Pasión al rojo

Es Halloween, y un joven virgen conoce a una hermosa pelirroja. Todo va sobre ruedas, hasta que conoce un oscuro secreto de ella

Todo comenzó la noche del 31 de octubre, Halloween.  Me presentaré rápidamente: mi nombre es Manuel, tengo dieciocho años y he de admitir que soy virgen. Bueno, más bien lo era. Aún recuerdo como la perdí, aquella noche. Una noche mágica, a la par que aterradora.

Acababa de regresar de la academia de inglés. Yo vivo en Sevilla, España. Eran las ocho de la tarde, por lo que con tiempo me dirigí al baño para tomar una ducha rápida, pues a las nueve había quedado con mi amigo para ir a cenar y luego a tomar algo a un pub, que tendría temática de Halloween: decorados, películas, disfraces y así. Por supuesto, nosotros iríamos disfrazados Era un viernes noche, así que el lugar estaría lleno. Por suerte, íbamos a quedar temprano.

Vi momentáneamente mi reflejo en el espejo del baño: cabello negro, rostro aniñado, ojos verdes.  Mis labios eran algo gruesos. Parpadeé y me quité la ropa. Pude entonces ver mi pene, de unos quince centímetros. Ni grande, ni pequeño, un término medio, como mi estatura, que era de metro sesenta. Me metí en la ducha. Una vez terminé, me disfracé. El disfraz era simple, ya que yo apenas comenzaba un módulo superior de Formación profesional y no tenía dinero para grandes disfraces. Pero una simple bata de médico, que yo mismo manché con pintura roja era algo sencillo de conseguir.  Me lo puse encima de la ropa: una camisa azul, jersey rojo y vaqueros. Llevaba deportivas de calzado, para ir más cómodo.

Salí de casa y me reuní con mi mejor amigo, de nombre Daniel, en un bar cercano. Él no tenía cabello, debido a una alopecia temprana y su edad era la misma que la mía. iba disfrazado igual que yo. Al ser Halloween, nadie lo vio raro. A mi amigo, en cambio, no le entusiasmaba, pero sí le gustaba disfrazarse como a mí, así que cualquier excusa era buena. Después de comer, dimos una vuelta y cuando dieron casi las doce, entramos en el pub Los Ángeles.

El lugar estaba abarrotado. El pub formaba parte de un hotel, de modo que los residentes de allí y parte de la ciudad estaban ya concentrados ahí. Si bien no todo el mundo iba disfrazado, muchos sí. Había gente con sábanas encima, a la que habían hecho un par de agujeros, gente disfrazada de los Caza fantasmas, otros iban disfrazados de brujos, etc.

Mi amigo se sentó en una mesa cercana y yo accedí a ir a la barra para pedir dos Bloody mary.

Cuando me acerqué, me atendió una joven muy hermosa. Llevaba a la espalda dos alas de demonio y llevaba por ropa un hermoso vestido rojo. Arriba, sujetando su hermosa cabellera roja, llevaba una diadema con cuernos de demonio. La muchacha, mirándome con sus hermosos ojos verdes, me preguntó:

—     ¿Qué te pongo, cariño?

—     Dos Bloody mary , por favor — logré tartamudear.

Ser atendido por una hermosa pelirroja, que no tendría más de veinticinco años, no mejoraba mi timidez.

Ella me sonrió con dulzura.

—     Un momento, tesoro — me dijo con dulzura.

Se ausentó unos minutos, tiempo que aproveché para serenarme y ver qué estaba haciendo mi amigo. Él estaba distraído con uno de los televisores de la pared, donde estaban emitiendo una película de terror. Según mi reloj, ya eran las doce pasadas. La chica pelirroja vino al fin con ambos Bloody mary . Le pagué y ella me dio el ticket. Me lo guardé en el bolsillo y luego llevé las bebidas la mesa. Daniel y yo brindamos y tomamos un sorbo.

Entonces, me dio por mirar el ticket. Al ver el reverso, me quedé paralizado.

Detrás había algo escrito. Un nombre y un teléfono:

SATRINA

669631XXX

Miré a la camarera, la cual interceptó mi mirada y me guiñó un ojo al tiempo que se mordía el labio.

—     ¿Qué pasa? — quiso saber Daniel.

Rápidamente, le expliqué todo. Su mirada pasó de extrañado a mostrar una expresión pícara y de júbilo.

—     Me parece que alguien ha ligado — bromeó.

