Pareja de damas

A pesar del título, este relato no trata para nada de póquer, sino más bien de la Lotería, porque a mí me ha tocado el premio gordo.

  • ¡La leche p…!. ¡¡¡Aliciaaa!!!. ¿Cómo se te ocurre dejar una maleta en el recibidor?

Me había golpeado dolorosamente las espinillas, y eso además había sucedido al final de un mal día, de manera que entré en el salón verdaderamente cabreado. Se me pasó como por ensalmo. Alicia no estaba sola, sino que su amiga Julia estaba sentada a su lado, en el sofá de tres plazas.

  • Hola, Julia. Lo siento, pero es que me he dado un golpe con la maleta –balbuceé a modo de excusa por mi arranque de mal humor de unos segundos antes.

Me acerqué a mi mujer, y le besé ligeramente en la boca antes de posar mis labios alternativamente en las mejillas de Julia. Luego me quedé mirando a Alicia con gesto de interrogación.

  • Perdona, Charlie, no nos hemos acordado de poner la maleta en el dormitorio de invitados.

«¿El dormitorio de invitados? O sea, que Julia se quedaba en casa esa noche».

Soy muy celoso de mi intimidad. No me gusta que nadie coarte mi libertad de andar por casa en mangas de calzoncillos, si me place. Y no me hizo ni pizca de gracia que mi mujer hubiera invitado a su amiga sin, por lo menos, decírmelo antes. Aunque la amiga esté tan buena como Julia. Pero ya se lo diría en privado, que no era cosa de mostrarme descortés.

  • ¿Te quedas a dormir? –pregunté extrañado, dirigiéndome a nuestra invitada.

  • Alicia ha sido muy amable al ofrecerme vuestra casa. Verás, Charlie, es que acaban de trasladarme de nuevo aquí; ya sabes que cuando Oscar y yo nos divorciamos vendimos la casa, y pues… serán solo unos días, mientras encuentro algo.

Me senté frente a las dos mujeres, olvidado ya mi mal humor y mis reparos, ante la explicación de Julia.

  • Pues nada, bienvenida, y siéntete en tu casa.

Os explicaré que Alicia y Julia se conocen desde la Universidad, y la amistad se ha mantenido desde entonces. Cuando Alicia y yo nos casamos hace seis años, hubo un corto periodo de tiempo en que no se vieron. Luego, ella se hizo novia de Oscar, se casó, y retomaron el contacto. Salían a merendar o de trapos al menos un par de veces al mes, e incluso nos veíamos los cuatro con cierta frecuencia, hasta que las cosas entre ella y su marido comenzaron a ponerse mal. El es muy celoso, y Julia una mujer independiente y con mucha personalidad, de manera que era inevitable que se produjera el choque. No llegaron a cumplir el segundo aniversario de boda.

Tras el divorcio, ella solicitó el traslado en su Empresa, y se lo concedieron. Y, aparte de alguna referencia de Alicia a llamadas telefónicas, no había vuelto a saber nada de ella hasta la fecha.

Debo añadir que congenié con Julia desde de que la conocí (lo que después supe que fue parte del problema con Oscar, a pesar de que nuestra relación siempre había sido puramente fraternal). No puedo decir que sienta lo mismo por su ex, que me cayó mal desde el principio.

Pero esto era otra cosa. Por muy bien que me lleve con Julia, y por muy rica que esté (y lo está, os lo aseguro) no dejaba de ser una persona ajena conviviendo con nosotros, y ya os he dicho lo que siento al respecto.

☼ ☼ ☼

Sin duda algunos y algunas estaréis esperando ahora que os cuente como una mañana abrí la puerta del cuarto de aseo y me encontré a Julia desnuda, o que fue ella la que entró cuando yo me estaba duchando. Pues no, lo siento. El dormitorio que compartimos Alicia y yo tiene baño privado, de manera que Julia utilizaba el otro, y no había la menor posibilidad.

O quizá, que narre con pelos y señales que nuestra amiga andaba medio en bolas por la casa, y que me ponía a tope de revoluciones verla semidesnuda. Tampoco, lo lamento. No es que Julia sea en exceso remilgada, que ya la he visto muchas veces en la playa sin nada arriba y con solo un diminuto tanga por abajo, pero no se exhibía de esa manera.

Tampoco puedo contar que se sentaba frente a nosotros en el tresillo después de cenar, y dejaba que la falda se le subiera hasta allí, y yo me empalmaba a modo con ello. Nada de eso.

No. Lo que sucedió más bien es que al tercer día yo ya estaba hasta los c… y deseando que Julia se fuera y nos dejara solos. ¿Que por qué? Porque llegué a sentirme como de más, por eso. No es propiamente que me ignoraran, pero tomaron la fea costumbre de encerrarse después de cenar en la habitación de invitados, dejándome solo frente al televisor, escuchando sus cuchicheos y risas a través de la puerta cerrada. O se ponían a hablar delante de mí de cosas que no me interesaban mayormente, haciendo que me sintiera excluido.

