y ano del chaval.

Durante un buen rato se esmeró en dar placer a Aitor, masajeando sus pelotas, sacándole brillo a la ya enrojecida verga, metiéndole uno o varios dedos por el sediento orificio anal, pero siempre que el joven se acercaba al orgasmo, su recién encontrado padre se detenía y le dejaba con la virilidad suspendida en ese peldaño inmediatamente inferior al orgasmo, le daba un par de tirones de los huevos atados y esperaba que se le bajara un poco la erección.

Luego Don Andrés sentaba al chico sobre el borde de la cama y se ponía él mismo de pie enfrente; aproximando su pelvis a la cara de Aitor, encaramaba un pie sobre la cama y le ofrecía a la boca su gruesa verga: -“¿Quién se va a tomar este biberón?”- y Aitor, con las manos atadas a la espalda, no tenía otra que abrir bien la boca, loco por sentir la caliente carne de su progenitor sobre su lengua, a veces tragando con tanta avidez que la punta de la polla tocaba su garganta y le ocasionaba una arcada.

Este juego morboso continuó durante más de una hora que a Aitor se le hizo deliciosamente eterna, hasta que don Andrés decidió acabar con la calentura de los dos. Echó a Aitor de medio lado sobre la cama y lo enculó directamente. Mientras bombeaba aquel agujero lubricado y caliente, pensaba en qué tendría aquel cuerpo que tanto le recordaba a sí mismo y que le ponía tan cachondo que estaba a punto de correrse de nuevo dentro de él. Al mismo tiempo pajeaba a Aitor, cuyos gemidos eran ya violentos y solo se silenciaron tras comenzar la mayor de las explosiones de lefa que el chico había conocido en su vida.

Don Andrés sintió la tremenda eyaculación del chaval mojando su mano y se corrió también, con la fuerza de un toro, inundando el recto del joven con un río de esperma mientras lo abrazaba con todas sus fuerzas.

Ese abrazo que le daba desde atrás se prolongó un minuto, los dos sudados y exhaustos,  hasta que se oyó un timbre.

-“¡Justo ahora!” bramó don Andrés, -“Bah, será publicidad”.

Pero a los tres minutos de incesantes timbrazos no le quedó más remedio que romper el abrazo y levantarse de la cama. Se limpió la polla con la colcha y se puso una bata. –“¿Qué cojones querrán?”.

Dejando a Aitor todavía con las manos atadas a la espalda, agotado y medio dormido sobre la cama, cerró la puerta del dormitorio y bajó a ver quién llamaba.

Cuando echó un vistazo por la mirilla apenas se lo podía creer: al otro lado de la puerta estaba Julio, el vecino del chalet de al lado, el “otro padre” de Aitor.

Por unos segundos estuvo dudando si abrir o no la puerta.

(Continuará)