Pasión pura, atracción total

Detallada historia de un caprichoso encuentro entre dos jóvenes, los cuales descubrirán sus límites... y sus estrategias para evitarlos.

Mi nombre es Fernando y la que voy a platicarles es una historia verídica que decidí compartir para sacarla de mi cabeza, pues desde hace unas semanas he retomado comunicación con la co-protagonista y no he podido dejar de pensar en ello. Pasión pura, atracción total. Solamente me permitiré modificar un poco el final para hacerlo un poco más acorde a lo que me hubiera gustado que sucediera.

Soy alto, delgado, de tez blanca y ojos azules. En ese entonces, tendría yo unos 20 años y era estudiante de Medicina, carrera en la cual tenía un desempeño más que aceptable. Cabe aclarar que no soy el típico nerd que se dedica a los libros y nada más, pues era incluso integrante del equipo de futbol de la universidad, por lo que mi cuerpo se hallaba en forma.

Debido a lo demandante de la carrera que había elegido, mi estrategia para el estudio  era darme unas encerronas a cal y canto para poder aprender lo que entre semana no había logrado.

Recuerdo que mi madre estaba próxima a cumplir 50 años y para festejarla mis padres nos invitaron a mi hermano mayor y a mí a pasar el fin de semana a un balneario que queda a unas 3 horas de nuestra ciudad. Por lo regular aprovechaba sus salidas para irme de farra y llegar hasta las tantas de la madrugada a casa sin tener que avisar ni nada, pero esa ocasión era especial y dado que tenía un examen bastante difícil al lunes siguiente, decidí ir con mi familia.

Siendo sinceros, no iba nada entusiasmado, pues el balneario cuenta con aguas termales por lo que regularmente está lleno de adultos mayores, así que pensé poner buena cara y aprovechar 48 hrs de estudio intensivo y porque no, reposar un poco el estrés acumulado. Además el hotel es muy bonito: tiene dos albercas de aguas termales y las habitaciones cuentan con jacuzzi a la intemperie, ya que está dirigido a personas que acuden para tratamientos de rehabilitación. Sin embargo, bien utilizado es un hotel que permite pasar un fin de semana de desconexión total.

Mis padres pidieron una de las habitaciones del primer piso con vista hacia la alberca, y mi hermano y yo solicitamos en el último piso, pues dado que su público cautivo son más bien personas mayores, sus políticas contra el ruido son demasiado estrictas, y al estar en un piso en el que no hay acceso más que por escaleras son un poco más tolerantes, siendo factible escuchar música y platicar a un volumen moderado.

Nada mas dejamos las maletas, nos pusimos los trajes de baño y fuimos al restaurant para comer. El menú no era muy alentador, pero unas buenas patatas con hamburguesas siempre eran bien recibidas, y más cuando las podías combinar con una cerveza helada y sin costarte un peso.

Estábamos justo en la comida, cuando la vi por primera vez: a través del cristal del comedor, se podía observar la figura de una chica de unos 18 años, jugando en la alberca con la que supuse sería su hermana menor, pues parecía de unos 12. Traía puesto un traje de baño blanco que se le transparentaba un poco cada que salía para aventarse un clavado, permitiéndome adivinar sus exquisitas formas. De tez morena, sus pechos no eran lo que podríamos decir muy generosos, pero se notaban con la firmeza de la juventud. Su abdomen plano esbozaba unos abdominales trabajados, sin llegar a la exageración. Sin embargo, lo que me llamaba la atención eran sus nalgas. Que culo. Enfundado en el bikini blanco, se le marcaban unas nalgas de lo más paraditas, redonditas. Las mejores que yo haya visto, y eso que me considero un amante del derriere. Mientras más la veía salir para aventarse otro clavado, más me gustaba.

Escuchaba la plática de mis padres y mi hermano a lo lejos, como si de un sueño se tratara. Pero uno del que no se desea despertar.

Me terminé mi hamburguesa como pude y me excusé comentando que tenía que irme a repasar los apuntes pues iba algo retrasado, lo cual no era infrecuente en mis hábitos de estudio.

Subí rápidamente a mi habitación y tomé las hojas que había dejado sobre la mesita, saliendo disparado hacia la alberca en donde había divisado a mi musa. Escogí un camastro estratégicamente ubicado desde el cual podría ver toda la acción que se desarrollaba en la alberca pero sin ser visto desde el restaurant, pues si mi hermano me cachaba me delataría con mis padres, estaba seguro.

Me puse cómodo, dejé mis papeles a un lado y crucé mis brazos por detrás de mi cabeza, pensando en lo afortunado que era, pues en lugar de estar encerrado en mi cuarto estudiando estaba allí, disfrutando del aire fresco de las montañas y recreando mi pupila como pocas veces. Ni siquiera disimulé un poco, pensando que los abuelitos de mí alrededor estarían demasiado ocupados comprobando el dolor que les disminuía por el agua termal y poniendo una cara de placer casi tan descarada como la mía. Vi a mi chica salir una vez más del agua y darse la vuelta para aventarse otro clavado, pero esta vez en lugar de impulsarse a la alberca, se agachó, dejándome una espectacular vista de su trasero. El bikini parecía meterse por completo entre sus nalgas, a manera de tanga. Realmente se merecía la erección que se me estaba empezando a formar en la entrepierna. Jugaba con su hermanita a empujarse al agua y a aventarse clavados para tratar de llegar lo más lejos posible. Sus risas eran contagiosas y se veía que lo pasaban de lo lindo, ajenas al acecho del cual estaban siendo objeto. Desafortunadamente bien dicen que mientras los humanos hacemos planes los dioses se echan a reír. No habían pasado ni 5 minutos desde que había llegado a la zona de albercas cuando de pronto el juego terminó. Salió de la alberca y se enrolló rápido una toalla que le cubría desde los hombros hasta los mismísimos tobillos y salió disparada hacia la zona de habitaciones en el hotel. Eso tuvo un efecto benéfico dentro de lo posible: al no tener a la vista su espectacular trasero, tuve oportunidad de ver su cara. Era en verdad guapísima. Su cabello obscuro tenía unos rayitos claros que le daban luz al rostro. Su boca estaba enmarcada con unos labios carnosos que prometían unos besos pasionales. Aun así lo que más me gustó fueron sus ojos rasgados, totalmente felinos. Nuestras miradas se cruzaron unos cuantos segundos y me pareció que ello provocó que disminuyera su marcha. Incluso quise pensar que esbozó una sonrisa de la cual me sentí dueño. Sin embargo, no por ello cambió de dirección y en cuestión de segundos ya todo lo había perdido.

