Pasado tormentoso (8)

Capitulo viii

CAPITULO 8 – Tejiendo hilos – primera parte.

De camino al apartamento de Dayana, tenía sentimientos encontrados. No sabía en qué terminaría esto, pero, para bien o para mal, debía descubrirlo.

Estacioné el carro, al abrir la puerta para bajarme, vacilé… pensé en los documentos y decidí dejarlos en el carro, los saqué del bolso y los guardé bajo llave en la guantera. No podía permitir que María Fernanda los viera. No quería dudar abiertamente de ella, pero tampoco podía exponer algo en lo que podría estar involucrada y poner en riesgo la investigación. Debía ser objetiva, racional, debía aislar todo lo que pudiera afectar, porque al descubrir la verdad tras todo esto, debo hacer respetar lo que con tanto sacrificio levantó mi padre. Y sí, en un segundo pensar, deseé en el fondo que fuera un error, que ella no estuviera involucrada.

Subí al apartamento, usé la llave que me dejó Dayana para abrir y entré en silencio. Ella estaba despierta, esperándome. Sujetaba en sus manos una taza de café.

- ¿Dónde estabas? – Apenas crucé la puerta se levantó del sofá.

- Tuve que regresar a la oficina, discúlpame, debí llamarte pero me distraje. – Dije mientras me acercaba a ella.

- ¿Pasó algo?

- Bueno… me llamó un miembro de mi equipo para decirme que había un problema con los servidores que no podía resolver y tuve que ir. Estoy agotada… – Suspiré y me dejé caer en el sofá

- ¿Te sirvo café?

- Por favor.

La vi caminar hacia la cocina y pensaba en lo hermosa que era. Se había puesto un camisón que presumo le dio Dayana, era notorio que no traía ropa interior, y podía deleitar mi vista viendo como sus curvas daban forma a la suave tela que la cubría. Lógicamente esto hacía que ese conflicto interno que tenía se agudizara. No lo quería, eso significaría perderla, y terminar con el corazón destrozado. ¿Corazón dije?

- Ten. Bebe esto y vamos a la cama, mira cómo estás.

- Gracias, amor.

Al decir eso me detuve en seco. El silencio se adueñó de la sala. Sentí como se sentaba junto a mí y buscaba mi mirada, que no tardó en hallar. Me regaló una sonrisa y me rodeó con su brazo derecho, inclinándome hacia ella. Se quedó en silencio mientras terminaba mi café.

Esa personalidad de ella, tan fuerte, segura, me abrumaba, pero me encantaba a la vez. Me preocupaba estar sintiendo cosas por ella, un cúmulo de ideas revoloteaban en mi cabeza y me volvían loca.

-          Vamos a dormir – Le pedí, acurrucándome en su cuello y besándolo.

-          Vamos – Dijo levantándose y llevándome con ella.

Sería la primera vez que dormiríamos juntas. Hemos tenido uno que otro encuentro sexual, pero en todos estos días, nunca dormimos propiamente. Me quité la ropa y me di una ducha rápida, con todo el trajín que había tenido me sentía incómoda, algo acalorada.

Cuando entré a la habitación, ahí estaba, recostada en la cabecera de la cama, el camisón se había subido un poco, dejando ver sus muslos en toda su extensión. Ella sabía que era hermosa, y que me volvía loca, y esa forma de mirarme, seria pero dulce a la vez… ok, ¿qué me pasa?

Con pequeños golpecitos me invitó a hacerle compañía, quise buscar algún pijama pero nuevamente llamó mi atención.

- Eva… ven… - Dejavú, nudo en la garganta, volví a recordar…

Caminé hacia ella, se levantó sobre sus rodillas, tomó la toalla que me cubría, comenzó a secarme, sin morbo, con ternura. Me miraba mientras secaba mi cabello, podía ver un brillo intenso en sus ojos, y su latido acelerado a través de la escotadura yugular.

Me dejó desnuda, y se sacó el camisón. Descobijó la cama y me llevó hacia ella, me sentía indefensa, y creo que cualquier cosa que me hubiera pedido en ese momento, la habría hecho. Pero solo me arropó, se abrazó a mí, y me dio un beso.

- Duerme, lo necesitas – Acariciaba mi rostro con delicadeza.

Perdí el conocimiento mirando sus ojos.

Cuando recobré el sentido, ahí estaba ella, mirándome, paciente.

- Buenos días, dormilona – Decía dándome un beso.

No respondí, solo la abracé y cerré mis ojos, por más que tratara de evitarlo, me sentía abrumada.

