Paraíso de Masoquistas (12)

Las prisioneras del Krak forman en el patio para asistir como espectadoras a una cruel crucifixión

La  cruel rutina del penal   se repitió al día siguiente y las prisioneras tuvieron que afrontar otra vez las humillantes experiencias de la  higine, el desayuno, y el extenuante ejercicio de la mañana. Una vez terminada la agotadora carrera por las escaleras del Krak, se hizo formar a todas las reclusas en el patio. Tras subir corriendo aquellos odiosos trescientos escalones, Nadia y Luba estaban físicamente exhaustas y respiraban  agitadamente intentando recuperar el resuello. A pesar de eso las dos se pusieron en postura de sumisión mostrando sus esplendorosos cuerpos brillantes de sudor en espera del manguerazo de rigor. Seguramente los verdugos irían pronto  a buscarlas para soportar otra interminable sesión de tortura.

Sin embargo, esta vez no ocurrió así, el teniente Mahmud explicó a las prisioneras que se les había hecho formar para asistir a un castigo. Se trataba de  uno de los crueles suplicios que se practicaban periódicamente en el patio de la prisión.

En este caso, las víctimas eran cinco reclusas culpables de haber cometido pequeñas faltas. Una de ellas había derramado la escudilla del desayuno accidentalmente, otra había insultado a un guardián que le había hecho mucho daño al sodomizarla, otra se había hecho la remolona en los ejercicios de la mañana y las dos restantes no habían podido subir corriendo las escaleras d epuro agotamiento.

Las prisioneras debían permanecer completamente desnudas para contemplar el castigo de sus compañeras, pero al menos no les esposaron las manos y por un vez pudieron permanecer desatadas. Así, más de trescientas mujeres que había en ese momento en el Krak fueron obligadas a formar en el patio en lineas regulares y situadas de forma equidistante en frente de las cruces donde las cinco iban a ser castigadas.

Todas sabían de memoria que debían permanecer quietas, con la vista al frente, las manos en la nuca  y las piernas abiertas. Si alguna bajaba la vista durante el castigo, los guardianes la agarraban y la llevaban adelante para flagelarla con las otras..

Por orden de Ahmed, Nadia y Luba  ocuparon un puesto de honor, justo delante de las cruces para que pudieran ver bien todo. Las dos se colocaron disciplinadamente una junto a la otra con las piernas bien abiertas y las manos en la nuca.

Mientras terminaban de prepararlo todo, los guardianes sacaron a las cinco condenadas que iban a sufrir el castigo y que fueron expuestas ante las demás para su propia vergüenza. Tres de ellas parecían resignadas, pero las otras dos lloraban desesperadas. A una de ellas llamada Penny sólo le quedaba un día de condena y a pesar de eso iba a sufrir el castigo igualmente.

La pobre Penny había sido condenada a dos meses sólo porque en la aduana le encontraron una novela erótica.  A pesar de que ella repetía que no pensaba estar haciendo nada malo, el juez le explicó que ese material estaba expresamente prohibido en el Kemed e introducirlo por la frontera se consideraba un grave delito. Penny fue sometida al potro durante horas hasta que firmó la confesión y pagó con la cruz su ingenuidad. Ahora lloraba quedamente con la vana esperanza de que se apiadaran de ella, pero no habría piedad....

El Coronel Ahmed explicó que esta vez las cinco condenadas recibirían latigazos durante veinte minutos y después serían crucificadas como era costumbre. Una vez estuvieran en la cruz les prometió que les esperaban otros tormentos y una “agradable sorpresa”. Esto último lo dijo riendo el muy hijoputa.

Una vez hubo terminado de hablar el coronel, los guardianes llevaron a las mujeres hasta cinco cruces de San Andrés y empezaron a atarlas de pecho, es decir, dando la espalda a sus verdugos. Primero serían azotadas por detrás y después les darían la vuelta para azotarlas por delante.

De este modo, las cinco desgraciadas fueron atadas a las cruces en aspa con los miembros tan estirados que se veían obligadas a poner los pies de puntas.

Frederick  Vouillé, el aventurero que había traicionado a Nadia, se maravilló de la sumisión mostrada por las cinco víctimas a las que esperaba un cruel castigo. Las cinco se dejaron atar  sin resistencia, y  al de un rato mostraban sus preciosos traseros a la concurrencia. Por último a todas les pusieron una bola de goma entre los dientes atada a la nuca con unas correas. Con esto no se pretendía sólo amordazarlas, la bola impediría también que las muchachas se mordieran la lengua durante la flagelación.

Justo a la derecha de las cinco mujeres habían quedado dos cruces de San Andrés vacías y Ahmed torció el gesto contrariado. Entonces se dirigió a Frederick y le invitó a elegir a otras dos reclusas más, las que él quisiera, para ocuparlas.

  • Pero si no han hecho nada, contestó el francés ingenuamente.

