Parking “-3”

El futuro ha ido a peor. Mundo dividido, caciques locales gobernando pequeños feudos incomunicados. Un nuevo medievo, Gina sobrevive como pícara del siglo XXI. Intenta un órdago y fracasa. Acaba en un agujero oscuro, ahora hogar de perdedores y desgraciados. Habrá salida o sólo queda desesperarse.

UN NUEVO MEDIEVO:

El siglo XXI iba a ser la cima del progreso humano. La tecnología, las comunicaciones, robótica, inteligencia artificial… Todo eso fue destruido por los seres más simples que han existido en el mundo. Los virus… SARS-COV-2, ese fue el primero de gran impacto. Nos empezó pareciendo una infección leve, una gripe… ¿Quién nos diría en 2020 que iba a ser capaz de paralizar el mundo? Y de sumirlo en una crisis sin igual.

Lo peor fue que después vinieron otros… Nací en el 2000. Soy de las primeras millennials. Hoy cumplo treinta años y los últimos diez los he pasado viendo cómo la humanidad retrocedía.

En las primeras emergencias los estados nacionales salieron reforzados. Se dictaban normas draconianas, las calles se convertían en un toque de queda policial.

Con el tiempo, fue el localismo lo que triunfó. Las ciudades y pueblos se cerraban. Los alimentos se producían y consumían localmente. Se unificaron las comarcas alrededor de su mayor municipio. Se les llamó distritos. Se prohibieron los viajes entre distritos sin un permiso especial. Aquél fue el punto de inflexión… En cada distrito empezaron a regir leyes diferentes. Incluso diferentes formas de elegir al regidor (dejó de llamárseles alcaldes para que todos supiéramos que eran la máxima autoridad en su territorio).

En teoría seguimos todos siendo parte de un mismo estado, pero la división en feudos es un hecho. Vivimos en un nuevo medievo. Los feudos son distritos… los señores son los regidores.


LA CASA DE LOS MENDOZA:

En este nuevo medievo. Yo, Gina Smith, soy una simple sierva. Logré acabar de estudiar pero este nuevo mundo no necesita a muchas tituladas en turismo. He pasado por todo tipo de empleos: legales y no tan legales. He pasado etapas de escasez… Durante alguna de ellas, he robado. No me pillaron… Menos mal porque a los delincuentes también los tratan como en la edad media.

Hace un año que logré un empleo en la granja de los señores Mendoza. Está en el campo a cinco kilómetros del pueblo de Villa Blanca, capital del distrito de Bajo Río Téjar. Como en muchos otros distritos, la democracia es un recuerdo. Una asamblea de familias notables elige al regidor. La familia Mendoza son un ejemplo de notables.

Yo aquí soy chica para todo… pero para todo, todo… Limpiar lo más asqueroso, cuidar animales, realizar pequeñas reparaciones, cocinar, coser…

Duermo en la granja… me pagan muy poco y apenas puedo gastarlo. O estoy trabajando o durmiendo reventada.

Cuando, John Mendoza (el primogénito), me hizo saber que mis labores iban a incluir también servicios sexuales, fue el fin. Le dejé follarme/violarme sin rechistar ayer noche. No lloré… sólo preparé mi huida y mi venganza.

El muy cerdo no sabe follar… me penetró sin más y en menos de cinco minutos ya había acabado.

Esta noche no está… y esta noche acaba mi trabajo aquí.  He llamado a Robert y esto se va a acabar.

Robert es un ladrón de poca monta… Su sueño siempre ha sido entrar en una casa rica y llevarse dinero y joyas para vivir sin trabajar el resto de su vida.

Hay una alarma pero sé el código… Esta noche lo dejo entrar, cogemos lo que podamos y nos vamos. Y, por cierto, Robert folla como nadie.


LA NOCHE DEL ROBO:

Estoy nerviosa esperando el momento… Me he metido en cama vestida. Tal vez no sea lo más adecuado pero me he puesto un bonito vestido, con un hermoso escote. A Robert le gustará...

Bien pasada la medianoche me levanto sigilosamente, me dirijo al cuadro de la alarma y la desactivo. También quito el cerrojo de una de las puertas de servicio… Allí, acurrucada, espero. Por fin lo veo entrar… Sí, me mira las tetas pero no quiere distraerse. Vamos al salón… Allí en una esquina está la caja fuerte dentro de un mueble. Robert sabe como abrirla. Es una caja mecánica. Utiliza un estetoscopio para sentir los pequeños clicks metálicos que se disparan al mover la rueda… poco a poco va deduciendo la combinación… Al fin la abre… ¡¡¡Bien!!!

¡¡¡Puuuummm!!!

¿Qué? Se encienden las luces bruscamente… Ha sido un disparo de escopeta… postas de caza menor. Le han dado de lleno en la cabeza. Se la han volado… hay manchas de sangre y sesos en un metro alrededor.

Cuando miro la veo a ella… la gobernanta, una gruesa y sádica mujer que nos tiene aterrorizado a todo el servicio. La acompañan sus dos hijos. Dos mozos jóvenes que llamamos los “bulldogs”. Uno de ellos sostiene una escopeta de dos cañones humeante. Ahora apunta hacia mí…

  • Me queda un disparo -informa a su madre y a mí.

Yo me quedo paralizada, dejo caer la mochila que pensaba llevarme. ¡¡¡Ahhh!!! El otro “bulldog” me ha cogido un brazo… me lo retuerce tirándome al suelo… Estoy de rodillas quejándome del dolor. Me junta las manos a la espalda. Noto un lazo alrededor, lo aprieta hasta ser cortante… Debe ser una brida. Ahora me suelto… intento sin éxito separar las manos, no sigo, sólo voy a conseguir hacerme más daño.

Registran la mochila, sólo hay un poco de ropa, un poco de dinero y mi carnet. Se quedan el dinero, guardan el resto desordenadamente. Dicen que habré robado ese dinero, no es cierto, pero realmente da igual.

Maniatada, me llevan a un trastero vacío, me encierran allí.

………………………………………………………………………………………………………..

Entra luz bajo la puerta. Ya es de mañana. Se oyen voces. Discuten. Se abre la puerta. Hay una oficial de policía. Alta, fuerte, aspecto severo, la oigo decir:

  • Me la llevo detenida ahora mismo.

