Pasajes: Primer encuentro.

Toda historia tiene un comienzo.

"...

Es tarde, te sientes cansada y estas nerviosa. De pronto te invade un calor por todo el cuerpo. Intentas bajar la temperatura del acondicionador de aire del coche.

-No. Será peor. Déjalo como está.

Retiras la mano y la vuelves a colocar sobre tu vestido.

Las líneas de la carretera se diluyen en la oscuridad. Pronto desaparecen al entrar por un camino sin asfaltar, bordeado por la maleza y algún pequeño claro. Conoce el camino; no ha vacilado un solo instante durante el trayecto. Lo miras, inquieta, esperando una frase suya, una frase que desvele a donde vais y lo que allí sucederá. No le ves con la seguridad y confianza de otras veces, con esa seguridad que tanto te tranquiliza, la seguridad que ofrece aquel que sabe lo que hacer en cada situación y decir en cada momento, sino que le ves intranquilo.

Pocos minutos después llegais a un claro. En el centro del mismo hay una pequeña cabaña de madera, como un cobertizo, con dos ventanas, una a cada lado de la puerta, donde se reflejan en cada una de ellas los faros del coche. Baja, rodea el vehículo y te abre la puerta.

-Baja.

Te ofrece la mano para ayudarte a bajar. Siempre tiene este tipo de detalles; un caballero a la antigua usanza, dirian..

No te agarra de la cintura, ni te coge del brazo, como de costumbre, simplemente te indica que le sigas.

Llegais a la cabaña, y al entrar, te asalta un desagradable olor a humedad. Presiona el interruptor de la luz y se enciende una bombilla que cuelga del techo, iluminando con ello toda la estancia. La cabaña tiene apenas quince metros cuadrados de superficie, y toda ella está bastante sucia y deteriorada. No hay muebles, ni sillas, ni mesas, ni cuadros; tan solo una antigua cama de hierro forjado sobre la que yace un viejo y raído colchón.

Le miras, esperando alguna indicación, alguna orden, algo que desvele lo que va a ocurrir. Te devuelve la mirada.

-Esto no te gustará.

Su voz, al igual que su mirada, ha perdido la dureza que lo caracteriza.

Te pones más nerviosa aún. La incertidumbre siempre te ha excitado, pero ahora, con este cambio de actitud, te resulta insufrible. Presientes que algo pasa, y que ese algo no es nada bueno.

-¿Qué ocurre?.

El tono de tu pregunta revela tu preocupación. Hace algo que jamás antes había hecho: huir del pulso de vuestras miradas. Entonces dice, sereno:

-Quítate el vestido.

Tienes ganas de llorar, pero no lo haces. Apartas las tiras del vestido que cruzan tus hombros, y este se desliza por tu cuerpo hasta caer al suelo. te quedas en ropa interior.

Se acerca y mete la mano por debajo de las bragas.

-Separa las piernas.

La orden te excita, como siempre, y obedeces sin dilacion..

Cierras los ojos y dejas que frote tu sexo. Poco a poco consigue que te olvides de todo y te centres en los fluidos que tu cuerpo comienza a engendrar. Sus dedos acarician tu clítoris, separan tus labios y se introducen para luego volver a salir.

-Estás chorreando.

Retira la mano, impregnada del líquido viscoso y transparente que ha segregado tu sexo y te la ofrece para que la limpies. En esta ocasión no te apetece hacerlo, pero abres la boca y dejas que te la introduzca. Pasas la lengua por entre sus dedos, gustando el "desagradable" sabor de tus jugos, ese sabor salado y único, hasta dejarlos completamente limpios. Después los retira y te los restriega por la cara, mojándote los labios y las mejillas con tu propia saliva.

Ahora se aleja.

-Te dejo elegir... puedo atarte a la cama, o bien puedo inyectarte esto.

Mientras habla saca del bolsillo una pequeña jeringuilla.

-Te dejará algo dormida, y te impedirá realizar cualquier movimiento que requiera un poco de esfuerzo, pero no perderás la conciencia. ¿Qué prefieres?. Te aconsejo el pinchazo.

