Pasado tormentoso (15)
Capitulo xv
CAPITULO XV – Llegar hasta el fondo.
Han pasado dos semanas desde que vi a Ángela aquella noche. Han sido dos semanas intensas por los preparativos para la fiesta de fin de año que se organiza para los empleados, a celebrarse el sábado. Eso es en dos días.
Poco a poco fui llevando mi ropa hacia la casa de María Fernanda, hasta ese momento, no habíamos hablado formalmente con mis padres, aún no decidíamos si hacerlo antes o después de la fiesta, dada la importancia de los asuntos a tratar, no queríamos que tejieran intrigas acerca de mis motivos, sino que vieran a María Fernanda como lo que en realidad es, una mujer íntegra y profesional.
Tuve muchas dudas en cuanto a lo que pasó esa noche, quedaron muchas cosas sin explicación, Soraya no buscó a Ángela, y ella parecía manejar una versión distinta de las cosas. Mucha razón tiene María Fernanda cada vez que me dice que cuando tengo algo en la cabeza, no estoy en paz.
Suena el intercomunicador y me saca de mi nebulosa…
- Ingeniera, hay una persona solicitando hablar con usted.
- ¿Quién es?
- Su nombre es Ángela Moreno.
“¿Es en serio?” – Pensé.
- Dame unos minutos y te aviso para que la hagas pasar.
- Entendido, Ingeniera.
Como mi relación se había convertido en mi prioridad, lo primero que pensé en ese momento fue que debía avisarle a María Fernanda, así que marqué su extensión.
- ¿Administración?
- María Fernanda, soy yo.
- Ingeniera, ¿en qué puedo ayudarle? – Decía con tono seductor.
En ocasiones teníamos cierto flirteo por teléfono, pero en este momento, el asunto era serio.
- Ángela está afuera, pidió verme. Retuve la decisión, preferí avisarte.
- Déjala, a ver con qué sale. ¿Ella sabe que estoy aquí?
- No, o al menos eso creo.
- De ti depende que se aleje para siempre o se convierta en tu sombra. Confío en ti. Llámame cuando se vaya.
- Está bien, amor.
Pedí por el intercomunicador que la hicieran pasar. En breve, estuvo en la puerta de mi oficina.
- Gracias por recibirme. – Dijo Ángela, retirando algunos cabellos de su rostro.
Me puse de pie para invitarla a sentarse, ésta se parecía más a la Ángela que conocí, de ropas sencillas y cabello suelto y desordenado.
- Siéntate, por favor. Dime, ¿qué quieres? – Fui sin rodeos.
- Quería ofrecerte una disculpa, estuvo mal lo que hice. – Me decía mientras se sentaba.
- Descuida, a veces actuamos sin pensar en las consecuencias, soy experta en la materia. – Dije, tratando de ser graciosa.
- No, fui una tonta. Me dejé llevar por Soraya. – Miraba hacia todos lados, menos a mí.
A partir de aquí, me interesaba recolectar información, pero esto podía tratarse de otra treta, así que la dejé hablar sin hacer preguntas.
- Entiendo. – Dije sin más.
- ¿Entender? Eva, sé que tienes tantas preguntas como yo, quizá más.
- Sí, tengo muchas preguntas, si es hora de almorzar, si es hora de comer galletas, si es hora de ir por pan… demasiadas para mi gusto. – Buscaba no demostrar interés.
- No cambias – Me miró y sonrió.
Sentí algo extraño cuando eso sucedió…
- Eva, esa noche, me quedé pensando en todo lo que pasó, cuando me fui de ahí, busqué a Soraya, no estaba por ningún lado, decidí regresar sola a mi apartamento. Lo que vi entre ustedes no se pareció en nada a lo que Soraya me dijo.
- Y ¿qué te dijo Soraya?
- Que ustedes tenían problemas.
Recordé la discusión con María Fernanda.
- Y ¿de dónde sacó ella eso? Mejor aún, ¿cómo es que le creíste después de lo que pasó?
- No sé… hay muchas cosas que aun no entiendo.
- Pues no soy yo precisamente quien puede disipar tus dudas, las explicaciones las tienes que pedir a Patricia y Soraya. Yo no puedo ayudarte.
- Sí puedes. – Intentó tomar mi mano, la retiré de inmediato.
