Paredes de papel (7)

Una mujer madura descubre la intensa vida sexual de su joven vecino a través de unas paredes mal insonorizadas. Ese descubrimiento despertará en ella reprimidos deseos que le llevarán a ser la coprotagonista de esa placentera vida.

7

Al día siguiente, me levanté con fuerzas renovadas. El estado de ansiedad de las jornadas anteriores había desaparecido por completo y, lo más importante, no tenía ningún remordimiento por lo que había hecho.

Consumar una infidelidad con un chico casi veinte años menor que yo, hijo de una amiga y, además, vecino, teniendo en cuenta mis circunstancias personales y el momento de mi vida en el que me encontraba, estaba segura de que se podría considerar como una consecuencia natural.

«Si pudiera contarlo, seguro que la mayoría de mis amigas se morirían de envidia», me decía a mí misma. «Sonia ya no sería la única heroína que se tira a un veinteañero macizo».

Sonia era una de mis mejores amigas, que había pasado por un duro trance a causa de su traumático divorcio. Sin embargo, en su recuperación anímica había influido notablemente un chico bastante más joven que ella, un ligue que se había echado en el trabajo. Desde que estaba liada con él, se había vuelto más suelta, y no dudaba en contarme morbosos detalles de cómo se lo habían montado en la oficina.

Cuando me contaba sus historias, despertaba mi imaginación e, incluso, algo de envidia, y tal vez eso hubiera sido otro granito de arena en la montaña que me había alzado a cometer la locura de acostarme con mi vecino.

«¡Una locura increíble y maravillosa!, ¡nunca me había sentido tan viva!»

Como ya era mi tónica habitual, fui al gimnasio a primera ahora, antes de que hiciera más calor, y así podría trabajar luego tranquilamente en casa. Además, para la tarde había quedado con Pilar para que viniera a casa a tomarse un café cuando ella llegase del trabajo y, conociéndola, estaba segura de que ese café ya se prolongaría por el resto de la tarde.

Después del calentamiento y algunos ejercicios con pesas, ocupé una de las bicicletas estáticas y, ¡qué casualidad!, en la de al lado me encontré con mi amiga Sonia.

— Pero, Sonia, ¿qué haces tú aquí a estas horas? —fue mi saludo dándole dos besos.

Mi amiga vivía cerca, e íbamos al mismo gimnasio, pero nunca habíamos coincidido por la diferencia de horarios.

— Mayca, guapísima —me saludó, correspondiendo mis besos—. Pues ya ves, que esta tarde tengo un viaje de trabajo, y como no volveré hasta mañana por la tarde, entrando en el fin de semana, he preferido madrugar un poco más hoy para no pasar tanto tiempo sin entrenar, que con lo que me ha costado ponerme en forma, como para perderlo ahora…

— ¡Venga ya! , ¡pero si estás estupenda! —dije, observándola de pies a cabeza.

— La que está estupenda eres tú —replicó, mirándome ella también de abajo arriba—. Y si ahora estoy más en forma, en parte es gracias a ti, que me animaste a apuntarme al gimnasio como vía de escape tras aquello.

— Bueno, yo solo te di un empujoncito…

— Y el ver los resultados tan divinos en ti, me sirvió de inspiración —afirmó, consiguiendo ponerme colorada.

Cada una tomó posesión de su bicicleta y, durante media hora, nos concentramos en el ejercicio sin mediar palabra. Yo me puse música inmediatamente, pues nada más sentarme sobre el sillín, sentí molestias en mis huesos pélvicos como recordatorio del “castigo”  al que mi vecino los había sometido, por lo que preferí sufrir en silencio las consecuencias de mi lujuria y la potencia de mi amante.

Cuando terminamos, aún charlamos un rato antes de que ella se duchara en el propio gimnasio para luego irse a trabajar, yo ya me ducharía cómodamente en casa.

— ¿Y qué tal está Agustín? —me preguntó—. Hace mucho que no le veo.

— Bien —contesté con un suspiro—, de viaje, como casi siempre…

— Vaya, pues ya lo siento. Es increíble lo diferentes que son vuestros trabajos: él casi siempre viajando, y tú en casa. ¡Cómo para tener vida en pareja!

— Sí, la verdad es que es complicado. Me siento muy sola… —no sabía si le contestaba a ella, o me reafirmaba a mí misma por lo que había hecho.

— Qué pena, una mujer que se mantiene tan joven y guapa… ¡La de hombres que harían cola para llenar esa soledad!  —afirmó, guiñándome un ojo de complicidad.

— ¡Ja, ja! —reí.  «Si tú supieras», dije mentalmente—. A lo mejor debería buscarme un jovenzuelo que me alegrase, como el tuyo, ¿no?

— ¡Absolutamente recomendable! —exclamó entre risas—. Como cantan Los del Río: “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas…”

Reí con ella.

