Pasajero oscuro 2. Desarrollo
Continuamos conociendo la historia de nuestra amiga y su amigo interior, esa vocecita con poder que la obliga a hacer tantas cosas que ella no desea... ¿o sí?
Para mí los humanos, tanto machos como hembras, no son más que un simple recipiente de genitales creados para mi uso y disfrute. Bueno, mejor dicho, para uso y disfrute de mi oscuro acompañante interior. Yo no dejo de ser otro recipiente más con algo que la mayoría de los otros no tienen. Y no os penséis que no soy humana... Técnicamente lo soy pero carezco de algo que la especie humana no ha dejado nunca de ensalzar: sentimientos. El espacio que el resto llena con amor, rabia, rechazo, aprecio, hobbys, viendo programas de televisión... Yo lo lleno con sexo. Sexo de todo tipo cuanto más ocasional, sucio y salvaje, mejor. La necesidad de los humanos por clasificarlo todo les ha llevado a asociarlo a una enfermedad: ninfomanía. Lo que me pasa a mí es mucho más que eso. Por lo que me explicó mi madre es algo que ha afectado siempre a las mujeres de mi familia. Nacemos con algo dentro que nos hace buscar sexo, sexo y, cuando hemos acabado, más sexo aún. En vez de verlo como una maldición hemos decidido aprovecharlo desde hace siglos. Digamos que somos prácticas: del sexo venimos y por sexo nos movemos. Todo lo demás son excusas y tonterías: sales de noche para pasarlo bien, pegarte una buena juerga con los amigos bailando, riendo, bebiendo hasta emborracharte... ¿pero cuando una noche se considera perfecta y culminada?. Respuesta fácil y unánime: cuando follas. Y quien diga lo contrario, miente. Yo simplemente me limito a aceptarlo y ponerlo en práctica siempre que puedo, sea de día, de noche, verano o invierno y esté donde esté.
Pero existen unas reglas traspasadas de generación a generación que nunca nadie ha quebrantado: niñ@s, animales y familiares quedan fuera de cualquier planteamiento. Y así lo respeta también nuestra sombra interior. Todo lo demás es factible de ser utilizado para nuestro placer.
Y si no fuera así seguramente no me estaría comiendo lo que me estoy comiendo: un buen chocho depilado rezumante de fluidos que se abre como los pétalos de una flor ante las continuas atenciones de mi lengua.
Como recipiente siempre me han atraído más los masculinos con sus pectorales y brazos musculados, su vello rizado por todo el cuerpo y sus órganos sexuales colgantes y duros como piedras, pero al final, la esencia (el sexo) puede ser igual de placentero con un recipiente masculino que con otro femenino. Y sobre esto manda mi oscuro acompañante. Yo no dejo de ser un medio para conseguir el fin pero he de admitir que hoy he disfrutado desde el primer gruñido de mi compañero al ver a aquella chica sola en la barra del bar secándose los mocos y con los ojos rojos como cerezas. Desde el principio he estado de acuerdo con veredicto inicial: una presa fácil. Y sobre eso no suele equivocarse nuestro amigo.
Antes de continuar deciros que el poder que tenemos ha sido utilizado de numerosas maneras al largo de la historia. Podría enumeraros cientos de ejemplos, la mayoría grandes nombres que todos habréis estudiado en las clases de historia, pero que sólo los poseedor@s del poder y sobretodo los que pertenecemos a familias naturales (así las llamamos a los que pasamos el poder de generación en generación) conocemos. Otra regla para apuntarse: mantener el anonimato de los iguales. Bueno, evitando rollos históricos iré al grano: muchos han aprovechado ese poder para someter a otros, en beneficio propio. Miles de guerras se han librado por culpa de este poder, millones de muertes, pero mi madre me enseñó un nuevo camino. Un buen camino. Los recipientes con un oscuro interior (o sea los humanos con este poder) lo podemos utilizar para hacer feliz a la gente. Repartir sexo por donde vayamos y por donde sea más necesitado no quisiera compararme con Teresa de Calcuta pero, de momento, he hecho muy feliz a mucha gente (y ellos a mi sombra interior). Y yo me siento feliz con ello (y con el sexo recibido también claro, una ya le va cogiendo gusto a eso)
Pero bueno, volvamos a lo que tenemos entre manos, o entre los labios mejor dicho. Más o menos hará una hora entraba en aquel bar, dispuesta a buscar una nueva presa. Nada más cruzar la puerta lo percibí. Qué olor. Mareada por la intensidad con la que aquella fragancia recorría mi cuerpo y hacía que mi sombra interior brincase y maullase como un gato lanzado al agua. Ese olor como de miel untada en un sobaco En esencia, el olor del sexo reciente, de una vagina mojada y repleta de semen seco y, por encima de eso, los lamentos de un alma herida.