  • No importa, escoge a dos más, es la costumbre

Al oír esto, y para sorpresa del aventurero, tres jóvenes salieron de las filas y bajando humildemente la cabeza, le pidieron voluntariamente que las eligiera para ser azotadas y crucificadas. Frederick se quedó anonadado pero finalmente asintió.

Ismail y los otros verdugos no tuvieron ninguna consideración porque aquellas jóvenes se hubieran presentado voluntarias así que las cogieron inmediatamente con cierta brusquedad para atarlas como a las otras.

Ismail no terminaba de entender ese comportamiento tan masoquista que tenían algunas prisioneras, pero el caso es que cada vez era mayor el número de mujeres extranjeras que eran detenidas en el Kemed por cosas tontas o por romper las reglas de  forma bastante burda. Aquellas tías estaban locas; se dedicaban a hacer top-less en la playa o se besaban entre ellas en plena calle delante mismo de los guardias. Y eso que había carteles por todos lados que prohibían explícitamente esas cosas. Parecía que esas dementes no deseaban otra cosa que ser detenidas por la policía. Alguna incluso se había entregado a las autoridades nada más bajar del avión acusándose  a sí misma de prostituta o de lesbiana.

Precisamente ese era el caso de Lola, una pelirroja preciosa y descarada de 23 años y piernas largas. La tía llegó al Kemed sin equipaje de ningún tipo y casi sin dinero y lo primero que hizo al bajarse del avión fue declarar ante la policía de la aduana que venía al Kemed para dedicarse a la prostitución. Naturalmente fue detenida inmediatamente y llevada al Krak. Una hora en el potro de tortura bastó para que firmara todo lo que tenía que firmar de modo que fue juzgada al día siguiente y condenada a nueve meses de prisión. De esto ya hacía quince días y aunque había sufrido ya tres veces el martirio de la cruz, la joven masoquista nunca parecía tener bastante.

Aunque aún mostraba sobre su piel huellas leves de latigazos, Lola se entregó nuevamente a los verdugos para ser crucificada por cuarta vez y mirando a Ismail con lujuria mal contenida ella misma se colocó contra una cruz de San Andrés y alargó brazos y piernas para que Ismail se los atara.

Mientras ataba y amordazaba a Lola, Ismail se preguntaba qué placer podía obtener esa mujer al entregarse de esa manera a esa condena inhumana. Sin embargo, al final se encogió de hombros y cogió uno de los látigos comprobando que estaba en perfectas condiciones.

Como no había cruces en aspa para todas, la tercera prisionera que se presentó voluntaria fue atada a una estructura de postes con los brazos y piernas atados en forma de aspa, eso sí, por capricho del verdugo fue atada cabeza abajo. Esta última no era otra que Lynn, una de aquellas quince animadoras que había sido  traída al Krak la primera noche.  Como el resto de sus compañeras, Lynn había cumplido ya su sentencia, sin embargo, la experiencia de la prisión le enganchó tanto que en lugar de volver a su patria, se presentó ante el juez y confesó que aún no se había rehabilitado del todo. El juez consideró su caso y la condenó a tres meses más de condena, eso sí, con los preceptivos castigos públicos.

Como decimos, Lynn fue atada entre dos postes, cabeza abajo, con los brazos y piernas separados y estirados a tope.

Una vez inmovilizadas las ocho víctimas, ocho verdugos se tomaron su tiempo para escoger látigos de longitud intermedia y cuero fino y cortante. Los latigazos con semejantes flagelos no serían brutales, pero el impacto  del látigo quemaría como el fuego y las heridas escocerían durante horas cuando ellas estuvieran en la cruz.

El ritual de la flagelación siempre era el mismo. Antes de administrar los latigazos, cada verdugo se acercaba a su víctima e hipócritamente le pedía  perdón por lo que estaba a punto de hacerle mientras se ponía a manosear  su cuerpo. De hecho, lo usual es que los verdugos terminaran poniéndose cachondos de tanto tocarlas y, aprovechando que las prisioneras estaban de espaldas, se sacaran su miembro y las penetraran por delante o por detrás, eso daba igual. Los primeros días, Ahmed había intentado impedir que los verdugos se follaran a las víctimas durante aquellas ordalías, pero ahora ya había dejado de hacerlo.

Así, los ocho verdugos estuvieron un buen rato follando con sus víctimas  entre los gritos de ánimo y las risas del resto de los guardianes. Las otras prisioneras eran testigos forzados de la morbosa escena. Probablemente la mayor parte de ellas se felicitaba de no estar atadas a aquellas cruces, pero muchas otras sentían envidia y se lamentaban de no haber tenido valor suficiente para entregarse voluntarias.

A medida que los tipos terminaban de follar y eyaculaban sobre la  espalda de sus víctimas o dentro de sus orificios, se alejaban unos metros con el látigo en ristre y empezaban a flagelarlas sin más preámbulos. Ocho látigos pronto zumbaron en aquel patio rasgando el aire  e impactaron con sonoros chasquidos en la piel desnuda de aquellas ocho muchachas.

