¿Paraiso o infierno?

Un joven se acuesta con su vecina viuda y su hija.

Cuando dije a mi familia que me iba de casa, mi madre dejó de sufrir pensando en que hacía un chico de mi edad sin novia, para hacerlo por la idea de que iba a hacer viviendo solo.

Encontré un piso de dos habitaciones a precio razonables en una zona relativamente céntrica y decidí mudarme a principios de julio. Cogería las vacaciones sin necesidad de discutir con los compañeros por el mes de agosto y tendría un mes para organizarme en mi nueva situación.

El día del traslado, varios de mis mejores amigos se ofrecieron a ayudarme. Estábamos descargando cajas del ascensor lo más rápidamente que podíamos para molestar lo mínimo a mis vecinos, cuando apareció subiendo a pie una mujer que abrió la puerta del piso contiguo al mío.

¿Tú eres el nuevo vecino?. – Preguntó a uno de mis amigos.

No, señora. Es ése.-Respondió señalándome en el momento que yo aparecía por la puerta a recoger otra caja.

Se llamaba Mercedes, era viuda y tenía una hija de mi edad; por la conversación, supuse que andaría sobre los 50, pero en absoluto los aparentaba. Era una mujer de un cuerpo rotundo, anchas caderas y pechos soberbios. Su cutis, extraordinariamente terso, no traslucía su edad..

Si te la trabajas, con ésta mojas. – Comentó riendo unos de mis amigos, cuando cerró la puerta de su casa.

¡Anda ya!. Siempre estás pensando en lo mismo.- Exclamé yo, también riendo.

Sí, sí. Tú ríete; pero te ha repasado de arriba abajo mientras hablabais.

Calla, calla y sigamos con las cajas.

Un par de días después, llamaron a la puerta. Era la vecina que venía a pedirme que le cambiara una bombilla que se había fundido y que ella no llegaba a alcanzar. Entramos en su casa y me mostró un plafón del techo del distribuidor y una pequeña escalera. Me subí, desmonté la pantalla y, al volverme para dársela, mi vista quedó atrapada por el espectáculo de sus pechos.

Llevaba puesto sólo un ajustado top que le resaltaba aún más sus exuberantes pechos. Desde mi posición, podía ver la mitad superior de sus senos, la oscura aureola de los pezones que se insinuaba en el borde del tejido y el estrecho canal que quedaba entre ambos. Me vino a la mente algo con lo que muchos hombres fantasean; pero que probablemente pocos habrán consumado: "¡Que maravillosa cubana me haría con ese par de tetas!".

De lo que no me di cuenta, fue de que llevaba unos pantalones de deporte muy cortos, sin nada debajo, que mi miembro colgaba por la pernera izquierda hasta casi mostrar la cabeza, que con la visión y mis pensamientos daba muestras de una incipiente erección y que ella podía verlo perfectamente desde abajo.

Ajeno a todo, acabé de cambiar la bombilla fundida y volví a colocar el plato del plafón. Mercedes se había situado de manera que mi entrepierna quedaba ala altura de su cara, me sujetó por las caderas y sentí su boca besando y mordisqueando mi sexo por encima de la tela del pantalón. Primero por la sorpresa y, de inmediato, por la placentera sensación que me producía la deje seguir haciendo.

Mi verga aumentó rápidamente de tamaño y se levantó como un mástil. Bajó mis pantalones, tomó mi miembro entre sus manos, retiró la capucha de mi glande y sus labios lo rodearon presionándolo con fuerza. Un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo, que me hizo sujetarme a su cabeza para no caer y mi polla entró en su boca hasta el fondo. Era la primera vez que me hacían algo así; hasta ahora no habían pasado nunca de besos, caricias con los labios y la cara o lametones en el glande, y me hacía enloquecer.

Cuando sintió que me acercaba al final, se detuvo, volvió a subirme el pantalón y tomándome de la mano dijo simplemente:

Vamos.

Me condujo a su dormitorio y se desnudó mostrándome toda la exuberancia de su cuerpo. Mi pantalón parecía una tienda de campaña.

¿No piensas desnudarte, Jorge?. – Preguntó malévolamente.

Sin responder, me quité la camiseta, hice saltar mis zapatillas y me saqué los pantalones.

Con ese cuerpo y ese sexo debes tener todas las chicas que quieras. – Exclamó en medio de un silbido y recorriendo mi cuerpo detenidamente con la mirada.

Me sentí halagado por el comentario; pero seguí sin articular palabra.

Se sentó en el borde de la cama y, haciendo gestos con los dedos, susurró con voz cálida y sugerente:

Ahora te comerás mi conejito. ¿Verdad?.

