Paredes de papel (9)
Una mujer madura descubre la intensa vida sexual de su joven vecino a través de unas paredes mal insonorizadas. Ese descubrimiento despertará en ella reprimidos deseos que le llevarán a ser la coprotagonista de esa placentera vida.
9
— Este sí ha sido el polvo del siglo —comentó Fer, echándome hacia un lado para desenvainar su ya decadente espada de mi cuerpo.
Semejante afirmación constataba todo un logro para mí. Era conocedora, a ciencia cierta, de la abundante experiencia sexual que tenía el joven con diferentes chicas y en multitud de ocasiones, pues, bravuconadas aparte, yo había sido testigo auditivo y presencial, a escondidas, de algunas de sus aventuras. De modo que, el que dijera eso, significaba que yo había superado sus expectativas, y las mías, convirtiéndome en la hembra que más le había hecho disfrutar.
— Umm, sí —corroboré, exhausta—. Nunca había estado tan satisfecha… Ha sido espectacular, y sentir cómo derramabas tu leche dentro de mí… Ummm…
— Sin duda, follar sin condón es mucho mejor. Sentía que me abrasabas la polla, mucho más intenso que con la goma, aparte de que follas como la reina de las putas…
— ¡Ja, ja, ja! —reí, tomándomelo como una alabanza.
— Y correrme dentro de ti ha sido el máximo. ¡Cómo me exprimías mientras te rellenaba!
Volví a reír. Me encantaba la naturalidad con la que se expresaba, resultándome adictiva y pegadiza la vulgar manera que tenía de decir las cosas.
— Me has dejado seco —prosiguió—. ¿No tendrás una cervecita bien fría?
— Sí, claro —contesté—. Yo también estoy seca, ¿vienes a la cocina? —propuse levantándome.
Le ofrecí una cerveza, cuyo primer trago paladeó con satisfacción mientras yo daba buena cuenta de un vaso de agua.
— Ahora sí que me he ganado el “cigarrito de después”, ¿no? —le dije con una pícara sonrisa.
— Uno y los que quieras, viciosa —respondió, dándole un buen trago a su bebida—. Si no te importa, me quedaré aquí, que no creo que tarde en matar esta birra, y seguro que después me tomaré otra, así que no tengas prisa.
Dejándole apoyado en la encimera de la cocina, cerveza en mano, volví al dormitorio para coger el tabaco y salir a la terraza, no sin antes echarle un último vistazo furtivo.
«Parece que me he ligado al chulazo de la discoteca», bromeé para mis adentros.
Era la primera vez que salía a la terraza completamente desnuda, resultándome una experiencia eróticamente gratificante. Sentía el aire de la noche veraniega sobre mi piel, hipersensibilizada por cuanto había ocurrido en el interior, como una sensual caricia recorriendo todo mi cuerpo.
Encendí un cigarrillo, saboreando el cálido humo al introducirse en mi boca y la refrescante sensación del mentol en la garganta, para soplarlo suavemente con un cosquilleo en los labios.
«¡Dios, esto es la gloria!», exclamé internamente, disfrutando de las relajantes sensaciones.
Apoyada en la barandilla, satisfice mi vicio pausadamente, contemplando el estival cielo nocturno con algunas estrellas que conseguían imponerse a la contaminación lumínica de la urbe que quedaba a mis espaldas.
Me resultó tan agradable disfrutar de mi desnudez al aire libre, amparada en la ausencia de edificios y miradas indiscretas frente a la terraza, que decidí que esa experiencia podría convertirse en una tónica habitual.
«Pero le prometiste a Agustín que dejarías de fumar cuando volviera mañana», objeté para mí misma. «Sí, y también le prometí fidelidad eterna cuando nos casamos… Y aquí estoy, recién follada por el vecino», acallé a mi conciencia.
Nunca me había sentido tan relajada, tan realizada, tan viva. Era como si me hubiera despertado a un nuevo mundo, repleto de sensaciones por descubrir, en el que la más mínima chispa era capaz de hacer saltar todo por los aires, para lo bueno y para lo malo, y eso era tan emocionante… La conciencia solo era un lastre que me anclaba en mi matrimonio y una vida aburrida, impidiéndome desatar cuanto había descubierto que reprimía dentro de mí.
Estaba en mi mejor momento, en todos los sentidos, física y mentalmente: maduramente joven y bella por fuera, y juvenilmente madura y segura por dentro, ¿por qué no disfrutar de ello?
