Pasión galáctica III

Capítulo III, Decisiones "Shera sonríe, pícara, e intenta sacarle la polla de entre sus nalgas. Cuando lo consigue, se echa un poco adelante y, con las dos manos, la frota de arriba abajo..."

Pasión galáctiica

Capítulo III, Decisiones

Relato escrito por ArturoRelatos para la Antología TRCL

Cuenta de la Antologia

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Una vez que Kennio ha terminado de contar toda la historia, Max se echa las manos a la cara y se reclina en su silla.

—¡Vaya días más agitados! ¿No quieres dormir? —consulta amistoso.

—No, sabiendo que algo malo le pasa a Kathly —contesta firme.

—Kennio, sé que siempre has deseado formar una familia antes de morir a causa de alguno de los infinitos peligros del espacio o de nuestra profesión, pero ella no es la ideal —aconseja a su amigo.

—Deja eso, yo la quiero, me da igual si no es perfecta —responde él.

—Es una criminal sin escrúpulos, eso es lo que es. ¿Estás seguro de que te quiere de verdad? ¿Que estará dispuesta a pasar el resto de su vida contigo, en la clandestinidad? —le cuestiona Max.

—Yo… no estoy seguro, pero mi instinto me dice que no miente —admite Kennio.

Su amigo suspira, cansado de intentar hacerle cambiar de opinión.

—Los dos tenemos los trabajos que soñábamos y, sin embargo, no estamos satisfechos —dice para nadie.

—No sabía que tu sueño de ser jefe de investigación biomecánica y robótica incluía una nave disfrazada —comenta Kennio con sarcasmo.

—Es solo para transportar equipo y materiales —responde quitándole importancia.

Va a seguir cuando llaman a la puerta y, después de que Max le da permiso, entra una joven y atractiva rubia de ojos esmeralda, busto generoso y escotado, sensuales caderas, culo firme y respingón, todo eso soportado por unas largas y esbeltas piernas.

—Señor, estamos listos para el escaneo de la paciente, ¿desea estar presente? — consulta la joven.

—Sí, Shera, dame un momento —contesta Max.

—De acuerdo, señor. Le estaré esperando —afirma ella. Con un suave giro se da la vuelta y sale.

—Shera Artill, dieciocho años, la primera de su promoción a nivel universal, ganadora del Nobel de Medicina, Robótica, Física, Química y Neurología, memoria eidética y un cuerpo que resucita a los muertos —describe Max—. Aún no entiendo porqué no le ofrecen su propio laboratorio o mi puesto y la mantienen como mi ayudante.

—Es muy joven y tendrá que aprender a dirigir uno —reflexiona Kennio.

—Desde que llegó, hemos hecho muchos más avances y también mi vida ha estado más organizada —afirma él—. Aún no te lo he preguntado, ¿cómo descubriste nuestro engaño?

Kennio sonríe y pregunta burlón:

—¿Has estado arreglando o modificando algo del hangar?

—Si, una sonda que no conseguían hacer funcionar —responde Max y se da cuenta del detalle que vio Kennio—. ¡Me he vuelto a dejar las herramientas en el suelo!

—Sí, esa costumbre que tienes de manipular las cosas sentado en el suelo y desplegar todas las herramientas de menor a mayor tamaño. Además de añadirle tu olvidadiza cabeza a la hora de recoger —confirma él divertido.

—Bueno, no hagamos esperar a Shera y vayamos a confirmar mis sospechas —dice Max mientras se levanta y los dos salen del despacho.

Según se acercan, Kennio se pone cada vez más nervioso. Entran en la enfermería y Shera, con el escote ya cubierto, les conduce hacia una sala de control donde se puede ver a Kathly en una mesa de operaciones, sedada.

—Es un milagro que siga viva, el aparato se sobrecalentó enormemente y nos costó enfriarlo una vez la sedamos —informa Shera—. Pero está estable y el cerebro no parece haber sufrido daños.

—¿Qué creéis que ha pasado? —pregunta Kennio.

—Sospechamos que el sistema de refrigeración ha sufrido daños y no está operativo — responde la ayudante.

—Según me ha contado el capitán, dice que es un aparato para cambiar el color de los ojos y que está mal conectado. Según ella, funciona conforme a su estado de ánimo — aclara Max.

—Entonces, una fuerte experiencia emocional ha podido sobrecargarlo y producir el fallo en el sistema —opina Shera.

—Acaba de perder a su mejor amigo —informa Kennio.

—Parece ser que los grandes criminales también tienen sentimientos —comenta Max.

Su amigo ignora el comentario y observa fijamente la pantalla del escáner. En él se muestra el interior de la cabeza de Kathly. Haciendo uso de aumentos y, reposicionando el sensor, localizan el aparato. Se ve como una simple caja negra de la cual salen dos cables; uno está conectado al cerebro y el otro se bifurca para ir a los ojos. El sensor permite ver el interior de la caja y un complejo sistema de circuitos, resistencias, transistores, condensadores y demás elementos electrónicos aparecen. Fácilmente localizan el problema, una gran zona negra lo rodea.