Estaba también lo de las conversaciones interrumpidas cuando yo entraba en el salón, y cuando preguntaba después a Alicia de qué estaban hablando, la respuesta invariable era "de nada en particular, cosas de mujeres". Como además, resulta que ellas salen de trabajar a las tres y estaban toda la tarde solas en casa, yo no entendía muy bien por qué no podían celebrar todos aquellos conciliábulos antes de que yo volviera, lo que nunca sucede antes de las ocho de la tarde. Mis repetidas preguntas a Alicia acerca de cómo iban las gestiones de Julia para conseguir casa eran inevitablemente respondidas con evasivas del tipo "es difícil", "los alquileres están por las nubes"… y dejé hasta de preguntar. Os aseguro que llegaron a exasperarme.

Luego estaba la cuestión del sexo. La habitación de Julia es contigua a la nuestra y, aunque nuestro baño está por medio, Alicia decía temer que nos escuchara, por lo que perdimos bastante de la espontaneidad que presidía nuestra relación en ese terreno, tal y como yo me temía.

Pero un día, no sabría precisar cuando, todo comenzó a cambiar. Primero cesaron los encierros en la habitación de invitados, sustituidos por largas veladas de los tres en el salón después de cenar. Llegué a acostumbrarme a la presencia de Julia, y a que los besos cuando llegaba a casa fueran dos en lugar de uno, no sé si me explico.

Julia se comportaba en "casi" todo como si ella también estuviera casada conmigo (el "casi" os podéis imaginar en qué NO consistía) y no hay nada más agradable para uno que sentirse el objeto de las atenciones de dos mujeres. Y si las mujeres son tan bonitas como ellas, pues… En la gloria, así es como comencé a sentirme.

Una noche, los besos con los que Julia me recibía fueron en los labios, no en las mejillas, como había sido su costumbre hasta entonces. Con el "corte" que os podéis suponer, volví la cabeza hacia mi mujer, que no parecía enfadada, sino que nos miraba entre divertida e irónica. Tampoco pareció afectarle que la noche siguiente y las sucesivas, el saludo de su amiga fuera con la boca abierta y durara unos cuantos segundos. Tuve el fugaz pensamiento de que algo no iba como debía, pero a nadie le amarga un dulce, y lo aparté de mi mente.

Poco después, Julia estableció otra agradable costumbre, el beso de buenas noches antes de retirarse, y en ese caso también Alicia estaba incluida. Y también en los labios para ambos. Lo comenté con mi mujer la primera noche, pero ella me dijo que no le parecía inadecuado, de manera que también pasé del tema.

Un día, al ir a acostarme, descubrí unos cabellos rubios largos (claramente de Julia, porque Alicia tiene el pelo oscuro) en "mi" parte de la almohada.

  • ¿Y esto? –pregunté a Alicia, mostrándole una fina hebra de color oro entre dos dedos.

  • No, verás, es que después de comer nos tumbamos un rato a charlar, no pienses mal

Claro, yo no había pensado mal antes de que lo dijera, pero me pareció que se había ruborizado, con lo que entonces sí tuve una visión de las dos mujeres montándoselo en nuestra cama, y la miré de hito en hito.

«¡Bah!, no puede ser. Imaginaciones mías -pensé».

Lo dejé correr. Y como no volvieron a aparecer más cabellos los días sucesivos, no pensé más en ello. Hasta que una noche

Mi jefe se empeñó en que acompañara a cenar a la delegación de una empresa norteamericana que negociaba con la mía un importante contrato, porque su inglés es básico tirando a inexistente, lo que motivó que llegara a casa cerca de la una de la madrugada.

Supongo que debí hacer el ruido suficiente como para despertarlas, porque cuando iba a entrar a nuestro dormitorio, salió de él Julia con cara de sueño. Se había puesto uno de los saltos de cama semitransparentes de Alicia, y aunque no había mucha luz, creí advertir que no parecía llevar nada debajo. Me besó en la boca, como de costumbre, me dio las buenas noches y se dirigió a su habitación.

Alicia me esperaba sonriente, completamente desnuda entre las sábanas. Correspondió a mi beso como si no sucediera nada, me hizo un par de preguntas distraídas, se volvió hacia el otro lado, y se quedó inmediatamente dormida. Mi almohada conservaba la depresión de la cabeza de Julia y olía a su perfume, y el que apenas pegó ojo en toda la noche fui yo, como os podéis imaginar. Pero a la mañana siguiente, me explicó tranquilamente que se habían quedado traspuestas mientras me esperaban charlando en la cama, y confieso que llegué a sentirme un poco tonto por haber sospechado de nuevo. Pero, muy en el fondo de mi cerebro, quedaba la idea de que, si Julia había tenido que recurrir a cubrirse con una prenda de Alicia, sería porque estaba desnuda hasta ese momento. Y en el caso de Alicia no era suposición: estaba en pelotas.