Lo que mal empieza mal acaba, pensé. El resto de la tarde me la pasé renegando de mi suerte. Mejor hubiera sido no haberla visto nunca. La busqué en el lobby, en las dos albercas alternadamente, en la sala de billar, en la boutique… incluso hasta fui al SPA a preguntar los precios de algunos masajes con la verdadera intención de encontrármela. Nada. Se había esfumado.

Maldiciendo mi suerte no solamente por haber perdido al objeto de mi deseo sino por la pérdida de tiempo tan idiota, pues no había estudiado nada y el día ya casi terminaba, fui con mi familia para cenar en la habitación. La verdad no estaba de humor y antes que arruinarles la velada decidí retirarme pronto, con el siempre válido pretexto de tener que estudiar. Al menos eso me encantaba de la uni. Cómo para ese entonces la noche ya se hallaba entrada, mis padres no se opusieron.

Ya en mi cuarto me quité el traje de baño que no había ni estrenado y me enfundé un bóxer y mi pijama, la cual constaba de un pants ajustado y una playera blanca únicamente. Intenté estudiar en el cuarto pero sinceramente estaba demasiado distraído, así que decidí darme una última oportunidad y buscarla una vez más, no sin antes cargar otra vez con mis apuntes. Nuevamente hice mi tour por todo el hotel y el resultado fue el mismo. Ni sus luces. Frustrado, enojado y con un día menos, me senté bajo la tenue luz de un farol desde el cual divisaba la alberca, ahora estática, en donde la había visto por primera vez. Estuve unos 20 minutos, pensando en lo idiota y tímido que siempre era con las mujeres y en porque tenía esa incapacidad para iniciar una conversación con ellas. Me di de topes por todas aquellas veces que me había sentido atraído hacia alguna fémina pero mi falta de iniciativa había dado al traste con las posibilidades en un santiamén, y me juré y perjuré que si el destino me concedía otra oportunidad algún día, no la desaprovecharía.

Yo no sé si en ese momento alguien allá arriba me escuchó o qué, pero de pronto la vi pasar rauda y veloz frente a mí siendo perseguida por su hermanita con sonoras carcajadas que rompían el silencio envolvente que había hasta el momento. Sonreí por la respuesta tan directa de los dioses y me dediqué a observarlas. Ella llevaba un shortcito gris que permitía ver sus piernas bronceadas sin ninguna restricción, y un top a juego que cubría lo mínimo indispensable, realzando su cuello. Me enderecé un poco y decidí que envestido en mi carácter de estudiante universitario sería algo más atractivo que como adolescente tardío defraudado en el amor, así que tomé mis hojas y simulé leerlas, a pesar de que el farol apenas iluminaba lo necesario para divisar las letras una a una. Yo la veía pasar y esconderse aquí y allá para que su hermanita la buscara y encontrara, e inmediatamente después se iniciara una persecución que invariablemente terminaba con las carcajadas de las dos, acompañadas de mis sonrisas discretas. Sentía que ya me había observado y hasta me había dirigido alguna que otra sonrisa, pero era probable que eso solo fuera producto de mi emoción. Su actitud jovial y juvenil lejos de parecerme demasiado infantil me atraía, pues siempre me ha gustado convivir con personas más jóvenes, tal vez por mi necesidad de tener a quien proteger, ya que como he dicho antes, yo soy el menor de mi familia. Por mi parte, esperaba el momento ideal para iniciar una conversación. En ocasiones pasaba muy rápido, o venía con su hermanita, o se escondía demasiado lejos. El chiste es que en todo momento encontraba algún pretexto para no hablarle.

De repente la vi dirigirse a mí y pararse justo debajo del farol, a menos de 3 metros de donde estaba yo estudiando. Volteo brevemente hacía mí y me sonrió. No había duda, era la señal. Escondí la vista en mis hojas de estudio solo para prepararme y dar el golpe maestro. Me puse a pensar que decirle: “Hola, como estas” aunque sonaría muy trillado; “Si gustas puedes esconderte conmigo” sonaba bien, pero significaría ir el todo por el todo, y no me sentía tan seguro. Pedirle su nombre no era opción o al menos no me parecía…

Cuando había decidido simplemente por saludarla preguntándole que con quien venía, y estaba por levantarme, me dirigió una mirada que interpreté de hartazgo y salió corriendo justo para el lado opuesto al que estaba yo. Se alejó hasta el área de restaurantes, ya cerrada, y atravesó la puerta que daba a las habitaciones del hotel.

“Puta madre” pensé. Se me había ido y esta vez no tenía a quien echarle la culpa. Si mi desempeño en el examen fuera a ser similar a mi desempeño en el romance, seguramente estaría reprobado. Pensé en lo mucho que tenía que aprenderle a mi hermano mayor y me recriminé en silencio, cerrando los ojos fuertemente, pidiendo una segunda última oportunidad.

-       ¿Qué haces? –

Abrí los ojos bruscamente y vi parada frente a mí a su hermanita. Su voz era melodiosa y su mirada angelical.

-       Yo… este… estoy estudiando –

-       ¿Y qué estudias? – insistió

-        Medicina – Finalmente lo había dicho. Pensé que caería muerta y con ella, arrastraría a su hermana. No era fácil encontrar un estudiante de medicina bien parecido.

-       ¿… y siempre lees tus apuntes al revés? – Al momento de decirlo soltó una carcajada que me sumió en lo más profundo de las humillaciones. No me había dado cuenta que las hojas ¡las había tomado al revés!.

Sin dejarme contestar aquella retórica pregunta, prosiguió:

-       Yo creo que estás buscando a mi prima Sofy. ¿Te gusta verdad? –

-       Este… ¿tu prima? No… no sé quien es.

Seguramente me puse súper rojo de la cara, pues eso pasaba generalmente producto de mi timidez. Pensé decir algo mas, pero el reto de platicar con una niña de unos 12 años acerca de mis gustos creo que fue demasiado para mí. Afortunadamente no tuve que quedarme callado mucho tiempo, pues la voz de Sofía (ahora sabía su nombre) resonó fuertemente.

-       ¡Liz! Vámonos a cenar, ¡tu mamá ya nos está hablando!

Era ahora o nunca.

-       Hola… ¿es tu prima? – pregunté primero.

-       Si ¿Te estaba incomodando Lizbeth? Ashhh, es que así es ella. Nadie la aguanta ni un momentito. Bueno, yo, pero porque somos primas, que si no la ahogaba en la alberca. Te juro – lo decía con un tono tan despreocupado que solo demostraba cariño entre ellas.

-       No me preocuparía – intervino Liz – que mi amigo es médico y me salvaría fácilmente.

