Paseando a mi perro

el sexo, si es con amor, mejor. He aquí­ la muestra

CAPITULO 1

  • Míralo, es muy grande. Y su cara parece una caricatura
  • Pero ya sabéis que no es un juguete. Os exijo que seáis responsables con él y lo tengáis bien cuidado. Sois vosotros los que lo habéis pedido y vosotros os haréis cargo de él ¿De acuerdo?

  • ¡¡Si mamá!! – Respondimos mis hermanas y yo a la vez.

  • Ya lo has repetido mil veces. Creo que lo hemos entendido – añadí yo de forma cansina. A mis 17 años ya tenía bastante claro como había que cuidar un perro.

  • Vale, pues vosotros os aclaráis para sacarlo – Mi madre ya había desistido y se fue para vigilar que la comida no se le quemara.

  • Bien, yo lo saco por la noche. Estoy todo el día fuera de casa y no puedo pasearlo a otra hora.

  • Vale Marta, entonces yo lo saco al mediodía – Respondí rápidamente para que mi hermana Lucía no se adelantara.

  • ¡Jooo! Yo no quiero madrugar tanto. Es injusto – se quejó ella.

En mi defensa contesté:

  • Deberías haber sido más rápida hermanita. Es lo que tiene la falta de reflejos.

  • Ah ¿Sí? Toma reflejos.

Su mano recorrió toda mi cara con una velocidad pasmosa. Dos segundos después un calor incómodo cubría mi mejilla.

La rabia invadió mi cuerpo pero me contuve, era tres años menor que yo y si le pegaba iría llorando a mi madre y yo recibiría la peor parte.

  • Ala, pues ahí te quedas. Es hora de sacarlo y me toca a mí.

Con aquella frase intenté zanjar la discusión, pero Lucía no se daba por vencida. Mientras yo ponía el collar a Bruno ella rumiaba frases para provocarme.

  • Cuidado con el sol no se te vayan a derretir las dos neuronas que te quedan.

Por primera vez hice uso del refrán que más usaba mi madre para que no nos peleáramos: No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Me dirigí con rapidez a la puerta de la calle y cuando Lucía iba a comenzar otro insulto la cerré detrás de mí. Una sensación de victoria me invadió.

Me encaminé en dirección al descampado que había varias calles por detrás de mi casa. Más de una vez había pasado por allí y había visto como otras personas llevaban allí a sus perros.

Bruno caminaba lento, era la primera vez que alguien lo sacaba a la calle atado a una cuerda. Pero debería acostumbrarse.

Con alguna que otra dificultad llegamos al descampado. A lo lejos se veía a dos ancianas paseando sus yorkshires. Decidí mantenerme alejado de ellas, Bruno era un perro muy grande a pesar de tener solo seis meses y no sabía como podía reaccionar. Además, esos ratones con coletas tenían muy mala leche.

Pasé un cuarto de hora dando vueltas en círculos, tratando de no cruzarme con aquellas mujeres. Bruno me miraba con cara de extrañado, como diciendo: "¿Estás tonto? Ya he olisqueado esta zona, quiero conocer más". Pero yo seguía en mis trece, prefería no arriesgarme a que me denunciaran porque mi perro se había comido a dos peluches vacilones.

Mi perro ya había hecho sus necesidades y yo me planteaba volver a mi casa.

Entonces escuché un ladrido detrás de mí. Me di la vuelta con cautela. Un bóxer se encontraba delante de mí, por un momento creí que era mi perro, ya que eran muy parecidos. La misma raza y el mismo pelaje marrón y blanco.

Tras observarlo un poco mejor ví que no corría ningún peligro. Aquel perro daba saltos de un lado a otro, levantaba el trasero y agachaba la cabeza. Estaba claro que quería jugar.

  • ¡Tranquilo, no es peligroso!

Un hombre se acercaba corriendo torpemente con una correa colgando de la mano.

Mientras, Bruno tiraba de mí. Quería oler a la nueva visita. Con cuidado fui soltando un poco de cuerda. Acercaron sus hocicos el uno al otro e iniciaron su peculiar reconocimiento.

Esperé a que llegara el hombre. Era bajito y rechoncho. Vestía de chándal, seguramente porque aprovecharía ese paseo para hacer algo de deporte (que ya le hacía falta). Y una gorra roja ocultaba su previsible calva. Cuando llegó a donde yo estaba, casi no podía respirar.

