Paraiso tropical.
Un terrible accidente, años de soledad y al final el paraiso tropical.
Me aferraba con ambas manos a los reposabrazos del asiento. Un sonido insistente y monótono se oía por encima del ruido de los motores. Las mascarillas de oxígeno colgaban cimbreándose sin sentido en todas direcciones. El cuerpo desmadejado de la azafata resbalaba por el suelo con los bruscos movimientos de avión. Un duro impacto y después nada. Abrí los ojos sujeto todavía al asiento. Durante unos segundos, mire en todas direcciones sin recordar nada, y sin entender nada. Delante de mí tenía el mar, tranquilo, hermoso, de un azul extraño bajo un sol luminoso. De improviso los recuerdos volvieron de golpe y empecé a reaccionar. Estaba en lo que quedaba del avión, la mitad trasera, y del resto no había ni rastro. Seguramente el avión rebotó en esta playa, dejando la cola, y el resto siguió hasta el mar. Solté el cinturón y salí renqueante y muy dolorido al exterior. Grite, pero nadie contestó. Mire a mi alrededor y solo vi playa y palmeras. Parecía que el avión había intentado aterrizar a lo largo de la playa, por los restos que se veían esparcidos por ella. Anduve un poco hasta el final de la corta playa y vi un cuerpo tirado en la arena a merced de las olas. Corrí como pude y tire del cuerpo para sacarlo de agua. Era una mujer, una secretaria que viajaba en el avión, un Falcon pequeño propiedad de la petrolera donde trabajo. Estaba muerta. El primer día estuve sentado en una piedra esperando el rescate. El segundo día empecé a registrar el avión en busca de comida. El tercero, empecé a hacer inventario de todo lo que había en los restos del avión, y lo que el mar devolvía de la otra parte, donde estuviera. En lo que quedaba del compartimento de carga, además de unas cuantas maletas, encontré una carabina de precisión, con mira telescópica, silenciador, y con gran cantidad de munición, todo dentro de una maleta metálica. ¿De quién seria un arma así? Ni idea, no soy capaz de relacionarla con ninguno de los pasajeros, todos ejecutivos de la petrolera, y como ya he dicho, alguna secretaria de dirección. El cuarto día, después de enterrar a la secretaria sin mucho esmero, subí a lo alto del promontorio que coronaba la isla para ver que se veía. Confirme que era una isla muy escarpada, de unos ochenta o noventa metros de altura, y con una única playa. Dos semanas después, había vaciado la cola del avión, y los había trasladado a una cueva que encontré al otro lado de la isla, a unos treinta metros sobre la rompiente. Al año, había convertido la cueva en mi hogar. La puse una puerta, cerrando la amplia entrada, y había allanado el suelo, nivelándolo. De un arroyo cercano, el único que había en la isla, construí una conducción para traer el agua hasta una pequeña piscina que cavé, y luego empedré, en el exterior de la cueva. Aunque luego me acostumbre, me aburría como una ostra. Los seis libros que encontré entre los restos, ya no los leía porque me los sabía de memoria. Me había convertido en un experto tirador, me tiraba horas y horas disparando a cocos que luego recolectaba del suelo. No entendía como alguien podía viajar con tal cantidad de munición. Todo esto lo fui haciendo para mantenerme activo, pero al cuarto año, mi vida se reducía a recolectar cocos, pescar, hacer algo de deporte y dormitar en la entrada de la cueva.
