París, más allá del límite (2)

Teresa acude a su cita con Alberto para explorar sus "límites" como sumisa. Sin embargo desconoce que una tercera persona entrará en liza...

Pasaban pocos minutos de las nueve de la mañana cuando llegué al despacho. Monique, la secretaria, me esperaba con el café humeante, el resumen de los puntos a tratar en el orden del dia y una encantadora sonrisa acompañando su habitual "Bonjour Monsieur Albert. Vous avez eu un bon vol?".

-Gracias Monique. Sí, he tenido un buen vuelo.

Y de inmediato pensé que había tenido más que un buen vuelo

Durante el trayecto de Orly al centro de Paris, en el taxi, no había podido quitarme a Teresa de la cabeza. Sabía que, en teoría, la vería por la tarde pero esas horas de espera iban a hacerse larguísimas. No había transcurrido ni una hora desde que la vi alejarse camino del autobús, con ese movimiento de caderas propiciado por sus altos tacones que ponían en evidencia su precioso culo y el vaivén de sus pechos libres de artificiales ataduras, y ya deseaba volver a tenerla a mi lado.

-Monique, tendrías que hacerme un favor

-Dígame, Monsieur Albert

-Necesito que indagues en qué instituciones de Paris se están realizando hoy cursillos de perfeccionamiento de violín. Cuando lo hayas averiguado llamas a cada uno de esos sitios y preguntas si alguno de los cursillistas presentes responde al nombre de Teresa. Yo ahora voy a entrar en la reunión; si la encuentras mándame un sms. Gracias Monique.

Y me fui directo a la sala de las columnas, dónde me esperaba el staff al completo, sin detenerme ni un instante para no ver la cara de sorpresa, con mezcla de resignación, de Monique tras la tarea encomendada.

A media mañana, sobre las diez y media, mientras intentaba no dar cabezadas ante el soporífero PowerPoint que Pierre, el hijo del jefe, estaba exponiendo sobre la necesidad de cambio de orientación en la política de I+D+i, el móvil empezó a agitarse y a emitir luces: Ecole Morland-Coriolis, 0143440471

Me dirigí al contable, que tenía a mi lado, en voz baja:

-Disculpadme un minuto, he de salir a hacer una llamada

Salí a la terraza del edificio. Hacía una de aquellas mañanas típicas de Paris, gris, completamente gris, sin lluvia pero con un grado de humedad tal que si pasas un buen rato en el exterior acababas calado hasta los huesos. Y marqué el número.

-Sí, buenos días, desearía hablar, si es posible, con Teresa, una alumna suya.

-¿El apellido? Lo siento, lo desconozco. Sólo sé que está aquí esta mañana. Pelo castaño claro tirando a rubio, media melena ondulada y traje chaqueta gris.

-De acuerdo, me espero.

Tras un par de minutos,

-¿Díga? ¿SÍ? ¿Quién es?

-¿Teresa? Soy Alberto.Discúlpame si te interrumpo pero es que… no podía pasar más tiempo sin hablar contigo.

  • ¿Cómo me has localizado?

-Eso no importa. Sólo quería saber si sigues fiel a la cita de esta tarde.

-Por supuesto que sí. Es más, me alegro de que me hayas llamado porque yo también he estado pensando en ti. Quizá podríamos vernos antes, para comer

-Lo siento pero no va a ser posible. Tengo una reunión que va a durar todo el dia y ni tan siquiera sé si voy a poder hacerlo yo. Pero de todas formas voy a acompañarte desde ahora hasta que nos veamos

-¿Cómo dices?

Sí, es muy simple. A partir de este momento te ordeno que no vayas más al baño hasta la hora de nuestra cita.

-¿Qué? ¡Pero si faltan casi ocho horas!

-Lo sé. Por eso no te lo pido sino que te lo ordeno. Me pusiste como condición cruzar límites. De acuerdo, pues. Yo soy tu límite. Y cruzarás cuando yo lo considere oportuno. Así que nada más que decir. Hasta luego.

Y colgué.

Buff, había echado un órdago. Y, como es sabido que los órdagos siempre son más fáciles de echar que de querer, no las tenía todas conmigo. Pero ,¡qué caray!, pensé, por una vez que me cruzo con una persona dispuesta a compartir conmigo su fantasía de ser dominada mi única opción es… Eso, dominarla.