—Hay esta, esa resistencia se ha calentado tanto que ha fundido los circuitos impresos y estos se han cortocircuitado entre sí —dice Shera.

—Este es un caso grave, la operación es muy complicada para las instalaciones que tenemos aquí y, aun con el equipo necesario, es muy probable que su cerebro sufra daños. Pero si no intervenidos, la única forma de que se mantenga con vida será tenerla muy sedada todo el tiempo —diagnostica Max.

—Si tenemos suerte, esos daños se limitarán solo a su capacidad de expresión. Tendría el rostro siempre serio, pero podría vivir —comenta la ayudante.

—¿Y en el peor de los casos? — pregunta Kennio temeroso.

—Muerte cerebral —responde su amigo tajante—. Estaría viva, pero no sentiría nada ni pensaría nada.

Un fuerte escalofrío recorre su cuerpo. En el mejor de los casos, Kathly estaría viva, pero no podría volver a ver su hermosa sonrisa y su bello rostro estaría serio para siempre. Pero es aún peor el otro extremo, ella simplemente sería un cascarón vacío, incapaz de verle.

—Tendremos que esperar a que se despierte para que nos autorice la operación —concluye Max—. Realiza un escáner completo, no vaya a ser que tenga más factores de riesgo.

Shera ordena el escaneo completo, el aparato se posiciona y, en la pantalla, se ve el cuerpo desnudo de Kathly y se señalizan dos zonas, una en la cabeza y otra en el abdomen. Shera pulsa sobre el vientre en la pantalla y el escáner se posiciona para poder explorar bien el área.

—Dijo que fue prostituta siendo más joven, será un protector de embarazos —comenta Kennio.

Pero lo que muestra el escaneo es algo totalmente distinto, en la zona donde debería estar el útero solo hay tejido muscular, las trompas de falopio están cerradas con una cauterización, al igual que el cuello del útero. Kennio no puede salir de su asombro «¡La castraron!» y la frase que Kathly dijo en aquella noche de pasión, «Puedes correrte dentro, no puedo quedar embarazada» no para de repetirse en su cabeza.

—Hay que ser cruel para que hoy en día se les extirpe el útero y no se les ponga un protector barato —dice Shera indignada.

—Esto no afecta a la operación, así que, si nos permite operarla, tendremos luz verde — concluye Max, coge el brazo de Kennio y le saca del centro médico.

Este está tan impactado por el descubrimiento que se deja llevar sin oponer resistencia hasta un camarote.

—Esta será tu habitación hasta que lleguemos a Démeter, procura no tirar tu carrera por un agujero negro — dice Max como despedida antes salir, dejando solo a su amigo.

Un par de horas después, Kathly abre los ojos; siente todo su cuerpo pesado y su mente embotada.

—No trates de moverte, hemos tenido que inyectarte un sedante muy potente —dice una voz femenina.

—¿Dónde está Kennio? —pregunta confusa mientras trata de enfocar sin éxito el rostro de quien le habla.

—Está descansando en una habitación —responde y le fuerza a levanta mucho el párpado para examinar su ojo —. Aunque ha sido muy escandalosa, la verdad de vuestra relación está a salvo gracias al capitán.

Mientras habla examina los ojos de Kathly, acercando y alejando una especie de varilla metálica con una lente. Una vez que termina, escoge algo de una mesita auxiliar y se lo acerca a la cara.

Kathly cierra los ojos por instinto, nota que algo se desliza a los dos lados de su cabeza y se posa sobre sus orejas y una tercera parte en su nariz. Abre los ojos confusa y esta vez ve todo bien enfocado y nítido.

—¿Ves bien ahora? —consulta la responsable de la voz, que resulta ser una rubia de gran belleza.

—Sí, ¿qué ha pasado? —pregunta Kathly—. ¿Me has puesto unas gafas?

—Correcto, el dispositivo de tu cabeza se ha averiado y ahora se sobrecalienta. Para evitarlo te tenemos así, sedada. Debes evitar sentir emociones si no quieres que vuelva el dolor —explica Shera—. Las gafas son porque tu dispositivo también regalaba tu vista, así que tenemos que evitar que se active por este motivo. Pero tranquila, que te sientan bien y ahora no pareces solo una cara bonita.

—¿Tan peligroso es? — consulta la paciente.

—Si te devolviera todas tus funciones cerebrales sentirías que tu cerebro se derrite hasta morir de dolor o por el excesivo daño producido por el calor que desprendería el aparato —contesta la doctora tranquila.

