Párrafos impúdicos (1ra parte)

La siguiente obra es una prosa poética erótica escrita con la intención literaria de transmitir sensaciones y no tiene como fin mayor la narración de hechos. Se recomienda leerla pausadamente, en silencio y en solitario, estando sentado o acostado en un lugar cómodo, preferiblemente de noche o en un día lluvioso. Se recomienda sobre todo tener la edad suficiente para poner su atención en el siguiente texto. No se aconseja terminar la lectura del libro en un solo día, es preferible que sea en una semana o en poco menos de un mes.

Mujer fogosa, ardiente como una antorcha y de sonrisa fresca y brillante –que genera un resplandor que da confianza–, si tus ojos están escondiendo secretos lujuriosos, imagínate los míos. Tu oferta me tienta. Quiero juntar tu boca con mi boca, entrelazar tu lengua con mi lengua, que tiene ganas reales de pecar contigo, y pensar que estoy haciendo uno de los mejores viajes de mi vida. Poner mi mejilla contra la tuya y coquetear con la idea de que estoy realizando uno de los viajes más lindos de mi vida. Recorrer tu tibio cuello con mis labios e imaginar que estoy haciendo uno de los viajes más inolvidables de mi vida. Meterme en tu cabello con mi nariz a ojos cerrados, usando la misma calma con que tarda en fundirse la miel en una taza de té de limón, y sentir que estoy realizando uno de los más hermosos viajes de mi vida. Explorar tus piernas rutilantes con mis besos, descubrir tu espalda a través de mis besos, y fantasear con la idea de que estoy haciendo uno de los viajes más memorables de mi vida.

Quiero perderme sin remedio en todo tu cuerpo, contornear tu figura con mis manos, y soñar que estoy efectuando uno de los viajes más maravillosos en toda mi vida. Quiero encontrarme contigo, reunirme contigo, divertirme contigo, que me sobran las ganas. Recorrer con esmero tu cuerpo con la yema de mis dedos que son amigables, como quien recorre la autopista a pie: lentamente.

Estoy esperando por ti, mujer de ojos hermosos como el día, más linda que una estatua griega, obra de arte –a la italiana– creada en cuerpo de fémina, de sonrisa fotogénica que ilumina más que una linterna. Escuchar un “te quiero” de ti puede ser algo verdaderamente sobrecogedor, algo realmente conmovedor. Me haces olvidar de que existe la tristeza, el dolor, el mal humor. Quiero que no sólo tus ojos, sino que también tus cejas me miren. Como la brisa que choca contra mi humanidad, quiero que tu nariz me mire. Que tu boca viciosa me mire con cada movimiento que haga y con cada palabra o cada sílaba que emita. Quiero que tu mentón me mire. Que tus pechos me miren, cuando están quietos colgando como dos ubres hinchadas, cuando los estás bamboleando o masajeando, cuando los estás apretando o abofeteando muy levemente, cuando juegas con ellos. Quiero que tu ombligo me mire, que la parte más privada de tu cuerpo me mire. Que tus miradas, tus muecas, tus sonrisas, tus parpadeos, tus manos calientes, tus suspiros y tus jadeos se conviertan en las más importantes protagonistas.

