Patricia aguza el ingenio

Caro relata la forma en que su amiga Patricia aguza el ingenio para calentarse.

Método para mantener el erotismo dentro del matrimonio

Las reuniones de amigas son una fuente inagotable de temas para relatar. Mi reflexión apunta hacia algunas de entre las más variadas actitudes femeninas exteriorizadas durante su transcurso. Generalmente, aparentamos ser lo que no somos, tratamos de demostrar éxito cuando fracasamos, felicidad cuando somos desdichadas. Lo triste es que no nos damos cuenta de que las que nos rodean saben que estamos mintiendo y nos dejan seguir adelante para luego disfrutar del placer de mostrarnos que sabían que las estábamos engañando.

¿No me creen? Fanny se casó publicitando a cuatro vientos que el marido era un toro, una especie de semental incontenible. A los dos años se divorció porque él era impotente. Dora usaba escotes que mostraban a quién quisiera sus abundantes y carnosas tetas. Se ofendió porque el vecino intentó manoseárselas. Gabi te refriega por las narices sus conquistas amorosas pero jamás se la vio acompañada por un hombre que no fuese familiar suyo. Pocha vive metida en la iglesia, pero todas sabemos que se la voltea el dueño de la carnicería de la otra cuadra. Carmen hace alarde de su floreciente situación económica, pero le debe dinero al verdulero desde el verano pasado. ¿En qué quedamos?

Sin animarse a decírmelo en la cara, no me perdonan que continúe defendiendo a rajatabla mi soltería. Intuyo que envidian mi supuesta libertad de movimientos. Que salga con éste o con aquél, que comparta mi cama hoy con Pedro y la semana que viene con Pablo, que viaje sola cuando me lo permite el bolsillo sin pedirle permiso ni dinero a nadie.

Dos jueves por mes, como empedernida masoquista, soporto estoicamente las "confesiones" y confidencias de un grupo de mujeres que dicen ser mis y amigas que tratan de convencerme que la mentira es verdad, lo negro es blanco, lo feo lindo. ¿Por qué lo hago? Son mis amigas y las asumo con todos sus defectos y virtudes.

La que me sorprendió por su sinceridad fue Patricia, Pato para las que la conocemos desde chiquilina. No es ni linda ni fea. Gordita, 1,65 más o menos, cuarenta y tantos años, cabello negro y largo, piernas macizas y robustas, cara angelical, ojos verdes, busto abundante. Casada creo que hace quince años o más con Roberto, una persona de carácter jovial y alegre. Sin hijos por motivos que desconozco, trabajan los dos para llevar una vida decente, apacible y sin problemas.

El jueves pasado la reunión se hizo en mi casa, Pato fue la última en retirarse. Eso permitió que nos quedásemos solas para charlar sobre temas que hacía varios años de los que no hablábamos. Hermosas confidencias testimoniales referidas a su matrimonio surgidas entre mate y mate.

