Parodias la rueda del tiempo (iv)
Episodio 4: Elayne
La heredera del trono de Andor escuchaba, con los ojos cerrados, los suaves sonidos de la respiración de Nynaeve. Mecida por los balanceos del barco de los Marinos, la somnolencia había hecho presa en ella, igual que en su amiga, bien que a Nynaeve le había costado un trabajo quedarse por fin dormida.
Entre las nubes del sueño, Elayne pensó en Rand, y en los días que habían pasado juntos en Tear, en los besos robados y en las caricias algo más íntimas que le había permitido. Si su madre se enterara de que un pastor había deslizado la mano por su pecho, montaría en cólera. Aunque claro, lo había hecho por encima de la ropa, y no era un pastor normal y corriente, sino el Dragón Renacido. Quizá esas circunstancias se lo harían pensar dos veces a Morgase antes de ordenar que lo despellejaran. Las manos de Rand, marcadas con las garzas, eran suaves, igual que sus labios. Elayne no creía que se estuviera volviendo loco, no más que ella después de los días de Tear. Un ardor que nunca antes había experimentado la acompañaba desde entonces, un ardor que se localizaba a veces en el pecho, otras en el vientre, pero casi siempre nacía entre sus piernas. Sabía qué era, la excitación sexual, las ganas de besar y acariciar a Rand, pero desde que subió al barco de los Marinos, otros motivos habían provocado su actual estado de excitación constante.
Nada más salir a mar abierto, las mujeres de los Marinos se habían despojado de las blusas. Nynaeve y ella habían enrojecido hasta las orejas, incluso Thom y Juilin habían desviado las miradas, sintiéndose incómodos. Las mujeres eran fuertes, nervudas, sin un gramo de grasa superflua salvo en los pechos. Los había de todo tipo, desde casi inexistentes hasta los senos enormes de una mujer que solía baldear la cubierta. Sus pechos colgaban, bamboleándose al ritmo de las olas, sin que ella pareciera sentir dolor o incomodidad. Los senos de la mayoría de las mujeres eran relativamente pequeños, al menos, comparados con los de Elayne, se dijo. Los suyos eran suaves y perfectamente curvados, erguidos y coronados por unos pezones claros y un poco apuntados, como si alguien se los hubiera chupado y los pequeños pezones estuvieran deseando más. Inconscientemente, una mano de Elayne camino despacio hacia su pecho, reconociendo cada poro de su piel.
Sin embargo, pese a la desnudez de las mujeres, lo más chocante, sin duda, fue la desnudez de los hombres. Así como las hembras habían dejado sus tetas a la caricia de los vientos y el sol, los hombres hicieron lo propio, cubriendo la entrepierna con una especie de faldita corta ceñida a la cintura, que servía más para dejar allí los cuchillos que para tapar lo que había debajo. El viento agitaba las falditas de tal modo que los penes de los Marinos se veían más tiempo del que estaban cubiertos. Ni qué decir tiene que cuando trepaban a los aparejos, sus pollas quedaban a plena vista. Al principio, Elayne y Nynaeve se quedaron estupefactas, sin saber donde meterse, por lo que prefirieron quedarse en su camarote. A las pocas horas de estar encerradas, Nynaeve comenzó a marearse, así que prefirió la incomodidad de observar las pollas y las tetas de los Marinos antes que revolverse en el minúsculo cuarto, aguantando las arcadas. Elayne estuvo de acuerdo, y aunque seguía causándole cierta desazón la costumbre de aquella raza de navegar casi desnudos, lo aceptó como un mal menor. Incluso pensó en ella misma, en Nynaeve y en los hombres que las acompañaban de la misma guisa. Las tetas de Nynaeve eran dignas de verse, como ella misma había comprobado, incluso las suyas propias. Pero los penes de Thom y Juilin... ¡eso sí que sería divertido!
