Paseíllo por el super
Ya desde que entramos me fije en la Tigresa que iba con una mini negra muy muy cortita, unos zapatos de tacones de vértigo y una camiseta ajustadita el uniforme típico de ama de casa
Paseíllo por el super
Llegamos al supermercado a eso de las cuatro de la tarde, una horita cómoda en la que no suele haber mucha gente trasteando con los carros llenos ni niños revoloteando alrededor. Ya desde que entramos me fije en la Tigresa que iba con una mini negra muy muy cortita, unos zapatos de tacones de vértigo y una camiseta ajustadita el uniforme típico de ama de casa . Je je je
Mientras yo empujaba el carro ella iba por delante contoneándose por los pasillos, estirándose para llegar a las estanterías más altas (y liberando así su ombliguito a la vez que la faldita se subía provocadoramente) y agachándose para coger algo de abajo (con lo que me dejaba ver su culito firme y musculado). Que llevaba ganas de "guerra" no me ofrecía ninguna duda, primero porque ¿cuándo no la lleva? y segundo por su forma de acariciar las botellas mientras las echa al carro, por como jugueteaba en el pasillo de las verduras este plátano, ese pepino, aquel calabacín, los coge, les pasa el dedo suavemente en toda su longitud, admira su tamaño, su grosor, lo agarra entre sus dedos y comienza a deslizarlos de arriba abajo como si los masturbara mientras se humedece los labios con su lengua golosa y suspira suavecito con los ojos semicerrados
Seguimos nuestro deambular por el super cruzándonos con algunos de los pocos clientes y que no dejan de echarle miraditas de reojo más o menos disimuladas o descaradamente directas. Llegamos a la zona de los artículos de limpieza y, aprovechando que estábamos en un pasillo particularmente solitario, se agachó frente a mí y con la espalda apoyada sobre el estante de los detergentes se puso a pelar un plátano enorme que se había traído desde la frutería. Empezó a comérselo bueno más que comerlo lo que hacía era pasarle la lengua, atrapándolo entre sus labios para deslizarlo suavemente arriba y abajo, abriendo después mucho la boca e introduciéndoselo cada vez más adentro, hasta llegarle a la garganta .
Mientras tanto con su mano libre se acariciaba el chochito que había quedado a la vista gracias a su postura en cuclillas con las piernas bien abiertas, la falda por la cintura y ningún tipo obstáculo que entorpeciera el camino a su mano ni a mi vista (se había puesto el tanga de las perlitas).
Apoyado sobre el carro, con la polla amenazando con salirse de los pantalones, miraba como se metía los dedos, primero dos y luego tres, mientras que con el pulgar se acariciaba el clítoris. Podía oír el chup chup chup y ver como sus jugos se derramaban mojándole las piernas y corriéndole hacia atrás, hacia el culito, con las perlas brillantes de mojadas, con la boca abierta tragando el plátano, con sus dedos entrando y saliendo, con los ojos medio cerrados, la nariz abierta buscando aire, la cara roja y sudorosa
Ya lanzada se introdujo el plátano en el coño follándose muy saludablemente mientras seguía masajeándose el clítoris con la otra mano. Fueron varias las veces que el plátano hizo el camino de su coño a su boca y de su boca a su coño, siempre brillante, siempre húmedo, goteando saliva, dejando escurrir su "caldito" más íntimo.
Me acerqué a ella y me lo dio a probar. Estaba ardiendo y empapado, sabía a gloria y lo chupé con ansia mientras me desabotonaba el pantalón y le ofrecía mi polla. Ofrecimiento que desde luego no rechazó sino que acogió con ganas, chupándola con tanta dedicación como había hecho antes con el plátano.
Yo saboreaba el plátano que sabía de maravilla, su maravilla. Ella me saboreaba a mí y se masturbaba cada vez más frenética, aumentando el ritmo de sus dedos hasta que noté como temblaba, perdía el equilibrio dejándose deslizar hasta el suelo, ponía los ojos en blanco y gruñía a la vez que jadeaba para coger algo de aire por su boca llena de mi polla, en la que sentí clavarse sus dientes en los últimos espasmos del orgasmo.
Empecé a bambolear las caderas follando su boca ya más relajada pero igual de caliente y llena de saliva. Era una cueva húmeda, caliente y acogedora que se tragaba mi polla mientras ella seguía desmadejada en el suelo medio apoyada contra la estantería. Rápidamente exploté corriéndome en su boca llenándosela del semen que hacía rato que deseaba ser liberado.
Nos recompusimos como pudimos y mirando a nuestro alrededor nos dirigimos hacia la caja. Yo con la bragueta mal abrochada. Ella con la falda mojada y arrugada y con una gotita de semen deslizándose por su barbilla