Estuve a punto de darle un beso a la tal Lizbeth en el momento. Que mejor que empezar una conversación dejando claro al menos las capacidades académicas... eso seguro valdría algunos puntos extras. Sin embargo, la chiquilla continuó:

-       Es verdad, y está enamorado de ti… parece buen partido… ¡aunque lea sus hojas de cabeza! – y se echó a reír como solo los niños saben hacer.

Sofía soltó tremenda carcajada que no me dejó otra opción que reír a mí también. Decidí utilizar aquella situación para tratar de obtener alguna ganancia, sin estar muy seguro de que funcionaría.

-       Casi tiene razón, estoy en proceso – comenté sin especificar si ello se refería a la medicina o al enamoramiento – ¿De dónde eres?

-       Del DF – contestó Sofía– Vine con mi tía y mi prima de fin de semana… ya sabes. Mi tía se mete al SPA y todo eso, mientras yo le cuido a su hija. La verdad no me molesta, porque la quiero como si fuera mi hermanita. Pero bueno… tiene sus detalles.

-        Ya vámonos que tengo hambreeee – nos interrumpió su prima.

-       Ashhh… ya seeee… Bueno, nos vamos. Adiós…

-       Fernando. Me llamo Fernando. ¿Pero como que te vas si apenas nos estamos conociendo? ¿No quieres mandar a tu prima y quedarte un ratito?

-       No puedo, de veras. Pero gracias.

-       Ándale. Si quieres te acompaño con tu tía y le pido permiso de invitarte.

Era un movimiento arriesgado pero resultó. Liz corrió para llevarle la primicia a la tía  mientras Sofía yo fuimos caminando hasta su habitación. No perdía momento de demostrarle caballerosidad y dejarla pasar primero a ella… lo que galantemente aprovechaba para darle un revisón a sus pompis. ¡Qué pompis!.

El permiso fue un mero trámite y tras las formalidades quedé de pasar por ella 45 minutos después, tiempo que utilicé para regresar un momento con mi hermano y hacer como que no podía estudiar en el cuarto debido a que el ruido de la televisión me distraía, lo que me dio el pretexto perfecto para volverme a salir, no sin antes tomar mi celular y comentarle que cualquier cosa me enviara un mensaje, ya que mi madre acostumbraba darnos un beso antes de irse a dormir.

Llegué puntual a mi cita. La verdad estaba tan nervioso que las manos me sudaban un poco. Toqué discretamente a la puerta de la habitación y luego luego escuché risas y chiflidos. La tía abrió y me dijo que en unos momentos saldría mi cita, que la única limitante que nos pondría es no salirnos del hotel y que por favor se la cuidara mucho, a lo cual accedí. Inmediatamente salió la que sería mi pareja de la noche:

Traía unos zapatos de piso que se veían bastante cómodos, unos pantalones de mezclilla que le quedaban casi como si fueran leggins, permitiendo adivinar sus estilizadas piernas, y una blusa blanca de tirantes bastante escotada aunque sin mostrar de más. Me hubiera gustado pedirle que se diera una vueltecita para observar su retaguardia, pero hubiera sido un exceso. Todo a su tiempo, pensé. Se había puesto un poco de maquillaje lo que resaltaba aun más sus ojos rasgados y el brillo en los labios mostraba su boca carnosa, dándole un aire exótico que me encantaba.

-       Y bien, ¿a donde me vas a llevar? – me preguntó apenas cerró la puerta.

-       Pues tu tía no nos ha permitido salir del hotel, así que lo primero será dar una vuelta juntos para conocerlo. Es la visita guiada, cortesía de la casa.

Su risa fácil prometía una velada agradable. Caminamos sin rumbo, platicando de todo y nada al mismo tiempo. Me contó de su familia, de los viajes que realizaba con su tía, de lo que pensaba estudiar. Nos sentamos en un sillón del lobby y hablamos de nuestros gustos y aficiones. Todo iba viento en popa pero me di cuenta que parecía más una plática de dos amigas que un incipiente romance, por lo que decidí cambiar de estrategia.

-       Por cierto, ¿te gusta el billar? – yo sabía que era bastante improbable, pero a esa hora (serían las 10 de la noche) ya no había otro recinto abierto para los huéspedes del hotel.

-       No. Bueno, no sé, pues nunca lo he jugado.

Sin estar muy convencida de ello, me acompañó al cuarto de juegos que había cerca y nos dispusimos a jugar una partida. Nada más iniciar el juego, me di cuenta de mi fortuito pero enorme acierto al haberla invitado al billar. No sabía ni como agarrar el taco, así que tuve que enseñarle desde las mismas bases del juego, bromeando con lo ruda y sexy que se veía. Ella acompañaba mis bromas con caras de lo más sugerentes, aunque al parecer desprovistas aún de cualquier carga sexual. Nos reíamos y disfrutábamos el momento. Hacía tanto tiempo que no jugaba billar que la verdad no lo estaba haciendo bien, pero comparado con ella, parecía yo todo un profesional.

-       Órales, eres bueno con las bolas – me dijo

-       Y si… no sabes cuánto – le contesté haciendo alarde en doble sentido, pero sin llegar a lo vulgar, dejando que pudiera inferir lo que ella quisiera.

Finalmente, exploté ese lenguaje ambivalente para ir subiendo la plática de tono. Creo haber notado que conforme avanzaba el juego ella se recostaba un poco más sobre la mesa cuando era su turno. La verdad como partido no había nada que hacer, pues yo era quien entroneraba todas las bolas, pero aún así lo disfrutaba por la compañía. Hubo un momento en el que sólo faltaba meter una bola de color y la blanca había quedado algo retirada del borde de la mesa. Era su turno y tuvo que pararse de puntitas estirándose al máximo para atinarle correctamente. Yo afortunadamente estaba parado detrás de ella, y quede impactado con la visión: casi acostada sobre la mesa, con las pompis paraditas, su tanga se mostró por fuera del pantalón. Ufffffff que ricas nalgas tenía, me fascinaban. Tuve una erección inmediata la cual disimulé acomodándome el pantalón discretamente. Hubiera querido hacerla mía en ese preciso momento. Empujó el taco y apenas rozo la bola blanca, moviéndola hacia un lado, soltando una risotada. Yo, caballeroso como era, le permití repetir el tiro. Veía sus nalgas moverse de un lado hacia otro para acomodarse apropiadamente y me perdía en el hilo de su tanga. El resultado fue el mismo, pero esta vez se volteó a mirarme. Yo estaba embelesado con sus nalgas y no pude ocultarlo. Nuestras miradas se cruzaron y antes de que pudiera reclamarme algo, me ofrecí para ayudarle con el difícil tiro que quería realizar, a lo que aceptó gustosa. La tomé de la cadera con una mano y me pegué un poco hacia ella por detrás, quedando mi paquete a escasos centímetros de tan deliciosa colita. Mi respiración acelerada podía delatarme pero no me importó. Tomé cuidadosamente su mano y la coloqué con firmeza sobre la mesa. Le dije prácticamente al oído:

-       El secreto es agarrar bien el palo y balancearlo de atrás hacia adelante, con seguridad. Acércalo varias veces al centro de la bola para que se vaya acostumbrando. Cuando estés segura de que lo tienes en el punto exacto, empuja con fuerza, sin ningún movimiento hacia los lados. ¿Lo tienes?

