Paseando al perro

Se encuentra uno un pájaro (o dos)en donde menos se lo espera.

Paseando al perro

¡No es así, Tony! – exclamó Daniel -. Te ha dicho el doctor que debes descansar. No paramos de follar. Y sé muy bien que no sólo lo haces conmigo. Eso no me importa; sé que soy el primero para ti. Pero no deberías salir a la calle.

Sólo quiero dar un paseo – le dije -; respirar al aire libre. Eso no es hacer ningún esfuerzo. Tal vez sea lo contrario. Necesito sentirme solo unos minutos; nada más.

¿Qué piensa Alex de tus ideas? – me preguntó -, no creo que le gusten y deberías hacerle caso.

Alex es más fuerte que tú y que yo, Dany – le dije -; es más joven y ha vivido bastante tiempo en la naturaleza. No quiero nada más que dar un paseo entre los árboles del jardín.

Déjame ayudarte a vestirte – me sonrió -; yo no soy quién para prohibirte dar un paseo. La verdad es que me parece un poco tarde. Son casi las doce, pero este jardín no es peligroso; no hay delincuentes. Me da miedo de que te marees o te sientas mal.

No, no te preocupes por eso – le dije -, me llevaré el móvil y, si ves que tardo más de la cuenta me llamas. Lo único que quiero es pasear entre los árboles o sentarme un poco en un banco al aire libre.

No te voy a prohibir hacer lo que te apetezca – aclaró -, sólo te recuerdo lo que dijo el médico que hicieras ¡Vamos!, te ayudo a ponerte algo cómodo.

Me ayudó a vestirme con ropa de deporte y fresca y bajé solo al jardín de la comunidad. Alex me miró muy serio; parecía captar en mí algo que no le gustaba. Lo besé sonriente: «Tu papá no va a hacer otra cosa que dar un paseo. Vuelvo pronto».

Tengo que reconocer que me sentí un poco mareado y extraño al bajar solo en el ascensor, pero, al salir al jardín y sentir aquel espacio abierto, llené mis pulmones y me sentí liberado de no sabía qué.

Comencé a caminar por uno de los paseos. Aquello lo suelen tener muy poco iluminado, pero para entrar en los jardines hay que pasar antes por la portería de uno de los edificios. Es un lugar seguro. Caminé hasta una pequeña plazoleta que no está a más de cincuenta metros y me crucé con un perro muy simpático que se acercó a mí, me olió y se dejó acariciar: «¡Qué rico eres, ojalá pudiera yo tener uno como tú».

Al llegar a la plaza encontré a un chaval (de unos veinticuatro años) sentado en un banco y se quedó mirándome al ver que el perro venía conmigo. Me sonrió.

¡Hola! – me dijo - ¡Es mi perrito! ¿Te molesta? Se llama Blacky.

¡No, qué va! – le dije -, es muy simpático y ha venido a saludarme y se ha dejado acariciar ¿Verdad, Blacky?

Este perro – añadió -, hace con cualquiera. Un día me temo que algún desaprensivo le haga daño.

No lo saques del jardín suelto – le dije -, es un encanto.

Y observé que se tocaba la polla como haciéndose un masaje.

¡Hay muchos perros – dijo - y mucha gente por ahí que son un encanto!

Sí, es verdad – le contesté - ¿Eres de estos bloques?

¡Mira! – me señaló unas ventanas iluminadas -, aquel es mi piso. Vivo con mis padres.

Pues yo vivo en aquel – le señalé -, con unos amigos. A veces, vivir con los padres corta un poco.

¿Damos un paseo? – preguntó en ese momento -; tengo ganas de andar.

¡Vamos! – le dije -, yo he bajado a dar un paseo.

Mi perro se mete ahí – me señaló un lugar más oscuro -, entre esos árboles. A estas horas no hay nadie y le gusta buscar. Hay veces que me trae cosas

¿Si? – exclamé - ¿Qué cosas?

¡Joder! – me miró riendo - , pues un día me trajo un condón.

Nos reímos por la anécdota y le pregunté enseguida:

¿Cómo te llamas? Yo soy Tony.

¡Encantado! – me dio la mano suavemente -; yo soy Miguel. Me toca sacar al perro a estas horas… pero nunca te he visto por aquí.

Bueno – contesté sin darle importancia -, siempre ando fuera trabajando y no soy muy aficionado a los paseos nocturnos.

¡Ven! - me dijo -, vamos a entrar entre estos árboles. Se siente uno tan aislado y tan a gusto, que merece la pena dar un paseo a estas horas.

Tuvimos que agacharnos un poco para entrar en aquella pequeña selva y salimos a una pequeña explanada un poco más oscura. El perro merodeaba por allí a su gusto y el dueño se acercó a unos árboles y me pareció que se la sacaba y se ponía a orinar. No sabía si mirarlo o mirar a otro sitio, porque no se puso de espaldas a mí, sino de lado. Vi su chorro de orina y cómo se la sacudía al terminar. En ese momento me llamó:

¡Ven, Tony!, mira esto.