“Que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas…”, me había dicho mi amiga Sonia. «¡Y tan buenas!», me dije.
Fer era un auténtico bombón, ese bombón que no puedes resistirte a comer aunque estés a dieta, porque es una tentación superior a ti. Y cuando lo pruebas y paladeas, es aún mejor de lo que habías imaginado. Su desbordante sexualidad había sacado de su letargo a la mía y, a golpes del bastón de mando que blandía entre las piernas, me había guiado a su mundo de galácticos polvos y cósmicos orgasmos, donde yo me había revelado como la más brillante de las estrellas.
«Por cierto, ¿dónde está este tío?», me pregunté, al ser consciente de que ya había consumido el cigarrillo y llevaba, al menos, otros quince minutos mirando embobada hacia el cielo. «Capaz de haberse ido sin decirme nada», me contesté. «Se ha largado tal y como ha aparecido, aunque esta vez usando la puerta».
Teniendo en cuenta que el muchacho ya había obtenido cuanto quería de mí, me autoconvencí de que eso era lo que había pasado. Al fin y al cabo, yo también había obtenido cuanto quería de él, no necesitaba más, al menos por esa noche.
Encendí otro cigarrillo, no tenía ninguna prisa por meterme en la cama, pues no tenía que madrugar al día siguiente y quería disfrutar un poco más de la sensación del aire sobre mi piel desnuda mientras exhalaba plácidamente el humo de mi malsano hábito.
— ¡Qué sexy estás! —escuché a mis espaldas.
Con una vaporosa columna blanca saliendo de entre mis labios, me giré sorprendida, hallando a Fer apoyado en el quicio de la puerta de la terraza, observándome con su cautivadora sonrisa.
— ¡Vaya! —exclamé—, daba por hecho que te habías marchado.
— ¿Marcharme? No, no con estas espectaculares vistas. Me he trincado un par de birras y me he dado una ducha para refrescarme.
— ¿Has usado mi ducha? —pregunté perpleja, reparando en su cabello mojado.
— Me he tomado esa libertad —contestó con arrogancia—. Después de haber follado a pelo, creo que ya hay confianza de sobra entre nosotros, ¿no?
— Sí, supongo —dije, sintiendo un escalofrío al comprobar que él también seguía completamente desnudo, con su miembro colgando morcillón entre sus piernas.
No solo no se había marchado, sino que parecía que esperaba darme un nuevo asalto. ¿Sería yo capaz de plantar cara en otra batalla? Al estudiar su anatomía con mi verde mirada, escrutando cada centímetro cuadrado de su cuerpo de dios griego, un hormigueo que me recorrió de pies a cabeza me dio la respuesta.
Fui a apagar el cigarrillo recién encendido.
— ¡No! —me detuvo con su voz—. Sigue como estabas antes de que llegara. Eres tan sexy…
Enarcando una ceja de forma interrogativa, me giré, reclinándome hacia delante para volver a apoyar mis brazos en la barandilla de la terraza.
— Mmm, eso es —aprobó acercándose—. Ahora sigue a lo tuyo, como si yo no estuviera. No tenemos ninguna prisa, disfruta de tu vicio…
Otro hormigueo me recorrió. No terminaba de entender el juego, pero solo su voz y actitud ya comenzaban a reactivar mi excitación, por lo que accedí a su requerimiento mirando al horizonte y llevándome el cigarrillo a los labios, besándolo para soplar suavemente el cálido y blanquecino humo.
— Uf, Mayca… —escuché, justo tras de mí— No podrías ser más sensual…
Manteniendo la actitud de impávida y relajada soledad que me pedía, sonreí por dentro. Me encantaba cómo me hacía sentir: diosa y esclava al mismo tiempo. Así que le seguí el juego, volviendo a tomar el estrecho cilindro con mis pétalos mientras sentía cómo uno de sus dedos recorría con un roce mi columna vertebral, partiendo de la nuca para bajar por mi espalda, describiendo el arco formado por mis lumbares, y delineando la redondez de mis nalgas alzadas.
El humo salió de mi boca emitiendo un profundo suspiro, poniéndoseme la piel de gallina y los pezones como pitones de morlaco.
Justo después, sentí sus dos manos sobre mis hombros, descendiendo por los omoplatos para dirigirse a los costados y recorrer mi sinuosa silueta, culminando en el culo, el cual recorrió con delicados movimientos circulares en cada glúteo.