No podía creer que lo había dicho así. Estaba yo parado exactamente detrás de ella, reclinándola sobre la mesa de billar, sujetándola firmemente y sentía mi pene erecto rozar ligeramente con sus nalguitas. Era la gloria.

-       Siiiii, está justo donde debe de estar… - dijo con lo que me pareció la voz entrecortada.

-       Pues entonces… hazlo.

Empujó el taco con fuerza e impacto en el sitio adecuado. El tiro fue a dar directo a la buchaca correspondiente. Era la primera vez que metía una bola que no fuera la blanca. Se regocijó por el éxito obtenido y yo aproveché para abrazarla felicitándola, en la misma posición en la que estábamos. Era imposible que no hubiera sentido mi excitación.

-       Me ganaste ¿sabes?, eres buena alumna – le dije

-       Ay si… solo porque tú me la empujaste, si no, la hubiera fallado.

-       Bien, al menos ya sabes cómo hacerle.

Me encantaba el doble sentido y la verdad es que estaba de lo más caliente. Decidí que el tiempo de juego en el billar había llegado a su fin y la invité a dar una vuelta, pensando que así podría llevarla a algún lugar con un poco de mayor privacidad.

Me sentí algo extraño al ir caminando a su lado y me animé a agarrar su mano. Ella no hizo ningún ademán para retirarla, así que caminamos tomados de la mano. Podía sentir el calor que transmitía. Dimos una vuelta alrededor de las habitaciones y llegamos hasta un espacio rodeado por árboles, sumergido en una obscuridad parcial. Ese sería el lugar. Al pasar por allí Sofía expresó que tenía frío y yo la rodee con mi brazo. Sin embargo, no encontré el valor suficiente para dar un paso más. Continuamos dando varias vueltas por el mismo lugar caminando abrazados y en silencio: atravesábamos el lobby, recorríamos el pasillo que conducía a las habitaciones y llegábamos a la zona arbolada. Invariablemente pensaba que a la siguiente vuelta sería mi momento, pero me faltaban las agallas suficientes para hacerlo. Finalmente rompió el encanto y mencionó que tenía que irse a dormir, pues era algo tarde.

No podía ser que los dioses me permitieran estar tan cerca y a la vez tan lejos. Pasamos por última vez la zona arbolada… y nada. No me animé. Habíamos enfilado ya hacia su habitación. Mi mano sudaba, mi corazón latía a mil por hora. Mi cuerpo estaba acumulando toda esa energía necesaria para dar el salto final, pero seguía contenida. Finalmente me detuve de golpe aprovechando un desnivel. No era el mejor lugar pues se encontraba iluminado a raudales y con vista a las habitaciones, pero me pareció suficiente. Ella volteó a verme y esa mirada fue el estímulo que necesitaba. Mostraba ternura pero a la vez pasión en sus ojos. Sus labios entreabiertos brillaban a la luz de la luna, invitantes. Me acerqué despacio a ella, midiendo centímetro a centímetro mi aproximación, viéndola fijamente a los ojos. Noté como una gota de sudor frío recorría mi sien. Era el momento. Mi momento. Nuestras narices se rozaron meramente y me detuve un breve instante, obteniendo un esbozo de sonrisa de su parte. Luz verde. Cerré los ojos y reinicié mi camino directo a su boca. Nuestros labios hicieron contacto, provocando que una descarga eléctrica recorriera nuestros cuerpos. Sentí esos labios carnosos abrirse ligeramente, dándome el último permiso para adentrarme. Introduje mi lengua con delicadeza hasta alcanzar la suya. Nos besamos tiernamente. Me coloqué frente a ella y la abracé mientras continuábamos con nuestro beso. La tomé por la espalda, mientras ella me atraía hacia sí sujetándome por la nuca. Luchaba dentro de su boca alcanzando su lengua una y otra vez. Nuestros labios acompañaban con parsimonia. Con mi labio inferior acariciaba el suyo entre una embestida y otra. Mis manos fueron bajando lenta pero continuamente hacia el inicio de su cadera sin encontrar resistencia y prosiguieron en dirección descendente hasta llegar al inicio de sus nalgas, sus deliciosas nalgas. Las recorrí primero solo con las yemas de mis dedos hasta abarcarlas por completo. Presioné un poco para asegurarme que no tenía inconveniente. Al no percibir cambio alguno, se las apreté con ambas manos. Uffffff que ricas. Totalmente redondeadas, colocadas en su lugar, sin un gramo de grasa. Deliciosas. Sonrió y a manera de castigo me mordió el labio inferior, jalándolo un poco.

-       ¿Te gustan mis nalgas verdad? – me preguntó, juguetona

-       La verdad no… me encantan!!!!! – y para hacer más énfasis, la levanté un poco cargándola justamente de su colita. Su boca quedó por encima de la mía y aprovechamos para plantarnos otro beso, estando ella sostenida por sus pompis, sujetándose únicamente a mí por medio de un fuerte abrazo por encima de mis hombros.

Todo iba tan bien, era tan perfecto, que obviamente algo tendría que cambiar el rumbo de los acontecimientos. Sentí mi celular vibrar insistentemente. Bajé a Sofía nuevamente al suelo y lo saque de la bolsa de mi pijama. Me había llegado un mensaje de mi hermano y decía lo siguiente:

“Cabroncito, o la invitas ahora a la habitación o te juro que bajó y te agarro a chingadazos. Ya vino mamá y le dije que estabas en el baño, así que estás libre. Voy a salir a dar un paseo de una hora aprox. Suerte campeón, me debes una.

PD Hay lo necesario en el buró”

No pude evitar reírme en voz alta. Mi hermano siempre pensando que todas las personas tenían su suerte y facilidad para llevarse chicas a la cama.

-       ¿De qué te ríes? – me preguntó Sofía

-       No es nada, solo mi hermano que me manda un mensaje para molestarme.

-       ¿Por qué, que te dice?

-       Pues que la habitación es toda para mí ¿Puedes creerlo? Cree que aceptarías acompañarme hacia allá.