Una tarde, ya anocheciendo, oí un extraño rumor que parecía venir del otro lado de la isla, de donde se estrelló el avión. Del accidente ya no quedaba nada, una tormenta tropical, extremadamente fuerte, barrio y limpio toda la playa. Con unos pequeños prismáticos, en encamine hacia el origen del rumor, y mientras me aproximaba, distinguí el resplandor de una hoguera. Con el corazón latiendo a ritmo desenfrenado por la certeza de un rescate, comencé a bajar corriendo por el monte. Llegando a la linde de las palmeras, me pare en seco, y me escondí. Lo que había visto no me cuadraba. Iluminados por el resplandor de la hoguera, varios hombres, armados con pistolas y algún fusil, de aspecto polinesio, o malasio, bailaban borrachos entorno a ella. Una canoa con un motor fueraborda, típica de la zona, reposaba sobre la orilla. Percibí un bulto cerca de ellos y lo mire con los primatitos. Era una especie de manta grande que tapaba algo que se movía. Mirando con detenimiento vi un pie que salía por debajo. Como parecía que iban a estar tiempo allí, decidí volver a la cueva a por mi carabina, que llevaba instalado el silenciador, y una automática. Cuando regrese, habían sacado a una chica joven, una cría de no más de quince años de debajo de la manta y la estaban violando. Todos lo hicieron con una ferocidad inusitada, incluso la mordían y la hacían cortes con sus cuchillos mientras la follaban. La cría no paraba de chillar, y entonces, el último, que parecía el jefe, la puso a cuatro patas y mientras la penetraba por detrás la rebanó la garganta de un lado a otro sujetándola por el pelo. Hizo fuerza hacia atrás, hasta que rompió el hueso y termino de cortarla la cabeza, que cayó a la arena. No paro, siguió follando el cadáver sin cabeza de la cría hasta que se corrió. Atónito, y muy alterado contemple la escena. Decidí colocarme en un punto más elevado para ver mejor la situación. Cuando me sitúe, mire con la mira telescópica de la carabina y vi que habían sacado a otra cría de debajo de la manta, que reposaba en el suelo. Mientras uno de ellos, tumbado sobre ella la violaba, estudie la situación. En total eran seis, y todos estaban bien iluminados por la hoguera. Apunte a uno que parecía dormitar sentado en el suelo y le dispare a la cabeza. Cayó hacia atrás y se quedó inmóvil. Otro de los hombres se acercó a él y cuando se inclinó, recibió un disparo cayendo encima de él. Quedaban cuatro, el que en ese momento violaba a la niña y tres, que haciendo corro le jaleaban. Dispare rápido a los dos que más juntos estaban y se desplomaron sobre el suelo. El tercero, se percató de lo que pasaba y salio corriendo en dirección a la lancha. El violador se incorporó para ver que ocurría y le reventé la cabeza. Sus sesos, y su sangre, bañaron el cuerpo de la cría, antes de que su cuerpo cayera sobre ella. Busque con el visor al huido y le encontré dentro de la lancha intentando poner el motor en marcha. Dispare y fallé. Debió oír el zumbido de la bala porque se agachó y con la pistola comenzó a disparar. Dispare casi todo el cargador, hasta que de repente una gran explosión destruyó la embarcación. El hombre salio envuelto en llamas hasta que finalmente quedo inmóvil sobre la arena.
—¡Mierda! — exclamé. Me daba perfecta cuenta de que se había ido todo a tomar por el culo. Estaba claro que había alcanzado el depósito del motor.
Baje a la playa, con la carabina a la espalda y la automática en la mano. No quería correr riesgos, remate a todos con un disparo en la cabeza mientras oía llorar a la cría. El olor a carne quemada era terrible. La quite el cuerpo de encima y por primera vez la vi. Como había apreciado por el visor, no tendría más de quince años, en el mejor de los casos. Al menos es lo que a mi me parecía, que estas mujeres polinesias engañan mucho. Terriblemente delgada y casi sin pecho, me miraba con ojos de terror desde el suelo. La tendí la mano para ayudarla a levantarse y la anime moviendo la mano. Finalmente, la acepto, se levantó y se abrazó a mi cintura temblando como una hoja. La acaricie con gesto cariñoso y emprendimos la marcha hacia la cueva. La lave toda la sangre del cuerpo, prepare un lecho con ramas de palmera para que descansara, se tumbó mirándome con sus grandes ojos polinesios, y se quedó dormida. Desde mi camastro la miraba, y daba vueltas en mi cabeza, a todo lo que había ocurrido, y lo que menos me importo fue haber matado a seis hombres. Entonces repare en que la cría, todo este tiempo había estado desnuda, y seguía desnuda. Pensé darla alguna camiseta mía, pero como ella tampoco hizo ademán alguno de vestirse decidí que siguiera así, a no ser que por la mañana ella lo pidiera. Nada más amanecer, me levante y cargado con mis armas y una pala rústica, empecé a bajar a la playa. Instantes después llego corriendo y se abrazó a mi cintura. La acaricie