Y en contra de lo que había pensado el dia no se me hizo largo. Quizás porque después de mi exposición y de dar respuesta a las preguntas que se me plantearon me dediqué a imaginar cómo sería mi encuentro con Teresa.

Es curioso analizar de qué forma trabaja el subconsciente hasta que, en un acto reflejo, aflora el pensamiento. La imaginé con un vestido negro largo, sin mangas pero con cuello cisne. Y debajo de él un precioso Karada de cuerda negra, sin más. Normalmente este Shibari pasa dos vías de cordaje por el interior de los labios vaginales pero yo prefiero la variante en que las vías se separan entre los labios menores y dejan sobreexpuesto, por la presión lateral que ejercen, el clítoris. De esta manera se puede trabajar mejor el aspecto psicológico de la dominación. No se trata de inmovilizar el cuerpo. No me gusta, de hecho esa práctica. Se trata de aplacar la mente. Con esta variante de Shibari la sensibilidad del clítoris aumenta a los pocos minutos y es entonces cuando puede aplicarse, por ejemplo, el Beso de Vulcano.

Finalmente la reunión fue desarrollándose más deprisa de lo previsto y se decidió que había tiempo para una rápida comida, a modo de necesario break, así que sobre las trece horas bajamos al restaurant algeriano de la esquina, el Ouarzazat. Probablemente producto de su pasado colonial, con sus tristemente oscuros episodios al margen -léase OAS-, en Paris es dónde he comido desde siempre los mejores Couscous.

Debido a la hora el local estaba casi lleno así que no pudimos sentarnos todos juntos. A mí me tocó una mesa de dos y con Monique. Me alegré porque con los años que hace que la conozco nunca había tenido la oportunidad de charlar un rato con ella fuera de lo estrictamente laboral.

Es una chica agradable al trato, calculo que sobre los treinta y cinco años y atractiva. Sí, una de esas clásicas morenas francesas, altas y delgadas, que con su pelo recogido y sus gafas negras de pasta parecen todas modositas ellas… hasta que se sueltan el moño, se quitan las gafas con un rápido gesto y se te tiran encima para morderte los labios mientras, sin saber cómo ha sido posible, ya se te están follando.

Bueno, parece obvio que mi capacidad de fantasear no tiene límites pero, ¡qué le voy a hacer!, mi cuerpo debe producir una cantidad anormalmente elevada de testosterona y tengo que eliminarla de algún modo si no quiero que me siga cayendo el pelo así que… Tras unos minutos de intercambio banal de comentarios sin sentido pasé a la acción:

-Dime Monique, ¿tú no estás casada, verdad?

-No

-Pero tienes pareja

-Bueno, verás, es un poco complicado

-¡…!

Tras un lapso indeterminado de silencio dramático, prosiguió:

-Mira, no sé porque voy a contarte esto porque, la verdad, casi no nos conocemos pero, no sé, me inspiras confianza así que ahí voy. Hace tiempo, mucho tiempo, descubrí el camino de mi verdadera sexualidad y que ese no era otro que el de la dominación.

¡La ostia!, pensé. Hoy es mi dia. Yo que iba de pesca con un anzuelo del cuatro y está picando un atún. No sé si ir corriendo a comprar un boleto del Euromillones o soltar carrete no sea que se me escape la presa. Y como quiera que el dinero no trae la felicidad, o eso dicen los que han podido experimentarlo, me centré en ir recogiendo sedal, sin brusquedades pero sin cese.

-Pero no te lo he dicho todo, añadió. Esa dominación sólo me apetece ejercerla sobre mujeres. Es una cuestión un poco rara; debo ser bisexual porque si por un lado me excito terriblemente con la idea de dominar a una mujer, por otro, tampoco le hago ascos a una relación "normal" con un hombre. No sé si me explico, me dijo

Esa última frase me resultó familiar pero no me hagáis decir ahora de qué

-Pues mira, Monique, debo decirte dos cosas: primero, que te entiendo perfectamente y, segundo, que si quieres y te atreves puedo proporcionarte una noche inolvidable.

Se quedó parada, sin reaccionar, momento que aproveché para dar un sorbo a aquella magnífica leche agria que Karim tan bien preparaba y que apaciguaba divinamente los ardores que sus especias provocaban en la lengua y el paladar.

