Pasión de juventudes

El amor llegó en una cueva de la sierra.

Pasión de juventudes.

Desde pequeños, mi padre y mi madre nos inculcaron a mi hermana y a mí una fuerte doctrina religiosa. Somos de un pueblo perdido en las montañas de León. Mi padre murió cuando yo contaba con 15 años y mi hermana Carol, 14. Mi madre sigue llevando nuestra finca, aunque soy yo el que hace la mayor parte de las tareas de labranza.

Ahora cuento con 18 años, mi hermana tiene 17 y desde que murió mi padre, yo dejé el colegio para trabajar y ayudar a mi madre. Siempre he estado en este pueblo, y la verdad, no conozco otra cosa que no sea esto. Mi hermana tuvo la suerte de recorrer media España con el instituto, aunque luego lo dejó para ayudarnos debido a los problemas financieros que teníamos. Por culpa de éstos, tuvimos que poner en venta la mayor parte de las tierras con las que contábamos, quedándonos con nuestra casa y un poco de tierra para labrar.

Desde pequeños mi hermana y yo siempre hemos dormido juntos en la misma habitación, y a pesar de las restricciones religiosas y morales que nos inculcaron nuestros padres, por designios del destino, una noche empezamos con unos juegos y desde entonces no conozco otra mujer que no sea mi hermana. Ella me ha confesado que estuvo con otro chico durante su viaje, pero eso no me importa, pues, todas las noches, tenemos relaciones sexuales a escondidas de mi madre, claro está.la he visto crecer, he visto como surgían sus primeros vellos en el pubis, como le crecían las tetas y como se masturbaba delante de mí para nuestro gozo particular. Ella también ha visto siempre de mí todo.

La historia comenzó cuando vendimos las tierras. Un acaudalado hombre de negocios de la ciudad compró las tierras y enseguida fabricó una gran casa de madera, con todo tipo de lujos. Tuve suerte y me contrató para cuidar de ella y de sus tierras mientras no estuviera él. El primer verano apareció por aquí con su mujer. Solos los dos, aunque yo sabía que tenían 2 hijos: una chica llamada Cloe y un chaval llamado Stefan.

Pero para las segundas vacaciones de su familia en aquellas nuevas tierras, ya entrado en verano, les acompañaron sus hijos. El hijo traía consigo un amigo, pero nunca le preste atención, pues se veía más bien torpe y con cara de empollón de ordenadores. Con quien sí hice buena amistad fue con Cloe. Era bella, guapa. Blanquita de piel, largas piernas, y unos pechos en desarrollo, tenía mi misma edad. Siempre se quejaba de que le gustaba más la playa que la montaña y todas esas cosas que dicen los de ciudad, pero en el fondo era buena chica. Un día, para callarle la boca, le dije uno de los secretos que tenía con mi hermana. Conocía una cueva, que en su interior contenía un lago, no muy grande, y en el que entraban los rayos del sol por oquedades en la falda de la montaña. Era un sitio sin igual, y nada conocido, pues lo encontramos mi hermana Carol y yo de casualidad, tapado tras unos arbustos que desaprobaban la idea de que hubiese algo detrás de ellos.

Al día siguiente, nada más llegar a su casa, Cloe me esperaba con una mochila a la espalda. Su padre le había dado permiso para que yo la llevase a hacer una excursión por las montañas, sin comunicarle su clara intensión de a dónde íbamos de verdad.

Tras hablar con su padre, y pedirme sumo cuidado con la niña, Cloe y yo salimos en busca de la cueva. Nos quedaba como una hora y poco de camino, pues estaba alejada y bien metido en las montañas. Por el camino hablábamos de su vida en la ciudad, de sus amigas y de sus ex – novios. Había tenido un buen par de novios, pero nada serios según ella. Mi vida era más aburrida que la suya, sin dudarlo.