Total, que me hice el firme propósito de aclarar la situación esa misma noche. Nunca llegué a hacerlo.

☼ ☼ ☼

Después de cenar, como ya era habitual, nos sentamos en el tresillo, y solo en ese momento caí en la cuenta de otro cambio: hasta entonces, la ropa de andar por casa de Julia había consistido en tejanos, o en unos vestidos sencillos de una pieza. Esa noche, había adoptado la misma vestimenta normal en Alicia, una enorme camiseta, que le llegaba a menos de medio muslo, y que ella mantenía sujeta con una mano entre las ingles, cubriendo la parte "indiscreta" de mis miradas, al contrario que Julia, que evidentemente no se cuidaba en absoluto de mostrarla. No sé qué es lo que había que celebrar, pero el hecho es que un rato después, Alicia sirvió unas copas de champagne.

  • Oye, Charlie, ¿te importaría poner una manta en mi cama? –preguntó Julia un rato después-. Es que ha refrescado un poco por las noches, y no me agradaría tener que vestirme para dormir.

Me atraganté con el champagne.

  • ¿Duermes desnuda?

  • Claro, no soporto siquiera las braguitas en la cama. Además, me encanta sentir el roce de las sábanas en la piel. ¿No lo habéis probado nunca?

Miré a Alicia. Sonreía ligeramente, y no parecía que el escabroso giro de la conversación le violentara lo más mínimo.

  • Bueno, ya te imaginarás que no practicamos el sexo vestidos –aclaró mi mujer, guiñando un ojo-. Pero después solemos ponernos algo, salvo los días calurosos de verano, en los que usamos la misma ropa que tú, o sea ninguna.

Me imaginé a Julia completamente desnuda sobre la cama, y me entraron sofocos. Lo peor era que me estaba empalmando, y mi pantalón no disimulaba nada el bulto que crecía en mi delantera.

«Tú has empezado –me dije, decidido a tomarme una pequeña revancha de las dos».

  • Eso de dormir en pelotas suena muy erótico, pero se me ocurre que no es lo más apropiado para quién se acuesta sola.

  • ¡Jajajajaja! ¿no te han enseñado aún que hay medios para, digamos, aliviar la tensión sin un hombre?

«Me está bien empleado por no saber tener la boca cerrada –me reproché interiormente».

Pero ya no podía parar. Sobre todo porque Alicia había coreado la risa de su amiga.

  • Oye, que si alguna noche necesitas ayuda para, digamos, aliviar la tensión, supongo que mi mujer no tendrá ningún inconveniente… Me llamas, y te echo una mano.

  • ¿Inconveniente yo? Entre buenas amigas debe compartirse todo, ¡jajajajaja! –rió Alicia.

  • Pues nada, ya sabes. No tienes más que dar unos toquecitos en la pared, y acudiré –ofrecí, siguiendo la broma.

Julia se había puesto seria.

  • Poco antes de que llegaras, Alicia y yo estábamos hablando precisamente de la infidelidad. ¿Qué opinas sobre el tema?

  • Lo hemos hablado en alguna ocasión ella y yo. Verás, no soy celoso, y tampoco me siento el dueño y señor de mi mujer. Pero entiendo que una pareja debe concederse mutuamente la exclusividad en el terreno sexual. Y sobre todo, lo que odio es el engaño que suele acompañar a la infidelidad.

  • ¿Le has sido infiel a Alicia en alguna ocasión? –insistió Julia.

  • ¿Se trata de una especie de juego de la verdad? –pregunté.

  • ¿Evades la respuesta? –inquirió Alicia a su vez.

  • No, no tengo nada que ocultar en este terreno. Es que me ha hecho gracia la pregunta de Julia, sobre todo estando tú delante. Pues no, hasta el momento no he faltado a esa exclusividad que decía antes.

  • ¿Y qué hay de aquella compañera tuya, Lucy creo que se llamaba, que no te dejaba a sol ni sombra en la fiesta de Navidad de tu empresa el año pasado? –quiso saber Alicia.

  • ¡Vaya!, no creí que hubiera sido tan evidente… Lucy había bebido un par de copas más de las que debería, y la verdad es que se pasó un poco, pero tienes que tener la seguridad de que si alguna vez me decidiera a echar una canita al aire, el último sitio donde buscaría compañía femenina sería en el trabajo.

  • Aparte de que no te hace falta, porque te has ofrecido a acudir a mi dormitorio cuando lo necesite, y además tu mujer está conforme, ¡jajajajajaja! –bromeó Julia.

  • Bromas aparte, creo que ahora te toca confesarte a ti… -invité a Alicia.