- Estás acelerada, ¿te sientes bien? – Preguntaba mientras posaba su oído en mi pecho.

- Estoy desnuda, con una mujer hermosa, que también está desnuda… ¿pretendes que mi corazón lata normalmente? – Dije, tratando de disimular.

Estalló en una carcajada que me descolocó un poco, pero verla reír así me dejó más atontada de lo que ya me tenía. De repente me miró y nos quedamos en silencio, momento que no duró mucho, porque de repente empezamos a escuchar ruidos extraños, gritos y gemidos. Nos miramos las caras y nos reímos de la situación.

- Creo que se están divirtiendo – Dijo mientras salía de la cama.

- Olvidan que estamos aquí – Dije sacudiendo la cabeza.

- ¿Me acompañas a la ducha? – Me miró con picardía.

- Negarme iría contra mis principios – Le respondí abrazándome a su espalda.

Caía el agua tibia, y el ambiente de la ducha se puso húmedo por el vapor. En ese momento me sentía la mujer más afortunada de la tierra, por estar presenciando semejante espectáculo, su cuerpo completamente empapado, su cabello repartido en ambos hombros formando cascadas que cubrían parte de sus hermosos senos, me ganaron los impulsos y me abalancé sobre ella.

- Tardaste – Dijo sonriendo.

- Este era el momento – Le dije de vuelta, antes de comenzar a besarla apasionadamente.

La tibieza de su cuerpo y la temperatura del agua incrementaba la sensibilidad, toda caricia, todo roce con su cuerpo, proporcionaban un placer intenso. Le di vuelta, quedando de espaldas a mí, me abracé a ella y mientras magreaba sus senos besaba su espalda, perfecta, suave, tersa.

Ella se apoyó de la pared y abrió las piernas, ya sabía qué quería, pero me di el lujo de desesperarla, deslicé mi mano izquierda por su abdomen, en dirección al paraíso, y comencé a masturbarla superficialmente, jugaba con su clítoris mientras con mi mano derecha la tomaba por sorpresa y la sujetaba del cuello. Mordisqueaba su oreja, lamía su cuello, y cada vez que ella buscaba mis labios para besarlos me quitaba bruscamente, cosa que la desesperaba.

- Eres cruel, me voy a vengar de ti – Sus palabras eran ahogadas, su respiración se entrecortaba.

Sin responderle, la tomé de la nuca e hice que se inclinara hacia adelante, me agaché y comencé a lamer desde la punta del clítoris hasta el ano, afincándome en su perineo, podía escuchar sus gemidos, eso me enloquecía. Por la posición se cansó en poco tiempo, pero eso quería, quedó apoyada sobre sus manos y sus rodillas.

Tomé todo su cabello con mi mano derecha, halándola hacia mí, y con la otra comencé a penetrarla desde atrás, usando uno de los dedos para estimular al mismo tiempo su clítoris.

- No pares, Eva, no pares por favor – Decía, gimiendo cada vez más.

Aceleré las embestidas en cuanto sentí que en su interior las contracciones anunciaban la llegada de un orgasmo.

Pude sentir como atrapaba mis dedos al contraerse, y se dejaba caer sobre los muslos. Aún jadeante, se dio vuelta y buscó mis labios.

- Vas a pagar – Me miró atrevida

Me abrió de piernas, y sin mediar palabras, introdujo uno de sus dedos en mí, y no sé si era por lo excitante de la situación pero no dolió, era una sensación extraña pero a la vez me producía placer.

Empezó a embestirme, y yo no podía moverme, estaba a su merced. Ella lamía mis senos, buscaba mi mirada, parecía atenta a mis reacciones.

- Dime que te gusta – Me decía mientras se acercaba a mis labios.

- No te daré el gusto – Dije esquivándola.

No hizo falta, ella bajó hasta casi quedar acostada en el suelo y comenzó a lamerme sin dejar de embestirme, y no pude evitar gemir desesperada. El orgasmo no tardó en llegar.

Ese momento espontáneo en la ducha se convirtió en una especie de juego intenso de dominación sexual, con final feliz, pues luego de eso me abrazó como nunca.

Salimos de la ducha, y tratamos de entrar en la habitación a hurtadillas, pero fue en vano.

- ¡Ajá!, par de pervertidas – Decía Dayana, quien atravesó el pasillo exclusivamente para molestarnos.

- Ustedes no se quedan atrás – Le dijo María Fernanda.

Dayana se sonrojó.

-          ¿Se escuchó mucho? – preguntó apenada.