Un coro de lamentos y chillidos respondió al sonido de los látigos y a éstos siguió otra vez ese espantoso  zumbido y el estallido del látigo, agudo y seco, sobre la piel.

Frederick nunca había visto un espectáculo semejante en directo. Una flagelación colectiva es un acto cruel y brutal, pero también muy erótico especialmente para un hombre: ocho mujeres desnudas y maniatadas, totalmente indefensas, cimbreando sus bellos cuerpos inútilmente sin poder escapar del flagelo.  Aunque al principio habían tratado de controlarse, al de cinco o seis azotes, las ocho condenadas berreaban ya como cerdas en el matadero retorciéndose de dolor y rozando sus pechos y rodillas contra la rugosa madera de las cruces.

Ahí ya daba igual que las víctimas fueran masoquistas o no, todas gritaban lo mismo. Los látigos cortaban casi como cuchillas dejando  a cada golpe unas finas líneas  que aparecían sobre la piel y al de poco algunas se ponían de color rojo o azul casi mágicamente.

Las víctimas estaban bien atadas y casi no podían moverse por lo que la reacción más evidente a los latigazos era agitar la cabeza. Todo era inútil, nada podía aliviar el cruel castigo ni un ápice. Algunas jóvenes gritaban y chillaban sin parar de llorar, mientras que otras intentaban pedir piedad desesperada e inútilmente. Las mordazas aseguraban que no se les entendiera nada y los látigos seguían hollando su blanca piel persistentes e inmisericordes, una y otra vez.

Como decimos, las más de trescientas jóvenes allí formadas veían la terrible escena la mayoría aterradas pero muchas otras   excitadas y cachondas como perras. Además había otras que ya habían experimentado allí mismo ese tipo de castigo y consideraban justo que lo sufrieran las demás por lo que apretaban los dientes con sadismo.

Durante la flagelación de sus compañeras, cinco mujeres más osaron bajar o apartar la vista, asqueadas de la tortura, cosa que como decimos les estaba prohibido. Inmediatamente fueron apartadas del grupo por los guardianes y atadas a unos postes para formar parte de una segunda tanda de crucifixiones.

Por su parte, para los sádicos guardias y verdugos del Krak aquello era como una fiesta y algunos no tardaron en meterse entre las reclusas y acariciar a alguna a la que le habían echado el ojo mientras asistían al lúbrico espectáculo. Por supuesto las prisioneras ya estaban acostumbradas a eso y sabían que se tenían que dejar tocar y acariciar por aquellos cerdos sin mover una pestaña.

A las caricias pronto siguió algo más fuerte y Nadia vio a derecha e izquierda cómo unas cuantas reclusas eran obligadas a ponerse de rodillas para mamársela a sus guardianes.

A esas alturas, viendo todo aquello Nadia estaba cachonda perdida, tenía el coño inundado de sus propios jugos y las tetas tiesas y desafiantes. Por supuesto, durante el castigo no bajó la mirada ni un momento, manteniendo la postura de sumisión con los pies de puntillas.

La bella Nadia se arrepentía ahora de no haberse presentado voluntaria y planeó por un momento abandonar la postura para que la llevaran con las otras. Sin embargo, decidió hacer algo más fuerte, de repente, la joven ya no se pudo contener más y abandonando su sitio se fue hasta Luba y abrazándola le plantó un beso en los morros.

  • Pero ¿qué haces Nadia?, nos van a castigar.

  • Eso espero, y siguió besándola y metiéndole la lengua hasta dentro, Luba bajó también los brazos y las dos mujeres empezaron a abrazarse y besarse apasionadamente.

Como era de esperar, el teniente Mahmud se fue hasta las dos amantes y tras separar a Nadia brutalmente, le dio un tortazo en la cara.

  • ¡Zorra lesbiana!

Por toda respuesta, la joven desafió al oficial poniéndole la mano en el paquete.

  • ¿Qué pasa soldadito?, ¿tienes envidia?, sácatela para que te la chupe.

El segundo tortazo dio con Nadia en el suelo, pero ésta se arrodilló otra vez de inmediato, puso las manos en la nuca, abrió la boca y cerró los ojos.

El teniente estaba fuera de sí

  • Eh vosotros, llevad a estas dos lesbianas y crucificadlas inmediatamente, serán azotadas cuando estén en la cruz.

  • Oh sí....., pensó Nadia con un escalofrío de placer.

Ya las agarraban para crucificarlas cuando de pronto intervino Ahmed.

  • No, no, esperad, ya habrá tiempo, por ahora dejadles que disfruten del espectáculo.

De este modo Nadia y Luba volvieron a la fila y adoptaron la postura de sumisión, Mahmud pensó que era extraño que el coronel fuera tan benévolo con ellas, evidentemente Ahmed las estaba reservando para algo especial.