Inopinadamente se imaginó a Rand vestido de Marino. Las marcas de las garzas en las manos y la herida en el costado serían totalmente visibles, así como el escaso vello colorado que ella imaginaba en su pecho. Su piel blanca se curtiría con el sol, y sus ojos azules destacarían aún más con el moreno de la piel curtida. Su faldita sería más corta de la que había visto. Imaginaba un cinto de tela ceñido a la cintura, con una minúscula tela colgante que se acomodaba a los pliegues del pene de Rand. Cada vez que se moviese o que el viento soplase, ese pedazo de carne se mostraría a los ojos de Elayne, y ella sonreía, pícara, y Rand se cubría, azorado. No. No se cubriría. Elayne prefirió pensar que Rand mostraba su... polla, orgullosos de ella y de que Elayne la deseara. Notó humedad en su entrepierna. Sí, aquel pensamiento estaba mejor. ¿Cómo sería la polla de Rand? ¿Grande y gorda, como el colgajo de uno de los Marinos que parecía disfrutar enseñándola? ¿O delgada y larga, como la de ese otro Marino que ni siquiera llevaba la faldita? A Elayne le daba un tanto igual, siempre que pudiera tenerla para sí. Dio un respingo cuando se percató de que su mano estaba acariciando la suave piel del interior de los muslos, muy, muy cerca del centro de sus placeres.
Turbada, giró la cabeza en dirección a Nynaeve. La zahorí dormía, si no plácidamente, al menos de un modo suficientemente profundo, pensó la heredera. Mordiéndose el labio para acallar sus gemidos, pasó dos dedos por el clítoris abultado, obligándose a contener un gemido. Se sentía estallar de necesidad. Hasta el suave tejido de la sábana con que se cubría le producía picores. Deseó ser una Marina, sin tantos tabúes, para ir semidesnuda. Luego pensó que estaba en su camarote, hacía calor y nadie entraría por la puerta sin antes recibir permiso para entrar. Sintiéndose traviesa y caliente, se despojó de su vestimenta, quedándose desnuda debajo de la sábana. Tenía la respiración agitada. Se colocó de costado, vigilando a Nynaeve. La mano izquierda, debajo de su cuerpo, comenzó a apretar el pezón de la teta izquierda, casi como lo hacía Rand, pero sin telas de por medio. ¿Por qué no dejó que Rand lo hiciera así en Tear? Había visto, como casi toda la Ciudadela, a Berelain, disfrazada con las vaporosas telas que no dejaban nada a la imaginación, y había visto cómo casi todos los hombres de la Ciudadela giraban el cuello después de que la Principal pasara a su lado. Incluso había escuchado los comentarios y las hablillas de los Defensores, sobre las cualidades de los atributos de aquella zorra. A Ealyne no le cabía la menor duda de que a Rand también le gustaban las tetas de Berelain. Y su trasero. Y su moreno felpudo, del que no había hecho secreto con aquellas telas. ¿Se habría acostado Rand con ella? Los celos la reconcomían a veces, otras veces recordaba las palabras de Rand sobre el particular, diciendo que antes se entregaría a los Renegados que acostarse con ella. Pero Berelain era una mujer bellísima y sumamente deseable. ¿Tendría Rand la suficiente fuerza como para resistirse a ella? Se dio un fuerte pellizco en el pezón, casi para recordarse lo que estaba haciendo. Quizá la próxima vez que viera a Rand tendría que disfrazarse como Berelain, a despecho de que el resto del mundo intuyera sus formas de mujer.
