Paris y yo

Un pequeño relato de deseo y lujuria de un universitario cualquiera.

El sol se filtraba por las persianas y me daba justo en los ojos, la luz era molesta, pero a pesar de las pocas horas de descanso podía decir que estaba satisfecho, me encontraba dentro de mi salón de clases, como orgulloso estudiante universitario, totalmente independiente a mis 21 años; desde los 17 había conseguido trabajo en un despacho, que si bien no ganaba una fortuna, si era suficiente para poder iniciar mi vida independiente. También mi trabajo me había llevado a la banca en la que estaba sentado; una noche Nadia, aquella mujer entrada en sus 30, bella como una diosa griega, maestra en el arte del sexo, menciono que conocía al rector, estaba dispuesta a conseguirme una entrevista con él; simplemente fue cuestión de cumplir con los consejos de mi amante para conseguir esa beca y ese lugar en aquella universidad privada, ya saben, una de esas de gran prestigio.

Sin embargo, había un asunto que aún me atormentaba al estar sentado en esa banca; su nombre es París Afrodita, su apellido, impronunciable, muestra lo fino de su linaje; París, era porque en esa ciudad fue concebida, Afrodita, porque su padre era un empresario mamón disque experto en mitología grecolatina; al menos, esa explicación me dio ella a su nombre el día que le pregunté.

La primera vez que la vi, llamó mi atención por la manera en que reía, yo platicaba con los otros estudiantes que trabajaban y estudiaban al mismo tiempo, en el curso propedéutico de la universidad; ella, a unos metros con sus amigas, lanzaba su cabeza hacia atrás con una carcajada sorda y larga; un gesto totalmente infantil, lo que pensé en un primer instante, sin embargo, ese gestó inocente me cautivó. Comencé a analizarla, era una chica bajita, delgada, en un primer vistazo hubiera pensado que no pasaba de los 16, sin embargo, acababa de cumplir sus 18; su cuerpo no tenía medidas espectaculares, pero si poseía una cintura delgada, con unos pechos y glúteos bien formados, sin ser buluptuosos; su cabello finamente cuidado, enmarcaba ese rostro angelical de una niña, con unos ojos que despedían ese brillo de inocencia. Sus manos eran lo único que delataba que se trataba de una mujer hecha y derecha, delgadas y largas, descubriría después que tan hábil podía ser con ellas. Sin embargo, se trataba de una niña rica, una aristócrata con un casón enorme en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, un chofer la llevaba de aquí para allá, o en su defecto, algún hijo de un importante empresario pasaba en su Audi o Mercedez, acostumbrada a todos los lujos del mundo; en cambio, yo dependo de mis 2 pies y el transporte público para ir al trabajo y a mi cuarto de azotea de un viejo edificio; como lo decía mi amigo Andrés, vivíamos en mundos totalmente distantes uno del otro.

Un día en la biblioteca, me encontraba buscando aquel libro para mi trabajo, repentinamente ella apareció a mi lado, vio que tenía el libro que ella necesitaba

-Hola-dijo-¿hay otro de esos?

-Si, aquí-respondí.

Ella se acercó, se puso delante de mí buscando el libro, su cuerpo estaba pegado al mío, podía sentir ese trasero firme y bien formado rozando tímidamente mi miembro, podía oler su cabello, que olor más delicioso, sin embargo, el hechizo se rompió cuando ella tomó el libro y se marchó; quedé como tonto, esa noche, sacaría con Nadia el deseo reprimido de la biblioteca. A partir de entonces, observaría a aquella niña aristócrata con deseo, repasando una y otra vez aquel estilizado cuerpo, posando mi deseo en esa cintura, ese pecho y ese trasero finalmente esculpidos.

Era viernes, siempre acostumbraba hacer una hora de natación antes de partir al trabajo, siempre me encontraba solo, el salvavidas se iba al final de la hora a comer, a partir de ese momento la alberca cerraba definitivamente, por eso me sorprendí cuando la vi ahí

-Hola-dije- nunca te había visto por acá

-Si verdad-respondió-es que había querido venir antes, pero nunca pude, y hoy me dio tiempo.

Comenzamos nuestra rutina de natación, no podía dejar de verla, ese bañador húmedo marcaba perfectamente ese cuerpo tan deseado, además, un nuevo detalle, un par de orificios en el sacro, esos pequeños orificios que parecen diseñados para poder tomar a la chica perfectamente por la cintura para dominarla de la manera que te plazca. Todo transcurría normal, excepto por el enorme deseo e impulsos carnales que me dominaban.