- No entiendo cómo, pero, si tú lo dices.
- Patricia te dio mi cuaderno, leíste todo, ¿cierto?
- Cada palabra.
- Y ¿no dirás nada?
- No.
- Te has endurecido.
- Mira, Ángela, aún no encuentro lo productivo en esta conversación, si no tienes nada más que decir, te pido por favor que te retires, no entiendo por qué me buscas, yo solo fui peón en un juego de Soraya y Patricia, llegué aquí tratando de rehacer mi vida, de olvidar, conocí a la mujer con quien quiero hacer mi vida, estoy en un momento maravilloso en mi carrera, y te pregunto, ¿acaso no te has dado cuenta que ya no hay lugar para ti en mi vida?
- Yo no habría dicho eso.
- Tu presencia lastima, me perjudica, entre tú y yo todo terminó, el pasado ya quedó fuera de nuestro alcance, como te dije ese día, yo aprendí mi lección, y hoy te digo, crecí, porque quiero ser mejor cada vez, para esa mujer que me dio un voto de confianza, que creyó en mí, a pesar de conocer mi pasado.
- Habría que ver cómo se lo contaste – Dijo, con tono altivo.
- Leyó tu carta, conmigo.
Su cara palideció.
- Sí, la leímos juntas, ella sabe todo, sabe de mi error, y de lo que he pasado, yo tengo su confianza, es algo contra lo que no puedes luchar, porque me la he ganado, y me la he ganado bien.
- Ojalá y hubieras sido así conmigo.
- Soy humana, y me equivoco, rectificar es lo que nos hace crecer.
Pude notar, por la expresión de su rostro, que estaba agotando sus cartuchos.
- Ángela, por favor, sal de mi vida, aléjate de mí.
- No tienes derecho a ser feliz después de todo lo que me hiciste – Sus ojos se llenaron de lágrimas.
- Tú tienes derecho a ser feliz después de todo lo que hice, pero no conmigo. – Le respondí.
Miró sorprendida.
- Si consideras que no tengo derecho a ser feliz, ve y dile a mi novia eso, dile lo que piensas, no me lo digas a mí.
- Créeme que lo haré.
Mi garganta se secó.
“Después de todo, en el fondo ¿tramaba algo?” – Pensé.
Se levantó, caminó hacia la puerta, no sin antes decir:
- Despídete de tu cuento de hadas.
No le respondí, pero sentí miedo, mis manos estaban heladas. Pensé en ese momento en María Fernanda, le marqué a la extensión y no contestó. Me levanté y fui hacia su oficina.
La puerta estaba cerrada, apenas y podía escuchar, me devolví hacia la recepción y le pregunté a Martina si alguien pidió ver a María Fernanda.
- No, nadie ha pedido ver a la Licenciada.
- ¿Viste hacia dónde fue la muchacha que entró en mi oficina?
- No la he visto pasar por aquí.
Salí corriendo a la oficina de María Fernanda, la puerta se abrió lentamente, vi cómo María Fernanda la despedía, hizo contacto visual conmigo y luego nos miró. No sentía las piernas de los nervios. Ángela me miró con aire triunfador, me hizo señas como diciendo “te llamo”, me sentí verdaderamente aterrada, mis ojos se cristalizaron. María Fernanda dejó la puerta abierta y pasé.
- Amor, ¿qué te dijo esa loca? – Pregunté preocupada.
- Cierra la puerta. – Respondió fríamente.
Hice lo que me pidió. Me senté y la miré a los ojos. Ella desvió la vista hacia un lado. Me estaba desesperando.
- ¿Qué te dijo?
- Muchas cosas…
- Me estás matando, termina de decirme.
- Déjame asimilarlo.
- No hay nada qué asimilar, sabes bien a qué vino.
- Lo sé.
- No me dirás que le crees, ¿o sí?
- ¿Qué tanto te tardabas ahí dentro con Ángela? – Sus ojos se cristalizaron.
- ¿Es en serio? – Estaba llena de ira.
- ¡Respóndeme!
- No dijo nada distinto a lo que hablamos y tú escuchaste, pero supongo que no me vas a creer.
Puso sus manos sobre su rostro, suspiró.
- Me dijo que ella vino a reconciliarse contigo…
- ¿En serio le creíste?
- No... solo me abrumó, es todo.
Me levanté, hecha una fiera.