La mano derecha se desplazó lentamente por su vientre, encontrándose con la suave pelusilla de su entrepierna. ¿Le gustaría a Rand? A ella no le disgustaba, pero había escuchado a muchas mujeres que a los hombres le gustaban los “coños sin pelo”. “Coño”. ¡Qué palabra tan burda para definir el sexo femenino! A Mat se lo había escuchado más de una y de dos veces. Al chico se le llenaba la boca cuando pronunciaba esa palabra. Perrin lo llamaba “conejo”, pero cuando se refería al de una mujer conocida, le decía “ su tesoro”. A Elayne le parecía mucho más apropiado “tesoro” que “conejo”, y por supuesto, mucho más que “coño”. Ahora, la diestra se hundía en su tesoro, dorado como el oro, a la espera de que la llave de Rand abriera el cofre. Estaba dispuesta a esperar el tiempo que fuera necesario para que Rand la hiciera suya, aunque dudaba que Rand la esperara a ella. Sabía que Egwene, allá en Campo de Emond y cuando eran solo unos críos, le había masturbado en una ocasión. Cuando se lo contó, los celos habían hecho presa en ella, aunque luego razonó, pensando en que ni siquiera se conocían, y que en Campo de Emond, todo el mundo sabía que Rand y Egwene acabarían casándose. Así pues, que hubieran experimentado, no podía parecerle mal. Más tarde se maldijo por haber perdido la oportunidad de preguntarle a Egwene sobre el pene de Rand. ¿Porqué pensaba en lo de Rand como “pene”? Un pene era lo que tenía su hermano y su hermanastro. Una cosa pequeña que colgaba entre las piernas. El sexo en reposo, y lo que Elayne soñaba era el sexo de Rand en todo su esplendor, lo que Egwene había manoseado. ¿Cómo sería la “polla” de Rand? Sintió que se humedecía más. Eso estaba mejor. A partir de ahora pensaría en la polla de Rand.
El clítoris abultado agradecía las caricias de sus dedos. Elayne seguía vigilando a Nynaeve, por si despertaba, acelerando los movimientos de su mano. Pensaba en la polla de Rand, y en porqué no se había atrevido a más en Tear. Aquella vez que estuvieron solos en su habitación, con los Aiel en la puerta. Rand se había quitado la chaqueta y la camisa. El ardor de Elayne estaba firmemente localizado en su tesoro, y notaba el bulto de la polla de Rand bajo sus pantalones. Entonces pensó que no sería adecuado hacer lo que el cuerpo le pedía, pero ahora, masturbándose en su camarote, dejó volar la imaginación. Solo tenía que levantar la mano para acariciar el bulto. Ella, sentada sobre la cama, sonreía mirando a la cara de Rand, que la miraba con los ojos llenos de deseo, pero sin atreverse a pedir nada que Elayne pudiera interpretar como indecoroso. Así que tendría que ser ella quien tomara la iniciativa. Su mano se posa en el muslo de Rand, que cierra los ojos suspirando de placer. La mano de Elayne asciende. Ella está ansiosa por tocar la carne bajo los pantalones, pero se da cuenta de que la espera es tan dulce como el final. Sin dejar de mirar a Rand, se baja los tirantes de su vestido de seda azul, mostrando los hombros y una buena parte de la piel del pecho, casi hasta el borde del pezón. Los ojos de Rand, abiertos como platos, se quedan allí plantados. La boca abierta hace las delicias de Elayne. En su imaginación no hay palabras. Con ademanes lentos, la heredera desabrocha el vestido, se pone en pie y deja que resbale por su cuerpo. Queda delante de Rand casi como vino al mundo, salvo por la prenda íntima que le tapa el tesoro, suave, delicada. Debería sentirse avergonzada, pero en cambio, está excitada como nunca. Elayne hunde dos dedos dentro de su rajita, apretando los muslos cerrados para hacer que las paredes de su vagina noten mejor el contacto de los dedos. Gime quedamente y mira a Nynaeve, que se rebulle en sueños.
