Pasajero oscuro 1. Presentación

Nuestra protagonista no está sola. Una vocecita interior la obliga a hacer cosas que ella desaprueba.... aparentemente. Conozcámosla.

Consigo saltar de la cama para ir a trabajar, pese a la persistente sensación de desesperación que había florecido en mi interior desde que había abierto los ojos. Me siento envuelta en una niebla de dolor que sólo sirve para recordarme que era un dolor carente de propósito y que parecía inútil repetir el ritual vacío del desayuno, el largo desplazamiento hasta el trabajo... ningún motivo en absoluto salvo la esclavitud de la costumbre. Con el tiempo he descubierto que, por más que nos esforcemos, aún no se conoce una forma de impedir la llegada del lunes por la mañana. Y lo intentamos, por supuesto, pero el lunes siempre llega. Es un pensamiento que siempre me ha regocijado y como me gusta ser práctica y repartir felicidad allá donde voy, aporté mi granito de arena para parar un poco el golpe del inevitable lunes por la mañana tragándome la polla que había dormido en mi cama. Tragaba y tragaba, subía y bajaba mi cabeza y era feliz sabiendo que, al menos, ni yo ni el cuerpo que acompañaba a esa polla estábamos pensando en que era el maldito lunes por la mañana. A mi me importaba una mierda si era lunes o domingo de resurrección. Mamaba esa verga porque era el único instante de mi existencia en que todo parecía un campo lleno de flores meciéndose al son de una suave brisa primaveral. No sólo me pasaba con las mamadas, también cuando me follaban, me enculaban, cuando me comían la almeja... por generalizar un poco podría decir que con el sexo en general. Pero como siempre todo acababa de sopetón: justo cuando me relamía recogiendo los restos de su semen en mis labios, ese vacío interior tan doloroso empezaba a crecer de inmediato. Ni siquiera el haberme ahorrado el almuerzo podría consolarme. Ducha, vestimenta y, al metro, con ese congojo reconcomiéndome cada vez con más intensidad.

En medio de la muchedumbre yo no era nadie y el resto que se desplazaba conmigo tampoco lo era para mí. Podía encontrarme cada día a la misma persona durante una semana seguida y no importaba, sabía que nunca cruzaría una palabra con ella. Para mí sólo importaba lo que tenían entre las piernas, dentro de sus ropas: me divertía pensar en los hombres que me rodeaban como contenedores de pollas: pollas enormes, pollas pequeñas, pollas diminutas, pollas anchas, pollas impotentes, pollas operadas, pollas aún con restos de un polvo reciente... pollas, pollas, y más pollas zarandeándose algunas como badajos colgadas del cuello de una vaca, otras aplastadas hacia una lado entre la piel y la ropa... muchas formas, medidas, sabores y estados pero todas creadas para dar sentido a mi existencia. Y lo que aún hacía crecer más mi dolor interior era lo que pasaría si yo dejase rienda suelta a lo que continuamente susurra esa vocecita grave que vive dentro de mí:

arrodíllate y empieza a sacarlas de esos pantalones, y cómetelas una detrás de otra,

bájate los pantalones, las bragas y deja que te follen todos por donde más les plazca

Si yo hiciera eso ahí mismo, la gente se taparía la boca, los ojos, gritaría, se santiguaría y me tildaría de un montón de cosas pese a que, en el fondo, no habría ni uno solo que no desease utilizarme, en el caso de los hombres, o que le hicieran lo que me estaban haciendo a mí en el caso de las mujeres. Esa puta hipocresía es la que me jode de veras.

Evidentemente he aprendido a saber cuando puedo obedecer o no a mi vocecita. El método de control que me enseñó mi madre es estricto y lo sigo a rajatabla para no aterrorizar a los que me rodean, gente normal que si supieran lo que pienso y lo que soy capaz de hacer cuando mi vocecita coge el control pues saldrían corriendo ahora mismo de mi lado. Evidentemente llego a la estación donde hago trasbordo y todo sigue en su sitio, pantalones, bragas... todo.

