Pasión otoñal
Este relato puede ser editado en confesiones o amor filial. Es la pasión de dos primos en el otoño de su vida que encuentrar una nueva oportunidad en su vida. (Foto).
Pasión otoñal.
Es cuatro años mayor que yo. Desde mi adolescencia me atrajeron su porte y su distinción. Alta de cabello oscuro y lacio. Su melena recortada y su flequillo rebelde que lleva con naturalidad enmarcan un rostro de nariz perfecta y ojos oscuros achinados que reflejan picardía, inteligencia y personalidad. Elegante de caderas estrechas, más bien delgada, de senos voluminosos aún firmes y piernas largas torneadas, la hacen deseable para cualquier hombre.
La vehemencia con que defiende sus principios y la generosidad para con el prójimo y las personas que la rodean, provocaron en mí primero un sentimiento de admiración y luego al tratarla con asiduidad y conocerla más íntimamente algo más profundo. Me encantaba abordar con ella cualquier tema y sus reflexiones a veces exaltadas me causaban hilaridad. Es alegre, divertida y espontánea y las veladas con ella me resultan siempre entretenidas abordando cualquier tema desde los más simples hasta los más escabrosos.
Su matrimonio había sido feliz hasta los últimos años. Enviudó y pareció liberada del sacrificio que había debido soportar durante la larga enfermedad de su marido que llevó con estoicismo y sin quejarse hasta el desenlace final. Se la notaba alegre y desprejuiciada mostrando ante el mundo sus ganas de disfrutar del libre albedrio del que no había gozado hasta entonces.
Nunca me atreví a expresarle mis sentimientos respetando su formación religiosa y el parentesco que nos unía. Somos primos con hijos grandes y educados en una sociedad que veía con malos ojos una relación consanguínea sin comprender que el amor y la afinidad entre un hombre y una mujer están por encima de todo.
Muchas veces había soñado con ella. Imaginaba compartir nuestra vejez e inclusive la cama donde intuía que sería una amante sensacional por su personalidad avasallante y la entrega total cuando se brindaba a las personas que quería.
Nos encontrábamos casi todas las semanas con parientes y amigos comunes en veladas plenas de coincidencias y comentarios acerca de los más diversos temas, donde la vehemencia de Julia para afirmar sus pensamientos motivaban discusiones encendidas pero respetuosas que llamaban a la reflexión y al entendimiento.
Se fue creando entre nosotros un sentimiento de empatía y comprensión. Inconscientemente deseaba que ese encuentro casi semanal con Julia llegase para disfrutarla en toda su dimensión. Solazarme con su belleza, su espontaneidad y la sensualidad que trasmitía a cada momento sin proponérselo.
Pero un día sucedió una circunstancia que modificó nuestra relación. Estábamos sentados viendo una película por televisión, uno al lado del otro y mi antebrazo rozó el de Julia. Tomé conciencia de la situación embarazosa que le podía crear pero una fuerza interior me impidió separarme. Es más bajé la mirada y observé su pierna cerca de la mía y con un movimiento casi imperceptible me apoyé en la suya. Me miró, nos miramos, y no se apartó. Esbozó una leve sonrisa y pareció disfrutar de la situación. Los demás contertulios no se percataron de nada a pesar de mi respiración agitada que temía delatase el momento que estaba viviendo. Parecíamos dos adolescentes gozando de una travesura. No hablamos ni una palabra hasta que al despedirnos me imploró en un susurro que dejásemos todo ahí pues nos podíamos arrepentir.
Durante la semana siguiente me imaginé el reencuentro pero cuando se produjo no forcé la situación. Respeté su pedido por su formación religiosa y familiar pero los dos sabíamos que en algún momento íbamos a referirnos al episodio vivido.
Los encuentros se siguieron realizando y yo no perdía la oportunidad de halagarla y demostrarle mis sentimientos. Julia disfrutaba pero no cedía ante mis insinuaciones hasta una tarde en que mi mujer se ausentó por dos horas y quedamos solos.