Con dedos hábiles, la Elayne de su fantasía desata los calzones de Rand. Tiene que ensanchar la abertura porque la polla hace gancho, impidiendo que los pantalones resbalen por sus piernas. Antes de empezar a bajarlos, Elayne se asoma al hueco abierto, deseosa de ver la cosa de Rand, que sigue inmóvil, dejando que Elayne haga con él lo que desee. Demora el vistazo un instante, mirando a Rand directamente a los azules ojos, nublados por la expectativa y la excitación. Elayne siente los movimientos espasmódicos de la polla de Rand a través de las vibraciones de la tela del pantalón. Sonríe y saca la lengua por la comisura de los labios. Desliza la mano derecha dentro del hueco, tropezando inmediatamente con algo liso y húmedo. Más abajo encuentra el tallo duro, surcado de venas en relieve. Llega hasta la base, sorprendiéndose de la largura de la polla de Rand. Con la mano acariciando la gran bolsa de los huevos del muchacho, la cabeza de la polla le llega hasta la sangría del codo. ¡Luz! ¿Qué puede hacer ella con todo eso? ¿Qué se supone que hay que hacer ahora? Recuerda lo que le contó Egwene, y vuelve a coger la polla por el tallo, subiendo y bajando la mano lentamente, acariciando cada protuberancia que siente en la palma de la mano. Rand echa la cabeza hacia atrás, con los brazos inmóviles junto a su cuerpo. Ealyne disfuta del contacto de su mano, la calidez de la polla, las expresiones del muchacho... pero ella quiere más. Quiere sentir la carne de Rand dentro de sí, tal y como siente los dedos dentro de la vagina.
Sin saber cómo, Elayne se encontraba tendida de espaldas en el camastro. La sábana con la que se había cubierto estaba hecha un gurruño a los pies del catre, empujada allí por su pasión. Su mano izquierda seguía aferrando los pezones, ora uno, ora otro, y la diestra se movía como un cangrejo por todo su tesoro. Los fluidos empapaban la palma de la mano, y los dedos juguetones, resbalando por el perineo y el ano, enjugándose en la sábana del camastro. Un sonido leve la había sacado de sus ensoñaciones.
-Si tienes esas necesidades, muchacha, deberías esperar a quedarte sola-, espetó Nynaeve. Estaba tumbada de costado, con la gruesa trenza descansando sobre su hombro y entre los pechos. La sábana con que se había tapado la cubría ahora de cintura para abajo. También ella se debía haber desnudado para dormir. Un sobresalto mayúsculo amenazó con tirar del catre a Elayne.
-¡Oh, Luz! ¡Lo siento! ¡Qué vergüenza! Nynaeve, yo...-. La heredera del trono se incorporó bruscamente, buscando algo con qué tapar su desnudez. Nynaeve sonreía de una manera particular. Se la podía notar... satisfecha. –Nynaeve, yo...-, repitió Elayne, sin saber qué decir a continuación. Nynaeve continuaba sonriendo como si le hubieran contado un chiste que solo ella entendía. Una chispa iluminaba sus pupilas, aunque Elayne no podía discernir el porqué de aquel brillo.
-Tus sueños son muy potentes-, declaró la zahorí. –No me extrañaría que media tripulación te haya soñado toqueteando a Rand-. Elayne se quedó inmóvil, con la boca abierta y los ojos como platos. ¿Qué quería decir con eso?
-Si estuviera aquí Verin, seguro que pensaría que eres tan ta´veren como Mat o Perrin. Tus sueños se filtran en los sueños de los demás, querida-, remató Nynaeve, sonriendo como una gata que acaba de atrapar a un ratón. El rubor tiñó el cuello, las mejillas y las orejas de la heredera.
-Oh-, acertó a decir, acabando de cubrirse hasta la barbilla con la sábana. La vergüenza que sentía era enorme. Y lo que era peor. Se mezclaba con la tensión que no había hecho desaparecer. La comezón de su sexo seguía ahí, y si bien la presencia de Nynaeve y la vergüenza que experimentaba paralizaban un tanto sus pensamientos, sus instintos la conminaban a acabar con lo que estaba haciendo. ¡Luz! Se moría de ganas por resbalar los dedos por su tesoro y romperse en pedazos tras el orgasmo. –Oh, Luz-, repitió, en cambio.