— Anda que no te has soltado la melena desde que estás con ese chico —le solté con la confianza que había entre ambas.

— ¡Pues claro que sí, chica! La vida son dos días y hay que disfrutarlos. Solo me arrepiento de no haberlo hecho antes, incluso cuando aún estaba con el cabrón de mi ex…

«Vaya, sí que se le ha abierto la mente, sí», pensé. «Y eso que su divorcio fue, precisamente, porque él la ponía los cuernos. A lo mejor sí puedo desahogarme en algún momento con ella contándole mi aventurilla. Parece que lo entenderá y me guardará el secreto».

— ¿Y cuándo vuelve tu ausente maridito? —me preguntó a bocajarro.

— El sábado por la mañana. Ahora está en Grecia. Mañana, cuando acabe de trabajar, tiene que tomar un tren para ir hasta Atenas, hacer noche, y ya coger el vuelo para acá.

Me pareció ver un brillo en sus enormes ojos verdes, como los míos, aunque irisaban hacia un fascinante tono gris oliváceo.

— Pues como yo vuelvo mañana por la tarde —me recordó con entusiasmo—, ¿qué te parece si te vienes a cenar a casa? Te presentaré a Julio, te va a encantar…

«Un momento, ¿quiere presentarme formalmente a su chico?»

— No sé, Sonia —dije, dubitativa—. No quisiera meterme en vuestros planes de pareja…

— ¿Pareja? No, no, ¡qué va! —negó rotundamente—. Lo último que quiero yo ahora son ataduras, lo que realmente necesito son nuevas experiencias… Julio solo es un miembro de mi equipo… —hizo una pausa dibujándosele una sonrisa de picardía— Un miembro que me gusta y con el que me corro como una loca, ¡ja, ja!

Volví a reír con ella. Resultaba chocante y divertido escucharla hablar así, teniendo en cuenta su perfecta corrección y saber estar en todo momento.

— Ya veo, ya... Anda, déjalo, que tal y como estoy, hasta me das envidia —dije manteniendo, por el momento, mi imagen de perfecta y fiel esposa de un marido que me tenía abandonada.

— ¡Pues por eso! Para no darte envidia, vente a cenar con nosotros —sus bonitos ojos volvieron a adquirir un brillo especial mientras me repasaba visualmente de los pies a la cabeza—. Estoy segura de que Julio estará más que encantado de conocerte. Nos tomamos unos vinitos y que la noche se lleve las penas… Creo que lo podemos pasar muy bien los tres, mi cama es grande…

«¿He entendido bien lo que me está proponiendo?», me interrogué mentalmente, sintiendo cómo los pezones se me ponían durísimos para marcarse en el sujetador deportivo y el top. «¿O mi mente recalentada por lo pasado en los últimos días me está haciendo imaginar cosas?»

Remarcando sus palabras, Sonia tomó un mechón de mi negra melena, que había escapado de la coleta, para colocármelo tras la oreja con una sutil caricia.

«¡Joder, sí quiere nuevas experiencias, sí!»

— Yo… eh… necesito pensármelo —contesté, abrumada y curiosamente excitada.

— Claro, claro —se apresuró a decir sonriéndome dulcemente, haciéndome apreciar, de un modo distinto al de siempre, la belleza y armonía de su rostro—. Con toda la confianza para lo que decidas, somos amigas —prosiguió, tomando mi mano con las suyas con otra caricia—. Y si este viernes te parece precipitado, y prefieres otro día, ¡pues perfecto!. Si con alguien me gustaría compartir cena, y probar un menú distinto, es contigo.

Turbada, aunque no por la propuesta en sí, sino porque mi mente no la rechazaba de pleno, sintiendo incluso curiosidad, liberé mi mano suavemente.

Mis ojos recorrieron, inconscientemente, la anatomía de mi amiga, apreciando en sus ajustadas prendas de gimnasio cómo el entrenamiento del último año había tonificado su cuerpo, ensalzando la curvilínea belleza de la que yo siempre había considerado la más guapa, con diferencia, de mis amigas. Aunque, curiosamente, lo que más nos unió cuando nos conocimos en la época universitaria, fue que ella venía del instituto habiendo sido el patito feo de su clase, convirtiéndose en cisne ese verano, y yo venía del mío habiendo sido la guapa acomplejada por una nariz claramente mejorable.

— Ya te diré, ¿vale? Si no, ya haremos juntas alguna otra cosa de amigas —le dije, intentando que no se sintiera rechazada en caso de no aceptar algo que nunca me había planteado.

Mi vecino, sin proponérselo, había trastocado mi forma de ver las cosas a niveles que ni yo misma conocía, y el erizamiento de mis pezones por esta conversación, y esa nueva forma de mirar a mi amiga, eran pruebas fehacientes de ello.

