Pasado tormentoso (17)
Capitulo xvii
CAPITULO XVII – Confesiones.
A las 4 de la mañana, ya las muchachas no daban para más, incluso María Fernanda olvidó que no puedo conducir, y no tuvo reparos en alcoholizarse. Como pude, las guie al vehículo, sentí temor de conducir pero era mejor conducir despacio que con una de ellas al volante a toda velocidad.
Retiré el cabestrillo, y probé varias formas de tomar la palanca de cambios. Cuando pude encontrar un punto que al menos me permitiera llegar a tercera, me dirigí a la casa de María Fernanda.
Las tres estaban dormidas, y por la velocidad a la que iba, creo que no notaron que se movían.
Casi una hora después, llegué a salvo a casa de María Fernanda. Fue una tarea bastante laboriosa llevarlas a todas dentro, primero llevé a María Fernanda, luego a Dayana y por último a Helena. Las acomodé como pude, y a María Fernanda le di trato especial, obviamente.
Cuando caí en la cama, me sentí de piedra, no supe nada más hasta que sentí la luz del día. Me dolía la mano, posiblemente por el esfuerzo que hice para conducir. Me levanté un poco desorientada, busqué mi teléfono para ver la hora, lo encendí y eran las 7 y media de la mañana, minutos más, minutos menos.
- “¿Dos horas es lo que pude dormir?” – Pensé.
Había olvidado que tenía al menos tres días sin ver el teléfono, mientras me dirigía a la cocina por un poco de agua, comenzaron a llegar infinidad de mensajes, notificaciones de llamadas perdidas, correos electrónicos, todo al mismo tiempo, y en medio de un nerviosismo irracional por no querer despertar a nadie, puse el teléfono en modo vibrador. Bebí agua y preparé café, dejé el teléfono y fui a ducharme.
Las chicas parecían dormir largo y tendido, así que me senté en el sofá, con una taza de café y algunas galletas a revisar el teléfono. Como era de esperarse, tenía mensajes y llamadas tanto de Ángela como de Soraya. De todas las estupideces que leí de ambas, Ángela se llevó el premio mayor.
- “Eva, te lo pido, dame una oportunidad de hablar, sé que cometí un error.” – Decía el mensaje.
- “Dudo que tenga algo bueno qué decir” – Pensé.
En cambio, Soraya, parecía ir en otra dirección, si bien la cantidad de llamadas era mayor en ella, solo había tres o cuatro mensajes, uno en particular me llamó la atención, por lo que decía.
- “Hagas lo que hagas, no vayas con Ángela” – Ponía en el mensaje.
Soy la clase de persona que, usualmente, si le prohíbes algo, más rápido va y lo hace, pero recordé lo que me dijo Helena y preferí soportar esos impulsos.
El deseo por saber la verdad me carcomía, habría sido capaz de salir corriendo a buscar a Soraya para sacarle a costa de lo que sea la verdad, pero, no sé qué tanto podrían estar tramando.
Desistí de la idea por completo, dejé tirado el teléfono en la mesa y me recosté en el sofá, pensé en tantas cosas. Después de un momento, lo último que recuerdo es haber mirado fijamente el candelabro.
Ruidos alrededor de mí, me hicieron despertar. Al parecer el trio de borrachas había salido de su trance.
Cuando quise sentarme, me sorprendió un dolor bastante molesto en la mano, posiblemente el esfuerzo que hice al conducir estaba haciendo estragos en ese momento. María Fernanda acudió enseguida a verme.
- No debiste haber conducido, ¿por qué no llamaste un taxi?
- Sí, un taxi, tres mujeres ebrias y una con un yeso, en un taxi a las 4 de la mañana. ¿Segura? – Suspiré con resignación – Igual no es gran cosa, dame una pastilla y pronto pasará.
- Deberías llevarla al médico – Pude escuchar a Dayana decir desde la cocina.
- No, estoy bien. – Me rehusé de lleno a que me llevaran.
María Fernanda me dio una pastilla y me recostó en el sofá, en ese momento, notó el teléfono encendido, solo me miró.
- ¿Qué me vas a decir? No voy a estar toda la vida escondiéndome.
- No pensaba decir algo pero, ¿te escribieron?
- Revísalo tú misma.
No sé si era el dolor o la sensación de estar siendo controlada lo que me hacía ser hostil, pero, a pesar de saberlo, mi actitud se mantuvo.
- Más tarde tengo que conversar algo contigo – Le dije.
- ¿Pasa algo?
- No, no pasa nada, solo quiero hablarte de algo cuando estemos a solas.
