Pasado tormentoso (13)

Capitulo xiii

CAPITULO XIII – Decepción

Desperté bien entrada la noche, a causa del dolor en la mano. Cuando me incorporé, noté que María Fernanda no estaba a mi lado. Me levanté, busqué algo de ropa para ponerme y salí a buscarla.

Estaba en la sala, sentada en el sofá, leyendo un libro, y comiendo un bocadillo. En cuanto me vio, dejó inmediatamente lo que hacía, posiblemente mi malestar se reflejaba en mi rostro, porque fue lo primero que preguntó.

- ¿Te duele?

- Un poco.

- Hora de un analgésico. ¿Tienes hambre?

- Muero lentamente – Le dije bromeando.

- Espérame un momento. – Dijo, caminando en dirección a su habitación.

Insisto, el caminar de esa mujer me hipnotiza, no pierdo oportunidad de verla cada vez que se aleja por alguna causa. Me senté a esperarla.

- Aquí tienes, bebe esto. – Trajo consigo una pastilla y algo de agua.

- Gracias, amor. – Odiaba tomar pastillas, pero no estaba en posición de hacer berrinches.

Regresó a la cocina pero volvió enseguida, posiblemente ya habría preparado de antemano la cena. Traía una porción de lo que había estado comiendo cuando la encontré, una especie de ponqué de maíz. Lo devoré en segundos.

- ¿Cuánto llevas despierta?

- No dormí mucho, en realidad tú dormiste largo y tendido hasta ahorita, yo hice varias cosas durante la tarde. Todo lo que tenías en el bolso te lo arreglé.

- “El cuaderno…” – Pensé.

- El cuaderno y la foto están aquí, y estos papeles también, pensé que querrías tenerlo todo a la mano – Dijo, algo seria.

Yo seguía indecisa respecto al cuaderno, volvió a mi mente la foto y la nota… quería entender, pero no quería obsesionarme al punto de perjudicar mi relación una vez más.

- ¿Qué crees que deba hacer? – Le pregunté, recostando mi cabeza en sus piernas.

Ella me acarició el cabello, me miró con ternura…

- ¿Quieres que te acompañe en esto? – Besó mi frente.

- Sí, es que tengo muchas ideas en la cabeza y no quiero empezar a especular sobre…

- Si ella está viva – Interrumpió.

- Bueno… sí. Eso…

- ¿Qué harías si ella viviera?

- Odiarla, no tiene idea del infierno que he vivido estos tres años, ahogada en la culpa por su supuesta muerte.

- ¿Y tus sentimientos hacia ella? Noté cómo miraste la fotografía.

- Créeme que fue más sorpresa que otra cosa. Creo que fue demasiado lejos, si es que es eso.

- Sal de dudas.

- ¿Cómo?

- El cuaderno. – Dijo, tomándolo y dándome pequeños golpecitos con él en la cabeza.

- No creo que ahí esté la respuesta. El sobre, ¿quién lo envió?

Tras una pausa, ambas dijimos al unísono:

- ¡Soraya!.

Me incorporé de inmediato y quise buscar mi celular para marcarle, María Fernanda me detuvo.

- No. No lo hagas.

- ¿Por qué?

- Obviamente ella quiere sacar ventaja de esto, tienes que llegar a la verdad por ti misma, sin buscarla, pues de otro modo caerás en su juego y no sabes qué trama.

- Eres astuta – Le dije, besándola.

- Lo sé – Sonrió pícaramente.

- También puedo decidir ignorar todo esto, y eso acabaría con cualquier “plan” que tenga “quien quiera que sea”…

- Buen punto, pero no dormirás en paz, lo sé. Igual lo que decidas, tienes mi apoyo.

- Tienes razón. Empecemos entonces por revisar el bendito cuaderno… – Dije, mirándola…

- Adelante – Besó mi frente.

Abrí el cuaderno, hacia donde la sangre seca me guiaba. Habían grupos de hojas adheridas entre sí, llegué a una que se veía un poco rota, presumo que ahí fue donde inició la exploración Patricia. Mucho de lo que veía eran apuntes de matemáticas, había notas con mi letra, explicaciones procedimentales y uno que otro garabato, siempre rayaba su cuaderno con toda serie de caras, dibujos locos, escribía su nombre y el mío… cosas propias de la edad que teníamos. Recordé un par de cosas mientras avanzaba entre las páginas, y María Fernanda se aferraba a mí, cada vez más.

