Pasión inmoral
Detalles de una pasión inmoral al tener relaciones sexuales con la prima de mi esposa.
PASIÓN INMORAL
Por sexoso
Me he vuelto un aficionado a ésta página, donde por cierto, además de experimentar enorme placer al leer los relatos, me ha servido para darme cuenta que no es enfermedad recurrir, en ocasiones, a ver fotos de mujeres desnudas, o, eventualmente, a la masturbación, sin importar la edad y el ser casado y, en un momento dado, hasta el recurrir a una relación extramarital. Me defino completamente heterosexual, tengo 36 años, complexión delgada, estatura regular, practico deporte y, a fuerza de ser sincero, dicen que no soy mal parecido.
De mi esposa me concretaré a decir que es menor a mi, guapa e inteligente, sin embargo, existe un pero, de lo que no viene al caso extenderme, solo basta con decir que es solo apariencia la imagen que damos de ser un matrimonio ejemplar. No todo es malo, pero
Lo que en realidad quiero compartir con ustedes es la experiencia que tuve con una prima de mi esposa. De ella diré que es dos años menor que mi mujer, soltera, con un cuerpo bien proporcionado; senos firmes y de buen tamaño, cintura estrecha, muy buenas y duras nalgas, excelentes piernas, estatura regular y un rostro bello, pero, sobre todo, derrocha sensualidad a raudales y viste siempre muy sexi. La relación entre mi esposa y su prima en realidad no es muy buena. En realidad Any (así llamaré a la prima de mi esposa) más bien ha permanecido ajena y distante de mi esposa, disfrutando su vida, viviendo su libertad. A Any la veíamos en las celebraciones familiares, que eran esporádicas y pronto aprendí a dejar de hacer cualquier comentario sobre ella, pues era causa de una segura discusión con mi esposa; mucho menos tener una atención para con ella, porque la cosa se ponía peor. Sin embargo, con disimulo, siempre me deleitaba observándola. Poco a poco, disfrutando de su figura, adivinando las tangas que se le marcaban en sus entalladas prendas de vestir, fue como empezaron a nacer fantasías con ella. En realidad eran solo fantasías, que nunca creí, ni siquiera por asomo, se llegaran a concretar. Además, como lo he dicho, muy poco la veía.
Un día, hace cosa de un año, en que me encontraba desanimado por una serie de problemas y diferencias con mi esposa, conduciendo mi vehículo para ir a realizar unas diligencias que me llevarían algunas horas en atender, por lo que había anticipado que no regresaría a comer en casa, cuando, coincidentemente, Any salía de su centro de trabajo a la hora en que le corresponde comer y yo alcancé a verla, por lo que en una hábil maniobra me estacioné para ir a saludarla. Fue la primera vez que lo pude hacer sin estar acompañado de mi esposa. Después del saludo de rigor, me comentó que tenía dos horas para comer y que llevaba prisa, por lo que yo, con toda caballerosidad, me atreví a invitarla a comer, diciéndole que yo no iría a comer con mi familia por los motivos que ya conocen y que así ninguno de los dos comería solo y que, además, serviría para platicar, pues sin mencionarle el asunto, le dije que yo tenía necesidad de ser escuchado, de sacar algunas cosas que lastimaban mi interior. Creo que más bien por apiadarse de mí aceptó la invitación. Elegí un buen restaurante por la zona, el cual es muy acogedor y tranquilo y tiene una buena cocina.
Llegamos al lugar, elegí una mesa que tiene una vista al jardín interior y que además está un tanto oculto para la vista de los demás comensales. Sin consultarle, ordené una botella de un delicioso vino blanco bien frío, pues se apetecía con el calor que estaba haciendo. Al tener nuestras copas en las manos, propuse un brindis, que me salió espontáneo, por esa casual e inesperada comida y por lo bella y agradable que es ella. Ella me agradeció el gesto y la comida transcurrió de lo más amena. Cuando nos dimos cuenta, el tiempo que disponíamos se estaba agotando y aunque yo podría ingeniármelas para atender mis asuntos otro día, me preocupaba el que ella tenía que regresar a su trabajo, por lo que me ofrecí entonces a llevarla. Ella me contestó que no se le había olvidado que yo le había comentado que tenía algunas cosas que desahogar y que no me preocupara por su trabajo, que ella era muy cumplida en él, que estaba al corriente y que solo bastaría avisarle a su jefe que no regresaría por la tarde, inventando que haría algunas actividades fuera de la oficina. Yo le insistí en que lo más correcto era que regresara a trabajar, pero a cada una de mis insistencias ella decía que poco nos veíamos, que difícilmente volveríamos a poder estar platicando solos y que además yo reflejaba tener una serie de problemas que era necesario soltar, que eso me haría mucho bien.
