Pasión en el Instituto (2)
El director hacia de sus deseos la ley ella solo queria ser la alumna perfecta que el esperaba
Aquella putilla llamada Coral no me gustaba en absoluto. Nos habíamos llevábamos mal desde el primer curso, pero el director se había encaprichado de ella. Quería que nos lo montásemos en el baño de chicas, para vernos a través de la cámara que había allí instalada. Había cámaras repartidas por todas partes, y así el director no perdía detalle de todo lo que ocurría en la escuela.
Ella entró delante, segura de sí misma. Era alta y pelirroja, con el cabello rizado y brillante. Yo soy bajita y con el pelo negro y lacio, puede que esa diferencia me molestase, el caso es que ella me crispaba. Pero tenía que follármela, el director deseaba verlo.
Coral se relajó sobre la pared, aguardándome. La observé con temor, rabia y resignación; porque nunca había follado con otra chica, y porque a esta la despreciaba, y también porque tenía que mirarla hacia arriba. Pero parecían importarle bien poco mis gestos. El pacto era que ella debía callar y dejarme hacer a mí, y no intentar defenderse. Así que empecé desabrochándole la blusa, sin dejar de mirarla. Entonces, de forma imprevista, demostró que lo suyo no era la defensa, sino el ataque, y sin darme tiempo a más, desprendió mi camiseta y mi sujetador. Me quedé sin reacción. Abrió una mano sobre uno de mis pechos, abarcándolo con ella y apretándolo ligeramente, para acabar pellizcando con suavidad el pezón. Sin duda la actitud de mi mirada había cambiado. En realidad cerré los ojos, y a partir de ahí, mi resignación consistió en aceptar que me agradaba lo que sucedía. Más aún cuando Coral tomó la iniciativa de besar mis labios.
Terminé de quitarle la blusa, y después el sujetador. Sus pechos eran muy firmes y puntiagudos. Los acaricié con reverencia, admirada por el modo en que los pezones se habían robustecido. Pasé mi lengua por uno de ellos, erguido y terso, sabroso; suavemente al principio, luego jugueteando. Después cambié de lugar para besarle la boca, intentando quitarle el aliento. Descendí por su cuello, lamiendo toda la piel que encontraba a mi paso. Hice una pausa para despojarle de las ropas que le quedaban. Su vello púbico era del mismo color cobrizo que su cabello. Me arrodillé ante ella para besar y lamer su vientre y la piel alrededor del pubis. Acaricié su coño suavemente, como me gustaba que me hicieran a mí.
Yo tenía mucha curiosidad por apreciar sus reacciones, pero nunca había estado con una chica, y me sentía torpe. Ella me incitó abriendo las piernas, y le lamí entre los labios de abajo arriba, rozando levemente el clítoris. Sus débiles gemidos me trastornaban, y observé que se acariciaba los pechos, y que miraba hacia mí con los ojos entornados. Me animé a poseerla con la lengua, como lo haría una polla.
Pero me interrumpió, para mostrarme un procedimiento más rotundo. Sin mediar palabra me desvistió con decisión, y me tumbó en el suelo. Actuaba con fuerza y resolución. Separó una de mis piernas, y su lengua, tan hábil como brusca, me condujo al delirio, sin que yo pudiera dejar de moverme en ningún instante. Luego se tumbó también en el suelo, para pasarme el testigo y evaluar mi aprendizaje. Aunque imité su trabajo bastante bien, no se conformó.
-Ven- me pidió, y con su mano presionó para que me colocara ofreciendo el coño a su boca, y así multiplicar por dos la actividad. Hacía rato que mi propósito era desencadenar su orgasmo, y nos comimos con muy buen apetito, hasta que por fin recibí unos espléndidos espasmos descontrolados en mi lengua. Esto sucedió de un modo especial, porque yo al mismo tiempo jadeaba convulsa, pues por mi parte tampoco dejé de correrme nuevamente.
Creo que no defraudamos al director.