La pastilla comenzaba a hacer efecto, pero el dolor persistía, lo sabía porque empezaba a sentirme somnolienta, a pesar de haber dormido. Mis ojos se cerraban cada vez con más frecuencia.
Cuando recuperé el sentido, estaba sola en la sala, escuchaba a María Fernanda hablar por teléfono con alguien, se veía algo oscuro afuera, y el dolor de mi brazo estaba peor.
- Sí, en un momento la llevo para allá – Alcancé a escuchar a María Fernanda.
Me levanté como pude, fui hacia ella, se veía preocupada.
- Eva, qué bueno que despiertas, ¿cómo te sientes?
- Duele, pero no moriré.
- Vamos, tenemos que llevarte al hospital para que te revisen la mano, apenas tienes dos semanas con el yeso, de cuatro, así que prefiero que te revisen a ver si no se perjudicó la recuperación.
No tuve opción. Ella me ayudó a ponerme algo de ropa, y de inmediato me llevó al hospital.
- ¿Y las muchachas? – Pregunté
- Se fueron al rato que te quedaste dormida. Dormiste como un lirón.
- Puedo aprovechar de contarte ahorita lo que pasó, o si prefieres otro momento…
- Podemos ir hablando, siempre se va a presentar algo.
- Bueno… Helena me contó anoche que antes de ayer que estuvieron en el club, escuchó una conversación entre Soraya y Ángela, quien al parecer está detrás de todo este rollo.
- Vaya, eso es una sorpresa.
- Sí, quedé sorprendida, y pues, al parecer, según lo que me contó Helena, Ángela planeó lo de la biblioteca e involucró a Soraya. Y Soraya la amenazó con decirme la verdad.
- ¿Y tiene certeza de que sea verdad lo que dice?
- Por como lo dijo, parecía ser cierto, igual si esa es la verdad que me van a decir, ya la escuché entonces, en cuanto a los motivos de Ángela, en realidad no sé, ¿qué ameritaba separarme de ella al extremo de fingir su muerte?, suena tonto…
- Y ¿por qué tanto secretismo de Helena con esto?
- Según, Dayana le dijo que podría ser una trampa, uno nunca sabe, ella le dijo que no me dijera para yo no salir corriendo a buscar a Soraya. No parecen cosas de ella.
- Solo se preocupa por ti.
En 25 minutos, llegamos al hospital. María Fernanda estacionó el auto y nos dirigimos hacia donde estaba el médico que me atendió. Cuando llegamos, la enfermera nos avisó que tuvo que entrar de emergencia a atender a una persona que había sido baleada, y el cirujano no había llegado, por tratarse de un caso de vida o muerte, debía cubrirlo. Que podíamos esperar si así lo deseábamos.
Nos sentamos en el área de espera, pasamos al menos 30 minutos esperando, cuando vemos que Soraya entra corriendo por la entrada principal, llorando, preguntando por alguien, una tal Myriam “no sé qué”. Al primer momento, no notó nuestra presencia, pero cuando le pidieron sentarse, nos vio, fijamente. Sentí pena por ella. Giró un poco la cabeza hacia otro lugar y se sentó.
Unos minutos después, salió el médico, estaba bañado en sangre.
- Familiares de Myriam Jurado.
Soraya corrió hasta él.
- Soy su amiga, ella no tiene familia, puede decirme.
- En ese caso, ya está estable, pero delicada, afortunadamente no hubo compromiso de órganos, lo peor ya pasó. Cuando salga de recuperación, le permitiremos verla.
- Gracias, Doctor – Dijo Soraya, cuyo rostro se había iluminado.
El médico me vio, y sonrió.
- Eva, Eva, Eva, ¿vienes conmigo?
- Me está doliendo, doc. – Le dije, haciendo pucheros.
- Seguro hiciste alguna travesura, dame un momento para cambiarme y te atiendo.
Debo admitir que toda la escena que rodeaba a Soraya se me hacía atípica, no imaginé jamás que pudiera preocuparse por otro ser vivo. La vi ir por café a la máquina que se veía al fondo de la sala de espera, luego se acercó y extrañamente nos saludó y sacó conversación.
- Hola, Eva. María Fernanda, ¿qué tal?
- Hola, Soraya – Respondió María Fernanda.
- Disculpa la imprudencia, ¿Qué le pasó a tu amiga? – Pregunté con cierta pena.
- Descuida, no es imprudencia. Es que ella es una especie de “CSI”, es una especialista en situaciones de rehenes y secuestros o algo así, ahorita hubo una situación de rehenes en el centro y bueno… todo se complicó, o así me dijo su compañera.