Llegamos a lo alto de un barranco en el que debíamos descender. Como todos los de ciudad, le costó bastante, y tuve que cargar con ella varios tramos difíciles. Pero llegamos a la entrada. Los setos seguían cubriendo la entrada, aunque para su tranquilidad, separé un par de ellos que ya tenía cortados de las otras veces, y puestos allí para tapar la entrada. 5 minutos de camino dentro de la cueva, que estaba bien iluminada y llegamos al lago subterráneo. Cloe se maravilló del lugar, y me daba mil gracias, una y otra vez, por enseñarle ese lugar. Sacó una toalla de la mochila y se sentó en ella tras quitarse la ropa. Me dejó verla semidesnuda, pues su bikini no tapaba nada. Mis ojos se deslizaban por el cuerpo de Cloe de arriba abajo y vuelta a empezar. La tela que cubría sus pequeñas tetas era diminuta, y tan solo servía para tapar sus pezones, y en la parte de abajo, llevar lo que llevaba y nada, era lo mismo. Se le marcaba todo el coño, rasurado, sin nada de vello. Y el hilo del tanga se le perdía entre sus glúteos.

Sacó unos bocadillos y me pidió que me sentara junto a ella. Unos refrescos y comimos mientras seguíamos hablando de todo un poco.

  • ¿y por qué no te quitas la camiseta, que hace calor? – me preguntó en un momento de la conversación.
  • Sí, es verdad. Estoy sudando – le contesté.

Dejé el refresco a un lado, y me deshice de la camiseta, poniéndola detrás de nosotros.

  • Me voy a bañar. Tengo mucho calor. ¿te vienes? – me preguntó levantándose.
  • No, no. No traje nada para bañarme. Me cogiste de sorpresa. – contesté
  • Anda, no seas bobo. Báñate con los bóxers, es lo mismo. – volvió a decir tocando el agua.
  • No, no. Tampoco, es que no llevo. Nunca uso.
  • Pues desnudo. A mí me da igual. – y se metió en el agua sin más.

Me quedé mirándola desde la piedra donde estaba sentado. Parecía una sirena nadando mientras los rayos del sol la perseguían por el agua.

  • Venga, te estoy esperando.
  • Pero es que no llevo nada. – le dije otra vez.
  • Pues vale. Mira. – se desató la parte de arriba del bikini y la arrojo a la orilla. – yo tampoco tengo nada. – luego metió sus brazos en el agua y se sacó la parte de abajo, dejándola junto a la de arriba.

Se me puso un nudo en la garganta. Nunca había visto a una mujer desnuda que no fuese mi hermana, o en las películas porno que me bajaba de internet.

Valeroso, me puse de pie, y dándome la vuelta, con algo de vergüenza, me quité el pantalón. Lo dejé junto a la camiseta. Me giré y Cloe estaba atenta a mí. Al parecer, se sorprendió de lo que vio. El tamaño de mi polla es bastante considerable, y estoy orgulloso de ella. Además, rasurada del todo como la llevo por petición de mi hermana, parece hasta más larga de lo que es en realidad.

Me metí rápidamente en el agua, e intenté distanciarme de Cloe, que seguía mirándome allá donde iba. De todas formas, la distancia no era mucha, pues el lago subterráneo no era demasiado grande. Ella se acercaba a mí, y yo intentaba ir a otro lado.

  • ¿Me tienes miedo o qué? – preguntaba cuando me alejaba nuevamente de ella.
  • No, no. Para nada.
  • Entonces, ven aquí. Vamos a jugar a ahogarnos, que se está muy bien aquí.

Cloe se acercó a mí y esta vez si me quedé quieto. Me rozó con su cuerpo, y mi polla comenzó a ponerse dura. El agua cristalina dejaba ver como mi polla iba en aumento. Y de pronto, me hundió en el agua agarrándome de la cabeza. La dejaba hacer, para intentar no tocarla. Pero era imposible. Sus manos me rozaban por todas partes, y las mías tocaban su cuerpo, su culo, sus tetas, mientras ella reía a carcajadas.

En un momento de asueto, me dejó respirar. Y fui yo la que la hundió a ella a modo de venganza sana. Seguía sonriendo hasta debajo del agua. Era preciosa, y me estaba enamorando de ella. En un momento en el que tragó agua, lo primero que encontró para agarrarse fue mi polla. Me dolió y la solté, dejando que saliese a la superficie. Ella tosía y no paraba de reírse cuando se recuperó. Yo me asusté un poco, pero enseguida paso todo.

  • Menos mal que encontré ese palo para agarrarme, que si no, me ahogo. – decía mientras se reía.