Sofía guardó silencio y tomándome de la mano, se dirigió hacia su habitación. ¿Se habría enojado? Al menos eso me parecía, pero al pasar frente a su puerta no disminuyó la velocidad y siguió de largo. Al principio me contrarió y ella al notarme tenso, me comentó que era preferible continuar el beso en la comodidad de una habitación que a la intemperie, con el riesgo de que alguien nos fuera a encontrar, lo cual me pareció razonable.

Abrimos la habitación y pudimos ver que mi hermano había encendido un par de velitas en la terraza, justo a un lado del jacuzzi, iluminando tenuemente la habitación.

Cerramos la puerta y nos quedamos viendo fijamente, de frente. Sus ojos se iluminaban con las llamas chisporroteantes dando una sensación de calidez.

La abracé nuevamente y nos besamos por segunda vez. Esta ocasión con mayor pasión que en la anterior, respirándonos y olfateando, siguiendo un ritual ancestral. Esta vez, fue ella la que me tomó por las nalgas y me las pellizcó juguetonamente.

-       ¿Qué se siente que te agarren las nalgas eh? – me dijo entre un beso y otro

-       … Rico

-       Pues agárramelas tú a mí, ¡no me castigues!

No tuvo que decírmelo dos veces. Mis manos volaron para apresar sus dos nalgas. Tenía en mente la imagen de su tanga y eso hacía que mi excitación creciera a cada segundo.

Retiró sus manos y fue rodeando mi cadera despacio, de manera insegura, siguiendo mi circunferencia justo por encima del borde de mi pijama. Al llegar al frente, jaló el resorte solo lo necesario para introducir una mano en mi entrepierna. Sentí su tacto discreto abarcando toda mi hombría. Inició solamente con las yemas de sus dedos, pero llegó a posar toda la palma sobre mi pene erecto. El calor que sobrevino fue indescriptible. Era la primera vez que una chica tocaba mi miembro con esas intenciones.

-       Arghhhh mmmm que rico – suspiré

-       Mmmm que bien se siente. La tienes súper dura… ¿te gusta así? ¿Estás excitado?

-       Siiiii, mucho.

-       A mí también. Qué rica se siente. ¿Puedo verla? Nunca he visto una…

No esperó respuesta, ni es que fuera necesaria. Se deshizo con facilidad de mi pijama y mi bóxer mientras yo le ayudaba desprendiéndome de mi playera, para quedar completamente desnudo. Me empujó hacia la cama y caí cuan largo era. Se retiró la blusa de una buena vez quedándose con su brasier y se desabrochó el pantalón, aunque sin llegar a quitárselo aún. Yo aproveché para recostarme y quedar boca arriba. Ella subió acariciando mis pies, piernas y muslos… llegó hasta mi cadera y se entretuvo un momento, explorándome. Tomó nerviosamente mi pene con sus pequeñas manos y lo acarició cuan largo era, de abajo hacia arriba.

-       Mmmmm, que caliente lo tienes… se siente como si palpitara…

-       Así es… está así por ti.

-       ¿Por mí? ¡Qué honor!.... debería de reconocerle…

Y diciendo esto se agachó un poco y se acercó. Yo prefería cerrar los ojos, tal vez por la emoción, pues cabe recalcar que nunca había estado en una situación así antes. Una de sus manos rodeó mi pene mientras la otra me sostuvo por los testículos. Sentir su tacto era como recibir una caricia de seda. Su aliento caliente caló hondo en mí. Mi glande chocó con sus labios cerrados, indecisos. Debido a la excitación, producía líquido preseminal en cantidades enormes y aprovechó para sacar su lengua y probarlo. Debe de haberle gustado, porque en seguida abrió sus labios introduciéndose la totalidad de mi glande en su boca inexperta. Mmmmmmm. Logró introducir prácticamente la mitad de mi pene. Las paredes de sus cachetes recubrían a lo largo y su lengua servía para compactar aún más el espacio. Sentí que topaba con su garganta y en lugar de retirarlo de golpe, fue sacándolo despacio, chupando y succionando. No lo había retirado completamente de su boca, cuando volvió a metérselo lentamente. Era una caricia directa de sus labios sobre mi miembro. Puse mis manos en su cabeza y entrelacé mis dedos en su pelo, tratando de acompañar sus movimientos. Al principio nos costó trabajo sincronizarnos, pero cuando lo logramos el placer se incrementó. Ahora lo único que hacía era apretar sus labios y permitir que mis manos llevaran el ritmo lo que producía la sensación de un anillo alrededor de mi pene, subiendo y bajando al ritmo que a mí me gustaba, me volvía loco. Sus manos, sin embargo, no perdieron tiempo y aprovecharon para acariciar mis testículos. Mis pelitos se hallaban bastante recortados principalmente por higiene, pero ahora entendía que también podría ser por placer. Dada la saliva que se escapaba de su boca, se encontraban lubricados al máximo y sus dedos acariciándolos simplemente eran demasiado. Le dije que tenía que parar si no quería que me viniera completamente en su boca. Ganas no me faltaban, pero no sería lo justo dado el poco tiempo que teníamos. Apretó mi pene con dos dedos y fue succionándolo hasta la punta. Cuando solo quedaba el glande dentro de su boca, lo restregó sobre su cachete por lo que al liberarse completamente hizo un sonido característico, lo que generó nuestras risas.

-       Ven aquí… me encantas – le dije al tiempo que la tomaba de las axilas y la atraía hacia mí.

-       Tu también a mí… que rico sabes –

Sus labios se encontraban brillosos por una mezcla de nuestros líquidos. Se lamió el contorno y paladeo su sabor.

-       Bastante… rico.

Rodé hacia un lado para quedar encima de ella. Su cabello suelto quedaba esparcido sobre la cama y gracias a sus ojos rasgados, daba la sensación de ser una princesa del oriente, cultivada en las artes amatorias y dispuesta a ponerlas en práctica. Me agaché para besar su frente. Besé sus ojos al tiempo que ella los cerraba, pidiéndole que los mantuviera así al menos un momento. Seguí con su nariz y por último con su boca. Nuestras lenguas se reconocieron inmediatamente y no necesitaron de mayor adaptación, continuando su lucha sin cuartel. Poco a poco fui desviándome hacia su lado izquierdo, hasta salir de su boca y continuar besando su cara, con dirección a su oreja. Ella me dejó hacer y solo se abrazó a mi espalda. Besé su lóbulo y lo mordisquee un poco, aprovechando para resoplar suavemente con mi nariz en su oído.

-       Realmente me encantas Sofía, y quiero hacerte mía.