Dudas unos segundos. En muchas ocasiones, el miedo se confunde con la excitación, y la excitación con el miedo; ahora no sabes lo que sientes, y no estas segura de querer continuar con esto.

  • Alfonso - dices, insegura- me gustaría volver a casa.

Su expresión se torna enojada. Tras unos segundos, dice, sereno:

-Está bien, como quieras. Ponte el vestido y nos vamos.

La idea de perderlo te aterra más que lo que pueda ocurrir esta noche.

-¡Vístete!- te grita.

Miras al suelo y le ofrezces el brazo para recibir el pinchazo.

Eres muy susceptible a las agujas, así que cierras los ojos mientras te pincha.

Pasado un rato comienzas a sentir sus efectos. Te sientas en la cama, pierdes las fuerzas. Te mueres por saber lo que tiene pensado hacerte. Tal vez te azote hasta perder la conciencia; pero eso ya lo ha hecho otras veces, así que lo descartas.

Te cuesta mantenerme sentada en la cama. Dejas caer tu cuerpo sobre el sucio colchón.

Se acerca a la cama y te mira. Te acaricia suavemente el rostro con la mano y te besa. En este momento deseas que te haga suya, que te desgarre las bragas y te tome salvajemente. No tienes fuerzas para hacérselo saber. No te salen las palabras. Su boca se acerca a tu oído y, por primera vez, le oigo pronunciar esas palabras que durante tanto tiempo he deseado escuchar: "nunca olvides que te quiero".

Intentas decirle que te folle, que no espere un solo segundo, que no puedes esperar más.

Se levanta, para tu desconcierto, y se aleja. Escuchas el chirriar de la puerta, la llave cerrándola, el arranque del coche y, poco después, como se aleja. La droga, o lo que sea que te ha inyectado, ha disipado el miedo.

El tiempo se pierde, o tal vez se haya parado, no lo sabes. Tomas aire, cierras los ojos y desnudas tu alma:

Ves a tu madre, tus muñecas, el triciclo -tu triciclo-, el colegio, el instituto, un beso, la universidad, la cafetería, tu novio... tu boda, tu primera vez, tu hija, ¡ay!, tu hija, tu aliento, tu razón de ser: tu vida. ¿Qué haces aquí?. Quieres estar en casa, con tu marido y tu hija...

De repente la conciencia revive los recuerdos que debieras olvidar, volviendo en un azud y desfilando ante ti como los caballitos de un tiovivo…

Pasaje 1: Primer encuentro en el supermercado

Estas en tu jornada laboral, como cada día desde hace cuatro años, trabajando en el supermercado. Estas agachada, colocando productos en las estanterías bajas. Te duele la espalda de estar tanto rato en la misma postura, pero falta poco para el final de la jornada, y en breve estaras en casa con tu marido y tu hija.

Alguien se pone a tu altura. No lo miras. Intuyes que es él. Sabías que tarde o temprano acabaría pasando. Tu has propiciado esa situación. Le dijiste donde trabajabas, te mostraste por cámara a escondidas de tu marido, le confiaste tus secretos, te abriste a él.

-Sígueme.

Su voz es penetrante, profunda. Un hormigueo recorre tu estomago.

Continuas quieta y sin mirarlo. Se levanta y se aleja. Miras hacia el otro lado, al extremo del pasillo. Ves a pocos metros a tu compañera con un carro lleno de cajas.

-Voy al baño- le informas, nerviosa.

Sigues a pocos pasos al amante al que solo he visto en fotografía. Baja por las escaleras. Se detiene frente a la puerta de los servicios de caballeros. Paras a un par de metros de él, un par de metros prudenciales. Abre la puerta, ojea el interior y te hace un gesto con la mano para que entres. Pasas por delante de él y lo miras de reojo avergonzada. Es alto, muy guapo, o más que guapo, es muy atractivo, con el pelo negro y los ojos marrones con reflejos verdes, pero con expresión grave y austera; viste traje oscuro, camisa y corbata.

Te detienes al entrar. Temes que alguien te vea allí.

Él se queda detrás de tí.

-Entra en la última puerta y espera de cara a la pared.