La vergüenza se apoderaba de mí, aunque cada vez menos. Y sin esperarlo, se agarró de nuevo a mi polla, dejándome inerte ante esa situación.

  • Dura. Esto sí es tenerla dura. – dijo sonriendo.

Cogió una de mis manos, la pasó por su espalda, y la soltó. Ella seguía agarrada a mi polla bajo el agua, meneándola poco a poco. Entonces me animé a mover mi mano. Recorría su espalda de arriba abajo llegando a magrearle el culo. Su sonrisa no desaparecía de su boca, mirándome fijamente, hasta que nuestros labios se juntaron en un caluroso beso. Intercambiábamos saliva y lengua. Ya se había apoderado de mi polla con las dos manos, mientras yo buscaba meter mi mano por detrás lo más abajo posible, para tocarle el coñito. Pero no me dejó. Subió sus piernas alrededor de mi cintura, y con ayuda de sus manos, fue hundiendo mi polla en su coño. Me coloqué pegado a la orilla del lago, junto a una piedra que hacía de apoyadero. Noté como su coño estaba caliente cuando entró por completo mi polla. Apreté mis manos contra sus nalgas y comencé a subirla y bajarla, follándomela despacio, mientras nuestras bocas seguían unidas. Un buen rato en la misma postura y llegaron los orgasmos pertinentes a cada uno. Ella se corrió primero. Cuando yo lo iba a ser, saqué mi polla de su coñito y dejé un reguero de esperma por el agua. Seguíamos besándonos y así nos quedamos un largo tiempo.

Pasamos el día allí. Lo hicimos otra vez más, y a media tarde, antes de que empezase a oscurecer, salimos de vuelta, tapando la entrada de la gruta y volviendo sobre nuestros pasos hasta su casa. Al llegar, su madre y su padre nos esperaban en el porche de la casa. Le dio un beso a cada uno en la mejilla, y despidiéndose de mí, se marchó a dormir sin cenar.

  • ¿lo habéis pasado bien? – me preguntó su padre.
  • Sí, o eso creo. Yo ya conocía los lugares. Eso debe decirlo Cloe. – le conteste.
  • Seguro que sí, porque parece contenta y cansada, jajaja. – añadió la madre.
  • Hasta mañana. Vendré temprano para terminar lo que no hice hoy. – me despedí.
  • No te preocupes. Nos costó mucho convencer a Cloe para que viniese. Gracias por sacarla a pasear. – dijo el padre.
  • De nada, ha sido un placer – y saludando con la mano, me marché para mi casa.

La verdad es que había sido un placer. Me lo pasé enorme con Cloe, y sobre todo, con lo que habíamos hecho.

Al llegar a casa, a solas en nuestra habitación, le conté a Carol lo que me había sucedido. Ella se alegró mucho por mí, pero me pidió la ración de sexo a la que estaba acostumbrada todas las noches, y no pude negarme, pues me gustaba que mi hermana me chupase la polla.

Al día siguiente, el trabajo fue pesado. Cloe me traía refrescos y agua para refrescarme, y siempre me repetía que quería volver de nuevo a la cueva.

En un momento de descanso, en el que ella me trajo algo de beber, me comentó que por la noche había estado hablando con sus padres acerca de mí, y que les caía muy bien, pues era una buena persona, amable y trabajador. Se sentía alagado, pues siempre he puesto empeño en todo lo que hacía. Me comunicó que sus padres me habían invitado a cenar y que ella estaba ansiosa de verme allí, así que no podía faltar.

Por la noche llegué a la casa de mis patrones con mis mejores galas. Me gustaba comprar ropa por internet, y, aunque no pegaba mucho con la vida de la montaña, me gustaba ir a la última moda, aunque no extravagantemente.

Me presenté con una botella de vino de la zona, y me senté a la mesa con ellos. Cloe estaba a mi lado. Su hermano Stefan y su amigo no cenaron con nosotros, pues habían ido a la verbena de un pueblo cercano. Hablamos de las tierras, de cómo pasaba la vida allí, de todo lo que a mi vida se refería, y lo contento que estaban conmigo y mi trabajo.