-¿Eres virgen, verdad?- preguntó Nynaeve sin tacto alguno. Parecía disfrutar con la situación. La furiosa mirada que le lanzó la heredera confirmó sus sospechas. Íntimamente, no podía dejar de reconocer que tampoco ella tenía mucha experiencia en ese campo. Solo se había acostado con Lan dos veces, una mientras huían de Campo de Emond y pensaba que morirían todos, y otra en Tear, cuando el Guardián la buscó para llevarla a los baños. En Tear eran muy liberales en cuanto al uso compartido de los baños, y pese a que Nynaeve se resistió todo lo que pudo, al final se dejó convencer para tomar un baño con Lan. ¡Y qué baño fue aquel! Fue como si Lan pasara de creer que tenían todo el tiempo del mundo a una urgente necesidad de poseerla con rabia, con fuerza, explorando el cuerpo de Nynaeve como si de un territorio hostil se tratara. –Lo digo por... bueno, he visto tu sueño, Elayne-.
La rubia heredera escondió la cabeza bajo la sábana. No podía soportar que Nynaeve la viera ahora, aunque no a causa de su desnudez. Ya se habían visto como vinieron al mundo en más de una vez. Sin embargo, esto suponía una violación de la intimidad. O eso quería creer. Por lo visto, ella misma había abierto la puerta de sus intimidades a todo aquel que estuviera durmiendo en el mismo momento que ella. Menos mal que estaban en alta mar. No creía que sus sueños hubieran llegado más allá de la borda del barco.
-Elayne. Cuando nos reunamos con Egwene, le pediremos que nos enseñe a proteger nuestros sueños-, dijo Nynaeve. Al ver que la heredera no se movía, se dio un tirón a la trenza, aunque no estuviera enfadada. Más bien confusa. Hasta que no salieron corriendo de Campo de Emond, aquellas emociones no habían ocupado ni un segundo en sus pensamientos, ella era la zahorí de Campo de Emond, y ninguno de los hombres de la zona la atraía lo más mínimo. Claro que había dado consejos a las esposas primerizas, aunque ahora se daba cuenta de que sus consejos no eran, ni mucho menos, acertados. Pero desde aquella primera noche con Lan... En fin, su ignorancia al respecto de los temas sexuales se le había hecho tan patente que aún le daba vergüenza pensar en las cosas que había hecho movida por la pasión y la excitación. El pesado anillo de Lan que colgaba entre sus senos era un pálido recordatorio de la polla de Lan allí mismo, recibiendo las caricias del canalillo de Nynaeve, un minuto antes de que recibiera la simiente del Gaidin en la cara. Se notó enrojecer. Menos mal que Elayne seguía con la cara tapada. –Elayne... No creo que nadie haya reparado en tus sueños. Al menos, seguro que los hombres no te han soñado. Y si lo ha hecho alguna mujer... bueno, tampoco había nada grave, ¿no crees?-. Nynaeve pensaba en sus propias experiencias con Lan, y que Elayne soñara con hacerle una paja a Rand, definitivamente era algo bastante suave. La rubia cabeza de Elayne asomó por encima de la sábana.
-¿Tu crees que “eso” es normal?-. Había un tono imperioso en su voz. Nynaeve sonrió. Elayne parecía tan madura y tan seguro en unas cosas que ahora resultaba... infantil.
-Sí, por supuesto que es normal-, aseveró Nynaeve. Buscó con la mirada el cántaro de agua. hacía calor en el camarote. –Has soñado poca cosa, de verdad. ¡Si yo te contara...!-. Eso azuzó la curiosidad de Elayne. El sonrojo se redujo, pero la picazón entre los muslos aumentó.
-Poca cosa, dices. ¡Si le estaba cogiendo la... cosa a Rand!-.