Finalmente me convenció, pero le propuse ir a un bar, puesto que lo que tenía que comentarle ameritaba hacerlo con una copa. Un tanto mis problemas y otro tanto los efectos que empezaba a hacer el vino en ella, le hicieron aceptar mi propuesta.
Así llegamos al bar, pedimos un tequila y empecé a contarle mis problemas con su prima. Poco a poco fui sintiéndome mejor, su comprensión y sus consejos mucho tuvieron que ver. Pedimos un tequila más, la plática se fue desviando. Empecé, sin proponérmelo, a resaltar sus virtudes. Ella, talvez por los efectos de los dos tequilas, me confío que desgraciadamente ningún hombre había observado eso y que no me creía. Para lograr convencerla de esa gran verdad, cada vez fui siendo más elocuente y vehemente. Además llegué a resaltar su belleza física. La música había aumentado su volumen y yo tuve que acercarme cada vez más a ella, llegando el momento a tener que decirle algunas cosas casi al oído. Ella me contestaba que solo lo decía porque era todo un caballero, fue entonces cuando le dije lo mucho que me gustaba, le conté las veces que en secreto admiraba su belleza y siendo osado, para convencerla, le dije que de no estar casado y peor aún con su prima, seguramente en ese momento estaría cortejándola. Me alejé un poco de ella, lo necesario solo para mirarle a los ojos y para que ella viera mi sinceridad y, cuando nuestras miradas se encontraron, se encendió en ellas una chispa difícil de ocultar. Nuestra cercanía permitía percibir nuestras respiraciones que se hicieron más profundas y pausadas. Fue en ese momento, sincerándome en mi interior y ante el imán en que parecía se habían convertido sus labios, que me acerqué para besarlos, en un beso tierno en principio, pero suficiente para encender una pasión contenida y reprimida por ambos por mucho tiempo.
El fuego había iniciado y no había forma de controlarlo, los dos hicimos breves y débiles comentarios sobre lo incorrecto de nuestros actos, pero en el fondo ninguno quería evitarlo, los dos sabíamos que lo único que en realidad importaba es que éramos hombre y mujer, mujer y hombre, que se atraían. Lo único que faltaba por hacer en ese lugar era pagar la cuenta y así lo hice.
No hubo necesidad de pronunciar palabra alguna, ambos sabíamos hacia donde nos dirigíamos y el trayecto para llegar a lo que sería nuestro "nido de amor" se nos hizo corto para prodigarnos las más encendidas caricias que nos permitían las circunstancias.