No sé qué planes tendría la gobernanta pero alguien avisó a las autoridades. Prefiero estar bajo su custodia aunque sea detenida. Hay otro policía, hombre. La mujer le dice:

  • Tú, quédate hasta que lleguen los forenses y retiren el cadáver. Que nadie lo toque.

El hombre asiente y se va hacia el salón, hacia el cuerpo sin vida de Robert. La mujer entra hacia mí.

  • Ayudadla a ponerse en pie, soltadle las manos -ordena.

Los “bulldogs” obedecen, respetan la autoridad. Siento una mezcla de alivio y dolor en las muñecas… tengo marcas en la piel.

  • Acerca las manos, me dice la policía, con las esposas en la mano.

Me dejo apresar. Al menos no aprieta los grilletes.

  • ¿Puedo llevar la mochila con mis cosas? -me atrevo a decir.
  • ¿Hay una mochila con sus cosas? -pregunta la oficial a los dos perro guardianes.
  • Sí -no se atreven a mentir.

Uno de ellos va a buscarla. Ella comprueba que no hay objetos peligrosos dentro. Salimos del lugar, yo detenida y bajo custodia de esta agente. Mi vestido se ha manchado, mi pelo es un desastre

Me sube a la parte trasera de un todo-terreno, una especie de Land-Rover. Deja la mochila junto a mí, no le preocupa, ya vio su contenido. Me siento en una pequeña cárcel con ruedas. Rejilla en las ventanas, reja que me separa de conductor y copiloto. La única puerta es la de atrás y sólo abre desde fuera, con llave.

Arrancamos… no hay mucho camino hasta la ciudad, Villa Blanca. En esta nueva época, hay muy poco tráfico. Veo como atravesamos las avenidas. Hay gente en la calle, vida… La vida que ya no viviré. Las esposas empiezan a molestarme. Muevo las manos en todas direcciones.

Creo que llegamos, conozco este sitio. Villa Blanca tenía unos ciento cincuenta mil habitantes cuando la vida era normal. Ahora serán pocos más de cien mil. Este lugar era el único centro comercial de la ciudad. Recuerdo venir con mis padres ya con doce años, pidiendo entrar en todas las tiendas. Sabía que lo habían convertido en cuartel central de policía, ha perdido todo su encanto.

Entramos al parking… la entrada es la misma pero hay una garita de control de acceso. El guardia saluda y abre el portón…

Dentro hay varios coches de policía de varios tamaños, me parece que este espacio no ocupa todo lo que fue la planta “-1” del parking. Es como si lo hubieran dividido en dos con un tabique. Aparcamos y me hace bajar del coche.

Me hace cargar con mi mochila con las manos esposadas. Me lleva a un ascensor… La antigua subida a las tiendas. Subimos… planta “+2”, allí estaban los bares, los cines… Al salir del elevador miro todo a mi alrededor. Recuerda al viejo centro comercial… todo iluminado por focos artificiales, no hay ventanas, de hecho creo que hay menos luz que antaño.

Me lleva a una sala pequeña, cuatro paredes blancas sin ventanas. Una mesa en el centro. La mesa tiene, adosada a su borde, una gruesa barra de hierro; paralela al borde de la mesa, sujeta con gruesos soportes.

De la barra hay, colgados, varios pares de grilletes, diferentes a los que llevo puestos. Parecen más básicos, más antiguos.

  • ¿Escribes con la derecha? -me pregunta al entrar...

Me extraña la pregunta pero contesto que sí. Sin quitarme las esposas, usa uno de aquellos extraños grilletes para sujetarme la mano izquierda. El otro brazalete está sujeto a la barra. Me quita las primeras esposas y las guarda en su cinturón. Acerca un taburete y me siento. Ella se va. Dice que vuelve en un momento, ha dejado la puerta abierta y mi mochila sobre la mesa, yo estoy sujeta a la barra…


DESCENSO AL INFIERNO:

La agente que me custodia ha vuelto. Trae varios papeles.

  • Ahora el papeleo de ingreso, dice...

Identificación: toma mi carnet y copia los datos en un formulario. Lo firma. Me obliga a firmarlo… Para eso me dejó la derecha libre. Después me toma las huellas con tinta y papel. En la izquierda es más incómodo por el grillete. Me deja limpiar con alcohol.

Mis derechos: me da un papel que los describe… Sé que no es inteligente, pero no estoy para leer. Firmo sin más. Va clasificando todo y guardándolo en una carpeta.

Objetos de valor… Sólo el colgante… y no vale nada. Lo apunta y lo mete en un sobrecito. Resto de objetos: Ahora coge una caja de cartón y va clasificando todo lo demás: empieza por la cartera ya sin contenido, vacía la mochila sin ningún cuidado, me pide que describa la ropa y la vaya metiendo en la caja. Bueno, yo describo y ella apunta: bragas, medias, camiseta… Intento doblarla mínimamente antes de meterla en la caja. Me cuesta… tengo una mano “y media”. Al terminar, debo firmar el parte.

Se lleva todo y vuelve, parece que acabamos aquí. Suelta el grillete de la barra y lo pone en mi mano libre… Libre, hasta ahora.

  • Vamos -dice.
  • ¿Al infierno? -le pregunto.
  • Allí mismo…

Realmente, ya vengo de un pequeño infierno, pero me temo otro peor. Volvemos al ascensor. ¿Otra vez al “-1”? Me llevará en coche a algún sitio, ¿A una cárcel?

Al llegar abajo no salimos por la puerta del garaje… Hay otra. Dividieron la planta “-1” en dos mitades… Una para los coches, ¿La otra?

Entramos por una especie de recepción. Nos reciben dos agentes, chico y chica. Me llama la atención que recogen el arma de la que me trae. La guardan. Ellos llevan porra y esposas pero no arma de fuego.

El hombre coge el papel que le da mi captora. Apunta, lo archiva… ¡¡¡Como va el mundo!!! No he visto un ordenador. Apunta a mano un número sobre una pulsera de papel autopegable. Me la pone en la muñeca. La mujer me pregunta la talla: de vestido, de zapato. “M”, 37.

El chico coge una prenda que no distingo, sólo veo su color naranja, parece que coge también unas chanclas del mismo color. Le dice a la mujer:

  • Te toca.

Coge la ropa y me lleva a una pequeña estancia al fondo. Cierra con llave. Se dirige a mí… Retrocedo un paso. Tiene una llave, me quita las esposas. ¡¡¡Qué alivio!!!