Me gusta cuando te mueves, cuando haces esos bailes improvisados con una libertad y un ritmo que encandilan. Cuando te recoges el cabello de la oreja o de la cara interminables veces, y más cuando lo hago yo. Cuando te lo atas y te lo desatas, cuando golpeas al aire con él al hacer un movimiento rápido con tu cabeza. Cuando te rascas donde te pica, y más cuando te rasco yo. Cuando cantas, balbuceas o tarareas la letra de una canción que te atrapa los oídos. Cuando meneas la cabeza por una melodía. Cuando me enseñas la lengua, cuando te la pasas entre los labios, o cuando te colocas un dedo entre ellos. Cuando te chupas un dedo, y luego lo sacas a recorrer tu mentón, tu cuello, y en algunos casos tu pecho también. Cuando te pasas los dedos entre tu cuello, inclinando un poco la cabeza hacia atrás. Cuando toqueteas con la yema de tus dedos tus mejillas como si fueran un teclado. Cuando pones las palmas de tus manos en tus mejillas. Cuando me guiñas un ojo, cuando me lanzas un beso al aire, cuando estiras los brazos haciendo aún más visible tu delantera. Cuando pones una mechón de tu cabello justo en medio de tu delantera, y haces un círculo rodeando uno de tus pechos con ella. Cuando te pones los dorsos de tus manos debajo del mentón. Cuando te rascas las orejas. Cuando estás con una prenda tuya de ropa a medio sacar, o a medio poner. Cuando tapas tus pechos con tus brazos o tu cabello. Cuando te metes las uñas entre los dientes. Cuando agarras tu labio inferior con unos de tus dedos. Cuando entrecruzas las piernas como dos serpientes en celo y ladeas a un lado y a otro.

Me gusta cuando alzas los pies uniendo sus dedos gordos. Cuando acaricias tus pies, tus piernas, tu entrepierna o tus partes traseras con el acolchado. Cuando me enseñas las plantas de tus pies, cuando te acaricias el vientre con una de tus manos calurosas, mientras te estás mordiendo los labios o estás con la boca entreabierta. Cuando acuestas tu cabeza en tus manos, cuando me sonríes con los ojos, cuando acaricias tus piernas con tus manos. Cuando te cabalgas sobre la cama, moviéndote hacia arriba y hacia abajo. Cuando estás bocabajo y golpeas tus glúteos con tus pies, a través de movimientos rápidos con tus piernas. Cuando apoyas el mentón de tu boca en uno de tus brazos, cuando apoyas los labios y los dientes en una de tus muñecas. Cuando tus piernas se juntan chocando tus muslos entre sí, empezando a frotarse uno contra otro y buscando el calor del contacto mutuo. Cuando te revuelcas como si enserio lo estuvieras haciendo con otra persona, cuando acaricias tu cara con la almohada. Cuando apoyas las rodillas y los codos sobre la cama, y haces movimientos de lado a lado como si el aire sostuviera una gran pluma de pavo real de pecho azul, que está acariciando con lentitud y suma efectividad, tus zonas pudendas. Cuando te luces sin complejos.

Me gusta cuando masajeas tus labios para que parezcan más rojos y voluminosos. Cuando los frotas con los dedos realizando movimientos circulares durante medio minuto, estimulando el flujo sanguíneo hacia tu boca.

Pensamientos fuera de lugar están flotando en el aire, pensamientos fuera de toda castidad están impregnando todo el ambiente, pensamientos fuera de todo pudor están invadiendo la situación, formando todos ellos un cúmulo. Nuestras excitaciones van a más según va pasando el tiempo, nuestras pretensiones se van haciendo más anhelantes y nuestras mentes están sin tapujos. Quiero contemplarte, emocionarme, excitarme e incluso reírme de tus sutilezas, de las que todavía presto mucha atención a pesar del gran detalle de que estás completamente desnuda, salvo por un pequeño collar que tienes puesto.

Desnudez imponente que invita al éxtasis. Éxtasis incontenible que traspasa cualquier vestimenta formal e informal. Desnudez solemne que invita a la fascinación. Fascinación incontenible que perfora alegóricamente cualquier atuendo formal e informal. Desnudez majestuosa que invita al embelesamiento. Embelesamiento incontenible que horada metafóricamente cualquier prenda formal e informal. Desnudez radiante que invita al arrobamiento. Arrobamiento incontenible que agujerea simbólicamente cualquier vestuario formal e informal. Desnudez hipnótica que invita al jolgorio interno. Jolgorio interno que atraviesa cualquier indumentaria formal e informal. Desnudez, que se ve más clara que el pelaje de una cebra. Tan plena como la mañana a las diez horas. Poesía hecha mujer, la belleza existe y tú eres un buen ejemplo de ello. Deslumbrante de principio a fin. Increíble, con todas las extensiones de la palabra. Sugestivo o sugerente es una palabra que se queda más corta que la altura de una flor de balsamina.

