Paraíso de Masoquistas (09)

La sesión de tortura continua....

En lugar de responder a la pregunta de Frederick, Ismail se rió y pinchó un largo y grueso cirio de cera roja con un gancho. Entonces lo puso sobre el cuerpo desnudo de Nadia y proyectando la llama del soplete hacia éste, fue derritiendo la cera sobre el cuerpo de la mujer.

La joven masoquista había sufrido muchas veces la tortura de la cera derretida, pero nunca de forma tan intensa. Hasta entonces siempre se la habían echado desde una vela encendida, gota a gota. Sin embargo, por efecto del soplete, ahora le caía una auténtica cascada hirviente sobre su torso indefenso.

Nadia gritaba como una loca, retorciéndose de dolor y aullando como si le estuvieran echando aceite hirviendo. Deleitándose del sufrimiento de su víctima Ismail movió el bloque de cera atrás y adelante, echando un hirviente chorro rojizo sobre su pecho izquierdo hasta el vientre, y luego otro paralelo en la parte derecha del cuerpo. Después le tocó el turno a las piernas, y luego un abundante chorro de cera se fue derramando desde la entrepierna hasta el pecho de la joven.

  • AAAHHHH, bataaaa, bataaaa, -ema mu-o, bataaa..

  • Firma el papel y paramos zorra.

Pero Nadia siguió negándose y aguantando el tormento como mejor podía, eso sí, no dejó de gritar.

Tras un rato, una gruesa costra roja cubría todo su cuerpo y las gotas de cera se habían solidificado por los costados de su torso y sus piernas.

La joven tenía la cara cubierta de lágrimas y miraba angustiada a Ismail.

Sonriendo como un diablo, éste apagó por fin el soplete y cogió un látigo de colas cortas con el que empezó a azotar otra vez a la muchacha sin hacer ningún caso de sus lloros.

  • ZAAAS, ZAAAS, AAAYYY, AAYY.

El violento impacto de los latigazos hacía saltar trozos de cera seca mientras la bella Nadia se volvía a retorcer de dolor entre azotes y pinchazos y las otras dos prisioneras apartaban la cara incapaces de ver aquello.

Así estuvo Ismail otros diez minutos más hasta que le quitó toda la cera de encima a latigazos. Entonces volvió a encender el soplete y vuelta a empezar. Nadia sufrió ambos tormentos de forma alternativa: cera ardiente, latigazos, otra vez la cera, y así hasta cuatro veces. Al final la pobre Nadia tenía los ojos llorosos y tosía de tanto gritar. Sin embargo, se sobrepuso una vez más a sus verdugos y con un gesto pidió que le quitaran la mordaza.

Creyendo que era para rendirse por fin, Ahmed accedió

  • Podéis seguir así hasta el día del juicio, no firmaré, ¿me oís?, no firmaré

  • Desde luego, esta infiel es testaruda, pero terminará cediendo, vamos a seguir Ismail, ahora un poco de agua, dijo Ahmed mientras cojía una jarra de metal y la llenaba con la manguera.

Frederick asistió maravillado como el experimentado Ismail preparaba a Nadia para lo siguiente. Unos minutos después a la bella joven le habían inmovilizado la cara para que se viera obligada a mirar hacia el techo, y ya no podía seguir desafiando a sus verdugos pues le habían encajado en la boca un gran embudo de metal.

  • Tú, francés, dijo Ismail, ¿has oído hablar de la Inquisición?, en tu tierra se practicaba mucho esto en la Edad Media.

Y diciendo esto Ahmed fue vertiendo agua en el embudo, poco a poco, pero sin pausa. Nadia intentaba no tragar, pero con esa avalancha de líquido, era materialmente imposible, la muchacha simplemente se ahogaba y aprovechaba para respirar entre trago y trago , tosiendo de forma angustiosa.

Lentamente la víctima fue obligada a tragar un litro de agua, luego otro,.... dos, tres, cuatro, así hasta veinte litros de agua tuvo que beber la pobre muchacha. Ahmed llenaba una jarra a medida que se vaciaba la anterior metódicamente sin mostrar ninguna piedad.

Entre tanto, Luba y María seguían impotentes la larga sesión de tortura, angustiadas de saber que todas esas cosas se las iban a hacer  a ellas cuando terminaran con Nadia.

Tras tres cuartos de hora tragando agua, la joven Nadia tenía el vientre visiblemente hinchado casi como si estuviera en cinta, y como no dejaba de orinar agua, Ismail le introdujo un grueso tapón en el coño.

Cuando Ismail consideró que su prisionera no podría tragar más, le sacó por fin el embudo y sin darle tiempo, Ahmed la amordazó con una gruesa bola de goma.