Me arrodillé entre sus piernas y acerque mi cara hasta besar los carnosos y suaves labios de su sexo. Mi lengua penetró entre ellos, como si estuviera dándole un beso en la boca, y ella gimió. Ya he dicho que mi experiencia en sexo oral era muy limitada y actué guiado más por la intuición que por otra cosa. Con mis dedos, abrí delicadamente su sexo y ante mí se presentó un lúbrico paisaje, húmedo, brillante y nacarado. Paseé mi lengua por cada rincón de su íntima geografía y mi gusto y mi olfato se saturaron de sus salobres y excitantes perfumes cuando penetré profundamente en la oscura cavidad de su vagina. El botón bermellón de su clítoris aparecía cada vez más visible surgiendo firme y palpitante de entre los pliegues de su túnica. Aferrada a mi cabeza, ensortijando frenéticamente sus dedos con mi pelo, jadeaba cada vez más intensamente, hasta que finalmente gritó:

¡Follamé!, ¡Métemela de una vez!.

Lo estaba deseando, mi excitación había ido creciendo a pesar de que mi sexo no había recibido estímulo físico directo alguno. Me levanté y penetré en su cuerpo de un solo golpe y una nueva oleada de nuevas sensaciones se agolparon en mi cerebro. Era la primera vez que follaba sin condón, y el cálido y húmedo contacto directamente sobre mi piel fue soberbio. Saqué totalmente mi polla y repetí la penetración, ahora lenta, muy lentamente, para no perderme ni una mínima fracción de las descargas de placer que iba recibiendo. Volví una y otra vez con lo mismo y Mercedes se retorcía cada vez que, con aquella cadencia exasperadamente pausada avanzaba, hasta el fondo de sus entrañas y me detenía unos instantes presionando su pubis con el mío, antes de iniciar el retroceso. El ritmo fue aumentando hasta convertirse en un galope desbocado que culminó en el orgasmo de mi vecina.

Quedé sobre ella, con la polla a punto de estallar, clavada en su coño, y ella con el cuerpo laxo y mirándome con cara de felicidad.

Me has hecho muy feliz, hacía mucho tiempo que no gozaba tanto del sexo. Y tú ahora, ¿Cómo quiere correrte?.

En tus pechos. – Respondí sin dudarlo.

Lo sabía. Todos los hombres sois iguales. – Respondió jocosa.

Puse mi verga húmeda y brillante entre sus enormes senos. Ella los juntó aún más con sus manos y yo comencé a mover las caderas. Levantó levemente su cabeza y entreabrió su boca para recibirme entre los labios al final de cada recorrido. Aquello era un sueño, un auténtico sueño húmedo que se estaba haciendo realidad.

Avísame cuando vayas a correrte. – Me advirtió.

Yo pensé que era para evitar que lo hiciera en su cara; pero cuando la avisé, soltó sus pechos, tomo mi polla y se la metió en la boca apretando fuertemente sus labios en torno a mi acerado miembro y succionando hasta que un surtidor de semen inundó su boca. Grité convulso mientras ella seguía agarrada a mi verga, sin soltarla hasta que no me quedó una gota de esperma que darle. Caí a su lado exhausto y ella me beso en los labios impregnándolos con mi propio elixir.

Desde aquel día, nuestros encuentros se hicieron habituales. Mercedes tenía la ternura de una madre, el calor de una amante y la destreza de una prostituta; era la fogosidad de mi juventud domeñada por la experiencia de la madurez. Yo le daba la potencia de mi sexo y ella me ofrecía la sabiduría del suyo.

La hija de Mercedes se llama Adela, apenas si coincidíamos en el ascensor y sólo cruzábamos las elementales palabras de cortesía.

Yo había instalado mi dormitorio en la habitación del piso que daba al patio interior de la finca, huyendo así del ruido de la calle. Tenía una pequeña glorieta totalmente acristalada, en la que me gustaba sentarme a leer aprovechando la tranquilidad del patio. Una tarde, al levantar la vista de la lectura, me tope con la visión de Adela paseándose completamente desnuda; hacía como si no me viera, pero absolutamente imposible que no se percatara de mi presencia. Sin su exuberancia, tenía su voluptuosidad de su madre; a la que recordaba de tal manera que, aun sin haberla conocido, te hacía sentir como si viajaras en el tiempo hasta la época de su dorada juventud. Senos redondos, turgentes y apetitosos; talle estrecho que llamaba a ceñirlo; anchas caderas, sostenidas por unas piernas torneadas y esculturales, que enmarcaban un sexo carnoso; y un trasero terso y firme, levantaron mi espíritu. Siguió exhibiéndose provocativa, acariciando lascivamente todo su cuerpo, mientras yo seguía contemplándola aparentemente impávido; pero haciendo esfuerzos titánicos para no masturbarme allí mimo.

