Párrafos impúdicos (3ra parte)

Tercera parte de una prosa poética erótica que tardé casi un mes en escribir.

Mi prolongación venosa, cuyo bálano está acaloradamente alborozado –en estado de máxima tensión–, quiere aventurarse contigo. Entretenerse, divertirse, retozarse, quemar todas sus energías contigo. Lanzarse, apostar por ti. Pasarse entre tus mamas, entre tus bustos, entre tus esferas. Pasarse entre tus asentaderas, entre tus posaderas. Saludarse afectuosamente con tu monte de Venus, darse pequeños golpecitos y resbalarse varias veces con él o con tu periné. Tocar con su punta la cabecita de tu clítoris relumbrante –ya no más tímida ni sonrojada–, como si fueran el dedo pulgar y el dedo índice de una mano, dándole máxima prioridad al tacto, el sentido que más manda, más gobierna y más se enseñorea con nosotros en esta parte. Pulsar ese botón y hacerlo latir como si tuviera voluntad propia.

¿Dónde está el pudor? ¿Qué es el pudor? ¿Existe el pudor? Pues aquí no creo que esté, su presencia no es ni siquiera nítida. Tus ojos calentorros no saben lo que es el pudor ni tienen idea de dónde está. Tus manos tocándome las debilidades como si fueran la cabeza de un pequeño cachorro, por ejemplo, tampoco saben. Ni tu boca transgresora. Ni tus sublimes pechos. Ni tus piernas vibrantes. Ni tus espléndidos y sedosos pies. Menos aún tu insolente y vanidoso trasero. El pudor fue tapado por el celo. Arrasado por la impetuosidad. Devorado por el desenfreno. Desdibujado por la lascivia. Opacado por el arrebato. Eclipsado por la libidinosidad. Derretido por la fogosidad. Difuminado por la concupiscencia. Diluido por el libertinaje. Borrado por el enardecimiento. Reemplazado por la desvergüenza. Todo sin la más leve beligerancia, el pudor aquí y ahora, se transformó en un concepto escurridizo como las gotas de lluvia.

En donde antes había hielo, ahora hay vapor. Si es cierto que la pasión es mágica, contigo quiero hacer varias pruebas empíricas. Puedes hacer lo que quieras conmigo que estoy en modo romántico, dispuesto y tan hambriento de ti. Como un plato de comida que rebalsa, me llenas el corazón de adrenalina, mujer hermosa y encendida. Te besaría con acaloramiento, te abrazaría con toda la fuerza reprimida, te acariciaría con afecto, te halagaría con admiración, te tocaría con devoción, como si me fuera a morir mañana, como si no hubiera un después. Lamería y relamería golosamente tu fascinante mariposa como si fuera un dulce. Tus risas, y tus repetidos gemidos de mujer acompasados a los míos, serían como melodías que entran en mis oídos, y yo quiero que formes una canción con ellos. También quiero que tus gritos de placer genuino formen una pieza de ópera, incluyendo los que tratas de tapar con tus manos o con la almohada, acallándolos de forma inane, mientras tu cuello, tus pechos, tus hombros y tu espalda están brillosos por la transpiración. Tus frases de aliento arderían por sí mismos sobre mi memoria, me harían enamorarme más de ti. Tus sonrisas y tus muecas lascivas me las almorzaría cada una de un bocado. Haría de tus pezones, caramelos rellenos en mis papilas gustativas carantoñas. En tus pechos divinos me gustaría dormir. Me gustaría que abras tus piernas y que hagas de mí tu hombre, aunque sólo sea por un periodo breve. Que transcurra lo más cadenciosamente posible, si va a ser por un corto tiempo.

Amo profundamente la temperatura de tu cuerpo cuando estás cachonda al cien por ciento. Adoro reverencialmente la temperatura de tu cuerpo cuando te pones así. La idolatro, estoy prendado de ella, enamorado de ella. Siento una total veneración. ¡Rediós, qué frío hace afuera! Quiero alimentarme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te alimentes de la mía. Quiero nutrirme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te nutras de la mía. Quiero sustentarme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te sustentes de la mía. La temperatura de tus manos y tus brazos es estimulante. La temperatura de tus piernas, tu vientre y tu espalda es acogedora. La temperatura de tu cara y tu cuello exhalan ternura, y quiero estar más cerca de esa ternura. La temperatura de tus glúteos y tus pechos es embriagante. La temperatura de tu pequeño cisne es exaltante.