Al finalizar la hora, recogí los flotadores de salvamento que usaba el salvavidas, siempre se los guardaba en el almacén como favor, entonces, la hermosa París paso a un lado mío, se ofreció ayudarme, acepte, realmente deseaba estar con ella.

Llegamos al almacén, entonces lo dije

-Oye, te ves diferente con tu cabello sujeto-acto seguido tome suavemente su coleta y la deshice, ella rió de la misma manera que cuando me cautivó por primera vez, entonces, puse mis labios sobre los suyos, poco a poco fui besando sus tibios y suaves labios, lento pero seguro fui abriendo mi boca, ella también, introduje mi lengua poco a poco, su boca sabía a menta, estaba tibia y húmeda, y al encontrarse nuestras lenguas, se dieron un mutuo masaje. Fui deslizando mis labios por sus mejillas, baje por el cuello, sintiendo esa piel suave como la seda, sintiendo ese aroma fresco, juvenil, inocente; repase su cuello con calma, lento, mientras sentía como sus vellos se levantaban poco a poco, cómo la respiración se aceleraba, y cómo su pulso se aceleraba; la abracé con fuerza y la senté sobre un escritorio, mi miembro estaba poderosamente erecto, continuaba besando cada centímetro de su piel, mientras nuestros sexos estaban en contacto, separados solo por los bañadores. Entonces, miré las colchonetas, mis manos ahora recorrían el cuerpo que tantos deseos había desatado, palpaban cada centímetro de suave y tierna carne, miraba las colchonetas, mis dedos recorrían una espina dorsal perfectamente marcada, miraba las colchonetas, entonces, ella susurró algo.

-¿Mande?- alcancé a decir

-Que qué esperas para llevarme a las colchonetas-susurró en mi oído-No creas que no lo noto

-¿De que hablas?-respondí

-Noto la manera en que me miras, siento el deseo que tienes, y la verdad, me excita, verás, muchos hombres me ven, pero me ven como un trofeo, una recompensa; tu me ves como se debe de ver a una mujer, me vez con pasión, de verdad el día de la biblioteca tuve que aguantarme las ganas, pero hoy… hoy quiero que me lleves a las colchonetas.

Dicho esto, tome una toalla grande que puse sobre la colchoneta, para hacerla más suave, la besé en la boca, y la cargue nuevamente; recorriendo el par de metros besándonos con lujuria, la coloqué de espaldas, y quité el bañador que liberó el deseo, sus pezones, redondos, rosas y rematados en una punta extraordinaria, firmes, con esa piel suave, sus nalgas, bien formadas, una delicia, besé y recorrí con la punta de mi lengua cada centímetro de su piel. Me detengo en su flor que tenía todos sus pétalos al aíre, recordando las clases de Nadia, procedí a buscar el evasivo clítoris, París, gime y suelta suspiros y pequeños gritos de placer, repentinamente grita -¡Penétrame ya!-, yo tomo mi tiempo, tomo mi miembro poderosamente erecto, lo introduzco lento y gentilmente; ella suelta un gemido, su rostro delata su placer, sus manos se aferran a mi nuca, introduzco mi miembro completo, voy tomando ritmo, ambas respiraciones se aceleran, el clímax está por llegar, ambos estallamos de placer.

Al levantar la toalla, noto una mancha de sangre

-Por cierto-dice ella con esa inocencia que posee- aún era virgen ¿Lo sabías?

La toalla termina en un bote de basura, no, no lo sabía.

Epílogo

Ya me he acostumbrado a trabajar y estudiar al mismo tiempo, Nadia me ayudó a adaptar mi horario, así tengo tiempo para todo.

Es viernes, Paris me besa la mejilla, cualquiera pensaría que solo somos compañeros de clase. Ella aborda un BMW convertible, tiene una cita, gastará mucho dinero tratando de impresionarla, al final, exactamente a las 9 de la noche pedirá que la lleve a casa, porque sus papás le prohíben salir más tarde.

En cuanto a mi, bueno, es viernes, he nadado, acompañado solo por otra persona, como siempre, he guardado el equipo del salvavidas en el almacén, ayudado por mi compañera de natación, y como cada viernes, la he convertido en mi alumna, de la misma manera que Nadia hizo conmigo; de hecho, ha sido muy buena estudiante, el otro día en la biblioteca demostró lo que es capaz de hacer con las manos.

Miro al cielo, satisfecho, sonrío y camino hacia mi trabajo, Nadia quiere que me quede hasta tarde. Creo que la vida no podría ser mejor.