Noté cómo mi coñito se abría y la humedad volvía a hacerse patente en él, pero mantuve la compostura a pesar de que las caricias en mi trasero aumentaban de intensidad, convirtiéndose en un verdadero masaje que oprimía mis cachetes comprobando su firmeza.
— Qué culo más rico tienes, cabrona —escuché en un susurro—. Cómo se nota que te machacas bien en el gimnasio. Más quisieran muchas tías de mi edad tener un culo así…
No pude evitar una carcajada, lo que me granjeó un sorprendente azote que hizo vibrar mis carnes, excitándome aún más.
— Te he dicho que siguieras a lo tuyo —me susurró al oído, apoyando su tremendo rabo, aún semirrígido, en la raja formada por mis nalgas.
El azote, la excitación, y el que ese juego estuviera empezando a gustarme más de lo que habría imaginado, me corrigieron para que recuperase la pose, dándole una nueva calada al cigarrillo.
— Así, viciosa, así… —siguió susurrándome a la vez que sus manos pasaban hacia delante.
Con las palmas situadas bajo mis pechos, los sopesó, emitiendo un sonido de asentimiento. Después, abarcó cuanto volumen pudo, calibrando su tamaño para volver a asentir.
— Esto son unas tetazas como Dios manda —comentó—. Redondas y aún firmes —añadió, comenzando a apretarlas con los dedos— No me extraña que te hicieras la ligadura para no tener críos, estos dos monumentos son para mantenerlos así de bien puestos, ¿verdad?
— Sí… —contesté, inconscientemente y de forma casi inaudible.
Un fuerte apretón en ambos senos fue lo que recibí como represalia por contestar a una pregunta que no esperaba respuesta. Resultándome extrañamente placentero, pues, a pesar de que había percibido dolor, este se había propagado hacia mis erizados pezones convirtiéndose en una satisfactoria sensación.
«Joder, me pone muy burra cierto grado de dolor», me dije, disfrutándolo y recordando cómo Fer me había revelado esa faceta de mí que yo no conocía, con medidos tirones de cabello, sondeo de mi garganta, poderosas arremetidas contra la pelvis, aplastamiento de culo contra la pared, y algún que otro azote.
El joven estrujó mis pechos apasionadamente, amasándolos y magnificando la chocante y deliciosa sensación de dolor y placer, mientras notaba cómo su falo, algo más consistente, incrustaba toda su longitud en la falla de mis posaderas.
Mi coñito no dejaba de lubricar, ardiendo como las hogueras del infierno, obligándome a esforzarme para mantener la disciplina de mujer impasible que el juego de Fernando requería.
«Cualquiera que nos viera pensaría que se está aprovechando de mí», pensé. «Y, ¡uf!, estamos fuera, a la vista de todo el mundo…» Añadí, repitiéndolo una y otra vez para mí misma, recreándome en la morbosa idea que disparaba aún más mi excitación. Aunque, en el fondo, sabía que la posibilidad de que alguien nos viera era extremadamente remota.
Las manos liberaron mis glorificados pechos, momento que aproveché para dar una nueva calada a mi cigarrillo como si nada de aquello estuviera pasando, pero sus dedos no los abandonaron, dirigiéndose a mis pezones para hacer vibrar su aguda punta y pellizcarlos, proporcionándome ese exquisito efecto contradictorio que me arrancó otro suspiro cargado de humo.
Lentamente, como si estuviera saliendo de una hibernación, pues ya me había dado su potencia dos veces casi seguidas, fui notando cómo el pedazo de carne inserto entre mis glúteos iba reviviendo, lo que me ponía aún más cardiaca.
— Lo estás haciendo muy bien —me informó el aprovechado, jugueteando con mis pezones entre sus dedos como si fueran la corona de un reloj de cuerda.
— Umm, gracias —contesté, a sabiendas de que eso tendría ricas consecuencias que no se hicieron esperar.
Recibí un pellizco más intenso en sendos pezones, y apenas pude reprimir un chillido con la boca cerrada.
«¡Cabrón, me ha encantado!».
— Mmm… Mayca… —escuché mi nombre colándose en mi oído con un cosquilleo, mientras sus manos descendían por mi abdomen hasta llegar a la vulva.
Consciente de que ya me sería imposible seguir manteniéndome impertérrita, apuré con dos profundas caladas el cigarrillo mientras mis labios inferiores eran masajeados y abiertos. Conseguí apagarlo, justo, en el momento en que mi clítoris era frotado a la vez que un dedo penetraba la mojada entrada a mi horno.
— Uuuhhh… —ululé acompañando la última vaharada de humo.