Mi mujer apoyó la barbilla en la palma de las manos unidas, y me miró directamente, con los ojos brillantes:

  • Nunca te he sido infiel con ningún hombre –afirmó sin titubear.

«¿Y con una mujer?». Pero no expresé en voz alta mi pensamiento.

  • Nos hemos puesto todos muy trascendentes, son más de las doce, y mañana tenemos que madrugar. ¿Qué os parece si continuamos esta conversación en otro momento? Durante el fin de semana próximo, por ejemplo, tendremos ocasiones sobradas para ello –propuso Julia.

☼ ☼ ☼

Cuando salí de la ducha (siempre le cedo a Alicia el primer turno) la encontré sentada ante la coqueta, completamente desnuda, cepillándose el cabello.

  • ¿Vas a probar a dormir con uno de los camisones de Julia?

Se volvió en mi dirección con una sonrisa seductora.

  • Después de ver cómo te empalmaste cuando te describió su ropa de noche, mmmmm, creo que sí.

Me quité el albornoz, y me tendí en la cama, con mi pene apuntando al techo.

  • Pues creo que voy a imitaros

  • ¿No se te olvida nada?

  • ¿A qué te refieres? –verdaderamente, no caía en la cuenta de qué podía ser.

  • Prometiste llevarle a Julia una manta

  • Este… Alicia, creo que es mejor que lo hagas tú.

  • ¡Jajajajaja! ¿tienes miedo de perder tu virtud?

Me puse en pie, tomé el albornoz, e hice como si titubeara antes de cubrirme con él.

  • No sé si ponérmelo. Igual Julia quiere que le eche una mano para aliviar la tensión

  • Tú mismo, rico –respondió Alicia con una sonrisa irónica.

Pero obviamente me lo puse antes de tomar un cobertor del altillo del armario y dirigirme a la otra habitación.

Toqué con los nudillos en la puerta, e inmediatamente me llegó la voz amortiguada de la otra chica desde el interior.

  • Pasa, Charlie.

Se estaba anudando el cinturón de una bata cruzada, muy corta, que dejaba al aire la mayor parte de sus larguísimas piernas.

  • Creí que te habías olvidado… Iba a ir a vuestra habitación a por ella. Ven, ayúdame.

Tomó la manta de mi mano, y la extendió sobre la cama. No llevaba nada debajo, al menos en la parte superior. La prenda se abrió al inclinarse, y pude contemplar sus dos pechos cónicos y tiesos, con los pezones erectos en el centro de sus oscuras aréolas. No era la primera vez, porque ya he dicho que los había visto en la playa, pero en la intimidad de su dormitorio me produjo una impresión totalmente diferente a la de aquellas ocasiones. Ella siguió la dirección de mi mirada y sonrió con picardía, pero no hizo el más mínimo intento de cubrirse.

  • Ya te habías puesto el camisón… -bromeé para disimular mi turbación.

  • ¡Jajajajaja!, sí –respondió sin cortarse en absoluto.

  • Bien, me voy a mi dormitorio. Hasta mañana.

  • ¿No me das un beso de buenas noches? –preguntó con voz melosa.

  • Claro, cielo. Y si quieres, puedo arroparte también –respondí, guiñando un ojo.

Me acerqué a ella, con intención de rozar apenas sus labios, pero ella parecía tener otra idea. Puso una de sus manos en mi nuca, y acercó su boca abierta a la mía. Con la excitación que arrastraba desde hacía unos minutos, la conciencia de que ambos estábamos desnudos bajo nuestros someros atuendos… Si aquello hubiera sucedido en otro momento, si Alicia no hubiera estado esperándome en la habitación contigua, creo que no habría podido contenerme. Me aparte de ella de mala gana:

  • Creo que es mejor que me vaya ahora -susurré.

Antes de salir, aún tuve ocasión de advertir la mirada de sus ojos brillantes. Y no sabía como casar aquello con mis sospechas de que ella y Alicia mantenían relaciones sexuales.

Pero todos aquellos pensamientos se disolvieron como humo cuando encontré a mi mujer esperándome, abierta de piernas sobre nuestra cama. Dos segundos, y el albornoz estaba en el suelo, y yo tendido entre los muslos de Alicia, cuya excitación parecía al menos ser pareja a la mía. La penetré de inmediato, y ella me atrajo contra su cuerpo, jadeando y debatiéndose debajo de mí. Y en esa ocasión no pareció importarle demasiado la cercana presencia de Julia, y gritó y sollozó cuando le invadieron las convulsiones de un orgasmo intensísimo.

  • Finalmente, parece que no le echaste a Julia una mano… etcétera -sonrió una vez calmada la urgencia de su ardor.

  • No solo no lo hice, sino que creo que podría prestarte a ti una segunda ayuda.