con ternura y separándola la di la mano, reanudando el camino. Llegamos, y ella se arrodilló junto al cadáver decapitado y se puso a llorar mientras acariciaba su espalda. Tras las primeras filas de palmeras me puse a cavar un gran hoyo para enterrar los cadáveres de los hombres. Al rato, se puso a ayudarme apartando arena con las manos. Con mucho trabajo llevamos los cadáveres hasta allí y los enterramos después de quitarle todo lo que tenían de valor, pistolas y cuchillos. Llevamos el cadáver de la otra niña hasta una pequeña terraza de la montaña, desde donde se veía una bonita vista de la playa y allí la enterramos. Después nos ocupamos de los restos de la lancha, ahora, con la marea baja, en medio de la playa. El motor estaba intacto, pero sin combustible, como si no tuviéramos nada. Aun así, lo envolví en una lona y lo enterramos junto con alguna herramienta y otros utensilios de la barca. Nunca se sabe. El resto de la madera de la barca que no se quemó, la hice astillas y las subimos a la cueva para hacer fuego, lo que nos costo muchos viajes. La playa quedó casi como si no hubiera pasado nada y cuando subiera la marea, se llevaría lo que quedara. Estábamos molidos, durante todo el día solo habíamos comido unas hojas y unas raíces que yo ni sabía que se comían, y que tenían un sabor tolerable. Cualquier intento por comunicarme oralmente con ella, resulto fallido. No hablaba inglés, y mucho menos español. Cenamos algo que preparó ella, después me metí en mi estanque artificial para lavarme y apoyé la espalda contra la pared para descansar y relajarme. Se metió también en el agua y se estuvo lavando con algo que hacia espuma. Hay que joderse, cuatro años lavándome solo con agua y la jodida cría se baña con espuma desde el primer día. Termino y se tumbó acurrucándose a mi lado, pase mi brazo por debajo de su cabeza y la atraje mientras la sonreía. Estuvimos un buen rato así, y empecé a notar cierta reacción por los bajos fondos. Me empecé a sentir más que incomodo, cuando la erección fue muy evidente y la punta de mi pene emergía del agua como el periscopio de un submarino. Ella seguía abrazada a mí, bajó su mano y me agarro la polla. Supongo que no sabía que hacer, pero lo que es seguro, es que no impedí que siguiera agarrándomela. Seguía acurrucada a mi lado, y me empezó a masturbar muy despacio. La deje hacer sin plantearme nada sobre su edad. Entonces me corrí, y mi semen salio disparado con fuerza e impacto en la cara de la niña. Mientras terminaba de meneármela, clavo sus grandes ojos en los míos, y soltándome la polla, con un dedo rebaño un poco de semen y se lo llevo a la boca. No me pude controlar y con mi dedo la ayude hasta que tuvo la cara limpia. Baje mi mano hasta su vagina y se la empecé a acariciar. Instantes después empezó a apretar su chochito contra mi mano mientras su respiración se hacía más profunda. Finalmente, tuvo un orgasmo, y chilló aferrada a mi. Mientras se calmaba, echaba agua con la mano sobre su cuerpecito, y la besé. Estaba confuso, siempre había oído que una mujer, recién violada, lo último que hace es ligar con un tío. Supongo que no es el mismo caso, creo que veo una actitud sumisa por agradecimiento, pero aun así, estaba hecho un lío. Y además claramente era una menor, y veía que tarde o temprano me la iba a follar, y ya me estaban rondando las excusas. Esta niña sabe mucho para tener quince años, si los tiene. La cogí en brazos y la saque del agua. La deposite sobre el suelo e inmediatamente se arrodilló y cogiéndome la polla se la metió en la boca. Desde luego, la cría no me ayuda mucho. La deje hacer, y estuvo un rato largo chupando. Cada cierto tiempo paraba, me miraba con una amplia sonrisa, y reanudaba su actividad. La miraba, y miraba al frente, hacia el mar. Sujete sus manos con las mías para que solo usara los labios, y finalmente me corrí en su boca. Después de vaciármela bien, me miro con una enorme sonrisa, la levante del suelo y de la mano la lleve a mi camastro donde nos quedamos dormidos.
Cuando me desperté por la mañana, ella todavía dormía placidamente con su cabeza sobre mi pecho. Estuve mucho tiempo pensando, dando vueltas al asunto, y al final tomé una decisión. Decidí ignorar mis prejuicios, total, aquí nadie se va a enterar. En fin, que me la iba a calzar. Entonces surgió otro problema. ¿Y si la embarazo?, ¡Joder!, lo que faltaba. Entonces tome otra decisión, su vagina quedaba prohibida para mi polla. Estudiaría las opciones del ano, haber como reaccionaba ella. Empecé a acariciarla el trasero y a meter mis dedos por su hueco genital. Se despertó al instante, y con una sonrisa me ofreció los labios mientras apretaba su trasero contra mi mano. Acepte sus labios mientras mis dedos se internaban en su vagina.
— ¡Yo Paco! —la dije dándome con la mano en el pecho, y señalándola a ella, pregunte—. ¿Y tú?