Un tanto frustrada, la joven Nadia volvió a adoptar la postura de sumisión. De pronto sintió que alguien se le ponía por detrás y acariciaba sus tetas con las dos manos.

  • Joder que duros los tienes, dijo Frederick acariciándole insistentemente los pezones. Al ver que era ese cerdo traidor, Nadia estuvo a punto de protegerse las tetas con las manos, pero al instante se dio cuenta y obedeció. Estaba tan caliente que incluso admitiría follar con ese hombre.

El aventurero  se le puso entonces delante y la cogió de los dos pezones a la vez, primero se los apretó sádicamente con los dedos y luego se los retorció lo cual puso aún más cachonda a su bella prisionera.

  • Nunca hubiera imaginado que eras así de masoca, dijo el tío poniendo su mano en el coño, caliente y empapado de la joven. Te gusta lo que ves, ¿verdad?.

Nadia cerró los ojos y asintió notando los dedos de ese hombre acariciándole el clítoris que para entonces lo tenía hinchado y muy excitado.

  • ¿De verdad que te gustaría que te hicieran eso a ti?

Nuevamente Nadia dijo que sí tras dudar un momento.

  • Si te arrodillas y me la chupas bien puede que convenza al coronel para que te crucifiquen junto a tu amante.

Nadia se quedó un momento sin saber qué contestar, entonces, sin que le dijeran más la chica se arrodilló y abrió la boca sumisamente esperando que el Frederick se la sacara, es como si ya no le importara que le hubiera traicionado.

Éste no se hizo de rogar y siguió mirando como los verdugos seguían flagelando  a sus víctimas cuando una agradable caricia le llegó del pene. El hombre miró hacia abajo y vio a la bella joven lamerle  la polla lenta y sensualmente con los ojos cerrados.

  • Joder que mala puta eres, dijo éste al de un rato de mamada sintiendo que le venía, sigue chupando pero despacio, no quiero correrme todavía

Entre tanto los látigos seguían golpeando sin misericordia. A esas alturas los verdugos manejaban el látigo presas de una gran excitación, sin parar y con rabia. Es posible que estuvieran un poco cansados pero tras un cuarto de hora de latigazos seguían compitiendo entre sí por arrancar  de sus víctimas los lamentos más desesperados. En realidad, las ocho condenadas estaban a punto del colapso como rebelaban sus gritos cada vez menos intensos. Todas ellas tenian ya la parte posterior de su cuerpo cosida a latigazos, enrojecida y surcada de líneas amoratadas y rojas cruzadas entre sí. El sudor se confundía con pequeñas gotas de sangre y tres de ellas colgaban ya literalmente de sus ataduras.

Por experiencia, Ismail sabía que no es bueno tensar demasiado la cuerda, así que aunque aún faltaban unos minutos, ordenó a los verdugos que pararan.

Para aquellas desgraciadas aquello fue como un regalo del cielo, todas habían perdido la cuenta de los latigazos y ansiaban ardientemente que cada uno fuera el último. Las que no rompieron a llorar desconsoladamente intentaban respirar a duras penas, sin dejar de jadear de tanto encajar azotes. Para algunas lo más humillante había sido perder la compostura  y comportarse como animales bajo el látigo ante sus compañeras, sin embargo, las más masocas estaban contentas de que la prueba hubiera terminado pues eso significaba que habían conseguido soportarla.

En realidad lo que venía ahora era horrible, pues aún faltaba la mitad de la flagelación y para que las reas estuvieran bien despiertas los verdugos les echaron baldes de agua fría por la espalda. Tras el grito de sorpresa por la gélida impresión las ocho jóvenes empezaron entonces a gritar más alto y sacudirse histéricas.

Tales fueron sus gritos que Nadia interrumpió su felación mirando extrañada a aquellas mujeres retorciéndose contra las cruces como si se hubieran vuelto locas.

  • Ja, ja, dijo Frederick mientras le acariciaba la  cabeza volviendo a reclamar la felación, el Coronel me ha dicho que el agua lleva sal y vinagre. Así se aseguran de que estarán bien despiertas cuando las azoten por delante.

El efecto de la sal y el vinagre sobre las heridas abiertas fue devastador y las jóvenes tardaron unos cuantos minutos en dejar de aullar histéricas.

De todos modos, el agua salada consiguió el objetivo de espabilarlas y prestos, los verdugos empezaron a desatarlas para darles la vuelta. Gracias a su diligencia, pronto las ocho mujeres estaban atadas otra vez a las cruces de San Andrés, una al lado de otra, exponiendo totalmente la parte frontal de sus cuerpos desnudos e indefensos a los cuantiosos espectadores. Las ocho tenían los ojos rojos de tanto llorar.