- ¿Sabes qué? Me duele que desconfíes de mí, mandarás todo a la mierda por una mentira.
La expresión de su rostro cambió.
- Te equivocaste, María Fernanda, maldito sea el día en que cometí un error, porque es algo que siempre me va a marcar.
- Eva, escúchame.
- No, no quiero saber qué otras cosas te dijo, ya estoy harta de todo esto.
- Eva…
- Lamento que se haya salido con la suya.
Salí como alma que lleva el diablo y me encerré en mi oficina.
- “Algo no me cuadra, no creo que haya sido solo eso, algo más tuvo qué decirle, pero, ¿qué?” – Pensé.
María Fernanda entró en mi oficina y nos encerró.
- Necesito que me escuches.
Respiré profundo, sabía que era inocente, no tenía por qué alterarme así, pero el miedo a perderla me hacía perder la compostura.
- María Fernanda. Dime la verdad, ¿qué te dijo? ¡Mírate!, ¿Dónde está tu confianza? Tu fe en mí – Dije, agarrándome de mi propia camisa, como si quisiera arrancarla.
- Bueno… dijo que… que no debía interponerme entre ustedes, que yo sobraba, que si no notaba que ella te buscaba y tú la recibías… que aún… la amabas… – María Fernanda lloraba.
- Increíble, lo primero que hago es llamarte para decirte que vino a verme, y ¿le crees a ella?
- No es que no confiara en ti... es solo que todo esto es…
- Y pensar que me jacté con ella de la confianza que tú me tenías, debe estar celebrando en este momento… – La interrumpí.
- ¿A qué te refieres?
- Lo que escuchas. Descuida, yo llegaré hasta el fondo de esto, te lo puedo jurar.
María Fernanda lloró amargamente, y eso me rompía el corazón.
- Soraya… es ella… – Dije, caminando de un lugar a otro, elucubrando ideas…
Ella me miró, extrañada, pero interesada en lo que estaba por decir.
- Ella está haciendo todo esto. Está manipulando a Ángela, y me atrevo a decir que a Patricia también… esto es por mí. Es conveniente para ella hacer parecer que es Ángela quien trama todo, pero en realidad es ella. Si me remonto a lo que Ángela me dijo, ella ya tenía tiempo aquí, y no me buscó, han pasado 5 meses desde que llegué y ella tiene casi el mismo tiempo, me imagino que Soraya se sorprendió tanto como yo al ver que Ángela vivía, pero le sacó provecho tratando de perjudicarme…
- O sea, que lo que Ángela y Patricia hacen, ¿es por ella?
- Sí, posiblemente le metió la idea en la cabeza de que podía recuperarme y para reivindicarse con ella le ayudaría… falló en su intento al estar en el club, y, a pesar de que hasta ahora no había forma de separarnos, tu reacción le abrió una ventana. De seguro, le contó a Soraya y ésta le dijo que viniera. “Divide y vencerás”. Eso implica que Soraya sabe que estás aquí.
- Y, ¿qué de especial hubo en mi reacción?
- Celos. Eres celosa, mira con lo que te salió hoy, y te quebró, admítelo.
María Fernanda apartó su rostro hacia un lado, se veía triste.
- Entonces, ¿metí la pata?
- No. No es eso, sino que usa tu debilidad para crear situaciones hipotéticas y con eso va contra ti, con la intención de que te alejes de mí. Lo que no sabe Ángela, es que con esto, Soraya no quiere “ayudarla” a tener vía libre conmigo, sino crear una brecha que le permita a ella meterse de nuevo.
María Fernanda se quedó pensando. Me acerqué a ella, tomándola de la cintura.
- Contra ti no puede competir, mírate. En cambio, bastará un chasquido de dedos para deshacerse de Ángela, lo que quiere es verme sola. Eso es todo.
- ¿Y Patricia? Estás olvidándote de ella.
- No, su odio contra mí contribuye con los planes de Soraya, es una especie de “tonta útil”.
- Tiene sentido lo que dices…
- Necesito que confíes en mí, te lo pido, si no hacemos esto juntas, nos van a destruir, y no puedo renunciar así a mis galletas. – Dije riendo y apartando algunos mechones de cabello de su rostro humedecido.
- ¿Estás conmigo solo por las galletas que te preparo? – Fijó la vista en mis ojos, tratando de no reír.