El nuevo vagón está a reventar cosa que no ayuda a tranquilizarme con tanta polla rozando mis muslos, mis manos, mi trasero. Sé como acabar con ese dolor pero las normas de mi madre son severas: he de pasar desapercibida, parecer humana y no atraer la atención de la gente. Todo se resume con aquella frase que aún recuerdo como si fuera ayer: el mejor depredador es aquel que no lo parece."

Justo en este instante unos dedos me rozan las nalgas. Todo mi ser interior se pone en guardia, con los sentidos agudizados. Ambas sabemos que no ha sido un contacto casual. La evolución del mismo a lo largo de la raja de nuestro culo no hace más que confirmar nuestras sospechas.

Suponemos que él debe sentirse un ser todopoderoso ante una presa indefensa y aterrorizada, sobretodo al notar como nos aprisiona con su cuerpo contra la puerta del vagón mientras nos apunta con su ingle endurecida y sus manos buscan nuestro pecho. Lo catalogamos como un depredador tenaz y profesional: nadie de ha dado cuenta de sus maniobras ni de como evoluciona por debajo de la camiseta. Se coloca en el punto justo para ocultar su mano surcando nuestra entrepierna por encima de los pantalones intentando seguir su trazo vertical. Justo en el instante que encuentra la posición correcta siento ese ronroneo tan familiar en mi interior. Ya lo echaba de menos. Ha tardado demasiado. Generalmente aparece nada más entrar en una sala que compartimos con otro como

nosotr@s

. Siento ese frío recorriendo mi espinazo, esa opresión en mi garganta como si no hubiese espacio para los dos dentro de mi cuerpo. En definitiva, como se prepara para tomar el control de la situación:

mi mano recorre la pequeña distancia que nos separa, situándose sobre su paquete.

Su reacción es inmediata y, de un brinco, genera un espacio entre nosotros que hace un instante no existía. La gente que lo rodea se queja pero ni él ni yo oímos nada. Nuestras miradas se cruzan, nuestros ocupantes interiores entablan contacto y en su cara aparece algo muy cercano al temor.

Nos hemos equivocado, no era un depredador. Es un simple carroñero que sólo disfruta de presas atemorizadas y sin atrevimiento. Desde luego se ha equivocado con

nosotr@s

. Queda claro que no le ha gustado mi iniciativa y toda la gracia del juego se ha evaporado junto a su excitación. No así la mía: mi pecho sube y baja nervioso incapaz de retener tanto aire y tanta sangre. A medida que él se retira entre el gentío mi ronroneo interior va perdiendo intensidad pero no el dolor físico de vacío que siente mi cuerpo ante una ocasión perdida.... de nuevo me siento sola en ese vagón infestado de gente.

Ya en el trabajo, intento refugiarme en la rutina del trabajo para dejar de lado ese dolor, pero es imposible. Cierto que ya sólo es un pequeño pálpito concentrado en mi ingle pero es tan constante...

Siempre he pensado que mi oscuro pasajero interior vive alojado en el centro de mi cuerpo, allí donde se está más cómodo por lo acolchado y caliente... en mi vagina. Siempre que ha de aparecer por la causa que sea, como por ejemplo el carroñero de esta mañana, ocupa otras partes de mi cuerpo y cuando desaparece sin ser saciado deja un vacío en todo mi cuerpo que soy incapaz de soportar. Pero lo peor de todo es que ese vacío de mi cuerpo no puede compararse con el vacío que queda en mi coño. Y cuando siento eso sólo hay una solución posible: rellenarlo con algo cuanto más duro, caliente y ancho, mejor.

Me levanto de mi silla y dirijo mi mirada oscura hacia una de las pollas usuales. Los ojos del cuerpo que le dan vida me siguen en mi camino hacia el baño. El contorneo de mis caderas y el aroma que desprende mi entrepierna sería plenamente perceptible para otro ser como yo, pero el que me mira ya está acostumbrado y, sin notar mi aroma, ya sabe lo que necesito.

Dentro de la cabina espero sentada en la taza desnuda de cintura para abajo. Doy gracias a Dios por haber creado los baños de minusválidos mientras la puerta se abre y veo la polla esperada apareciendo tras ella y dentro de unos inoportunos pantalones.