Llegué al punto donde había más sangre, era una única hoja manuscrita, entre muchas hojas en blanco, así como cuando tomas un cuaderno para escribir deprisa y tomas la primera hoja que encuentras…

Miré a María Fernanda, ella asintió en señal de que debía continuar. La hoja, decía lo siguiente:

Eva, no tengo palabras para describir lo que estoy sintiendo, pero puedo decirte algo, duele como mil agujas punzando a la vez en el centro del pecho. Me falta el aire, me siento muy confundida. En serio, ¿Soraya? Qué pronto olvidas todo lo que nos hizo pasar de niñas, su acoso, su maltrato, más conmigo, pero ambas sufríamos las consecuencias por igual. ¿En qué momento te zafaste de mí?

Me has arrancado 11 años de vida, nuestra amistad, nuestro amor, toda nuestra historia. Vuelvo a ser esa niña indefensa que siempre te esperaba en el rincón del patio, por quien dejabas los mejores juguetes, solo por estar conmigo. Esta vez, fuiste por los mejores juguetes, los de Soraya. Y queda perfecta la analogía, dada la magnitud de sus dotes femeninos, no tengo cómo competir con eso, lo único que tenía para ti era un amor genuino, un amor nacido de todo lo que sembraste en mí, y que ahora se queda en nada, porque pueden más un par de tetas que una mano vigilando tu temperatura por las noches. Dios, no entiendo, ¿por qué?

Antes de morir, no pretendo hablar de lo pasado, simplemente quiero decir que no te odio, ni guardo resentimientos, no son buenos para mí, ni para ti. Simplemente, somos la parte restante de un ciclo que terminó; tú, parte de mi vida, un espacio en mi tiempo que hasta donde debió andar lo hizo, ahora sólo seré memoria en tu pasado, un estado de conciencia en tu mente, llevado al cuerpo, sellado en el alma, y estancado en el tiempo de tu vivir. Inspiraste mi vida, tú me enseñaste más de lo que con otro ser habría podido aprender, fuiste, eres y serás siempre el amor de mi vida, ese que no se repite. No sé en qué momento te fuiste de mi lado. Eva, te llevaste más que notas rosas en tus dedos, te llevaste mi inocencia y la forma más pura de amor nacida de mi pecho. Alguien debe equivocarse para que alguien más aprenda de su error. Esta vez, tú debes aprender, y para eso, debo desaparecer de tu vida.

Siempre te amaré. A pesar de lo que hiciste.

Ángela.

Las lágrimas no se hicieron esperar, no solo en mí, María Fernanda también lloraba. Supongo que se sintió identificada con Ángela en ese momento, pues ella fue víctima de un engaño también.

Tomé la foto una vez más, la miré con detenimiento, luego la dejé caer sobre el cuaderno, junto al escrito.

- Todo está saldado. – Arrojé el cuaderno hacia la pequeña mesa de café, me acomodé un poco en el sofá y cerré mis ojos.

María Fernanda se recostó en mis piernas, en eso, abrí mis ojos y ella veía el candelabro, algo extraviada.

- ¿Sabes algo, Eva?

- Dime…

- Ella te perdonó. Pero al mismo tiempo, quiso darte una lección.

- ¿Tú crees?

- La buscaste, trataste, para mí, eso es arrepentimiento. En mi caso no fue así. Ella, mi ex, no mostraba ni una pizca de remordimiento, estaban desnudas y aún decía “no es lo que parece” – Soltó una sonora carcajada.

- Creo que soy la menos indicada para decir algo. Pero si algo es cierto es que cada día me arrepiento de lo que hice.

- Como te dije, no puedes cambiar lo que hiciste, pero estoy segura de algo, y es que no lo harás de nuevo.

La miré, acaricié su rostro, puse mi frente contra la suya.

- Gracias por acompañarme en todo esto, y por confiar en mí.