  • ¡Estás desconocido, Charlie! Voy a tener que pedirle que te explique todas las noches con mucho detalle como es su ropa de dormir –bromeó, mordiéndome la barbilla, mientras se sentaba a horcajadas sobre mí.

  • Ha hecho más que eso. Me mostró su camisón.

  • ¿En… serio….? –estaba introduciéndose ella misma mi pene en la vagina.

  • Palabra –murmuré roncamente, mientras empujaba hasta conseguir la máxima penetración.

  • Mmmmm, Charlie… Y… ¿te… (ahhhhh) gustó….?

No respondí. Me aferré a sus nalgas, mientras ella hacía oscilar su pelvis adelante y atrás, mordiéndose el labio inferior, y mirándome con los ojos brillantes.

Dos minutos después, su rostro era la viva expresión del placer, y pude percibir en mi erección las contracciones de su segundo orgasmo. Yo tampoco duré mucho más, a pesar de mi reciente eyaculación.

Se tendió a mi lado, aún jadeando, y me miró con una expresión indescifrable.

  • ¿De verdad estaba desnuda cuando entraste? –preguntó.

  • ¡Jajajajaja!, no he dicho eso. Pero es cierto que se le abrió la bata por la parte de arriba mientras tendía la manta sobre la cama.

  • Tiene unos bonitos pechos, ¿verdad?

Amasé suavemente uno de sus pezones entre dos dedos.

  • Los tuyos no tienen nada que envidiarles –murmuré, antes de besar suavemente el otro.

No respondió, sino que alzó el rostro y me sonrió con dulzura. Luego su expresión se tornó pensativa, cerró los ojos, y se acomodó entre mis brazos. Un minuto después estaba dormida, aún abrazada estrechamente a mi cuerpo.

☼ ☼ ☼

Nunca me ha costado trabajo levantarme en las mañanas, y casi siempre desconecto el despertador antes de que suene, que es para mí más un seguro que una necesidad. Desde que nos casamos, se estableció la costumbre de que yo preparo el desayuno, y se lo llevo a Alicia a la cama, antes de entrar a la ducha.

  • Despierta, marmota –susurré en su oído, besándole el cuello a continuación.

Se desperezó como una gata.

  • Buenos días, Charlie. ¿Qué tal has dormido?

  • No tan profundamente como tú, que me dejaste con la palabra en la boca

  • ¡Jajajajaja!. Quedé agotada… agradablemente, por supuesto.

  • Se te va a enfriar el café

  • ¿Le has llevado ya el desayuno a Julia? –preguntó con gestó pícaro, mientras se incorporaba.

«¿Bromeaba, o de verdad me estaba pidiendo que lo hiciera?». Decidí hacer como si no lo hubiera oído:

  • Me voy a la ducha, y tú no deberías tardar en seguirme, que se nos han pegado las sábanas.

☼ ☼ ☼

Julia nos esperaba en la cocina, ya vestida y recién duchada, sorbiendo lentamente su tazón de café.

  • Buenos días, dormilones. ¿Os habéis dado cuenta de la hora que es? –preguntó sonriendo.

  • Por cierto, antes de que se me olvide –saltó de repente Alicia sin venir a cuento-. Cuando llegues está noche, Charlie, no estaré. Hoy es la despedida de soltera de Virtu… Pero a ti si te veré Julia, hemos quedado a las siete de la tarde, de manera que comeremos juntas.

  • Hummm, ¿y habrá "boys" y todo eso? –preguntó Julia, con un exagerado gesto de lujuria fingida.

  • ¡Jajajajaja!, sí. De esos en tanga, con un… enorme, ya me entiendes.

  • Pues no es que lo que tienes en casa desmerezca nada –replicó rápida Julia.

  • ¿No has oído aquello de que en la variedad está el gusto? ¡jajajajajaja!.

A Alicia no parecía haberle afectado la indiscreción de la otra chica, pero yo me quedé helado. ¿Cuándo había visto Julia mi pene? ¿O es que mi mujer se lo había descrito?

  • ¡Ejem!, chicas. La conversación es muy agradable, pero el tráfico está imposible a estas horas, de manera que

  • Ve tú solo hoy, Charlie, y yo acercaré a Julia, que tengo que llenar el depósito de mi coche, que está "pelado". ¡Ah!, no me esperéis levantados

☼ ☼ ☼

Anduve todo el día con una especie de hormigueo en el bajo vientre, pensando en que, por primera vez desde su llegada, Julia y yo íbamos a estar solos en casa el tiempo suficiente para… bueno, para cualquier cosa. Pero no, me dije, de ninguna manera. Yo no iba a intentarlo, entre otras cosas porque quiero a Alicia, y además, si lo hiciera Julia de seguro me rechazaría, lo que provocaría una situación de lo más incómoda. Y lo que había dicho Alicia de que entre amigas se comparte todo, era, como no podía ser de otro modo, una broma.

