Pasado tormentoso (12)

Capitulo xii

CAPITULO XII – Perdón

Fui demasiado lejos, jamás imaginé que algo así pudo haberle pasado a María Fernanda. Me sentía avergonzada, fui egoísta, no pensé bien las cosas.

Entré a hurtadillas a mi casa, puse algo de ropa en un bolso y la dejé dentro del carro, coqueteaba con la idea de perderme un par de días, necesitaba pensar, reordenar las ideas. Esa noche me costó conciliar el sueño.

Al día siguiente, llamé a Victoria, para darle algunas instrucciones “especiales”.

- Buenos días, ¿Victoria?, es Eva.

- Buenos días, Ingeniera, dígame, ¿en qué puedo servirle?

- ¿Ya estás en la oficina?

- Sí, siempre llego temprano para verificar los servicios.

- Perfecto. Necesito que veas si llegó la Licenciada Cañizares y me avises. Espero tu llamada.

- En seguida.

Colgué la llamada, no estaba lejos de la oficina, aproximadamente a dos cuadras y media. Compré unas empanadas y estaba desayunando en el carro. Podré estar muriendo, pero jamás dejo de comer.

Recibo de vuelta la llamada de Victoria.

- Victoria, cuéntame. ¿Está ahí?

- No, su oficina está cerrada.

- Si en un momento del día la ves llegar, me llamas sin importar qué. Hoy te dejo a cargo, no estaré por allá por lo menos hasta que ella regrese.

- Entiendo, Ingeniera. Le avisaré cualquier eventualidad.

- Gracias, Victoria.

- “Lo más probable es que haya tomado transporte público para llegar, pero ¿cómo saber si lo hizo?” – Pensé.

No me quería arriesgar a llamarla, y empeorar las cosas… pero no quería perderla, no por esto… en eso llamé a Dayana, ella podría decirme qué hacer.

- ¿Dayana? – Hablé deprisa.

- ¿Pasa algo? Te oigo mal.

- Lo eché a perder todo, me dejó y no sé qué hacer.

- ¿Qué hiciste, Eva?, ¿dónde estás?

- Cerca de la oficina, quería saber si ella estaba ahí pero no vino, no quiero llamarla y que sea peor, y no sé si ir a su casa, de verdad que no se me ocurre nada. Ayer tuvimos una discusión fuerte y dije cosas que no debí, la lastimé y quiero arreglarlo. – Cuando me di cuenta, estaba llorando.

- ¿Qué le dijiste?

- Que ella no sabía qué se sentía superar un dolor. Gracias a eso, me enteré de la peor manera de su pasado, luego me dijo que me fuera, que no quería verme más.

- Te dije que la dejaras tranquila, ¿hasta cuándo, Eva? Todos tenemos heridas, todos hemos tenido que ser fuertes alguna vez en nuestras vidas, pero son cosas que se superan y continúas. Quién sabe la magnitud del dolor que sintió para haberte despachado así, y lo que a ella misma le habría costado superar eso para continuar su vida hoy por hoy.

- Lo sé, sé que me equivoqué. No la quiero perder.

- Debiste pensarlo antes de hablar de más. Te sugiero que la dejes tranquila. Si ella te quiere de vuelta, sabrá dónde encontrarte. Espero que esta vez me hagas caso.

- No, no puedo estar así…

Colgué la llamada. Dejé caer el teléfono y comencé a golpear incesantemente el volante, hasta que me dominó el llanto. Para ponerle una guinda al pastel, lastimé mi mano.

No recibí llamada de Victoria, no quería ir a la oficina en el estado en que estaba. Necesitaba verla, saber de ella. Decidí acercarme a su casa y ver si había salido.

Era un poco complicado hacer los cambios en el carro con la mano lastimada, pero tenía que intentarlo. Di la vuelta frente a la oficina para regresarme hacia su casa, pero en eso la vi bajarse de un taxi. Traté de entrar al estacionamiento pero quedé mal parada por rebasar al taxi. Tuve que dar otra vez la vuelta.

Suena mi teléfono. Era ella. No iba vestida como para un día de trabajo, más bien, iba con ropa de diario, una franelilla de algodón y pantalones de jean a la cadera.