- Lo suficiente como para que tuviéramos que darnos una “ducha fría” – Le dije riendo.

- Muchachas, hora de desayunar – Pudimos escuchar a Helena, gritando desde la cocina.

María Fernanda y yo nos miramos las caras haciendo gestos de sorpresa. Dayana fue corriendo a la cocina. Suspiré aliviada.

Entramos a la habitación a vestirnos, sin comentar lo que había sucedido en el baño, pero nuestras miradas se decían todo.

Nos reunimos con Helena y Dayana, tuvimos un desayuno “normal”, hasta que empezó el interrogatorio de Dayana.

- ¿Qué son exactamente ustedes? – Preguntaba señalándonos con el tenedor.

Pensaba responder, pero María Fernanda se adelantó, para mi sorpresa.

- Novias, ¿por? – Respondía de lo más natural, mientras troceaba las crepes que Helena había preparado.

Dayana volteó a verme, mi cara era un poema. De pronto estalló en una sonora carcajada.

- Es en serio, ¿qué son? – repetía incrédula.

- Eva, dile – Dijo sin mirarme.

- ¿Por qué la duda?, Dayana, lo que dice María Fernanda es cierto.

Dayana miró a Helena y luego volteó a ver su plato y frunció el ceño, la expresión de su rostro era de confusión.

- Bueno, siendo así, felicidades por ser capaz de sacar a mi hermana del abismo. Tienes mi bendición – Posó su mano sobre la de María Fernanda, quien solo sonrió sin decir cosa alguna.

La conversación fue desviada por Helena, quien comenzó a contarnos de su viaje, entre otras cosas.

- Muchachas, tienen que ir, es realmente hermoso, tiene vista al mar, y la comida es excelente. – Decía Helena, mostrando entusiasmo y orgullo a la vez.

- Ya con lo de la comida, es seguro que Eva se anota, ¿cierto, amor? – Dijo María Fernanda.

- Puedes estar segura de eso – Respondí terminando mi desayuno.

- La próxima vez, vamos las cuatro y así les muestro lo mejor de lo mejor, y además,  la casa invita. – Dijo Helena.

Era tentador todo aquello, y en el fondo me hacía ilusión pensarlo, pero… antes tenía que resolver unos asuntos.

Realmente quería ir a investigar y a escudriñar todo lo que pudiera, pero no podía irme y dejar a María Fernanda así, sin dar una explicación creíble, parecía estar a gusto con las muchachas, así que decidí tomarme el día al menos para estar con ella y no pensar.

Luego del desayuno, armaron un cine improvisado con un viejo proyector que era del padre de Dayana y colocaron algunos clásicos de cine francés.

Rodaba en ese momento “Le fabuleux destin d'Amélie Poulain”, de Jean-Pierre Jeunet. Nuestras amigas acarameladas en un extremo del sofá, María Fernanda se sentó al otro extremo y yo estaba sobre su regazo, y aprovechando que Dayana y Helena estaban concentradas en la película, hablaba con María Fernanda en voz baja.

- ¿Qué fue eso de ahorita?

- ¿Qué exactamente?

- Lo de ser novias.

Volteó a verme…

- ¿No lo somos?, ¿Tenía que pedirlo? – Su seriedad me hacía flaquear.

- No, solo quería saber si no fue solo salir del paso o una broma. – Dije dudando.

- Tú no eres un juego para mí, no le doy mi cuerpo a cualquiera. – Desvió su mirada al proyector.

Sentí que fue un error decir todo aquello, pero no podía recoger mis palabras.

El resto de la película se dedicó enteramente a verla, todo el contacto que tuvo conmigo se limitó a acariciarme el cabello, yo en realidad ni me movía, ya había metido la pata lo suficiente.

Todo esto me hizo pensar, ¿era ella realmente capaz de traicionarme o alguien quería hacer parecer eso?, vamos, tenía que darle el beneficio de la duda, no era necesario estar conmigo para hacer lo que presuntamente estaba haciendo, eso ya estaba sucediendo antes que yo llegara. Le di vueltas al asunto, una y otra vez, hasta que se me iluminó la materia gris.

- ¡Eureka! – Dije en voz alta.

Las tres me miraron sorprendidas, me dejé llevar por mis pensamientos.

- Disculpen, chicas, tenía la mente en otro lado.

María Fernanda me miró molesta. Traté de recobrar su cariño abrazándome a ella, le di la espalda al proyector y me concentré en ella.

- Eva, tenemos que hablar – Me dijo seria.