Benditas sean las inmensas ganas que tiene tu travieso cuerpo de hacer picardías. Bendito el sonido que hacen nuestros suspiros de amor. Bendito el sonido que hacen nuestras bocas cuando nos besamos con ansia enredada y juguetona. Bendito el sonido que hacen mis manos y mis brazos cuando te toco. Bendito el sonido que hacen tus manos y tus brazos cuando me tocan. Bendito el sonido que hace tu corpiño cuando te lo desabrochas como si fuera un traje caluroso, y lo lanzas a lo lejos liberándote de la represión de la lencería. Bendito el sonido que hacen tus pechos cuando los abofeteas. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando las estiras con tus dedos teniéndolas puestas, para luego soltarlos y que éstas vuelvan a pegarse a tu piel delicada estrellándose con ella. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando te las quito, y cuando te las pongo. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando la lanzas a cualquier lado.

Bendito el sonido que hace mi lengua cuando te estimulo. Bendito el sonido que hace tu espectacular boca cuando te excitas. Bendito el sonido de tus risas y tus carcajadas. Bendito el sonido que hacen las sábanas cuando te retuerces de placer. Cuando te serpenteas del gusto. Bendito el sonido que hacen nuestros muslos cuando los agitamos y los golpeamos entre sí. Bendito el sonido que hacen tus palmadas. Bendito el sonido de nuestros jadeos. Bendito el sonido de todas nuestras respiraciones. Bendito el sonido que hacen nuestros corazones al latir. Bendito el sonido que hace tu entrepierna cuando le das pequeños golpecitos con tu mano derecha. Bendito el sonido de nuestros movimientos repetitivos y acelerados que hacemos con las manos.

Sinfonía de verbos, soflamas, halagos, nombres mencionados y agradecimientos, tanto tuyos como míos. Sinfonía de besos, risas, gemidos, suspiros, jadeos, respiraciones agitadas y temblorosas, y de sonidos gomosos, acuosos, pegajosos y espumosos. Joyas auditivas, Tesoros sonoros. Bendito sea también el sonido de tus pisadas descalza. El sonido que haces al bañarte. El sonido que hace la espuma cuando juegas con ella. El sonido que hace tu cabello cuando lo peinas.

Benditos sean los movimientos que hace tu estómago cuando intenta resistir ese calor que recibe proveniente de un cuerpo extraño. Cuando intenta resistir los hormigueos que lo zarandean internamente. Benditos los movimientos que hacen tus manos y tus brazos cuando están creando los placeres que otras ciertas partes de tu cuerpo exigen al momento. Benditos los movimientos que hace tu lengua cuando me matas y me rematas el alargamiento venoso y sobresaliente con ella. Bendita la profundidad de tu garganta cuando me castigas de forma benigna con ella. La profundidad de tu ombligo cuando introduzco mi lengua casi hirviente en él.

Maravilloso sea el cubrecama en donde nos entregamos mutuamente, todo, hasta quedar vacíos. Maravillosas las sábanas en donde nos hacemos sentir exquisitos. Maravilloso el colchón en donde nos desvivimos sexualmente, haciendo desaparecer todo el color de la penumbra. Maravilloso el acolchado en donde unimos cada milímetro de nuestras pieles ahora algodonadas, recibiéndonos en igual cuantía. Maravillosa la humedad de tu boca cuando me acaricias de manera lingual. La humedad de tus jadeos cuando los exhalas cerca de mi cuello. La humedad de tus zonas pudendas cuando las entrelazas con las mías. Maravillosa la suavidad de tus labios cuando me besas. La suavidad de tu lengua cuando la usas conmigo. La suavidad de tus mejillas cuando derribo momentáneamente todas las fronteras invisibles contigo. La suavidad de tu nariz cuando quieres compartirla conmigo. La suavidad de tu cabello cuando me haces cosquillas con él. La suavidad con la que me arrullas manualmente, pintándome toda la piel de ella. Maravillosa la calidez de tus mimos cuando los expresas en alguna parte de toda mi anatomía.

Maravilloso es el calor de tu boca cuando me sosiegas las nociones de espacio y tiempo con ella. El calor de tus jadeos cuando los exhalas cerca de mi nuca. El calor de tus piernas cuando las cruzas con las mías. El calor de tus manos cuando jugueteas con mi elongación venosa. El calor de tus posaderas cuando te apoyas en mis muslos. El calor de tu espalda cuando la siento. El calor de tus pechos cuando me absorbo en ellos y los encierro con mis manos. El calor de tus pezones electrizantes cuando los quiero querer, haciendo pequeños círculos con el vértice de mi lengua en ellos hasta que parezcan dos refulgentes dedales. Maravilloso el calor de tu cuello cuando lo beso. El calor de tus mejillas cuando las unes con las mías. El calor de tu vientre cuando lo adhieres al mío. El calor abrazante de tus muslos cuando se estrellan con los míos, mientras tus mamas suben, bajan, se adelantan o retroceden de acuerdo a cada embestida y a cada posición. El calor abundante de tu adorable y divino tulipán, cuando está muy encariñado conmigo. El calor de tu nariz cuando lo rozas en mi cara. Maravilloso sea el ardor de todas tus agitaciones.

