Parque Nacional Iguazú
Paolo y yo en el corazón del parque compartimos un encuentro maravilloso.
Así comenzaron las vacaciones de Paolo y su esposa Chiara en mi casa. Debo contarles que tengo una muy buena residencia que se encuentra ubicada sobre las barrancas del Río Yguazú en un lugar amplio, con una frondosa vegetación, excelente vista y una espléndida piscina.
Pensándolo un poco me doy cuenta de lo afortunado que soy, tengo una empresa exitosa, una esposa muy linda e inteligente, aún me siento joven y despierto el deseo de hombres y mujeres. En cuanto a las mujeres, soy fiel a mi esposa, en cuanto a los hombres, siempre he podido elegir y los prefiero altos, peludos, delgados pero marcados y si es posible inteligentes.
Mi experiencia me indica que los hombres más inteligentes también tienen la ventaja de ser más creativos en la cama y realmente el erotismo me pone a mil, pero no por lo que cuento dejo pasar la posibilidad de un buen macho dedicado a tareas manuales, como ser por ejemplo, un buen albañil, pero en tal caso eso forma parte de otra historia.
Volviendo a la estancia de Paolo en casa debo decirles que decidí ser un anfitrión en todo el sentido de la palabra y por lo tanto les propuse, luego de descansar durante el día que arribamos a Iguazú, salir en la mañana en mi coche a visitar el Parque Nacional del lado argentino. Esto lo aclaro porque las cataratas las compartimos con Brasil, país maravilloso con una música increible y unos lugares para vacacionar estupendos.
Viajamos en el coche hasta el parque, mi esposa y yo en el asiento delantero, atrás iban Paolo, Chiara y su pequeño hijo que solamente admiraba todo lo que es posible ver a la vera del camino en una zona subtropical.
Una vez en el parque, lo recorrimos todo y luego intenté llevarlos a una excursión cuyo nombre es "La Gran Aventura" y que consiste en un recorrido por la selva, para luego tomar un bote de goma inflable con dos grandes motores, que recorre la cuenca inferior del Iguazú y luego se interna bajo los saltos permitiendo vivenciar a los turistas uno de los espectáculos naturales más imponentes del mundo; espectáculo del cual uno sale maravillado pero a la vez todo mojado por el agua que salpica a la embarcación y a todos sus pasajeros.
Una grata sorpresa para mi fue que Chiara no quiso realizar este paseo porque lo consideraba un poco peligroso y por tal motivo mi esposa decidió quedar con ella, el mismo motivo fue el causante que el niño quedara con las mujeres y nosotros dos tomáramos solos la excursión.
Solo con pensar que iríamos solos a realizar "La gran aventura" mi repiración comenzó a acelerarse, me pareció fantástico un paseo medio peligroso solamente entre machos, porque los miedos se disimulan pero a la vez nos unifican en la emoción.
Luego de comprar los boletos y sin necesidad de palabras, los dos sabíamos que algo ocurriría en ese viaje; mi exitación comenzó a crecer y con ello alguna parte de mi cuerpo comenzó a palpitar como si tuviera vida propia. Con una profunda inspiración seguida de una expiración prolongada conseguí liberar un poco de adrenalina y a pesar de que nunca pregunté a Paolo si le pasó lo mismo, estoy seguro que sí, porque en poco más de 24 horas nuestra comunicación se hizo tan profunda que ambos sabíamos qué sensaciones pasaban por la mente del otro.
Nos acomodamos en la carrocería, adecuada para tal fin, de un viejo camión del ejército, en el cual se realizaba el recorrido por la selva; nos tocó un guía porteño con todo lo desagradable que puede resultar un porteño, que se cree canchero y que además pretende saberlo todo y supone que la gente es lo suficientemente tonta como aceptar las imbecilidades que pueden decir, pero bueno, los argentinos tenenos a los porteños y los debemos soportar.
En ese viaje por la selva, nos acomodamos, uno junto al otro, en uno de los asientos del camión y empezamos a oir como en una letanía lo que pretendía explicar el guía, pero a la vez comenzamos a tomar total conciencia de nosotros mismos, del lugar en el que estábamos y las sensaciones que comenzábamos a vivenciar.
