Pasión animal

Un licántropo busca satisfacer sus instintos pero no se trata del hambre.

Placer animal.

I

Cuando la luna llena alcanzó el cenit, su cuerpo se convulsionó por el dolor y su ropa estalló con el crecimiento de los músculos y de los huesos; sus manos y sus pies se retorcieron hasta convertirse en garras; su rostro se convirtió en el rostro de un lobo mientras un denso pelaje negro cubría su cuerpo.

Completada la transformación, el licántropo se alzó sobre las patas traseras y aulló a la luna como si le prometiera devorar a todo el que encontrase en su camino.

Mientras corría por el bosque, percibió el olor a sexo entre dos humanos entre los muchos olores que llenaban el aire. Las feromonas de aquel olor excitaron a la bestia, que siguió el rastro hasta llegar a un claro, donde vio a un joven macho humano penetrando a una joven humana.

La excitación del licántropo aumentó al escuchar los gemidos de los humanos y al oler los líquidos que eyacularon; el hambre pasó a un segundo plano en su lista de prioridades cuando su gran pene se irguió y endureció. Llevado por su instinto, la bestia salió rugiendo de los matorrales.

La reacción de los humanos fue inmediata; la hembra se levantó gritando y salió corriendo mientras el macho intentaba hacer lo mismo, tropezando y cayendo al suelo.

El joven se arrastró por el suelo para intentar escapar pero la bestia se abalanzó sobre él y le agarró del cuello. Aullando, la criatura alzó al joven y lo atrapó entre su cuerpo y el tronco de un árbol mientras su víctima pataleaba inútilmente.

El licántropo alzó al joven hasta que el miembro de su víctima estuvo a la altura de su rostro; olfateó los restos de semen del joven y los líquidos vaginales de la hembra y pasó la lengua por el glande para tomárselos, arrancando gemidos de placer del chico.

Con agresividad, la bestia se introdujo el miembro del humano en sus fauces mientras masajeaba los testículos con la garra que le quedaba libre. Su víctima se retorció, no de miedo, sino de placer y su falo se endureció de nuevo, estimulado por el calor de la boca del licántropo, el tacto de sus duros colmillos y el tacto de su larga y musculosa lengua.

El licántropo no tardó nada en lograr que el joven se corriese en su boca y se tragó todo el líquido blanco al instante. Con brusquedad, el licántropo bajó a su víctima al suelo.

El chico suspiró aliviado y empezó a pensar que iba a salvarse cuando vio con horror el inmenso miembro del licántropo; su tío trabajaba en la cría de caballos y había visto los miembros de los sementales; el de aquella criatura sólo era un poco más pequeño que el de aquellos sementales.

El licántropo obligó al joven a darse la vuelta; como su víctima se revolvía para tratar de liberarse, clavó y deslizó sus garras por su espalda, viendo con placer el fluir de la sangre mientras dirigía su miembro a la entrada del humano.

Sin piedad y con gran brutalidad, la bestia introdujo su gran instrumento en el culo de su víctima, deleitándose con el grito de dolor del humano y la presión que ejercía sobre su miembro. Pronto empezó los movimientos de vaivén, aumentando el ritmo y la fuerza progresivamente.

Aullando, la bestia derramó su simiente en el interior de su víctima, que se tensó al sentir el cálido líquido derramándose con fuerza en su interior.

Dejándose llevar por el placer, el licántropo mordió al joven en el cuello con tanta fuerza que le mató en el acto, bañando su cuerpo de sangre y semen. Lentamente, extrajo su miembro, manchado de semen rojizo, del interior de su víctima y dejó caer el cuerpo inerte.

Sin embargo, la bestia no estaba satisfecha; soltando un furioso rugido, abandonó el cadáver del joven y echó a correr a través del bosque tras el rastro de la hembra.