No es necesaria ninguna estratagema ingeniosa o algo parecido, la culpabilidad es la mejor llave para abrirse y, de eso, ella parece ir sobrada: -"no sé qué ha pasado. Creo que lo he tirado todo por la borda- me explica entre sollozos y sorbos- "Él me dejó y yo en vez de luchar me he lanzado a los brazos del primero que ha pasado.. y del segundo.. y del tercero"
Escuchamos pacientemente ofreciendo lo que necesita, un hombro sobre el que llorar y dosis infinitas de alcohol.
Ya en la calle ella continúa lamentándose. No deja de hacerlo hasta que llegamos al que parece ser su coche. La miro fijamente con expresión de amiga del alma y ella se derrumba. Llora desconsoladamente sobre mis pechos. Mientras moja mi blusa con regueros de lágrimas yo le acaricio lentamente la nuca, haciéndola sentir que yo estoy allí, con ella, para todo lo que quiera y necesite.
Ella se separa de mis pechos y me mira fijamente. Pobrecita, ella no lo sabe pero no tiene ni una sola oportunidad. En mi interior algo se retuerce con virulencia y ambos sabemos que ha llegado el momento.
Me siento flotar, invadida por una energía infinita mientras levanto su barbilla y mis labios se acercan a los suyos. Ella parece no inmutarse ante unos labios femeninos completamente desconocidos. Al contrario, los recibe con ansia y desespero.
Sus labios dejan paso a mi lengua, enredándose con la suya en un pulso sin ganador.
Tampoco se inmuta cuando una de mis manos recorre sus pechos, bastante más generosos que los míos, ni cuando sus pezones se endurecen bajos mis atenciones. Decididamente es un alma sin fondo, un ser truncado, un pelele a merced del sexo, que parece ser el único punto de apoyo una vez ha desaparecido su gran amor.
Una de mis manos cae veloz en sus pantalones y los desabrocha con el famoso chasqueo de dedos de mi amado amigo oscuro. El aroma que hemos captado antes en el bar se intensifica mezclándose con el sabor de su saliva. Mi oscuro interior se agita al notar el sabor a polla que desprende la pobrecilla. Yo hubiera salido por patas, asqueada y rascándome la lengua con un rastrillo pero mi morador no hace más que motivarse y noto como empieza a tomar el control de todas y cada una de mis extremidades.
Lejos de amilanarse, ella bebe de mis labios con deleite y entrega, fundiendo su lengua dentro de mi boca sin atisbos de indecisión. Hasta sus piernas se separan unos centímetros y sus caderas bajan otro tanto demostrándome su anhelo, su deseo, su predisposición.
Al colarme en sus bragas ella abandona mi boca incapaz de reprimir un generoso suspiro que muere sobre mi cuello. No puedo evitar que se me ponga la piel de gallina al notar su aliento surcando es piel tan sensible.
Mis dedos la penetran y ella responde con generosidad, dejando caer todo su peso sobre mí e incapaz de hacer otra cosa que no sea emitir gemidos cada vez más seguidos. Veo como se muerde un labio y mantiene sus ojos cerrados con fuerza, es evidente que se avergüenza de la respuesta de su cuerpo: un derrame continuo de su concha sobre un dedo . Dos dedos y , finalmente, tres que se la follan sin parar.