- Buenos días, sé que estás afuera. Te espero en mi oficina. Necesito hablar contigo.

No pude hablar, colgó la llamada casi de inmediato.

Acto seguido, Victoria me avisaba por mensaje de texto que ella había llegado.

Estacioné como pude y fui a verla. Mi mano estaba cada vez más hinchada.

Toqué la puerta de su oficina.

- Está abierta.

- Buenos días, ¿cómo te sientes?

- Seré breve, vine a poner mi renuncia, no creo que sea prudente seguir aquí después de lo de ayer.

Me acerqué rápidamente a ella.

- No, no te vas a ningún lado.

- Eva, la decisión está tomada, te pido que por favor no lo hagas más difícil.

- Dije que no te vas – Olvidé que tenía la mano lastimada y al tratar de tomarla del brazo me torcí del dolor.

- ¿Qué te pasó en la mano? – Preguntó con preocupación.

- Nada, esto no es suficiente para lo que me merezco por lastimarte. – Mis lágrimas salieron.

Ella no dijo nada, solo tomó mi maltrecha mano entre las suyas y pensó por un momento.

- Hay que llevarte al hospital.

- No… no quiero… todo lo que quiero es que me escuches.

- Bastante te he escuchado, más de lo que quisiera.

- Por favor, María Fernanda, si después de lo que diga te mantienes en tu decisión de no estar conmigo lo voy a respetar, pero no te vayas, yo puedo alejarme si así lo deseas, pero no te vayas de aquí, por favor – La tomaba del hombro con mi mano izquierda.

- No entiendo, te alejarías pero ¿no quieres que me vaya de aquí?

- De otra forma no podría verte, y mira, sé que me equivoqué, pero si te pierdo, me conformaría solo con verte aunque fuera de lejos. – La dejé y me senté.

- ¿Y no crees que eso es peor? Yo tomé una decisión seguiré adelante con ella.

- ¿No me escucharás entonces?

Se quedó callada, y ese silencio lo dijo todo.

- Supongo que entonces no hago nada aquí… disculpa por haberte hecho perder el tiempo – Me levanté y caminé en dirección a la puerta, hecha un mar de lágrimas.

Antes de cerrar la puerta le dije:

- No es necesario que te vayas de la empresa, me iré yo. No pierdas la oportunidad de crecer por un error mío, nadie, ni siquiera mi padre, sabe que tuvimos una relación, así que no habrán emociones de por medio, tienes mi palabra.

Me fui, esperaba que me detuviera, pero no fue así.

Entré a mi oficina, me senté un momento a pensar en lo que haría… para empezar, hablaría con mi padre y le pediría que convocara una junta de emergencia, que nombrara a Victoria como Ingeniero Jefe y a María Fernanda como Interina porque tendría que salir de la ciudad por un tiempo y no quería dejar la empresa sin el debido cuidado, o al menos intentaría convencerlo de eso.

Recogí algunas cosas, y al abrir la gaveta, ahí estaba el cuaderno. Me sentí tentada a abrirlo, pero lo guardé en el bolso junto a otras cosas. Limpiando la bandeja, vi el sobre sin remitente que me entregó Martina, de igual forma lo coloqué en el bolso, miré hacia todas direcciones pendiente de no dejar algo, cerré la oficina y salí.

Arrojé el bolso en el asiento trasero y cuando encendí el auto, vi que venía María Fernanda en dirección a mí.

- ¿A dónde de vas? – Venía a toda prisa.

- Lo suficientemente lejos como para no molestarte.

- ¡Espera!

Di marcha atrás, se quedó ahí viéndome.

- No puedes manejar así. – Dijo, cercando el vehículo.

- Al igual que tú, ya tomé una decisión, escogiste no escucharme, elijo alejarme. Permíteme salir, por favor.

- Deja que te lleve.

- No, gracias, yo puedo.

Se acercó a la ventana del piloto, me tomó del rostro, y me dijo.

- Te escucho, te llevo, todos ganan. ¿Trato?

Era eso o no tener la oportunidad de hablar con ella. Tenía que tratar.

- Tú ganas. – Activé el freno de mano y me pasé al asiento del copiloto. Ella se montó y apagó el vehículo.

- Te escucho. – Dijo, volteando a verme.