—     No digas tonterías — le contesté muy nervioso —. Si no he hecho nada. Esto es muy raro.

—     Le habrás gustado. No es tan raro. A alguna le tenías que molar.

Lo miré, enarcando una ceja.

—     ¿A una hermosa pelirroja disfrazada de demonio?

—     Cosas más raras se han visto amigo — dijo él.

Eso era cierto, tuve que admitir. Quizás simplemente fue suerte. Aunque bueno, todavía no había logrado nada. Decidí hablarle. Todavía faltaba ver cómo iban a desarrollarse los eventos. La agregué y ella me mandó un SMS automático:

Habitación 6. Ven solo.

Algo en mí no le daba buena espina. Pero supongo que ser la primera vez que ligaba en mi vida, unido a que era probablemente, la mujer más hermosa que vería jamás, hizo que cediera.

Los hombres somos seres vulnerables, pensé.

Le informé a mi amigo a donde iba y me marché. Él me informó que esperaría un par de horas y que, si no venía, se marcharía. Yo le dije que lo más probable era que estuviera pronto de vuelta (aunque admito que esperaba que pasara algo más).

Dicho esto, accedí al hotel y me dirigí a la habitación que Satrina me indicó.

Llamé dos veces a la puerta. Satrina me abrió casi enseguida y yo quedé petrificado. Porque lo que vi a continuación fue a Satrina, con su hermoso cabello rojizo suelto. Y nada más. No tenía un ápice de ropa puesta. Nada. Toda ella estaba completamente desnuda. Podía ver su hermoso cuello blancuzco, sus tetas de tamaño medio (ni grandes, ni pequeñas), su hermoso ombligo donde descansaba un hermoso piercing y su vagina, que se había depilado completamente. Su piel estaba completamente limpia e intacta, como la de un recién nacido. Sus labios, pintados en carmín, hacían juego con su cabello de fuego y me llamaba. Su mirada era cálida y acogedora, como el fuego de una hoguera.

—     Ven y cierra la puerta, bebé — me dijo con dulzura.

Yo, hechizado, obedecí.

La habitación era grande. Nada más entrar, a mano derecha, había un baño y si seguía recto, llegaba al resto del cuarto, donde había en medio una cama de matrimonio y enfrente de esta un mueble con un televisor encima. No hacía falta nada más.

Satrina me agarró de la mano y me susurró en la oreja:

—     Primero, vamos a jugar en la cama. Después iremos al baño.

Después de explicar lo que iba a pasar, ella me tumbó con suavidad en la cama y empezó a quitarme ropa. Primero la bata, el chaleco, la camisa, luego el pantalón y así, hasta que ya no me quedó ni los calzoncillos. Para entonces, ya se me había puesto dura. Ella miró mi pene y sonrió con cariño.

—     Qué lindo. Me gusta.

Eso me animó.

Ella lo masajeó suavemente. Di un pequeño respingo. Ella soltó una risita.

—     Eres virgen ¿verdad? — adivinó ella.

La miré sorprendido y ella respondió:

—     Tengo algo de experiencia con esas cosas — se acercó nuevamente a mi oreja y me susurró —: los vírgenes sois mis favoritos.

Aquello me alegró más todavía.

Poco a poco, empezó a masturbarme. No me di cuenta al principio. Con la izquierda, ella iba lentamente subiendo y bajando mi pene hasta que estuvo del todo erecto (unos quince centímetros). Fue cuando iba subiendo la velocidad, que finalmente me percaté. Iba subiendo y bajando cada vez más rápido y yo no pude evitarlo y empecé a gemir.

—     ¿te gusta cariño? — me preguntó con voz agitada.

Yo asentí con la cabeza.

Satrina sonrió complacida. Tras unos minutos subiendo y bajando, empezó a salir de la punta de mi pene líquido seminal. Fue ahí cuando ella se detuvo. No lo hizo de golpe. Fue bajando el ritmo hasta que apartó la mano, llena de líquido seminal, de mi amigo. Yo la miré, ansioso, a lo que ella dijo:

—     No querrás que tu primera vez termine tan deprisa ¿o sí?

La verdad era que no quería que terminara nunca. Ella me sentó en la cama y se colocó de rodillas, frente a mi pene. Mi pene estaba deseando que pasara lo que ocurrió. Con una mirada traviesa, Satrina acercó su boca a mi pene y empezó a darle suaves besos al glande. Luego bajó por el tronco, dando suaves besitos. Llegó a los testículos y empezó no solo a besarlos, sino que, además, alternó con pequeñas mordidas, sin intención de hacerme daño (aunque algún “pellizco” se le escapó y al hacerlo, soltaba una risita y se disculpaba, aunque no parecía sentirlo en absoluto).