— Eres tan sensual… —volvió a susurrarme, masturbándome maravillosamente—. ¿Sabes?, estás cumpliendo una de mis fantasías más recurrentes.
— ¿Ah, sí?, ¿y qué fantasía es esa? —pregunté, saliéndome de mi papel.
— Shhh… —me chistó, hundiéndome sin contemplaciones dos dedos en el coño.
— Uuumm…
— Te lo explicaré si sigues como hasta ahora —propuso—. Aguanta un poco más.
Chapoteando en mi gruta, sus dedos me estaban derritiendo, obligándome a morderme el labio inferior para ahogar mis gemidos, mientras tenía que hacer un sobresfuerzo para no empujar hacia atrás y sentir mejor cómo su polla se estaba poniendo dura en mi culo.
— Muchas veces he fantaseado con encontrarte así: desnuda, fumando sensualmente, indiferente a mí como siempre te habías comportado hasta demostrarme lo cachonda que eres en realidad —expuso.
— Mmm… —gemí con la boca cerrada, gozando de cómo sus dedos entraban y salían de la angosta cueva mientras su otra mano me frotaba el endurecido botón.
«No podía dejar ver cómo me pones», estuve a punto de decir, aunque me contuve para no interrumpir el interesante relato. «Soy una mujer casada, y tú un crío, el hijo de mi amiga…»
— Me imaginaba que me acercaba a ti por detrás —prosiguió—, y que comenzaba a acariciar tu cuerpazo mientras seguías sin hacerme ni caso, fumando de esa manera con la que me haces desear meterte el rabo entre los labios… Y cuanto más te acariciaba, más parecías ignorarme, como si fueras demasiada mujer para mí, pero a la vez, dejándote hacer, obligándome a aumentar el atrevimiento de mis caricias para disfrutar de tus tetazas y descubrir que, aunque seguías sin inmutarte por fuera, tu coño ardía chorreante…
— Uufff… —suspiré, costándome no rendirme a la experta masturbación aderezada con tórridas palabras en mi oído.
— Eso es, así… —afirmó el muchacho— Así empezabas a suspirar en mi fantasía, doblegándote lentamente a mis dedos en tu coño y mi polla contra tu culo.
— Mmm… —gemí, mordiéndome nuevamente el labio al constatar que la barra de carne instalada entre mis cachetes se endurecía.
El relato se detuvo a la vez que sentí los labios de mi fantasioso amante depositando suaves besos en mi cuello. Sus manos abandonaron mi entrepierna, convertida en un balneario de aguas termales, para apartar a un lado mi negra cabellera mientras sus besos se dirigían a la zona cervical e iban bajando por el centro de mi espalda.
La verga se apartó de mis redondeces, haciéndome añorarla apenas un instante, pues las manos de Fernando me tomaron por las caderas mientras su lengua me provocaba un escalofrío al recorrer mi columna vertebral, descendiendo para alcanzar el pasadizo entre mis nalgas y lamerlo describiendo su redondeada forma, hasta terminar con un beso en el perineo.
— Dios, Fer… —dije entre dientes.
Recibí otro azote que propagó su vibración por todo mi cuerpo y me arrancó un gritito de dolor y placer:
— ¡Aum!
La lengua volvió a ascender entre mis nalgas, colándose entre ellas, sondeando su profundidad y lamiendo hasta dar con mi agujerito secreto.
— Uuuhhh… —aullé, sorprendida y encantada con la insólita sensación.
Las firmes manos sujetaron mis glúteos, abriéndolos para que la atrevida lengua se moviera libremente en mi delicado ojal, produciéndome unas deliciosas cosquillas que me pusieron los pezones hasta el punto de dolor, y el coño como una cafetera hirviendo.
— Mmm… Fer, ¿qué me haces? —pregunté con mi voz quebrada por el gusto, sujetándome con fuerza a la barandilla de la terraza.
El intrépido músculo continuó retorciéndose sobre el pequeño orificio, embadurnándolo de saliva y produciéndome ese cosquilleo casi insoportable, arrancándome carcajadas difícilmente contenidas y relajando mi esfínter como consecuencia de la terrible excitación que sobrecargaba mi cuerpo.
Nunca había sentido una lengua ahí, y jamás habría imaginado que fuera tan placentero. En internet había leído algo al respecto, pero me había parecido una práctica sucia, antinatural, de auténticos pervertidos.