Pero fue Cloe la que me sorprendió. Les dijo a sus padres que nosotros éramos novios. Me quedé extrañado, mirándola y casi me atraganto con la bebida, pues no lo esperaba, y tampoco lo sabía. La reacción de su padre fue asombrosa. Se levantó y se vino hacia mí.

  • Espero que la cuides, porque es mi ojito derecho – me espetó agarrándome de los hombros.
  • Sí…sí, señor. No se preocupe
  • Muy bien – dijo la madre de Cloe sentada frente a nosotros.
  • No se preocupe señor – volví a decir y continué – no cambiará nada. Yo seguiré haciendo mi trabajo como el primer día. Téngalo por seguro.
  • Eso espero, hijo, eso espero – contestó mientras se volvía a sentar.

Cloe me miraba sonriente. Me había puesto en un compromiso del que no sabía nada. Pero su cara, sus ojos y su boquita no me dejaban otra alternativa: estaba enamorado.

Cuando terminamos la cena, Cloe y yo nos fuimos a pasear por las tierras. Me daba besos constantemente y se sujetaba de mi brazo.

  • Yo no sabía que éramos novios – le dije en medio del paseo.
  • Me gustas, y yo sé que te gusto. Pues no hay mucho más que hablar. – contestó
  • Ya, pero
  • Pero nada. Si no quieres, lo dejamos y ya está. Estoy enamorada de ti, y quiero estar contigo.
  • Yo también estoy enamorada de ti desde que te vi por primera vez. – le dije deteniéndome y mirándola a la cara y seguí hablando – pero ¿qué pasará cuando te vayas el mes que viene a la ciudad y yo me quede aquí? – le pregunté.
  • No te preocupes. Antes, cuando ayudaba a mi madre a recoger los platos, le dije que quería quedarme aquí a vivir, en la casa, y que estudiaría a distancia, como hizo ella cuando se casó con mi padre.

Sus palabras me dejaron frío. Lo tenía todo planeado y yo sin enterarme de nada. Me encantaba esa chica.

Cuando volví a casa, le dije lo que había pasado a mi hermana, y felicitándome con besos en la boca, una preocupación le sobrevoló la cabeza.

  • ¿eso significa que se acabó el sexo entre nosotros? – preguntó desangelada.
  • No tiene porque ser así, si llevamos toda la vida haciéndolo, pero no debe enterarse, ¿de acuerdo? – le dije acariciándole la cara.
  • No se enterará, te lo prometo. – respondió con lagrimas en los ojos.

Hicimos en amor como si de una pareja de enamorados se tratase. Mi hermana era experta en seducirme y hacer que pasase del infierno al cielo en pocos segundos.

Al día siguiente, mi hermana me acompañó al trabajo, ya que era ella la que se ocupaba de los caballos. Cuando llegamos, felicitó a su nueva cuñada, y departieron un rato, ya que desde que se conocieron, se cayeron muy bien.

Cloe había pedido permiso a su padre para otra excursión, y claro, éste nunca le negaba nada, al igual que no le negó lo de quedarse en la casa de la montaña cuando por la noche de lo comunicó junto a su madre, al igual que sus planes de futuro. Pero esta vez, y dado la buena conexión que reinaba entre las dos, le pidió a mi hermana que nos acompañase. En voz baja le expliqué a mi hermana donde íbamos en realidad, y no se opuso ya que era su lugar favorito en la montaña desde que de pequeños lo descubriésemos.

Cloe había preparado bocadillos y refrescos, a parte de algunas cosas más para comer, y pasar todo el día de nuevo allí. Cuando llegamos, todo seguía en su sitio. El agua cristalina reflejaba el sol que entraba desde arriba y hacía la estancia agradable a la vista. Las flores que nacían allí dentro estaban bellísimas, y nosotros éramos meros espectadores de tan singular espectáculo, valga la redundancia.

Como la otra vez, yo no iba preparado para la excursión y por lo tanto, no llevaba pantalones para bañarme. En caso de que estuviese solo con mi hermana, pues no me hubiese importado desnudarme, pero esta vez estaba mi novia, y por la tanto, sería diferente. Tampoco Carol llevaba el bañador, aunque sí su ropa interior. Cloe se desnudó y quedó con el mismo bikini que la otra vez. Mi hermana la miraba con envidia por tener un bonito cuerpo, aunque Carol, con su 1.70 de estatura, su cuerpo fino y sus pechos grandes no tenía que envidiarle nada.