Mi voz fue apenas un susurro, pero causó un efecto enorme en ella. Soltó un pequeño gemido y noté la piel de sus brazos ponerse chinita mientras se revolvía un poco en la cama aunque aprisionada bajo mi peso.

Bajé besando su cuello, en ocasiones mordiéndolo o lamiéndolo, sin hacerle daño y cuidando de no dejar rastro alguno. Desabroché su brasier con facilidad y lo retiré por completo. Sus pechos eran turgentes y sus pezones se encontraban paraditos, desafiantes. Incluso me pareció ver algunos puntitos erectos en sus areolas, las cuales tenían una coloración entre rosado y café clarito, con alguna manchita un tanto cuanto más obscura. Besé los linderos de su pecho y primero acerqué una de mis manos por el borde lateral, rodeando su curvatura natural. Me acerqué a mis propios dedos de besito en besito, y estos fueron aproximándose a su vez hacia su pezón. Los dejé a una distancia prudente, que pudiera ser salvable fácilmente. Tomé su seno con toda mi mano, acomodando el centro entre mis dedos pulgar e índice y aproveché para darle un buen lengüetazo. Dedo, pezón y dedo otra vez. Un gemido de satisfacción fue inevitable. Volví a lamer aunque ahora con mayor intensidad. Sofía clavó sus uñas en mi espalda, atrayéndome más hacia ella. Metí su pezón en mi boca y lo apreté con los labios, al tiempo que jugaba con él utilizando mi lengua para ello. Mi otra mano fue a su otro seno para ir preparando el terreno. Alterné besos y lamidas entre uno y otro, sin desatender con mis manos ambos pechos. Era la primera vez que besaba esa parte de la anatomía femenina y francamente me encantaba.

Me tomó por la cabeza y contrario a lo que yo pensaba, me empujó hacia abajo. Fui besando su pecho y su abdomen cariñosamente, sin prisas ni ansiedades. Llegué a su ombligo y me entretuve al notar un piercing. Lo moví de adelante hacia atrás con mi lengua, introduciéndome en aquella cavidad otorgándole un sentido erótico. Aproveché la situación para tomar sus pantalones por los lados y retirarlos lentamente. Ni siquiera tuve oportunidad de depositarlos con propiedad en alguna silla y solo atiné a aventarlos al suelo, pues su entrepierna me llamaba. Regresé al trayecto que originalmente me había trazado aunque reiniciando desde su ombligo y bajando hasta alcanzar el borde de su tanga. Haciendo caso omiso de esa barrera, continué besando por encima de aquel pedazo de tela. La sensación de suavidad de mis labios sobre el spandex fue maravillosa. Su olor era de lo más agradable, algo dulzón, y llegó directo a alguna zona primitiva de mi cerebro, pues mi excitación se incrementó en automático, por instinto. Utilizando mi lengua como instrumento, la acaricié sobre su tanga. Su sexo apareció dibujado algo más obscuro que el resto de esa zona, debido a su humedad mezclada con mi saliva. Nuestros fluidos se potencializaron y fueron un estímulo demasiado poderoso. Poco a poco nos fuimos inundando de pasión. Tomé el borde de su última prenda entre mis dientes e hice un ademán de retirarla. Al no estar segura y mostrando un dejo de pudor, se dio vuelta sobre sí misma, quedando acostada boca abajo. No lo hubiera hecho. Si de por sí yo ya estaba totalmente excitado, la visión de su cuerpo en esa posición resaltaba sus magníficas nalgas. Le besé ambos glúteos una sola vez, agradeciéndole aquello que me mostraba. La vida era generosa conmigo. Me dieron ganas de poseerla en ese mismo momento y terminar con una espera de casi 20 años para mi primera vez. Afortunadamente me contuve. Besé su espalda baja y fui subiendo por su columna. Así como mi boca se encargaba de dirigir mis movimientos, mi pecho iba continuando la exploración de su cuerpo, sintiendo sus curvaturas naturales. Llegué a la zona de su cuello y le mordisquee con mis labios, en dirección hacia su oído. En el momento justo en el que llegaba al vestíbulo y mi pecho se encontraba presionando suavemente su espalda, mi pene tuvo la dicha de alcanzar sus pompis, con un contacto suave. Casi pude sentir mi erección acomodarse entre sus nalgas a la perfección. Ella movió instintivamente su cadera hacia atrás, facilitando el acoplamiento. Era una sensación única. Como si fuera un susurro, introduje mi lengua en su oído. Al parecer esto transmitió directamente mi excitación, pues gimió fuertemente.

-       Mmmmmm que rico – me dijo exhalando – me encanta lo que me haces.

-       Y quisiera hacerte mucho más… quiero hacerte mía. Quisiera que te entregaras a mí.

-       Ayyy yo más. Pero nunca lo he hecho y tengo miedo.

-       Yo tampoco lo he hecho pero me encantaría que ésta fuera nuestra primera vez, juntos.

Sofía no contestó, simplemente hundió su cara en la almohada, atormentada por diversos pensamientos.

Moví mi cadera adelante y atrás lentamente, esperando su reacción. Mi pene se introducía entre sus nalgas protegidas solo por su tanga que al momento se encontraba empapada. Quise sentir que ella separaba un poco las piernas, ofreciendo mayor punto de contacto sobre su sexo, por lo que lo tomé como una señal de avance. Me retiré y fui besando su columna vértebra a vértebra, ahora en dirección opuesta, hasta llegar al inicio de la curvatura de sus nalgas. Nuevamente tomé el borde de su tanga con los dientes, aunque esta vez no la soltaría hasta retirársela por completo. Palmo a palmo su piel quedaba al descubierto. Debido a la humedad que la empapaba se iba despegando poco a poco, como si de una calcomanía se tratara, aferrándose a ella. De último momento, Sofía levantó la cadera para ayudarme a culminar mi tarea. Sus nalgas se elevaron y me permitieron una vista privilegiada, de primera fila para tal espectáculo. Me deshice de su tanga aventándola y regresé a mi lugar original. Le besé el pliegue que se formaba entre sus nalgas y sus piernas, adentrándome en ella. Pude ver el resplandor de las velas brillar en su cuerpo pues un hilillo de lubricante escurría por su entrepierna. Me acerqué pues quería probarlo, pero me hizo falta espacio. Mi cara topó contra sus nalgas sin que yo pudiera alcanzar con mi lengua el nirvana. De todas formas aproveché para lamer las paredes internas de sus piernas.