  • Desnuda, ya -me dice.
  • ¿Qué?
  • Que te quites todo...

Entiendo que no tengo opción. Me desnudo: vestido, bailarinas a juego, ropa interior... Ella guarda todo en una bolsa. También apunta lo que ha metido.

  • Lavandería y lo pondrán con el resto de objetos personales -me dice.

Así, desnuda, me mide, me pesa. Apunta… metro sesenta, cincuenta y siete kilos. Sabía que andaba por ahí.

  • Ahora viene lo peor -dice.
  • ¿Qué?
  • Que mees ahí… -me da un frasquito.
  • Prueba de drogas -añade- tengo que verte mear.

¿Qué? Vaya mierda… No me sale… Cierro los ojos… no me sale. La tía podría ser mucho más borde, se lo agradezco. Cierro los ojos, pienso en el campo, en la playa, viajo con la mente. Bien… me ha salido un poco.

  • Ya llega -dice, quitándome el frasco.

Me da la prenda… Es una especie de camisón de tirantes. Se me escapa un comentario.

  • ¡¡¡Tiene los tirantes sujetos con remaches, como un peto!!!
  • Así te lo puedo quitar con las esposas puestas.

No hay sujetador…

  • Al menos necesito bragas -protesto.
  • Si, como estas...

Me tira lo que parece un bikini de tiras.

No se me ocurre preguntar por qué no una braga normal. Mientras me lo pongo me tira las chanclas delante. Las pongo y miro hacia ella. Ya tiene las esposas abiertas en la mano. Extiendo las manos y cierro los ojos. Oigo los dos clicks metálicos mientras siento el aro de acero alrededor de las muñecas.

Ella coge la cadena central y tira… la sigo, no tengo otra opción. No tira muy fuerte, se lo agradezco. El chico nos estaba esperando fuera… El corazón se pone a latir a mil al ver el siniestro objeto que tiene en su mano.

Parece un par de grilletes viejo. Empiezo a imaginarlos en mis tobillos. El hombre me ordena ponerme de rodillas sobre una silla. Noto como me los pone en los pies. Miro de reojo.

  • No mires -me grita.
  • Están oxidados -protesto mientras obedezco mirando al frente.
  • No es óxido, están galvanizados, precisamente para evitar la oxidación.

Oigo el chasquido de dos candados asegurando los grilletes. Me llevan por un pasillo hasta el fondo. Tras una puerta metálica veo el resto del antiguo parking.

¡¡¡Dios!!! Lo han convertido en una cárcel. Cada plaza está rodeada por una valla de alambre metálico. Como un gallinero. Cada antigua plaza, diseñada para un coche es ahora una celda.

Comenzamos a caminar entre las celdas/gallinero. Me cuesta caminar, debo dar pasos cortos. Los grilletes me pesan, me causan dolor si intento forzarlos.

Veo algunas jaulas ocupadas, casi todas vacías…

  • Aquí estarás a la espera de juicio -me dice el hombre.
  • Serás juzgada en este mismo complejo.
  • ¿Y?
  • Depende de si te condenan…
  • Cuando me condenen…
  • Planta “-3”.
  • ¿Qué es eso?
  • La cárcel de mujeres...

Al fin llegamos a una celda justo en la esquina más alejada. No hay otras cercanas ocupadas. Nos separan, no sé por qué…

Abren la puerta. Me empujan dentro, la mujer entra tras de mí… Me enseña la “suite”. Cinco por dos metros. Una cama metálica de 80 apoyada en una de las vallas laterales. Ella deja sábanas sobre el mugriento colchón. Me enseña una mesita pequeña de madera y un taburete. Allí deberé comer. Al lado de la cama hay una especie de cubículo de madera, bueno de chapa, dentro hay un retrete maloliente y una pileta sucia.

Al menos, han pintado el suelo del parking. Se aprecian las zanjas por donde han metido los conductos para cañerías y desagües. Las grandes luces de los pasillos están encendidas. A pesar de eso, es un mundo negro, sin sol. Cada celda tiene una pequeña lámpara en el techo con su interruptor. El techo es bajo, menos de tres metros.

Dejan un vaso metálico y un rollo de papel higiénico sobre la mesa. Yo me siento derrotada en el colchón.

Veo como salen, como cierran la puerta.

  • Ven… manos en la ranura -dice la mujer.

En la puerta hay una ventana rectangular. Saco las manos por ella y me liberan de las esposas, algo es algo…

  • Pensé que querías quedártelas -me dice con un poco de cachondeo-.

Antes de irse, añade:

  • Cada vez que salgas de la celda, las llevarás puestas. Si cometes cualquier falta disciplinaria, te las pondré. Si me miras mal, te las pondré… Si me da la gana, te las pondré.

En cuanto no los veo me tumbo en el colchón en posición fetal. Meto el puño en la boca y lo muerdo… Muerdo con demasiada fuerza. Me clavo las uñas contra las palmas. Siento dolor… noto las lágrimas por mi cara, cayendo de manera descontrolada…

Todo salió mal. Pudo funcionar pero... Robert muerto, yo enterrada en vida. Todo salió mal.


LA PRIMERA NOCHE:

Debía ser mediodía cuando me dejaron aquí encerrada. Al poco rato me trajeron un sandwich sin sabor. La cena no fue mucho mejor. Después de la cena, apagan casi todas las luces de los pasillos. Puedo decidir si enciendo o no mi pobre bombilla. La verdad da casi igual. Estoy como Jonás en la barriga de la ballena, oscura y húmeda, sólo que estoy dentro de una jaula…

Intento dormir… dormito, despierto… vuelvo a dormitar, vuelvo a despertar. Oigo pasos… ¿Qué?, ¿Quién? Desde el camastro, abro un ojo, miro hacia el pasillo. Una sombra humana avanza lentamente… Me fijo más. Me hago la dormida pero me fijo justo cuando va a pasar bajo una luz. Es un guardia, un hombre. No es el mismo que me puso los grilletes, habrá cambiado el turno. Ya debe ser de madrugada.

El hombre se detiene justo en mi puerta. Mi leve bombilla lo ilumina. Intento verlo mejor sin que se dé cuenta… Se ha parado. ¿Por qué se para?, ¿Qué va a hacer?

  • ¿Por qué te haces la dormida con un ojo abierto? -oigo de repente.