Antes de continuar la flagelación, los verdugos repitieron el ritual anterior y se acercaron a las condenadas a acariciar esos preciosos cuerpos que  iban a fustigar. Los verdugos tenían la extraña creencia de que si estaban cachondas sufrirían los azotes con más intensidad. Tras pellizcarles los pezones para que se les pudieran duros, y masturbarlas todo lo que quisieron, algunos ya se habían sacado la polla para follarse a las llorosas jóvenes. En ese momento, Frederick le eyaculó una espesa lefada sobre la cara de Nadia, Ahmed lo vio  y viendo cómo ella se afanaba en tragar hasta la última gota de semen, se le ocurrió la idea.

  • Eh vosotros, traeros aquí a esas dos lesbianas, van a hacer un trabajo más propio de ellas.

Un tipo rudo agarró a Luba del pelo y le retorció un brazo a la espalda, otro hizo lo mismo con Nadia que no pudo ni limpiarse el semen de la cara..

Los guardianes agarraron así a a las dos y las llevaron hacia dos de las víctimas que en ese momento estaban siendo magreadas por sendos verdugos: Lola y Penny. Los verdugos obedecieron al Coronel sin chistar y les dejaron el campo libre a las lesbianas.

  • Que lo hagan ellas, dijo el Coronel sonriendo, así será más divertido.

Tanto Luba como Nadia se miraron entre sí pero en cuanto recibieron un palmetazo en el culo empezaron  a lamer a las condenadas como dos fieles perras.

A Nadia le tocó follar con Lola. De hecho, y sin que hiciera falta que el guardia le obligara, se puso a lamerle los pechos, comprobando complacida que los pezones se le ponían duros al contacto con la lengua.

Luba miró más que molesta cómo su amante se lo montaba con otra y como si se tratara de una competición a ver quién era más guarra, se metió una de las tetas de Penny en la boca y empezó a succionar como si le fuera la vida en ello.

  • Qué puercas son estas dos, dijo Frederick palmeando el culo a las dos lesbianas, tengo ganas de verlas en la cruz.

  • Todo llegará francés, todo llegará, contestó Ahmed, ahora déjalas que consuelen a sus amigas, ja, ja.

Las tías de las cruces en aspa ya se retorcían de placer, pues las dos lesbianas seguían chupándoles las tetas sin dejar  de masturbarlas.  Lentamente, y sin que nadie les obligara, Nadia y Luba se agacharon para comerles el coño a aquellas mujeres. Lola  estaba tan cachonda que tras unos minutos de lame que lame se empezó a correr en la boca misma de Nadia. Esta última no dejó por eso de lamerle sino que hizo incluso más fuerza con los labios chupando más rápido y con más intensidad. Lola miró hacia abajo con deseo  y los ojos se le pusieron en blanco pues enlazó un segundo orgasmo más intenso aún que el primero.

  • MMMMMHHH, MMMMMMM

La tía se retorció de placer gritando a todo pulmón y sin dejar de temblar mientras la lesbiana no dejaba de comerle el coño.

  • Vale, vale, vale ya, dijo Ahmed tirando del pelo de Nadia, será puerca. Y la obligó a incorporarse dándole una bofetada.

Nadia se limitó a bajar los ojos y volver a la postura de sumisión, nuevamente las hicieron colocarse en su sitio para seguir viendo el espectáculo

Por fin, tras un rato más de folleteo, los verdugos se apartaron de sus presas y entonces se reanudó la flagelación. Como bien les había enseñado Ismail, en lugar de golpear directamente a las mujeres, los verdugos hicieron “bailar” los single tails de derecha a izquierda  a la altura de los pechos de las condenadas a unos centímetros de ellas y acercándose milímetro a milímetro. Esa era según Ismail la mejor manera de azotar a una mujer en las tetas.

Las jóvenes oían aterrorizadas el siniestro zumbido del cuero al cortar el aire y sentían perfectamente el aire rasgado en la punta de sus sensibles pechos. Los látigos bailaron más de veinte veces sin golpear a nada cuando  de repente Penny gritó y se retorció de dolor. Nadie pudo ver cómo impactó la punta del látigo en una de sus tetas, pero al momento fue definiéndose una fina linea roja que cruzaba el pezón de la chica por su justo medio.

  • ¡Qué puntería!, dijo Ahmed a Ismail, y entonces otra chica lanzó un agudo alarido de dolor dirigiendo la cara al cielo. Pronto todas ellas estaban aullando otra vez como animales pues los látigos acertaban ahora todas la veces  sobre sus mamas con una cadencia endiabladamente rápida. Pronto las rojizas huellas de los latigazos se hicieron evidentes en los pechos, luego en el vientre, las caderas y los muslos,....sólo la cara de las condenadas quedó libre de la marca del flagelo.