- Vaya… lo lamento. Espero que se mejore.
- Gracias, Eva.
La noté diferente. Era extraño, hasta su vestimenta era diferente.
- Soraya, quería preguntarte algo, sé que no es el momento apropiado pero… – Presionaba la mano de María Fernanda con firmeza.
- ¿Tiene algo que ver con lo que te escribí?
- De hecho, sí.
- Pensé que habías ido con Ángela, o al menos eso me dijo. Supongo que quiso hacer lo mismo que yo.
- Vamos, ambas saben que tengo a mi pareja, no está pintada en la pared.
- Lo sé, y en parte por eso hice lo que hice y luego me distancié. En realidad te debo una disculpa.
- Lo que quiero en realidad es que me digas la verdad. ¿Por qué no debía ir con Ángela?
Soraya se quedó callada por un momento, miraba su café, y luego miraba hacia el reloj de pared que estaba encima de la recepción.
- Porque ella siempre te mintió, y no quería volver a cometer el mismo error que la última vez.
- ¿A qué error te estás refiriendo?
- La biblioteca. En realidad lo que pasó ahí fue idea de ella, me dijo que quería terminar contigo y no sabía cómo, y luego me dijo que si la ayudaba podría estar contigo…
- ¿Y por qué haría eso? – Pregunté, tratando de poner mi mejor cara de asombro.
- Al principio no supe por qué, pero unos meses después de que supuestamente muriera, la vi muy relajada en el centro comercial, eso fue algunas semanas después que te fuiste.
- ¿Qué hiciste cuando la viste?, ¿Por qué no me dijiste?
- He tratado de decírtelo, pero todo ha salido mal, pensé que no me creerías, te buscaba por eso, pero ver la manera en la que me tratabas me dejó sin opciones.
- Ustedes estaban juntas ese día en la disco, lo que dices no es muy creíble.
- Lo sé, le dije cómo encontrarte porque según ella te iba a decir la verdad, cuando María Fernanda estaba escuchándolas en el baño, yo estaba ahí, estabas tan concentrada que no me viste – Decía sonriéndole a María Fernanda. – Cuando vi que entraste, me fui, supe que no hizo lo que debía hacer, eso me molestó. Iba a ser demasiado conveniente para ella si yo entraba.
- ¿Cuál es esa supuesta verdad? – Preguntó María Fernanda.
- Cuando la confronté, me dijo que tuvo que fingir su muerte porque necesitaba vender su casa, y esa casa tenía una cláusula de prohibición de venta que implantaron sus padres para proteger su patrimonio, la cual solo se vencía de morir Ángela.
- ¿Por qué haría tal cosa?
- Su tía. Tiene problemas con el juego, al parecer tenía una deuda impagable.
- Y ¿los padres de Ángela?
- Muertos desde que ella era una niña, ¿no sabías?
- Siempre me decía que estaban de viaje. – Dije, pensando en la cantidad de mentiras que me pudo haber dicho durante años.
Todas estas cosas me estaban cayendo como una piedra en la cabeza, no lo esperaba, no decirme nada, sentí mucha decepción.
Iba a preguntar un par de cosas más, pero el doctor me mandó a llamar.
- Soraya, si lo que dices es cierto, te agradezco que me lo hayas dicho. Aún tengo dudas, pero, será en otra ocasión.
- Descuida, y suerte con eso. – Dijo, señalando mi yeso.
Fui con María Fernanda hasta el consultorio del doctor, me examinó rápidamente, mandó a repetirme las placas, y al ver los resultados, renovó el yeso, colocándolo de una forma más cómoda.
- Espero que con esto dejes las travesuras, Eva. Si quieres recuperarte, necesito que reposes la mano. Ya no será necesario el cabestrillo, pero cuídate de movimientos bruscos y golpes. Tomarás este analgésico por 7 días, cada 8 horas mientras sientas dolor. Toma uno ahora mismo. Ojo, causa somnolencia.
- Gracias, doc. – Dije, despidiéndome de él, haciendo morisquetas con la mano enyesada.
Cuando salimos, Soraya no estaba. Nos fuimos, y ambas estuvimos en silencio durante el trayecto a casa. Creo que en el fondo sentíamos dudas, han sido tantas mentiras que, aunque Soraya estuviera diciendo la verdad, es difícil creerle. Al final, siempre será necesaria la confrontación, de lo que no estaba segura era de si quería confrontar a Ángela.
Continúa…