Titubeas unos segundos. No deeso hacerlo, pero deseas hacerlo. El hormigueo de tu estomago se hace más insistente. Comienzas a caminar hasta llegar al final y entras. Ajustas un poco la puerta y te colocas de cara a la pared, a la espera.

Pasa un rato, pasa otro, nadie entra. Ahora se abre, dejando pasar la luz de fuera, y se vuelve a cerrar. Alguien se acerca por detrás y te coloca una venda en los ojos. Sientes la presión del nudo en la parte trasera de tu cabeza. te agarra por los hombros y te da la vuelta. Por un instante dudas que se trate de él; podría ser cualquier otra persona.

Desabrocha un botón de tu verde uniforme, ahora otro, y otro. Tu corazón se acelera. Pronto desabrocha el último de los botones y te abre la camisa. Entrelazas tus brazos para impedir que se abra demasiado.

-No- te reprime.

Te tranquiliza oír su voz, pese a sonar tan severa.

-Crúzalas a la espalda.

Obedeces.

Te separa la camisa. Eres consciente de que observa tus pechos. Notas su mano agarrando el sujetador y deslizándolo hacia abajo. Tus pechos están desnudos, y ello te avergüenza, pero te gusta, te gusta que te obligue a hacer algo que no quieres hacer. Entras en el círculo vicioso de la excitación y la lubricidad. Esperas impaciente las caricias de sus manos, pero no llegan.

Sus manos se posan en tus hombros y te hacen presión hacia abajo. Desciendo hasta ponerte de rodillas. Oyes el sonido de una hebilla y una cremallera. Sabes lo que te va a hacer. Con tu marido nunca has hecho estas cosas. Te siento mal al pensar en lo que estas apunto de hacer, tienes remordimientos.

-Abre la boca.

La orden despierta un pinchazo en tu sexo.

Abres la boca. Sus manos te agarran la cabeza y su miembro se abre paso entre tus labios y se introduce, deslizándose por tu lengua, hasta la garganta. No reaccionas y te quedo inmóvil, con la boca abierta y eso metido en la boca. Te sientes extraña. Comienzas a mover la lengua, de adentro a fuera, y a explorar cada curva, cada pliegue que forma su sexo. Piensas en el pene de tu marido, y te preguntas si tendrá el mismo sabor.

Empieza a meterla y sacarla con un ritmo suave, lento y rítmico.

Pasa un rato, te frena y la saca. te agarra del brazo y te levanta.

  • Bájate los pantalones y las bragas.

Te arden las mejillas.

-No puedo.

-Sí puedes. Hazlo

-Tengo... tengo la regla.

Llevas puesto un tampón. Verá el cordón saliendo de tu cuerpo, y eso te provoca mucha más vergüenza que mostrarle tus pechos.

-Bájate los pantalones y las bragas- te repite.

No lo piensas, lo haces. Te desabrochas el botón, bajas la cremallera, te bajas los pantalones y las bragas, con las piernas juntas, intentando ocultar el cordón. Te agarra por los hombros y te coloca contra los azulejos del baño. Sientes el frió tacto de la pared en tus pechos desnudos, lo cual te provoca un escalofrío por la barriga y los brazos.

-Separa las piernas.

Obedeces.

Hay una pequeña rendija por la parte baja de la venda que llevas puesta; por ella puedes observar tus pechos hundidos contra la pared. Te separas un poco y ves tus pantalones y tus bragas rodeando tus tobillos y ocultándote los pies. Oyes la puerta principal del baño; alguien entra. Tu amante no se detiene, y su mano agarra el cordón que sale de tu sexo. La persona que ha entrado en los servicios se mete en el habitáculo contiguo al nuestro. Alfonso estira el cordón hacia abajo. Tu cuerpo se estremece. El tampón, teñido de rojo, va saliendo de tu cuerpo. Tu intimidad, la que tanto ha respetado tu marido, la que tanto pudor te ha despertado toda tu vida, está siendo violada por alguien a quien jamás has visto, y ello te provoca oleadas de nuevas sensaciones, sensaciones que no deseas que desaparezcan. Oyes el sonido de los dientes de la cremallera del hombre que se encuentra en el baño de al lado, y después el ruido que provoca el choque de la orina con el agua de la taza del váter. Alfonso se pone en posición para penetrarte. Una idea pasa por tu cabeza: no hay marcha atrás, seras una adultera, una adultera más en el mundo.

