Pasajes: Restaurante.
"...El nombre del restaurante te es conocido, pero nunca has estado en él. En la puerta hay un aparcacoches con uniforme, un uniforme de esos que le hacen a uno más grande de lo que es en realidad. Después de que Alfonso le dé las llaves, entráis..."
"...El nombre del restaurante te es conocido, pero nunca has estado en él. En la puerta hay un aparcacoches con uniforme, un uniforme de esos que le hacen a uno más grande de lo que es en realidad. Después de que Alfonso le dé las llaves, entrais. En el vestíbulo, la mujer del guardarropa da las buenas noches y sonríe. Un maître os recibe y os conduce a un pequeño comedor con apenas seis mesas repartidas en dos niveles.
Te sientes incomoda; la ropa que llevas puesta no es propia para un lugar de esa categoría. Desde fuera no se puede ver el interior; los grandes ventanales del comedor que dan a la calle están ocultos bajo una vasta y gruesa cortina de color turquesa.
Observas al hombre grueso que hay sentado en una mesa cercana. Fuma puro con aire solemne. Le acompaña una chica mucho más joven que él, con el pelo largo y liso, de color castaño. Es francamente atractiva. El hombre te mira de vez en cuando, y eso te incomoda.
Se acerca el camarero y os ofrece la carta.
Mientras ojeas los primeros platos, sientes su pie desnudo entre tus piernas. No hace falta que te diga nada, en cuanto notas el roce sobre tu muslo separas las piernas. Su pie avanza hasta que tu sexo lo detiene. Su dedo gordo se cuela entre tus bragas y te presiona el clítoris, lo acaricia mientras que, con el resto de los dedos, va rozando los pliegues que forman tu vagina. Por un rato desvías la atención de la carta y la centras en los placeres que te provoca ser masturbada en un lugar público, junto a personas que no conozces y que ignoran lo que está ocurriendo bajo la mesa. Tienes la sensación de que te observan, sobretodo el hombre grueso que hay sentado cerca de vosotros, auque no tienes valor para comprobarlo. Procuras ocultar tu excitación tras la carta. El dedo gordo desciende y comienza a jugar con la entrada de tu sexo. A medida que van despertando tus jugos vaginales, te va separando las carnes y abriéndose paso entre ellas.
-Pedirás por mí- te dice -. De primero una ensalada de queso marinado, y de segundo... lubina al horno.
La excitación te impide pensar con claridad. Aún no has decidido que pedir para tí. Echas una ojeada rápida, intentando estabilizar tus sentidos, y te decides por algo ligero: otra ensalada y colas de rape a la plancha. Siempre te han gustado mucho las colas de rape.
El camarero no tarda en llegar. Intentas olvidarte del pie que te penetra, y con el mayor temple posible vas nombrando los platos uno a uno. Mientras hablas, su pie te presiona y se introduce más aún dentro de tí. Tus palabras se cortan. Tomas aire y tragas saliva, después continuas hablando hasta que acabas de nombrar todos los platos. El pie continua dentro de tí. Cuando el camarero se aleja, tu mirada se cruza durante unos segundos con la del hombre grueso. Tiene la cara ancha y los ojos verdes, y su pelo, ralo, casi ausente, es ya canoso.
Más allá, tres hombres trajeados parecen hablar de negocios, y junto a los enormes ventanales, una pareja se susurran cosas al oído; ella te mira de soslayo y se tapa la boca. En la mesa de al lado un señor cena solo, como lo debe estar haciendo tu marido en este preciso instante.
El camarero os deja los primero platos y se aleja.
-Cierra las piernas- te indica.
Presionas su pierna entre tus muslos. El pie se retira de tu interior, restregándolo por tus muslos e impregnándolos con tus jugos.
Comenzais a comer...
-Mañana te despedirás de tu trabajo.
No sabes si habla en serio o en broma, lo cual te desconcierta. Le contestas con una sonrisa:
-No puedo hacer eso, necesito trabajar... tengo...
-Trabajarás para mí en la oficina, como contable. Julia –mi secretaria- te llamará, te informará de todo y te pondrá al día.