Te quiero mujer de fuego, te aprecio mucho, y estoy bien gustoso de querer hacértelo saber. Deseo, anhelo probar tus labios, gustar de tus pechos atrevidos como dos porciones de torta a devorar, humedecer y endurecer tus pezones hasta que digan a grito pelado “¡aquí estoy!”. Incendiarlos con un calor intensificado sin gas ni fuego. Mimarte las aureolas, hervirlas. Besuquearte la nuca, el cuero cabelludo, la frente, la nariz, las mejillas, el cuello, el hombro, la clavícula, el dorso de tus manos y demás. Contemplar tu mariposa –que ya hace tiempo venía pidiendo salir del encierro– como si lo estuviera haciendo con una buena pintura o una buena fotografía. Saborear, tu preciosa mariposa, inquieta por recibir atenciones más y más mayores. Tomar aire y saborearla de nuevo, tomar aire y volver a saborearla hasta que estés absorbida por el momento. Alegrarla, divertirla, complacerla, contentarla. Subiendo y bajando por su centro, subiendo y bajando. Sorprenderla enrollando mi lengua para entrar y salir de ahí de forma majestuosa –mi lengua quiere ser, uno de tus mejores momentos–. Es mi ambición encariñarla con mis delgados dedos dentro de ella, sacándolos y metiéndolos a un ritmo constante, suave y relajadamente al principio y luego de manera frenética, enriqueciéndotela siempre de cosquillas, buscando tus valiosos gemidos y tus codiciados gritos. Con un dedo, dos, quizás sean tres, trabajando en ese pequeño valle. Todos, queriendo unirse a esa fiesta.

“Masajea, masajea, masajea”, “soba, soba, soba”, quiero que me diga. Que me dé la cálida bienvenida, quiero, mientras tu respiración se va tornando más irregular. Hasta que en las puntas de los dedos de tus pies sientas algo agradable. Hasta que tengas una sensación de hormigueo en tu estómago y te estés metiendo de lleno en tales sensaciones, colapsándote de ellas, y consumiéndote en tus reacciones con los ojos llenos de emoción, tumbada como una sirena. Por cada sensación de hormigueo que te agarre, te juro, que si pudiera te besaría y te lamería al mismo tiempo el vientre. Introduciría mi lengua en tu ombligo y recorrería su borde también.

Aumentar tu presión sanguínea y tu ritmo cardiaco a través de tu clítoris –que clama atención–, tu prepucio, tu monte de Venus, tus otros labios –esos que son los más recónditos y misteriosos–, y tu periné, que de adornos no tienen nada de nada. Degustarme con ese pequeño paquete de sorpresas, y con tus rodillas lo más separadas posible, tus ojos entreabiertos y mirando varias veces al techo, quiero que te agarren esos pequeños sobresaltos de los numerosos hachazos de placer, a intervalos irregulares, que te voy dando en ese lugar tan, pero tan candente. Tratar con un singular afecto a esa pequeña estufa quiero, mientras entrelazas tus manos con las mías, catapultándote a la gloria carnal, al edén carnal, al empíreo carnal. ¡Jugo, jugo, jugo! Quiero que salga jugo de ese pequeño pomelo. Que salgan gotas de agua bella de esa fuente tuya, que es toda una divinidad, al mismo tiempo que una transparente untuosidad está empezando a salir de mi uretra, ¡aliéntame!

“¡Ah, ah, ah!”, “¡ay, ay, ay!”, “¡mmm!”, “¡oh, oh, oh!”, “¡uf!”, “¡uh, uh, uh!”, quiero que me digas con agudo entusiasmo, mientras estás arqueando tu espalda y moviendo tu cabeza de un lado y otro. Quiero hacerme un amigo fraternal de tu mariposa, ponértela blanda y tierna de amor, como un algodón. Hasta que te sobre el frenesí, formando la “V” de victoria con tus piernas casi sin darte cuenta, y agarrándome la cabeza acariciando mi pelo con tus uñas. Piernas que hacen ademán de querer seguir sintiendo. “Estoy disponible”, “estoy encantada”, “sigue, sigue, sigue”, me quieren decir. O será que una pierna querrá decir “amor” mientras la otra querrá decir “paz”.