La pobre Nadia estaba en una brutal agonía. Había oído hablar mucho de esa tortura medieval, pero nunca la había experimentado. Incrédula, la mujer miraba su propio vientre hinchado y redondeado del que venía un insoportable dolor y unas indecibles ganas de vomitar.

De todos modos el suplicio no había hecho más que empezar. Ismail cogió dos pinzas dentadas de metal y sin más se las puso en la punta de las tetas mordiendo salvajemente sus pezones. De hecho, el verdugo se las retorció con saña y tirando de ellas llegó a levantar su cuerpo hasta dejarlo caer otra vez sobre la cama de chinchetas.

  • MMMMMMHHH

La joven Nadia lanzó un violento alarido y cuando por fin le soltó se puso a llorar desconsoladamente.

  • Vaya, parece que empezamos a rendirnos, dijo Ahmed triunfante. ¿Firmarás ahora?

Nadia tuvo un momento de debilidad y miró a Luba, pero entonces negó resueltamente mirando con odio a los verdugos.

  • Está bien, sigue Ismail.

Entonces el muy bestia de Ismail cogió un palo largo y tras posarlo sobre el prominente vientre de Nadia lo levantó en el aire y le dio un fuerte golpe de arriba a abajo. La joven se convulsionó brutalmente y un chorro de agua le salió por entre la mordaza y los agujeros de la nariz. Nadia estuvo a punto de perder el sentido por la vomitona, pero para su desgracia permaneció despierta. Entonces Ismail levantó la vara y le dio otro golpe aún más fuerte. Esta vez Nadia puso los ojos en blanco y se convulsionó otra vez vomitando una gran cantidad de agua violentamente.

Hasta tres golpes más le dio con similar efecto provocando las mismas reacciones, pero Nadia siguió aguantando.

Entonces Ismail dejó el palo y cogiendo un cinturón de cuero, se lo pasó bajo la espalda y lo ató apretando el abdomen por su justo medio con todas sus fuerzas. La joven volvió a gritar de dolor sin dejar de vomitar más agua por la boca y la nariz. El verdugo apretó y apretó hasta que cerró el cinturón por la hebilla y le dejó a Nadia en su agonía con un gesto de tremendo sufrimiento.

Así la dejaron un buen rato, aunque de vez en cuando le hacían “cosquillas” con la picana. Tras casi veinte minutos así  Ismail le quitó la mordaza y encaramándose sobre la mesa se puso en cuclillas y empezó a botar con el trasero sobre la tripa de la joven una y otra vez provocándole que ella vomitara grandes chorros de agua por la boca. La pobre mujer no acertaba a pedir piedad, los ojos se le ponían en blanco y un profundo mareo a cada bocanada de agua la colocó una y otra vez al borde de la inconsciencia.

Finalmente, cuando casi había recuperado su vientre plano, Nadia perdió por fin el sentido y se quedó empapada y como muerta sobre la mesa del tormento. Había conseguido pasar su primera sesión de tortura sin firmar.

Viendo que no podían seguir con ella, Ismail la desató y quitándole las chinchetas que aún tenía clavadas en la espalda, Frederick la cogió en brazos y la depositó sobre un colchón sucio que había tirado en el suelo.

  • Ahora te toca a ti preciosa, dijo Ahmed mirando a Luba con sadismo. Ayudado por los cuatro guardianes Ahmed desató a Luba y tras preguntarle otra vez si quería firmar el documento, y ella se negara, hizo que la acostaran sobre la mesa para torturarla a placer.

Mientras la ataban, Luba no pudo reprimir  temblar de miedo, sin embargo, el ejemplo de su amante le dio fuerzas para soportar aquel trance y la chica dejó que le ataran sobre la mesa sin mostrar la más mínima resistencia. En las próximas horas, la joven sufrió los mismos tormentos que Nadia con una ligera variación. Una vez le llenaron el estómago de agua la desataron de la mesa y la colgaron de los tobillos boca abajo. Cuando estaba en esa postura, Ismail le propinó un golpe tras otro en el abdomen para obligarla a vomitar todo el agua. Tras mucho torturarla de esta manera, Luba perdió la consciencia y así la dejaron, colgada del techo mientras iban a buscar a María. Así pues con Luba tampoco consiguieron nada.

Con mal disimulado sadismo, los verdugos se pusieron a desatar a María para proceder con ella. Después de lo que había visto, la joven estaba visiblemente histérica y no paraba de temblar.

  • No, no, por favor, a mí no,..... no me hagáis eso por favor, piedad.

  • Si firmas te librarás del tormento, dijo Ahmed, ¿vas a firmar?

  • Sí....sí, firmaré, firmaré lo que sea, por favor.

Y entonces María se echó a llorar.