-He conocido a una mujer esta mañana en el avión. Es Teresa, la que has localizado por encargo mío. Es una sumisa iniciada pero sin mucha experiencia. Necesita experimentar, dejarse llevar por una mano que la guie por los tortuosos caminos de la obediencia y que le abra nuevas perspectivas de la relación D/s para que luego, más tarde, ella misma pueda decidir lo que más le conviene, lo que más se adapta a sus necesidades. Pero antes debe probar, con respeto pero sin miedo. ¿Quieres ayudarme? Y de paso te das un homenaje, viciosilla

Supongo que mi exposición fue tan directa, sin tapujos ni ambigüedades, que no tuvo otra alternativa que asentir.

-De acuerdo, me dijo, pero sólo una cosa: ¿yo podré disponer de ella a mi antojo?

-Bueno, depende de lo que quieras. Piensa que no tiene mucha experiencia.

-A mí lo que más me pone es que me coman el coño, pero antes me gusta sodomizarlas con un strap-on. Después de un buen rato, con el culo bien dilatado, es cuando me gusta correrme en su boca porque noto sus ligeros gemidos por las punzadas agudas de dolor que su ano emite al volver a su posición anterior.

-No creo que sea un inconveniente. Además, como te he dicho, debe ir acostumbrándose a obedecer. No todo van a ser carícias y arrumacos. Sí, definitivamente creo que es una buena idea. Pero vamos a hacer lo siguiente: no quiero sorprenderla demasiado al principio; prefiero tener tiempo para tomar una copa y hablar un rato. ¡Piensa que casi no nos conocemos! Así que quedaré con ella como habíamos previsto y después contigo. ¿Dónde podría ser, en tu casa?

-A mí me excita más acudir a un hotel. Me parece más transgresor.

"… transgresoras y depiladas…", recordé haber pronunciado esa frase en mi conversación con Teresa en el avión para ejemplificar mi gusto por ese tipo de mujeres, y ahí estaba, frente a otra entusiasta de la transgresión.

En verano no acostumbro a usar ropa interior pero a partir del otoño sí, por aquello de los resfriados, y más en Paris. Y fue una suerte porque tras aquellas confesiones, más los futuros acontecimientos que iba imaginando se producirían con Teresa, con la holgura del pantalón hubiese sido imposible levantarme de aquella mesa sin que el resto de los comensales de la sala tuviesen la tentación de izar en aquel bulto la bandera tricolor o, a lo sumo, su servilleta

La tarde transcurrió rápida y casi sin querer darme cuenta estaba en el taxi camino del Duc des Lombards. Seguía asaltándome la duda: ¿acudirá Teresa a la cita? Y si así es, ¿con qué predisposición?

Me dejó justo enfrente de la puerta. La noche había caído sobre la ciudad y las luces de neón del local le conferían esa atmósfera canalla que sobrevuela el "Paris la nuit". Entré con paso decidido. Era demasiado temprano para que hubiera música en directo y, en verdad, el local estaba semivacío. Reconocí, sin embargo, enseguida la balada que sonaba: Try a Little Tenderness, de David Sanborn y su grupo. Y allí al fondo estaba ella. Sentada en un rincón de la sala,sumida en la penumbra. Había tenido tiempo de pasar por el hotel, pensé, porque se había cambiado de ropa; llevaba un pantalón negro muy ceñido, de pata ancha, un jersey azul claro que dejaba, de nuevo, a la vista la ausencia de sujetador y unos botines de tacón vertiginoso. Me paré delante de ella, de pie, sin mediar palabra. Ella levantó la mirada y al verme hizo el gesto de levantarse pero con un "sshtt" se lo impedí. Le tendí la mano cual cardenal frente a sus obispos y de inmediato la cogió para besarla.

-¿Cómo estás, Teresa?

-Bien. Pero tengo unas terribles ganas de orinar y un insistente punto de dolor a la altura de la vejiga. Ahora que has llegado, ¿podría ir ya al baño, por favor?

-Todavía no. Antes me apetece tomar una copa. ¿Tú qué quieres?