— Pues claro, ¡como siempre! Solo es una idea que se me ha ocurrido para sacarte de la rutina —argumentó alegremente—. Me ayudaste con mi depresión, y no me perdonaría que tú cayeses en una sin haber hecho nada para evitarlo, sea lo que sea —añadió, guiñándome nuevamente el ojo con complicidad—. También podemos cenar, tomar algo y ya está, ¿vale? Y ahora me voy corriendo a la ducha, que si no, no llego al trabajo.

Dándonos dos besos, como siempre, nos despedimos quedando en que ya la llamaría para el viernes, o más adelante para lo que fuera.

De camino a casa fui dándole vueltas a la conversación. Era increíble el cambio que había experimentado mi amiga. En poco tiempo, lo que parecía un matrimonio perfecto, se había hecho trizas al descubrir que su marido le había estado engañando con una jovencita. Había caído en una profunda depresión, pero había resurgido de ella más fuerte que antes, un poco díscola, pero sin duda más feliz.

«¿Haré yo algo así?», me planteé. «Sin duda, Fer me ha revolucionado dándole nuevas emociones a una aburrida vida que paso la mayor parte del tiempo sola, pero, ¿seré capaz de ir más allá? ¡Joder, que Sonia me ha propuesto montarnos un trío con su follamigo!»

«¿Y por qué no?», surgió la voz de mi demonio interior. «Sonia es una mujer muy atractiva, ¿has visto cómo le brillaban los ojos?  Es tu amiga de casi toda la vida, hay confianza entre vosotras… Si quisieras acostarte con una mujer para probar lo que es, ¡ella sería la candidata perfecta!»

«Pero yo nunca me he planteado acostarme con una mujer...», repliqué.

«¡Si eso es, exactamente, lo que estás haciendo ahora!», me desveló vehementemente mi lado oscuro. «Además, como su amante sea la mitad de bueno de lo que ella alardea, vais a pasar una noche para no olvidar jamás… ¡Si hasta te has excitado al mirarla! »

«Uf, sí…»

En ese debate interno estaba, en el que parecía que mi oscuridad iba a ganar, cuando, llegando al penúltimo escalón del portal para llegar a mi piso, se abrió la puerta de los vecinos, apareciendo Fernando ataviado con unos shorts y una escueta camiseta de tirantes, entallada a las formas de su magnífico cuerpo.

— Umm, así da gusto salir de casa —dijo al verme—. Buenos días, pibón —añadió, embebiéndose de mi anatomía embutida en las mallas y el top que delineaban mi figura.

— ¡Shhh! —le chisté, poniéndome un dedo en los labios—. No me hables así en público —le advertí con un susurro.

«¡Madre mía, qué ejemplar masculino!», no pude evitar gritar por dentro al analizar cómo las prendas deportivas mostraban sus robustos muslos y fuertes brazos, envolviendo su tronco y dibujando las líneas de sus firmes pectorales para describir la forma trapezoidal de su torso.

— ¿Por qué? —preguntó, tomándome de las caderas cuando subí el último peldaño—. Mis padres ya se han ido a trabajar, y los abuelos de abajo no se levantarán hasta dentro de un rato. Además, si eres un pibón, eres un pibón, y ya está.

— Eres un crío —le espeté, obligándole a apartar las manos de mis caderas.

— Ah, ¿sí? Eso no es lo que pensabas ayer, cuando me pedías que te la metiera entera, ¿eh?

— ¡¿Serás cabrón?! —le reprendí, abalanzándome sobre él para empujarle contra su puerta, tapándole la boca con una mano—. ¡Nunca menciones eso fuera de mi dormitorio!

Apartándome la mano, aprovechó los escasos dos centímetros que separaban nuestros cuerpos para cogerme de mi estrecha cintura y apretarme contra él.

— La verdad es que no esperaba volver a tenerte tan pronto… ¿Sientes cómo me has puesto ya? —preguntó, haciéndome sentir, a través de la finas prendas deportivas que ambos llevábamos, su dura erección incrustándose en mi abdomen.

— ¡Suéltame! —le ordené revolviéndome, aunque sin verdadera convicción, apreciando cómo el tanga se me humedecía por el roce de mis pezones contra su pecho y su tremenda vara contra mi bajo vientre— Yo solo volvía del gimnasio…

— De ponerles la polla dura a todos, como a mí ahora. Hay que ver cómo te queda esa ropita de fitness…

— ¿Serás descarado? Yo voy al gimnasio a entrenar, no a lucir palmito —repliqué.

— Y yo me iba ahora a correr, pero viendo este palmito, prefiero correrme en él…

— No es el momento ni el lugar de que me hables así —le recriminé, bajando nuevamente el tono.

Conseguí girarme para marcharme, aunque Fernando no se dio por vencido, logrando retenerme con sus brazos alrededor de mi cintura.

— Dios, Mayca, así me pones más —me susurró al oído, atrayéndome hacia sí para que mi culo quedase pegado a su tremendo paquete.