Kathly siente un escalofrío al escucharla y nota una molestia en la cabeza, un sensor detecta la actividad del dispositivo.

—Controla ese miedo o tendré que anestesiarte más y no podrás ver a Kennio — amenaza Shera—. Avisé a mi capitán hace un rato, pero le pedí que me diera tiempo.

La paciente se esfuerza en controlar sus emociones, aunque no resulta fácil estando drogada como esta, lo consigue y el sensor deja de detectar la actividad.

—Así me gusta, la solución es operarte para extirpar el dispositivo, pero hay riesgos y necesitamos tu permiso —explica la doctora—. En el mejor de los casos, no podrías expresar emociones, ya que se dañarían tus terminaciones nerviosas. En el peor de los casos tu cerebro moriría y entrarías en estado vegetativo —informa Shera—. Así que ¿tenemos tu permiso o no?

Kathly está abrumada y no sabe qué contestar, en ese instante entran en la habitación dos hombres de constitución fuerte. Rápidamente identifica a Kennio y tiene que controlar sus emociones.

Max y Kennio se acercan a la cama y se sorprenden de las gafas que lleva Kathly, antes de que ninguno pregunte, Shera lo explica:

—Revisé los circuitos del dispositivo y descubrí uno que ajustaba la visión para que fuera nítida, lleva años necesitando gafas.

Ninguno hace un comentario al respecto, aunque, para sus adentros, Kennio la encontraba más adorable si puede ser.

—Me imagino que mi ayudante ya te ha explicado la situación. Es complicada, pero lo mejor es operarte, si no, morirás sí o sí —dice Max.

—Yo… necesito pensarlo, me dan miedo las posibles consecuencias —responde Kathly—. ¿Puedo hablarlo en privado con el capitán Kennio?

—Claro, aún tienes tiempo antes de que lleguemos al hospital —contesta Shera.

Max va a protestar, pero ella le saca a empujones.

Después de que se cierra la puerta, Kennio se arrodilla ante la cama, coge una de las manos de ella y acaricia su rostro.

—No sabes el miedo que he pasado.

—Yo también, pero ahora que estas a mi lado ya no le temo a nada —dice ella.

—¿Te operarás? — pregunta Kennio.

—Sí, pero solo si me prometes una cosa —aclara Kathly.

—Claro, lo que tú quieras —declara él.

—Quiero que me recuerdes siempre, no como la criminal que soy ni como una cáscara vacía. Así que, si entro en estado vegetativo, déjame morir —pide ella con lágrimas en los ojos y comienza a notar un ligero dolor de cabeza.

Kennio se queda mudo ante su petición, duda que poder matar a la mujer que ama.

—Te lo prometo —consigue decir.

—Muchas gracias, te quiero tanto que no puedo controlarlo y me duele mas el hecho de no poder abrazarme a ti que el dolor que me produce el dispositivo —confiesa Kathly y despliega su hermosa sonrisa.

Los ojos de él amenazan con derramar lágrimas, sin embargo las contiene y estrecha firme, pero dulcemente, su mano con la de ella. En los ojos de Kathly comienzan a aparecer pequeñas motas arcoíris y, aunque su rostro refleja ligeramente el dolor ella, no deja de sonreír.

Rápidamente entran Shera, escotada de nuevo, y Max. Ella manipula el panel de control para subir la dosis del anestésico y él saca a Kennio de la habitación para que Kathly se estabilice. Ella no deja sonreírle hasta que se cierra la puerta y, segundos después, se vuelve a dormir.

Un rato más tarde, Kennio puede volver a entrar, pero con Kathly dormida. Max y Shera van a encargarse de sus proyectos y así pasan las horas hasta el momento de cenar. Max entra en la habitación en busca de su amigo.

—Kennio, es hora de cenar. Debes comer, aunque no quieras. No has comido decentemente en un tiempo —dice Max.

—Tú piensas que ella me está engañando para que la ayude —comienza a hablar él, pero antes de que le interrumpa Max, sigue—. Pero no eres capaz de ver que Shera se te insinúa.

—Eso es absurdo, soy muy mayor para ella y, además, no se insinúa —replica él.

—Entonces, ¿porqué siempre va escotada cuando está sola contigo y con el escote cubierto en público? —pregunta Kennio—. Admítelo, siempre has sido un obsesionado del trabajo, ¿cuándo fue la ultima vez que te acostaste con una mujer?

Max va a replicar, pero realmente no recuerda cuándo fue esa ultima vez.

—¿Ves?, ni tú lo sabes —dice su amigo amable—. Vamos a comer.

Se levanta, pone una mano sobre el hombro de su amigo y salen juntos de la habitación.

Después de cenar y contarse lo que les ha pasado mientras han estado separados, se despiden y Kennio va a su habitación mientras Max se queda en su despacho, trabajando en un nuevo proyecto. Es ya tarde cuando alguien llama a la puerta, Max sabe quién es, pues todas las noches le visita para echarle la bronca sobre lo poco que duerme.