¿Qué hago? ¿Sigo con mi pequeña farsa? No tiene sentido… Me levanto, voy hacia la puerta.

  • ¿Por qué te has parado en mi celda? -me atrevo a preguntar.
  • Ayer no estabas y, además, es la única ocupada de esta zona. Sólo es curiosidad.
  • Yo también tenía curiosidad. ¿Eres el guardia de noche?
  • Es obvio, no…

Se da la vuelta y comienza a andar. De repente, pienso que quiero que se quede un rato. Debo decirle algo ya…

  • Agente -le grito.
  • ¿Qué?
  • ¿Me puede decir qué pruebas hay contra mí?
  • No, no puedo -de nuevo, da la vuelta.
  • Agente!!!

Se vuelve sin hablar. Yo no sé que excusa usar, ¿Le pido comida?, ¿Le digo que me molestan los grilletes? Eso es cierto… Antes que yo, habla él.

  • ¿Te apetece una cerveza fría?
  • ¿Qué?
  • Lo que he dicho…
  • ¿Por qué?
  • Porque parece que no quieres quedarte sola, tengo varios botellines fríos y eso sería lo que te diría si te hubiera conocido en otro lugar.
  • Pero, ¿Dónde?
  • Allí… en el puesto de guardia.
  • Me vas a dejar entrar allí.
  • Sí...

Justo al decir eso, saca un par de esposas del bolsillo del uniforme. Es del segundo tipo, el más antiguo y básico.

  • ¿Me vas a poner eso?
  • Si quieres salir de la celda, sí…
  • No te fías…
  • Hay otros detenidos… pocos pero puede haber alguno despierto… tiene que verte pasar con ellas puestas. Y sí… no me fío mucho.
  • ¿Cuando me las quitarás?
  • Al volver a la celda…
  • ¿Tomar una cerveza esposada?
  • Lo tomas o lo dejas…
  • Contéstame una cosa…
  • ¿Qué cosa?
  • ¿Por qué usáis dos tipos de esposas? Llevas otras en el cinturón…
  • ¿Has probado las dos?
  • Sí…
  • ¿Cuáles eran menos incómodas?
  • Las que tienes ahora en la mano, parecen antiguas pero aprietan menos.
  • Es un modelo antiguo… barato de fabricar. Ya sabes que la economía no está bollante. Llevamos siempre un par de las modernas encima. Son ligeras, fáciles de usar y más restrictivas. Más incómodas para la “víctima”.
  • ¡¡¡Ahhh!!!
  • Son las esposas de patrulla… Las que se usan en las detenciones. Las antiguas son las esposas de traslado. Se usan dentro de la cárcel… No es tan incómodo llevarlas mucho tiempo.

Me resigno y saco las manos por la ranura. Me está poniendo esos grilletes “de transporte”. No lastiman la muñeca pero tampoco son una fiesta. El hombre abre la puerta y señala el camino. No me lleva tirando por las esposas, no tiene prisa, me deja caminar delante arrastrando las cadenas.

Entramos en el puesto de guardia. Me sienta ante una mesa. Parece una sala de interrogatorios.

  • ¿Es una sala de interrogatorios?
  • Sí, se usa para eso, para echarle la bronca al que se porta mal, para entrevistas con el abogado.

Me suelta una muñeca, me sujeta a la mesa. Engancha el grillete en la barra de hierro que cuelga del borde de la mesa, paralela a él. Mejor así…

Va a buscar las cervezas… trae dos botellines. Incluso trae un plato con aceitunas y patatillas. Si fuera en un bar, no le aceptaría la cerveza… A ver, no es un tipo repulsivo pero no destaca. Un poco más alto que yo, o sea: bajo. El pelo ya canoso muy corto, ojos castaños. Parece relativamente fuerte… cojea un poco.

Cojo el botellín y deslizo parte de ese líquido dorado y amargo por mi garganta… ¡¡¡Ahhh, qué gusto!!! Es mi primera sensación placentera en toda la semana… Está fría, como debe estar. Rozando la congelación… Sabor fuerte, amargo, seco…

  • ¿Por qué cojeas? -le pregunto.
  • Porque un desgraciado drogadicto me destrozó una rodilla en una persecución. Por eso tuve que dejar la patrulla de calle. Pasar a segunda actividad.
  • ¿Segunda actividad?
  • Vigilar presos por las noches.

Yo le conté mi historia… no incluí la violación. Insinué lo que había pasado… Creo que él lo entendió…

  • ¡¡¡Ufff!!!
  • ¿Qué es uff?
  • Que si te acusan los Mendoza lo vas a tener mal. Ni insinúes eso o será peor. Alega que ese Robert era tu novio y te obligó… Te elegirán un abogado de oficio… Hay algunos que no son malos.

Seguimos hablando mucho rato… Acabo la cerveza, me trae otra. Acabamos la comida y dos cervezas cada uno. De repente me doy cuenta… me he dado la vuelta y estoy medio sentada en el borde de la mesa. Él está frente a mí, cada vez más cerca. Su boca muy cerca de la mía… Mirando ligeramente hacia abajo… Me recuerda a estar apoyada en la barra de un bar con un hombre cerca.

Bueno, si así fuera llevaría tacones y sería tan alta como él.

¡¡¡Ahhh!!! Nos estamos besando… Me está manoseando… me rodea con sus manos. Sí, es como logar en un bar. Lo de tener la mano derecha unida al borde de la mesa con un par de grilletes es lo de menos ahora…

Desabotona los tirantes del camisón… ¡¡¡Uyyy!!! Cae entero al suelo. Sí que piensan las cosas aquí… ¡¡¡Ahhh!!! Manosea mis pechos. Besa mis pezones… Chupa mis pezones… Los aspira… Los excita… ¡¡¡Ahhh!!! Me besa el cuello… me muerde con cuidado… siento sus dientes en la clavícula.

Noto su mano en las caderas. Desata los lazos de las bragas. Esa cosa cae al suelo… ¡¡¡Ahhh!!! Me mete mano… me doy cuenta de lo caliente, de lo húmeda que estoy… El cabrón de John Mendoza hizo conmigo lo contrario al sexo. Me hizo desear un buen polvo. Mientras Robert abría la caja, yo pensaba en follar con él salvajemente en un hotel barato.