En cuanto sentí esa dura barra de carne alojándose entre mis cachetes, únicamente contenida por livianos tejidos, una interjección de placentera sorpresa se escapó de mi garganta.

— Joder, qué culazo más rico… —añadió el chico, restregando su potencia entre mis glúteos, produciéndome una electrizante y agradable sensación—. Con estas mallas que llevas, casi puedo taladrártelo…

— ¡Uf! —suspiré, con mi tanga ya empapado—. No sigas, por favor…

— ¿Que no siga? —se coló su aliento en mi oído con un cosquilleo—. Si ya estás ronroneando, gatita, y este culito prieto lo está pidiendo…

Tenía razón. Inconscientemente, mis caderas habían comenzado a acompañar sus movimientos pélvicos, recorriendo con el canal formado por mis nalgas la excitante forma de su virilidad, imposible de ser enmascarada por aquellos shorts.

«Me está nublando el juicio…», me dije.

Sus manos recorrieron mi vientre, acariciándolo para ascender hasta alcanzar las montañas de enardecidas cumbres. En cuanto rozó los erectos pezones, una descarga provocó un espasmo en mi columna, arqueándola para sentir más intensamente cómo aquella magnífica hombría se incrustaba en mi culo.

— Uufff…

— Menudos pitones, vecina, listos para una buena corrida —observó, recorriendo el volumen de mis pechos a dos manos, tratando de abarcarlos mientras los presionaba con las yemas de sus dedos.

«Me derrite, el muy cabrón me derrite…», confesé, complacida por el exquisito masaje pectoral al que me sometía, sin dejar de hacerme notar el tamaño de su erección.

— Aquí no… ahora no… —traté de resistirme entre suspiros—. Vengo sudada del gimnasio…

Su mano derecha tomó rumbo sur, y enseguida sentí el calor de sus dedos entre mis muslos recorriendo el elástico tejido, arrancándome otro profundo suspiro.

— Estás mojada, Mayca, y no de sudor…

«Dios, ya me tiene, ahora sí que voy a sudar».

Sus hábiles dedos se colaron por la cinturilla de la prenda, deslizándose bajo el tanga, hasta que toda su mano desapareció arropada.

— Umm… —gemí con el tacto de sus falanges en mi mojada vulva.

— Ahora vamos a entrar en mi casa, y vamos a hacer que este coñito hambriento trague carne hasta convertirse en una fuente —me propuso, a la vez que su dedo corazón rozaba mi perla, provocando que mi espalda se arquease aún más—. Y después, será el turno de este culazo, que también pide su ración…

«¡Oh, Dios mío!», exclamé para mis adentros. «Quiere darme por detrás… Nunca me he dejado, pero, tal y como me tiene ahora…»

Su anular y corazón se colaron más abajo, abriéndose camino entre mis pliegues para penetrarme, repentinamente y formando un garfio, mientras me oprimía una teta, me mordisqueaba e lóbulo de la oreja, y nuestros cuerpos se presionaban el uno contra el otro.

— ¡Au! —grité, en un tono demasiado audible—. ¡Joder, me molesta!

— ¿Pero qué dices? —me preguntó, sorprendido—. Si estás ardiendo y chorreando…

Su maniobra, que en cualquier otro momento me habría hecho entrar en combustión, me había producido dolor, tanto en mi sexo, como en los huesos pélvicos, al igual que lo había sentido montando en la bicicleta estática.

— Anda, vamos para adentro —siguió—, que lo de ayer nos supo a poco…

— No, no, no —me opuse, sacando su mano de mi entrepierna—. ¡No puedo!

— Venga, Mayca, estás cachonda perdida y te mereces un polvazo —insistió, excitándome con sus palabras a la vez que su pelvis golpeaba mis posaderas.

Pero ese movimiento, que habría podido hacerme perder los papeles, lo único que consiguió fue confirmar la molestia.

— De verdad que no puedo —atajé, dándome la vuelta para mirarle a la cara—. Ayer… —hice una pequeña pausa para tragar saliva y bajar más el tono de voz—. Me follaste demasiado duro… Ahora me duele.

— Ayer no tenías ninguna queja —contestó con una media sonrisa—. De hecho, fuiste tú la que pedía más. Diría que nadie te había follado nunca así, y sé que te gustó…

— Uff, ni te imaginas —le dije, acariciando su torso—. Y ahora mismo me has puesto… que me muero por repetirlo. Pero, de verdad, Fer, me duele un poco, y entre esa intensidad y esto que calzas —no pude evitar que mi mano agarrase la columna de mármol que había entre ambos—, me da miedo que me hagas más daño. Al menos hoy…

— ¡Mierda! —maldijo—. Mayca, con lo buena y cachonda que estás… ¿cómo me voy a ir yo ahora así a correr? Tendré que llamar a alguna amiga para que arregle este estropicio que tú has hecho…

Esa amenaza, apelando a los celos que había visto en mí el día anterior, me pareció un golpe bajo. «¡Qué cabronazo!». Un golpe que no surtió efecto en mí por celos, sino por el hecho de usarlo. «¡Y cómo me pone este niñato con su chulería!».