Inspiradores sean tus besos más sonados, que se escuchan más claros que los siseos de una anaconda, haciéndome más merecedor de ti. Inspiradores sean tus suspiros más hondos, que se escuchan más claros que las ululaciones de un búho. Inspiradores sean tus jadeos más guturales y profundos, que se escuchan más claros que los aullidos de un lobo. Inspiradores sean tus gritos más indisimulados, que se escuchan más claros que los relinchos de un caballo. Inspiradores sean tus cabalgadas más ruidosas y aceleradas, que se escuchan más claras que la lluvia cayendo sobre un tejado. Inspiradores sean tus lamidas más mojadas y tus caricias más intencionadas. Los dos roncos y consumidos por un deseo melifluo, bañando nuestros semblantes con lo mejor de él, intercambiando abundante cantidad de sudor, confidencialmente cardiacos. Un deseo, que si pudiera hablar, diría tu nombre completo con la misma blandura que el talco, o con la misma blandura que la tela fría.

Fantástico sea el temblor que deja tu voz al gemir y el temblor que hacen tus piernas al intentar resistir. Fantástica sea la velocidad con la que tus pechos y tus cabellos se mueven, y la velocidad con la que cierras y abres tus glúteos al montarme como una posesa, chupándote el labio inferior y exhalando por la nariz, sintiendo que nuestros vientres van a explotar.

La vida empezó a parecerme un arte en sí, y tú lo haces excepcionalmente bien. Siento que estoy rozando el paraíso cada vez que sonríes cuando te estoy montando, con tus piernas en mis brazos y gotas están cayendo hacia el surco que hay entre tus glúteos. En el cielo me siento cada vez que sonríes cuando anexamos nuestros impudores, con tus piernas en mis hombros. En las nubes me siento, cada vez que ríes mientras vinculamos estrechamente nuestros impudores, que se aceptan sin ningún reparo. Los dos, estando idos de placer y haciéndole un homenaje, pareciendo durante segundos impermeables a cualquier distracción, volando cometas de júbilo en su auge.

Exaltante es la relación idílica que existe entre tu boca y mi boca. Entre tu lengua y mi lengua. Entre tus mejillas y las mías. Entre tu pecho y el mío. Entre tus manos y las mías. Entre tus brazos y los míos. Entre tu ombligo y el mío. Entre tu cintura y mi cintura. Entre tus caladas intimidades y las mías. Entre tus piernas y las mías. Entre tus pies y los míos. Exaltante es la excelente relación amistosa que pueden llegar a tener tus pechos con la libertad, tus glúteos con la libertad y tu prominencia más íntima con la libertad –tu cuerpo con el exhibicionismo–.

Quiero que tu admirable boca, caliente y húmeda, bendiga mi boca, mi frente, mis mejillas, mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi vientre, mis brazos, mi espalda y mis piernas. Quiero que tu prodigiosa lengua bendiga mi glande, mi prepucio, mis venas dorsales y el resto de todo mi pequeño cuerpo impúdico.

Devuélveme las caricias que yo te doy, y yo te devuelvo las que tú me das. Regrésame los abrazos que yo te doy, y yo te regreso los que tú me das. El calor corporal que te haga falta yo te lo doy, y el calor corporal que me hace falta, deseo que tú me lo des también.

Mis miradas –que de mirarte nunca se cansan– son tus miradas. Mis caricias –que de acariciarte nunca se cansan– son tus caricias. Mis abrazos –que de abrazarte nunca se cansan– son tus abrazos. Mis besos –que de besarte nunca se cansan– son tus besos. Mi ternura es tu ternura. Mi insomne deseo es tu deseo. Mi desvelada pasión es tu pasión. Mis excitaciones en su pináculo son tuyas. Desvísteme de mis miedos, de mi timidez, de mis prejuicios, de todas mis inseguridades, desatándome de todos sus nudos, y cúbreme con un manto de amor tuyo. Acógeme con beneplácito, envuélveme con un gran terciopelo de tu cariño. Vísteme de palabras bonitas, de palabras picantes y sicalípticas, de besos, de abrazos y de lujuria edulcorada estando calcados por ella, gozosos y totalmente despojados de ropa física. Hasta que nos dejemos a ambos con las sensaciones más sensibles que nunca. Si vas a estar afuera de mi cuerpo, que sea por cansancio, satisfacción o para cambiar de posición.