Tan solo llegamos a la habitación nos fundimos en un beso apasionado, quité su blusa, acaricié sus senos sobre el sujetador, pronto sentí que éste me estorbaba y procedí también a quitárselo y entonces aparecieron sus senos, firmes y redondos, que terminaban en unos pezones para ese entonces ya erectos. Los acaricié, los besé y ella se entregaba al placer sin límites. Acto seguido, mientras me despojaba yo de mi camisa, ella hacía lo propio con mis pantalones, desabrochó mi cinturón y el seguro del pantalón y, de un solo golpe, bajó pantalón y slip, saltando mi pene completamente erecto sobre su rostro. Ella lo tomó con una mano y lo pasó varias veces por su bella cara, lo empezó a besar y a darle húmedos lengüetazos, bajó entonces el prepucio y quedó descubierto el glande, lo que ella aprovechó para posar también su lengua ahí. La tomé de sus hombros y la enderecé, solo para quitarle sus pantalones; poco me faltó para sufrir un infarto, pues en tanga lucía mucho mejor de lo que me había imaginado. La giré de espaldas a mí para reposar mi pene sobre la hendidura de sus nalgas, ella se me pegaba con fuerza mientras en esa posición nos seguíamos deleitando con besos en la boca, intercambiando nuestras lenguas. Después volvimos a quedar frente a frente, ella ahora besaba mi pecho, con su lengua bajó hacia mi vientre e ingles y, ya en cuclillas, metió mi pene en su boca para darme el mejor oral de toda mi vida, mientras que con la mano que le quedaba libre, empezó a tocar su vagina sobre su tanga. Así permanecimos por un rato, hasta que la llevé a la cama, le quité su tanga y ahora era yo el que iniciaba los preparativos para proceder a hacerle el sexo oral. Me deleite en su clítoris principalmente y después de un rato ella tuvo su primer orgasmo. Después me pidió hacer un 69, situación que me sirvió para darme cuenta que cuando acercaba mi lengua por su ano ella gemía de manera especial. Finalmente me coloqué un preservativo y la penetré, iniciando con la posición del misionero, luego puse sus piernas sobre mis hombros, provocando en ella oleadas de placer. Después lo hicimos en la posición de "perrito", donde ella tuvo su segundo orgasmo y, finalmente, me puse boca arriba para que ella me cabalgara. Fue así, como simultáneamente ella obtuvo el tercer orgasmo y yo logré mi eyaculación. Ella entonces inclinó su dorso, descansando sus senos en mi pecho mientras ambos recuperábamos el aliento y nos besábamos con agradecimiento mutuo.
Luego nos dimos una ducha juntos, donde seguimos descubriendo nuestros cuerpos y sus sensaciones. Después pasamos a la tina de hidromasaje para darnos un relajante baño de burbujas. Yo estaba sentado, recargado sobre una de las paredes de la tina, con mis piernas ligeramente flexionadas y abiertas, lo que permitió que ella se sentara recargada en mí. En esa posición seguimos platicando y yo aprovechaba, de vez en cuando, a verter agua tibia sobre sus hombros y espalda. Después de unos 30 minutos, el contacto de su baja espalda con mi pene, hicieron que éste volviera a reaccionar, nos pusimos de pie, nos vimos a los ojos, nos acercamos para abrazarnos y besarnos, mi pene erecto oprimía su pubis, el agua de la tina nos llegaba debajo de las rodillas, de nuestros cuerpos escurrían gotas de agua, nuestra temperatura iba en aumento, nos salimos de la tina y sin más, mojados por todos lados, llegamos a la cama, donde nos tendimos para seguir acariciándonos. Ella había quedado boca abajo, por lo que yo inicié a besar sus nalgas y ahora, con descaro, empecé a pasar mi legua en su ano. Pronto ella gemía descontrolada de placer, lo que yo aproveché para introducir un dedo en su ano, luego otro. En eso estábamos cuando ella me pidió le metiera mi pene en su ano. Con la humedad de su vagina lubriqué su ano y, con suma delicadeza, inicié la penetración; desde luego que previamente me había colocado un preservativo. Al poco tiempo todo mi miembro estaba dentro; pronto coordinamos nuestros movimientos, lo que permitió que ella tuviera un orgasmo más y yo vaciara mi eyaculación dentro de su ano. Después ella me quitó el preservativo y se dedicó a limpiar con su lengua y boca todo mi pene. Fue una experiencia sublime de pasión, inmoral si se quiere, pero de entrega absoluta y plena.
Al poco tiempo de eso, a ella la enviaron a iniciar un proyecto en otra ciudad y recién ahora ha regresado. Ya nos encontramos en una reunión familiar, pero no pudimos hablar en privado. Creo que los dos sabemos que lo que hicimos no fue lo correcto, pero también sabemos que ambos lo disfrutamos en exceso. Será nuestro secreto, solo el tiempo y las circunstancias dirán si se repite. Saludos desde México.
NOTA: Prefiero el anonimato, no publicar mi e-mail.