«Soy una guarra, una pervertida… ¡Dios, cómo me gusta!», exclamé internamente, sintiendo cómo la punta se colaba en el hoyo y se retorcía dentro para hacerme ronronear como una gata en celo.
Inconscientemente, mi espalda se había arqueado aún más, elevando mi trasero y facilitando el acceso de la divina lengua para que se introdujese en el ojal cuanto alcanzara.
Sentía los labios del informático pegados al contorno de la sensible entrada, y esa húmeda culebrilla penetrándome y chapoteando con abundante saliva en el delicado interior, provocando que mi ano se dilatara en agradecimiento a tan magníficas y prohibidas sensaciones.
— ¡Oh! —exclamé al notar que, repentinamente, el vivaz músculo era sustituido por un dedo que se colaba con suavidad en mi interior.
Éste empezó a entrar y salir de mi culito, produciéndome una extraña sensación que rápidamente se convirtió en muy placentera. Me penetró con fluidez, realizando giros que me hicieron jadear, por mucho que intenté mantener la discreción. Pero ya me había salido completamente de mi papel, aquello era demasiado morboso y exquisito como para no dejarse llevar, y más cuando un segundo dedo forzó mis esfínteres externo e interno para hacerme aullar con esa característica mezcla de dolor y placer que ahora tanto me gustaba.
— ¡Aauuu…!
Los dos invasores incidieron en el agujero, entrando y saliendo de él varias veces para dejarme sin aliento, hasta que fueron sustituidos por la maravillosa lengua que, de nuevo, volvió a retorcerse en mi interior con su húmedo cosquilleo.
No pude soportar más la gratificante tortura.
— Fer, fóllame —supliqué—. Por favor, ¡fóllame ya!
La boca del chico abandonó mi culo, siendo sustituida por la rotunda dureza de su verga, ya completamente erecta y lista para responder a mi súplica.
— Así me lo pedías en mis fantasías —me informó, dirigiendo su arma con una mano—. Y esta vez será real…
El glande se deslizó por mi raja trasera, recorriéndola hacia abajo para continuar con el camino del perineo, mientras la mano libre aferraba uno de mis pechos y lo amasaba con devoción. Y, al fin, dio con mis labios mayores, que lo acogieron expectantes hasta que, con una estocada, me penetró hasta el fondo, con un certero movimiento que concluyó con su pelvis azotando mis glúteos.
— Ooohhh… —gemí, embriagada de placer.
La enhiesta polla se había clavado en mi babeante coño con la suavidad de un cuchillo caliente entrando en la mantequilla, colmando todos mis sentidos con la satisfacción de recibir al deseado macho, el cual, aferrándose al pecho libre con su otra mano para masajearlo del mismo modo que el que ya amasaba, realizó una serie de profundas penetraciones que arrancaron de mí los primeros gemidos totalmente descontrolados.
Sin embargo, de repente, me la desenvainó entera, dejando mi almeja abierta y con una desasosegante sensación de vacío en mi interior.
— ¿Qué haces, cabrón? —pregunté, girando mi rostro para mirarle por el rabillo del ojo—. ¿Por qué me la sacas?
Con una malévola sonrisa y expresión de pervertido, el informático me soltó los pechos para colocar sus manos sobre mi culo expuesto, tirando de ambas nalgas para ampliar el surco entre ellas y colocar en él la punta de su lanza.
— Ahora viene la segunda parte de mi fantasía —me anunció, agarrando su miembro ya enfilado para que la gruesa cabeza presionase mi arito.
Aquello me hiperexcitó y, a la vez, me causó terror. Pero el joven, avezado en ese arte, no dio tiempo a que me pusiera en tensión, empujando con su pelvis para que el balano se abriera paso a través del relajado esfínter externo, dilatándome el ojal para que toda la testa entrara justa en mi virgen culito, forzando su anillo interno
— ¡Aaagg! —grité, paralizada por un súbito escozor que apenas duró un par de segundos.
Eso no detuvo al macho que, manteniendo firme la posición de su vara, empujó un poco más, embutiéndome un buen pedazo de su férrea verga en el recto, minimizándose el abrasivo roce de piel con piel con la lubricación de mi fluido femenino embadurnando su ariete, y su saliva recubriendo mi secreta entrada.
Con un sonido gutural escapando de mi garganta, expresé la ráfaga de dolor que me atravesó en primera instancia al forzarse el diámetro de mi ano más allá de sus límites establecidos.
