Pasado tormentoso (FINAL)

Capitulo xviii

CAPITULO XVIII – Expiación

Han pasado tres semanas desde el incidente del hospital. Curiosamente, no he tenido noticias de Ángela, afortunadamente, mi mano sanó, y poco a poco he ido retomando mis actividades diarias.

Entre rutinas del trabajo y en inicio de una vida en común con María Fernanda, mi vida se ha vuelto algo estable, la cotidianidad con ella es especial.

Ese día en la oficina, estuvimos muy atareadas con reuniones, firma de documentos, planificación, porque mañana partimos de viaje, por negocios… decidimos ir a almorzar, eran poco más de las dos de la tarde.

- No doy para más, necesito comer o moriré – Dije con mi mejor cara de drama.

- Exagerada. Vamos a parar por un momento y salgamos a comer algo, tenemos días que comemos aquí en la oficina, ya por hoy no tenemos reuniones pendientes, comemos con calma y regresamos a firmar el resto de documentos. Hay que dejar todo listo hoy antes del viaje.

- ¿A quién dejamos a cargo mientras estamos fuera?

- Dejar todo esto listo permitirá que la empresa se gestione mientras estamos fuera, dejamos al Gerente General con la única responsabilidad de hacer que se cumplan estos procesos.

- La mejor decisión fue elegirte como vicepresidenta, tienes visión para estas cosas.

- Y tú tienes tremendo potencial para lograr lo que quieras – Me dijo, acercándose a mí y dándome un beso.

Salimos hacia el estacionamiento, pero María Fernanda tuvo que devolverse, dejó la cartera en su oficina. Yo terminé de bajar, iba a preparar el auto mientras la esperaba. Mayor sorpresa, cuando veo sentada en el capó a Ángela. Esto me disgustó bastante, pero traté de mantener la compostura.

- No sé qué haces aquí, pero te sugiero que te vayas antes que llame a seguridad.

- Tiempo sin saber de ti, ¿así me recibes? – Dijo, bajándose del capó.

- No tengo intención de mantener una conversación contigo.

Le di la espalda, y traté de regresar al edificio, pero, sentí cómo de repente se aferró a mí violentamente. Como pude, me la saqué de encima.

- No me vuelvas a poner una mano encima. – Dije, enojada.

- ¿Ni siquiera vas a escucharme? – El cinismo en su rostro era perceptible.

- No quiero saber nada de ti, entiéndelo.

- No te creo, en el fondo, aún me amas.

- ¿Estás delirando? Crees que después de todo lo que hiciste, ¿siento algo? Te felicito por tu elevada autoestima.

- Ya, no juegues, deja de hacerte la dura y vamos a hablar. – Se acercó demasiado, me tomó de la cintura, tratando de besarme.

Para mi mala suerte, María Fernanda venía entrando al estacionamiento, pero tampoco es que tardé mucho en reaccionar, mi puño aterrizó en su cara, tan contundentemente, que cayó al suelo, y apenas podía moverse.

- Eva, ¿qué sucede? – Preguntó María Fernanda.

- Nada, apareció de repente, pretendiendo molestar, se acercó demasiado y mi instinto de preservación prevaleció. – Esto último le causó gracia a María Fernanda, quien solo miraba a Ángela, con desprecio.

- Eva, por favor, tienes que escucharme. – Decía Ángela, aún sin poder levantarse.

Me agaché junto a ella, y la tomé de los cabellos.

- Escúchame bien, ya estoy harta de ti, y de tu porquería barata. Asume las consecuencias de lo que hiciste, no me interesa saber por qué hiciste lo que hiciste, eso no cambiará las cosas, así que no quiero tus explicaciones. Me martirizaste inmerecidamente, jugaste sucio, y ¿aún pretendes querer acercarte a mí? No me hagas reír. Espero que lo que sea que te haya motivado a hacerme semejante canallada, haya sido de provecho, para que al menos tu “sacrificio” tenga sentido, de otro modo, allá tú y tu conciencia por lo que te queda de vida.

- ¿Qué te dijo Soraya? – Decía, tratando de zafarse de mi agarre.

- ¿Qué tenía que decir? – Preferí mantener en secreto la conversación con Soraya.

Vi que mi respuesta la desconcertó, cosa que me causó gran satisfacción. Desarmarla sin darle tiempo a rehacer sus tretas me daba confianza para continuar.

- ¿Qué harías por alguien que amas? – Miró, suplicante.

- Deja la retórica para otro día y explícate bien.

- A veces no tienes más opción que sacrificar algo que amas por un bien mayor. – Dijo, con lágrimas en los ojos.

- Nada de lo que digas justificará una mentira tan cruel – Al decirle esto, dejé caer toscamente su cabeza al suelo, pude escuchar que se golpeó.

Me levanté, volví a mirarla, traté de ser lo más contundente posible.

- Me querías fuera de tu vida, lo lograste. Y ahora que pretendes regresar a mí, soy yo quien te quiero fuera de mi vida. Jamás vuelvas a cruzarte en mi camino. Me das asco.

No dijo cosa alguna. Rompió a llorar. Tomé de la mano a María Fernanda y fuimos al vehículo.

Le pedí a María Fernanda que condujera. No pude evitar llorar durante el trayecto.

- ¿Pasa algo? – Preguntó María Fernanda, quien se veía bastante triste.