Empezó a lamer mi pene desde los testículos, pasando por el tronco. Lentamente, recorrió cada vena y cada trozo de piel hasta llegar al glande. Que se metió en la boca.

Gemí.

Ella succionaba mi pene como si le fuera la vida en ello. Hasta el fondo y luego lo sacaba. Volvía a meterlo. Su boca y mi pene ya estaba repleto de líquido seminal, lo que le daba una tonalidad brillante a mi miembro. Nunca lo había visto así y nunca me había sentido tan excitado como en aquel momento. Sin lugar a dudas bauticé aquel momento como el mejor de mi vida. Nada podía compararse con aquello. Era una experiencia nueva y no solo era muy agradable, sino que de un plumazo borró cualquier preocupación que tuviera. Tan solo era capaz de estar en el aquí y ahora. Nada más importaba. Ni mi amigo que esperaba abajo, ni Halloween ni nada en absoluto. Solo quería que aquel momento fuera eterno.

Ella seguía haciendo la mamada. Oía como su boca succionaba mi pene y aquello me excitaba aún más.

—     Me encanta, no pares por favor — le pedí a Satrina.

Ella me guiñó un ojo, traviesa y siguió chupando al menos diez minutos más.

Pero cuando notó que estaba por venirme (mi respiración se volvió más agitada y gemía muy fuerte), ella se detuvo, dejándome con todas las ganas. Yo la miré, entre decepcionado (quería que siguiera) y agradecido (ya que quería seguir disfrutando aquella maravillosa noche).

—     Vamos al baño — me apremió.

La seguí. Ella me agarró, para mi sorpresa, mi pene, que estaba duro como una roca y con movimientos sensuales, (movía el pompis de manera grácil), me llevó hasta el cuarto de baño. Era pequeño, pero acogedor. Cerró la puerta y me indicó que me dirigiera a la bañera. Ella enchufó el grifo y mientras el agua iba llenando la bañera, ella me empujó con firmeza contra la pared y empezó a besarme con suavidad.

Mi primer beso.

Realmente me estaba estrenando bien esa noche, pensé, estúpidamente orgulloso de mi mismo (aunque no hubiera hecho nada y no pudiera ver las auténticas intenciones de Satrina. Aunque, incluso de haberlo sabido, no lo hubiera creído, pues nadie creería nunca una cosa como esa).

Notaba la lengua de ella jugando con la mía. Sus besos eran suaves y cariñosos. El sonido de los besos me excitaba y me hizo amarla aún más. Allí, tan cerca, olía tan bien…

No pude evitarlo y me lancé a su cuello cual vampiro. Lejos de molestarla, parece que le gustó, pues ella rio y dijo:

—     ¿Qué haces, chiquitín?

Ignorando su pregunta, le di suaves besos a su cuello. Reconozco que el cuello de las chicas me perdía. Ella rio. Desde allí, el olor de su perfume era más intenso. No sé qué olor era, pero me excitaba sobremanera. Nos dimos varios besos más. Bajé la mano y rocé su vagina. Ella gimió y yo, aunque algo inseguro, decidí arriesgarme un poco. No demasiado. No quería estropear aquello. Toqué suavemente su vagina. Ella gemía un poco. Parece que lo estaba haciendo bien.

Mis dedos rozaban su vagina. Estaba tocando una vagina. Estaba que no me lo creía. Contuve la emoción. De no hacerlo, podía pifiarla y no quería.

De nuevo Satrina tomó la delantera. Se despegó de mí y apagó el grifo. La bañera ya se había llenado. Ella se tumbó y me invitó a imitarla. Lo hice. Ver su cuerpo metido en la bañera me hizo imaginármela saliendo totalmente desnuda y mojada de allí. Aquella imagen me animó todavía más. Así pues, me tumbé de espaldas a ella, apoyando mi espalda en su cuerpo desnudo. Podía sentir sus tetas contra mi espalda. Y pronto noté sus manos jugar con mi miembro. La izquierda me masajeaba los testículos, mientras que la derecha acariciaba con dulzura el tronco y el glande. Gemí de nuevo.

—     Así me gusta — dijo ella satisfecha.

