Partiendo la Pana

La pana, las braguitas y todo… sexo brutal en primera persona

El otoño estaba avanzado pero no obstante hacía una buena temperatura baja como correspondía pero un día soleado, Ana, como cada viernes después del trabajo tomó su bolsa de gimnasia y se dirigió a la piscina, llevaba puestos unos pantalones de pana marrón ajustaditos y una blusa rosa y debajo una camisola también rosa. Ella era alta, rubia con melena rizada y unos tiernos ojos azules que invitaban a cualquier cosa solo con dirigirte la mirada.

Alberto trabajaba en la panadería de enfrente de la piscina desde hacía cinco años, estaba sudado a pesar de no ser verano. Acababa de hacer una tanda de rosquillas y había sacado del horno otra tanda anterior. Era un tipo duro, de un metro noventa de altura y complexión atlética a pesar de que el único deporte que hacía era el duro trabajo en la panadería.

Salió a fumarse un pitillo y vio pasar a Ana como cada viernes, demonios como le ponía, estaba muy pero que muy buena, desde la panadería se le veía pasar el sol por la entrepierna dejando entrever lo bueno que allí había. Se apoyó en el callejón de la esquina de la panadería para acercarse a ella cuando pasara a su altura y así poder olerla, ummm, con lo buena que está ahora mismo la metía en la panadería y encima del mostrador le metía este pedazo pene sin bajarle los pantalones, porque tal y como estoy soy capaz de atravesar la pana, las bragas y hasta un cinturón de castidad.

Ana por su parte parecía que estaba pensando lo mismo de Alberto, procuró acercarse lo máximo posible para captar su sudor que hacía que se le pusieran los pezones durillos, en esto que tropezó justo al pasar por delante de él, el trató de cogerla antes de que callera y acabaron los dos en el suelo, ella debajo y el encima.

No cruzaron palabras, la atracción era tal que solo les dio tiempo a romper la cremallera del pantalón de pana, Alberto apenas acertó a sacarse el miembro, tan erecto que lo lanzó directo a por ella, atravesando las braguitas, besándola en la boca, en el cuello, en la blusa. Ana por su parte le besaba igualmente donde podía, parecía que se iba a acabar el mundo, frenéticos ambos  follaron por un instante, hasta que sus cuerpos se dieron por saciados, sus sentimientos calmaron su sed y por fin pudieron desengancharse, todo chorreados.

Se levantaron como si nunca jamás se hubieran visto y continuaron cada uno con lo suyo