Sin mirarle a la cara – para qué?- desabrocho y bajo la cremallera desesperadamente. La saco de tan férrea prisión y me la trago sin pestañear.

Llega perfectamente preparada y con su sabor intacto. Lo voy traspasando a mi boca con lametones rápidos y absorciones exageradas. Una de mis manos la sostiene mientras la otra masajea sus huevos con cuidado. Ese sabor único en todo el universo siempre consigue atraer a la sombra interior que llega aullando y clavando sus afiladas garras en las paredes de mi vagina haciéndola chorrear y obligándome a levantarme, darme la vuelta y apoyar una mano sobre la cisterna del inodoro mientras con la otra me separo una nalga.

Eso le encanta a mi oscuro pasajero, observar la polla en un primer término con mis ojos más oscuros, babeando por uno de ellos... precisamente por el que se introduce esa dura y enrojecida polla. El oscuro pasajero se sacia de inmediato al sentir como nos ensartan desde atrás con violencia. Yo me veo obligada a separar mis labios en una silenciosa expresión de placer, sacar la lengua por ellos, tensar todos mis músculos y empezar a sudar por todos los poros de mi piel.

Para mi sombra interior, en ese preciso instante, toda la rutina mierdosa de la mañana adquiere sentido: me ha hecho levantar para que nos follen, hemos cogido el metro para que nos follen, hemos aguantado sudor y el contacto de toda ese gente, no para ir al trabajo, no, únicamente para que nos follen, para que nos follen como lo están haciendo ahora.

Para él/ella el tiempo que pasa entre polvo y polvo no son más que una estupidez. Todos esos lapsos parece estar en mi interior para tocarme los cojones, susurrarme directamente en mi cerebro guarradas que yo sería incapaz de plantearme siquiera... pero en momentos como este no hay ninguna puta duda que el universo está en armonía alrededor nuestro... alrededor de mi cuerpo y de su ser. Él/ella parece desplegarse dentro tomando el control de mi cuerpo, haciéndome jadear, temblar, sacudir mis caderas. No hay duda que eso lo hace él/ella. Yo no podría hacerlo y mucho menos lubricar de semejante manera. No, yo no puedo ser esa. Pero de lo que no hay duda es que él/ella y yo nos convertimos en un ser único que jadea, suda, chupa, lubrica al unísono. Ahora mismo somos nosotros.

Por eso no es de extrañar que mi oscuro pasajero le pida que me meta un dedo en el culo y él piense que se lo he pedido yo. Es normal si esas palabras han salido de mi boca. Pero juro por Dios que esa que ha dicho eso no soy yo. no. Somos

nosotr@s

que lo hemos dicho. Y aún menos soy yo la que, cuando él me mete el dedo, aúlla y grita de placer pidiendo más fuerza e intensidad.

Entonces él me da unos golpecitos en las nalgas que yo no acabo de entender pero para mi oscuro compañero son como un anuncio de luces de neón en lo alto de un rascacielos y, sin saber cómo, consigue que me arrodille y me gire con la boca bien abierta y dispuesta a recibir su espesa y caliente afrenta.

Él se pajea con fuerza, cosa que no podemos consentir, y nos volvemos a tragar su polla en el momento justo que explota con violencia desmedida.

No hay ningún momento como este en todo el día, el único instante que me siento yo, sin esa vocecita susurrando sin parar. Mi sombra recibe su dosis. Esa dosis que la llena de vida y ahoga por completo ese dolor que nos persigue desde que nos levantamos.

Ya sola me vuelvo a vestir y acicalar eliminando esos restos en las comisuras de mis labios. Recojo un pequeño grumo de la camiseta y lo guardo con el resto acallando el ronroneo de queja que crece en mi interior. No soporta que se desaproveche nada.

Ha estado bien pero, ¿ahora qué?. El efecto de esta dosis no durará mucho y el dolor interior vuelve a crecer. Lo siento como una bola de helado en mi estómago que irá creciendo hasta la próxima vez... Es agónico no saber cuando será.

La puerta del baño se abre lentamente.

Quizás no tenga que esperar mucho... Ese ronroneo, ese sudor frío subiendo por mi espalda y esas uñas clavadas en lo más hondo de mi coño así me lo indican.