- No, estoy contigo porque te amo, y necesito que lo tengas siempre presente.
En ese momento, besé sus labios. Ella me miró, apenada.
- Si vamos a hacer esto, necesitamos confiar. Tenemos que ser una sola persona, creer ciegamente, sin peros. – Pude ver cómo asentía y tomaba mi mano entre las suyas.
- Y… ¿Si terminamos? – Me preguntó.
Un frío recorrió todo mi cuerpo, mis ojos se nublaron.
- ¡Hey!, escúchame, no terminar de verdad, sino hacerles pensar que se salieron con la suya y desenmascararlo todo.
La abracé tan fuerte como pude.
- No me asustes así, mi amor, me muero si te pierdo. – Le dije, aguantando la presión del nudo que se me había formado en la garganta.
- No te dejaré ir tan fácilmente, no después de esto, casi te pierdo por mi debilidad.
- Y, ¿cómo se supone que, “terminaremos”? – Pregunté, algo intrigada.
- Dayana y Helena ayudarán en esto, pídeles que vengan.
Llamé a Dayana, y apenas le comenté lo que había sucedido, salió de inmediato a mi oficina.
Me sentía estresada, le pedí a Martina café y algunas galletas. Los 20 minutos que tardaron en llegar, se me hicieron eternos.
Cuando llegaron, les contamos lo más detalladamente posible lo que había sucedido, sus reacciones no se hicieron esperar.
- María Fernanda, en serio, ¿creíste que mi hermana te dejaría así? – Preguntó Dayana, abrumada por tanta información.
- Desconocía ese lado tuyo – Dijo Helena.
- En realidad, no sé qué me pasó. No sé describir lo que sentí en ese momento.
- ¿Nunca habías sentido eso por alguien? – Dayana es todo un quiste cuando se lo propone.
- No – Dijo, mirándome, su rostro estaba algo ruborizado.
Martina trajo café a las muchachas, y María Fernanda les habló del plan. Yo no figuré en ese momento, estaba ocupada devorando mis galletas.
- Bien, lo que le decía a Eva, es que fingiéramos que se habían salido con la suya, para desenmascararlas, porque posiblemente, Soraya esté tras todo esto, y esté manipulando a Ángela, o al menos eso cree Eva. – Dijo María Fernanda, desviando el curso del interrogatorio de mi mejor amiga.
- Conozco a Ángela, y Eva tiene razón, a no ser que la pérdida de sangre influyera en el desempeño de su materia gris y se convirtiera en una pendeja. – Dijo Dayana.
- Ella es muy dócil, manipulable, creo que se aferraría a cualquier cosa que le brindara la fuerza que ella internamente no posee. – Dije, alejando a Helena de mis galletas.
- Amor, no hables con la boca llena – María Fernanda me miró con autoridad.
Suspiré y le ofrecí una galleta.
- Y ahora pregunto, ¿qué ganamos con todo esto? – Preguntó Dayana.
- Exponer a Soraya, quitarle poder, si Ángela ve que todo era una treta de ella y de su prima, se alejará, estoy plenamente segura de eso, la credibilidad de Soraya se irá al caño, y no habrá forma ni manera de que pueda meterse en nuestras vidas otra vez. A menos que busque a la ex de María Fernanda y empiece todo de nuevo. – Dije, pensando en esa posibilidad.
- Ni lo mande Dios – Dijo María Fernanda.
- Ahí sí que estoy segura que no tendría cómo hacerles daño, porque lo que hizo Lucifer no tiene nombre. – Dijo Helena, haciendo gestos de negación con las manos.
- ¿Lucifer? – Dijimos Dayana y yo, simultáneamente.
- Se llamaba, se llama Lucía. Helena siempre se ha referido a ella como Lucifer.
Estallamos en carcajadas, incluso María Fernanda rio con nosotras.
- Entonces, ¿nos apoyarán con esto? – Dijo María Fernanda.
- ¿No habrá otra forma de hacerlo? – Pregunté
- ¿Qué pasa?, amor – Preguntó María Fernanda
- Es que no quiero estar lejos de ti. – Hice pucheros.
- Nadie estará lejos de nadie, cálmate – Decía Dayana.