Julia nerviosa quiso retirarse previendo una situación embarazosa. La ayudé a levantarse del diván tomándola de las manos, y nos miramos cara a cara. No me pude contener, acaricié su rostro y rocé sus labios mientras ella se resistía con argumentos pueriles. La besé y entonces se liberó. Me besó. Nos besamos con pasión. Había derribado sus prejuicios. Abrazados, sentí su cuerpo pegado al mío. Sus senos se agitaban con la respiración y mi mano por debajo de la blusa los acariciaba con rudeza frotando los pezones. Comenzó a gemir y estregar su pelvis con la mía con movimientos voluptuosos, y su mano acarició mi miembro duro y palpitando sobre el pantalón.
"Por favor es una locura", "No sigamos, podemos arrepentirnos", musitaba Julia.
"Nos deseamos y no lo podemos impedir". Le respondía mientras la besaba
"Está por regresar tu esposa y tengo miedo que sospeche lo nuestro", se defendía. "Déjame pasar al baño para arreglarme un poco", me imploraba. "Ya tendremos tiempo para encontrarnos y gozar de nuestra intimidad", "te lo prometo" terminó diciendo para conformarme.
Estuve de acuerdo, tenía razón, la discreción era una de sus virtudes. Cuando regresó de la toilette la vi hermosa y radiante, había hecho desaparecer las huellas de los momentos vividos. Creí percibir en su rostro el rubor por la calentura y la felicidad que la embargaba. Nos reímos por lo sucedido y nos confiamos nuestros deseos y promesas antes que mi esposa volviese.
Habíamos dado el primer paso y ahora estaba seguro que nada nos detendría. Era cuestión de esperar el momento y el lugar para el encuentro y disfrutar de esa nueva oportunidad que nos daba la vida.
Nos comunicábamos por internet y chateábamos diariamente. Nos sentíamos partícipes de una aventura que nos retrotraía a nuestra juventud y hablábamos de nuestros sueños y frustraciones. Los temores compartidos ante un encuentro sexual luego de años de abstinencia. Después de todo aprenderíamos juntos siendo el amor y la entrega la garantía de un futuro venturoso.
Preparamos la cita en su departamento para no despertar sospechas ya que nadie dudaría de nuestra conducta. Después de todo éramos parientes con un pasado irreprochable para la sociedad que no admitía el amor y el placer entre primos carnales.
Ese día llegó. No pude dormir la noche anterior pensando en el encuentro. ¿Sería como lo habíamos planeado?, ¿No la defraudaría?, ¿no sufriríamos una decepción?, Estaba ansioso y me preparé para una cita especial como en mi juventud.
Al tocar el timbre de su departamento Julia me abrió y me hizo pasar, luego cerró la puerta presurosa tras de sí como si estuviésemos cometiendo un pecado. Un vestido de pollera corta que dejaba ver sus rodillas y sus magníficas piernas, un escote generoso que apenas ocultaba sus senos voluminosos me impactaron. Apenas maquillada, estaba glamorosa y sensual como siempre. Nos besamos y creí descubrir el rubor en sus mejillas. Palabras elogiando su belleza y el agradecimiento de Julia fueron suficientes para romper el nerviosismo del momento. Nos sentamos en un sillón y Julia me convidó con whisky. No estábamos muy acostumbrados y noté que se desinhibía y se relajaba cuando ingirió la segunda medida. Mientras platicábamos de temas baladís le tomé su mano.
Ambientaba la velada una música romántica. Recuerdo que cuando oímos a Luis Miguel interpretando "Si nos dejan", me incorporé y la saqué a bailar. Era la canción justa para nosotros.
Apretados y abrazados mientras bailábamos," juntitos los dos" como dice la canción, nos besamos apasionadamente. Todo se precipitó a partir de ese instante. La levanté entre mis brazos y me dirigí a su habitación. En el trayecto me suplicó que comprendiese su pudor y la dejase desnudar y ocultar bajo las sábanas hasta que entrase en confianza y pudiera relajarse. Entretanto fui al baño y me desvestí. Cuando regresé cubierto con el bóxer como único atuendo encontré la habitación en penumbras y a Julia encamada y cubierta con la sábana hasta el rostro. Su discreción y su timidez no hicieron más que me excitarme y desearla aún más.
Destapó su cuerpo para darme lugar y entonces pude apreciar su figura desnuda por primera vez. Nos abrazamos y mi boca buscó la suya. Sentí junto a mí, una mujer cálida que se liberó de sus vergüenzas y sus prejuicios dejándose se llevar por sus impulsos. Me sacó el bóxer y se inclinó sobre mi miembro, lo tomó entre sus manos e inició una caricia maravillosa. Me masturbó y lo engulló besando y lamiendo el tronco. Luego chupó los testículos mientras yo gemía de placer hasta que le pedí que se detuviese porque iba a eyacular.