Me dio un beso y se sentó nuevamente.

- ¿Vas a buscarla?

- No. No tiene sentido, digo, si está viva y fingió su muerte es porque no quiere que me acerque.

- O pretende que la busques.

- No.

María Fernanda me miró fijamente.

- ¿Por qué?

- Tengo una vida, y te tengo a ti. Yo tuve que seguir adelante, ella, viva o muerta, eligió alejarse. No puede pretender volver de entre los muertos y esperar que yo salga corriendo tras ella como si nada hubiera pasado. Vamos, pudo haber terminado conmigo y ya, no era necesario todo esto.

- Siempre supe que algo te ocultaban…

- Tuviste razón siempre, pero, si es mentira que está muerta, ¿quién está en el cementerio?

- ¿Cómo estaba la lápida cuando volviste?

- Descuidada. Ese día fui con Dayana y era tan notorio el descuido que me sentí enojada.

- ¿Quién descuida a un ser querido? Y ¿por qué volver a llevar flores ahora que tú estás aquí?

Sus palabras tenían sentido.

- Siendo así, que se considere vengada, todo este tiempo ha sido una tortura para mí. Me quitaría un peso de encima, más en estos momentos donde la vida me da una oportunidad de ser feliz contigo. – Volteé la mirada hacia un lado, algo apenada.

- Aun así, ¿quieres estar conmigo? – Una sonrisa tímida se asomaba en su rostro.

- Eres mi presente, y no puedo equivocarme esta vez.

Me abrazó, y pude sentir que lloraba. La abracé con fuerza, y así nos quedamos un buen rato, hasta que decidió ir a la cama. María Fernanda cayó rendida, había sido un día difícil. Yo, por haber dormido tanto, estaba como búho en fiesta de noctámbulos.

En la casa de María Fernanda, había un pequeño patio hacia el fondo, poco íbamos ahí, solo en las noches con luna visible, esas donde las estrellas cubren el cielo y la brisa es fría, con olor sereno, a humedad natural.

Hice una pequeña hoguera improvisada, busqué una caja de cerillos, junté algunas hojas secas, tomé una silla, de esas que son plegables, como para usar en la playa… me senté frente a la hoguera, y sobre el montón de hojas, coloqué el cuaderno y la foto, con todo y nota. La brisa desordenaba un poco las hojas, tenía que humedecerlas con algo inflamable o no funcionaría.

Busqué dentro de la casa algo que pudiera usar, entré en silencio a la habitación, y alumbrando con el celular, busqué algo de alcohol. Torpemente tropecé, pero ella no despertó. Conseguí lo que buscaba, volví al pequeño patio.

Reordené todo, y lo humedecí lo mejor que pude, y aunque tuve algunos problemas para encender la cerilla, logré arrojarla y la combustión inició. Me distraje viendo las llamas consumir todo, luego cerré los ojos, sentí una paz inconmensurable, ciertamente en el fondo me alegraba que Ángela pudiera estar viva, no por verla de nuevo, sino porque no me considero digna de ser el motivo por el cual haya querido arrancarse la vida.

Lo más probable es que me haya quedado dormida, el frío y la incipiente luz me invitaban a despertar. Esas sillas son cómodas para un rato de descanso, pero no para toda la noche, me sentía molida. Me di vuelta para buscar implementos de limpieza y recoger el desastre, y ahí estaba María Fernanda, en el umbral de la puerta con una taza de café.

- ¿De fogata y no invitaste? – Dijo, luego de dar un sorbo a su café.

- Estabas dormida, no iba a despertarte para esto – Me acerqué y me abracé a ella.

- Mira hacia allá – Con su dedo apuntó hacia la derecha, había una “pozo de fuego”, era hermoso, tenía bordes elípticos, con detalles que simulaban ser ladrillos, algo chamuscado, su base estaba compuesta por tres patas que se ramificaban desde la base del caldero, hasta alcanzar una distancia que estabilizaba toda la estructura.

- Vaya, habría sido útil si solo la hubiera visto – Me acurruqué en su pecho.

- Podemos planear una fogata una de estas noches, vemos las estrellas, y hablamos de todo. – Besó mi cabeza.