—Pasa, Shera —dice y a su mente vienen las palabras de Kennio.

Como si quisiera confirmar las sospechas de su amigo, su ayudante entra en el despacho con un buen escote que muestra toda la parte superior de sus generosos y bamboleantes pechos.

—Maximus, ya sabes a qué vengo —dice ella en un tono más meloso del que usa en público.

Él siempre responde lo mismo, «Que tengo que dormir bien y no trasnochar», pero ahora duda de las intenciones de su ayudante. Esta, al ver que tarda en responder, pone mala cara.

—¿Ves lo que te digo?, ya ni si quiera puedes contestarme lo de siempre —pone los brazos en jarra y se inclina hacia adelante para igualar las alturas, pero a la vez deja ver el canalillo de sus tetas.

El tiempo de abstinencia que ha tenido Max le está pasando factura, no puede apartar los ojos de aquellos maravillosos pechos y su polla está ya bien dura.

—Maximus, ¿qué estas mirando? —pregunta Shera con un ligero toque de excitación en sus voz.

Él alza la vista, nervioso, y ve que el rostro de ella está sonrojado y su mirada parecía anhelante.

—Yo… no… solo… que Kennio piensa que una jovencita como tú podría estar interesada en un hombre mayor como yo y no en un joven atractivo de su edad —responde alterado.

—Yo también creo que puede pasar, si ella piensa que ese hombre maduro es el único digno de tocarla. No veo el problema —opina Shera con voz seductora mientras se sube a la mesa y gatea a cuatro patas. Sus tetas se bambolean.

Acerca su cara a la de Max y la mantiene a pocos centímetros, el uno notando el aliento del otro.

—Pero… el joven tiene suficiente energía como para satisfacerla —opina él en su límite.

—El maduro tiene experiencia para complacerla y calmar su libido —contraataca ella.

Max, sin poder aguantar más, agarra el rostro de Shera y la besa con pasión. Ella le responde y es la primera en iniciar el juego de lenguas. La lengua de ella es muy juguetona y curiosa y la de él se adapta a la situación. Después de varios minutos, Shera se da por satisfecha y corta el beso.

—¿Te ha gustado mi primer beso?

Max está perplejo.

—¿En serio soy tu primer hombre? ¡Si pareces una experta! —dice casi sin aliento.

—Ya te lo he dicho, eres el único digno de tocarme —responde divertida y comienza a desabrocharse lentamente la bata de laboratorio, rebelando que no lleva sujetador. Los preciosos y abultados pechos de Shera atraen de inmediato a Max, el cual chupa los pezones con avidez.

—Tranquilo, que me los vas a arrancar al final —ruega con voz excitada.

Él se relaja y lo hace más suave, ella gime con cada lamida y va abriendo la camisa de Max. Una de las manos de él termina de abrir la bata de Shera y va directa a su entrepierna, descubriendo que tampoco trae bragas.

—Eres muy traviesa; vienes al despacho de tu jefe sin ropa interior. ¿Vas así por el resto de la nave? —pregunta burlón.

—No… solo lo hago cuando vengo por las noches… quiero estar lista para que me folles —responde entrecortada por la excitación y sus manos recogen de arriba abajo el musculoso abdomen de Max y terminan en los pantalones de él, que rápidamente son abiertos.

Max, al notar las intenciones de Shera, deja sus pechos y la sienta sobre la mesa. Ella le mira impaciente y curiosa.

—¿Quieres comerme primero? ¡Yo pensaba ser la primera en alimentarse! —pregunta pícara.

Él termina de desabrocharse el pantalón y queda a la vista el motivo de que la sentara sobre la mesa. El miembro de Max mide unos veinticinco centímetros y Shera no habría podido sacarlo sin doblarlo, y está muy duro. La chica suelta un jadeo de asombro.

—¡Ay, Dios! ¡No sabía que tenías tres piernas!

—¿Te vas a echar atrás? —pregunta con cierto miedo, ya que una vez le dejaron a medias.

Ella duda un momento sin poder apartar los ojos de su polla. «¡Va a romper mi coño virgen!», piensa. Pero al final se baja de la mesa y se pone de rodilla frente a él. Con cierto miedo le baja el bóxer. Al terminar de bajarlo, la polla de Max apunta al frente, directamente a ella. Shera la coge con las dos manos y comienza a masturbarle. Las manos recorren su miembro desde la base a la punta y los ojos de ella echan fugaces miradas a la cara de Max, tras las cuales le pajea más fuerte. Él recojo su larga melena y atrae ligeramente la cabeza de ella a su polla, ella capta la intención y comienza a darle lamidas en el glande. Max cada vez esta excitado y, poco a poco, va acercando más su miembro hasta que consigue que ella abra la boca para recibir dentro el glande.