- No, mi amor. Solo estoy algo abrumada, molesta, no encuentro justificación a tanta maldad. En parte me estoy liberando, estuve cargando todo este tiempo con un peso que no me permitía vivir plenamente. Si te soy sincera, habría preferido no verla más, pero, supongo que esto era inevitable.

- A veces enfrentar el dolor puede ser liberador. El día que me hiciste “hablar de más”, en realidad sentí que me quité un peso de encima. Nunca hable de eso con nadie, Helena sabía porque es mi amiga de toda la vida, creo que en vez de desahogarme, solo me sepulté en mi dolor y me aislé. Cuando te conocí, hubo algo, sentí de nuevo, fue inesperado. Pensaba que había sanado, pero no. – Dijo, mostrándose dubitativa.

- No es cosa fácil lo que viviste. Te admiro por tu fortaleza. Ese día me sentí muy mal por las cosas que dije.

- Tampoco es que te lo puse sencillo. Pero creo que así debía ser.

Vi que no se dirigía hacia donde creí que iríamos, conocía el camino, no sabía qué haríamos ahí, pero preferí esperar a ver.

Al llegar, se detuvo en el puesto de flores, tal y como hice muchas veces. Estábamos en el cementerio.

- “¿Terapia de choque?” – Pensé.

Bajó del vehículo sin pronunciar palabras, fui tras ella al momento. Compró algunos crisantemos blancos y me pidió que la siguiera.

Estaba acostumbrada a entrar y continuar en dirección al norte, pero María Fernanda se desvió ligeramente al oeste. A medida que caminábamos, podía ver que comenzaba a temblar. Me aferré a su brazo, para sostenerla.

- Por más que pasa el tiempo, no me acostumbro, no me resigno. – Lágrimas brotaban de sus ojos.

La acompañé en silencio. En la distancia se podía ver una lápida que destacaba en relación a las restantes. Tenía un jarrón con motivos infantiles, algunos juguetes, carritos, y un molinillo de viento, con colores vistosos. Hacía brisa, así que se movía incesantemente.

Muy serena, colocó los crisantemos en el jarrón, se sentó, y me invitó a acompañarla.

- Conoce a mi bebe. Era un varoncito. Faltaba poco para tenerlo conmigo, si no fuera sido por…

- ¿Qué tiempo tenías?

- 8 meses y medio. Le llamaría Marcos.

- Lindo nombre. Lamento que hayas tenido que pasar por eso.

- Duele. Y ese dolor nunca se irá. Mi bebé… – Comenzó a llorar desconsoladamente.

La abracé, no pude evitar llorar con ella. La opresión en mi pecho me cortaba el aire, no podía imaginar lo que estaría sintiendo ella.

- De haber nacido, tendría año y medio. Aún guardo todas las cosas que compré para él. Todo lo que quería era un bebé, no por querer formar una familia, sino porque en realidad era lo único que daría sentido a mi vida. Para ella, fue un capricho más. Pagó todo, pero nunca se involucró con las cosas del bebé. Desde inicios del embarazo tuve complicaciones, por estrés, más que todo. Helena fue mi soporte en esos momentos. Fue… es como una hermana para mí. – Decía, mientras enjugaba sus lágrimas.

- Yo no he pensado en cómo sería mi vida con un hijo, pero debe ser algo especial.

- Es hermoso, sentir como mueve sus manitas dentro de ti, cómo se tranquiliza cuando le cantas. Marcos era tremendo, muchas veces se encajaba en mis costillas y el dolor era insoportable, le cantaba para que se relajara.

- ¿Lo intentarías de nuevo?

- No sé, no lo he pensado. Todo fue tan difícil.

- Si en algún momento sintieras ese deseo, quisiera caminar ese valle a tu lado. Marcos siempre será irremplazable, pero, posiblemente una pequeña Eva te alegre un poquito las mañanas, sobre todo cuando debas cambiar su pañal. – Traté de sacarle una sonrisa.

- ¿Hablas en serio? – Miraba con recelo, pero una pequeña mueca, parecida a una sonrisa, se dejó ver en su rostro, ahogado en tristeza pura.

- No bromeo, lo digo en serio. Haría cualquier cosa por hacerte feliz, hasta darte mi ADN para que lo incubes en tu útero, no creo estar capacitada para tener algo vivo dentro de mí, así que te lo encargo. – Le dije, riendo un poco.

Su rostro cambió, sus ojos brillaban y sus lágrimas brotaban, en realidad pensé que había metido la pata, pero me abrazó con mucha fuerza, y entre sus sollozos pude escuchar cómo decía “gracias”, con esa voz que te quiebra por dentro por lo frágil que se oye.

Luego de habernos serenado un poco, nos despedimos del pequeño Marquitos y emprendimos el regreso a casa. Era increíble lo que esa mujer despertaba en mí, tanto como para hacerme decir esas cosas. Su dolor me conmovió a tal punto, que deseé tener una varita mágica que pudiera borrar todo su dolor de un plumazo, pero, algo así no era posible, así que en ese momento decidí que construiría su felicidad desde cero, bloque a bloque, fortaleciendo cada aspecto de su ser, porque lo que ha sufrido, no tiene comparación, no hay mayor dolor que perder un hijo.

Los caminos de la vida son misteriosos.

Fin de ciclo.