A tu amiga íntima me la quiero comer, pero comérmela bien, que sólo con ella me puedo dar por satisfecho ahora, aprovechando que se despertó de su letargo, sintiéndome como un famélico infante que está comiendo su papilla. La quiero dejar más verde, más soleada y más enflorecida de lo que la pusiste en su estado de ánimo, magníficamente primaveral. Quiero dejártela con la misma benevolencia que un gato siamés a los pocos días de nacer. Apretarle el clítoris entre mis dedos, presionarlo con mi dedo pulgar o succionarlo, como más te guste. Quiero que te la frotes hasta que sientas que no puedes dejar de tocarte y te inundes de un cosquilleo cada vez más impaciente. Hasta que tus dedos, sin tapujos en su actuar, provoquen un terremoto en todo tu cuerpo, tambaleando sin equilibrio, y tu pelvis se mueva por sí misma de adelante a atrás, nadando hacia el orgasmo y codiciando de nuevo un contacto que pronto te daré.

Al mismo tiempo que las pulsaciones disparadas de nuestros corazones están intentando derrumbar las paredes de nuestros pechos, quiero ir allí, donde está la perla de tu deseo sexual. Allí donde está el pistilo de tu placer sexual. Tocar esa llave y riendo orgulloso. Que no quiera tener ningún motivo para irse a descansar temprano hoy, beneficiando paulatinamente mis intenciones. Después quiero ponerte bien bocabajo, mi corazón, que la zona perianal te la quiero dejar dulzona con mis movimientos de lengua. Rascar lingualmente todas las picazones que puedas llegar a tener ahí. Chocar repetidamente el vértice de mi lengua con tu anillo más secreto, más enigmático. Hacer pequeños círculos con el vértice de mi lengua en tu anillo más confidencial. Tu anillo menos conocido. Dejarte toda la zona pudenda, más empalagosa que la miel. Hacer del sexo oral una de las más estupendas tradiciones, contigo. Este placer sin tasa es necesario, y hay que darle rienda suelta. Este gozo es necesario, esta diversión es necesaria. Este entretenimiento, este deleite, este recreo, este regocijo, esta dicha, esta complacencia. Más para ti que para mí, no importa lo corto que pueda llegar a ser.

Verte bonita y de buen humor es lindo. Verte bonita, de buen humor y cachonda es algo que no tiene precio. Es un atracón de dicha. La indiferencia emocional en el sexo, es como la atonalidad en la música, la pintura sin color, las siluetas en la escultura, la poesía sin descripción y las líneas sin término en la arquitectura. Soy partidario de tu placer, un seguidor de tu placer. Simpatizo con tu placer. Soy un aficionado, un afiliado, un adicto. Hay encuentros en donde me olvido íntegramente de dónde dejé mi ropa interior, de dónde dejé mi pantalón, de dónde dejé mi camisa, mis zapatos, mi abrigo. Pero no me interesa. No me interesa en absoluto, y quiero que tú te intereses aún menos en dónde dejaste tus costuras exteriores.

Quisiera tener una pequeña toalla, y entretenerte el clítoris –expuesto a mí– con ella. Quisiera tener un pañuelo, y rozarte el tulipán con él. Quisiera comprarme una franela, y hacerte repetidos movimientos circulares, en tu manzana de Eva, con ella. Quisiera tener una bufanda, y acariciarte alentadoramente la mariposa con ella. Quisiera agarrar una almohada y frotarte con ella tu pequeño cisne –de aspecto benigno–. Aunque tales acciones parezcan ser detalles pequeños, inocuos o insignificantes, a veces son capaces de hacer que la pasión esté agazapando, esperando para atacarte, arrancándote la impasibilidad y la frialdad, escondiéndolas en lo más inaccesible de tu mente.