Mi oscuro amigo hormiguea en mi garganta. Sé que está hambriento. Sé que ni un cordero de cinco quilos podría saciarlo ahora mismo es otra cosa lo que necesita.
Sin saber cómo estoy de cuclillas. Su gruta abandonada por mis dedos queda ante nuestra cara. Ahora la intensidad del aroma es mareante. Despojarla de su ropa interior no reduce la intensidad precisamente.
A ella parece no importarle estar en un aparcamiento al aire libre con una desconocida que acaba de bajarle los pantalones y las bragas hasta los tobillos . Eso nos gusta. Disfrutaremos con ella y ella con nosotros. Nos gusta el calor que desprende su piel, lo mucho que arde y supura su sexo. Un sexo depilado con su rajita rosa brillando libre de pelos bajo la tenue luz de las estrellas A mi amigo se le hace la boca agua ante esa herida acolchada y ya sabéis por que parte de mi cuerpo babea el muy cerdo (por algo acabo siempre con las bragas empapadas...)
Con la espalda apoyada contra la puerta de su coche ella adelanta levemente su pelvis deseosa que continuemos desde ahí abajo. Tanto yo como mi amigo sabemos la causa de esa necesidad. Esa alma rota lleva mucho tiempo siendo utilizada, siendo follada, siendo un mero agujero. Seguro que no recuerda la última vez que le comieron el coño. Acuclillados olemos, vemos y sentimos sus desesperación, sus espasmódicas contracciones la delatan y sus manos abriendo y separando sus pliegues no hacen más que confirmarlo.
Desde tan cerca su propio aroma y del que hace poco ha pasado por ahí se nos hace tan insoportable como irresistible. Como siempre gana él y nos hundimos en esos efluvios con la nariz como estandarte y la lengua como estilete. Los restos de semen no son más que un aperitivo ante su infinito plato principal: esos chorretones de placer que emanan sin parar de las paredes de su vagina. Su clítoris se hincha y nuestra lengua lo maltrata una y otra vez, como un boxeador entrenando con esas bolitas colgadas del techo: pim-pam, pam-pim.. Con la lengua clavada en ella y tragando desde ahí abajo se nos hace difícil discernir qué espectáculo es más sobrecogedor: su escaso vello púbico enredado y mojado con nuestra saliva, su vientre plano encogido en un espasmo continuo, sus pechos temblando a causa de una respiración cada vez más entrecortada, sus pezones deslumbrándome con su dureza, su lengua relamiendo el labio superior, esos ojos cerrados con fuerza casi dolorosa o esas estrellas que brillan a miles de años luz de nosotras.
Ella se ha girado. Su cara y sus tetas se aplastan contra una de las ventanillas y nuestra lengua ya la recorre por completo desde su femenina herida hasta su maloliente cloaca. Maloliente puede ser en algún caso, pero deliciosa también. Cómo suda sobre nosotr@s, cómo nos entrega si delicia anal abriéndose las nalgas con fuerza y dejando las marcas de sus dedos en su lechosa piel. Cómo nos entregamos a ese sabor cerrado, de férrea textura y sudorosa delicadeza.
Y mientras dejamos la marca de nuestras mejillas en lo más hondo de su alma captamos un movimiento a nuestra izquierda. Con la lengua aún en el esfínter nos ladeamos un poco lo justo para ofrecerle a un joven macho la vista más turbadora que verá en su vida. Boquiabierto, y con un cigarro colgando de sus labios, es incapaz de sorber el humo. Respira porque es un acto reflejo que si no
Me levanto y continúo penetrando ese lindo chochito con dos dedos. Con la otra mano le hago un ademán para que se acerque. Él obedece hipnotizado por el sonoro chapoteo de mis dedos.