Fue Cloe la que convenció a Carol de quedarse solo en bragas, pues sabía que dormíamos juntos, y que nos habíamos visto en más de una ocasión desnudos. Se lo había contado la propia Carol. Y tras mirarme, Carol no dudo en desnudarse y quedarse solo con las braguitas de algodón que tría puestas. Cloe había tirado la parte de arriba de su bikini, y cuando ambas estaban sentadas en la toalla hablando de sus pechos, y la envidia de sus cuerpos, me decidí yo a desnudarme.

  • Pues yo no tengo nada debajo, así que como las dos me habéis visto desnudo, no tengo nada que esconder.

Y me desnudé. Mi polla estaba de nuevo morcillona. Tenía a las dos mujeres que me había follado en mi vida, juntas: mi nueva novia y mi hermana.

Me zambullí en el agua fresca de la gruta y nada lo que pude, ya que era corta, hasta llegar a la orilla de enfrente. Apoyado sobre unas rocas, miraba a mi hermana y mi novia desde mi posición, comenzando a ponérseme dura la polla de excitación ante la belleza de sus tetas sus cuerpos.

Cuchicheaban entre ellas, riéndose y señalando de vez en cuando hacia mí. Mientras ellas lo hacían, yo me frotaba mi miembro con una mano bajo el agua, ayudándola a ponerse dura del todo. Fue Cloe la primera que se levantó. Se sacó la parte de debajo de su bikini, su minúsculo tanga y se metió en el agua. Mientras se acercaba a mí, mi hermana se desnudaba y entraba despacio al agua. Cloe llegó al instante a mi vera, dándose cuenta enseguida de mi acción.

  • ¿estás caliente? – me susurró al oído agarrándose a mi cuello.
  • Uff, no sabes tú cuanto.

Me besaba despacio por el cuello, lamiendo el lóbulo de mi oreja entre beso y beso. Mi hermana nadaba en círculos, pasando muy cerca de nosotros. Hacía tiempo que no nadábamos los dos juntos en aquella cueva, y ya no me acordaba lo bien que le sentaba el agua resbalando por sus grandes tetas y su cuerpo de mujer.