Las pocas veces que dejaban de berrear, las jóvenes miraban angustiadas a sus verdugos con la cara llena de lágrimas como pidiéndoles piedad, pero allí nadie se compadecía de su sufrimiento. Los latigazos por delante son aún más dolorosos y humillantes  que por la espalda y esta vez Ismail hizo que se completaran los veinte minutos de tormento hasta el final y sin ninguna concesión. Y eso que dos de las víctimas aparecían casi desmayadas al de un rato de azotes.

Por fin, cuando se dio por finalizado el tormento se les volvió a echar baldes de agua fría y hasta las más desfallecidas despertaron entre gritos angustiosos por el escozor de la sal. Aún les dejaron gritar un buen rato en las cruces de San Andrés y luego les fueron soltando de sus ataduras. Las ocho jóvenes quedaron en el suelo, hechas un ovillo protejiéndose con los brazos y sin dejar de llorar.

Ya era hora de proceder a las crucifixiones, cosa que se hizo  también de forma rápida. La primera en ser crucificada fue Penny.  Uno de los verdugos la cogió del brazo para que se levantara del suelo, pero ella se zafó con rabia de la mano del verdugo y tras enjugarse las lágrimas, ella misma se levantó y fue tambaleándose hasta su cruz.

Como decimos, los romanos hubieran denominado crux humilis a aquellas cruces bajas en forma de tau que había en el patio del Krak. Dadas las dimensiones de las cruces, las condenadas quedarían crucificadas con los ojos a la misma altura que si estuvieran de pie.

No era la primera vez que se lo hacían, así que la morena Penny se limitó a ponerse de espaldas a la cruz y subió los brazos poniéndolos a la altura del leño horizontal. Dos verdugos la ataron sólidamente por las muñecas de modo que ella quedó con los brazos abiertos levantados ligeramente por encima de su cabeza.

Mientras la crucificaban, la joven estaba muerta de vergüenza  pues sabía que lo siguiente era ser empalada por sus dos agujeros en el doble cornu formado por dos dildos de látex negro. Los dos verdugos la cogieron de las piernas y tras levantar su cuerpo  empalaron su coño y su culo en los dos falos.

  • AAAAYYYY

El dildo del culo le debió doler mucho, pues la joven lanzó un grito de dolor estentóreo, sin embargo, su cuerpo le traicionó y pronto las mujeres y los guardianes que estaban más cerca se dieron cuenta de que tenía el clítoris y los pezones tiesos y duros como piedras.

  • A estas zorras les encanta la doble penetración, dijo uno de los verdugos que la estaba crucificando. Mientras decía esto a su compañero, los dos le doblaron las piernas obligándola a adoptar la postura en cuclillas y le ataron los pies juntos al palo largo de la cruz.

La joven ya estaba crucificada, sin embargo, aún no habían terminado con ella, pues un verdugo trajo una serie de pinzas metálicas dentadas.de esas que pellizcan la piel haciendo mucho daño. Sonriendo sádicamente le mostró cómo le quitaba el protector de plástico  y le fue cerrando dos de ellas en medio mismo de los pezones.

  • MMMMMMMH

La joven aulló de dolor con el rostro dirigido a lo alto  y tras esto agitó los pechos para librarse de la férrea mordedura de las pinzas. Esfuerzo inútil, Penny agitó sus tetas desesperada y al ver que no conseguía nada rompió a llorar desconsolada sin dejar de babear por la mordaza. Desentendiéndose de sus vanos intentos el verdugo trajo dos pesitos de plomo y los colgó de las pinzas proyectando los pezones hacia abajo y arrancando otro lastimero aullido a la condenada.

Una tercera pinza iba destinada a su clítoris. El verdugo se agachó y miró a Penny a los ojos  abriéndola y cerrándola con cara de sádico. Ella negó histérica pidiendo piedad pero el verdugo sin hacer caso de sus insistentes ruegos le pellizcó con ella agarrando un buen trozo de carne. Cuando la pinza mordió su clítoris Penny empezó a aullar como si estuviera loca y a agitar su cuerpo con lo cual lo único que consiguió fue masturbarse con los dildos.

Justo en ese momento empezaron a crucificar a la siguiente condenada que temblaba de miedo al ver lo que le esperaba. Casi todas la chicas fueron crucificadas en cuclillas con los pies juntos, pues esa era la forma tradicional de practicar el suplicio de la cruz en el Kemed, sin embargo,  Lola pidió a Ismail ser crucificada en strapado con los codos sobre el madero horizontal de la cruz y las muñecas atadas a los tobillos tras el madero largo por una cuerda muy tensa. Mientras la crucificaban de esa manera, los verdugos comentaban entre sí que esa mujer debía estar loca por solicitar ser sometida a semejante tormento.

Mientras terminaban de colocar a las ocho primeras en sus cruces, las cinco siguientes ocuparon su lugar y fueron atadas con brazos y piernas abiertos  a las cruces en aspa. Una vez atadas otros verdugos frescos  prosiguieron con la flagelación. El siniestro ritual se repitió con saña y crueldad y al final del largo proceso había 13 chicas crucificadas en dos filas.