— Eso no será necesario —le dije, mirándole con el vicio plasmado en mis facciones—. Soy mayorcita para arreglar mis propios asuntos. Y este asunto —remarqué, metiendo mi mano bajo su ropa para empuñar a piel desnuda ese miembro que me fascinaba— requiere que dé lo mejor de mí para obtener lo mejor de él.

Me relamí, y a él se le escapó un suspiro contemplando mi lascivo gesto.

Sin duda, ahora ya estaba demasiado excitada, y mi juicio se encontraba trastornado. Necesitaba satisfacer mi deseo por el muchacho, necesitaba sentirle dentro de mí, y aunque de cintura para abajo no pudiera complacerme, no quería decir que no pudiera darme un buen banquete.

Sin dilación, Fernando se bajó la ropa a medio muslo bien tonificado, dejándome contemplar, al separarme unos centímetros de él, cómo la torre de Pisa parecía haber sido construida en su entrepierna.

Obnubilada por la excitación, cediendo el juicio a la lujuria, no me importó que nos encontráramos en el portal. De hecho, la imagen de la primera vez que había pillado al informático con una de sus amiguitas, acudió a mis recuerdos: precisamente en ese mismo lugar, estando el veinteañero con los pantalones a medio muslo mientras una rubia acuclillada movía la cabeza en vaivenes sobre su entrepierna… «¡Qué morbazo!»

Bajé hasta ponerme en cuclillas, sin dejar de empuñar el enhiesto músculo que mi mano apenas podía rodear, y cuya amoratada cabeza sobresalía más del doble de lo que mi mano cubría.

Se veía tan lozana y apetitosa… Dura como el acero, gruesa como un tronco, larga como una boa, potente como un misil… Surcada de portentosas venas, dotándola de la sangre suficiente para mantener firme semejante dotación; con el redondo glande, de delicada piel de tono violáceo, evidenciando humedad en su extremo para presagiar el postre que me esperaba… ¿Cómo no caer ante la tentación de tan suculento manjar?

Humedecí mis sensibles labios y los posé sobre el balano, haciendo que éste se deslizara a través de ellos para introducirse en mi boca. El sabor de su lubricación satisfizo mis papilas gustativas cuando esa testa contactó con mi lengua, y mis pétalos siguieron descendiendo para superar la corona y adaptarse al grosor del tronco que ansiaba engullir a continuación.

— Ooh, así…  Suave al principio es como más me gusta —me informó el chico con su glande enterrado en mi cavidad.

Sus manos bajaron a mi cabeza, acariciando la coleta que me había hecho para ir al gimnasio, y pensé que me tomaría de ella para marcarme el ritmo de la felación, pero no, por el momento todo el poder era mío, y se dejaría llevar por lo que ya había comprobado que era mi buen hacer.

Succioné, tirando de la deliciosa polla para seguir metiéndomela en la boca, alojando su punta entre el final de mi lengua y el velo del paladar, asomándose a mi garganta con algo menos de la mitad del miembro engullido, y la acaricié internamente retorciendo mi lengua contra ella, degustando el salado sabor de su piel mientras mi olfato se colmaba de olor a macho.

Volví a subir manteniendo la succión, dejando la porción probada con una fina capa de saliva que produjo un evocador sonido con mis labios, deleitándonos a ambos.

— Joder, Mayca, con esos labios y boquita que tienes, siempre supe que tendrías que disfrutar comiéndote mi polla…

— Uhum —asentí, chupeteando con mis suaves pétalos y la punta de mi ávida lengua el balano, como si fuera un Chupa Chups.

Me excitaba de tal manera comerme esa joven verga, que disfrutaba el acto hasta el punto de sentir cómo mi coñito seguía licuándose con el simple roce del tanga estimulando mi clítoris inflamado.

No pocas mamadas le había hecho a Agustín, pero nunca las había disfrutado de esa manera. Siempre se las hacía por él, para su disfrute, no el mío (salvo la última que le hice pensando en el chico), y para contemplar divertida mi efecto sobre él cuando acababa derramándose sobre su barriga. Pero ahora había alcanzado otro nivel, ahora lo disfrutaba de verdad.

Con Fernando había descubierto lo increíblemente excitante que podía resultar comerse una buena polla, sentir en los labios y lengua su suavidad y consistencia, cada una de sus venas, su sabor, su longitud obligándome a dilatar mi garganta… Y obtener como premio a la dedicación, el sabroso y exclusivo postre, esa hirviente y abundante leche de macho eyectándose contra mi paladar y garganta para hacerme sentir maravillosamente puta.