Él comienza a gemir ligeramente y Shera se esfuerza en tragar un poco más. Lentamente, la polla de Max entra en su boca y llega a tocar el fondo. Max, después de tanto tiempo sin hacerlo, sufre una eyaculación precoz y se corre sin avisar. La avalancha de semen sorprende a Shera, la cual rápidamente saca el miembro de su boca, quedando algo de semen dentro y el resto es disparado en su cara y sus tetas.

—Per… perdona, es la primera vez que me pasa… yo… —dice tratando de disculparse, pero ella le pone un dedo en sus labios. Se traga el semen de su boca y aparta el que ha caído en uno de sus párpados.

—Menudo estropicio has hecho —comenta divertida—. Necesitaré tu ducha después, pero ahora quiero que me llenes esto de aquí —sigue mientras se abre el coño con dos dedos.

Max la vuelve a subir a la mesa, pero ella le detiene mientras la tiene en brazos.

—Siéntate ahí, ahora me toca mandar —ordena mientras señala la silla.

Max se sienta con ella en brazos, la cual se apoya en la silla al estilo cabalgada, coge su polla y la frota en la entrada de su chorrean te vagina — ¿Estas preparada? — pregunta ansioso pero preocupado.

—Llevo tiempo esperando esto; por mucho miedo que tenga o dolor que sufra, no voy a parar hasta que me vuelvas loca de placer —contesta nerviosa y se deja caer despacio mientras la polla de Max se abre paso en su estrecho coño. A ella se le resbala una pierna, su himen es perforado con fuerza y el miembro de Max entra entero hasta tocarle el cuello del útero.

Ella suelta un fuerte grito de dolor y se agarra a él, mientras las lágrimas brotan de sus ojos. Max, asustado, intenta levantarla para sacar su polla, pero ella lo aprieta muy fuerte por la cintura con sus piernas.

—¡No la saques! Se… se me…pasará —ruega jadeando por el dolor.

—Pero ha de dolerte mucho —réplica él.

Ella agita la cabeza a modo de negativa.

—Te he dicho que no voy a para —responde mientras trata de aguantar el dolor.

Max, viendo que no la podrá detener, decide intentar aliviarla y vuelve a chuparle los pezones y acariciarle el clítoris. Ella gime y, al momento, mueve sus caderas suavemente. Tras unos instantes, los jadeos son más fuertes. Él agarra su cintura y la ayuda a moverse más fuerte. El rostro de Shera cada vez demuestra menos dolor y más placer, añadiendo el hecho de que su vagina aprieta con fuerza la polla de Max. Poco a poco él aumenta el vaivén, haciéndolo cada vez más duro y los gemidos de Shera son más fuertes. La pareja alcanza un ritmo frenético y las penetraciones de Max son potentes y profundas.

—Shera… pronto me correré —avisa él.

—¿Si? ¡Quiero que me rocíes las entrañas con tu semilla! —grita Shera extasiada.

Sin poder resistirlo más, Max cumple su deseo y, sujetándola firmemente, comienza a correrse en su interior con más fuerza que nunca. La cara de ella se transforma en un reflejo del placer desmedido que siente y sus dedos le arañan la piel de los hombros al sujetarse con fuerza. Después de serenarse un poco los dos, se besan cariñosos.

—Ha sido el mejor polvo de mi vida —comenta Max.

—Ha sido grandioso, pero aún no estoy del todo satisfecha —dice pícara.

—Follas demasiado bien para que sea tu primera vez y veo que tu apetito sexual tampoco es de una recién desvirgada —elogia burlón.

Ella, en respuesta, levanta su cadera y deja que salga poco a poco la polla de Max, la cual está cubierta de una mezcla de fluidos vaginales, semen y sangre.

—¿Convencido? He aprendido mirando videos porno educativos y mi apetito se debe a que alguien me ha tenido mucho tiempo esperando mientras le tiro un planeta en insinuaciones.

—Cuando llegaste te veía más como a una hermanita que como la mujer ardiente que eres.

—Por eso me gustaste, los demás solo me miraban lascivamente, pero tú me mirabas distinto. Eras el primero que se fijaba en mi intelecto y no en mi cuerpo —explica Shera —. Pero ahora quiero que mires mi cuerpo y me poseas como quieras.

Max no puede creer que su obsesión por el trabajo le haría enamorar a una mujer que seguramente se convertirá en una diosa del sexo y él la ayudará a que llegue a ese nivel. Sin decir nada, la besa apasionado y, llevándola en brazos, la mete en la ducha donde el agua caliente comienza a limpiar los fluidos de sus cuerpos.

—Deja que me limpie tranquila y luego quiero que me hagas desmayar del placer —susurra Shera con voz melosa y llena de promesas.