-Pero no sabías que hacer con ella. Saltaba a la vista-, repuso la zahorí. –Creo que es bastante normal soñar con el hombre al que amas, y de un modo en que quieres que te ame y que aún no ha ocurrido. Sobre todo, estando rodeados de tantos... estímulos-, remató Nynaeve, haciendo un gesto que abarcaba todo el navío. –Todos esos hombres con sus pollas al aire...-.
-Y las mujeres...-, añadió Elayne. Nynaeve asintió.
-Al menos, yo pasé una noche con Lan, pero tú... ¿Cuántos días fueron? ¿Dos? ¿Tres? Tres días rozándote con Rand, sin que pudierais quedaros solos. Lan pudo sofocar mis llamas, pero tú... Tú tienes un incendio entre las piernas. Así que más vale que lo sofoques. Pero procura no quedarte dormida cuando lo hagas-. Nynaeve acabó de refrescarse. Sus pezones morenos estaban apuntados por el contraste del frío y el calor. Elayne se fijó en su pubis. A Lan debían gustarle los “coños sin pelo”, porque Nynaeve tenía toda la zona despejada de vello, dándole a su entrepierna la apariencia del sexo de una niña. Su rajita, de labios morenos y abultados, despareció de su vista cuando la zahorí se embutió en un traje de seda gris. Una sonrisa asomó a los labios de Elayne. Tendría que preguntarle a Rand la próxima vez que lo viera, porque se le estaba ocurriendo dar cierto uso al Poder, como sin duda había hecho Nynaeve.
-Voy a la cubierta-, anunció la zahorí una vez que se vistió. –Haz lo que tengas que hacer, pero recuerda: no te quedes dormida-. Elayne asintió, sin decir nada, y sus dedos caminaron por su piel antes incluso de que Nynaeve acabara de cerrar la puerta del camarote.
Elayne acabó casi al tiempo de empezar. Pese a la vergüenza que había sentido cuando Nynaeve la sacó de su estado, su excitación había seguido creciendo, así que un par de roces con los dedos en el punto donde ella sabía que había que hacerlo bastaron para que llegara al orgasmo tranquilizador que buscaba. “¡Luz, necesitaba esto!”, pensó, notando los dedos pringosos y cálidos. Desparramada sobre la cama, pensó en lo que su amiga le había dicho. Sí, por supuesto que era virgen. Y debía notársele, sobre todo porque su fantasía se había limitado a rememorar lo que Egwene le había contado sobre su experiencia con Rand. Conocía los cuerpos femeninos, pero los masculinos la sumían en un mar de confusiones. Los penes de los Marinos, por ejemplo. Casi todos ellas lo tenían más grande que su hermano, al que por otra parte, era al único al que había visto desnudo en Andor. Y de eso hacía ya unos años. supuso que a estas alturas, Gawyn ya tendría un buen aparato.
Imaginar la polla de Rand no le había resultado difícil. Egwene había hecho una buena descripción, aunque nunca habló del tamaño. ¿Realmente le llegaría hasta la sangría del codo? Elayne se miró el antebrazo. ¿Luz, no podía ser? ¿O sí? ¿Y cómo entraría todo aquello en su pequeña abertura? No podía entenderlo, y solo pensarlo le producía temor. Miedo al daño que tendría que hacerle por fuerza. Tendría que preguntarle a Nynaeve. Ella tenía experiencia en el campo. O eso quería pensar.
Con un suspiro, pensó nuevamente en Rand. “Yo esperaré hasta que puedas tomar mi tesoro. Pero, ¿tú me esperarás?”. Quería creer que sí, pero en el fondo, sabía que eso no ocurriría. Rand era el Dragón Renacido, y solo por eso, las mujeres le pedirían que se acostara con ellas, con sus hijas e incluso con sus madres. Y dudaba que Rand tuviera la entereza suficiente como para negarse a todas ellas. en fin. Siempre le quedaría el consuelo de no saber con quién se acostaría su amado.