Se desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón por la parte trasera derecha. Tuve que acercarme para ver lo que decía.

Es un tatuaje nuevo que me he hecho – me señaló la nalga - ¿Te gusta?

¡Espera! – le dije acercándome a él y poniéndole la mano en la cintura - ¡Es un pájaro! Está muy bonito.

Tengo otro en el otro lado – me dijo - ¿Quieres verlo?

Me quedé en blanco. Su culo era precioso. Se bajó la otra parte del pantalón y sacó el culo, pero no me pareció que se agachase un poco para que viese bien los tatuajes. Me acerqué a él y volví a agarrarlo por las cinturas. Me pareció oír que suspiraba

¿Te gusta?

¡Joder! – le dije -, me gustan los pájaros y donde están puestos.

Pues son tuyos – me dijo -, date prisa, aunque por aquí no viene nadie.

Entendí el mensaje, pero no estaba seguro, así que sin soltar sus caderas, acerqué mi polla a su culo y lo rocé con temor. Su mano se vino hacia mi polla y la acarició:

¿Qué te pasa? – exclamó - ¿Te da vergüenza o es que no te va este rollo?

Apreté mi polla contra su culo desnudo y se incorporó dándose un poco la vuelta y me besó: «¿No me vas a follar?».

¿Quieres? – le pregunté -. A mí me encantaría. Tienes un culo precioso.

¿Y a qué esperas? – insistió -; métemela ya. Me parece que la tienes gorda y larga.

Me abrí rápidamente el pantalón y dejé caer un poco los calzoncillos. Mi polla salió tiesa y dura y su mano la agarró: «¡Vaya polla!».

Me acerqué más a él y aún sacó más el culo y se apoyó en un árbol. Le abrí las nalgas con cuidado y me encontré un precioso agujero. Apunté la punta de mi polla hacia él y tiré un poco de su cintura. Aguantó una exclamación de placer: «¡Hijo de puta! ¡Qué buena polla tienes!».

Fui tirando de él mientras el perro nos merodeaba y mi capullo entró en su culo con facilidad. Me di cuenta de que no era virgen, pero el placer era inmenso, así que apreté esperando alguna señal de dolor, pero no hubo ninguna y mi polla estaba ya entera dentro. Comenzó a moverse él:

¡Dame fuerte, por favor – me decía -, me encantas! Dame gusto, córrete dentro.

Comencé a moverme con más fuerzas y se volvió otra a vez a besarme con pasión.

¡Dame, dame más! – decía sin parar -; aprieta hasta el fondo.

Comencé a follármelo en serio y hacía sonidos de placer mientras él mismo se balanceaba. Mi vientre chocaba con su culo en cada empujón y él seguía diciendo: «¡Venga, dame más, dame más!».

Empecé a sentir que me venía el gusto:

¡Espera, Miguel! – le dije jadeando de placer - ¡Que me corro ya! Tu culo es una delicia.

Córrete, córrete – me dijo tirando de mi culo -, que no tenemos mucho tiempo.

Me vino un gustazo poco a poco y fui sintiendo que iba a comenzar a salir mi semen.

¡Córrete, disfruta!

¡Voy, Miguel! – exclamé ya casi a punto - ¡Me corro!

Comenzamos a movernos más fuerte y más fuerte hasta que noté mis chorros de leche entrar dentro de él y lo empujé contra el árbol.

¡Así, así! – susurró -, aprieta fuerte.

Hasta que me salga la última gota, Miguel – le dije - ¡Ya me tienes dentro de ti!

Le di un último empujón y la fui sacando poco a poco.

¡Jo! – exclamó - ¡Qué poco tiempo tenemos! Si me entretengo mucho, van a pensar en casa que me pasa algo.

Es que a mí me pasa igual – le dije -; como tarde en subir se asustarán.

¡Baja a esta hora mañana! – me dijo poniéndose rápidamente la ropa -. Follas que da gusto.

Tengo que inventar una excusa – le dije -; nunca he salido a estas horas. Ya veré lo que me invento.

¡Baja, tío, baja, por favor! – me dijo besándome -; estoy harto de meterme un consolador de goma.

¿No tienes pareja? – le pregunté extrañado - ¿Con quién follas?

Con nadie, Tony – agachó la vista -. No me acuerdo de cuando me follaron la última vez. Me meto el consolador y voy tirando.

No te preocupes – le dije -. Voy a ver la forma de bajar a verte, pero, si quieres, puedo presentarte a todos mis amigos. Todos entienden. ¡Nos pegamos unos lotes de follar…!

¿De verdad?

En serio – insistí -, es una gente que no se asusta por nada. Puedo presentarte si quieres.

¡No, no, espera unos días! – se asustó -; baja tú primero algunas noches y me follas, por favor.

¡Claro! – le aseguré -, no te preocupes, pero si algún día quieres conocer a gente que te va a gustar, me lo dices. Nos podemos ver a otra hora y en mi casa ¿Vale?

¡Vale, tío! – salió amarrando al perro -, pero baja mañana, por favor.

¡Miguel, Miguel, espera!

Miguel ya se había ido.