Hice una pausa, estaba en blanco, y el dolor en la mano era insoportable.

- Primero que nada, perdóname por haberte lastimado. Lo que hice no estuvo bien, no fue la manera más adecuada de hacer las cosas. Que ¿por qué lo hice? No es que haya una razón en específico, simplemente me salí de control, llega un momento en que no sabes absolutamente nada de la persona con la que estás y te aterra, porque empiezas a sentir cosas por ella y… te invade el miedo, la ansiedad. Quieres ser transparente, mostrarte tal cual eres, pero no, no es recíproco y sientes que es un trato desigual. No sé si lo que digo o cómo lo digo sea la forma adecuada, o si la hay no la conozco, no tengo todas las respuestas. En fin. Nunca imaginé que podrías haber pasado por cosas tan dolorosas, en serio, mi dolor se quedó pequeño y siento algo de vergüenza, porque un dolor así es incomparable. Sé que no puedo devolver el tiempo, y sé que tienes una decisión tomada, pero quiero que sepas que eres lo mejor que me ha pasado y en este tiempo, aprendí cosas de mí que no sabía, y ha sido gracias a ti, a tu fortaleza, algo que siempre he admirado. Te agradezco la oportunidad que me diste para estar en tu vida, y la que ahora me das para despedirme, al menos tratando de expresar lo que nunca fui capaz de decir por miedo… espero que me perdones un día.

Hubo un silencio ensordecedor. Giré mi cabeza en dirección a la ventana, mirando hacia el cielo. Luego le dije:

- Me habría gustado pasar el resto de mis días a tu lado. No sé cómo se siente el amor, pero  me gusta lo que siento por ti, es cálido, intenso, me lleva a los extremos… me alegra haberte conocido. – Lágrimas rodaban por mis mejillas.

En ningún momento fijé la vista en ella, sentí que encendió el vehículo, su silencio me estaba matando. Un trato es un trato.

No puse atención al camino, solo pensaba en todo, sin enfocarme en algo en especial. El sobre sin remitente vino a mi mente, tomé el bolso como pude y lo saqué. Lo miré por todos lados buscando indicios del remitente, y nada. Decidí abrirlo, lo sujeté con ambas rodillas y traté de romperlo.

- ¿Qué es? – Preguntó María Fernanda.

- Este sobre llegó a mi oficina, pero lo dejé en la bandeja y nunca lo abrí, ahorita que recogía mis cosas lo vi y decidí traerlo para ver de qué se trata.

Ahora que pude verla, sus ojos estaban llorosos… moría de ganas por besar sus hermosos ojos y estrecharla entre mis brazos.

- Ábrelo. – Pidió, con firmeza.

Abrí el sobre, era una foto de Ángela, saliendo de un edificio… se veía distinta, no la recordaba así.

- ¿Es ella? – Preguntó.

- Sí, pero no la recuerdo así… es raro…

María Fernanda tomó la foto y la observó, sin dejar de prestar atención al camino.

- Bonita – Dijo, sonriendo.

No respondí, seguí esculcando dentro del sobre buscando más pistas. Había una nota.

- Mira esto – Le dije.

Leí la nota en voz alta:

- “¿Te parece conocida?... S.” – Dije.

- ¿Ya no hay nada más?

- No, solo eso.

- Justo a tiempo, llegamos.

- ¿Dónde estamos?

- En el hospital.

- ¡Hey!, este no fue el trato.

Se acercó y me besó, muy lentamente, pero con ansiedad.

- Te dije que te llevaría, no te dije a dónde. – Sonrió.

Entramos al hospital, al verme, me llevaron de inmediato al ala de traumatología. María Fernanda estuvo cada momento conmigo. Me hicieron placas, y bueno, tuve una pequeña fractura. Me colocaron calmantes, un yeso y un cabestrillo. En ese momento, agradecí ser zurda, no estaría tan limitada en mis actividades diarias.

- Te llevaré a tu casa, ahora sí que no puedes manejar.

- No tenía pensado ir a casa.

- ¿A dónde ibas?

- Saldría fuera de la ciudad por un par de días. No quería que mis padres me vieran así. Ya tienen suficiente con sus problemas para yo convertirme en uno más.

- Pues ahora irás a casa.