Cloe ya había alcanzado mi polla y apartado mi mano para ser ella misma la que me pajease en presencia de mi hermana menor. Carol seguía nadando, hasta que Cloe la agarró por un brazo cuando pasó a nuestro lado, para atraerla junto a nosotros. Mi hermana no opuso resistencia alguna, y dejándose llevar por las manos de su cuñada, se aferró a nuestros cuerpos desnudos. Su mano compartió mi polla con la de Cloe, mientras ésta sonreía maliciosamente, sin dejar de mirarnos a los dos, que permanecíamos inmóviles mirándonos el uno al otro. Un sonoro beso de Cloe en mis labios, me sacó del trance. Luego a mi hermana. Carol la besaba como si fuese yo mismo, con pasión, desenfreno, perversión y vicio, jugueteando ambas con sus lenguas en mi presencia. Ninguna soltaba mi larga y dura polla. Seguía sintiendo el vaivén de sus manos en ella. Cuando separaron sus bocas, Carol buscó la mía bajo la atenta mirada de Cloe. Nos besamos como hacíamos cada noche al hacer el amor, entremezclando saliva y lengua. Mientras lo hacíamos, Cloe me susurró que me sentase sobre la piedra en la cual estaba apoyado. Obedecí separándome de mi hermana. Sentado frente a ellas, Cloe lamió el tronco de mi polla, apartando su mano y la de Carol. Mi hermana se había puesto a acariciarme los huevos, duros y llenos a la espera de una descarga, mientras mi novia seguía chupándome la polla, ahora metida en su boca a más no poder. La sacó y se la ofreció a mi hermana. Ésta no dudo en meterse mi polla, y chupó mucho mejor que lo hacía mi novia, aunque nunca dije nada, evidentemente. Luego la compartieron las dos a la vez. Una en los huevos y la otra en el tronco, y viceversa. El gusto me estaba matando. Sentía un placer que jamás hubiese imaginado que existiese. Las manos de Cloe me hicieron caer de nuevo al agua, y la agarré por la cintura, dándole la vuelta y penetrándola enseguida, mientras se apoyaba en la roca de donde yo había caído. Un ritmo frenético hacía que sus gemidos estallaran contra las paredes de la gruta. Sin darme cuenta, mi hermana estaba frente a ella, sentada en la piedra que utilicé yo antes para la felación de las dos mujeres. Cloe le estaba comiendo el coño desenfrenadamente, hambrienta de sexo mientras gemida del placer del que yo era partícipe. No tardaron en correrse ninguna de las dos. Cloe por mi culpa, y Carol por la culpa de mi novia, pues entre sus dedos y su lengua, había hecho que mi hermana terminase en un gran orgasmo justo al mismo tiempo que Cloe. Se bajó Carol cuando dejó de temblar y Cloe se lo permitió sacando la boca de su entrepierna. Del mismo modo que coloqué a Cloe, puse a mi hermana frente a la gran piedra. Cloe subió frente a ella y se abrió de piernas, esperando la misma recompensa que antes le había ofrecido ella a mi hermana, e instante antes de que penetrara a mi hermana, ésta ya le comía el coño a mi novia. La penetré lo más que pude. Agarré sus dos tetas grandes entre mis manos y apreté mi polla contra sus adentros, marcando el ritmo muy acelerado. Carol lamía el coño de Cloe, gimiendo al igual que mi novia. Era la primera vez que veía a mi hermana con otra mujer y eso me había puesto muchísimo más caliente que otro cosa cualquiera. Cloe se apretaba sus tetas mientras mi hermana chupaba sus labios y su clítoris, y le metía un par de dedos que ella agradecía soltando gemidos placenteros. Los quejidos, y gemidos de mi hermana eran más brutales que los de mi novia, pues indudablemente estaba de nuevo a punto de otro orgasmo fantástico. Y no tardó en llegar. Sentí en mi polla el flujo caliente de su corrida. Carol no se detenía y seguía lamiendo el coño de Cloe, hasta que cuando yo le saqué la polla de su coño a mi hermana, Cloe llegó nuevamente al orgasmo mediante la lengua y los dedos de mi hermosa hermana Carol.

Pero faltaba yo. Me dejaron que subiese de nuevo a la piedra, y ambas, apostadas cada una a mis costados, dentro del agua todavía, se compartieron mi polla, hasta que reventé y llené sus caras de leche pura de hombre. Cloe cogió bastante dentro de su boca y lo compartió con mi hermana, besándose y relamiéndose entre ellas. Quedé desfallecido sobre la piedra, mientras ellas se limpiaban la cara y sonreía salpicándose y jugando dentro del lago.

Pasamos todo el día allí. Después de comer, obligatoriamente, repetimos la sesión de sexo, pero esta vez fuera del agua, sobre las toallas. Y por la tarde, anocheciendo, regresamos a casa.

Pasamos lo que quedaba de mes yendo allí cada 2 o 3 días, para que no sospechasen. A veces íbamos los tres, otras solo Cloe y yo, pero lo que siempre, todas las noches teníamos, era el encuentro sexual de mi hermana Carol y yo en nuestra habitación. Era sagrado, y no lo queríamos romper.

Cuando los padres de Cloe volvieron de nuevo a la caótica civilización de la ciudad, me trasladé a vivir con Cloe. Compartíamos las tareas de la casa, y la enseñé a dominar las del campo. Nuestros paseos se hacían eternos por el bosque, siempre con una sesión de sexo, que culminaba en casa nuevamente antes de dormir.

Mi hermana pasaba mucho de su tiempo con Cloe y conmigo. Nuestra relación era perfecta, hasta que Carol conoció a una chica en un chat de internet. Se enamoraron perdidamente, y tras convencerla de que viniese a nuestro pueblo a vivir con ella, entró en nuestro círculo sexual. Nos montábamos una pequeña orgía casi todas las noches en casa.

Carol se volvió bisexual, pero nunca más a estado con un hombre que no sea yo. Cloe y yo tenemos planes de boda, y sus padres no se oponen. Seguimos viviendo en la montaña, en un pequeño pueblo perdido en las montañas de León, pero en el que la vida es más fácil y fogosa que en la caótica ciudad.

FIN.