— Tiare, —contestó después de pensar un momento, intentando adivinar que preguntaba.
— ¡Tiare! —repetí haciendo el gesto con los dedos de bonito. Me devolvió una sonrisa esplendida y volvió a juntar sus labios con los míos. Después de unos minutos de besos y caricias, la baje la cabeza hacia mi polla y sin pensárselo se la metió en la boca. La coloque a horcajadas sobre mi cara y comencé a chupar su vagina. Rápidamente empezó a gemir, tanto, que en ocasiones no podía seguir chupando y se agarraba a mi polla con las dos manos como si fuera a caerse. La metí un dedo en la vagina, y cuando estuvo bien lubricado se lo metí por el ano. En un principio arqueo la espalda por la sorpresa, pero con la mano libre guíe su cabeza hacia abajo para que siguiera chupando. Salvo la reacción inicial, lo acepto bien. Deje de chuparla y me dedique a estimularla el ano con mi dedo. Siguió gimiendo. Que estrechito lo tiene, habrá que dilatárselo bien antes de penetrarla. No tengo prisa, ni ningún sitio donde ir, puedo esperar los días que sean necesarios. Además, tengo su maravillosa boca que funciona que te cagas. Inmerso en estos pensamientos, me corrí en su boquita. Sin sacarla el dedo del culo, volví a chuparla el clítoris hasta que la hice chillar con un orgasmo, momento que aproveche para meterla un segundo dedo. Como me gustaba notar la presión de su ano en torno a mis dedos, e imagine como seria en torno a mi polla. Bajamos a la playa y comprobamos que la marea se había llevado los pocos restos que quedaban de los sucesos de dos noches anteriores. Mientras intentaba pescar algo, Tiare se puso a recolectar plantas, raíces y algunos cocos. También recogió algunas plantas con flor que volvió a plantar en la tumba de la otra niña. Tiempo después, descubrí que era su prima. Con su llegada, mi aburrida rutina en la isla dio un giro de 180 grados. Por lo pronto, cada dos por tres, y por su propia iniciativa, se arrodillaba para chupármela. La fui enseñando a hacer más cositas, como masturbarse delante de mi hasta que se corría, meterse sus deditos en el culo, o que metiera su lengua en mi ano, o que me masturbara con sus pies. Todo lo aceptaba de buen grado y con una sonrisa. Además, sabía muchas cosas de plantas y raíces, incluso fabricaba aceite que coco.
Dos semanas después de su llegada, ya la entraban tres de mis dedos por su ano, y esa noche, después de un buen rato de caricias y besos, la estuve chupando la vagina hasta que la tuve a punto del orgasmo. Me moje la polla con aceite de coco y la lubrique a ella. Me coloque sobre ella, y coloque sus piernas por mis hombros. Poco a poco y con mucha suavidad la fui penetrando. En un principio la dolió, y vi resbalar dos lagrimones de sus ojitos, pero no protesto ni se resistió. Después empezó a reaccionar a la fricción de mi pelvis sobre su clítoris y comenzó a gemir abrazada a mí. Nos corrimos casi a la vez, ella con unos chillidos que se oyeron en toda la isla, y yo con unos berridos indescriptibles. Como ya suponía, la sensación era bestial, y su ano se contraía entorno a mi polla a causa del orgasmo.
Como ya he dicho, nuestros juegos eróticos eran parte fundamental de nuestra rutina en la isla, y Tiare aceptaba complaciente todo lo que se me ocurría, que era mucho y variado. Aprendió a hablar en español rápidamente y luego, mientras ella me enseñaba el tahitiano, yo la enseñe inglés. Cinco años después de su llegada a la isla, un barco de recreo apareció por allí y nos rescato. Las autoridades de la Polinesia Francesa aceptaron la versión de que llegó como un náufrago agarrada a una tabla y que no recordaba nada de su vida anterior.
Cuando el tema de su documentación estuvo resuelto, se vino a España conmigo y nos casamos. Ya hace diez años de eso, y Tiare se ha convertido en una preciosidad de mujer con sus resplandecientes treinta años, y yo en un carcamal de sesenta y cinco. Pero su actitud respecto a mí no ha cambiado, cuando los niños están en la escuela, esta a mi disposición en todo momento, y me la chupa con la misma pasión que cuando la rescate. En ocasiones, echo de menos nuestra placida vida en nuestro particular paraíso tropical. Pero solo en ocasiones, porque el paraíso esta donde esta ella.