Cuando me indicó que un gintonic de Seagrams comprendí que el primer paso estaba dado. Era el más difícil; después todo venía ya por añadidura, eso sí, controlando muy bien los "tempos", no es cuestión de precipitarse.

Yo pedí un Zacapa de 23 años. El ron es mi licor predilecto y este centenario es desde mi punto de vista el mejor del mundo. Mientras degustábamos las bebidas le fui explicando un poco cómo debía comportarse ante mí.

-A partir de este momento observarás algunas reglas muy sencillas pero que quiero que cumplas a rajatabla, ¿de acuerdo?

-De acuerdo, asintió mientras se retorcía cada vez más sobre su butaca para aguantar aquella orina que el gintonic debía empujar con furia.

Bien, pues toma nota: mantendrás siempre las piernas abiertas, ligeramente separadas, no quiero verte como las cruzas; mantendrás también la boca siempre entreabierta y los labios humedecidos y, finalmente, cuando te dirijas a mí lo harás siempre con el apelativo de Sir y sin mirarme en ningún momento directamente a los ojos. ¿Lo has entendido?

-Sí.

-Sí, ¿qué?

Sí, Sir.

-Bien. Como estamos empezando te permitiré una sola vez que "olvides" tus obligaciones. A la segunda serás objeto de un castigo.

Ah, otra cosa: sólo concibo una manera de que me des las gracias y es haciéndome una felación, así que cuando te diga que me des las gracias me dices "Gracias, Sir" y me la chupas. Desde luego que si en algún momento crees que debes darme las gracias sin que yo te lo haya pedido puedes hacerlo, preguntándomelo previamente. ¿Te ha quedado claro?

-Sí, Sir.

-Bien, pues siendo así ya puedes mear.

-Gracias, Sir.

Hizo el gesto de levantarse y lo interrumpí, bloqueándole el movimiento con el brazo.

-¿….?

-Te he dicho que ya podías mear. Hazlo.

-¿C.. co..cómo? ¿Aquí mismo?

-Primera vez que te diriges a mí de forma indebida. No tendrás otra oportunidad.

  • Entendido, Sir.

Miró a un lado y a otro y amparada por la semioscuridad del rincón que ocupábamos soltó una copiosa meada que mojó no ya su pantalón sino una parte importante del sillón donde estaba sentada y de la moqueta. Calculé que duró un minuto largo y cuando acabó, sin decirle yo nada, me dio las gracias.

En aquel momento fui yo el que oteó el horizonte próximo y ante la ausencia de personal demasiado cercano me desabroché los pantalones, me saqué la polla por encima de los calzoncillos y en un gesto suave acompañé su cabeza hasta que mi miembro desapareció por completo dentro de su boca.

No soy demasiado dado a las Deep Throat pero he de reconocer que cuando una sumisa se la traga entera y percibo que le cuesta, que está al límite de la arcada, se me pone más dura. Es, seguramente, la componente de dificultad añadida que, cuando consigue cumplirse me "pone" una barbaridad.

Y claro, por la tan temida ley de Murphy, cuando estaba a punto de entregarle lo mejor de mi esencia sonó el móvil. Teresa paró sus movimientos pero con la mano retuve su cabeza de tal modo que siguió con toda mi polla metida en la boca.

-¿Alló?

-Hola Alberto, soy Monique. ¿Cómo va todo?

-Bien. Pero llamas en un momento un poco inoportuno, estaba a punto de correrme

-Jajaja. Tú siempre tan ocurrente, respondió sin dar demasiado crédito, o ninguno, a mis palabras. Bueno, te cuento. He reservado una habitación en el hotel Avalon. Está cerca de la Gare du Nord. Es un último piso, una buhardilla y tiene la caraterística interesante de que está completamente insonorizada. ¿Cenaréis algo por el camino o prefieres que os pida algo para tomar en la habitación?

  • Gracias Monique pero yo no tengo hambre y Teresa ya habrá cenado

Y sin poder aguantar ni un solo instante más colgué el teléfono, agarré fuerte con las dos manos su cabeza y solté una de las más copiosas corridas que recuerde.

Cuando Teresa acabó de lamer y relamer todo aquello me acerqué hasta su oído y le susurré:

-Has estado fantástica. Ahora ve al baño a recomponerte un poco. Tenemos otra cita.

(continuará)

Sir Rubens