- Es verdad, no necesitamos estar alejadas, es hacerles creer que sí, y este es un buen momento, por lo que acaba de pasar. Llamarás a Ángela, y le dirás que te dejé, claro, tienes que hacerte la dolida. Y esperaremos las reacciones.
- ¿Alguien tiene su número? – Pregunté
- Pídeselo a Soraya. – Dijo María Fernanda, quien estaba dándole forma a un plan perfecto.
- Llámala y pon altavoz – Dijo Dayana.
Preparamos todo, fue difícil hacer que permanecieran en silencio, pero cuando todo estuvo en calma, marqué el número.
- Esto es una verdadera sorpresa… ¿cómo estás?, mi amor – Era Soraya, al otro lado de la línea.
María Fernanda me hizo señas dándome ánimos. Dayana y Helena estaban concentradas en la llamada.
- Necesito que por favor me des el número de Ángela, necesito hablar con ella.
Hubo una pausa, me estaba poniendo nerviosa.
- Y como ¿para qué quieres hablar con ella? – Preguntó.
- No es tu asunto, solo dame el maldito número.
- Como no es mi asunto, entonces no te doy nada.
En ese momento pensé que colgaría, pero se escuchó otra voz, era Ángela.
- Amor, aquí estoy, ¿qué quieres hablar conmigo?
Todas nos miramos las caras, Dayana se tapaba la boca con ambas manos, estaba roja de la ira, y María Fernanda se veía tranquila pero sorprendida, al igual que Helena.
Respiré profundo.
- ¿Podemos hablar a solas?, no quiero que Soraya nos escuche, ve a un lugar lejos de ella – Traté de jugarme algunas cartas con ella.
- No entiendo por qué pero…
- Por favor, Ángela, por primera vez en tu vida, confía en mí.
Una nueva pausa nos dio tiempo de respirar y especular, María Fernanda habló en voz muy baja:
- Te hará creer que está sola.
Asentí con la cabeza. Ángela reanudó la conversación.
- Ya estoy sola. ¿Qué quieres decirme?
- No sé qué le hayas dicho a María Fernanda, pero, ganaste… no quiere saber nada de mí. ¿Estás satisfecha? o ¿quieres hundirme aún más? – Fingí sollozos, lo cual hizo que las muchachas quisieran estallar en risas.
- Estás mintiendo.
- Piensa lo que quieras. Espero que ahora puedas dejarme en paz, mi felicidad se ha ido. Te deseo lo mejor, a pesar de todo.
Colgué la llamada.
Las muchachas se rieron largo y tendido, hacían muecas y parodias de la llamada, yo me aferré a María Fernanda, y le dije:
- Y pensar que eso pudo haber pasado…
- Perdóname, mi amor – Dijo, besando mis labios tiernamente.
El teléfono volvió a sonar, pero era un número distinto.
Volvimos a nuestras posiciones iniciales, respiramos, y atendí.
- Buenas tardes.
- Soy yo, Ángela. Salí de la casa de Soraya. Voy en camino a tu oficina.
Nos miramos las caras, Dayana y Helena comenzaron a correr en círculos, con las manos en la cabeza, se veían graciosas.
Les hice señas para que se quedaran quietas.
- No estoy ahí. No resisto estar sin ella, voy camino a mi casa a recoger mi ropa, me iré lejos.
- Qué dramática – Dijo Dayana, en voz baja.
- Shhh. – María Fernanda trataba de poner orden.
Devolvimos la atención a la llamada.
- No lo hagas, no te vayas.
- Ya tuviste lo que querías, me alejaste de la mujer que amo.
- Pero yo te amo
- ¡ENTIENDE QUE YA NO SIENTO NADA POR TI!
Colgué la llamada, usé el intercomunicador para hablar con Martina.
- Martina, escúchame con atención, venga quien venga, no estoy, cerraré con llave mi oficina.
- Entendido, Ingeniera.
- Eva, dile que yo tampoco estoy.
- No, tú sí estás, vamos a esperar en tu oficina. Si viene, y habla contigo, seguirás el juego, si va a mi casa, mis padres no están, ellos andan ocupados con la organización de la fiesta, así que es perfecto.
- ¿Dónde nos metemos nosotras? – Dijo Dayana.
- En el baño. – Dije.
- Tu carro. – Dijo Dayana.
- No puedo manejar, así que no importa que esté en el estacionamiento.