Acercó mi boca a la suya. Empezó a besarme nuevamente. todo al tiempo que masajeaba mis testículos y empezaba a masturbarme con lentitud. Aquella combinación me volvió loco de placer. La masturbación fue haciéndose más veloz, hasta el punto que casi eyaculé. Pero Satrina parecía ser experta en detectar cuando un hombre iba a venirse y se detuvo en seco, dejándome otra vez con las ganas. Entonces se incorporó. Todo su cuerpo salió mojado. Sus tetas, su cabello, su vagina, sus brazos… todo. Me incorporé también. Ella agarró un bote de gel, y dijo:

—     Hora de enjabonarnos un poco corazón.

Puso un poco en mis manos temblorosas. Ella me miró con dulzura y dijo cariñosa:

—     ¿Oh, estás nervioso rey?

Asentí.

—     Tranquilo, yo te guío — me guiñó el ojo.

Puso mis manos nerviosas y llenas de jabón directamente en sus tetas. Aquello me impresionó. Le estaba tocando sus hermosos pechos. Movió por mí, mis manos en círculos. Las tetas iban llenándose rápidamente de jabón.

—     Pellízcame los pezones, rey. Con cuidado.

Obedecí. Le pellizqué todo lo suave que supe sus pezones y ella soltó un gemido de placer. Se mordió el labio inferior con una sonrisa coqueta.

Realmente era seductora y bella. Me quedé embelesado mirándola.

—     Sigue tú — me animó.

Sobé sus tetas con suavidad, como si fueran a romperse al más mínimo síntoma de apretarlas. Sus tetas quedaron más enjabonadas.

—     Muy bien cielo, pero apriétalas. Me gustan que me las aprieten. Todo lo fuerte que puedas, cariño.

Lo hice. Apreté sus tetas con todas sus fuerzas. Fue placentero y anti estresante (aunque esto es mejor no hacerlo a menos que la chica te lo pida, claro, eso lo tenía clarísimo).

—     ¡Oh sí! Uf, bebé, muy bien. Ya puedes parar.

Paré de inmediato y procedí, por orden suya, a enjabonar el resto de su cuerpo. Enjaboné los brazos, piernas y su cuerpo (sobre todo, su hermoso piercing). Ella se dio la vuelta procedí a enjabonar su espalda y su cuello. Masajeé su cuello despacio. Ella soltó un pequeño gemido. Solo entonces me pidió arrodillarme. Yo parecía hechizado y obedecía todo cuanto me decía. Aunque no me detuve a cuestionar porqué. Estaba demasiado caliente para eso.

Enjaboné los cachetes de su trasero. También los masajeé despacio, deleitándome en cada parte de su culo. Claro que vino la parte de la raja. Para eso, ella puso el culito en pompa, me miró y me guiñó el ojo. Aquello me encendió aún más.

—     Vamos rey, enjabona el culito de tu chica. Mete todos tus deditos. de uno en uno, de dos en dos y así. Hasta que el puño esté totalmente metido. NO toques la vagina.

Aquella última frase la dijo muy enserio. Tragué saliva y decidí obedecerla. No quería acabar con aquella noche mágica. Además, no estaba bien hacer algo en contra de la voluntad de nadie. En fin, que enjaboné toda la raja de su trasero y luego metí mis dedos en su ano. Parecía asqueroso o eso me habría parecido de no estar pensando con la cabeza de abajo. Metí un dedo primero. Lo metí hasta el fondo y ella gimió. Empecé a penetrarlo, como si fuera mi pene el que estuviera ahí.

—     Eso es rey. Mete otro dedito corazón — gimió Satrina.

Parecía poseída. Y yo también, para que nos vamos a engañar. Metí otro dedo y ambos dedos penetraron a Satrina. Luego fueron tres. Luego cuatro. Y finalmente decidí meter los cinco dedos. Fui metiendo el puño, forzando, a pesar de ella gemía, claramente de dolor. Ella insistió. Seguí, algo inseguro y finalmente, todo mi puño quedó dentro. Se sentía cálido y reconfortante. Si no te parabas a pensar en lo que podía salir de ahí, claro. Ella me sonrió, con sus pícaras sonrisas, mordiéndose el labio inferior y dijo:

—     Mantén unos minutos ahí amor. Ah, se siente delicioso.