Sus ojos continúan clavados en donde mis dedos desaparecen y yo aprovecho su estupor para birlarle ese cigarro de la boca. Ni se ha dado cuenta. Pobrecito. Igual es la primera vez que ve a una mujer desnuda en un parking mientras otra le trajina el chocho casi hasta la muñeca. Humanos, que existencia tan vulgar.
Aspiro con fuerza llenando mis pulmones de veneno y lo aparto de mi boca con los dedos recién sacados del chocho.
Devuelvo el pitillo a sus labios, asegurándome de que mis dedos pasen bien cerca de sus fosas nasales.
El aroma le hace abrir las aletas de su nariz y llega como una exhalación hasta su cerebro que responde con un impulso nervioso, obligándole a abrir sus ojos como verdaderos platos de ensalada. Su cuerpo responde ante las dos drogas más potentes del mundo: nicotina y sexo. Ante la primera aspirando sin querer del cigarro y, ante la segunda, generando una prominente tienda de campaña en sus pantalones.
Vuelvo a recoger ese cigarro y lo substituyo por mis dedos, recién extraídos. Su lengua navega sobre ellos sin reparos, succionando y catando la excitación de nuestra amiga que sigue moviendo sus caderas de forma compulsiva sin importarle la nueva compañía.
A la expectativa de las acciones que decida emprender el espontáneo, y ya de cuclillas, retomamos los trabajos de prospección vaginal.
Hay que ver con qué facilidad entran los tres dedos. Qué maravillosa es la anatomía femenina. A buen seguro que con un poco de esmero entrarán todos
Así contando y sumando dedos recuerdo al silencioso espectador. Sigue ahí plantado con cara de preocupación mientras mira hacia todas partes. Parece que le da cierto miedo que lo puedan ver mi oscuro compañero sale raudo y veloz a darle un empujoncito de ayuda.
Abre mi boca y saca mi lengua. Yo no haría eso nunca.
La "indirecta" no parece tener efecto.
Potenciamos la invitación con el típico movimiento de la mano simulando una paja, pero bien cerca de nuestra boca.
Sin acabar de creérselo, se va acercando lentamente.
-"¿Te la podrías sacar tú mismo. Como podrás ver tengo las manos bien ocupadas" Madre mía como hará para hacerme decir esas cosas.
La voz suena diferente a la mía, mucha más enérgica. Los que la oyen no tienen opción. Y así está el joven, con su dura polla apuntando a mi boca. ¡Cómo me he de ver!
La abro.
Una polla desaparece.
Un coño, el mío, empieza a gotear.
Mi oscuridad interna ya no cabe en mí. Siento como sacude todo mi cuerpo y activa todas mis zonas erógenas que ya responden hasta al leve roce de la brisa nocturna. Así de cuclillas puedo notar hasta las invisibles costuras de los tejanos clavadas en mi coño, los suaves encajes del sujetador rozando mis pezones, mi camiseta tocando mi cuello y, lo mejor: la textura de la piel de esa polla arrugándose entre mis labios, la suavidad de ese capullo martilleando sobre mi lengua y su sabor . Ay su sabor: insondable, inabarcable, indescriptible deshaciéndose en mi paladar.
El enrojecido mástil bombea sin muestras de desfallecimiento, marcándome un ritmo que prolongamos, idéntico, hasta el coño de ella. Sus piernas flojean incapaces de resistir el torrente de placer que le estamos ofreciendo.
Veo como tiembla, como jadea como nos la follamos con nuestros dedos y YO necesito tocarme, sentir MIS dedos hundidos en mi propio coño. Quiero sentir lo que ella siente.
Desalojo su linda vagina. A mi derecha mis cinco dedos completamente empapados. A mi izquierda una polla destacable. Delante un coño dilatado y con ganas de morir llorando. Abajo mi coño esperando atención de mis manos la ecuación tiene una solución fácil, evidente Así que, no sin antes darle un beso de despedida, saco esa polla de mi boca y la dirijo reluciente con mi saliva hacia el nuevo objetivo. Con la punta de la su polla apoyado en plena diana, un simple y potente golpe de cadera hace el resto.