  • Perdona que te moleste, ¡uhf!, pero es que... se ha roto la correa y no he podido agarrarlo.

  • Tranquilo, no es molestia. Además, parece que se han caído bien.

  • ¿Qué es perro o perra?

  • Perro, tiene seis meses. ¿El tuyo es macho, verdad?

  • Sí, acaba de cumplir un año. Bueno, perdona, no me he presentado, me llamo Jesús, y este travieso es Coco.

  • Encantado, yo soy Iván.

  • ¿Y tu perro como se llama?

  • Bruno.

Estrechamos las manos. A pesar de su aspecto descuidado se le veía un hombre bastante guapo y a mí me encantaba. En su juventud debió ser todo un don Juan. Rondaría los cincuenta años. Tenía la cara redonda, unos ojos pequeños casi escondidos debajo de unas cejas arqueadas, poco pobladas. Su nariz era pequeña y puntiaguda, y era eclipsada por un bigote blanco que cubría todo su labio superior. Seguí observándolo con un poco de disimulo, lo analicé de arriba abajo. Todo era perfecto para mí. Excepto un minúsculo detalle que acababa con mis fantasías.

En una de sus manos, un anillo aprisionaba su dedo. Estaba casado. Me invadió un sentimiento de pena y fruncí el ceño sin ni siquiera saberlo.

  • ¿Te ocurre algo? – me preguntó extrañado.

  • No, no, nada. Es este sol, que pega tan fuerte que a veces me hace daño a la vista. – Una excusa barata, pero en ese momento no se me ocurrió nada mejor.

Estuvimos hablando de cosas sin importancia durante un rato. Hasta que miré el reloj. Hacía más de una hora que había salido de casa, debía volver ya.

  • Tengo que irme – dije con un tono de tristeza – se me ha hecho un poco tarde.

  • De acuerdo, nos veremos mañana ¿no?

  • Claro, a partir de ahora tengo que venir todos los días – comenté mientras señalaba a mi perro.

Di media vuelta y puse rumbo a mi casa. Durante el resto del día no dejé de pensar en Jesús. Era agradable, e inspiraba mucha confianza. Muy poca gente con la que me relacionaba todos los días me hacía sentir ten bien como él en apenas media hora.

CAPITULO 2

Día tras día nos encontrábamos en el mismo sitio, hablábamos un rato y nos despedíamos. Durante las siguientes semanas fuimos cogiendo confianza y las conversaciones eran cada vez mas íntimas. En una ocasión me preguntó si tenía novia. A lo que yo le respondí que no. Ninguna era demasiado buena para mí. Una respuesta un tento egocentrica, pero que me ayudaba a esconder mi verdadera sexualidad. Entonces, en un alarde de originalidad le pregunté:

  • ¿Y tú, tienes esposa?

  • La tenía, me dejó hace dos años.

  • Oh, vaya perdona no quería...

  • No pasa nada. No podías saberlo

Se notaba que la nostalgia lo invadía. Traté de suavizar la situación

  • Mira el lado bueno. Ahora puedes estar con otras sin sentirte culpable.

  • Sí, es una forma de verlo.

Había funcionado, una media sonrisa se dibujó en su boca.

Empezó a contarme el porque de su fracaso matrimonial. Él pasaba muchas horas trabajando en la tienda que regentaba y casi no veía a su mujer. Un día al volver a casa ella estaba en la cama con un vecino. También me explicó que el anillo lo llevaba como recuerdo. Que le costaba hacerse a la idea de estar solo. A medida que iba hablando su voz parecía mas serena. Por lo visto no había hablado con nadie de ello y le hacía falta hablarlo. En esa conversación, descubrí que era un hombre con mucha sensibilidad. Eso me encantaba. Una mezcla de compasión y deseo me llevó a hacer algo que semanas antes nunca me habría imaginado.

Me acerqué a él, agarré sus mejillas con mis manos y lo besé. Fue un solo segundo, un único momento que lo cambió todo. Sus labios estaban muy humedos y calientes, que contrastaban con el roce áspero de la barba de tres días que cubría su cara.

Al alejarme un poco de él observé su cara. Tenía los ojos abiertos como platos y el rostro pálido. Parecía que un fantasma se había aparecido ante él.

  • Perdona – dije con rapidez.