—No tardes o entraré y te follaré aquí mismo —responde Max con seguridad. Ella sonríe pícara y le da un pequeño beso antes de que él salga. En cuanto Max sale, Shera se frota todo el cuerpo para quitarse los restos del semen de la mamada y de la sangre, pero se centra en refrescar sus hinchados labios vaginales. La gran polla de Max le ha dado tanto dolor como placer y siente que no puede cerrar las piernas. «Seguro que durante unos días ando raro», piensa resignada. Está eufórica por haber conseguido darle su virginidad a su amado y, para demostrarle que es mujer adulta, está dispuesta a follar hasta que se desmaye, aunque duela mucho.

Max prepara la habitación recogiendo cualquier desorden que pueda sacar el lado estricto de Shera y baja la intensidad de la luz para crear mejor ambiente. Está nervioso, pero se siente como un toro, y se va a asegurar de que Shera se quede bien satisfecha.

Ella sale finalmente de la ducha con su largo pelo cayéndole por el hombro izquierdo, hecho una sola trenza. Viene solamente tapada por una talla que cubre la mitad de sus pechos y llega con dificultad hasta su coño. Max, encandilado, la besa y la coge en brazos, para tumbarla sobre la cama.

—Ahora me toca comerte a ti —susurra él.

—¡No! ¡No hace falta, prefiero que me la vuelvas a meter! —responde ella nerviosa. De inmediato, para que él no vea que tiene la vagina irritada.

Max se extraña por la reacción.

—¿Estás bien?

—Sí, es que tengo muchas ganas de que me folles —contesta sin convicción.

Él no se lo traga y baja a revisar las intimidades de ella, quien trata de impedirlo cerrado las piernas. Pero él es más fuerte y se las separa con facilidad; al ver lo roja que está la zona, se da cuenta de que fue muy bruto en el despacho.

—Shera, hubieras avisado. Te tiene que doler una barbaridad —recrimina él.

Ella, avergonzada, libera sus piernas de las manos de Max y se vuelve a tapar.

—Puedo soportarlo.

—No se trata de soportar, se trata de disfrutar. No tiene sentido follar si ambos no disfrutan —contradice él.

—Quiero que me veas como la mujer que siempre te satisfaga —confiesa roja sin mirarle a los ojos.

Max sonríe y repta por la cama hasta estar a la misma altura que ella.

—Ay, niña tonta, no tienes que sobresforzarte. Llegará el día en el que sea yo quien tenga que esforzarse para dejarte rendida y, si mejoras en la cama igual que en los estudios, no tardará en llegar ese momento —dice cariñoso y burlón al final.

Ella le mira de reojo, pero sonríe.

—No eres tan viejo aún, y tú también tienes que mejorar —responde coqueta.

—¿Yo? ¿En qué puede recriminar mi técnica una recién desvirgada? —pregunta Max divertido.

Shera coge una almohada y le da un golpe juguetón en la cabeza por la burla.

—En que eres un bruto; si me hubieras dejado llevar el ritmo, ahora mismo te estarías corriendo dentro de mí por segunda vez.

—Anda, ven aquí —pide él cariñoso. Se sienta sobre la cama y la guía para que se acomode en su regazo. Elle recuesta su espalda en el torso de él. Con las piernas abre las de Shera y sus manos la rodean y le acarician la cintura.

—Si tanto quieres satisfacerme, hazlo con tus manos —susurra Max a su oído.

Shera sonríe, pícara, e intenta sacarle la polla de entre sus nalgas. Cuando lo consigue, se echa un poco adelante y, con las dos manos, la frota de arriba abajo. Las manos de él suavemente suben a los pechos de ella y comienza a masajearlos. Ella gime ligeramente por el placer que recibe en sus tetas y centra una mano en acariciar el glande.

—¿También has aprendido a pajear viendo videos? —le pregunta Max excitado y le mordisquea una oreja mientras baja una mano a acariciar el clítoris de la joven.

—No, lo estoy haciendo por instinto —responde Shera también excitada y sus gemidos se incrementan cuando él acaricia su entrepierna.

Los dos van subiendo, poco a poco, la intensidad de las caricias y los gemidos se incrementan en ambos. Max además da pequeños mordiscos en la oreja y cuello de Shera para terminar haciéndole una marca en el lado derecho del cuello.

—Maximus, yo estoy a punto —informa ella.

—Yo también me voy a correr, así que no te aguantes —contesta el.

Los fuertes gemidos de Shera se transforman en un único grito potente de placer cuando, de su vagina, brota un chorro de fluidos que empapan la polla de Max, de la cual brota el resto del semen que le queda y los efluvios de los dos se mezclan en la base del miembro. Ella, agotada, se recuesta contra el pecho de él y respira tratando de recuperar el aliento.

—Menudo estropicio me has montado, me voy a tener que duchar —comenta Max divertido.