Trabajar para él implicaría estar a su disposición siempre que quisiera. Tu querías vivir algo nuevo, salir de la rutina, saciar esa curiosidad que sentías por la dominación, el dolor y el placer, la humillación, lo prohibido, y después romper con ello y pasar página; pero ahora que ya lo has experimentado, quieres más, necesitas más. No debes aceptarlo, no puedes aceptarlo, todo está yendo demasiado lejos, debes frenarlo aquí.
No dices nada y dejas que pase el tiempo. Llegan los segundos platos, otra botella de vino y después el postre. No estas acostumbrada a beber y, aunque apenas has bebido, estas algo mareada.
Alfonso pide un par de licores con hielo; se bebe el suyo lentamente pero de un trago y te pide que te acabes el tuyo. Lo haces en dos veces.
-Coge los dos cubitos de hielo de tu vaso y los dos del mío, guárdalos en el bolso y ve a los servicios. Cuando salgas del comedor, un camarero te acompañará a la puerta –siempre lo hacen-, entras y te quitas las bragas; después te introduces dos cubitos de hielo por detrás, en el culo, y tras ellos te metes las bragas, dejando asomar una punta. Los otros dos cubitos te los meterás por delante. Después vuelves. Ve ya.
No lo piensas dos veces y guardas los cubitos en el bolso. Miras de reojo a los demás comensales. Nadie te observa. Te levantas y te das cuenta de que el vino y el licor te han sentado peor de lo que creías estando sentada. Te cuesta estabilizar los pasos y centrar la mirada. Sales del comedor y se te acerca un camarero.
-¿Los servicios?- preguntas.
-Sí, por aquí...
Le sigues por un pasillo enmoquetado hasta la puerta de los servicios. El joven camarero te abre la puerta y te cede el paso. La chica que susurraba a su acompañante en la mesa de la ventana se encuentra dentro y se mira en el espejo mientras cierra su bolso. No le prestas atención y te metes en uno de los retretes. Te sacas las bragas por debajo del vestido, abres el bolso y sacas un cubito de hielo. Comienza a derretirse, así que lo colocas en la entrada de tu ano y lo presionas para adentro. Al principio te cuesta introducirlo, pero de golpe, tu culo lo absorbe y lo deposita en tus entrañas. Notas un dolor agudo, una fuerte presión, te quema dentro de tí y tienes ganas de sacarlo, pero no lo haces, y rápidamente introduces el otro. Haces esfuerzos por mantenerlos dentro de tí, para no expulsarlos y dejar de sentir esa sensación tan incómoda. Agarras la punta de las bragas y con el dedo las vas introduciendo por el mismo recorrido que han seguido los cubitos. El frío ha insensibilizado las paredes de tu ano, y prácticamente no sientes la rozadura de las bragas. Las metes hasta dejar la punta por la parte de fuera. La sensación es terriblemente desagradable. Temes no aguantarlo y salir sin obedecer a Alfonso Cierras los ojos y tomas aire. Haces un esfuerzo y coges los otros dos cubitos, algo derretidos ya, y te los metes por delante. Te levantas, te bajas el vestido y sales hacia el pasillo. Una gota comienza a descender por el muslo. Cierras las piernas para impedir que lleguen más bajo, pero estas más mareada de lo que estabas antes de entrar a los servicios, y piensas que vas a perder el equilibrio y caer al suelo. Si cayeras se te vería... mejor no pensar en ello.
Cuando entras al comedor, sientes que todo el mundo me observa. Si no fuera por el alcohol, querrías morirte. Regresas a la mesa con fuertes pinchazos en tu interior y te sientas. Alfonso permanece estático en su silla, no dice nada, tan solo te mira con esos ojos que parecen saberlo todo. Notas como el agua derretida sale de tu sexo y se filtra por la tela de la silla. Su pie vuelve a meterse entre tus piernas y se hunde en tu vagina encharcada. También notas las bragas haciendo de tapón en tu culo, y aunque el dolor del frío en tus entrañas ha desaparecido, estas te incomodan tanto o más que los cubitos.
Cuando salgamos del restaurante iremos para su casa, o al menos eso pienso tu, y allí te usará y te follará como le plazca. Esa idea te turba, te trastorna, te excita más que otra cosa en el mundo.
Cuando acabamos la cena te acerca a tu casa y te deja..."