Se quita la camisa. Lo abrazo… sólo puedo hacerlo con un brazo… vaya lata. Hago sonar las esposas, a ver si me suelta.

¡¡¡Ahhh!!! Me besa el ombligo, me besa el coño… Su lengua… ¡¡¡Ahhh!!! Húmeda, caliente… Empieza lentamente… Va más rápido. Sí… sigue… sigue… No pares…

¡¡¡Ehhh!!! Para, se baja los pantalones. Quiere penetrarme… Sí… Penétrame…

Allí mismo apoyada abro las piernas. El me toca el coño suave y me habla más suavemente…

  • Así no, tendrás que darte la vuelta.

Me da la vuelta, sigo unida a la mesa. Querría que me soltara…

  • ¿Por qué me das la vuelta?
  • Por mucho que abras las piernas, con grilletes no va a entrar por delante.

No me da tiempo a responder… Me inclina sobre la mesa. Noto su pene caliente. Me penetra desde atrás… Entra con cuidado… Cuando se asegura de estar dentro, arremete con fuerza… entra y sale, entra y sale, cada vez más rápido. Sí… sigue, sí… no pares… ¡¡¡Ahhh!!!, !!!Ahhh!!!

………………………………………………………………………………………………..

¡¡¡Ehhh!!! Estamos sobre un colchón… en una sala del cuarto de guardia. He dormido aquí… Peter me despierta con besos en el cuello. Sí, se llama Peter. Yo estoy desnuda. Sin esposas… Me ha dejado dormir sin ellas. Sigo teniendo grilletes en los tobillos. Él se viste.

  • ¿Debo volver a la celda, no? -le pregunto, aunque ya lo sé.
  • El cambio de turno es en media hora.

Me visto… Sólo hay que poner las bragas atando los lazos y el camisón. Al terminar extiendo las manos hacia él. Sé que me va a llevar esposada hasta mi jaula. Oigo los grilletes cerrarse con los ojos cerrados. Dejo que me lleve, lleva su mano en mi hombro. Yo pongo cara de infeliz… lo estoy porque querría seguir a su lado. Es la cara que debo poner si me llevan esposada a una celda.

Uno de los detenidos está despierto… Y grita cuando paso:

  • Enciérrala aquí conmigo...

Peter golpea la valla fuertemente con la porra y el hombre retrocede asustado.


DÍAS Y NOCHES:

Llevo una semana en este agujero. El juicio no ha durado ni una hora. Culpable, por supuesto… colaboración necesaria en robo grave. En algún momento traerán la sentencia.

Te traen un papelito, te dejan un minuto para leerlo y te bajan a la cárcel. Bueno, esto ya es la cárcel, pero te entierran aun más profundo.

……………………………………………………………………………………………………….

Después de mi primer encuentro con Peter, me llevaron al servicio médico. Hay que hacer un reconocimiento… No vaya a ser que un cardiaco se les muera. Al entrar, una doctora morena, alta, con el pelo recogido en una coleta… comenzó a examinarme. Me sacó sangre… “La orina bien”, comentó. “Y sin drogas”, añadió.

Me preguntó datos: edad, sexo…

  • ¿No es obvio?
  • Por eso te trajeron conmigo, los días impares está mi compañero.

Me preguntó antecedentes, hábitos… No fumo, apenas alcohol… Me examinó la dentadura, el tímpano y el fondo de ojo.

Entonces dijo a la celadora que me llevó que saliera… Que debía hacer una prueba más a fondo de la retina. Eso me asustó un poco. La mujer salió y yo quedé allí, en el centro de la consulta, con un camisón escaso, calzando un par de chanclas, arrastrando grilletes en los tobillos y con esposas en las muñecas. Fue entonces cuando le noté una mirada básicamente lasciva. Eso me asustó aun más que un posible tumor en la retina.

  • Tengo que desnudarte para seguir el examen, mejor que esa no esté presente.

No sabía si podía negarme. En un segundo, soltó los tirantes y el camisón cayó al suelo. Inmediatamente sentí el frío metal del estetoscopio entre las tetas. Me hizo toser, lo colocó en varios sitios. También en la espalda… me hizo respirar hondo y toser de nuevo.

Me tumbó en la camilla y palpó el abdomen. Todo lo hizo respetuosamente. Se sentó en su mesa y apuntó.

  • Todo bien. Ha acabado el reconocimiento.
  • ¿Ha acabado?

Entonces se levantó y vino hacia mí…  Seguía teniendo miedo pero también curiosidad y, como con Peter, cualquier plan era mejor que ser encerrada en una jaula.

  • ¿Si quieres te busco ganglios abultados?
  • ¿Ganglios abultados?

En ese momento noté sus dos manos sobre mis senos… Comenzó a palpar suavemente el lugar donde ambas tetas se unen a cada costado.

  • Ganglios en las mamas… a tu edad sería muy raro pero es conveniente probar.

Yo no dije nada pero puse las manos sobre la cabeza para dejarla trabajar. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos…

Ella lo interpretó como invitación. En cierto modo, lo era. Ella comenzó a besar los pezones mientras seguía palpando… Nunca había estado con una chica. La verdad podría no estar mal…

Aunque era más alta, ella estaba agachada sobre mi pecho. Comencé a acariciarle el pelo… El pelo, las orejas las mejillas. Cuando llegué a abrazarla, ella sintió la cadena de las esposas en el cuello. Tomó mis manos, comenzó a besarme las muñecas…

  • Pobrecita, que te tratan así… lástima que no tengo las llaves.

Me besó con lengua… suave, húmedo, lento…

Me tumbó en la camilla. Me quitó las bragas y me acarició la bulba con los labios, con la lengua… Lo hizo lentamente, suavemente… Tardé mucho en correrme y lo hice en una gran convulsión… ahogando los gritos para no alarmar a la policía que esperaba tras la puerta. Estiré brazos y piernas hasta sentir dolor por la dureza de los grilletes.

  • Ahora ya te vas más tranquila… dijo ella.

No, aún no me iba a ir. Le quité la bata, la camisa, le bajé el pantalón… Le chupé los pezones al tiempo que la masturbaba con dos dedos… Se corrió con una enorme cara de placer.

  • Doctora Sonya Márquez- dijo, un instante antes de llamar a la malencarada que me llevó arrastrándome por las esposas.

……………………………………………………………………………………………………….