Pero una y otra vez volvía a mi retina la imagen de Julia semidesnuda, tal y como la había visto la noche anterior. Y el hormigueo de que hablaba se convertía en una incipiente erección, hasta que sacudía la cabeza para alejar los malos pensamientos, y trataba de pensar en otra cosa.

«Charlie, tío –me dije a mí mismo-. Hace dos días estabas con la mosca detrás de la oreja, sospechando que tu mujer te engañaba con su mejor amiga, y hoy eres tú el que está loco por follársela. ¿No eres un poco inconsecuente?»

Para cuando abrí la puerta de casa aquella tarde, el hormigueo se había convertido en una especie de sensación de anticipación, acompañada de una erección más que mediana.

☼ ☼ ☼

Julia estaba en la cocina absorta en su trabajo, y supuse que no me había sentido llegar. Lo primero en que me fijé, es que había dispuesto la mesa en el office con la cristalería buena, dos velas y flores, como si se tratara verdaderamente de algo más que una cena normal, lo que no contribuyó en nada a tranquilizarme. Lo siguiente, que había repetido vestimenta, pero la camiseta holgada se había subido en la parte trasera, por efecto del delantal anudado en su cintura, y mostraba la totalidad de sus muslos, hasta el inicio de las nalgas. No pude colegir si llevaba algo debajo –que en todo caso sería un tanga, porque no se veía ninguna tela en los glúteos- pero aquello era justo lo que necesitaba en el estado en que me encontraba.

Me obligué a apartar la vista de allí, me acerqué a ella, y le besé ligeramente en el cuello. Sí me había oído, porque no se sobresaltó en absoluto.

  • Cámbiate, que esto estará listo en solo unos segundos –me dijo sin volverse.

☼ ☼ ☼

No recuerdo la conversación que acompañó aquella cena, aunque sí que no paramos de charlar en todo el rato, y que la sobremesa se prolongó mucho tiempo. Me sorprendí a mí mismo pendiente de los gráciles movimientos de sus dedos, con los que subrayaba sus palabras, o mirando fijamente sus labios mientras hablaba. Me sentía como hechizado, sin poder apartar la vista de ella. Y estaba la sensación de intimidad de aquella velada, que ella había querido subrayar como si se tratara de nuestra primera cita, lo que en cierto modo respondía a la realidad.

«¿No te estarás enamorando de ella? –preguntó una vocecita en mi interior»

No, y no podía permitirme continuar así un segundo más. Apenas podía resistir la tentación de abrazarla, y besar aquella boca, no con los besos más o menos inocentes que se habían convertido en una agradable costumbre, sino de otro modo: con los besos pasionales que preceden al encuentro de los cuerpos. Me puse en pie, haciendo un exagerado ademán de consultar mi reloj, aunque maldito si me importaba la hora. Eran pasadas las once de la noche.

  • Te ayudo a recoger todo esto antes de acostarme, que a saber a qué hora volverá Alicia

Ella se puso en pie a su vez, y nos miramos desde los extremos opuestos de la pequeña mesa. Sentí como una corriente eléctrica que saltaba entre ambos, y perdí la conciencia de las cosas. Lo siguiente que recuerdo es estar estrechamente abrazado a su cuerpo, la dureza de sus senos en mi pecho, el calor de su vientre sobre mi erección, y el sabor de su saliva en mi lengua, en contacto con la suya. Y sus manos recorriendo mi espalda. Y las mías acariciando sus nalgas, sin encontrar el estorbo de prenda alguna.

Más que desnudarnos, nos arrancamos la ropa mutuamente, y de nuevo nuestros cuerpos se apretaron uno contra otro, y las bocas volvieron a unirse, en hambrientos besos cada vez más urgentes, prueba de la pasión que nos quemaba.

Levanté en vilo su cuerpo desnudo, y me dirigí al dormitorio, sin que en ningún momento se separaran nuestros labios, ni sus brazos pasados tras mi cuello aflojaran la presión de su intenso abrazo.

Aunque en aquel momento no pensé en ello, se repitió prácticamente la escena con mi mujer de la noche anterior: ni pensar en preliminares, no cabía en ese instante más que el atávico instinto que me impulsó a introducir inmediatamente mi erección en el interior de su carne ardiente, y mezclar mis jadeos con sus intensos gemidos en las bocas que se negaban a separarse, en un crescendo de sensaciones que se mantuvo hasta que su orgasmo acompañó la liberación de mi pasión en las profundidades de su vagina.

☼ ☼ ☼

Continuamos abrazados frente a frente durante no sé cuanto tiempo, sin que nuestras miradas se separaran ni un instante. Después, ella cambió ligeramente de postura, y yo me tendí boca arriba. Una casual mirada a la puerta y… se me cayó el mundo encima. ¡Alicia contemplaba la escena desde el umbral!