Mi mano acarició suavemente la estaca y, mientras mi boquita daba buena cuenta de la cabezota, descendió hasta alcanzar los colgantes testículos, sopesándolos, mimándolos y rozando la piel escrotal con las uñas.

— Dios, me estás poniendo tan malo que no sé si voy a poder contenerme para no atravesarte.

Esas palabras, y sus amortiguados gruñidos, no eran más que otro estímulo para mí, así que cedí a mi gula, y volví a succionar, envolviendo con calor y humedad la espada hasta que topó con mi garganta. Entonces, mi desaforada fogosidad me llevó a poner en práctica aquel talento que había descubierto tan solo unos días antes, con el mismo protagonista.

Conteniendo los amagos de arcada, sofocados en mi cerebro por la propia lujuria, mientras sentía cómo algunas lágrimas inundaban mis ojos, enfilé el ángulo correcto para mover la cabeza hacia el pubis del joven, permitiendo que el redondeado glande dilatara mis tragaderas para continuar avanzando y engullendo carne. Hasta que mi quirúrgicamente perfeccionada nariz rozó la piel pélvica.

— Joder, Mayca, joder… ¡eres la mejor! —exclamó, tratando de contener su tono mientras los espasmos de mi garganta le volvían loco.

Cual faquir, aguanté unos segundos la profunda penetración, hasta que tuve que sacarme el largo miembro masculino, regándolo de babas que escurrieron hasta mi pecho, y tosiendo un par de veces cuando hubo desalojado completamente el estrecho conducto.

Pero a pesar del esfuerzo, estaba ya tan sumamente excitada, que tras coger un poco de aire, volví a comerme la polla con ganas, subiendo y bajando por su tronco con los labios, realizando un rítmico “Slurp, slurp, slurp” con el que la verga se deslizaba entre mis esponjosas almohadillas y sobre la lengua, incidiéndome una y otra vez en el velo del paladar.

Fer gruñía extasiado, mientras en mí,  el propio movimiento de cervicales se extendía por todo mi cuerpo hasta sentirlo en el coño, contrayéndose y relajándose al mismo compás, llevándome a un estado cercano al orgasmo que incentivaba aún más mi ansia.

Succionaba con ganas, hundiendo mis carrillos, como quien está acabando con el más delicioso y refrescante granizado veraniego, apretando con la lengua y los labios, haciendo bufar al macho durante unos minutos que hicieron sus delicias y pusieron a prueba su temple.

Con la espalda apoyada en la puerta de su casa y sujetándose a mi cabeza, parecía que le flaqueaban las piernas de puro goce, pero seguía aguantando mi desmedido apetito como el purasangre que era.

Con la almeja vibrante y jugosa, y los pezones a punto de rasgar el sujetador y el top, volví a alinear el ariete con mis tragaderas, encajándome el suave glande en la garganta para que éste la dilatara y esa tremenda pitón fuera engullida por mi lasciva voracidad.

— Oohh, Diosss… —evocó el informático, disfrutando de la estrechez y profundidad de la penetración oral— Qué vicio tienes… Me tienes ya a punto…

Paralizado, con mis manos aferradas a sus sólidos glúteos en tensión, y mi nariz rozando su pubis, el lancero se deleitó con el reflejo de deglución constriñendo su mortífera arma.

Pero, aunque la garganta profunda fuera terriblemente excitante en mi mente y, por lo visto, delirantemente placentera para la “víctima”, físicamente resultaba incómoda y agotadora, por lo que solo aguanté los segundos que pude hasta que necesité respirar.

Finalmente, con un sonido gutural, me la saqué por completo. Estaba segura de que, al menos en esa ocasión, no sería capaz de repetirlo.

— Uff, preciosa —me dijo, observándome con cara de salido mientras me limpiaba la saliva de la barbilla con el dorso de la mano—. Solo me ha faltado un pelín para llenarte directamente el estómago de leche…

— Lo que quiero es saborearla —conseguí decir, con la voz rota.

— Sin duda, nadie se la ha merecido más que tú, y ya casi la tienes… Quiero correrme en esa sensual boquita viciosa…

Sin atisbo de duda, mirándole directamente a los ojos, agarré la marmórea columna bañada en saliva, y la succioné lentamente con los labios, sin perder ni un segundo el contacto visual.

— Oohh, me vuelve loco cuando lo haces así…

Con tranquilidad, disfrutando de cada milímetro de piel que se deslizaba por mis pétalos y se arrastraba por mi lengua, seguí chupando, arriba y abajo, arriba y abajo, sin ninguna prisa, sacándole brillo a ese juguete al que me había vuelto adicta, con mi excitación en niveles extremos, pero conteniéndome para no ceder a su impulso y comerme la polla con ansia desmesurada.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

Así pude realizar una exquisita y pausada mamada, con dedicación, profunda y larga, retardando el éxtasis del macho, llevándole a cumbres de placer que colapsaban todos sus sentidos. Mientras, yo me recreaba viendo cómo su rostro se iluminaba de gozo y sus suspiros eran más largos y sonoros.