Aquella noche me estaba resultando tan irreal… ¿seguro no era todo un sueño? No Manuel, no te digas eso. Suspiré. Su vagina estaba tan cerca…

—     ¿quieres jugar con mi vagina? — me preguntó ella como si me hubiera leído el pensamiento.

Tímidamente, asentí.

Ella sonrió y contestó:

—     Pues venga amor. No quiero hacerte esperar más. Saca el puño.

Lo hice. Lentamente, para no lastimarla. Ella gimió otra vez. Ella se dio la vuelta y me ordenó lamer y besar su concha.

—     Quiero que me mates de placer.

No sabía si “matarla de placer” podía lograrlo un virgen sin experiencia, pero al menos debía intentarlo. Con mi lengua, empecé a lamer algo torpe su vagina. Si ya era alta, ahora lo parecía muchísimo más, ahí de pie, con los brazos en jarras mientras yo sostenía mis manos en mis rodillas y chupaba su vagina.

No sabría decir bien a qué sabía su vagina, solo que estaba deliciosa. Lamí y besé toda la vagina. Le daba suaves besos y ella gemía. Parece que lo estaba haciendo bien, después de todo.  Metí mi lengua en su vagina también y empecé a penetrarla con ella.

—     Uf, bebé — rio Satrina.

Cuando se cansó, me ordenó algo que me dejó confuso:

—     Ahora lame todo mi cuerpo.

Al ver mi rostro, ella dijo:

—     No vas a intoxicarte, si es lo que te preocupa. No siempre y cuando no te tragues el jabón, claro…

Una vez más, no sé por qué le hice caso. Pero mientras empezaba a lamerla entera (empezando por los dedos de los pies), noté que algo no iba del todo bien. Pero no me di cuenta hasta más tarde. Hasta que todo terminó.

Después de lamer los dedos de los pies (y como no, meter en mi boca aquellos recién limpios dedos, los cuales chupé con ahínco, lamí y besé), seguí con sus piernas, su barriga (haciendo especial hincapié en su hermoso piercing, el cual besé y lamí también) y su espalda. Seguí con los cachetes de su culito y claro, con su hermoso ano. Metí mi lengüita ahí. Se sentía raro. Lamí y di suaves besos a su ano y ella gimió. Ya solo quedaba lamer su hermoso cuello, cosa que hice. Le di suaves besos también, al tiempo que ella gemía. Satrina me agarró la cara y dio un beso en los labios. Nos dimos varios besos, al principio sin lengua. Apenas me dejaba respirar entre beso y beso. La respiración la tenía entrecortada y por un instante, pensé que iba a matarme a besos (literalmente). Luego empezó a meterme lengua. Jugó con la mía un rato, enredándola, jugueteando. Al acabar, se separó de mí.  Ambos nos quedamos casi sin aliento, aunque me pareció que ella respiraba mejor. Quizás por la práctica. Yo apenas tenía experiencia (esta era la primera).

—     Te faltan mis tetas, bebé — me dijo.

Lamí sus tetas enjabonadas. Lamí sus pezones en círculos, con suavidad. Le di suaves mordidas. Ella me rodeó el cuello con los brazos y me acunó en sus tetas.

Lamí la otra teta igual que la anterior y entonces empecé a mamar sus pechos. Como si fuera un bebé. Ella me tenía acunado en sus pechos al tiempo que yo era amamantado por ella. La miré a los ojos.

—     Pareces mi hijito y yo tu mami — rio ella.

Decidí que aquello no me importaba. Estaba demasiado caliente. Seguí siendo “amamantado” por ella.

Mordisqueaba y chupaba sus hermosos pezones al tiempo que la miraba a los ojos. Ella me miraba con expresión tierna.

—     ¿te gusta, rey? — me preguntó cariñosa.

Yo respondí con un gemido. Estaba en el cielo. Ella soltó una risita y me acarició el cabello con dulzura. Pasado un rato (no sé cuánto), Satrina me separó con suavidad de sus tetas, dejándome con ganas de más. Pero entendía que tampoco podía estar eternamente ahí (aunque tampoco me hubiera importado, la verdad). Satrina entonces me dio la espalda. Mirándome, me guiñó el ojo al tiempo que ponía el culo en pompa y dijo:

—     Creo que va siendo hora de que tu colita pruebe mi “cueva”.