Bajé la vista. Dios mío que vergüenza. No sabía que reacción tendría pero ya no podía hacer nada. Si había algún daño, ya estaba hecho.

  • Vaya... No se que decir.

Él se quedó dubitativo. Su cara fue enrojeciendo mientras se rascaba la cabeza.

Puso su mano bajo mi barbilla y levantó mi cara. Sus movimientos eran suaves y tiernos, nada propio del aspecto de macho que tenía.

En ese momento lo miré a los ojos. Su expresión habia cambiado. Ahora brillaban, ya no expresaban sorpresa como antes, sino pasión.

  • ¿Lo has hecho de forma sincera? – me dijo lentamente.

Yo asentí con la cabeza. Entonces él acercó su cara a la mía y antes de volver a unirnos me susurró.

  • Entonces no tienes que pedir perdón.

Volví a sentir su piel áspera, sus lábios, ahora mas humedos que antes, y en esta ocasión su lengua. La introdujo en mi boca con una sutileza increíble. Noté su respiración caliente chocando contra mi cara, su nariz rozando la mía. Mi corazón se había disparado. El hombre al que había deseado en secreto durante las últimas semanas tambien me sedeaba a mí. En aquel momento era la persona mas feliz del universo.

CAPITULO 3

Llevábamos casi diez minutos sin decir nada. Nos mirábamos y soltábamos una carcajada simultanea. Jesús estaba demostrando su faceta joven. La mas pasional y sentimental.

  • ¿Tienes algo que hacer ahora? – dijo él rompiendo aquel silencio.

  • No. ¿Qué ocurre?

  • Bueno... Había pensado que igual querías venir a mi casa. Allí estaríamos mas cómodos. Lejos de miradas indiscretas y vecinas que cuchichean. Recuerda que todo el mundo piensa que me gustan solo las mujeres.

  • Pero ¿qué hago con Bruno?

  • Traetelo, podemos dejarlo con Coco. Se llevan bien.

Lo dos perros estaban corriendo por el campo. Para entonces yo ya confiaba en que Bruno no se escaparía mientras estuviera con Coco. Permanecían ajenos a la situación recién vivida por sus amos.

  • Vale – dije yo.

Llamamos a los perros y los sujetamos con sus respectivas correas. Después nos dirigimos a la casa de Jesús.

Llegamos a una casa grande. Con un jardín delimitado por una valla de madera. Tras avanzar por un camino de piedras llegamos a la puerta principal. Cuando la abrió observé un entorno paradisiaco. Era un edén. Para vivir solo tenía la casa muy bien cuidada. Me sorprendió ya que los hombres solemos ser unos negados para las tareas del hogar.

  • ¿Te apetece tomar algo, Iván?

  • No gracias. Estoy lleno. Acabo de comer.

Lo acompañé hasta el salón y nos sentamos en un sofá azul marino mas comodo de lo que parecía a simple vista.

Yo solo deseaba abrazar a Jesús, tenerlo cerca de mí, poder tocarlo, saber que él quería lo mismo que yo.

No tardé en recibir una respuesta a mis plegarias.

Nada mas sentarnos, él se abalanzó sobre mí. Me tumbó boca arriba en el sofá, sujetó mi cara con sus manos gigantescas y volvió a besarme. Esta vez la delicadeza quedó a un lado. Los movimientos eran mas bruscos, pero me gustaban igualmente.

Yo abrí mis brazos y lo envolví en ellos, casi no conseguía rodearlo. Sentí su espalda caliente, ancha, me apetecía acariciarla. Quería que sintiera el placer que yo sentía.

  • Soy todo tuyo – le dije secamente.

  • Está bien.

Comenzó a quitarme la camiseta. A la vez que subía la tela tambien subía su lengua. Lamió mi ombligo y fue subiendo poco a poco. Me besaba en el pecho. Aquella humedad que desprendía su boca me volvía loco. Según subía, dejaba mas peso sobre mi. Acercaba mas su entrepierna a la mía. Ya notaba su erección. Dura como el hormigón. Cada movimiento que hacía, provocaba un espasmo dentro de mis pantalones. Sentí como crecía mi miembro. Era lo mas excitante que nadie nunca me había hecho.

Cuando terminó de quitarme la camiseta me susurró al oído.

  • ¿Seguro que no tienes hambre?

  • Ahora me comería lo que fuera...