Eso fue de lo mejor de la semana de espera de juicio. Bueno, los encuentros nocturnos con Peter tampoco estuvieron mal. El muy cabronazo traía cerveza y aperitivos a diario…

Un día vino mi abogada de oficio. Menuda cabrona. Me insinuó que, realmente, estaba vendida a los Mendoza. Si no decía nada de los malos tratos en su casa, la condena sería moderada. Incluso sólo cinco años. Cinco años sin ver el sol… ¿Y eso es una ganga?

Hoy por la mañana, me llevaron a las duchas. Para mi sorpresa me quitaron los grilletes y me dejaron la caja con mis efectos personales para que eligiera ropa. Me puse el vestido del primer día… Sí lo habían limpiado. Lo acompañé de lencería de verdad, medias y mis bailarinas blancas. No llevaba tacón ese día porque iba a huir…

En cuanto estuve vestida me volvieron a encadenar de pies y manos y me llevaron a la sala de juicios. Tuve que esperar encerrada en una sala minúscula y, al fin, me metieron dentro. Aluciné… el juzgado era una antigua sala de cine. ¡¡¡Dios!!! Yo había visto películas ahí, con mi hermana, con mis padres, con amigas…

Allí, bajo el lugar de la antigua pantalla estaba el tribunal. Dos jueces y una jueza con cara de pocos amigos. Me sentaron en la tarima, frente a ellos. Duró poco… Unos cuarenta minutos. Apenas pude decir que fue idea de Robert (mentira), que él me dominaba (mentira, era más bien al revés) y que me arrepentía de intentar robar a los Mendoza, una familia que siempre me trató bien (la mayor de las mentiras).

Me declararon culpable sin apenas pensarlo… Me bajaron al “-1” donde me obligaron a vestir de nuevo el camisón. Estoy de nuevo en la jaula con mis cadenas en los tobillos. Veo a una guardiana que viene hacia mí con un documento en la mano.


EL NIVEL “-3”:

Lo que esperaba: cinco años de prisión. Hice bien en mentir. Si hubiera dicho la verdad serían diez. Ejecución de sentencia inmediata, y tan inmediata, la celadora me reclama el documento y me pide que deje las manos en la ranura. ¡¡Ay!! me ha puesto los grilletes, me ha pellizcado un poco la piel.

Me llevan a la zona de guardia. ¡¡¡Ehhh!!! Me está esperando un tipo con una extraña herramienta. No puedo evitar preguntar:

  • ¿Qué es eso?
  • Una remachadora.

No me da más explicaciones. Quitan los candados de los grilletes de mis pies. ¡¡¡Ehh!!! Los asegura con remaches.

  • ¿Cerrado con remaches? -no puedo evitar preguntar.
  • Así aguantará los cinco años -me responde.

La cosa no acaba ahí. Sacan una argolla grande. Tiene grabada un número. Yo intento retroceder… no es posible, la guardiana me sujeta con fuerza. Rompen la pulsera de papel con mi número de prisionera.

  • Ahora el número está aquí -me dice el tipo enseñándome la argolla.

Y sin dudar la pone alrededor de mi cuello y la fija con un remache. Después de eso me llevan al ascensor. Bajo con la mujer al “-3”. Mi sensación es la de descender del purgatorio al infierno. Allí me reciben dos policías de guardia, poco amistosas como todas. Me cuentan las reglas del lugar y me ingresan sin más.

El nivel “-3” es un gran rectángulo subterráneo. Estaremos doce metros o más bajo el suelo. La zona de guardia está en el centro, junto al ascensor. En los lados del rectángulo están las celdas individuales, un gran pasillo con jaulas a los dos lados, rodeándolo todo. Como en la otra planta, cada antigua plaza de parking es una celda. El diseño es el mismo… Una mera jaula con lo mínimo.

En el centro, a los lados de las guardias hay como dos salones. Las mesas son las de un comedor escolar, viejas y cutres. En aquellas mesas pasamos el día… Nos dan un desayuno muy básico en la zona central y vas a la mesa que quieras a comértelo. Después lo de siempre… la nada. Hay estanterías con “amusements” donadas por gente que ayuda a los presos. Hay libros viejos, revistas aun más viejas, juegos de mesa, cartas… La comida hay que ir a buscarla al mismo sitio y vuelta al aburrimiento del centro.

Luego la cena y ordenadamente volver a la celda… Las celdas están abiertas durante el día. Una presa con buena conducta se mete en su jaula después de la cena y espera pacientemente a que pase una guardiana cerrándolas todas, colocando un gran candado en el cerrojo de la puerta.

Hay muchas celdas sin ocupar, No hay muchas chicas presas aquí… Sólo algunas desgraciadas y yo una más.


LA CELDA DE CASTIGO:

El primer día pensé que aquel infierno en el nivel “-3” podía no ser tan malo como las celdas del “-1”. Por lo menos por el día, te dejaban salir de la jaula. Claro aquí no hay día… siempre es de noche. Bajan las luces y todas a dormir a las celdas, pero podrían hacerlo por el día. Se pierde la noción del tiempo, la noción de todo.

Lo peor es que aquí no viene Peter por las noches… Bueno eso y que esto es el imperio de Saray Montoya.

Aquí las guardianas se quedan veinticuatro horas escondidas en su zona de guardia. Cerradas a cal y canto si salen es con la porra en la mano y dispuestas a zurrar. El resultado es que entre las presas se acaba creando una ley brutal. Aquí es la ley de Saray… Ella manda sobre todas, ella establece una jerarquía… La nueva es la última del escalafón. Yo soy la última. A mí me toca hacer la cama en cuatro celdas, pasar la escoba y la fregona en todas ellas. Recogerles la bandeja con comida a las veteranas antes de comer yo.

Saray es una chica un par de años mayor que yo. Más baja y un poco gruesa. Pero fue campeona de artes marciales, ninguna se atrevería a enfrentarse a ella, y aquí es lo que vale: la ley de la más fuerte. Dicen que mató a su novio un día de enfado, que por eso está aquí, cadena perpetua. Desde luego saber que no vas a volver a ver el sol te convierte en una cabrona. Ella lo disfruta mucho… Le gusta mandar, decidir quién le limpia la celda a quién…

Realmente, no es tan fuerte como aparenta. Arrastra las mismas cadenas que las demás. Lleva la misma argolla al cuello. Cuando las guardianas vienen con las porras, intenta ser la única que no se asusta pero traga saliva cuando habla con ellas.