Respiré profundamente, tratando de dominarme, sintiendo cómo el inicial latigazo se iba transformando en una cálida sensación al adaptarse mi anillo a la forzada apertura, resultándome inusitadamente placentero el cómo mi culito estrujaba el tremendo cilindro que lo profanaba. Además, el notar esa dura herramienta dentro de mí, donde nadie había estado, presionando y dilatando mis entrañas, se tradujo en mi cerebro como una idea y experiencia especialmente excitantes.
— Mmm… Qué culo tan rico y apretado… —escuché a Fer tras de mí, a la vez que una de sus manos se dirigía a mi coñito para acariciar su perla, dándome una satisfacción que arrancó de cuajo toda contraindicación.
Antes de ser consciente de ello, mis hondas respiraciones tratando de coger aire se habían convertido en leves jadeos. Era la primera vez que me enculaban, pero mi vecinito estaba sabiendo hacerlo tan bien, que no sería una experiencia traumática, sino, más bien, todo lo contrario: un triunfo para guardar en el recuerdo.
Incrédula ante lo que me estaba pasando y cómo lo sentía, bajé la cabeza, cerrando los ojos y concentrándome en los dedos que masajeaban deliciosamente mi clítoris mientras la barrena comenzaba a moverse dentro de mí, deslizándose a través de mi ojal con la suavidad de los fluidos previamente aplicados.
Con gusto sentí cada penetración como un nuevo logro. La polla de Fer, convertida en exitoso taladro, me perforaba cada vez más adentro, descubriéndome la capacidad de mi entrada trasera para ampliarse sin dejar de oprimir al implacable invasor.
Una deliciosa sensación de calor acompañaba cada introducción, combinándose con las gratificantes caricias en mi clítoris para hacerme gemir y disfrutar de cómo la herramienta masculina palpitaba en mis entrañas dilatándolas, cada vez, a mayor profundidad.
Podía oír, junto a mis gemidos, los leves gruñidos del macho. Sin duda, él también estaba disfrutando, aunque tuve la impresión de que se estaba conteniendo al percibir que era el primero en explorar la lujuria de mi trasero.
Levanté la cabeza y la giré para mirarle por encima del hombro, encontrándole concentrado en su tarea, mordiéndose el labio inferior mientras observaba cómo me insertaba su falo entre las nalgas, a la vez que alargaba el brazo para hacer vibrar mi botoncito.
Sus pectorales y bíceps se marcaban más de lo habitual, en tensión mientras me sujetaba y se afanaba en darle satisfacción a mi pepita. Pero lo que más alimentó el incendio de mi mente, derritiendo mis retinas, fue la enloquecedora forma en que sus abdominales se contraían cada vez que su pelvis acometía contra mi culo, dibujándose en su vientre para convertirme en privilegiada espectadora de su atractiva forma. Y por si eso aún no fuera suficiente para fundir mi cerebro, cuando se retiraba hacia atrás me deleitaba con la contemplación, por encima de los montículos de mi grupa, de ese irresistible cinturón de adonis con el que miles de veces había fantaseado en mis días de soledad.
«¡Dios, lo quiero todo dentro de mí!»
— Me está encantando compartir tu fantasía —le dije, conteniendo los gemidos con una lasciva sonrisa en mi rostro—. ¡Métemela entera!
— Sabía que no tardarías en pedírmelo —contestó con su habitual arrogancia.
¡¡¡Zas!!!, restalló un súbito azote en mi nalga derecha.
— ¡Au! —me quejé, denotando el fondo de disfrute en mi voz.
— Estaba seguro de que tenías un culito tragón, solo había que estrenártelo. ¡Te vas a enterar! —acabó sentenciando el enardecido muchacho.
Sujetándome de las caderas a dos manos, Fernando embistió salvajemente el corazón dibujado por mis glúteos, endosándome toda su pétrea carne a través de mi agujerito, llenándome las entrañas con su portentosa polla hasta que su pelvis aplastó mis redondeces y sus pelotas chocaron contra mi incandescente vulva.
— ¡Aaaahhhgg! —grité primitivamente. Pero no de dolor, sino del más brutal y desgarrador placer liberando mis más ancestrales instintos.
La longitud y calibre de esa arma de destrucción masiva enfundándose completamente en mis carnes por la puerta de atrás, no era una experiencia para remilgadas. Me dejó sin aliento, provocándome temblores por todo el cuerpo, que parecía haberse abierto en canal, pero que, a la vez, se contraía estrangulando al violento invasor que lo destrozaba de gusto. Y sentir la pelvis del macho azotando mis redondas cachas a la vez que las colgantes pelotas rebotaban contra mi coño, había constituido el magnífico aderezo para un perfecto empalamiento.