Él resopla al notar el guante rosado de carne cruda cerrándose alrededor de su verga. Ella grita sorprendida por el nuevo invasor, pero sin ni siquiera girarse a ver quién o qué se la está follando. No tiene necesidad de saberlo, sólo de sentirlo. Y para eso no hace falta perder el tiempo ni energías mirando. "Bien hecho. Muy inteligente"- siento como susurra mi interior. Mi interior también debe estar orgulloso de cómo las manos de él se aferran a las caderas de ella, como su vientre choca contra sus nalgas, como su polla la abre sin concesiones .
Apoyada en el coche junto a ellos, observo esos dos cuerpos dándose placer, fundiéndose en un único ser convulso y babeante mientras me fumo otro cigarro. Yo tengo más que suficiente mirando, pero mi amigo necesita más y lo busca desplazando mi mano entre mis pantalones y mi piel y hurgando en lo más hondo y húmedo de mi ser, como si quisiera tocarse él mismo. Como siempre mi coño se traga mis dedos con facilidad, glotonería y mi amigo interior se va tranquilizando al sentirme tan cerca de él, surcando mis pliegues, abriendo mis labios y rozando las zonas más sensibles del mundo.
Con el truco de magia "vamos a hacer desaparecer unos dedos"- en marcha, él observa mi mano moviéndose. Está tan cerca que acabamos besándonos y mientras nuestras salivas se funden, él me aparta la mano con la que me estoy masturbando, ocupándose él de esos menesteres. Desde luego no son tan efectivos como los míos pero a ella no parece importarle demasiado. Se ha lanzado como una leona sobre mis dedos. Parece que tiene ganas de probar cuál es mi sabor. Y vaya si lo hace, con las envestidas del macho mis dedos van entrando y saliendo de su boca sin que yo mueva un músculo.
Tres cuerpos unidos en uno solo, tres sexos satisfechos al unísono, tres voces convertidas en un jadeo . Tres vidas y un destino.
Un destino al que llega ella como una exhalación, cerrando sus ojos con fuerza, abriendo su boca y empezando a exhalar cada vez más rápido, más seguido. Su espalda empieza con una ligera curvatura hasta ser un arco y empezar a crujir, los jadeos mueren en su garganta y, de repente, sus ojos se abren, sus dedos intentan aferrarse al vidrio de la ventanilla hasta encontrar un borde sobre las puertas, los jadeos vuelven acompañados de un grito casi animal y entonces tiembla, tiembla. Y se corre. Se corre.
Nos encanta ver como se corre. Parece que su cuerpo haya sido depositado en una dimensión hecha de algodón, totalmente ajena a las bestiales sacudidas que le sigue propinando el chaval . Al que no le falta mucho para unirse a ella. Por alguna razón sus dedos han dejado de follarnos. Por alguna razón él cierra los ojos con fuerza. Por alguna razón se concentra en esa bola ardiente que le sube por las piernas en dirección a las pelotas, y cuando llega sus ojos se cierran con tanta fuerza que el párpado inferior parece el superior y viceversa. En cambio, su boca se abre y exhala e inhala a la vez, como un moribundo que ve escapar su alma hacia el más allá. Y allí es donde están ellos dos en estos momentos. Sus cuerpos siguen conmigo pero sé que sólo son sus cuerpos. Ellos están en un viaje de miles de años luz en un único segundo
Ya de vuelta, él respira hondo con su cara apretada contra la espalda de ella, reposando sobre ella con todo su peso. Nos mira. Sonríe en una mueca extraña deformada por la postura. Ella también nos mira. Su cara sigue contra el vidrio de la ventanilla. Su sonrisa es tan ridícula como la de él.
Ambos alargan sus manos hacia mí pero yo ya no estoy. He desaparecido. En esencia les sigo hasta casa de ella, impregnada en los dedos de él, en la boca de ella, en sus tetas de donde no desaparezco hasta que se duchan, y me convierto en leyenda, en algo que explicar a sus amigos el día de su boda.