- Y ¿si llama Soraya? – Preguntó María Fernanda.
- En caso de que Ángela venga, apagaré el celular, simple.
- Tenemos todo cubierto entonces – Dijo Helena.
- Sí, sólo nos queda esperar.
Nos resguardamos en la oficina de María Fernanda. Pasaron 15 minutos, sonó mi teléfono, era Soraya.
- Ok, esto no estaba en los planes, ¿o sí? – Preguntó María Fernanda.
- Veamos qué quiere, estén pendientes con el intercomunicador, si es verdad que Ángela salió, ella no sabe que viene hacia acá.
Contesté la llamada.
- ¿Qué le dijiste a la “flacuchita”?, que salió toda desesperada de mi casa.
- Mira, ya ganaron ¿sí?, déjenme en paz, sé que está ahí contigo.
- No, mi amor, te equivocas, no está aquí conmigo.
- Bueno, te felicito, fuiste de gran ayuda para ella, gracias a tus sabios consejos, alejó a María Fernanda de mí.
- Qué triste noticia, debes estar devastada, pero descuida, pronto te ayudaré a olvidar.
- ¿A qué te refieres?
- La muy tontita… en serio sueña con estar contigo de nuevo…
Todas me miraron, yo estaba en lo cierto
- No sé qué pretendes, pero no te saldrás con la tuya.
- Ya lo hice.
Colgó la llamada.
- Esto se va a poner feo… – dije, algo preocupada.
- Eva, ¿qué tienes en los dedos que pones a esas mujeres así? – Dijo Helena.
María Fernanda se sonrojó. Y yo traté de cambiar el tema.
- Ahora solo queda esperar. A partir de este momento, fuera celular. – Dije, mientras apagaba mi teléfono.
Nos sentamos a esperar, y aproximadamente 30 minutos después, sonó el intercomunicador.
- Dígame, Martina.
- Licenciada, es la muchacha de esta tarde.
Ahora sí que estábamos nerviosas todas, las muchachas corrieron al baño, yo le di un beso a María Fernanda, y le dije:
- Mi amor, todo está en tus manos ahora, llora como si estuviera muerta, o descubrirá que es mentira todo.
- Ve a esconderte amor – Me dio un beso de vuelta, y me dio empujoncitos hacia la puerta del baño
Mientras cerraba la puerta, pude escuchar que hacía pasar a Ángela, aseguré el pestillo de la puerta y nos quedamos a oscuras. Desde esa distancia, era posible escuchar si hablaban en un tono de voz normal, dejamos el armario abierto por si se antojaba de usar el baño, nos meteríamos a toda prisa. No me gustaba la idea de estar encerrada.
Nos concentramos en escuchar lo que decían, Ángela hablaba en voz muy baja.
María Fernanda: - ¿Qué más necesitas? Ya me hice a un lado.
Ángela: - Quiero que me digas, ¿A dónde fue?
María Fernanda: - ¿No fue corriendo a tus brazos?, tal y como ¿dijiste que sucedería?
Ángela: - (inaudible)… solo dime, ¿dónde está?
María Fernanda: - No lo sé, no me dijo a dónde iba, solo se fue. ¿Por qué no le preguntas a Soraya?
Hubo una pausa.
Ángela: - ¿Qué le dijiste?
María Fernanda: - Le dije que (inaudible), la amo tanto que soy capaz de renunciar a ella por verla feliz.
Sonó el teléfono de Ángela. Sentí que caminó en dirección a nosotras, me puse más helada de lo que ya estaba.
- ¿Soraya?, ¿qué sucede?... (pausa para escuchar) … no, no está aquí… (pausa para escuchar) … mira, te agradezco lo que has hecho por mí, pero de aquí en adelante me encargo yo, sé que ella va a escuchar y volverá …(pausa para escuchar)… ¿A qué te refieres?... (pausa para escuchar)
Ángela se quedó en silencio. Se podía escuchar vagamente la voz de Soraya al otro lado de la línea. Creo que colgó la llamada y volvió con María Fernanda.
María Fernanda: - ¿Pasó algo?
Ángela: - Lo siento, debo irme.
María Fernanda: - Espera, (inaudible), ¿qué te dijo Soraya?
Me estaba desesperando, quería salir, pero lo arruinaría todo.