Al día siguiente, al llegar a casa e ir a entrar en mi habitación, la vi apoyada en la baranda del balcón y una idea surgió en mi cerebro. Retrocedí antes de que me viera, me fui al baño y me duché. Salí de la ducha totalmente desnudo y me coloqué frente al balcón, con las piernas ligeramente separadas y los brazos levantados, secándome el pelo con una toalla que me caía sobre la cara y que hipotéticamente me impedía verla. Me volví luciendo mi musculatura, me incliné hacia delante secándome las piernas, para mostrar claramente mi culo y mi sexo, que colgaba oscilante entre mis piernas. Con la toalla froté mi verga, como secándola, hasta conseguir que se izara desafiante y me volví, mostrándola orgullosa, de frente y de perfil.

Pasaron un par de días, y una tarde me topé con Laura en el metro. Nos saludamos y nos pusimos a charlar de temas intranscendentes si que ninguno de los dos hiciera ningún comentario relacionado con las mutuas exhibiciones que habíamos protagonizado. Acabamos hablando de música y me ofrecí a prestarle un par de CD que me había comprado recientemente. Una vez en casa, entré en mi dormitorio buscar los discos y, al volverme con ellos en la mano, me encontré con sus labios a escasos milímetros de los míos. Nuestras bocas se reunieron y fue como un chispazo en un interruptor.

Los discos rodaron por le suelo y nuestros cuerpos por la cama. Las prendas de ropa volaban arrancadas con violencia, los botones saltaban por los aires y la ropa interior acabó hecha jirones. Acabé sobre ella, sujetándole los brazos levantados por las muñecas contra el colchón, mi sexo entre sus muslos e inmovilizándola con mi cuerpo.

¿No vas a follarme, o es que sólo te excita exhibirte?.- Preguntó jadeando por el esfuerzo.

No soy más exhibicionista que lo eres tú.- Le respondí, sin ceder un ápice mi posición de dominio.

Lo hice para ver si te ponía cachondo. Llegué a pensar que eras gay, por el poco caso que me hacías. – Me dijo mirándome profundamente

Parecía que no sabía nada de mi rollo con su madre. Y en el fondo me tranquilizó.

Pues lo lograste.- Mascullé en su oído, metiéndole la polla hasta el fondo y haciéndole suspirar profundamente.

Mientras la follaba la bese profundamente. Ella me mordió el labio y yo le respondí sujetando sus pezones con mis dientes. Gritó clavando sus uñas en mi espalda y ambos galopamos hacia el clímax.

Desde ese momento mi vida ha cambiado. Si algún hombre piensa que tener dos mujeres en la puerta de al lado dispuestas a follar contigo cuando tú quieras, se equivoca. Son ellas las que eligen el momento de acostarse contigo, y tú tienes que hacer equilibrios para satisfacer los deseos de ambas. Un ritmo de cuatro encuentros a la semana, es difícil de mantener durante mucho tiempo, sobre todo si dos o tres de ellos son con Laura. Su concepción del sexo es salvaje y sin control; no sólo busca que le proporciones tres o cuatro orgasmos cada vez, sino que pretende que tú te corras con ella y no para hasta dejarte sin gota de leche en los huevos. Mi problema era evitar que coincidieran ambas en el mismo día e incluso en días consecutivos y me entraban sudores cada vez que una amiga se me insinuaba. Tenía éxito con las mujeres y, hasta ese momento, los fines de semana acababa con alguna conocida en mi cama o yo en la suya; pero ahora era imposible y si lo había intentado había hecho el ridículo y mi fama de buen amante se estaba resintiendo.

Pero no penséis que mi historia acaba aquí. Estaba una tarde con Mercedes, tumbado al borde de su cama con los piernas colgando, ella me daba la espalda y acariciaba mis cojones mientras subía y bajaba con mi verga clavada en el coño. Una sensación húmeda en mi sexo, desde la base de los huevos y recorriendo el tronco de mi miembro cuando salía del interior de Mercedes, y unos tremendos jadeos y gemidos de mi pareja distrajeron mi atención. Nuestros movimientos se descoordinaron y mi polla quedó libre por un instante; pero de inmediato fue nuevamente capturada por algo que sin duda era una boca.

Laura, no seas aprovechada y devuélvemela. Si quieres, sigue lamiéndonos como antes. Me vuelve loca tú lengua mientras Jorge me folla; pero su polla es mía. – Oí decir a Mercedes.

¡Laura estaba allí!.Y quería marcha.

Hola amor. Cómeme en coño mientras te follas a mi madre. – Dijo sin cortarse, mientras se subía a la cama y colocaba su sexo en mi boca.

Tuve que follarme a ambas, mientras le comía el coño a la otra e intentaron que se volviera a poner dura dándome una mamada a dúo; pero no lo consiguieron.

Hablando entre ellas, descubrieron que me acostaba con las dos y ya no tengo que darles extrañas excusas para que no coincidan el mismo día; han decidido compartirme y las tengo siempre metidas juntas en mi cama.

No puedo más, me duele continuamente la polla, los huevos y la lengua. He decidido escaparme, estoy buscando otro piso; pero guardadme el secreto.