Tanto fue así que nos llegaban más directamente los sonidos de la selva que la voz del porteño y a la vez que esos sonidos aumentaban la presencia de Paolo a mi lado, nos ibamos percatando de lo lujuriosa que es la vegetación de verdes tan profundos y dispares en contraste con el color de la tierra roja requebrajada por el fuerte sol del verano subtropical, todo esto era como una resonancia de nosotros mismos, tan disímiles pero a la vez tan necesarios el uno al otro como esa vegetación a esa tierra.
Paolo tenía puesta una camiseta, del tipo de las que en mi país llamamos musculosa de un blanco espectacular, un par de bermudas oscuras, calcetines blancos y unas zapatillas muy buenas pero a la vez muy discretas.
Verle el torso ya era una gloria, la camiseta dejaba ver parte de los vellos de su pecho, marcaban sus tetillas y cuando levantaba un poco los brazos por algunas circunstancia podía solazarme aún más, con la pelambre muy abundante de sus axilas.
Mirando para abajo se podía observar cómo el puño elastizado de los calcetines aprisionaba parte de los vellos de sus piernas oscuras y realzaba aún más sus pantorrillas espléndidas. Sin dudas Paolo estaba, a mi criterio, en la flor de la edad, cuando ya el cuerpo había terminado de crecer hacía rato, había adquirido toda la experiencia necesaria, pero aún no se notaba ningún signo de esos que el tiempo nos deja para que no olvidemos que él transcurre silencioso pero marcando cruelmente su paso.
Nuestros sentidos estaban todos exacerbados; los motivos, la mutua cercanía, la vegetación, el calor, el sol, la selva que se cerraba sobre el camino. Durante todo el trayecto no hablamos, solo disfrutamos del roce de nuestros cuerpos por los vaivenes del camión hasta que finalmente llegamos al embarcadero donde subimos al bote que les comenté antes.
Una vez en el bote la cercanía del agua y la velocidad que fue alcanzando hizo que sintiéramos una fresca brisa acariciando nuestros cuerpos, la embarcación, con sus potentes motores, parecía un macho más, dispuesto a dar todo de sí para nuestro mayor disfrute y vaya si así lo hicimos.
Llegamos a la zona de los saltos y la pericia del capitán hizo que nos acercáramos tanto al pie de las caídas de agua que terminamos todos empapados y gritando un poco para dejar escapar algo de la energía que se acumulaba en nosotros, en primer lugar por nosotros mismos como dos toros en celo, en segundo lugar por la potencia de los motores que rugían como los dos no lo podíamos hacer, en tercer lugar por la potencia de agua al caer, todo, mezclado con un poco de temor ante el peligro de ese lugar, el conjunto actuaba como un coctel explosivo que iva en creccendo.
Bajamos en una isla que se llama San Martín, en ese momento, como si lo hubiésemos conversado de antemano, nos separamos de los demás turistas, subimos una empinada escalera precticada en la roca de la isla y una vez en la parte alta vimos tres senderos, pregunté a Paolo por cual quería caminar, deseando que eligiera el del medio porque era el que yo sabía que nos llevaría a la gloria, para mi entera satisfacción se decidió por ese.
Cuando terminamos de transitarlo prácticamente sin hablar, nos encontramos con un cartel que decía Prohibido el paso, pero yo, conocedor del lugar, no hice caso del mismo e invité a Paolo a que me siguiera.
Atravesamos unas grandes rocas tan calientes por el sol que nos quemaban las manos, hasta llegar a un lugar que muy pocos conocen y que se llama "El Portal", que según dicen los esotéricos, es uno de los lugares con mayor energía del planeta.
Al atravesar El Portal hay una piscina natural, totalmente protegida de las miradas de cualquiera, que además es muy íntima porque nadie se atreve a transponer el cartel que he mencionado en un lugar tan peligroso como es ése.
Nos sentamos muy juntos en una roca, nuestrasespaldas apenas se rozaban, nos quitamos las zapatillas y los calcetines y pusimos los pies en el agua que estaba deliciosamente fresca, mientras sentíamos el calor de las rocas en los culos, que solamente nos anticipaban algo del calor que luego cada uno de nosotros, en su debido momento, disfrutaríamos.
Nos miramos largamente y por primera vez acercamos nuestras bocas que primeramente se rozaron suavemente hasta que uno de los dos la abrió para permitir la introducción de la lengua del otro.