—Lo siento, la próxima vez lo soltaré en tu boca y así te lo beberás —dice entrecortada.

Suavemente, él la deposita sobre la cama, se levanta y le da un pequeño beso en la mejilla antes de ir a la ducha. Cuando sale se encuentra con que Shera ya está profundamente dormida, así que se tumba a su lado y la rodea por la cintura.

—Maxi… mus… mas —dice ella en sueños mientras se arrebuja entre los brazos de él.

«Esta chica» piensa él, cariñoso, y le aparta un mechón de pelo del rostro antes de caer rendido también.

Horas después, la alarma de Max le despierta y é la apaga rápido. Shera se remueve en sueños, pero no termina de despertar. Él, suavemente, se levanta de la cama y se viste. Cuando sale al pasillo, los tripulantes le saludan mientras intentan disimular una sonrisa. Confundido, les devuelve el saludo y se dirige al comedor. Por el camino la escena se repite; sus tripulantes le saludan con sonrisas divertidas o disimuladas. Cuando llega, el alboroto que hay en la sala se reduce de inmediato a un suave susurro. Ya molesto, busca a Kennio y le encuentra comiendo solo en una mesa apartada.

—¿Qué demonios le pasa a mis hombres? Me saludan sonriendo, como si supieran algo que no sé —pregunta Max molesto, mientras se sienta con fuerza.

Para disgusto de su amigo, Kennio también le sonríe divertido.

—Pensé que te levantarías de mejor humor.

—¡Por el amor de Dios! ¡Hasta tú sonríes igual! —dice exasperado.

—Relájate, Max, que van a pensar que te dejó a medias —trata de calmarlo.

Su amigo se pone nervioso.

—¿Por qué dices eso? Yo… yo no he… estado con nadie.

—Claro, porque no estuviste con nadie me avisaron de que se escucharon unos gritos en tu oficina y, cuando estuvimos a punto de entrar, por si te estaban atacando, nos dimos cuenta de que lo que oíamos no eran pequeños gritos de dolor, sino gemidos de una mujer joven —termina de explicar Kennio mientras Max palidece tanto que el efecto es apreciable en su oscura piel.

—¿Qué tal está Shera? —pregunta su amigo divertido por la reacción.

—Durmiendo —contesta él avergonzado.

—Bueno, creo que tenía razón en algo —comenta Kennio despreocupado.

—Si, Shera se me insinuaba —admite Max.

—No, en que no sabes distinguir cuando alguien está enamorado —le corrige su amigo.

—No volvamos a eso —ruega él.

—¿Por qué no quieres reconocerlo? ¿Lo de ayer no te parece bastante? —replica Kennio molesto y se levanta de la mesa.

Max le mira sorprendido y reflexiona sobre su actitud. Su amigo nunca le abandonó cuando vivían en la zona no civilizada. Siempre cuidó de él y nunca cayó en los miles de engaños que existen en esos lares. Max, en esa época, pensaba que Kennio tenía realmente un sexto sentido que le avisaba de los problemas, fruto de a lo mejor un cruce con algún alienígena en alguien de su desconocida familia. «¿Es posible de que esa infalible intuición pueda ser burlada por el atractivo cuerpo de una joven?», Max no concibe esa posibilidad. « ¿Es posible que el que se equivoque sea yo? », él solo encontraba una respuesta, «Sí».

Un movimiento llama su atención y le saca de sus pensamientos. Shera se está sentando a su lado, con una bandeja de comida bastante llena.

—Qué raro verte a esta hora aquí y no en el gimnasio. ¿Puede ser que alguien trasnochara y se haya levantado tarde? —pregunta divertida.

Él sonríe.

—Pues casi; he trasnochado, pero me he levantado a mi hora de siempre.

—¿Y cómo que estás tardando tanto en desayunar? ¡No me digas que no te he dejado dormir! —dice preocupada—. ¿Me he levantado por la noche? Sé que nunca lo he dicho, pero soy sonámbula desde pequeña y pretendía irme a mi habitación para no molestarte, pero caí rendida.

Max está confuso por la repentina disculpa sin sentido de ella mientras se pone roja por la vergüenza, así que la interrumpe.

—Shera, Shera, tranquila, no te has levantado. Te acurrucaste en mis brazos y no te moviste ni un pelo. Lo que pasa es que estaba reflexionando sobre Kennio y Kathly.

Ella suelta un suspiro de alivio y sigue devorando su desayuno.

—¿Qué es lo que te preocupa?

—¿Crees que ella le quiere de verdad? —pregunta.

—Desde luego —contesta sin dudar mientras mastica una tostada con mermelada— . Aunque no los he visto interactuar, las lecturas de las constantes de Kathly no dejan lugar a dudas. Cuando le vio, su ritmo cardíaco aumento, sus pupilas se dilataron, además de que su temperatura corporal también subió ligeramente; no es que se ponga cachonda perdida con solo verle, pero sí que le produce una ligera reacción sexual. Durante el espectáculo de ayer, ella sonreía a pesar del dolor.