Coloqué mis manos en sus exuberantes nalgas y las separé apenas lo necesario. Ella puso sus manos sobre las mías, ayudándome en la tarea. Una brisa de aire se coló adelantándose a mi tarea, generando que su piel se enchinara en automático. Lamerla en ese estado fue una delicia. Ahora tenía más espacio para mis avances, así que proseguí con mi recorrido hasta alcanzar su ingle. Su aroma era más intenso aunque igualmente delicioso: olía a sexo. Finalmente alcancé uno de los bordes de sus labios vaginales estirando al máximo mi lengua, paladeando el ansiado lubricante como si de un buen vino se tratara, aspirando su buqué y grabando en mi memoria cada detalle por insignificante que pareciera. El contacto entre las dos mucosas hizo que Sofía brincara instintivamente, el signo inequívoco de que me adentraba en territorios indómitos. Se dio la vuelta quedando nuevamente boca arriba y trató de jalarme hacia arriba, pero me resistí.

-       Que haces burrito, creo que ya te estás pasando – me dijo con la voz entrecortada

-       ¿Pasando? Si apenas comenzamos… déjame tantito ¿va? Y si no te gusta me lo dices, y me quito luego luego ¿Ok? – contesté sin moverme ni un ápice de mi lugar.

-       … está bien… pero hazlo con cariño –

Gracias a la nueva posición, ahora podía ver el área de su pubis completamente depilado. Bueno, casi, pues una fina línea de vello recortado lo coronaba. Se veía divina. Por un dejo de pudor, había llevado sus manos instintivamente a su sexo, cubriéndolo. Tomándome el tiempo necesario, me acerque y en lugar de tratar de besar nuevamente sus labios vaginales, me dirigí a sus manos. Las besé tiernamente en toda su extensión, dedicando mayor tiempo a los espacios interdigitales, en donde aplicaba pequeñas lamidas simulando áreas más eróticas. La táctica dio resultado, pues al parecer se olvidó de resguardar su tan preciado tesoro y se encargó de acercarme sus dedos uno a uno para que yo pudiera chuparlos, mostrando claramente mis intenciones. Con mi nariz aparté su mano justo lo necesario para tener acceso a su entrepierna. Sus labios vaginales se notaban hinchados, tal vez por la excitación, y sobresalía un capuchón superior que seguramente sería su clítoris pugnando por la atención que yo quería otorgarle. “Menos es mas” pensé. Aprovechando que mi nariz me había pagado sendos dividendos, la froté a lo largo de sus labios, con una suave presión potencializada con sus fluidos, los cuales para esos momentos salían a raudales. Me coloqué por encima de su clítoris y sin más dilaciones resoplé. Una oleada de aire caliente chocó virtualmente contra él e hizo que arqueara la cadera, exponiéndose. Al divisar nítidamente que salía de su guarida, le di un lengüetazo justo en el centro, provocándole un gemido de placer. Me tomó por la nuca y me dirigió hacia sí. Mi nariz quedó posicionada exactamente sobre su clítoris y aproveché para jugar con él moviéndolo de arriba hacia abajo, como si de una perla se tratara. Al mismo tiempo, mi lengua hurgaba en su interior rozando sus labios menores y mayores. Estaba yo inmerso en mi tarea, probando su sabor y aspirando su olor, tratando que no se escapara nada. Noté como sus fluidos aumentaban siendo demasiados por lo que me dediqué a embarrarlos en los alrededores, lubricándola en su totalidad. Mi erección se erguía desafiante, clamando batalla. Sofía se arqueaba hacia atrás para facilitarme la tarea, pero una vez que lograba llegar a algún punto no alcanzado previamente, realizaba el movimiento opuesto, por lo que mis avances se tornaban complicados. Todo el ambiente olía a ella.

-       Ay que rico lo lames – me dijo, agregando – quiero que me hagas tuya Fer, házmelo ¿si?

Aquello no era una pregunta sino una orden disfrazada y no había poder humano que me hubiera hecho cambiar de idea.

Me hinqué y estiré mi brazo para abrir el cajón del buró. Tomé un paquetito de condones que mi hermano me había dejado y nunca le quise tanto como en aquel momento. Abrí el paquete y tomé uno con mis manos, colocándomelo como tantas veces lo había practicado, aunque esta vez era la verdadera.

Me recosté sobre Sofía dejando que mi miembro se colocara sobre su pubis. Ella lo tomó con una mano y lo dirigió directo a su vulva, dejándolo exactamente en donde debería de ubicarse. Me tomó por la nuca y me acercó a su boca para darnos un beso largo y tierno. Sin mediar palabra, me moví un poco hasta que sentí que mi glande presionaba su apertura. Se sentía tan apretado que no pensé que fuera a caber por allí. Sus labios vaginales se separaron con dificultad y rodearon a mi glande, llevándolo hacia el vestíbulo, en donde sentí un nuevo obstáculo. Traté de presionar pero escuché un gritito de dolor y decidí abandonar mi tarea.

-       Perdón, no quería hacerte daño – le dije

-       No pares. Me duele… pero me gusta – me contestó

Intentó ayudarme abriendo el compás de sus piernas y efectivamente pude avanzar unos pocos centímetros más. Me parecía que no habría manera de que entrara todo, pues apenas llevábamos una tercera parte y mi pene ya se sentía totalmente apretado por sus paredes vaginales y sobre todo por su horquilla. No era falta de lubricante, pues ese le chorreaba hasta los muslos.  Traté de empujar un poco más y pero inútil. Todo parecía que había llegado al límite aceptable y no quería lastimarla.