Pero, una vez pasada la impresión inicial, advertí algo que me dejó atónito: si me hubiera representado la escena, habría imaginado que su rostro expresaría indignación, desconsuelo, ¡qué sé yo! Pero no vi nada de eso, sino una especie de ternura en su gesto. Le temblaba la barbilla y parecía al borde de las lágrimas, pero no encontré el rechazo que cabía esperar.

Yo estaba mudo, pero aún en mi estupor registré otro hecho: tampoco Julia se había apartado rápidamente, como habría sido lo lógico, y no había deshecho el abrazo. La miré, y tampoco su expresión era la adecuada al momento: no había en ella sorpresa, ni horror, sino una especie de sonrisa velada. Y sus ojos también se habían humedecido. Alicia se acercó despacio hacia la cama.

  • Ahora es cuando "él" dice lo de "puedo explicarlo" o "esto no es lo que parece", pero sí es lo que parece, y no tienes que explicarme nada Charlie. Antes al contrario, soy yo la que tendría que haber tenido contigo una larga conversación hace tiempo, y te pido perdón por no haberlo hecho antes.

Mi cerebro se negaba a asimilar aquello. Veamos, me decía: una mujer llega a su casa, y encuentra a su marido en la cama con su mejor amiga. Y en lugar de sentir deseos homicidas, o salir corriendo deshecha en llanto ¡aún se permite bromear! Más aún, ¡le pide perdón, después de decir algo sobre una conversación pendiente!

Creí que después de aquello no habría ya nada que pudiera sorprenderme, pero me equivocaba: Alicia desabrochó lentamente la botonadura de su blusa, de la que emergieron libres aquellos senos cuyo tacto estaba grabado en mis dedos y en mi boca. Descorrió la cremallera de su falda tras su cintura, y la prenda resbaló como a cámara lenta hasta el suelo. Después hizo descender sus braguitas por las piernas y, ya completamente desnuda, se arrodilló sobre la cama.

  • Hacedme un sitio entre vosotros, necesito que me abracéis –susurró en tono bajo.

Fue Julia la que se apartó de mí, yo estaba completamente paralizado, incapaz de reaccionar. Y Alicia se apretó contra mi cuerpo, dándome frente. Su aparente rival pasó un brazo sobre ella, estrechándome también a mí, con su cuerpo en contacto con la otra piel femenina, y comenzó a acariciar suavemente sus mejillas, mientras depositaba leves besos sobre su cuello.

  • Sé que llevas unos días sospechando que Julia y yo somos algo más que amigas, Charlie. Tenías razón, como ves, y mi única excusa es que me resultaba muy difícil hablar de ello contigo.

  • Alicia, me va a estallar la cabeza, no comprendo nada… -conseguí decir con la boca seca.

  • Pues es muy fácil, o muy difícil, mi amor, según se mire. Pero, primero de todo, quiero que tengas clara una cosa, me importa más que nada en el mundo que lo sepas.

Me miró directamente a los ojos antes de proseguir.

  • Que te amo con todas mis fuerzas, Charlie. Que no quiero perderte. Que mi vida sería vacía y estéril sin ti.

  • Pero, Alicia… -acerté a balbucear.

  • Shhhhh, déjame continuar. Te amo, pero aunque pueda resultarte muy difícil comprenderlo, porque yo misma no lo entiendo, amo también a Julia. No con el cariño fraternal que se siente por una amiga, Charlie, sino con una clase de amor que tú no conoces y no sé si puedes concebir. Es algo parecido a lo que siento por ti, pero diferente al mismo tiempo. Y ahora que hemos vuelto a encontrarnos, después de años de separación, tampoco quiero alejarme de ella.

Su cuerpo se estremeció en sollozos que me provocaron un nudo en la garganta. Y pensé que no importaba nada, que yo también me sentiría como amputado sin Alicia a mi lado. ¿Y Julia? –me pregunté-. Como una revelación, me invadió la seguridad de que no podría concebir tampoco la vida en adelante sin ella. Que, como a Alicia, me faltaría algo sin los besos de bienvenida cada noche de mis dos amores.

El abrazo de la otra mujer se hizo aún más estrecho, y su voz me llegó entrecortada:

  • Me enamoré de ti desde el mismo instante en que te vi, Charlie. Ahora os tengo a los dos, y me siento la mujer más feliz del mundo.

  • ¿Qué va a pasar ahora, Charlie? –preguntó Alicia entre sollozos.

No lo sabía. Pero sí estaba seguro de una cosa: quería hacerle el amor, y quería hacerlo en ese mismo momento. Más aún, me habría gustado que fuera posible hacerlo con las dos al tiempo. Intenté condensar en un beso el ansia infinita que sentía, y su cuerpo comenzó a responder de inmediato.