El espectáculo era impresionante. Todas estaban desnudas con el cuerpo cosido a latigazos y debatiéndose en las cruces. Al principio les dejaron solas atormentándose ellas mismas en la cruz y masturbándose con los dildos al menor movimiento que hacían. Ninguna postura les ahorraba sufrimientos y las chicas la cambiaban constantemente sin obtener ningún alivio.

Los minutos pasaban lentos,..... muy lentos,.... expuestas al sol y con dolores en todas las articulaciones de su cuerpo.  Las heridas del látigo escocían horriblemente y la sed atenazaba sus gargantas. Como las chicas estaban amordazadas ni siquiera podían pedir piedad y sus babas se confundían con sus lágrimas mojando su torso desnudo.

Sin embargo lo peor eran las dificultades de respirar, las chicas intentaban evitar que los dildos las penetraran en profundidad haciendo fuerza con brazos y piernas. Sin embargo, en un momento dado todas dejaban de luchar y terminaban rindiéndose. Entonces se dejaban penetrar profundamente por los falos para respirar mejor. Luego, al volver a sentir dolor con eso clavado en el cervix y el recto todas volvían a hacer fuerza, y vuelta a empezar.

Tras dos horas sufriendo ese martirio hasta la más dura de aquellas mujeres lloraba desesperadamente porque le libraran de él rogando que la bajaran de la cruz.

Por su parte, Frederick Vouille miraba la escena muy excitado. Tenía verdadera curiosidad por las prisioneras que se habían entregado voluntariamente para sufrir semejante castigo y se acercó a Lola. A juzgar por su rostro en tensión, la joven debía sufrir indeciblemente por efecto del strappado. El francés estuvo un rato observándola e incluso se atrevió a acariciarle el culo pero no por eso entendió mejor aquello.

A pesar de que la crucifixión en sí era una tremenda tortura pasiva, al coronel no le gustaba quedarse en eso. Al de varias horas las prisioneras dejaban de luchar contra la gravedad y empezaban a desfallecer de modo que aquello se hacía aburrido, por eso  le gustaba insistir sobre sus víctimasy  hacer que las muchachas crucificadas “bailasen” ante sus ojos.

Ese era el momento que el Coronel estaba aguardando para rebelar su “sorpresa”.

  • Que traigan a la renegada, dijo, ahora nos demostrará de qué es capaz.

A una señal suya dos guardianes trajeron a María  y la llevaron hasta una de las cruces que habían quedado vacías.

A la joven María la traían desnuda y con las manos atrapadas delante de su cara en un cepo de hierro cerrado también sobre su cuello. Antes de proceder con ella, el Coronel Ahmed se la mostró al resto de las reclusas y la obligó a dar una vuelta sobre sí misma para mostrar bien su cuerpo desnudo.

  • Esta sucia tortillera que os traigo aquí ha reconocido su crimen y ha aceptado ya su justo castigo. El juez la ha condenado a un año de prisión y sólo esperamos que sus dos compañeras lesbianas firmen también su extradición para proceder a su castigo en público, de todos modos, la hemos sacado aquí para crucificarla ahora mismo. ¿Tienes algo que decir, zorra?

María habló sumisamente y repitió lo que le habían hecho aprender de memoria.

  • Señor soy culpable y merezco el castigo pero pido humildemente que se me exima de la crucifixión y se me deje reparar mi falta de otra manera.

  • ¿Cómo?

  • Déjeme castigar yo misma a las otras prisioneras.

Las otras reclusas se miraron entre sí sin creer lo que oían y algunas se atrevieron a murmurar algo.

  • ¡Silencio! ¿Hemos oído bien? ¿o sea que para librarte  estás dispuesta a hacer sufrir tú misma a tus compañeras?

María contestó bajando la cabeza

  • Más alto, quiero que te oigan todas.

  • SI

  • ¿Sí qué?, dilo tú misma o mando que te crucifiquen ahora mismo.

  • Deseo torturar a mis compañeras.

Nuevamente algunas reclusas murmuraron algo entre sí e incluso se oyó algún insulto.

  • ¿Lo oís?. Que asquerosa traidora, ¿y qué más?, ¿qué harás ahora con tus amantes?, dijo Ahmed mirando a Luba y a Nadia ¿las someterás también a ellas a tortura?.

María contestó sin atreverse a mirarlas a la cara.

Nadia y Luba la miraron anonadadas.

  • ¿Y si mueren durante el tormento?

  • Yo,.... yo seré la única responsable.

  • Está bien, pero para que te creamos nos lo vas a tener que demostrar ahora mismo, quitadle el cepo a esta puerca.

Uno de los guardias le quitó el cepo y María quedó libre, entonces Ismail la cogió del brazo  y la llevó hasta la panoplia donde tenían las picanas eléctricas.

