Pareja pajera
La historia de un matrimonio con una visión y práctica del sexo muy peculiar.
Puedo asegurar, por la seriedad de quién me lo contó, que la siguiente historia es auténtica en un ochenta por ciento. El veinte restante es responsabilidad exclusivamente mía.
Mi amigo relator conocía un matrimonio que cojía muy poco .. entre ellos.
Ella había sido educada en un colegio de monjas y cumplió a rajatabla el precepto de que la concha se entregaba sólo contra presentación de la libreta de casamiento.
Fueron seis años de noviazgo a pura paja. Se pajeaban individualmente, mutuamente y continuamente.
En la luna de miel garcharon como descosidos pero agotada la novedad y vueltos a la rutina del trabajo, retomaron sus hábitos sexuales o sea se pajeaban con esmero.
Desde afuera uno podía pensar posibles trastornos en la conformación de la pareja. Pero no, se amaban profundamente, tenían una excelente compenetración y gozaban a pleno su particular sexualidad, haciendo cualquier cosa para satisfacer al otro. Conformaban una felíz pareja pajera.
A veces se pajeaban solos, pero para el total disfrute de cada uno era imprescindible la presencia del otro. No importaba si era participe o nó, pero tenía que estar.
Por ejemplo el se hacía unas pajas apoteóticas mientras ella se duchaba y alcanzaba el climax cuando se ocupaba minuciosamente de la higiene de su concha y su ojete.
Ella gozaba masajeandosé el clítoris mientras él miraba atentamente una película por TV.
Las pajas mutuas tenían infinitas variantes pero, así como todos tenemos una posición con la que disfrutamos más, la forma más placentera para ellos de hacerse la paja era un remedo del 69 donde la lengua era reemplazada por la mano.
Como se imaginarán con este tipo de relaciones no tuvieron hijos. Esa falencia no los afectaba.
Disfrutaban de la libertad que generalmente coarta un hijo. Viajaban mucho, otra de sus pasiones, y en esos viajes enriquecían su sexualidad con diversos aportes de otras gentes.
En un viaje a Europa tomaron contacto con la cultura swingers, que en esa época comenzaba a hacer furor allí. Comprobaron que el hecho de presenciar como un tercero se daba el gustazo con uno de ellos elevaba mucho la exitación del otro.
A él lo ponía a tope ver como su mujer se manducaba a uno o dos jovencitos juntos, su debilidad, y a ella la llevaba al paroxismo ver a su marido cogiendosé por el orto a la mucama y viceversa, cuando la mucama, munida de un arnés, le hacía el culo a su marido.
El disfrutaba presenciando encuentros lésbicos y ella, amorosamente, lo satisfacía. Tenía encuentros con una compañera de oficina con la que tenían un acentuado feeling.
Junto a esta amiga, con la que él también tenía gran afinidad, vivieron memorables encuentros. El se recalentaba viendo como su mujer y la amiga se hacían la torta y, ya satisfechas, lo transportaban al borde del abismo: mientras la amiga le hacía el orto con un dedo o un vibrador, la mujer lo pajeaba hasta sacarle la última gota de leche, que por lo general era mucha, y que a ellas le encantaba tomarse.
La vida para ellos era algo digno de disfrutarse y era fundamental tener una amplitud de pensamiento como para ser receptivo de cualquier manifestación de la sexualidad humana.
Tenían continuas atenciones entre ellos y se hacían mutuos regalos. Cuando cumplieron diez años de casados ella gastó una enormidad haciendolé traer de EE.UU. unos guantes que simulaban la textura de la vagina, con lubricación y todo, que te permitían manipular la pija sin las irritaciones y contratiempos que acarrea la mano pelada.
El la recompensó con un vibrador especialmente diseñado para funcionar conectado a una batería de auto, lo que aseguraba una cantidad de revoluciones 300 veces superior a las que producían las pilas comunes.
Cuando, con una convivencia armonia, cumplieron las bodas de plata, lo festejaron tirando la casa por la ventana. Invitaron a todos sus amigos sexuales, contrataron a una troupe especializada en servicios intimos, consiguieron los mejores videos porno del momento, contaron con una batería de juguetes sexuales y se dispusieron a festejar con todo tan importante aniversario.
La fiesta fue todo un éxito y todos terminaron, en todo sentido, plenamente satisfechos.
Ya solos, comentando lo vivido, ambos coincidieron que lo que más habían disfrutado fué la parte de la fiesta en que, a media luz, casi en la oscuridad, había piedra libre para lo que sea entre quien sea, totalmente librado al azar y sin decir palabra para evitar todo posible reconocimiento y perder la magia del encuentro. Te podía tocar un hombre, lesbiana, travesti, gay o una mujer hetero y no había posibilidad de reclamo.
El contó que se había enganchado con una veterana que le había mamado la pija, el culo y después le había gastado la concha con la lengua antes de cogerselá hasta agotarla a orgasmos, rematando el polvo con una suculenta acabada que le desbordó el ojete luego de bombearseló ardorosamente por más de media hora. Se lamentaba que a pesar de conocer a la mayoría de las invitadas no podía individualizar a quien había sido tan caliente compañera.
-¡¡¡La veterana era yo!!! dijo la mujer sorprendida al saber que el tipo que la había vuelto loca garchandoselá a full no era otro que su propio marido.
-¿Enserio? No te puedo creer.
-Vení que te lo demuestro. dijo ella y reeditó, corregida y aumentada, la experiencia vivida durante la fiesta.
A partir de ese día fueron mucho más felices porque a todo el bagaje de prácticas sexuales que tenían, agregaron el simple y sencillo garche entre ambos.