"Si mi matrimonio con Roberto funciona bien desde hace quince años es porque nos damos el lujo de ser absolutamente sinceros. Lo sexual es fundamental. Soy perfectamente conciente de que no soy una belleza como mujer pero utilizo todos los recursos que tengo al alcance de las manos. Pasamos mucho tiempo calentándonos mutuamente, contándonos nuestras fantasías. Te cuento que a veces jugamos a hablar de alguna persona que vimos durante el día y nos calentó. Lo verdaderamente importante en este juego es no tener nada que ver con esa persona, para que no haya celos. Te pongo un ejemplo para clarificarte las cosas: Él me dice que hoy fue a su oficina una mina para hacer un trámite, vestida con pollera larga pero con un escote que permitía verle la mayor parte de las tetas. Entonces me cuenta los esfuerzos que hizo para mirárselos mientras ella escribía inclinada sobre el escritorio sabiendo que él la miraba. Roberto le permitió que lo calentara al mango, y cuando ella terminó el trámite, le dijo "bueno, chau". La dejó plantada y con las ganas. Si me mirás bien podrás comprobar que no soy Venus ni nada que se le aproxime, pero soy mujer y sé cómo insinuarme. Me pongo unas minifaldas bien cortitas y salgo a caminar por el barrio. Te podrás imaginar cómo lucen los jamones que tengo por piernas. Nueve de cada diez hombres con los que me cruzo se dan vuelta para mirarme el culo, porque es bien abundante. Se les cae la baba. Me encantan las cosas que me dicen, algunas decididamente asquerosas y groseras. ¿Notaste las tetotas que tengo? Me pongo una camisita semi transparente y voy a hacer compras al mercado. ¡Se vuelven locos con el vaivén de las gomas! Otra más: en el verano subo a la azotea para tomar sol en bikini. Con el cuerpo que tengo, pensá cómo puede quedarme una bikini. Estiro la lonita sobre el piso, me saco el corpiño y me acuesto panza arriba. Matemáticamente y con la precisión de un relojito suizo, un tipo un edificio de la otra cuadra me observa con un par de prismáticos hasta el momento en que bajo de la terraza. No quiero contarte la vez que me saqué la tanguita y me quedé en tarlipes. ¡Créeme, porque en serio me quedé en bolas! ¡La de pajas que se habrá hecho! Hacemos cosas por el estilo, después nos contamos todo con lujo de detalles y cuando no damos más, cogemos como enloquecidos. La verdad es que, a veces, cuando estamos garchando, pienso más en esas historia que en lo que estamos haciendo. Todavía tenemos algunas asignaturas pendientes porque no nos animamos. Puede ser que algún día juntemos el coraje suficiente para hacerlas realidad. No es nada del otro mundo pero nos cuesta decidirnos. ¿Querés saber cuales son? Las dos son en la azotea. La primera es hacerme la paja para que me vea el vecino de los prismáticos. La segunda, coger en el balcón, entre las macetas. Una vez nos masturbamos, pero no lo otro es diferente.

La última y más interesante de todas pasó hace pocos días, cuando hacía un frío que calaba los huesos. Jugamos una apuesta, Roberto me desafió afirmando que no era capaz de salir a la calle vestida sólo con el tapado de piel. Acepté, me quedé en bolas, me calcé una medias negras sostenidas con portaligas, tacos altos, tapado de piel, carterita al hombro y a la calle. ¡Me olvidaba un detalle!, cuatro gotas de Chanel número 5 en el cuello. Di tres vueltas a la manzana y terminé en el mercadito comprado fruta. ¡Qué me decís! Cuando regresé, a pesar del frío, estaba más caliente que perra en celo. No te podés imaginar los que se siente andar por la calle sabiendo que estás en bolas debajo del tapado. Que si te pasa algo te van a ver hasta el hígado por adentro. El forro de seda me acarició los pezones hasta dejármelos duros como la piedra. ¿Dónde está la gracia del juego? Volver, contar la experiencia hasta el más mínimo detalle y después...¡coger hasta el cansancio! El frío se me pasó en diez segundos. Otra vez él fue el que salió a la calle casi en pelotas, pero no se puede comparar con mi hazaña. ¿Qué hizo? A las diez de la mañana de un sábado de verano le mamé un poco la verga hasta ponérsela bien durita, le subí el pantaloncito y lo largué a la calle con un bulto formidable. Aguantó una sola vuelta a la manzana.

Hace meses a Roberto se le plantó la idea fija de querer ir a un bar de swingers. Al principio a mi la cosa no me cerraba del todo, porque hasta ese momento todos los ratones habían sido mentales y eso era otro asunto distinto. Me dijo que lo meditara un poco y, sin darme cuenta, cada vez que me ponía a pensarlo me calentaba una enormidad. Me imaginaba estando con un fulano recontrafuerte. Pero las mejores pajas me las hice ratonándome con una mujer. Soñando con la peluquera o con la tetona de la otra cuadra.

Un día llegó del trabajo, yo lo esperaba con un vestido ajustado y perfectamente maquillada. Le tenía preparado sobre la cama un pantalón divino que tiene y una camisa celeste de seda. Lo único que le dije fue "vamos". Eso sólo nos dio unas ganas bárbaras de coger. Franeleamos un ratito y cuando estábamos bien al borde, salimos a la calle porque si no nos quedábamos a coger en casa.