El ariete fue desalojando el estrecho conducto, dejando un rastro de alivio en su retirada y un abrasador calor en el agujero (ya no tan pequeño) de entrada. Pero no hubo descanso, pues el toro bravo, inmediatamente, volvió a arremeter con furia, manteniéndome fuertemente sujeta por las caderas para que aguantase la embestida y gozara la más profunda penetración que se me podía dar.
— ¡Aaahgg…! —volvió a salir, gutural y agudamente, de mi garganta— Aaahgg… ahg… ahg … ahg … ahg…
Los embates se sucedieron, arrancándome de las cuerdas vocales sonidos que nunca antes había emitido, más parecidos a gruñidos animales, por la bestialidad de lo que estaba sintiendo, que a gemidos femeninos, denotando la inabarcable dimensión de mi disfrute.
— Ahg … ahg… ahg … ahg … ahg….
Con mis manos convertidas en garras, me sujeté firmemente a la barandilla, aguantando como una leona el severo castigo al que estaba siendo sometido mi culo, mientras mis pechos se zarandeaban adelante y atrás.
— Ahg … ahg… ahg …
Fer también gruñía, deslizándose sus manos de mis caderas a mi estrecha cintura para seguir sujetándome y, además, tirar de mi cuerpo hacia él cada vez que me ensartaba, aumentando la magnitud del terremoto desatado en mi anatomía.
— Ahg … ahg… ahg …
Aunque no se nos pudiera ver, al estar en la terraza chillando escandalosamente mi desfloramiento anal, tanto los vecinos de los pisos inferiores, como los de los edificios colindantes, estaban siendo testigos auditivos de cómo un joven estaba acuchillando sin compasión, y por la retaguardia, a una mujer para matarla de placer. Pero nadie podría averiguar que era yo, nadie sospecharía jamás de la intachable mujer madura, y casada desde hacía casi quince años, que vivía en el tercero “A” del portal catorce.
— Ahg … ahg… ahg …
El bombeo era incesante y abrumador. El sudor recubría mi piel, refrescándola del intenso ejercicio mientras mechones de azabache cabello se agitaban ante mis ojos.
— Ahg … ahg… ahg …
Tenía la garganta seca, pero no podía ni tragar saliva, pues mi empalador no me daba tregua, ni yo quería que me la diera.
— Ahg … ahg… ahg …
La polla se movía en mi interior como una anaconda que quisiera salir por el otro extremo, estimulando regiones de mi cuerpo desconocidas para mí, y que irradiaban un placer que me hacía estremecer.
— Ahg … ahg… ahg …
Mi ojal se relajaba y contraía, tirando de la estaca como si quisiera arrancarla de su masculina base, deleitándome con un húmedo calor y cosquilleo que se propagaban hacia mi sexo, haciéndolo llorar con saladas lágrimas que resbalaban por la cara interna de mis muslos.
— Ahg … ahg… ahg …
El semental seguía dándome sin compasión, rebotando una y otra vez contra mi culo, golpeándome inmisericorde la grupa, produciendo unas maravillosas ondulaciones en mis nalgas que subían hasta mis danzarinas tetas como una marejada sobre mi piel.
— ¡Joderrr… jodeeerrr … jodeeerrr…! —verbalicé mi cercanía al punto culminante.
— Siií —dijo él entre dientes—. Joderte bien es lo que estoy haciendo…
El cúmulo de tan salvajes estocadas horadando y sacudiendo mi anatomía, y esas excitantes palabras grabándose en mi cerebro, me hicieron entrar en una especie de trance en el que arqueé un poco más mi espalda levantando los hombros, sobreponiéndome al sometimiento, lo que a ambos nos proporcionó un nuevo ángulo de penetración de lo más exquisito.
— Cómo te gusta, ¿eh, cabrona? —escuché.
Mi cuerpo, llevado por el goce, respondió por sí mismo, empujando hacia atrás con cada embestida de mi amante, aumentando un poco más, si eso era posible, la intensidad de las perforaciones.
— Umm… umm… ummmm…—gemí, sintiendo que me catapultaba hacia el nirvana con el sincrónico empuje.
Fer subió sus manos hasta mis hombros, tirando de ellos, y yo ya no pude más. Estallé en un increíble orgasmo que me hizo aullar como una loba, con todos mis músculos en tensión y mi arito y glúteos exprimiendo al duro profanador.