Lo que dijera de ahora en adelante sería determinante. Creo que debía decidir entre confiar en ella o sacrificar en favor de mantener en secreto la situación en la que inconscientemente estaba involucrada (o no).

- ¿Quieres que vayamos a tomar algo a la plaza?

- Tengo una mejor idea – Dijo, llevándome a la habitación.

- Aquí, ahora. Me dirás qué pasa, no estás siendo sincera conmigo, estás ida, no entiendo. Puedo tolerar muchas cosas, excepto que me ocultes cosas. Si no puedes confiar en mí, no puedo estar contigo. ¿Quieres esto o no? – Sus ojos se cristalizaban y sentí auténtico temor de perderla.

Me acerqué a ella buscando abrazarla y me rechazó. Sentí un bloque de hielo frente a mí, era ella, tomándome desde mi debilidad y usándola como punto de presión para hacerme hablar. Fue una jugada inteligente, me quebró.

- Esto no tiene nada que ver con nosotras, es solo el trabajo, está pasando algo que me preocupa, es todo.

- ¿Ves?, no es tan difícil decir las cosas. Me puedes decir ¿qué es lo que te tiene tan angustiada?

- Ven, siéntate – Le pedí, sentándome en la cama.

Tomó una silla que estaba junto a la peinadora y se sentó frente a mí. Vaya que era dura.

- Te escucho... – Dijo mirándome a los ojos.

- Ayer descubrí unas irregularidades en cuanto a seguridad, mandé a hacer unos análisis para comparar resultados con lo que yo había encontrado.

- Eso fue lo que te entregaron ayer, ¿cierto?

- Sí, fue eso.

- ¿Y luego?

- Ese es el problema, que los datos no son claros, entonces anoche me llamó un miembro de mi equipo, para darme más datos, pero aún sigo buscando luces.

- Y entiendo que el problema que me cuentas guarda relación con tu distracción.

- Sí, todo tiene que ver. De verdad perdona, no lo hago con intención. Solo estoy preocupada y no puedo evitar pensar.

Se quedó un momento en silencio, posiblemente procesando lo que le estaba diciendo.

- ¿Hay algo más que quieras decirme? – preguntó.

Era ahora o nunca…

- María Fernanda, te debo una disculpa por lo de hace un rato, no debí… yo…

- Tú… ¿qué? – Buscaba encontrarse con mi rostro cabizbajo.

- No lo esperaba, ni lo asumí de esa forma… no soy buena con estas cosas.

- Puedo entender, pero, hay algo que tú debes entender, y es que tus dudas te están saboteando la vida, necesitas fluir, confiar. Desde el primer momento deseé tenerte conmigo, y confié en que así sería, porque tenía la certeza de que tengo mucho qué ofrecer, no soy un cascarón vacío que llevas a la cama y sacudes tu cuerpo con él... no…

Esa mujer me estaba dando toda una clase magistral de confianza y actitud.

- Y antes que vuelvas a encerrarte en esos pensamientos que te hacen ver hacia atrás, tu presente está aquí, frente a ti, con algo qué darte, ahorita que sientes, que respiras, que vives. Hay mucho de ti que aún desconozco, pero eso es parte de esto, de explorar y descubrir, de enamorarte de esas cosas que vas descubriendo, de volar con lo que estás sintiendo. ¿Me doy a entender?

En un principio no entendía qué tenía que ver una cosa con la otra, pero lo que vino después, lo dejó claro.

- No puedes vivir con miedo a equivocarte, porque equivocarse es parte integral del ser humano. Te frenas, no confías en quien te ha entregado su cuerpo sin reservas, con lo sagrado que es para mí. ¿Y sabes por qué no confías en mí? Porque no confías en ti. Y es triste, porque yo sí que creo en ti, y sé que eres más que esto. Tienes derecho a empezar de nuevo, tienes derecho a ser feliz. Tómalo o déjalo, es tu decisión.

Las lágrimas salían de mi rostro, creo que arruiné algo que pudo haber sido balsámico en mi vida.

Ella comenzó a vestirse, en ese momento pensé que debía dejarla tranquila y no empeorar las cosas. Pero mis impulsos fueron en la dirección opuesta. Me levanté, la tomé del brazo y la estreché contra mí.

- No, no quiero perderte – Le dije con lágrimas en los ojos.

- Sigo aquí – Pude ver como una lágrima rodó por su mejilla.

La abracé fuertemente y nos quedamos así un buen rato.

- “No… definitivamente no podía ser ella, esta clase de cosas no se fingen…” – pensé.

Continúa…