— Aah… Mayca… aahh… Esos ojazos verdeeess… Tan preciosa y tan putaaahh… Me estás matandoohh…

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

El sonido de mis succiones, sobre todo cuando la amoratada testa volvía hasta mis labios, y los profundos suspiros de hombre extasiado, eran música celestial para mis oídos, la banda sonora de un orgasmo que también se estaba madurando en mi interior.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

De pronto, un portazo nos sacó del onírico momento.

— ¡Joder! —exclamó Fer, mientras yo me quedaba catatónica con casi la mitad de su verga dentro de mi boca.

— ¿Hay alguien ahí? —escuchamos la voz de Don Mariano, procedente del piso de abajo.

— ¡Soy yo… Fernando! —se apresuró a gritar el chico.

— ¡Ah!, me habías asustado. ¿Bajas, joven?

— No, no, baje usted, Don Mariano. Yo… —Fer volvió a cruzar la mirada conmigo, y una sonrisa se dibujó en sus labios— ¡Me están calentando a tope y me voy correr en cualquier momento!

— ¿Mmm? —pregunté de forma casi inaudible, con la boca llena de carne y los ojos como platos.

Sus manos presionaron mi cabeza y su pelvis se movió ligeramente hacia delante, incrustándome el balano en la garganta.

— No pares ahora —susurró.

Estaba desconcertada, pero el morbo de la extraña situación, a medio camino de ser pillados in fraganti, sumado a todo lo que llevaba acumulado, hizo reaccionar a la ninfómana que en los últimos días se había despertado en mí, así que continué con la lenta, profunda y deliciosa mamada de ese pirulo que me arrebataba la capacidad de pensar.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

— ¿Cómo has dicho, muchacho? —escuchamos la voz del octogenario.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

— ¡Que estoy calentando a tope para irme a correr! —gritó el atlético informático, casi sin respiración.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

«Todavía sube y nos pilla», pasaba por mi mente. «Estoy que exploto…»

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

— Muy bien, muchacho —contestó el anciano—, el deporte es salud. Yo me voy a dar un buen paseo antes de que haga más calor. ¡Lleva cuidado de no lesionarte!

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

— ¡Igualmente! —le deseó—. Y descuide, Don Mariano —añadió en última instancia, entre gruñidos—, que nunca he calentado tan bien el músculo. ¡Voy a darlo todo!

Esa afirmación, junto con el cosquilleo en mis labios y la continua incidencia en mi paladar, me llevaron al límite.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

Tras unos pasos, aún más lentos que mis chupadas, al fin escuchamos cerrarse el portal.

Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo…

— Dios… ¡Aquí viene tu desayuno, preciosa! —me anunció Fer, clavando su más fiera mirada en la mía.

Su polla pareció hincharse aún más en mi boca, la sentí palpitar, y una repentina eyección de fuego seminal se estrelló contra el fondo de mi paladar, anegándome la garganta y abrasándomela al tragar parte del denso y abundante néctar.

Esa sensación supuso el detonante de mi propio orgasmo, que nació de mis entrañas para provocar un terremoto en todo mi cuerpo, el cual me incitó a chupar con desesperación la convulsionante verga, que volvía a entrar en erupción con una segunda ráfaga de candente leche de hombre, anegando cada hueco no ocupado por carne.

Mi clímax no es que fuera el más intenso que había tenido, pero sí uno de los más buscados, a pesar de que ni había llegado a tocarme, por lo que lo disfruté como una experiencia inolvidable: mi segundo orgasmo espontáneo, haciendo disfrutar a mi amante sin dejar de amamantarme de su excelsa virilidad.

Sintiendo el calor de mi propia descarga sexual, saboreé el elixir de mi joven macho derramándose a borbotones en mi boca mientras lo tragaba con avidez, sin dejar de succionar, recibiendo más y más de su esencia, que rebosaba de mis labios por su abundancia.

Mis gemidos fueron acallados por esperma y vibrante músculo, así que, finalizada mi breve explosión espontánea, decidí sacarme la verga para poder tragar lo que no daba abasto, mirando atentamente la cara de extremo placer de Fernando, quien aún mantenía sus ojos cerrados y las mandíbulas apretadas.

Cuando el glande volvió a emerger de entre mis labios, engrosados por la excitación y el roce, brillantes de saliva y leche, a la vez que tragaba el denso líquido acumulado, el semental abrió los ojos.

— ¡Joder, qué diosa! —exclamó entre dientes, mirándome con los ojos desorbitados.

Su falo eyaculó con renovado ímpetu, expeliendo un buen chorretón blanco que me cruzó el rostro, a unos milímetros de colarse en mi ojo izquierdo cuando me impactó.