Quiero besarte el lóbulo de una de tus orejas, mordértelo con la misma blandura que la arcilla húmeda. Abarcar en tu cintura, besar ese tatuaje que tienes, rozar mis labios con los tuyos, mis piernas con las tuyas, juntar mi pecho con tus pechos frondosos –aplastándolos a mi torso–. Juntar mi vientre con el tuyo, mis muslos con tus muslos, rozar mis brazos con tu espalda, que está queriendo huir de los escalofríos y no lo puede hacer sin ayuda. Besarte las rodillas. Ir por tu cuello y bajar lentamente con mi lengua hasta encontrar tus glúteos –que parecen sacados de un molde–, para hacerles cosquillas. Para frotarlos, apretarlos, amasarlos, morderlos, dar suaves palmadas rítmicas en ellos y terminar besando y lamiendo tus muslos en la parte de abajo. Amorrar la cabeza hacia el surco que hay entre tus pechos y luego al surco entre tus glúteos, solamente para besarlos y lamerlos también.

Quiero mezclar mi fluido con el tuyo hasta que tus posaderas brillen como dos cucharas para helado nuevas, con tantos rebotes que me estás dando. Hasta llegar al cenit de la satisfacción mutua. Hasta que nuestras urgencias dejen de ser tales, sintiendo ambos una acaramelada humedad caliente justo, en donde más queremos sentirla. Hasta que mis ahora partes escurridizas tengan sus propios recuerdos de ti, y tus ahora partes escurridizas tengan sus propios recuerdos de mí. Sus propias marcas invisibles.

“Rico, rico, rico”, es lo que me haces pensar con cada cabalgada que me das en la cama. O a veces en el sillón, o a veces en una silla, cuando tu tórax sube y baja con gran vehemencia. La misma vehemencia con la que tus caderas se clavan y se desclavan sobre mi vientre, fundiendo nuestras zonas pudendas en una sola. ¡Ta, ta, ta, ta! ¿Lo sientes al imaginártelo? ¿Lo sientes todo, bendita mujer? ¿Sientes el calor crecer desde tu vientre? ¿Sientes el calor crecer en la base de tu espalda? Me tienes la extensión venosa a punto de reventar, a punto de estallar, y me la vas a dejar seca. ¿Sientes cómo se va endureciendo y profundizando cada vez más adentro de tu vientre? ¡Pa, pa, pa, pa!

Una pequeña pausa. Un beso y una caricia. Alivio temporal. Silencio y nada más que silencio. Y luego un acuoso y pegajoso ¡ta, ta, ta, ta! Un pequeño intervalo. Un beso y una caricia. Alivio momentáneo. Silencio y sólo silencio. Y luego un acuoso y pegajoso ¡pa, pa, pa, pa! Descanso de unos segundos. Un beso y una caricia. Alivio pasajero. Silencio de hombre y silencio de mujer. Y luego un acuoso y pegajoso ¡ra, pa, pa, pa! Reposo de unos segundos. Un beso y una caricia. Alivio transitorio. Silencio varonil y silencio mujeril. Y luego un acuoso y pegajoso ¡ra, ta, ta, ta!

Palmazos de muslos masculinos y glúteos femeninos. Portazos y porrazos de carne y piel. Una voz femenina grita extasiada “¡ah, ah, ah, ah!”. Una voz femenina grita, atrapada en un laberinto de sensaciones, “¡ay, ay, ay, ay!”. Una voz femenina grita sorprendida “¡oh, oh, oh, oh!”. Una voz femenina grita agradecida “¡uh, uh, uh, uh!”. Una voz femenina grita contenta y a mandíbula cerrada “¡mmm, mmm!”. Ambos, con la boca abierta y los ojos cerrados la mayor parte de la secuencia.

Una voz femenina me dice, mirándome de frente, “no te salgas, mi amor”, “mi hombre, no te salgas de mí”, “por favor, por favor y por favor, no te salgas de mi cuerpo”, “te lo digo en todos los idiomas si hace falta”.

Continuará...