Ángela: - Como dice el refrán, “cachicamo trabaja pa’ lapa”. – Pude percibir un suspiro.
María Fernanda: - No entiendo… ¿Qué te dijo?
Ángela: - Lo último que dijo es que Eva está con ella, que acababa de llegar a su casa...
No podía creer lo que estaba escuchando.
- “¡Qué bajeza la de Soraya!” – Pensé.
María Fernanda: - Dijiste que Eva estaba reconciliándose contigo, ¿cómo es que ahora está con Soraya?
Esa fue una buena jugada por parte de María Fernanda.
Ángela: - Mira, te mentí, (inaudible)… yo solo quería volver a empezar, creí que ella me amaba. No pensé que iba a estar con alguien más, de repente Soraya me dice que lo de ustedes no era tan fuerte, me convenció de que la buscara, que tratara, me dijo que frecuentaba el club con Dayana y otra mujer, yo (inaudible) y me dejé llevar, cuando las vi, ese día en el baño, supe que me había mentido pero (inaudible) me dijo que no me rindiera, le conté lo sucedido, entonces ella (inaudible) y a eso vine…
María Fernanda: - ¿Sabes?, yo AMO a Eva, no sé cómo pude dudar de ella. Pero ahí tienes tu castigo, por egoísta, yo solo la estaba haciendo feliz, sin juzgarla por sus errores, sino viéndola por lo que es, lo más hermoso que me ha pasado en la vida, y me la arrebataste, (inaudible), yo no tuve nada que ver con su pasado, no tenías ningún derecho a meterte.
Escuchar a María Fernanda, me conmovía tremendamente, mis lágrimas se habían desatado sin control.
Ángela: - Pues no la amabas lo suficiente, pude alejarla de ti.
María Fernanda: - Mira quién lo dice, ni siquiera la escuchaste, nunca le diste una oportunidad, y ella sufrió, vivió con un remordimiento a cuestas cada día. ¿Eso es amor? Lárgate de aquí, ya has hecho suficiente daño.
Sentí pisadas fuertes que se iban alejando, y luego un golpe fuerte a la puerta.
Esperé que María Fernanda diera la señal.
Sentí que se alejó, luego regresó y tocó la puerta.
- Vía libre, muchachas.
Apenas abrí la puerta, me arrojé sobre ella y comencé a besarla repetidas veces:
- Te amo, te amo, te amo, te amo – Decía sin dejar de besarla.
- Todo salió de acuerdo a lo que planeamos – Dijo Dayana.
- No, Soraya sigue suelta – Dije.
- Ya esto es entre ellas, lo más probable es que Ángela vaya a reclamarle a Soraya. – Dijo María Fernanda, abrazándose a mí.
- Ustedes deberían alejarse del club un tiempo, esperando que bajen las aguas.
- Ahí es donde entran ustedes, tiene que ser creíble la ruptura, así que procuren hablar de ello como si es un hecho. Que llegue a oídos de Soraya. – Les indiqué, con firmeza.
Ambas asintieron.
- Muchachas, ¿irán el sábado a la fiesta? – Pregunté.
- No lo dudes, ahí estaremos. – Respondió Dayana.
- María Fernanda y yo nos “desapareceremos” hasta el sábado. La fiesta será aquí, en el gran salón, ¿nos encontramos o llegan por separado?
- María Fernanda puede pasar por nosotras y así llegamos juntas. – Dijo Dayana.
- Perfecto, déjame girar algunas instrucciones aquí para irnos. María Fernanda, llama a Martina, pídele que venga.
- En seguida, amor.
Martina se acercó de inmediato a la oficina de María Fernanda.
- Escúchame bien, Martina. Redacta un comunicado donde prohíbo la entrada a las instalaciones a Soraya Velasco, Ángela Moreno y Patricia Moreno.
- Recuerda a la tía loca – Dijo Dayana, interrumpiéndome.
- No recuerdo su nombre ahorita, pero, por lo pronto, es lo que necesito. Martina, necesito eso ahorita, tráemelo para dejártelo firmado, no estaré por aquí hasta el sábado. Llama a Victoria, dile que venga.
- Entendido, Ingeniera.
Martina salió, me senté a esperar que trajera la comunicación que le pedí, mientras, Dayana y Helena decidieron irse.
- Nos comunicamos a través de María Fernanda, lo más probable es que traten de llamarte.