¿Dije que estaba en el cielo? Si, esa frase no le hace verdadera justicia a lo que sentí cuando metí mi pene en su hermosa vagina. Satrina tenía las manos apoyadas en la pared de la ducha y cuando metí mi pene lentamente, ella gimió. Metí hasta que mis huevos chocaron con su vagina. Sentir mi pene en su vagina fue increíble. No tenía realmente palabras para describirlo. Se sentía cálido, acogedor. Pero ni siquiera esas descripciones le hacían justicia.

—     Ahora embísteme, venga. Todo lo fuerte que puedas. Venga rey — gimió.

Lo hice. Sin embargo, al principio fui despacio. Saqué casi del todo mi polla, hasta dejar el glande, y luego embestí de nuevo. Cada vez más deprisa. Escuchaba sus gemidos. Escuchaba mis huevos chocar cada vez más veloz con su hermosa vagina. La penetré cada vez más deprisa.

—     Ah, así bebé. Más deprisa. ¡Más!

Aumenté la velocidad al máximo. Ya, aunque quisiera, no podía ir más rápido. Metía, sacaba. Volvía a meter. Ella gemía. Cuando mi excitación llegó a su punto álgido, Satrina volvía a tener aquel sexto sentido y me pidió parar. aunque a regañadientes, lo hice. Saqué mi pene de su vagina. Mi pene ansiaba más. Pero por ahora, debía detenerme. Satrina paró la ducha y agarrándome la mano, salimos de la ducha. Lentamente, me llevó a la cama de nuevo y me tumbó boca arriba. Ella se subió encima y agarró mi pene. Sabía lo que venía a continuación y no me lo podía creer. Nuevamente, Satrina me guiñó el ojo, traviesa y metió el glande en su vagina. La hermosa sensación cálida regresó a mí.

—     ¿Te gusta rey? — preguntó ella con dulzura.

Aunque era más una pregunta retórica. La cara la tenía iluminada de felicidad. Ella introdujo su vagina en mi pene hasta los huevos otra vez y dirigió mis manos a sus caderas.

—     Agarra firme, cielo. Firme, no fuerte.

Lo hice. Ella apoyó sus hermosas manos en mis pechos (que no pectorales, que tampoco tengo un cuerpo de modelo). Lentamente, empezó a cabalgar. Aquella sensación fue brutal. No sé cómo no eyaculé al momento. Era una mujer asombrosa, se notaba que tenía mucha experiencia. Estaba aprendiendo mucho, desde luego.

Ella saltó cada vez más deprisa. Mis testículos chocaban con su vagina, que era linda y acogedora. No podía sino verla a ella. Su hermoso rostro, su cabello mojado, su frente sudorosa, sus dientes mordiendo el labio inferior. Sus tetas botando y rebotando. Arriba, abajo. Sus gemidos, que se mezclaron con los míos.

Ya sí que no podía más. Notara lo que notara, lo sentí. Iba a eyacular. Y me entró el pánico por un segundo. ¿Y si me corría dentro de ella? ¡Podía dejarla embarazada! A no ser que fuera estéril, aunque no parecía lo más probable. Rápidamente, Satrina bajó de mi polla y se puso de rodillas, interrumpiendo el inminente orgasmo. Aunque ya prácticamente iba a venirme. Y ella pareció notarlo, porque, sin decir nada, solo guiñándome el ojo, agarró con firmeza mi pene con su mano izquierda y comenzó a masturbarme con fuerza. Segundos más tarde, mi pene expulsó esperma. Más del que había soltado nunca. Claro que nunca había follado con una mujer. El esperma acabó cayendo en el rostro de Satrina y en su boca. Ella abrió grande su boca y restos de esperma cayeron en su lengua.

—     ¡Ah, eso es! ¡Aliméntame!

Parecía ansiosa mientras que chorros de esperma terminaban de bañarla. Cayó un poco en sus preciosas tetas. Respiré entrecortadamente. Menudo polvo…

Pero aún no había terminado. Faltaba una cosa más por hacer.

Ella se subió a la cama de nuevo, aún con su rostro y tetas llenas de leche y puso su preciosa vagina a la altura de mi boca.

—     ¿Te ha gustado corazón?

No tenía fuerzas para hablar en ese momento. Sudaba a mares, sentía mucho calor y las fuerzas al mínimo. Pero aún tenía energía para lo que me dijo a continuación.

Tras asentir, ella dijo:

—     Ahora me toca a mí. Yo también quiero correrme, rey.