Una guardiana hablándote es una sensación muy desagradable. Siempre hablan rudo, te miran fijamente, con la porra desenfundada en la mano derecha. Normalmente, con la izquierda, cogen las esposas. El mensaje está claro: a la mínima te golpearé hasta cansarme, después te sujetaré las manos a la espalda y te llevaré al agujero. A la celda de castigo.

No sé cuanto tiempo llevo aquí… no exactamente. Al menos dos meses largos. Oyes hablar de la celda de castigo desde el primer día. Es como el coco para los niños. Un lugar oscuro y húmedo, donde te encierran todo el día con las manos esposadas.

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Estoy fregando una de las celdas asignadas cuando oigo tintineo de cadenas… Alguien viene.

  • No se te da mal… -oigo a mi espalda.

Me vuelvo… Saray está en la puerta, me mira fijamente. Piernas abiertas, actitud dominante. Yo intento ignorarla, sigo fregando.

  • ¿Por qué nunca te has rebelado? Siempre haces lo que se te dice -continúo.

Intento no contestar… pero insiste…

  • No quiero problemas -le digo.
  • Sabes que me he fijado en tí desde tu primer día.
  • ¿En mí?
  • Sí… en tu porte, en tus tetas, en tu pelo, en tu culo...

Me quedo descolocada… ¿Qué hago? Si la enfado lo voy a pasar mal…

  • No te asustes. Siéntate en la cama y relájate… No hagas nada.

Le hago caso y cierro los ojos… Siento sus manos sobre mis muslos. Tiene la piel suave, las manos calientes… Va subiendo. No me es desagradable del todo. Noto como desata los cordeles de la braga… Da un tirón… Está fuera… Estoy indefensa.

¡¡¡Ahhh!!! Su lengua… su lengua es húmeda, es cálida. Empiezo a temblar, no lo puedo parar. Convulsiono… ¡¡¡Ahhh!!! ¡Qué bien lo hace! ¡¡¡Ahhh!!! Sigue, lo hace suave, con cariño… pero con fuerza. Me agarra los muslos, los araña, por momentos me agarra el culo, ¡¡¡Ahhh!!! Me clava las uñas. Controla el ritmo como nadie… acelera y para cuando me voy a correr. Lo hace varias veces… Acabo chillando, luchando por no chillar demasiado.

  • Debe haber sido la hostia, chicas.

¿Qué? Esa voz viene de la puerta. Dos guardianas con las porras en la mano. Saray se vuelve… Por primera vez veo miedo en su cara, aun así se enfrenta.

  • ¿Qué ocurre?
  • Sabéis que el sexo está prohibido, es falta grave, dos semanas en el agujero.
  • Eso nunca se ha aplicado… llevamos años hartándonos a follar.
  • Pero los jefes se han hartado de tí, Saray. Me da igual que follen otras, pero vosotras dos vais al hoyo derechas.

Con una actitud sumisa que nunca había visto en ella, se levanta y se da la vuelta, juntando las manos en la espalda. La primera guardiana le pone las esposas, las aprieta hasta hacerla gritar.

Yo me levanto temblando.

  • Mala suerte chica… haberle pedido a otra que te la chupara.

Me doy la vuelta juntando las manos.

  • Ponte las bragas, no pienso llevarte sin ellas.

Me las pongo y ella me pone las esposas. Al menos no aprieta mucho. Nos llevan al ascensor. Vamos al “-1”. ¡¡¡Al “-1”!!! Allí nos sacan del ascensor, nos llevan por entre las celdas. En mi anterior estancia no me había fijado, hay una puerta metálica en la pared del fondo. Lleva a un pasillo oscuro. Abren una portezuela metálica en la pared lateral. Hay que entrar bajando un par de escalones. Meten a Saray. Le quitan las esposas de la espalda pero le ponen otras por delante. Son del tipo “transporte”.

  • Estas son más cómodas… para que pases quince días placenteros -le dicen.

Abren la siguiente puerta y me obligan a bajar los escaones. Me cambian las esposas y me encierran. Es un lugar estrecho de poco más de un metro de ancho. No hay luz. La puerta tiene un ventanuco enrejado en la parte de arriba, entra un poco de luz de las bombillas del pasillo. Huele a humedad. Mis ojos se van acostumbrando. Unos dos metros de fondo. Un colchón en el suelo. Un retrete sucio en la esquina del fondo. Huele mal… a desagüe y humedad.

Me tumbo en posición fetal en el colchón… Traen comida inmunda. Lo mejor, es que me quitan las esposas. Usan una portezuela rectangular bajo el ventanuco. Abren la tapa, me sueltan las manos y me dan la bazofia. Al rato reclaman la escudilla metálica y me vuelven a poner los grilletes.

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Por la noche nos dan más bazofia. El protocolo es el mismo. Devuelvo el plato y ofrezco las manos. Al sentir cerrarse las esposas, me doy cuenta.

  • Hoy no te apetece una cerveza.

Es Peter… ¡¡¡Gracias!!! Sí, claro que me apetece. Le pido que traiga también a Saray. Él accede. Sí, ya le veo los ojos brillar. Dos por el precio de una, el sueño de todo hombre.

Al llegar a la zona de guardia nos libera las manos y nos trae cerveza y comida. Comida de bolsa pero mejor que lo que dan aquí…

Antes de acabar los botellines, Saray empieza besarme en la boca. No le importó mucho que Peter mirara. Yo participo… me gusta su boca empapada de cerveza, fría, con sabor amargo. Le debo la segunda parte de esta mañana… Peter no dice nada, parece disfrutar el espectáculo.

Ella se sienta al borde de la mesa… sé lo que quiere, me arrodillo, le quito las bragas y comienzo a chupar. Nunca he chupado un coño… voy a ser un poco torpe, me lo tomo con calma, cuento hasta diez, paro, la oigo disfrutar, vuelvo a contar… Ella me para un momento.

  • Oficial, me encantaría que me la chupara una presa esposada -dijo, dirigiéndose a Peter.

Peter hace caso… ¡¡¡Maldito!!! Antes de que me dé cuenta, me pone a la espalda los grilletes que había llevado todo el día. Lo ha hecho con suavidad pero lo ha hecho…

Un poco contrariada sigo chupando… Cuento, chupo, vuelvo a chupar. Creo que voy por la décima cuenta hasta diez. Ella explota en un gran orgasmo.