Rápidamente, volví a cobijar la anaconda en mi boca, atrapando su cabeza con mis pétalos para que pudiera regalarme sus últimas descargas. Así, entre gruñidos masculinos, sentí cómo esa maravilla que parecía haber cobrado vida propia, soltaba sus menguantes ráfagas postreras sobre mi lengua, permitiéndome saciarme de su agridulce sabor hasta que, con unas pocas succiones más, me cercioré de que me había ofrecido cuanto podía otorgar en ese momento.

— Me has dejado seco —confesó mi golosina tras un largo suspiro.

— ¿Quién lo diría? —dije yo, levantándome y recogiendo con los dedos los restos de corrida sobre mi cara y barbilla—. ¡Menuda cantidad de leche! —añadí en tono susurrante, mirando mis dedos para chuparlos—. Mmm… parecía que no ibas a acabar nunca…

— Eso es porque has conseguido llevarme hasta el límite… Ha sido la mamada del siglo…

Me reí, complacida y halagada.

— Y por lo que veo —continuó, mirándome la entrepierna— tú también te has corrido, ¿eh?. ¡Me encanta lo calentorra que eres!

Dirigí mi mirada en la dirección de la suya, y comprobé cómo una mancha púrpura rodeaba la zona de mi coñito, evidenciando la humedad que habían absorbido las mallas de color violeta.

— Uf, sí, estoy hecha un asco —contesté, observando también, cómo mi top estaba salpicado sobre mis pechos con saliva y algo de semen que no había podido llegar a tragar.

— Estás preciosa… Como para irme a correr ahora, necesito sentarme un rato. Creo que te has bebido un cuarto de mi vida.

Los dos nos reímos.

— Yo necesito una ducha ya, ahora sí que me siento sucia de verdad…

— Eso es porque eres una auténtica guarrilla, ¿verdad? Solo necesitabas algún incentivo para demostrarlo, incluso a ti misma.

— Yo… —no pude evitar esbozar una sonrisa.

Unos días atrás, aquello lo habría tomado como un insulto, y me habría ofendido, sin embargo, ante la evidencia, no podía menos que aceptarlo. De hecho, hasta me pareció un halago.

—…soy una mujer casada, en mi plena madurez —proseguí—, y nunca había hecho nada así. Hasta en el portal… Supongo que has sacado mi lado oscuro.

— No, preciosa, lo que he sacado de ti es tu lado más luminoso. Una hembra como tú debería ser patrimonio de la humanidad, y no restringirse a encasillamientos sociales. Tienes luz propia, y el poder de distribuirla gozando y haciendo gozar a los demás.

Me quedé atónita. Fer era inteligente y, además, parecía tener un fondo más allá de su irresistible poderío físico y pose chulesca.

— Tal vez tengas razón… Pero nunca más vuelvas a abordarme en un sitio público —le advertí—, ni siquiera mencionarlo. Pones en peligro mi matrimonio y a mí.

— Está bien, lo entiendo, ha sido un calentón…. Aunque qué morbazo cuando hemos oído a Don Mariano, ¿eh? Y tú seguías ahí, dale que te pego, zorra cachonda…

— ¡¿Serás…?! Has sido tú quien no me ha dejado parar… Bueno, da igual. Sí, ha tenido mucho morbo, pero nunca volverá a pasar nada así, ¿entiendes? —le advertí con un dedo.

En ese momento, fui consciente de la diferencia de edad. Me vi a mí misma como una madre riñendo a un niño. Por suerte, ese niño desterró inmediatamente esa imagen de mi cabeza.

— Lo entiendo —asintió—. Entonces, ¿cuándo volveré a follarte? ¿Mañana seguirás teniendo molestias?, ¿habrá vuelto Agustín? Mis padres se irán por la tarde al pueblo…

— Supongo que mañana estaré totalmente recuperada, y Agustín no volverá hasta el sábado por la mañana… Pero a lo mejor quedo con unos amigos —dije dubitativa, recordando repentinamente el asunto de Sonia.

En realidad, no había ninguna duda, en cuanto había mencionado que quería volver a follarme, mi coñito había chapoteado. Solo me hacía de rogar. Ahora que tenía su atención, tampoco era plan de mostrarme a su disposición siempre que él quisiera.

— Venga ya, Mayca, ¿a lo mejor quedas con unos amigos? Yo te ofrezco follarte hasta que no te tengas en pie. Vas a tener de esto —se agarró la entrepierna— hasta que te deshidrates de tanto correrte.

Sonreí con picardía y fascinación. Ese chico sabía sacar de mí todo lo puta que ni yo misma sabía que era, y me encantaba.

— Mañana, a las once de la noche en mi casa —zanjé la conversación, dándome la vuelta y entrando en mi piso.

CONTINUARÁ…