Aunque el deseo sexual ya se había desvanecido, tener una hermosa mujer desnuda y pelirroja, llena de esperma te hacía reabrirlo un poco. Así que, sin rechistar, usé mi lengua para que ella acabara. Lamí y di suaves besitos a su hermosa vagina. Ella gimió. La miré a los ojos. Bueno, al menos lo intenté, porque en aquel momento los tenía cerrados. Suspiraba de placer. Mi autoestima se elevó lo suficiente como para que pudiera penetrarla con la lengua como si usara mi pene. Y hablando de mi pene, este sintió deseo sexual nuevamente, aunque débil. No lo bastante como para erectarse del todo, aunque sí hacia la mitad. Y finalmente ocurrió. Ella gritó y un chorro blanco salió disparado. No tan espeso como el mío, pero muy potente. Más que el mío. Salió como una metralleta y me golpeó en la cara, provocando que tosiera y las risas de Satrina. Ella entonces lamió con devoción mi rostro con su lengua. Lamió labios, nariz, frente, y hasta el pelo. Luego procedió a recoger esperma de sus tetas y rostro y a meterlos por la boca, con una sonrisa de oreja a oreja. Habría querido sonreír también, pero me sentí muy cansado.

¿Tan cansado se acaba cuando se folla? Pensé extrañado. No parecía que se acabara tan agotado. Pero así me sentía. Sin energías. Noté, horrorizado, que me pesaban los hombros y no podía moverme. Además, me sentía adormilado.

Pero Satrina parecía más viva que nunca.

De repente, se abrió la puerta de la habitación. Creí que era mi amigo, que había venido preocupado. Aunque tan solo había transcurrido una hora. O eso me parecía.

Pero no era mi amigo. En su lugar, una hermosa chica joven, de unos diecinueve años, rubia y de ojos azules hizo acto de presencia, portando una espada.

¿Qué ocurre? Quise saber.

Vi como Satrina siseaba a la chica. Un siseo como si fuera una serpiente. No sé si lo que vi fue real, pero me pareció que Satrina mostraba colmillos. Similar a los de un vampiro. No, eso no podía ser. Estaba alucinando, seguro. La chica trató de golpear a Satrina con la espada. Ella saltó y huyó por la puerta a una velocidad tal, que tan solo vi una mancha rojiza. Su hermoso cabello rojo.

Yo respiraba con dificultad. Boqueaba. Oí la voz de la joven como lejana.

—     Menos mal que he llegado a tiempo — musitó ella.

No escuché nada más, porque pronto todo se apagó.

Cuando abrí los ojos de nuevo, seguía en aquella cama y la chica estaba a mi lado, sentada al borde. Me había puesto los calzoncillos y los pantalones. Un detalle por su parte. Traté de incorporarme. Solté un quejido y aquello alertó a la chica de que yo estaba consciente.

—     Con calma, acabas de recuperarte.

No entendía qué quería decir. ¿Recuperarme? ¿De qué, si se puede saber? Aunque era cierto que me encontraba bastante mejor. Seguramente al ser mi primera vez, aquello me dejó más fatigado que a Satrina, que tenía más experiencia. ¿Y dónde estaba ella? ¿Quién era la misteriosa joven que me había vestido y se había quedado a esperar que yo despertara?

La chica misteriosa me lo contó todo. Me dijo que Satrina era realmente Lilith, el primer demonio y ella era una súcubo. Ella chupaba la energía de sus víctimas mediante el acto sexual, agotándolos. Había estado a punto de eliminar toda mi energía vital, antes de que ella apareciese.  Al principio no la creí. Pero luego recordé como de agotado me había sentido, lo sencillo que había resultado acostarme con ella y que todo parecía tan irreal. Por no hablar de la velocidad con la que había escapado. El siseo. Ahora todo tenía más sentido.

—     ¿Cómo te llamas? — quise saber.

—     Brooke — dijo ella solamente.

Volví abajo, donde mi amigo me estaba esperando.

—     ¿Qué tal ha ido? ¿Ha sido impresionante, no?

Me miraba con los ojos como platos. Como si no pudiera creerse lo que acababa de pasar. Bueno, desde luego, no iba a tragárselo. Así que dije:

—     Desde luego.

Volvimos a casa. No pude dormir aquella noche. Jamás olvidé lo que sucedió. Nunca más volví a ver a Satrina (Lilith) o a Brooke. Brooke nunca me dijo quién era ella o porqué estaba ahí, aunque sospecho que era una cazadora de demonios o alguien que iba tras Lilith por algún motivo en particular.