Sobre este particular solo puedo relatar lo que sentí, en un momento la lengua de Paolo grande, carnosa, movediza, humeda, caliente y atrevida se introdujo de manera casi impúdica dentro de mi boca hurgando cada rincón y haciendo que mi pene comenzara a palpitar cada vez más fuertemente.
Saus manos abrazaron mi espalda y yo hice lo mismo, empecé a jugar con sus omóplatos por debajo de la ropa, sintiendo la aspereza de la piel de un macho en la parte alta de su espalda, lo empujé suavemente hasta que se recostó en las rocas con sus brazos extendidos hacia arriba y comencé a juguetear con la lengua en su pecho y axilas, sinitendo el masculino olor de su perfume sumado a otro, un poco acre, que comenzó a despedir luego de la caminata bajo el sol.
Un poco con las manos y un poco con la boca le quité la camiseta y pude ver el ombligo perfecto que atrajo mi boca hasta que comencé a meter la lengua dentro de él descubriendo así uno de los puntos más erotizantes para ese macho que en ese momento ya era solo mío.
Me sacó la camisa y con el torso desnudo los dos nos revolcamos sintiendo la dureza de las rocas en la espalda y de las vergas en el vientre, la exitación ya era plena, las vergas nos dolían al tener que doblarse para soportar la presión del otro cuando el deseo de ellas era estar tiesas hacia el frente.
Nos bajamos muy lentamente los pantalones y los boxer, totalmente empalmados nos metimos en el agua de esa espléndida piscina que parecía que Dios la hizo solo para nosotros. En ella jugamos, nos tocamos, nos mamamos por instantes y cada uno de nosotros pudo sentir en algunos momentos el garrote del otro entre los glúteos.
Luego salimos del agua y comenzó la verdadera fiesta, después de algunos escarceos más nos embarcamos en un espléndido 69, me tocó estar debajo, podía ver su espléndida y gruesa verga, bien recta, de aproximadamente unos 23 centímetros, plagada de gruesas venas y coronada por un glande potente y rosado, dos hermosos huevos, todo, rodeado de la más espesa y ensortijada mata de pelos negros.
Cuando abría los ojos, podía percibir el sol filtrándose entre esos pelos gruesos y fue ese el instante en que ya perdido en el placer, por las succiones de su carnosa boca en el pene, me interné en lo más profundo de su ojete con la lengua lo más dura y afilada que pude poner, para que penetrara lo más profundamente posible en él.
Mi exitación era tanta que sentía a la lengua como un pequeño pene que manejaba a mi antojo, que entraba y salía, rodeaba el anillo plagado de pliegues y pelos, a la vez, aspiraba ese olor acre tan particular de esa zona del cuerpo.
Paolo gemía como animal en celo, cambiamos la posición y poniendo sus piernas sobre los hombros y con su ojete totalmente lubricado por mi saliva apoyé el glande en la entrada y comencé la gloriosa tarea de penetrarlo.
Cuando introduje la cabeza sentí un espasmo en Paolo, no se se producto del dolor o del placer, posiblemente haya sido en realidad producto de ambas cosas, me quedé quieto por un momento, el segundo movimiento fue suyo y con él mi pene se introdujo un poco más, su ojete palpitaba y yo, por momentos centraba la atención en su culo, por momentos, en sus ásperas piernas que sostenía firmemente por las pantorrillas con las dos manos.
Una estocada más y mis testículos tocaron por primera vez sus nalgas, que placer, esas nalgas peludas de las cuales salían dos espectaculares y fibrosas piernas, Paolo cerró nuevamente sus efínteres provocándome, yo de cualquier modo quedé quieto por un momento, el suficiente como para percibir mi ariete totalmente enfundado en sus intenstinos, sin duda mi herramienta parecía estar hecha a la medida de su culo.
Mantuve, la mayor parte del tiempo, los ojos cerrados pero cuando los abría podía verlo, con sus espléndidos ojos cerrados, la cabeza vuelta hacia un lado, su cabello negro, apenas ondulado, brillante por el agua de la cual habíamos salido un rato antes, los pliegues del cuello, la barba incipiente, respirando profundamente y gozando como yo sabía, no lo había hecho gozar nadie.