- ¿Qué día es hoy?

- Sábado.

- He perdido la noción del tiempo. – Dije, desordenando un poco mi cabello.

- Deja que yo recoja eso, espérame en la ducha para bañarte, voy en un momento.

Como niña obediente, la esperé, y debo decir que noté un mayor amor en ella, su forma de tratarme, de cuidar de mí, todo estaba creciendo.

Luego de desayunar y arreglarnos, me conminó a visitar a mis padres, no pude negarme, en realidad he estado más tiempo fuera de casa que con ellos. Era una buena oportunidad para hablarles de mi relación con María Fernanda. Sin embargo, los planes cambiarían de un momento a otro.

Tocaron la puerta. Era Dayana, venía con Helena.

- ¿Dónde está Eva? – Dijo una Dayana visiblemente alterada.

María Fernanda se hizo a un lado para que entraran, le hizo señas a Helena buscando luces sobre lo que pasaba, ella solo le hizo gestos con la mano como diciendo “espera”.

- ¡Eva! – Corrió a abrazarme, lastimó un poco mi mano.

- ¿Qué pasó? – Estaba extrañada.

- No me creerás lo que te voy a decir – Volteó a ver a Helena y a María Fernanda y les hizo señas para que se acercaran.

- ¿Por qué vienes así?

- Un momento, ¿qué tienes en el brazo?

- Tuve un pequeño accidente, pero descuida, María Fernanda me ha cuidado bien.

- Ya veo, fui a tu casa y tu mamá me dijo que no sabía nada de ti y me angustié, luego vi lo que vi y pensé que eso tendría algo que ver.

- ¿Ángela? – Preguntó María Fernanda.

- ¿Cómo lo sabes? – Preguntó sobresaltada.

En ese momento interrumpí para explicarle a Dayana lo que había pasado la noche anterior. El rostro de Dayana se enrojeció de ira.

- Maldita perra. Me las va a pagar.

- A ver, no entiendo, ¿qué viste exactamente?, digo, Eva y yo llegamos a esa conclusión pero ella lo asumió con total serenidad.

- Estaba con Soraya… ¿sabes lo que significa eso?, todo este tiempo yo he tenido que recoger a Eva del suelo por lo mal que la estaba pasando y la perra esa estaba “haciendo su vida”.

- ¿Con Soraya? – María Fernanda cambió de repente, se notaba molesta.

- Sí, con ella.

- ¿Dónde la viste? – Pregunté

- En el club, Helena y yo fuimos anoche, gracias a Dios no atendiste mi llamada, las iba a invitar a acompañarnos, la habrías visto, y no sé qué habría pasado.

Antes que pudiera responder, María Fernanda tomó en sus manos la situación.

- Nada, no habría pasado nada. Eva está conmigo, me ama. Eso es lo que importa.

Dayana se quedó callada. Yo miré a María Fernanda y le hice señas para que se acercara a mí. Me abracé a ella.

- Sé que Soraya es artífice de todo esto, y que la está usando.

- ¿La defiendes? – Dayana me miró molesta.

- No. Conozco a Ángela, hay algo más en esto, lo de la foto cobra sentido ahora, seguro pensó que yo dejaría de lado a María Fernanda, saldría corriendo tras ella y buscaría saber, para encontrarme con ellas juntas y quedarme en la nada. ¿Recuerdas el día en el cementerio? Por eso iba, estoy segura de que Ángela estaría cerca entonces. Aquí no hay nada qué hacer, déjalas tranquilas. Para que tengan éxito, necesitan que yo reaccione como ellas desean, y no sucederá, estoy segura de lo que es mi vida hoy, no necesito volver a mirar atrás.

Dayana se veía un poco contrariada.

- María Fernanda, ¿qué le hiciste a esta mujer? – Decía Dayana, buscando el cobijo de Helena, quien en todo momento permaneció en silencio.

Para mí, la confrontación no era una opción, no había ganancia en ello. Así que traté de ahogar el tema y proseguir con otros temas. Debo confesar que en el fondo sentí cierto chispazo incómodo, ¿decepción quizá? No lo sé.

-          “¿Volveré a verla?” – Pensé…

Continúa…