Los argumentos de Shera le parecen mucho más sólidos que los de Kennio.

—Si lo que te preocupa es la seguridad de tu amigo, no creo que debas inquietarte — dice ella mientras se levanta y se acerca para susurrarle—. Come bien, que esta noche volveré a echarte una bronca sobre lo poco que duermes —sonríe pícara y se aleja caminando ligeramente raro.

Max de repente es consciente de que están todos mirándole divertidos,

—No os pagan por hacer el vago, ¡A trabajar todo el mundo! —les ordena ligeramente molesto.

—¡Sí, señor! —responden los tripulantes ociosos.

En la habitación de Kathly, Kennio está sentado, leyendo el informe del incidente del Endervaur y su desaparición. La mayor parte de la tripulación consiguió llegar a los botes, excepto los tripulantes del sector F y parte del sector E, donde fue recibido el impacto que atravesó la nave. Los botes llegaron sin dificultad a un planeta cercano y habitado, donde se les recogió y llevo a sus planetas de origen. De su desaparición se comenta poco; su nave de salvamento fue detectada unos segundo pero luego desapareció de los sensores de las demás naves, no se le dio por muerto, así como a su prisionera gracias a unos testigos que afirmaban haber visto su nave ir disparada en otra dirección.

En una entrada reciente figura que ha sido encontrado el planeta donde se estrelló y que ha sido localizada su nave y la tienda donde se han encontrado los restos sin vida de una mujer de identidad desconocida. Actualmente se sospecha que Kathly la asesinó y destripó, además de que ha sido rescatada por hombres de su banda que violaron a dicha mujer. También se sospecha de que él, está secuestrado o ha sido asesinado por la banda Génesis, así que la búsqueda queda cancelada y se anunciará su muerte en unos días.

Kennio está asombrado. Dentro de unos días, si no da señales de vida, será declarado muerto y todas sus posesiones pasarán a ser de la policía: su casa, sus muebles, hasta su mascota. Pero no puede descubrir su paradero por Kathly. Al final del informe aparecen una foto suya con su nombre debajo y otra de ella, con nombre también. Sabe que, si pulsaba sobre ellas, aparecerían sus historiales. La curiosidad le atrae a pulsar sobre la foto de Kathly y en unos segundos aparece su historial delictivo.

La mayoría son actos cometidos por segundones y ella aparece como cabecilla. En otros ella es la autora, pero son robos donde nadie muere y el resto son casos en los que se sospecha que pudiera ser la banda Génesis la perpetradora. Después de la lista de crímenes aparece toda la información personal que ha recabado la policía.

Kathly Halley, líder de la banda criminal Génesis, nacida el 24 de Noviembre de 3251 en el planeta de Sh'Brile, hija de Ernes Halley y Anith Lore. Vivió en Sh'Brile Hasta los ocho años. Como resultado de la bancarrota de la empresa de su padre y, descubierta una trama de fraude fiscal, Ernes Halley fue encarcelado y su mujer e hija acabaron en la calle. Se sospecha que se trasladaron a la zona no civilizada.

La siguiente vez que se supo de su paradero fue seis años después, en New Zion, donde se la descubrió robando joyas. Noqueó al guardia y huyó con un botín de seis millones de créditos. Después de eso se le identificó como autora de varios robos por el «modus operandi»: desaparecía un gran botín y no se tenía conocimiento del robo hasta varias horas después. Tras varios años, se tuvo constancia de que ascendió en la banda hasta ser la líder. Desde entonces, las actuaciones de Génesis fueron más discretas y elaboradas. Tras muchos años fue apresada por el capitán Kennio Rivans en un golpe policial a su cuartel general, pero en su traslado a prisión, un grupo numeroso de miembros de Génesis atacó el convoy policial y rescató a Kathly en un planeta cercano, donde desaparición junto con el capitán Kennio. Actualmente es fugitiva.

«¿Grupo numeroso? Si solo fue una nave, ¿tanto le preocupa a la central que no se descubra lo atrasados que vamos en armamento al prohibir las armas que no supongan un “combate limpio”?»

Pero el asombro de Kennio no se limita a eso, sino al hecho de que Kathly naciera en una familia rica y acabara en una banda criminal, «por eso Vince dijo que el sueño de ella era recuperar su anterior vida». Esta nueva información le descubre porqué ella es tan distinta a los demás líderes criminales: su ascenso se debió a sus logros usando su inteligencia, no por ser despiadada, y la banda la obedecería para aprovecharse de ello. Eso también explica porqué la traicionaron en cuanto fue capturada, nunca la consideraron una de ellos, era una cabeza de turco.