Nos vimos directo a los ojos y nos dijimos tantas cosas sin necesidad de alterar el momento con palabras vacías. De pronto y con una determinación fuera de serie, me abrazó y rodó por encima de mí, dejándome de espaldas a la cama. El acoplamiento era tan justo que ni siquiera ese movimiento fue capaz de sacarme de su interior. Ahora era ella quien tenía el control y por ende, la iniciativa. Colocó sus piernas a los lados de las mías y se empujó un poco hacia abajo. Logró introducir a lo mucho un centímetro o dos más, pero aún no llegábamos a la mitad siquiera. Estando a horcajadas sobre mí, se retiró un poco, sacándoselo casi por completo. Por un momento temí que quisiera dejarlo fuera, pero sin dilaciones comenzó a introducírselo nuevamente. Sostenida con sus manos sobre mi pecho, cerraba los ojos con fuerza, sin dejarme observar si lo que sentía era dolor o placer. Bajó su cadera nuevamente, tratando de arquear su cuerpo hacia adelante, imagino que para rectificar su vagina y evitar al máximo cualquier sensación desagradable. Nuevamente mi pene fue recorriendo paso a paso su vagina. Era tan estrecha que aun teniendo a Sofía encima controlando nuestros movimientos, el avance era más bien modesto. Yo entendí que en esta primera parte mi labor era más contemplativa, por lo que decidí dejarla hacer por completo. El mero roce de sus labios y paredes internas apretando mi glande era suficiente para que no fuera a perder la erección. Si a eso le añadía lo erótico de la situación y que encima estábamos perdiendo juntos nuestra virginidad, tenía que preocuparme más bien por no terminar en esos primeros momentos. Cada vez que llegábamos hasta el tope Sofía intentaba avanzar solo un poco más para inmediatamente retirarse otra vez. De esta forma, la penetración siempre era algo dolorosa, pero al sentir mi glande regresar hasta el inicio  el placer aparecía con mayor intensidad. Su ritmo comenzaba a aumentar, sobre todo al retirarse, y podía percibir incluso un discreto movimiento de cadera, producto de la excitación, que claramente mostraba que el dolor iba desapareciendo para dejar paso a otras sensaciones mucho más agradables. Ya era capaz de introducirse una buena porción sin dolor. Se lo metía una, dos, tres veces acariciando aquella zona en donde debía de estar posicionado su punto G, y cuando su cara comenzaba a relajarse por el placer, se dejaba meter de golpe todo el pene, hasta topar otra vez con alguna estructura aún no ensanchada dentro suyo. Su cara se contraía de dolor, pero inmediatamente volvía a juguetear con mi glande. Una, dos, tres veces, y otra vez hacia el fondo. Comenzaba a gustarme ese ritmo con el que conseguíamos disfrazar y modificar un poco el dolor que le causaba. Pequeños quejiditos suyos nos acompañaban de vez en vez. De pronto y sin mayor preludio que una sonrisa en su boca, se hundió con mayor fuerza. Sentí como mi pene topaba con alguna barrera interna tan de improviso que no fue suficiente para contenerlo. Su última defensa cedió. Un quejido suyo inundó el aire que respirábamos mientras sus ojos se abrían como platos. La atraje hacia mí abrazándola pues me sentí culpable del daño infligido. Cuando vi sus ojos, toda culpa fue expiada. Brillaban a la luz de las velas y su sonrisa denostaba el gusto contenido. Nos besamos en la boca mientras nuestros sexos se acoplaban el uno al otro. Sofía comenzó a mover su cadera despacio, esperando alguna punzada lacerante que sin embargo nunca llegó. Al principio sus movimientos eran contenidos pero al notar la ausencia de dolor, su amplitud iba en aumento. No intentaba meter y sacar como vulgarmente uno hubiera pensado. Movía su cadera acompasadamente de un lado a otro permitiéndome identificar el interior de sus paredes vaginales, ensanchándolas un poco más. Sus senos encima de mi pecho. Sus piernas junto a las mías. Nuestros sexos bailando una danza llena de erotismo. Mis manos abandonaron su espalda y la recorrieron por la columna pausadamente. Acaricié sus flancos y su cadera sin suspender mi trayecto. Llegué hasta sus nalgas y se las apreté. Oh que maravillosas nalgas, las más hermosas que yo haya visto y eran solo para mí. Podía sentir bajo la palma de mis manos como se contraían sus glúteos en cada vaivén. Sin haberlo notado antes, pude escuchar no solo sus gemidos, sino también los míos. Gemíamos y respirábamos al mismo tiempo, en perfecta sincronía. Pequeños hilos de sudor recorrían nuestra piel aquí y allá.

Aquellos movimientos discretos en sus inicios, eran ahora todo un torbellino. Elevaba su sexo y volvía a descender recorriendo la totalidad de mi pene. A pesar de que todavía se sentía apretada, era la tensión justa y necesaria para sentir nuestros sexos acoplándose a la perfección. No había ni un solo espacio que quedara vacío, pero tampoco alguna barrera que hubiera que romper. Ya no la había. Nuestros líquidos fluían al por mayor permitiendo una lubricación sin la cual esa tarea hubiera sido frustrante e incluso dolorosa. El aire estaba cargado de gemidos y del ruido característico de dos cuerpos sudados chocando una y otra vez, cada vez a un ritmo más rápido.

Por la intensidad, mis testículos comenzaron a chocar contra su perineo, esa línea divisoria por debajo de su vulva. Al parecer fue el ingrediente que faltaba, pues Sofía estiró sus brazos y se levantó nuevamente separándose de mi pecho. Arremetía salvajemente contra mi sexo, el cual la llenaba por completo. Debido a la excitación contenida, me sentía hinchado y sabía que en cualquier momento explotaría.

-       Ahhhh, ahhhh, mmmmm, que rico me lo haces… ahhhhh –

El ritmo era infernal. No terminaba de escuchar el ruido de nuestro impacto cuando ya estábamos por repetirlo. El sudor empapaba la sábana, siendo el aderezo ideal para nuestra mezcla amorosa.

-       Ahhhh no puedo más, quiero que termines conmigo Fer –

Clavé mis uñas en sus nalgas y presioné hacia mí, logrando una profundidad máxima.

-       Mmmmm, ahhhhh me vengoooo ahhhh siiiii –

Sus manos arañaron mi pecho. Su ritmicidad se perdió en pro de varias contracciones convulsas, tensando todos y cada uno de sus músculos gradualmente hasta llegar al cenit. Toda esa fuerza contenida fue liberada de golpe. Acompañado a un gemido suyo, esta vez más agudo que los anteriores, su cuerpo comenzó a contraerse y relajarse. Sus músculos vaginales exprimían mi pene, que no aguantó más. Sentí que era el momento e involuntariamente solté mi carga en su interior, quedando atrapada únicamente por el preservativo empleado. Parecía que a cada contracción de su vagina, mi pene descargaba otro tanto provocándole a su vez una nueva contracción que recorrería todo su cuerpo en un ciclo virtuoso que elevaba nuestra intensidad. Podía sentir sus nalgas como nunca antes. Finalmente con una exhalación profunda se desplomó encima de mí quedando inerte. Todavía se presentaba alguna contracción aquí y allá, pero cada vez eran más aisladas. Nuestros sexos seguían conectados pero enseguida fueron recuperando su tamaño y consistencia originales. No quería soltar sus nalgas pero tuve que hacerlo al menos con una mano para retirar el preservativo y evitar derramar mi semen. Sofía bajó su mano y palpó mi miembro ahora en estado de relajación.

-       Mmmm que delicioso lo tienes.

-       ¿Te gustó? – le pregunté

-       ¿Qué no se notó? Ha sido una experiencia inolvidable. Ashhh Fernando, en verdad que nunca podré olvidarte – me dijo sonriendo

-       No lo hagas. Recuérdame para siempre, pues siempre te recordaré yo a ti – le contesté al tiempo que le daba un beso en la boca, ahora ya desprovisto de toda carga sexual pero igualmente delicioso.