En realidad yo había aprendido las artes del sexo en el oriente algunos años antes, se llevar el ritmo con la mente, puedo ser totalmente suave o totalmente salvaje, aguantar la eyaculación por un tiempo más que prolongado, todo eso decidí experimentar y hacer experimentar a Paolo en ese momento.
Quería marcarlo para que nunca en su vida olvidara ni al momento ni a mí, para eso desplegué todas las armas a mi alcance, fui por momentos suave y por momentos firme, algunas veces con movimientos hacia atrás y hacia delante, algunas otras con movimientos ondulatorios; por momentos quedaba quieto y me entretenía lamiendole las piernas y cuando él no daba más y me pedía por favor más acción, le introducía nuevamente mi poronga gomosa por el precum que abundatemente me brotaba y que en ese momento estaba solamente rozándolo en el anillo.
Cuando esto ocurríaa introducía muy despacio el pene, luego cambiaba el ritmo y lo hacía con furia casi salvaje, de un solo movimiento se la introducía hasta que mis cojones se apoyaran nuevamente en sus glúteos, cuando sucedía de ese modo Paolo levantaba la cabeza y abría los ojos que parecía se le saldrían de las órbitas, fueron momentos casi sublimes demostré siempre que era el dueño de la situación.
Decidí ir más allá, para incrementar su goce le hice flexionar un poco las rodillas, puse sus pies al acance de mi boca y comencé a lamerle y morderle la zona del arco, tengo especial debilidad por los grandes pies bien formados con una suave curva en el empeine y un arco bien formado y los de Paolo vaya si lo eran.
Estas acciones hicieron que Paolo se retorciera de gusto, tanto, que por momentos parecía que mi garrote escaparía de su culo, pero dada la experiencia de cada uno de nosotros en otras tantas estupendas aunque ahora olvidadas revolcadas, conseguimos, no sin dificultad, que todo estuviera en su justo sitio y en el preciso momento.
Yo había perdido todas las inhibiciones y solo quería enterrar todo lo que tenía y si fuera posible aún más en ese peludo ojete, a la vez Paolo, sólo quería recibir más y más. Gemimos, bufamos, nos mordimos hasta el límite del dolor, pero cuidando de no dejar marcas, suspiramos, gritamos sin nigún problema ya que estábamos solos y además el ruido del agua de los saltos al caer tapaba cualquier sonido por fuerte que fuera a cualquier oído que estuviera cerca, aunque yo tenía la certeza de que estábamos solos y eso hacía que la sensación de libertad fuera infinita.
Me vine abundantemente dentro de él solamente cuando noté que Paolo ya no podía más, su verga estaba totalmente inchada, palpitante y hermosa, me doblé sobre mi mismo hasta alcanzar esa estaca con la boca, el gusto era como el de un manjar del Olimpo y nosotros como dos dioses griegos, lujuriosos, atrevidos, libres, sin complejos ni ataduras.
Su acabada fue memorable, intensa, pastosa, caliente, agridulce, me llevó al cielo. Me inundó toda la boca, fue un instante que duró un siglo ya que no solo los cuerpos se unieron, se unieron también nuestros espíritus.
Me estiré, con la boca con restos de semen, lo besé intensamente y esos restos se confundieron con la saliva; su lengua, como un rato antes, me llenó la boca mientras su culo palpitaba y acompasadamente se cerraba alrededor mío y digo bién, alrededor mío porque en algunos instantes, ya al final, sentía como si todo mi cuerpo se hubiera resumido a mi verga, toda mi humanidad parecía estar encerrada dentro de esos intestinos y con la boca parecía que le besaba la próstata o qué placer!!!.
Comencé a sentir a mi propio semen resbalar por los alrededores de su culo y mojarme las piernas volviéndolas pegajosas sobre las suyas y sus gloriosos vellos.
Nos quedamos un rato quietos pensando que ya estaba todo hecho, luego, nos metimos nuevamente al agua a refrescarnos y relajarnos dulcemente, pero, en un instante siento un certero puñetazo en uno de los brazos que me lo deja muy dolorido y sin fuerzas, al darme vuelta lo miro y Paolo, con sus profundos ojos oscuros me taladraba por completo; su sonrisa cautivadora afloró y en ese instante comprendí que el juego recién comenzaba, todo lo vivido no había sido más que el comienzo, como los entremeses que anteceden a un opíparo banquete...