Él se incorporó y se acomodó en el sofá, sentado, con las piernas abiertas. Se desabrochó el cinturón, bajó la cremallera de sus vaqueros y sacó su verga. No era muy grande, pero tenía una pinta muy apetecible, rodeada de un montón de pelos blancos y negros, y acompañada por unos huevos desproporcionadamente enormes. Estaba amoratada, seguramente porque llevaba así bastante rato.

  • Toda tuya.

Antes de que yo me dispusiera para mamarsela ya se estaba pajeando. Me agaché delante de él y acerqué mi cara a su polla. Ese olor penetrante, típico de un macho como él era, desató mis impulsos. Sin pensarmelo dos veces me la introduje entera en la boca mientras masajeaba sus testículos con una mano. Jesús disfrutaba como un niño pequeño con un juguete nuevo. Levanté la mirada y vi su cara de placer. La boca abierta, los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y respirando al ritmo de mis movimientos. Le encantaba lo que le estaba haciendo. No tardé en notar sus manos sobre mi cabeza. Me empujaban hacia él, con fuerza, cada vez mas rápido, con golpes mas violentos. Jesús había iniciado un movimiento pélvico que hacía que me costara respirar.

Iba a correrse en mi boca, se notaba que llevaba mucho tiempo sin sexo. Él quería terminar cuanto antes. Yo intenté retrasar el éxtasis ralentizando mis movimientos pero ya era demasiado tarde.

Su miembro se infló en el interior de mi boca. Sentí como chorros de semen se amontonaban en mi paladar, llegaban hasta mi garganta. Sin dejarme tiempo a disfrutar aquel momento me levantó la cara y me besó otra vez. Esta vez introdujo su lengua no sólo para hacerme gozar, que también, sino para recoger sus propios fluidos. Cuando limpió mi boca dijo:

  • Perdona, pero no lo he podido evitar. Me pones a cien. Ven, vamos a la piscina que tengo aquí detrás.

Yo acepté sin mas. Esperaba que no me dejara así con un calentón incontrolable.

Cuando llegamos al bordillo los dos terminamos de desnudarnos y nos metimos al agua. Unos árboles bastante altos que nos guardaban de miradas ajenas. Estuvimos un rato nadando, abrazandonos, besándonos, queriendonos.

Yo todavía tenía una verdadera escopeta entre las piernas, y él no tardó en acompañarme. Cuando estaba sobre él, besándole en el cuello, noté su polla rozando la mía. Estaba listo para el remate final.

Aún dentro del agua abrí mis piernas y dejé que empujara su pene dentro de mi culo. Era la primera vez que alguien me follaba, pero no fue nada doloroso. El agua hizo de lubricante. En un solo movimiento me la había metido entera.

Ahí estabamos los dos, frente a frente, mirándonos, mientra yo sentía aquella polla entrar y salir de mi cuerpo, a cada empujón que daba yo sentía mas placer, el ritmo no era frenético, pero sí mi respiración, incluso llegué a soltar un gemido que Jesús tapó rapidamente con una de sus manos.

Él me basaba el pecho de nuevo, y yo no podía aguantar mas.

  • AAAAAAAAAHHhhhhhhhhh!!!!!!!! Observé como varias gotas de semen se diluían en el agua de la piscina.

Al parecer, eso excitó aún más a Jesús. Casi a la vez que yo se corrió dentro de mí. Sentí su última embestida en mi culo y un calor en mi interior que me hizo delirar.

Descansamos un poco antes de volver a vestirnos. Me volvió a ofrecer algo para tomar y esta vez acepté, no tenía prisa, nadie me esperaba ese día en casa.

Cuando terminamos de conversar decidí que ya era hora de irme. Até a Bruno con la correa, y besé tiernamente a Jesús antes de cruzar la puerta.

  • Nos vemos mañana ¿no?

Los dos reímos. Ambos sabíamos la respuesta a la pregunta.

Tras darme la vuelta para salir de la casa sentí el brazo de Jesús tirandome hacia él.

  • Hasta mañana.

Y volvió a besarme. Nunca me había sentido mas querido que en ese momento

Seguimos viendonos en secreto. Lo que para él era una necesidad de ocultarlo, para mi se había convertido en algo morboso que añadía mas leña al fuego de mi interior.

Hoy día nos seguimos viendo. El romanticismo aún perdura y nuestros corazones aún se exaltan cuando nos encontramos "casualmente" todos los días mientras paseamos nuestros perros.