Los rudos guardianes ya estaban a punto de atarla sobre la mesa cuando Ahmed hizo que pararan.

  • Esperad, ha dicho que va a firmar. Entonces la cogió del brazo y le ofreció un bolígrafo.

María dudó un momento y entonces con un rápido garabato firmó el documento, tras lo que volvió a llorar desconsoladamente.

  • Ja, ja zorra, no sabes lo que has hecho, dijo Ahmed guardando el papel, cuando estés sufriendo en la cruz te arrepentirás del día que tu madre te echó al mundo, pero ya será tarde. Y ahora acostadla sobre las chinchetas y empieza con ella Ismail.

  • No, no, ¿qué hacéis? he firmado,.... he firmado.

  • Te recuerdo que hemos dicho que las tres sufriríais tormento hasta que todas vosotras hayáis firmado el documento,  y que yo sepa, tus amigas aún no lo han hecho ¿acaso eres tan estúpida que no lo entiendes?. Vamos atadla de una vez, quiero oír berrear a esta puerca.

  • NO  NNOOOO, PIEDADD.

En ese momento terció Frederick.

  • Vamos, coronel, esto no es justo, la chica ha firmado, es cierto que esta lesbiana merece un terrible castigo, pero también le puede ser muy útil. Y diciendo esto Frederick invitó a Ahmed a salir de la cámara de tortura para hablar con él a solas.

En el largo rato que los dos hombres permanecieron fuera, los guardias terminaron de acostar y atar a María sobre la cama de chinchetas y desoyendo sus gritos de dolor, empezaron a follarla por  la vagina y por la boca tras pedir permiso a Ismail. Evidentemente que te follen unos bestias sobre una cama de pinchos no es lo más agradable, y ella lo demostró chillando y llorando. Hubo tiempo para que la regaran un par de veces de esperma, pero cuando  Ahmed y Frederick volvieron a entrar en la mazmorra, los hombres se retiraron  y dejaron a María confundida y asustada.

  • Bueno, zorra, empezó Ahmed, mirándola estirada sobre la mesa. Has tenido suerte. Te lo voy a explicar para que me entiendas bien.  Tus amigas lesbianas han demostrado que son mucho más resistentes que tú, y mis superiores me están presionando para que les obligue a firmar el dichoso documento. El caso es que puedo hacer que les torturen de forma aún más severa. Sin embargo, existe el peligro de que mueran durante el interrogatorio y yo no estoy dispuesto a asumir un asesinato por dos putas lesbianas. Aquí es donde tú me puedes hacer un servicio.

María le miraba sin entender.

  • ¿Qué? ¿Qué quiere de mí?

  • Es muy sencillo, tú misma te ocuparás de torturarlas y convencerles de que firmen, Ismail te mostrará cómo hacerlo. Eso sí, lo harás todo delante de una cámara por si se te va la mano y se mueren.

  • ¿Yo?, ¿Acaso se ha vuelto loco?, ni por todo el oro del mundo.

  • Puede que por oro no, pero hay otras razones más poderosas. Te recuerdo que acabas de firmar tu confesión y tu renuncia al derecho de extradición. El delito de lesbianismo es muy grave y seguramente el juez te condenará a un año o más de cárcel que tendrás que cumplir entre estos muros. Si no haces lo que te digo, yo mismo me ocuparé de que tu vida en ese tiempo sea un infierno.

María se puso a llorar desesperada.

  • Sin embargo, si consigues hacerles firmar, una hora después estarás en un avión rumbo a tu país y libre de cargos.

La joven le miró incrédula.

  • ¿De, de verdad?

  • Sí, te lo prometo. En realidad se lo tienes que agradecer al señor Vouille a quien se le ha ocurrido la idea. Eso sí, es posible que tengas que hacerles cosas tan fuertes a tus compañeras que mueran, en ese caso, tú sóla cargarás con el asesinato.

María dudó un momento, pero entonces negó decididamente.

  • No, no lo haré, estáis todos locos.

  • En fin Frederick, ya ves que lo he intentado, dijo Ahmed. Ismail, prepara los instrumentos e inyéctale un fuerte estimulante, quiero que ésta nos dure más que las otras.

María vio desesperada cómo Ismail preparaba una jeringuilla y empezó a gritar histérica.

  • No, no. Lo haré, haré lo que queráis, pero no me hagas más daño, por favor.

  • ¿Aceptarás torturar tú misma a tus amantes sólo por salvarte tú?

  • SIIII

Nuevamente María lloró desconsolada mientras los hombres reían con crueldad.

  • ¡Qué zorra traidora!. Muy bien, así pues dejaremos que  la puta sea adiestrada por Ismail. Cuando esté lista se ocupará ella misma de sus amigas lesbianas......

(continuará)