Peter la coge por las manos en pleno éxtasis. La levanta de la mesa y la conduce a la pared. Descuelga un extintor… ¿Para qué? Usa las esposas que quedan sobre la mesa. Las de Saray. La sujeta contra la pared, enganchada al soporte del extintor, las manos sobre la cabeza. Sigo de rodillas y veo como le acaricia la cara y el pelo, la besa… ella participa… En cuanto él retira la lengua, Saray pregunta:

  • ¿Por qué me sujetas?
  • Porque te gusta mucho mandar… descansa un poco.

Vaya con Peter, también tiene su punto cruel. Ahora me suelta a mí las manos… gracias. Inmediatamente me desnuda y me tumba en en suelo. Cabalga sobre mí… Se da cuenta de que sigo llevando grilletes en los pies, así no va a entrar. Me pone a cuatro patas… me folla salvajemente, agarra mi melena como la brida de un caballo, tira cada vez que empuja. ¡¡¡Me encanta!!! Veo a Saray atrapada en la pared de delante. Nos mira entre excitada y enfadada. Acabamos cayendo sobre el suelo, rendidos.

Él se levanta, despacio… yo me quedo tumbada en el suelo. Se acerca a Saray. Vuelve a besarla… le toca la entrepierna… le mete mano. Desmonta los tirantes de su vestido… la desnuda, la manosea… le chupa los pezones.

  • Fóllame, cabón… fóllame -le dice ella.

Le suelta una mano, la separa de la pared. Vuelve a sujetarle las dos manos con las esposas. La inclina sobre la mesa… la toca desde atrás… la penetra desde atrás. Veo como la penetra, ella chilla, se retuerce… Él sigue, sigue… Siguen los dos hasta que ella vuelve a explotar de placer. Peter jadea fuertemente, está agotado.

Antes del cambio de turno nos deja en las celdas. Con las esposas puestas, como nos deberían encontrar. En ese momento dice:

  • Mañana no vendré… pero estad preparadas. Sobre la una de la madrugada, alguien vendrá a buscaros.
  • ¿Qué dices?
  • Alguien que os liberará.
  • ¿Qué?
  • Avisaré a unos amigos, os pueden sacar. Este pasillo da directo a la calle. Era una antigua entrada de servicio. La puerta tiene un candado por fuera, no la puedo abrir desde dentro pero la forzarán desde fuera y vendrán a sacaros.
  • ¿Y después?
  • Os llevarán al distrito de Estuario del Téjar. Pasaréis por un camino de montaña.

A Saray le parece buena idea (cadena perpetua, nada que perder) pero yo desconfío…

  • ¿Por qué lo hacen?
  • Lo devolveréis en solo un año.
  • ¿Un año de qué?
  • De trabajar…
  • ¿Prostitución?
  • Chica lista...
  • Prefiero ser puta que seguir pudriéndome aquí -dice Saray.

A verme dudar dice…

  • Al cabrón de mi novio lo maté cuando ya no aguantaba más insultos, bofetadas y cosas peores. Llevo años aquí haciéndome la dura, pero no puedo más. ¡¡¡No puedo más!!!

Asiento y me quedo todo el día pensando en todas las cosas malas que pueden pasar.


EL AIRE FRESCO:

Nos traen carne para cenar… Parece salmuera. Han debido llenarla de sal para disimular que está pasada. Casi no nos dieron agua… tengo sed. Mucha sed.

Estoy nerviosa… paseo… me muevo en el colchón. Las cadenas tintinean continuamente. Por fin ocurre… oigo como fuerzan la puerta de Saray. Después la mía…

Una mujer y un hombre… Él lleva una gran cizalla. Rompe los grilletes de mis tobillos. También la argolla del cuello.

  • No me atrevo con las esposas -dice- podría romperte un hueso.
  • Las forzaremos después, venid rápido -dice la mujer.

Yo la conozco…

  • ¡¡¡Doctora Sonya Márquez!!! -le digo.

Buena memoria… Nos llevan por el pasillo hasta el final. Sí, la calle. Desierta, fría. El aire fresco no tiene precio. Aún llevamos las esposas y los camisones de la cárcel. Subimos a la parte de atrás de un todoterreno. Veo una botella de agua delante…

  • Por favor, tengo sed.

Mientras el hombre arranca, Sonya nos da de beber. Entre las dos acabamos la botella.

Me siento cansada… tumbo la cabeza… Se me cierran los ojos.

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¡¡¡Ehhh!!! Qué ha pasado… dolor de cabeza… oscuridad total. Estoy desnuda. Completamente. Aun llevo esposas. Un cuerpo cálido a mi lado. Parece Saray. Desnuda. Manos esposadas…

El corazón me empieza a latir sin control. Hemos ido de lo malo a lo peor. ¿Dónde estamos?, ¿Quién nos tiene?, ¿Qué quieren?

Se enciende la luz… ¡¡¡Ahhh!!! Me hiere los ojos. Despiertan a Saray con un cubo de agua. Le cuesta levantarse. Se queja de la cabeza…

¡¡¡El agua!!! Nos han drogado.

Se la llevan… desnuda, la arrastran de las esposas. Se cierra la puerta, se apaga la luz. Me hago una bola. Intento protegerme, sé que no va a servir.

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La luz otra vez… Ahora me levantan a mí… Dos tipos de negro con pasamontañas. Me arrastran por un pasillo llamándome puta a cada paso.

Llegamos a una especie de teatro pequeño. Está abarrotado, todo hombres. Yo desnuda en el escenario. Sujetan las esposas a una cadena que cuelga del techo, usan un candado enorme. La cadena sube… un motor tira por ella. No me queda opción, tengo las manos sobre la cabeza y todo, todo mi cuerpo expuesto a esos cerdos.

  • Aquí una hermosa joven, veinticinco años, sana, magnífico cuerpo ya lo ven.

Miro en dirección a la voz. Hay un atril en un extremo del escenario. Una mujer elegante, con traje chaqueta y corbata habla con un micrófono… Es Sonya…

  • Buenas tetas, buen coño… Edad fértil -continúa.
  • Sin historial de droga, sin delitos violentos.

Para un momento… todos cuchichean… De repente dice:

  • Precio de salida, veinte mil dólares. Anímense… menos que un buen coche.

FIN

Bueno... a lo mejor continúa.