- No, por favor, llévame a un hotel, quédate con el carro para que vayas a tu casa y yo le pido a Dayana que pase por mí cuando vaya a regresar.

- En absoluto. – Mecía su cabeza de un lado al otro.

- Veo que no tengo opción.

- No puedes estar sola, alguien debe cuidarte.

- Es solo la mano, no es gran cosa.

Ignoró lo que le dije. Ya me veía dando explicaciones a mis padres y todo un drama. El calmante que me colocaron, estaba provocando somnolencia en mí.

- Eva, despierta. – María Fernanda me despertaba, para mi sorpresa, muy cariñosa. Besaba mi rostro y me acariciaba.

Cuando abrí los ojos, estábamos frente a su casa. Me ayudó a bajar, y al entrar en la casa, me hizo sentar en el sofá y fue a prepararme algo para comer. Por un momento sentí que todo volvía a ser como antes.

- Ten, come esto mientras cocino un almuerzo decente – Trajo para mí un par de emparedados con mantequilla de maní y mermelada.

- Gracias, amor. – Dije, esperando una reacción de su parte.

Me dio un beso y se fue a la cocina.

Minutos después, un aroma muy agradable y apetitoso se podía sentir, en realidad era muy buena en la cocina. Preparó una pasta carbonara que competía fácilmente con la versión de cualquier restaurante de alto nivel.

Comimos en silencio, internamente me sentía agradecida por estar con ella en ese momento. Sin querer, me había enamorado de ella, y de esos momentos cotidianos que compartíamos. Al terminar la comida, recogió los platos y me dijo que iría por mi ropa, la esperé en la sala.

- Eva, vamos a darte un baño y a ponerte ropa cómoda.

Se me subieron los colores al rostro. Me llevó hasta el baño, me desnudó, quitó el cabestrillo y fue llenando la bañera con agua tibia. Sus ojos se perdían en mi cuerpo, no soy de curvas sensacionales, pero le gustaba mi cuerpo. Me ayudó a entrar en la bañera, y cuando estuve sumergida, cubrió el yeso con una toalla, tomó una esponja y comenzó a frotar todo mi cuerpo. Sentía algo de morbo, ella estaba de rodillas, inclinada hacia adelante, apoyándose en su antebrazo derecho, y esa posición aprisionaba sus senos, que parecían querer salir de la franelilla que traía puesta. Verla me estaba poniendo caliente. Dejó la esponja, y sentí sus manos acariciarme bajo el agua, mi reacción no se hizo esperar. Cerré mis ojos, ella me masturbaba suavemente, se deslizaba por cada pliegue de piel, explorando, palpando. Fue intensificando las caricias, se acercó a mí, comenzó a besarme mientras me tocaba, me estaba volviendo loca. No demoré en tener un orgasmo. Me tomó del cuello y me abrazó. Pude escuchar que me decía algo al oído:

- Lamento no haber sido abierta en cuanto a mi pasado, no debí tratarte así. En parte, tengo culpa por lo que pasó.

La besé, la besé como si fuera la última vez.

- Quítate la ropa y ven, ahora. – Dije.

Rauda y veloz, se despojó de sus ropas, se sentó sobre mí, estaba empapada, comenzó a frotarse contra mi pubis, y acariciaba sus senos mientras se movía. Solo verla me encendía nuevamente, me sentía frustrada por tener el yeso y no poder brincarle encima y hacerle mil y un cosas.

Buscó mis labios, bajé mi mano izquierda hasta su sexo, comencé a masturbarla rápidamente, se escapaban gemidos en ambas. Ella sabía que eso me enloquecía, me gemía justo en el oído.

- Me vuelves loca, es difícil renunciar a ti – Me decía entre gemidos.

- Soy tuya, no quiero estar con nadie más – Le dije mientras comenzaba a penetrarla

Sus gemidos se intensificaron, y pronto tuve mis dedos atrapados en sus contracciones. Me miró, y me dio un beso tierno y profundo.

Me ayudó a salir de la tina, secó mi cuerpo y colocó nuevamente el cabestrillo. Me recostó sobre su cama y se acostó junto a mí, y no, no me puso ropa. En pocos minutos, nos quedamos dormidas.

Continúa…