Llegamos al bar, había sólo dos o tres parejas. Miré y me di cuenta que una sola parecía que podía ser para nosotros. La mina era realmente linda, él estaba bastante fuerte. Pedimos un whisky. Cuando vio el camarero le preguntamos cual era la metodología apropiada y él se ofreció a oficiar de contacto. La otra pareja nos miró, se dijeron algo, y al ratito se acercaron a nuestra mesa. Ese solo hecho ya me estaba calentando, y sabía que a mi marido también. Confieso que estaba un poco nerviosa. En un momento dado, el tipo le dijo a Roberto que fueran hasta la barra. Ahí comprendí que todo se tenía que arreglar entre mujeres. Al quedarnos las dos solas, ella acercó su boca a mi cara, a tal punto que pensé seriamente que me iba a besar, pero me equivoqué. Me dijo que era mejor que fuésemos a su casa.

Como podrás imaginarte, el beso quedó frustrado pero mi respuesta fue afirmativa. Pagamos y partimos cada uno en su coche. Llegamos a la casa, nos sirvieron champagne para relajarnos y nos sentamos en un sillón, frente a una mesita baja. Ellos fueron los que tiraron la primera piedra. Mientras charlábamos sobre infinidad de pavadas, él empezó a acariciarle las piernas y, de a poco, le fue subiendo la pollera. Los cuatro hacíamos como si nada pasara y seguíamos charlando. Cuando se le terminó la pollera, empezó a juguetear con los deditos en la entrepierna y al minuto se acabaron las palabras. Con la otra mano comenzó a acariciarle los pechos mientras ella nos miraba con ojos sensuales. Tomé la iniciativa, bajé el cierre del pantalón de Roberto, busque su miembro y se lo empecé a tocar. ¡Estaba inmenso! Poco a poco, los cuatro nos fuimos desvistiendo hasta quedarnos totalmente desnudos. Fue una especie de ceremonia impactantemente erótica. Ellos nos decían cosas como que estábamos muy bien, que eramos muy calentones, qué mis limones eran muy carnosos. Alentados de esa manera, respondimos con halagos similares. El tipo nos mostró su verga y nos pidió que miráramos lo grande que la tenía, que no nos perdiéramos la siguiente penetración. Ella suspiraba y nos mostraba las tetas que tenía agarradas por debajo como si estuviese ofreciéndolas para que se las mamaran. La imité peguntándoles si les gustaban mis pezones, qué pensaban de mi culo, que vieran cómo me introducía los dedos. El cruce de miradas me permitió advertir que lo mejor del juego se centraba en observarnos mutuamente tetas, vergas, culos, las caricias y los ojos. Sin siquiera tocarnos, nos estábamos calentando unos a los otros. Quedé fascinada con el brillo de los ojos de ella, con el movimiento pendular de sus gomas al inclinarse hacia delante, con la verga del tipo entrando y saliendo de la vagina de su mujer, de la calentura de mi marido. Roberto, con el miembro más duro que de costumbre, me provocó un orgasmo para recordar por años. Lo más curioso fue que cada uno se circunscribió a coger con su pareja, pero yo sentí como si me estuviesen cogiendo los representantes de los cien barrios porteños.

Caro, fijate de qué manera logramos la calentura casi perfecta para conseguir uno de los polvos más emocionantes de mi vida. Hasta hoy no repetimos la experiencia y no sé si lo haremos. Ésa es la manera en que mantenemos encendida la llama del erotismo a pesar de estar casados. El secreto está en encontrar nuevas formas de sorprendernos".

No sé si lo que me contó Pato es enteramente verídico. Para ella el swinger fue una nueva herramienta para calentarse y coger con el marido disfrutándolo, otros piensan diferente, dicen que puede ser una expresión más de voyerismo, los cuernos institucionalizados o vaya una a saber qué. Envidio la valentía y el coraje de Pato, que a pesar de sus limitaciones en lo referente a belleza física se anima a desnudarse en la azotea para que la observe un vecino mirón, recorrer las calles de su barrio vestida solamente con el tapado de piel, a utilizar positivamente las fantasías sexuales y compartirlas con el marido. Roberto también merece un reconocimiento por prestarse al juego que continúa manteniendo el deseo entre ambos. Todavía no me planteé si, en una similar, qué reacción tendría en lugar de ella.