Fue una desconcertante descarga, tan intensa como la que más, pero a la vez distinta a cuantas había experimentado hasta el momento, con un origen más profundo y una electrizante sensación al ascender por mi espina dorsal. Una delicia cuya diferencia achaqué a la vía por la que había sido alcanzada.
El chico sintió en sus propias carnes la vorágine de mi clímax estrangulando desesperadamente su verga. Y su respuesta fue encularme con más avidez, prolongando mi éxtasis, haciéndome sentir su polla latiendo en mi interior, demencialmente gorda. Hasta que, clavándomela con mis nalgas aplastadas contra su pubis y sus huevos presionándome el coño, rodeó con su brazo derecho mi cintura, atenazando fieramente con la otra mano mi teta izquierda, como si fuera una pelota antiestrés, mientras su esencia se inyectaba en mis entrañas, escaldándome con cada espasmo dentro de mí.
Eso me hizo perder completamente la cabeza, pues como primicia en mi vida, encadené un segundo orgasmo consecutivo, superando al anterior. Las explosiones pirotécnicas se sucedieron llevándome a cotas jamás alcanzadas, dejándome sin voz, con mi cuerpo sumido en convulsiones que hicieron rugir al macho mientras terminaba de regarme con cuanta leche le quedaba.
Creo que por un momento me desmayé, aunque no podría afirmarlo, pues volví a sentirme terrenal cuando abrí los ojos y me encontré agarrada a la barandilla de la terraza con los nudillos blancos, mechones de pelo pegados a la frente, la piel recubierta de sudor, y la cara interna de mis muslos mojada con zumo de hembra escurriendo en regueros.
Mi amante aún resoplaba en mi oído, relajando la sujeción con la que me tenía atrapada por la cintura y el pecho, mientras su bayoneta perdía firmeza en mi interior. Hasta que decidió sacármela con un suspiro simultáneo.
— Ha sido brutal cumplir mis fantasías contigo —comentó—. Me ha encantado romperte este divino culo —añadió, acariciando mis enrojecidas y sensibles nalgas—. Sabía que, con tu vocación de puta, en cuanto te lo abriera por primera vez, ibas a disfrutarlo tanto o más que yo…
— ¿Y a ti quién te ha dicho que has sido el primero en entrar por ahí? —le espeté, mostrándome altiva y tratando de disimular el temblor de piernas.
— ¡Ja, ja, ja! —estalló en una carcajada—. Aunque al final pareciera que ya tenías práctica, eso se nota, sobre todo al principio. Sin contar el cómo chillabas… Alucinabas con cómo te estaba gustando, ¿verdad?
Sentí mis mejillas ardiendo, avergonzada porque un veinteañero me estuviera dando lecciones.
— Venga, Mayca, que no te de vergüenza que haya sido yo quien te ha desvirgado el culo —añadió al ver mi reacción—. Eres una diosa con necesidades y deseos que tu marido no puede llegar a satisfacer, y para eso estoy yo…
— Uf, sí —admití—. Supongo que eres lo que más necesito ahora. Tan joven y atractivo, fuerte y bien dotado…Por no mencionar tu modestia, ¡ja, ja, ja!
— ¡Ja, ja! Ha sido la hostia montarte. Y como muestra de mi modestia —me guiñó un ojo—, te confieso que nunca lo había disfrutado tanto… Para mí también ha sido la primera vez, sin condón, claro, y te aseguro que nunca lo olvidaré.
— Tampoco ha sido para tanto —mentí con una sonrisa maliciosa, eludiendo la transcendencia compartida de dicha afirmación y volviendo a interpretar mi papel de “soy tuya pero no lo soy”, que a ambos tanto nos gustaba.
— ¡Ja, ja, ja! Ya lo he visto, ya… Bueno, te dejo para que disfrutes de otro “cigarrito de después”, que veo que el anterior te ha sabido a poco…
Para mi perplejidad, se encaramó a la celosía que separaba nuestras viviendas, tal y como estaba, completamente desnudo. Y justo antes de pasar al otro lado, se despidió con una inesperada petición:
— Deberías tirarme la ropa a la terraza antes de que llegue Agustín, a no ser que la quieras como recuerdo... ¡Hasta la próxima!
Y así me quedé, alucinada y físicamente destrozada por una noche de primitiva lujuria que me había hecho volar como nunca y, a la vez, sumergirme en las abisales profundidades de un océano que apenas estaba empezando a explorar.
CONTINUARÁ…