"No importa, hazlo, quiero todo lo que te haga feliz".
"Me voy", le dije mientras una cosquilla me anunciaba la descarga y el semen irrumpía dentro de su boca. Hizo arcadas pero tragó casi todo y limpió con su boca y su lengua el resto que escurría por mi falo.
Se recostó a mi lado y entonces fui sobre Julia. Nos besamos y sentí aún en su aliento resabios de lo que acababa de tragar. Era una hembra que deseaba mucho más y no la iba a hacer esperar.
Me coloqué a sus pies. Julia abrió sus muslos y aprecié la espesura del vello finamente depilado que cubría la entrada de la vulva. Separé con mis dedos los labios de la misma y pude ver la raja enrojecida y húmeda. Mi boca y mi lengua recorrieron y triscaron el clítoris. Comenzó a jadear y gemir y tuvo su primer orgasmo. Se arqueaba y acariciaba mi cabeza para hacer más íntimo el contacto.
"Te amo y te deseo amor", "Me haces muy feliz", "Quiero sentirte dentro mío", musitaba.
Me incorporé, comencé a besar sus senos y sus pezones endurecieron con las caricias. Tomé mi miembro con la mano y lo dirigí a la vulva húmeda que se abrió ante la presión y el movimiento tratando de penetrarla. Julia gemía y se movía siguiendo el ritmo para hacer más profunda la cópula. Ante cada embate solo quedaban afuera los testículos. Cogida como estaba, cuando se aproximaba su orgasmo, rodeó mi cintura con sus piernas y sus movimientos espasmódicos me anunciaron que gozaba.
"Mi vida, me llenaste de semen y de amor", "te quiero". "Hacía tanto tiempo que no sentía nada igual", "jamás hubiese imaginado que tendría una nueva oportunidad", balbuceaba entre besos y gemidos.
Descansamos unos minutos abrazados sin sacar mi miembro de su vagina hasta que reiniciamos el juego. El movimiento de vaivén y la calentura pusieron nuevamente mi miembro endurecido en condiciones de continuar.
El semen había llenado su vagina y al retirar mi miembro de su interior pude ver como escurría por el periné lubricando el pequeño orificio anal. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y me dispuse a explorarlo. Julia me rogó que no lo hiciese, le temía al dolor ya que nunca lo había hecho. Traté de convencerla pero finalmente fue ella la que encontró el argumento justo. Iba a entregarme lo que jamás le había dado a su marido como prueba de amor, su ano virgen.
Coloqué el glande enrojecido sobre el orificio anal y comencé a presionar. Lentamente pero con firmeza fui introduciendo centímetro a centímetro la cabeza hasta atravesar el esfínter. Gritó y me rogó que la sacase. Le hice caso y retrocedí. Vi lágrimas en sus ojos, pero luego de unos instantes, me instó a continuar.
"No me hagas caso", quiero ser toda tuya".
Con delicadeza insistí. Ya el orificio era más complaciente. Igualmente gritó cuando atravesé nuevamente el esfínter pero no me detuve. Fue entrando el miembro hasta que el choque de los testículos sobre los glúteos me indicó que había entrado todo. Julia jadeaba y gemía pero no se quejaba de dolor. Al contrario se movía y acariciaba con su mano el clítoris.
Giré a Julia y la puse de espaldas a mí. Apoyada sobre sus rodillas y antebrazos la cogí alternativamente por el culo y la vagina. Jadeábamos y gemíamos al unísono, palabras obscenas y de amor se mezclaban ante cada embestida. Eyaculé por última vez junto con su orgasmo y caí abrazado desde atrás acariciando sus senos.
Julia se levantó con sus piernas temblando y la acompañé del brazo hasta la ducha. Tomamos un baño de inmersión, y recién ahí nos relajamos y recuperamos las fuerzas mientras nos elogiábamos mutuamente por la tarde maravillosa que habíamos disfrutado.
Nos vestimos y al despedirnos nos prometimos discreción para no despertar sospechas y repetir cuando pudiésemos lo que nos había hecho tan felices.