- Gracias por todo, muchachas. Hasta el sábado. – Les dije, haciendo morisquetas y lanzando besos al aire.
Minutos después, venía entrando Victoria, y tras ella, Martina con el documento. Lo firmé, mientras daba instrucciones a Victoria.
- Victoria, necesito que seas mis ojos, mis oídos, sé que solo son dos días, pero es importante. No podré atender llamadas, para estrictas emergencias, me ubicas por el teléfono de la Licenciada Cañizares. Martina, todo, absolutamente todo, lo tratarás directamente con Victoria, si hace falta mi firma para algo, me contactan con la Licenciada Cañizares. Espero que no haga falta, y si vienen estas personas quiero estar enterada. Confío en ustedes.
- Ingeniera, disculpe que pregunte, pero, ¿sucede algo?
- Los motivos son personales, Victoria, no guardan relación con la compañía, por eso necesito alejarme, pueden estar tranquilas. Ahora, me retiro, las veo el sábado.
Antes de salir, verifiqué el circuito cerrado desde el equipo de María Fernanda, por si acaso alguna de ellas estuviera rondando. Afortunadamente, no fue así.
Bajamos al estacionamiento, y María Fernanda condujo hasta la casa. Poco hablamos en el camino, el día había sido agotador.
Una vez en la casa, ella quiso tocar el tema, pero lo evité de una manera muy sutil.
- Vamos a la ducha – Le dije con picardía.
- Ingeniera, sabe que eso es peligroso.
- ¿Qué tanto? – Comencé a quitar su camisa, bueno, a tratar de quitarla…
- Mucho – Se colgó de mi cuello y comenzó a besarme, hasta robarme el aire.
Comencé a empujarla en dirección al sofá, no podía más, necesitaba hacerla mía.
- Estás loquita – Tomó mi rostro entre sus manos y me miraba amorosamente.
- Sí, lo estoy, por ti – Seguí besándola con desesperación.
- Tengo que compensarte lo de hoy – Dijo, mordiendo mi oreja derecha.
Dio vuelta a la situación, me empujó sobre el sofá, recogió su falda y se sentó sobre mí, sacó su camisa, y su sujetador, dejando a mi entera disposición sus pechos. Comencé a lamerlos, mientras acariciaba su espalda, y ella jugaba con mi cabello.
Metí de lleno mi mano en su entrepierna, se le escapó un gemido cuando comencé a usar su propio hilo para rozar su clítoris, lo aparté a un lado y comencé a deslizar mis dedos sin perder detalle de cada pliegue, estaba increíblemente húmeda.
- Hazme tuya, no puedo más – Enterraba mi cabeza entre sus senos, y sus caderas se movían involuntariamente.
No la hice esperar, entré de inmediato en las profundidades de su sexo, lo cual recibió con agrado, gemía desesperadamente, pidiendo más cada vez. No paré hasta que pude sentir esa maravillosa descarga de fluidos femeninos resbalar por mi mano.
- Dios, cuánto te amo – Estaba extasiada, empezó a tocarme con desesperación, y a buscar mis labios.
Me quedé mirándola, cómo se ponía de rodillas y comenzaba a bajar mis pantalones, con todo y ropa interior, dejándome expuesta, solo para ella.
Comenzó a devorarme sin ninguna delicadeza, su salvajismo era sensual, usaba toda la extensión de su lengua para lamer, y succionaba ocasionalmente, bebiendo mi humedad. La tomé de los cabellos, que caían sobre su rostro, quería contemplarla mientras me daba placer.
Hacía contacto visual conmigo, y volvía a cerrar los ojos, acariciaba mi abdomen con ambas manos, su lengua me estaba enloqueciendo. Cuando sintió mi orgasmo, bajó la intensidad de las lamidas, y se dedicó a limpiar con su lengua todos mis jugos.
Hizo una pausa para respirar, me miró, y se levantó para besarme, ahora con más calma.
- Me volvería loca si otra mujer te toca – Dijo, buscando recostarse en mi regazo.
- Eso no pasará, soy tuya – Dije, acariciando su cabello.
Pude sentir que rodaron por su rostro algunas lágrimas, pero me limité a confortarla, a darle seguridad. Fue un día duro para ambas, pero estaba segura de que saldríamos de esto más fuertes que nunca.
Continúa…