Lo recuerdo como un sueño: Alicia moviéndose cadenciosamente sobre mí, su placer que irradiaba en mi carne, en olas cada vez más profundas. Sus besos. Sus gemidos que eran como sollozos entrecortados que me llegaban al alma. Y Julia arrodillada junto a nuestros dos cuerpos unidos, acariciándonos a ambos con una expresión de amor infinito. El orgasmo de Alicia, y su cuerpo convulsionándose interminablemente, sacudido por intensos espasmos.

Poco después era Julia la que se estremecía sobre mi cuerpo, y ahora Alicia peinaba amorosamente sus cabellos con los dedos, y los retiraba del rostro contraído de la otra mujer, que chillaba en el paroxismo de su éxtasis.

Luego, otra vez Alicia, abrazada a mí con brazos y piernas, debatiéndose en un nuevo clímax. Y al fin, mi explosión liberadora, que aún no sé cómo, no se había producido hasta ese instante.

Más tarde, me sorprendió mi sentimiento de intensa ternura ante algo que no había contemplado nunca antes: ahora era yo el espectador que recorría con mis manos la piel de los dos cuerpos femeninos entrelazados, cuyos labios no parecían querer separarse.

La boca de Julia sobre el sexo inflamado de Alicia, y su lengua pugnando por introducirse en el dilatado orificio de su vagina. Mis manos en la vulva de Julia, que se estremecía bajo mis dedos. Su orgasmo, que tuvo como fondo una sucesión de gemidos de Alicia, con el rostro convertido a su vez en la viva expresión de un placer infinito.

Otra vez Julia debatiéndose debajo de mi cuerpo, besándome y mordiéndome en los estertores de un nuevo orgasmo.

Y finalmente las dos, alternando sus bocas para conseguir que emitiera los últimos restos de mi semen, en una nueva eyaculación que nunca habría imaginado ser capaz de experimentar.

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El tiempo parecía haberse detenido. Estaba tendido en la cama boca arriba, bajo la calidez de un edredón, entre las dos mujeres. Tenía un brazo pasado bajo el cuello de cada una de ellas y, aunque comenzaba a estar acalambrado por la postura, por nada quería privarme del placer que me producía deslizar las palmas sobre dos pechos, diferentes en su tamaño y su textura, pero ambos igualmente agradables, y el cosquilleo de los pezones aún erectos.

Una mano, no sé de cual de ellas, acariciaba mi pene fláccido, y sus dedos estrujaban a veces con suavidad mis testículos ahora laxos. El otro seno de Alicia en contacto con mi pecho. El calor del sexo de Julia en mi muslo

De cuando en cuando, uno cualquiera de los tres sentía el impulso irrefrenable de cubrir de besos los otros dos rostros, y probar el interior de las bocas ávidas que correspondían entreabiertas.

  • Mmmmm, me siento muy bien –murmuró Julia en un momento dado-. ¿Qué hora es?.

  • No importa, mañana es sábado –respondió Alicia desperezándose.

Se incorporó, con gesto travieso:

  • ¿Qué tal si pasamos tooooodo el día en la cama?

  • ¡Jajajajaja!, que podemos acabar con Charlie –rió Julia.

Besé a Alicia en la punta de la nariz.

  • ¿Os habíais puesto de acuerdo en lo de esta noche?

Sonrió con expresión soñadora.

  • Bueno, digamos que esta mañana, camino del trabajo, Julia que dijo que iba a hacer todo lo posible para que sucediera. Mira, Charlie, conozco sus sentimientos por ti desde hace años, y estábamos hartas ya de engaños y mentiras. Si os hubiera encontrado separados, creo que yo misma te la habría entregado.

  • Aún tenéis que contarme como comenzó lo vuestro –solicité con voz soñolienta.

  • ¡Sí claro! El señor quiere que le regalemos los oídos con un relato erótico del género lésbico –ironizó Julia.

No sé si al final habrían accedido a ello, en el caso de que yo hubiera podido insistir. Me quedé ignominiosamente dormido segundos más tarde.

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Bueno, esta es la historia. Para quienes se mueren por conocer el final de las cosas (aunque no se puede decir precisamente que haya habido un final): hace ya casi un año que comparto mi vida y mi cama con las dos. Sigo amando a Alicia como el primer día, pero ello no es obstáculo para que al mismo tiempo esté enamorado de Julia.

Soy consciente de que la mayor parte de la gente no comprendería una relación como esta, pero ¡qué queréis! Los tres nos limitamos a disfrutarla, sin tratar tampoco de entenderla. Por mi parte, solo sé que soy feliz cuando paseo con mis dos amores tomados de la cintura, y me importan un bledo las miradas escandalizadas o envidiosas que nos dirigen.

Y en las noches… bien, lo único que lamento es que la Naturaleza no nos haya dotado a los varones de la misma capacidad para el amor que sí ha regalado a las mujeres. Pero disfruto igualmente, una vez calmado mi ardor, contemplando los dos cuerpos femeninos dándose placer mutuamente.