El verdugo le obligó a coger una de esas picanas en forma de tenedor cuyo infernal contacto María tanto odiaba. En realidad, ya sabía usarla bastante bien como habían comprobado el día anterior cinco reclusas con las que se estuvo entrenando en la cámara de tortura n. 5 durante seis horas. Evidentemente, Ismail no se había contentado con enseñarle la teoría y María se había estado entrenando para ser verdugo en el cuerpo de  algunas de sus antiguas compañeras.

María cogió así la picana y esgrimiéndola amenazadoramente se acercó hacia una de las desgraciadas que llevaba varias horas sufriendo el suplicio de la cruz. Nuevamente, la primera que tuvo que probar el dolor fue Penny.

Al verla acercarse hacia ella, la joven crucificada empezó a gritar y negar histérica apelando a la piedad de otra mujer. Sin embargo, eso no le sirvió de nada.

  • Lo siento, le dijo María en bajo, sé que te va a doler, pero no quiero que me lo hagan a mí. Y diciendo esto le administró una dolorosa descarga en el Monte de Venus que le hizo dar un brinco y aullar de dolor. A éste siguió otro toque de la picana en un pecho y luego en el otro, después entre las piernas y luego en los sobacos. La joven Penny gritaba y gritaba agitándose como una loca y por tanto masturbándose sin cesar con los dildos.

Que se lo estuviera.haciendo otra mujer era aún más humillante, la joven de la cruz rogaba y suplicaba desesperadamente que le dejaran descansar un momento, pero María no cejaba, y cuando Ismail creía que la aprendiz de verdugo  flaqueaba le daba un fustazo en el culo.

Más de diez minutos estuvo María usando la picana con Penny, hasta que pasó a otra cosa.  Entonces dejó la picana en una mesa y fue a buscar unos simples alicates. Parece mentira que un objeto tan humilde y cotidiano pueda convertirse en  un instrumento para infligir tanto dolor.

CLAC, CLAC. El sonido seco de los alicates al cerrarse con fuerza atrajeron la atención de la pobre Penny que al verlos negó desesperadamente al adivinar lo que le iba a pasar.

Con una frialdad propia de un experimentado verdugo, María no hizo ningún caso de sus ruegos, en su lugar acarició a Penny su trasero y sus muslos  antes de empezar, y tras comprobar la suavidad de su piel empezó a cogerle pellizcos y a retorcer los alicates ahí donde la carne es más sensible.

Penny gritó y gritó una vez más cuando le cogieron pellizcos en  los muslos,  en las nalgas, y en los labia, María no paró hasta dejarle más de treinta marcas en esa parte de su cuerpo y siguió y siguió sin ninguna piedad.

Muchas reclusas miraban a María con odio, pero especialmente Luba y Nadia. ¿No se atrevería a...?. No, Luba estaba segura que su amante no haría nada contra ella.  María la amaba y en el último momento se arrepentiría y aceptaría cumplir su condena a su lado como había hecho Nadia.

En ese momento Ismail exigió a María que le retorciera los pezones a Penny. Efectivamente y desoyendo los gritos histéricos de la joven crucificada, María le abrió la pinza que mordía su pezón a lo que la joven respondió con un aullido de dolor y un brutal estremecimiento de su cuerpo. Hecho esto María le atrapó el pezón con los alicates y pellizcándolo con toda su fuerza se lo retorció todo lo humanamente posible.

María retorció su pezón casi una vuelta completa y estiró de él hasta que parecía un pellejo informe. La joven Penny tensó todo su cuerpo y empezó a dar cabezazos contra la cruz entre alaridos desesperados, pero como la verdugo no soltaba su presa puso los ojos en blanco y tras echar un abundante chorro de orina se desmayó. María se quedó parada sin saber qué hacer.

Ismail le dio entonces un latigazo en el culo.

  • Zorra estúpida, te has pasado y se ha desmayado, prueba ahora con esta otra, pero si se desmaya te pondremos a ti en la cruz y te haremos lo mismo.

Atemorizada María tuvo mucho más cuidado con la segunda de sus víctimas y con la tercera, y luego con todas las demás. Fría y calculadamente la lesbiana reconvertida a verdugo hizo sufrir indeciblemente a todas aquellas desgraciadas sólo por librarse ella de tan espantoso castigo.

Tras las torturas de María, aquellas mujeres permanecieron en las cruces entre cuatro y cinco horas más, hasta que la puesta de sol puso fin al terrible castigo. En un momento dado los médicos dictaminaron que sería peligroso seguir con las que estaban más desfallecidas y poco a poco éstas fueron bajadas de las cruces. Las demás volvieron a sus jaulas. Por cuarta noche Nadia y Luba volvieron a compartir su estrecha jaula. Las dos sabían que al día siguiente les volvería a tocar a ellas. Quizá por eso y por lo que habían visto en el patio esta vez se besaron y follaron como posesas.

(continuará)