Sientes el roce de su miembro en la boca de tu sexo. Una de sus manos te agarra la cintura, la otra el pelo. Notas la presión entre tus piernas y el miembro de tu amante te invade. Oyes la cisterna del váter contiguo, pero no escuchas la puerta. Te muerdes los labios para ahogar tus gemidos. El trozo de carne te va llenando cada vez más hasta que finalmente llega a su tope. Te estira del pelo hacia atrás. Notas su aliento en tu cuello, sus labios se acercan a tu oído y comienza a susurrar.

-Escúchame bien...

Su pene va saliendo de tu cuerpo poco a poco.

-... quiero que vayas repitiendo todo lo que voy a decirte.

Más que un "sí", lo que sale de tu boca es un suspiro incomprensible.

-Ahora eres mía. Dispondré de ti cuando me plazca, y nunca recibiré una negativa como respuesta. Repítelo.

Su miembro ha salido por completo. Tan solo sientes el tacto de su punta en tu entrada.

-So... soy tu...

¡El miembro arremete contra tu cuerpo violentamente!. Cuando llega al fondo te obliga a ponerte de puntillas, por el impacto. tus palabras quedan cortadas.

-¡Continua!.

El miembro sale.

-Soy tuya. Dispones de mí...

Te embiste otra vez, pero de manera continuada.

-¡No pares, continua!.

-... dispones de mí cuando... ah... cuando quieras... ah... ah... por favor... para...

-¡Sigue!.

-No... no me negaré a.. ah.. a nada.

No deseas que pare. Estas a punto de correrte, de tener un orgasmo como nunca habías tenido.

Su miembro se separa de tu cuerpo sin satisfacerte.

Se oye la puerta de al lado.

-Date la vuelta y ponte de cuclillas.

Obedeces.

-Abre la boca. Límpiala.

Debe estar húmeda y con manchas rojas. No te apetece chupársela ahora. Recuerdas las palabras que hace apenas unos segundos te hizo repetir: "nunca recibiré una negativa como respuesta". No quieres desobedecer; si lo haces todo acabará. Abres la boca. Su miembro vuelve a meterse por tu boca. Ahora su sabor es distinto, más fuerte, salado y desagradable. Le pasas la lengua para limpiarla. Se retira y se levanta.

-Levanta la pierna y colócala sobre la taza.

Haces lo que te pide con su ayuda.

Su mano abre tus labios vaginales. Notas algo fino introduciéndose por tu sexo.

  • Espera un par de minutos a quitarte la venda de los ojos y salir. No pierdas la venda, llévala siempre encima. Esta semana nos volveremos a ver.

La puerta se abre y se cierra. Estas sola. Llevas tu mano a tu entrepierna. Palpas un cordón saliendo de tu interior. Bajas la pierna y te quitas la venda. Ves en el interior del retrete el tampón manchado de sangre. Te tranquiliza saber que te ha colocado uno nuevo.

La llamada:

Suena el teléfono. Estas en el baño y es tu marido quien lo coge. Salgo apresuradamente. Temes que Alfonso haya tenido el atrevimiento de llamarte a casa. Tu marido se acerca con el teléfono en la mano.

-Es para ti... dice que es una amiga tuya de la universidad... Julia me ha dicho...

No conoces a ninguna Julia de la universidad...

-Sí- respondo

-Espera unos segundos y haz ver que te acuerdas repentinamente de tu buena amiga Julia- me responde.

-¿Julia!?... ¡cuánto tiempo!... claro que me acuerdo de ti... ¿cómo estás?- logras reaccionar pasados unos segundos.

Tu marido te sonríe y se aleja.

-Mañana por la noche te llevaré a cenar. Di que has quedado con Julia. Te pondrás un vestido corto y escotado, pero que sea discreto y elegante. A las nueve pasará Julia por tu casa a recogerte..."