Después quiero dejarte mi semilla –más rico en espermatozoides que la noche es de estrellas– en donde no sea un peligro. En tus glúteos, o en tu vientre, llenarte el ombligo de ella. O en tu espalda, o en tus piernas, o en tus mamas, o en tu cuello. Eso sí, jamás de los jamases en tu boca, en tu cara o en tu cabello. Eso no. Dentro de las relaciones sexuales consentidas tienen que haber reglas de oro, y esa para mí es una de ellas. Después quiero limpiarte con lo que haya a mano. Quiero vestirte, volverte a poner yo mismo tu ropa interior. Que me acomodes y te acomodes el pelo. Encanto, lindeza femenil.

Cuerpos hechos de vicio, disolviendo todo el estrés –que es más feo que la herrumbre– como dos bolas de anís. ¿Cuál es el alboroto si hemos mojado el acolchado? ¿Cuál es el escándalo si hemos mojado las sábanas o el cubrecama? ¿Si hemos mojado nuestras toallas? ¿Si dibujamos varias manchas de humedad en las telas? ¿O si hicimos un enchastre? Lo lavaremos todo al terminar.

¿Quieres quedarte solamente hablando después de esto? Habla de todo lo que quieras, querida mía. Te lo debo. Habla de tu trabajo, de tus compañeros, de tus estudios, de música, de cine, de tus amigas y amigos, de tus sueños y ambiciones, o de cualquier nimiedad, mientras estás con la mirada tranquila. Después quiero que durmamos –como quien duerme después de haber estado parte de la mañana y toda la tarde en un balneario–, y espero ser yo el último en dormirse, así te contemplo y descubro más detalles tuyos. Algún lunar, peca, punto rojo, cicatriz, mancha permanente o picadura de mosquito. Quiero que en el medio de todo eso me digas “te quiero” otra vez. No me importa si es susurrado, un hilito de voz casi inentendible –casi tan fino como un silbido– entre dormida y despierta, lo quiero escuchar. Si no, será otra noche.

Ojalá que con todo esto, y un poco de suerte, logro que ocurra el milagro, de que después pienses en mí cuando estés ensimismada en tus secretos, de que tengas –producto de las huellas que dejé en tus silencios– fantasías conmigo, de que te sientas especial o segura conmigo, o lo más trascendental, de que suspires y se te humedezcan los ojos –respirando poemas– con tan sólo pensar en mí. El milagro, de quedarme en tu cabeza como una composición musical que se te mete al despertar. Como algo que te hace bien.

Valió cada arreglo que hice en mi aspecto físico para cautivarte. Cada prenda de ropa, y el perfume que me puse para intentar seducirte. Cada centímetro que recorrí para acercarme a ti. Cada pregunta que te hice con la intención de conocerte más. Cada voseo que hice con la intención de marcar más profundo en el terreno tu confianza. Cada muestra de interés o de atención que te di. Valió el tiempo que invertí pensando en las palabras justas para sacarte una sonrisa, y el que invertí pensando en las palabras justas para conquistarte. Cada mirada tierna o lasciva que te hice, y que funcionó. Cada llamada telefónica que te hice, y que fue oportuna. Cada regalo que te ofrecí, y que te gustó.

¿Dónde está la culpa? Mejor dicho, ¿por qué hay que sentir culpa de lo que sentimos? ¿De lo que hicimos? ¿De lo que estamos haciendo? Descarado aquél o aquella que desprecie todo lo relacionado al sexo, aunque sea un sexo consentido desde los cimientos hasta la cúpula. En un planeta en donde el sufrimiento fue convertido en un deporte de masas. Caradura aquél o aquella que aborrece toda cosa que tenga que ver con el placer sexual, aunque sea un placer sexual regado de amor. En un planeta en donde el dolor no tiene jerarquía alguna. Cínico aquél o aquella que siente repulsión hacia cualquier cosa relacionada al sexo, aunque sea un sexo arropado, abrigado y cobijado en el respeto mutuo. Farsante y de retórica ficticia, simulada, fingida, artificial y postiza sea aquél o aquella que dice odiar el sexo. Chiflados sin gracia atorados en la ignorancia, democratizadores de la amargura e indigentes de ilusiones.

Continuará...